CANCIÓN SEGUNDA

La soledad siguiendo,

rendido a mi fortuna,

me voy por los caminos que se ofrecen,

por ellos esparciendo

mis quejas de una en una

al viento, que las lleva do perecen;

puesto que ellas merecen

ser de vos escuchadas,

pues son tan bien vertidas,

he lástima de ver que van perdidas

por donde suelen ir las remediadas.

A mi se han de tornar,

adonde para siempre habrán de estar.

Mas ¿qué haré, señora,

en tanta desventura?

¿Adónde iré, si a vos no voy con ella?

¿De quién podré yo agora

valerme en mi tristura,

si en vos no halla abrigo mi querella?

Vos sola sois aquella

con quien mi voluntad

recibe tal engaño,

que viéndoos holgar siempre con mi daño,

me quejo a vos, como si en la verdad

vuestra condición fuerte

tuviese alguna cuenta con mi muerte.

Los árboles presento

entre las duras peñas

por testigo de cuanto os he encubierto;

de lo que entre ellas cuento

podrán dar buenas señas,

si señas pueden dar del desconcierto.

Mas ¿quién tendrá concierto

en contar el dolor,

que es de orden enemigo?

No me den pena, pues, por lo que digo;

que ya no me refrenará el temor.

¡Quién pudiera hartarse

de no esperar remedio y de quejarse!

Mas esto me es vedado

con unas obras tales

con que nunca fué a nadie defendido;

que si otros han dejado

de publicar sus males,

llorando el mal estado a que han venido,

señora, no habrá sido

sino con mejoría

y alivio en su tormento;

mas ha venido en mí a ser lo que siento

de tal arte, que ya en mi fantasía

no cabe; y así, quedo

sufriendo aquello que decir no puedo.

Si por ventura estiendo

alguna vez mis ojos

por el proceso luengo de mis daños,

con lo que me defiendo

de tan grandes enojos,

solamente es allí con mis engaños:

mas vuestros desengaños

vencen mi desvarío

y apocan mis defensas.

Sin yo poder dar otras recompensas,

sino que, siendo vuestro más que mío,

quise perderme así,

por vengarme de vos, señora, en mí.

Canción, yo he dicho más que me mandaron,

y menos que pensé;

no me pregunten más, que lo diré.