ÉGLOGA SEGUNDA
ALBANIO
En medio del invierno está templada
el agua dulce desta clara fuente,
y en el verano más que nieve helada.
¡Oh claras ondas, cómo veo presente,
en viéndoos, la memoria de aquel día
de que el alma temblar y arder se siente!
En vuestra claridad vi mi alegría
oscurecerse toda y enturbiarse;
cuando os cobré perdí mi compañía.
A quién pudiera igual tormento darse,
que con lo que descansa otro afligido
venga mi corazón a atormentarse.
El dulce murmurar de este ruido,
el mover de los árboles al viento,
el suave olor del prado florecido.
podrían tornar, de enfermo y descontento,
cualquier pastor del mundo, alegre y sano;
yo sólo en tanto bien morir me siento.
¡Oh hermosura sobre el ser humano!
¡Oh claros ojos! ¡Oh cabellos de oro!
¡Oh cuello de marfil! ¡Oh blanca mano!
¿Cómo puede ora ser que en triste lloro
se convirtiese tan alegre vida,
y en tal pobreza todo mi tesoro?
Quiero mudar lugar, y a la partida
quizá me dejará parte del daño
que tiene el alma casi consumida.
¡Cuán vano imaginar, cuán claro engaño
es darme yo a entender que con partirme,
de mí se ha de partir un mal tamaño!
¡Ay miembros fatigados, y cuán firme
es el dolor que os cansa y enflaquece!
¡Oh si pudiese un rato aquí dormirme!
Al que velando el bien nunca se ofrece,
quizá que el sueño le dará durmiendo
algún placer, que presto desfallece;
en tus manos ¡oh sueño! me encomiendo.
SALICIO
¡Cuán bienaventurado
aquel puede llamarse
que con la dulce soledad se abraza,
y vive descuidado,
y lejos de empacharse
en lo que al alma impide y embaraza!
No ve la llena plaza,
ni la soberbia puerta
de los grandes señores,
ni los aduladores
a quien la hambre del favor despierta;
no le será forzoso
rogar, fingir, temer y estar quejoso.
A la sombra holgando
de un alto pino o robre,
o de alguna robusta y verde encina,
el ganado contando
de su manada pobre,
que por la verde selva se avecina,
plata cendrada y fina,
oro luciente y puro,
baja y vil le parece,
y tanto aborrece,
que aun no piensa que dello está seguro,
y como está en su seso,
rehuye la cerviz del grave peso.
Convida a dulce sueño
aquel manso ruido
del agua que la clara fuente envía,
y las aves sin dueño,
con canto no aprendido
hinchen el aire de dulce armonía;
háceles compañía,
a la sombra volando,
y entre varios olores
gustando tiernas flores,
la solicita abeja susurrando;
los árboles y el viento
al sueño ayudan con su movimiento.
¿Quién duerme aquí? ¿Dó está que no le veo?
¡Oh helo allí! Dichoso tú, que aflojas
la cuerda al pensamiento o al deseo.
¡Oh natura, cuán pocas obras cojas
en el mundo son hechas por tu mano!
Creciendo el bien, menguando las congojas,
el sueño diste al corazón humano
para que al despertar más se alegrase
del estado gozoso alegre y sano;
que, como si de nuevo le hallase,
hace aquel intervalo que ha pasado
que el nuevo gusto nunca al bien se pase.
Y al que de pensamiento fatigado
el sueño baña con licor piadoso,
curando el corazón despedazado.
aquel breve descanso, aquel reposo
basta con cobrar de nuevo aliento,
con que se pase el curso trabajoso.
Llegarme quiero cerca con buen tiento,
y ver, si de mi fuere conocido,
si es del número triste o del contento.
Albanio es este que está aquí dormido,
o yo conozco mal, Albanio es, cierto.
Duerme, garzón casado y afligido.
¡Por cuán mejor librado tengo un muerto
que acaba el curso de la vida humana
y es reducido a más seguro puerto,
que el que, viviendo acá, de vida ufana
y de estado gozoso, noble y alto,
es derrocado de fortuna insana!
Dicen que este mancebo dió un gran salto;
que de amorosos bienes fué abundante,
y agora es pobre, miserable y falto.
No sé la historia bien; mas quien delante
se halló al duelo me contó algún poco
del grave caso deste pobre amante.
ALBANIO
¿Es esto sueño, o ciertamente toco
la blanca mano? ¡Ah sueño! ¿estás burlando?
Yo estábate creyendo como loco.
¡Oh cuitado de mí! Tú vas volando
con prestas alas por la ebúrnea puerta;
yo quédome tendido aquí llorando.
¿No basta el grave mal en que despierta
el alma vive, o por mejor decillo,
está muriendo de una vida incierta?
SALICIO
Albanio, deja el llanto, que en oíllo me aflijo
ALBANIO
¿Quién presente está a mi duelo?
SALICIO
Aquí está quien te ayudará a sentillo.
ALBANIO
¿Aquí estás tú, Salicio? Gran consuelo
me fuera en cualquier mal tu compañía;
mas tengo en esto por contrario al cielo.
SALICIO
Parte de tu trabajo ya me había
contado Galafrón, que fué presente
en aqueste lugar el mismo dia;
mas no supo decir del acidente
la causa principal; bien que pensaba
que era mal que decir no se consiente;
y a la sazón en la ciudad yo estaba,
como tú sabes bien, aparejando
aquel largo camino que esperaba;
y esto que digo me contaron cuando
torné a volver; mas yo te ruego agora,
si esto no es enojoso que demando,
que particularmente el punto y hora,
la causa, el daño cuentes y el proceso;
que el mal comunicado se mejora
ALBANIO
Con un amigo tal verdad es eso,
cuando el mal sufre cura, mi Salicio;
mas éste ha penetrado hasta el hueso.
Verdad es que la vida y ejercicio
común, y el amistad que a ti me ayunta,
mandan que complacerte sea mi oficio;
mas ¿qué haré? que el alma ya barrunta,
que quiero renovar en la memoria
la herida mortal de aguda punta;
y póneme delante aquella gloria
pasada, y la presente desventura,
para espantarme de la horrible historia.
Por otra parte, pienso que es cordura
renovar tanto el mal que me atormenta,
que a morir venga de tristeza pura.
Y por esto, Salicio, entera cuenta
te daré de mi mal como pudiere,
aunque el alma rehuya y no consienta.
Quise bien, y querré mientras rigiere
aquestos miembros el espíritu mío,
aquella por quien muero, si muriere.
En este amor no entré por desvarío,
ni lo traté, como otros, con engaños,
ni fué por elección de mi albedrío.
Desde mis tiernos y primeros años
a aquella parte me inclinó mi estrella,
y a aquel fiero destino de mis daños.
Tu conociste bien una doncella,
de mi sangre y abuelos descendida,
más que la misma hermosura bella.
En su verde niñez, siendo ofrecida
por montes y por selvas a Diana,
ejercitaba allí su edad florida.
Yo, que desde la noche a la mañana
y del un sol al otro, sin cansarme,
seguía la caza con estudio y gana.
por deudo y ejercicio a conformarme
vine con ella en tal domestiqueza,
que della un punto no sabía apartarme.
Iba de un hora en otra la estrecheza
haciéndose mayor, acompañada
de un amor sano y lleno de pureza.
¿Qué montaña dejó de ser pisada
de nuestros pies? ¿Qué bosque o selva umbrosa
no fué de nuestra caza fatigada?
Siempre con mano larga y abundosa
con parte de la caza visitando
el sacro altar de nuestra santa diosa;
la colmilluda testa ora llevando
del puerco jabalí cerdoso y fiero,
del peligro pasado razonando;
ora clavando del ciervo ligero
en algún sacro pino los ganchosos
cuernos, con puro corazón sincero
tornábamos contentos y gozosos,
y al disponer de lo que nos quedaba,
jamás me acuerdo de quedar quejosos.
Cualquiera caza a entrambos agradaba;
pero la de las simples avecillas
menos trabajo y más placer nos daba.
En mostrando el aurora sus mejillas
de rosa, y sus cabellos de oro fino
humedeciendo ya las florecillas,
nosotros, yendo fuera de camino,
buscábamos un valle, el más secreto
y de conversación menos vecino;
aquí con una red de muy perfeto
verde tejida, aquel valle atajábamos
muy sin rumor, con paso muy quieto.
De dos árboles altos la colgábamos,
y habiéndonos un poco lejos ido,
hacia la red armada nos tornábamos,
y por lo más espeso y escondido,
los árboles y matas sacudiendo,
turbábamos el valle con ruido.
Zorzales, tordos, mirlas, que temiendo
delante de nosotros, espantados
del peligro menor, iban huyendo,
daban en el mayor, desatinados,
quedando en la sutil red engañosa
confusamente todos enredados.
Entonces era vellos una cosa
estraña y agradable, dando gritos,
y con voz lamentándose quejosa.
Algunos dellos, que eran infinitos,
su libertad buscaban revolando;
otros estaban míseros y aflitos.
Al fin las cuerdas de la red tirando,
llevábamosla juntos casi llena,
la caza a cuestas y la red cargando.
Cuando el húmido otoño ya refrena
del seco estío el gran calor ardiente,
y va faltando sombra a Filomena,
con otra caza desta diferente,
aunque también de vida ociosa y blanda,
pasábamos el tiempo alegremente.
Entonces siempre, como sabes, anda
de estorninos volando a cada parte
de acá y allá la espesa y negra banda.
Y cierto aquesto es cosa de contarte,
cómo con los que andaban por el viento
usábamos también de astucia y arte.
Uno vivo primero de aquel cuento
tomábamos, y en esto sin fatiga
era cumplido luego nuestro intento;
al pie del cual, un hilo, untado en liga,
atando, le soltábamos al punto
que vía volar aquella banda amiga.
Apenas era suelto, cuando junto
estaba con los otros y mesclado,
secutando el efeto de su asunto.
A cuantos era el hilo enmarañado
por alas o por pies o por cabeza,
todos venían al suelo mal su grado.
Andaban forcejando una gran pieza
a su pesar y a mucho placer nuestro;
que así de un mal ajeno bien se empieza.
Acuérdaseme agora que el siniestro
canto de la corneja y el agüero
para escaparse no le fué maestro.
Cuando una dellas, como es muy ligero,
a nuestras manos viva nos venía,
era ocasión de más de un prisionero.
La cual a un llano grande yo traía,
a do muchas cornejas andar juntas
o por el suelo o por el aire vía;
clavándola en la tierra por las puntas
estremas de las alas, sin rompellas,
seguíase lo que apenas tú barruntas.
Parecía que mirando a las estrellas,
clavada boca arriba en aquel suelo,
estaba a contemplar el curso dellas.
De allí nos alejábamos, y el cielo
rompía con gritos ella, y convocaba
de las cornejas el superno vuelo.
En un solo momento se ayuntaba
una gran muchedumbre apresurosa
a socorrer la que en el suelo estaba.
Cercábanla, y alguna, más piadosa
del mal ajeno de la compañera
que del suyo avisada y temerosa,
llegábase muy cerca, y la primera
que esto hacía, pagaba su inocencia
con prisión o con muerte lastimera.
Con tal fuerza la presa y tal violencia
se engarrafaba de la que venía,
que ya no se despidiera sin licencia.
Ya puedes ver cuán gran placer sería
ver, de una por soltarse y desasirse,
de otra por socorrerse, la porfía.
Al fin la fiera lucha a despartirse
venía por nuestra mano, y la cuitada
del bien hecho empezaba a arrepentirse.
¿Qué me dirás si con su mano alzada
haciendo la noturna centinela,
la grúa de nosotros fué engañada?
No aprovechaba al ánsar la cautela,
ni ser siempre sagaz descubridora
de noturnos engaños con su vela.
Ni al blanco cisne que en las aguas mora
por no morir como Faetón en fuego,
del cual el triste caso canta y llora.
Y tú, perdiz cuitada, ¿piensas luego
que en huyendo del techo estás segura?
En el campo turbamos tu sosiego.
A ningún ave o animal natura
dotó de tanta astucia que no fuese
vencido al fin de nuestra astucia pura.
Si por menudo de contarte hubiese
de aquesta vida cada partecilla,
temo que antes del fin anocheciese.
Basta saber que aquesta tan sencilla
y tan pura amistad, quiso mi hado
en diferente especie convertilla,
en un amor tan fuerte y tan sobrado,
y en un desasosiego no creíble,
tal, que no me conozco, de trocado.
El placer de miralla, con terrible
y fiero desear sentí mesclarse,
que siempre me llevaba a lo imposible.
La pena de su ausencia vi mudarse,
no en pena, no en congoja, en cruda muerte,
y en fuego eterno el alma atormentarse.
A aqueste estado en fin mi dura suerte
me trajo poco a poco, y no pensara
que contra mí pudiera ser más fuerte,
si con mi grave daño no probara
que, en comparación de ésta, aquella vida
cualquiera por descanso la juzgara.
Ser debe aquesta historia aborrecida
de tu orejas ya, que así atormenta
mi lengua y mi memoria entristecida.
Decir ya más no es bien que se consienta;
junto todo mi bien perdí en un hora,
y esta es la suma, en fin, de aquesta cuenta.
SALICIO
Albanio, si tu mal comunicaras
con otro, que pensaras que tu pena
juzgaba como ajena, o que este fuego
nunca probó, ni el juego peligroso
de que tú estás quejoso, yo confieso
que fuera bueno aqueso que hora haces;
mas si tú me deshaces con tus quejas.
¿por qué agora me dejas como a estraño,
sin dar de aqueste daño fin al cuento?
¿Piensas que tu tormento como nuevo
escucho, y que no pruebo, por mi suerte,
aquesta viva muerte en las entrañas?
Si no con todas mañas ni esperiencia
esta grave dolencia se desecha,
al menos aprovecha, yo te digo,
para que de un amigo que adolesca,
otro se condolesca, que ha llegado
de bien acuchillado a ser maestro.
Así que, pues te muestro abiertamente
que no estoy inocente destos males,
que aún traigo las señales de las llagas,
no es bien que tú te hagas tan esquivo;
que mientras estás vivo, ser podría
que por alguna vía te avisase,
y contigo llorase; que no es malo
tener al pie del palo quien se duela
del mal, y sin cautela te aconseje.
ALBANIO
Tú quieres que forceje y que contraste
con quien al fin no baste a derrocalle.
Amor quiere que calle; yo no puedo
mover el paso un dedo sin gran mengua.
El tiene de mi lengua el movimiento;
así que no me siento ser bastante.
SALICIO
¿Qué te pone delante que te impida
el descubrir tu vida al que aliviarte
del mal alguna parte cierto espera?
ALBANIO
Amor quiere que muera sin reparo;
y conociendo claro que bastaba
lo que yo descansaba en este llanto
contigo, a que entre tanto me aliviase,
y aquel tiempo probase a sostenerme;
por más presto perderme, como injusto,
me ha ya quitado el gusto que tenía
de echar la pena mía por la boca.
Así que ya no toca nada dello
a ti querer sabello, ni contallo
a quien sólo pasallo le conviene,
y muerte sólo por alivio tiene.
SALICIO
¿Quién es contra su ser tan inhumano,
que al enemigo entrega su despojo,
y pone su poder en otra mano?
¿Cómo, y no tienes ora algún enojo
de ver que amor tu misma lengua ataje,
o la desate por su solo antojo?
ALBANIO
Salicio amigo, cese este lenguaje;
cierra tu boca, y más aquí no la abras;
yo siento mi dolor, y tú mi ultraje.
¿Para qué son maníficas palabras?
¿Quién te hizo filósofo elocuente,
siendo pastor de ovejas y de cabras?
¡Oh cuitado de mí, cuán fácilmente
con espedida lengua y rigurosa
el sano da consejos al doliente!
SALICIO
No te aconsejo yo, ni digo cosa
para que debas tú por ella darme
respuesta tan aceda y tan odiosa.
Ruégote que tu mal quieras contarme,
porque dél pueda tanto entristecerme,
cuando suelo del bien tuyo alegrarme.
ALBANIO
Pues ya de ti no puedo defenderme,
yo tornaré a mi cuento cuando hayas
prometido una gracia concederme;
y es que en oyendo el fin luego te vayas
y me dejes llorar mi desventura
entre estos pinos solo y estas hayas.
SALICIO
Aunque pedir tú eso no es cordura,
yo seré dulce más que sano amigo,
y daré bien lugar a tu tristura.
ALBANIO
Hora, Salicio, escucha lo que digo;
y vos, ¡oh ninfas deste bosque umbroso,
a doquiera que estáis, estad conmigo!
Ya te conté el estado tan dichoso
a do me puso amor, si en él yo firme
pudiera sostenerme con reposo;
mas, como de callar y de encubrirme
de aquella por quien vivo me encendía,
llegué ya casi al punto de morirme,
mil veces ella preguntó qué había,
y me rogó que el mal le descubriese,
que mi rostro y color lo descubría.
Mas no acabó con cuanto me dijese,
que de mí a su pregunta otra respuesta
que un sospiro con lágrimas hubiese.
Aconteció que en una ardiente siesta,
viniendo de la caza fatigados,
en el mejor lugar desta floresta,
que es este donde estamos asentados,
a la sombra de un árbol aflojamos
las cuerdas de los arcos trabajados.
En aquel prado allí nos reclinamos,
y del céfiro fresco recogiendo
el agradable espíritu, respiramos.
Las flores a los ojos ofreciendo
diversidad estraña de pintura,
diversamente así estaban oliendo.
Y en medio aquesta fuente clara y pura,
que como de cristal resplandecía,
mostrando abiertamente su hondura,
el arena, que de oro parecía,
de blancas pedrezuelas variada,
por do manaba el agua, se bullía.
En derredor ni sola una pisada
de fiera o de pastor o de ganado
a la sazón estaba señalada.
Después que con el agua resfriado
hubimos el calor, y juntamente
la sed de todo punto mitigado,
ella, que con cuidado diligente
a conocer mi mal tenía el intento,
y a escudriñar el ánimo doliente,
con nuevo ruego y firme juramento
me conjuró y rogó que le contase
la causa de mi grave pensamiento;
y si era amor, que no me recelase
de hacelle mi caso manifiesto,
y demostralle aquella que yo amase,
que me juraba que también en esto
el verdadero amor que me tenía
con pura voluntad estaba presto.
Yo, que tanto callar ya no podía,
y claro descubrir menos osaba
lo que el alma triste se sentía,
le dije que en aquella fuente clara
vería de aquella que yo tanto amaba
abiertamente la hermosa cara.
Ella, que ver aquésta deseaba,
con menos diligencia discurriendo
de aquella con que el paso apresuraba,
a la pura fontana fué corriendo,
y en viendo el agua, toda fué alterada,
en ella su figura sola viendo.
Y no de otra manera, arrebatada,
del agua rehuyó, que si estuviera
de la rabiosa enfermedad tocada.
Y sin mirarme, desdeñosa y fiera,
no sé qué allá entre dientes murmurando,
me dejó aquí, y aquí quiere que muera.
Quedé yo triste y solo allí, culpando
mi temeraria osar, mi desvarío,
la pérdida del bien considerando.
Creció de tal manera el dolor mío,
y de mi loco error el desconsuelo,
que hice de mis lágrimas un río.
Fijos los ojos en el alto cielo,
estuve boca arriba una gran pieza
tendido, sin mudarme en este suelo.
Y como de un dolor otro se empieza,
el largo llanto, el desvanecimiento,
el vano imaginar de la cabeza,
de mi gran culpa aquel remordimiento,
verme del todo al fin sin esperanza,
me trastornaron casi el sentimiento.
Cómo deste lugar hice mudanza
no sé, ni quién de aquí me condujese
al triste albergo y a mi pobre estanza.
Sé que tornando en mí, como estuviese
sin comer y dormir bien cuatro días,
y sin que el cuerpo de un lugar moviese,
las ya desamparadas vacas mías
por otro tanto tiempo no gustaron
las verdes hierbas ni las aguas frías.
Los pequeños hijuelos, que hallaron
las tetas secas ya de las hambrientas
madres, bramando al cielo se quejaron.
Las selvas, a su voz también atentas,
bramando pareció que respondían,
condolidas del daño y descontentas.
Aquestas cosas nada se movían,
antes con mi llorar hacía espantados
todos cuantos a verme allí venían.
Vinieron los pastores de ganados,
vinieron de los sotos los vaqueros,
para ser de mi mal de mí informados.
Y todos con los gestos lastimeros
me preguntaban cuáles habían sido
los acidentes de mi mal primeros.
A los cuales, en tierra yo tendido,
ninguna otra respuesta dar sabía,
rompiendo con sollozos mi gemido,
sino de rato en rato les decía:
“Vosotros, los de Tajo, en su ribera,
cantaréis la mi muerte cada día.
Este descanso llevaré aunque muera,
que cada día cantaréis mi muerte
vosotros, los de Tajo, en su ribera.”
La quinta noche, en fin, mi cruda suerte,
queriéndome llevar do se rompiese
aquesta tela de la vida fuerte,
hizo que de mi choza me saliese
por el silencio de la noche escura
a buscar un lugar donde muriese.
Y caminando por do mi ventura
y mis enfermos pies me condujeron,
llegué a un barranco de muy gran altura.
Luego mis ojos lo reconocieron,
que pende sobre el agua, y su cimiento
las ondas poco a poco le comieron.
Al pie de un olmo hice allí mi asiento;
y acuérdome que ya con ella estuve
pasando allí la siesta al fresco viento.
En aquesta memoria me detuve,
como si aquesta fuera medicina
de mi furor y cuanto mal sostuve.
Denunciaba el aurora ya vecina
la venida del sol resplandeciente,
a quien la tierra, a quien la mar se inclina.
Entonces, como cuando el cisne siente
el ansia postrimera que le aqueja,
y tienta el cuerpo mísero y doliente,
con triste y lamentable son se queja,
y se despide con funesto canto
del espíritu vital que dél se aleja;
así, aquejado yo de dolor tanto,
que el alma abandonaba ya la humana
carne, solté la rienda al triste llanto.
“¡Oh fiera, dije, más que tigre hircana
y más sorda a mis quejas que el rúido
embravecido de la mar insana!
”Heme entregado, heme aquí rendido,
he aquí que vences; toma los despojos
de un cuerpo miserable y afligido.
”Yo pondré fin del todo a tus enojos,
ya no te ofenderé mi rostro triste,
mi temerosa voz y húmidos ojos.
”Quizá tú, que en mi vida no moviste
el paso a consolarme en tal estado,
ni tu dureza cruda enterneciste,
”viendo mi cuerpo aquí desamparado,
vendrás a arrepentirte y lastimarte;
mas tu socorro tarde habrá llegado.
”¿Cómo pudiste tan presto olvidarte
de aquel tan luengo amor, y de sus ciegos
nudos en sola un hora desligarte?
”¿No se te acuerda de los dulces juegos
ya de nuestra niñez, que fueron leña
destos dañosos y encendidos fuegos,
”cuando la encina desta espesa breña
de sus bellotas dulces despojaba,
que íbamos a comer sobre esta peña?
”¿Quién las castañas tiernas derrocaba
del árbol al subir dificultoso?
¿Quién en su limpia falda las llevaba?
”¿Cuándo en valle florido, espeso, umbroso
metí jamás el pie, que dél no fuese
cargado a ti de flores y oloroso?
”Jurábasme, si ausente yo estuviese,
que ni el agua sabor, ni olor la rosa,
ni el prado hierba para ti tuviese.
”¿A quién me quejo, que no escucha cosa
de cuantas digo, quien debería escucharme?
Eco sola me muestra ser piadosa;
”respondiéndome prueba conhortarme,
como quien probó mal tan importuno;
mas no quiere mostrarme y consolarme.
”¡Oh dioses! si allá juntos de consuno
de los amantes el cuidado os toca;
¡oh tú sólo! si toca a solo uno,
”recibid las palabras que la boca
echa con la doliente ánima fuera,
antes que el cuerpo torne en tierra poca.
”¡Oh náyades, de aquesta mi ribera
corriente moradoras! ¡Oh napeas,
guarda del verde bosque verdadera!
“Alce una de vosotras, blancas deas,
del agua su cabeza rubia un poco;
¡así, ninfa, jamás en tal te veas!
”Podré decir que con mis quejas toco
las divinas orejas, no pudiendo
las humanas tocar, cuerdo ni loco.
”¡Oh hermosas oréades, que teniendo
el gobierno de selvas y montañas,
a caza andáis por ellas discurriendo!
”Dejad de perseguir las alimañas;
venid a ver un hombre perseguido,
a quien ni valen fuerzas ya ni mañas.
”¡Oh dríades, de amor hermoso nido,
dulces y graciosísimas doncellas,
que a la tarde salís de lo escondido,
”con los cabellos rubios, que las bellas
espaldas dejan de oro cobijadas,
parad mientes un rato a mis querellas!
”Y si con mi ventura conjuradas
no estáis, haced que sean las ocasiones
de mi muerte aquí siempre celebradas.
”¡Oh lobos, oh osos, que, por los rincones
destas fieras cavernas escondidos,
estáis oyendo agora mis razones!
“Quedáos adiós, que ya vuestros oídos
de mi zampoña fueron halagados,
y alguna vez de amor enternecidos.
”Adiós, montañas; adiós, verdes prados;
adiós, corrientes ríos espumosos;
vivid sin mí con siglos prolongados:
”y mientras en el curso presurosos
iréis al mar a dalle su tributo,
corriendo por los valles pedregosos,
”haced que aquí se muestre triste luto
por quien, viviendo alegre, os alegraba
con agradable son y viso enjuto.
”Por quien aquí sus vacas abrevaba,
por quien, ramos de lauro entretejiendo,
aquí sus fuertes toros coronaba.”
Estas palabras tales en diciendo,
en pie me alcé por dar ya fin al duro
dolor que en vida estaba padeciendo.
Y por el paso en que me ves te juro
que ya me iba a arrojar de do te cuento,
con paso largo y corazón seguro,
cuando una fuerza súbita de viento
vino con tal furor, que de una sierra
pudiera remover el firme asiento.
De espaldas, como atónito, en la tierra,
desde ha gran rato me hallé tendido;
que así se halla siempre aquel que yerra.
Con más sano discurso en mi sentido,
comencé de culpar el presupuesto
y temerario error que había seguido,
en querer dar con triste muerte al resto
de questa breve vida fin amargo,
no siendo por los hados aún dispuesto.
De allí me fui con corazón más largo
para esperar la muerte, cuando venga
a relevarme deste grave cargo.
Bien has ya visto cuánto me convenga,
que pues buscalla a mí no se consiente,
ella en buscarme a mí no se detenga.
Contado te he la causa, el acidente,
el daño y el proceso todo entero;
cúmpleme tu promesa prestamente.
Y si mi amigo, cierto y verdadero
eres, como yo pienso, ¡vete agora!
no estorbes un dolor acerbo y fiero
al afligido y triste cuando llora.
SALICIO
Tratara de una parte
que agora sólo siento,
si no pensaras que era dar consuelo.
Quisiera preguntarte
cómo tu pensamiento
se derribó tan presto en ese suelo,
o se cubrió de un velo,
para que no mirase
que quien tan luengamente
amó, no se consiente
que tan presto del todo te olvidase.
¿Qué sabes si ella agora
juntamente su mal y el tuyo llora?
ALBANIO
Cese ya el artificio
de la maestra mano;
no me hagas pasar tan grave pena.
Harásme tú, Salicio,
ir do nunca pie humano
estampó su pisada en el arena.
Ella está tan ajena
de estar desa manera
como tú de pensallo,
aunque quieres mostrado
con razón aparente a verdadera.
Ejercita aquí el arte
a solas, que yo voyme en otra parte.
SALICIO
No es tiempo de curalle,
hasta que menos tema
la cura del maestro y su crueza.
Sólo quiero dejalle;
que aún está el apostema
intratable, a mi ver, por su dureza.
Quebrante la braveza.
del pecho empedernido
con largo y tierno llanto;
iréme yo entretanto
a requerir de un ruiseñor el nido,
que está en un alta encina,
y estará presto en manos de Gravina.
CAMILA
Si desta tierra no he perdido el tino,
por aquí el corzo vino que ha traído,
después que fué herido, atrás el viento.
¿Qué recio movimiento en la corrida
lleva, de tal herida lastimado?
En el sinistro lado soterrada
la flecha enherbolada va mostrando,
las plumas blanqueando solas fuera.
Y háceme que muera con buscalle.
No pasó deste valle; aquí está cierto,
y por ventura muerto. ¡Quién me diese
alguno que siguiese el rastro agora,
mientras la ardiente hora de la siesta
en aquella floresta yo descanso!
¡Ay viento fresco y manso y amoroso,
almo, dulce, sabroso! Esfuerza, esfuerza
tu soplo, y esta fuerza tan caliente
del alto sol ardiente hora quebranta;
que ya la tierna planta, del pie mío
anda a buscar el frío desta hierba.
A los hombres reserva tú, Diana,
en esta siesta insana tu ejercicio:
por agora tu oficio desamparo,
que me ha costado caro en este día.
¡Ay dulce fuente mía, y de cuán alto
con sólo un sobresalto me arrojaste!
¿Sabes qué me quitaste, fuente clara?
Los ojos de la cara, que no quiero
menos un compañero que yo amaba;
mas no como él pensaba. Dios ya quiera
que antes Camila muera que padesca
culpa por do meresca ser echada
de la selva sagrada de Diana.
¡Oh cuán de mala gana mi memoria
renueva aquesta historia! Mas la culpa
ajena me desculpa; que si fuera
yo la causa primera desta ausencia,
yo diera la sentencia en mi contrario.
El fué muy voluntario y sin respeto.
y aquí donde me hallo recrearme.
Aquí quiero acostarme, y en cayendo
la siesta iré siguiendo mi corcillo,
que yo me maravillo ya y me espanto
cómo con tal herida huyó tanto.
ALBANIO
Si mi turbada vista no me miente,
paréceme que vi entre rama y rama
una ninfa llegar a aquella fuente.
Quiero llegar allá; quizá, si ella ama,
me dirá alguna cosa con que engañe
con algún falso alivio aquesta llama.
Y no se me da nada que desbañe
mi alma, si es contrario lo que creo;
que a quien no espera bien no hay mal que dañe.
¡Oh santos dioses! ¿Qué es esto que veo?
¿Es error de fantasma convertida
en forma de mi amor y mi deseo?
Camila es esta que está aquí dormida;
no puede de otra ser su hermosura;
la razón está clara y conocida:
una obra sola quiso la natura
hacer como ésta, y rompió luego apriesa
la estampa do fué hecha tal figura.
¿Quién podrá luego de su forma espresa
el traslado sacar, si la maestra
misma no basta, y ella lo confiesa?
Mas ya que es cierto el bien que a mí se muestra
¿cómo podré llegar a despertalla,
temiendo yo la luz que a ella me adiestra?
¿Si solamente de poder tocalla
perdiese el miedo yo? ¿Mas si despierta?…
Si despierta, tenella y no soltalla,
Esta osadía, temo que no es cierta.
Mas ¿qué me puede hacer? Quiero llegarme.
En fin, ella está agora como muerta.
Cabe ella por lo menos asentarme
bien puedo; mas no ya como solía.
¡Oh mano poderosa de matarme!
¿Viste cuánto tu fuerza en mí podía?
¿Por qué para sanarme no la pruebas?
Que tu poder a todo bastaría.
CAMILA
Socórreme, Diana.
ALBANIO
No te muevas,
que no te he de soltar; escucha un poco.
CAMILA
¿Quién me dijera, Albanio, tales nuevas?
Ninfas del verde bosque, a vos invoco,
a vos pido socorro desta fuerza.
¿Qué es esto, Albanio? Dime si estás loco.
ALBANIO
Locura debe ser la que me fuerza
a querer más que el alma y que la vida
a la que a aborrecerme así se esfuerza.
CAMILA
Yo debo ser de ti la aborrecida,
pues me quieres tratar de tal manera,
siendo tuya la culpa conocida.
ALBANIO
¿Yo culpa contra ti? Si la primera
no está por cometer, Camila mía,
en tu disgracia y disfavor yo muera.
CAMILA
¿Tú no violaste nuestra compañía,
queriéndola torcer por el camino
que de la vida honesta se desvía?
ALBANIO
¿Cómo de sola un hora el desatino
ha de perder mil años de servicio,
si el arrepentimiento tras él vino?
CAMILA
Aqueste es de los hombres el oficio
tentar el mal, y si es malo el suceso,
pedir con humildad perdón del vicio.
ALBANIO
¿Qué tenté yo, Camila?
CAMILA
Bueno es eso.
Esta fuente lo diga, que ha quedado
por un testigo de tu mal proceso.
ALBANIO
Si puede ser mi yerro castigado
con muerte, con deshonra o con tormento,
vesme aquí, estoy a todo aparejado.
CAMILA
Suéltame ya la mano, que el aliento
me falta de congoja.
ALBANIO
He muy gran miedo
que te me irás, que corres más que el viento.
CAMILA
No estoy como solía, que no puedo
moverme ya, de mal ejercitada.
Suelta, que casi me mas quebrado un dedo.
ALBANIO
¿Estarás, si te suelto, sosegada,
mientras con razón claro yo te muestro
que fuiste sin razón de mí enojada?
CAMILA
Eres tú de razones gran maestro.
Suelta, que si estaré.
ALBANIO
Primero jura
por la primera fe del amor nuestro.
CAMILA
Yo juro por la ley sincera y pura
de la amistad pasada, de sentarme,
y de escuchar tus quejas muy segura.
¡Cuál me tienes la mano, de apretarme
con esa dura mano, descreído!
ALBANIO
¡Cuál me tienes el alma de dejarme!
CAMILA
Mi prendedero de oro ¡si es perdido!
¡Oh cuitada de mí! Mi prendedero
desde aquel valle aquí se me ha caído.
ALBANIO
Mira no se cayese allá primero,
antes de aqueste al Val de la Hortiga.
CAMILA
Doquier que se perdió, buscallo quiero.
ALBANIO
Yo iré a buscallo, escusa esa fatiga;
que no puedo sufrir que aquesta arena
abrase el blanco pie de mi enemiga.
CAMILA
Pues ya quieres tomar por mí esta pena,
derecho ve primero a aquellas hayas;
que allí estuve yo echada una hora buena.
ALBANIO
Ya voy; mas entre tanto no te vayas.
CAMILA
Seguro vé, que antes verás mi muerte
que tú me cobres ni a tus manos hayas.
ALBANIO
¡Ah ninfa desleal! Y ¿desa suerte
se guarda el juramento que me diste?
¡Ah condición de vida dura y fuerte!
¡Oh falso amor, de nuevo me heciste
revivir con un poco de esperanza!
¡Oh modo de matar penoso y triste!
¡Oh muerte llena de mortal tardanza!
Por ti podré llamar injusto el cielo,
injusta su medida y su balanza.
Recibe tú, terreno y duro suelo,
este rebelde cuerpo, que detiene
del alma el espedido y leve vuelo.
Yo me daré la muerte, y aun si viene
alguno a resistirme… ¿A resistirme?
El verá que a su vida no conviene.
¿No puedo yo morir, no puedo irme
por aquí, por allí, por do quisiere,
desnudo espirtu o carne y hueso firme?
SALICIO
Escucha, que algún mal hacerse quiere,
o cierto tiene trastornado el seso.
ALBANIO
Aquí tuviese yo quien mal me quiere.
Descargado me siento de un gran peso;
paréceme que vuelo, despreciando
monte, choza, ganado, leche y queso.
¿No son aquestos pies? Con ellos ando.
Ya caigo en ello, el cuerpo se me ha ido;
sólo el espirtu es éste que hora mando.
¿Hale hurtado alguno o escondido
mientras mirando estaba yo otra cosa?
¿O si quedó por caso allí dormido?
Una figura de color de rosa estaba
allí durmiendo; ¿si es aquélla
mi cuerpo? No, que aquélla es muy hermosa.
NEMOROSO
Gentil cabeza; no daría por ella
yo para mi traer solo un cornado.
ALBANIO
¿A quién iré del hurto a dar querella?
SALICIO
Estraño ejemplo es ver en qué ha parado
este gentil mancebo, Nemoroso;
¡Y a nosotros que le hemos más tratado,
manso, cuerdo, agradable, virtuoso,
sufrido, conversable, buen amigo,
y con un alto ingenio, gran reposo!
ALBANIO
Yo podré poco, o hallaré testigo
de quién hurtó mi cuerpo; aunque esté ausente,
yo le perseguiré como enemigo.
¿Sabrásme decir dél, mi clara fuente?
Dímelo, si lo sabes; así Febo
nunca tus frescas ondas escaliente.
Allá dentro en lo fondo está un mancebo
de laurel coronado, y en la mano
un palo propio, como yo, de acebo.
Hola, ¿quién está allá? Responde, hermano.
¡Válgame Dios! O tú eres sordo o mudo,
o enemigo mortal del trato humano.
Espirtu soy, de carne ya desnudo,
que busco el cuerpo mío, que me ha hurtado
algún ladrón malvado, injusto y crudo.
Callar que callarás. ¿Hasme escuchado?
¡Oh santo Dios! Mi cuerpo mismo veo,
o yo tengo el sentido trastornado.
¡Oh cuerpo! Hete hallado, y no lo creo;
tanto sin ti me hallo descontento.
Pon fin ya a tu destierro y mi deseo.
NEMOROSO
Sospecho que el continuo pensamiento
que tuvo de morir antes de agora
le representa aqueste apartamiento.
SALICIO
Como del que velando siempre llora,
quedan durmiendo las especies llenas
del dolor que en el alma triste mora.
ALBANIO
Si no estás en cadenas, sal ya fuera
a darme verdadera forma de hombre,
que agora sólo el nombre me ha quedado.
Y si no estás forzado en ese suelo,
dímelo; que si al cielo que me oyere,
con quejas no moviere y llanto tierno,
convocaré el infierno y reino escuro,
y romperé su muro de diamante,
como hizo el amante blandamente
por la consorte ausente, que cantando
estuvo halagando las culebras
de las hermanas negras mal peinadas.
NEMOROSO
¡De cuán desvariadas opiniones
saca buenas razones el cuitado!
SALICIO
El curso acostumbrado del ingenio,
aunque le falte el genio que lo mueva,
con la fuga que lleva, corre un poco;
y aunque éste está hora loco, no por eso
ha de dar al travieso su sentido,
en todo, habiendo sido cual tú sabes.
NEMOROSO
No más, no me lo alabes, que por cierto,
de vello como muerto estoy llorando.
ALBANIO
Estaba contemplando qué tormento
en este apartamiento. A lo que pienso
no nos aparta inmenso mar airado,
no torres de fosado rodeadas,
no montañas cerradas y sin vía,
no ajena compañía, dulce y cara;
un poco de agua clara nos detiene;
por ella no conviene lo que entramos
con ansia deseamos; porque al punto
que a ti me acerco y junto, no te apartas;
antes nunca te hartas de mirarme,
y de sinificarme en tu meneo
que tienes gran deseo de juntarte
con esta media parte. Daca, hermano,
échame acá esa mano, y como buenos
amigos a lo menos nos juntemos,
y aquí nos abracemos. Ah ¿burlaste?
¿Así te me escapaste? Yo te digo
que no es obra de amigo hacer eso.
¿Quedo yo, don Travieso, remojado,
y tú estás enojado? ¡Cuán apriesa
mueves ¿qué cosa es esa? tu figura!
¿Aún esa desventura me quedaba?
Ya yo me consolaba en ver serena
tu imagen, y tan buena y amorosa.
No hay bien ni alegre cosa ya que dure.
NEMOROSO
A lo menos que cure tu cabeza.
SALICIO
Salgamos, que ya empieza un furor nuevo.
ALBANIO
¡Oh Dios! ¿Por qué no pruebo a echarme dentro
hasta llegar al centro de la fuente?
SALICIO
¿Qué es esto, Albanio? Tente.
ALBANIO
¡Oh manifiesto
ladrón! Mas ¿qué es aquesto? Y ¿es muy bueno
vestiros de lo ajeno, y ante el dueño,
como si fuese un leño sin sentido,
venir muy revestido de mi carne?
Yo haré que descarne esa alma osada
aquesta mano airada.
SALICIO
Está quedo.
Llega tú, que no puedo detenelle.
NEMOROSO
Pues ¿qué quieres hacelle?
SALICIO
¿Yo? dejalle,
si desenclavijalle yo acabase
la mano, a que escapase mi garganta.
NEMOROSO
No tiene fuerza tanta; sólo puedes
hacer lo que tú debes a quien eres.
SALICIO
¡Qué tiempo de placeres y de burlas!
¿Con la vida te burlas, Nemoroso?
Ven ya, no estés donoso.
NEMOROSO
Luego vengo,
en cuanto me detengo yo aquí un poco.
Veré cómo de un loco te desatas.
SALICIO
¡Ay!, paso, que me matas.
ALBANIO
Aunque mueras…
NEMOROSO
Ya aquello va de veras. Suelta, loco.
ALBANIO
Déjame estar un poco, que ya acabo.
NEMOROSO
Suelta ya.
ALBANIO
¿Qué te hago?
NEMOROSO
¿A mí? No, nada.
ALBANIO
Pues vete tu jornada, y nunca entiendas,
en ajenas contiendas.
SALICIO
¡Ah furioso!
Afierra, Nemoroso, tenle fuerte.
Yo te daré la muerte, don Perdido.
Ténmele tú tendido mientras lo ato;
probemos así un rato a castigallo.
Quizá con espantado habrá algún miedo.
ALBANIO
Señores, si estoy quedo ¿dejaréisme?
SALICIO
No.
ALBANIO
¡Pues qué! ¿mataréisme?
SALICIO
Sí.
ALBANIO
¿Sin falta?
Mira cuánto más alta aquella sierra
está que la otra tierra.
NEMOROSO
Bueno es esto.
El olvidará presto la braveza.
SALICIO
Calla, que así se aveza a tener seso.
ALBANIO
¿Cómo? ¡Azotado y preso!
SALICIO
Calla, escucha.
ALBANIO
Negra fué aquella lucha que contigo
hice, que tal castigo dan tus manos.
¿No éramos como hermanos de primero?
NEMOROSO
Albanio, compañero, calla agora,
y duerme aquí algún hora, y no te muevas.
ALBANIO
¿Sabes algunas nuevas de mí?
SALICIO
Loco.
ALBANIO
Paso, que duermo un poco.
SALICIO
¿Duermes, cierto?
ALBANIO
¿No me ves como un muerto? Pues ¿qué hago?
SALICIO
Éste te dará el pago, si despiertas,
en esas carnes muertas, te prometo.
NEMOROSO
Algo está más quieto y reposado
que hasta aquí. ¿Qué dices tú, Salicio?
¿Parécete que puede ser curado?
SALICIO
En procurar cualquiera beneficio
a la vida y salud de un tal amigo
haremos el debido y justo oficio.
NEMOROSO
Escucha, pues, un poco lo que digo,
y contaré una estraña y nueva cosa,
de que yo fui la parte y el testigo.
En la ribera verde y deleitosa
del sacro Tormes, dulce y claro río,
hay una vega grande y espaciosa,
verde en el medio del invierno frío,
en el otoño verde y primavera,
verde en la fuerza del ardiente estío.
Levántase al fin della una ladera
con proporción graciosa en el altura,
que sojuzga la vega y la ribera.
Allí está sobrepuesta la espesura
de las hermosas torres, levantadas
al cielo con estraña hermosura.
No tanto por la fábrica estimadas,
aunque estraña labor allí se vea,
cuanto de sus señores ensalzadas.
Allí se halla lo que se desea:
virtud, linaje, haber y todo cuanto
bien de natura o de fortuna sea.
Un hombre mora allí de ingenio tanto,
que toda la ribera adonde él vino
nunca se harta de escuchar su canto.
Nacido fué en el campo placentino,
que con estrago y destruición romana
en el antiguo tiempo fué sanguino,
y en éste, con la propria, la inhumana
furia infernal, por otro nombre guerra
lo tiñe, y lo arruina y lo profana.
El, viendo aquesto, abandonó su tierra,
por ser más del reposo compañero,
que de la patria que el furor atierra.
Llevóle a aquella parte el buen agüero,
de aquella tierra de Alba tan nombrada,
que este es el nombre della, y dél Severo.
A aquéste, Febo no le escondió nada;
antes de piedras, hierbas y animales
diz que le fué noticia entera dada.
Éste, cuando le place, a los caudales
ríos el curso presuroso enfrena
con fuerza de palabras y señales.
La negra tempestad en muy serena
y clara luz convierte, y aquel día,
si quiere revolvello, el mundo atruena.
La luna de allá arriba bajaría
si al son de las palabras no impidiese
el son del carro que la mueve y guía.
Temo que si decirte presumiese
de su saber la fuerza con loores,
que en lugar de alaballo, lo ofendiese.
Mas no te callaré que los amores
con un tan eficaz remedio cura,
cuanto conviene a tristes amadores.
En un punto remueve la tristura,
convierte en odio aquel amor insano,
y restituye el alma a su natura.
No te sabré decir, Salicio hermano,
la orden de mi cura y la manera;
mas sé que me partí dél libre y sano.
Acuérdaseme bien que en la ribera
de Tormes lo hallé solo cantando,
tan dulce, que a una piedra enterneciera.
Como cerca me vido, adivinando
la causa y la razón de mi venida,
suspenso un rato estuvo allí callando;
y luego con voz clara y espedida
soltó la rienda al verso numeroso
en alabanzas de la libre vida.
Yo estaba embebecido y vergonzoso;
atento al son, y viéndome del todo
fuera de libertad y de reposo,
no sé decir sino que, en fin, de modo
aplicó a mi dolor la medicina,
que el mal desarraigó de todo en todo.
Quedé yo entonces como quien camina
de noche por caminos enriscados,
sin ver dónde la senda o paso inclina,
mas venida la luz, y contemplados,
del peligro pasado nace un miedo,
que deja los cabellos erizados.
Así estaba mirando atento y quedo
aquel peligro yo que atrás dejaba,
que nunca sin temor pensallo puedo.
Tras esto luego se me presentaba
sin antojos delante, la vileza
de lo que antes ardiendo deseaba.
Así curó mi mal con tal destreza
el sabio viejo, como te he contado,
que volvió el alma a su naturaleza,
y soltó el corazón aherrojado.
SALICIO
¡Oh gran saber! ¡Oh viejo frutuoso!
que el perdido reposo al alma vuelve,
y lo que la revuelve y lleva a tierra,
del corazón destierra encontinente.
Con esto solamente que contaste,
así lo reputaste acá conmigo,
que sin otro testigo, a desealle
ver presente y hablalle me levantas.
NEMOROSO
¿Desto poco te espantas tú, Salicio?
De más te daré indicio manifiesto,
si no te soy molesto y enojoso.
SALICIO
¿Qué es esto, Nemoroso, y qué cosa
puede ser tan sabrosa en otra parte
a mi, como escucharte? No la siento;
cuanto más este cuento de Severo;
dímelo por entero, por tu vida,
pues no hay quien nos impida ni embarace.
Nuestro ganado pace, el viento espira,
Filomena sospira en dulce canto,
y en amoroso llanto se amancilla;
gime la tortolilla sobre el olmo,
preséntanos a colmo el prado flores,
y esmalta en mil colores su verdura;
la fuente clara y pura murmurando
nos está convidando a dulce trato.
NEMOROSO
Escucha, pues, un rato, y diré cosas
estrañas y espantosas poco a poco.
Ninfas, a vos invoco; verdes faunos,
sátiros y silvanos, soltad todos
mi lengua en dulces modos y sutiles:
que ni los pastoriles ni el avena
ni la zampoña suena como quiero.
Este vuestro Severo pudo tanto
con el suave canto y dulce lira,
que, revueltos en ira y torbellino,
en medio del camino se pararon
los vientos, y escucharon muy atentos
la voz y los acentos, muy bastantes
a que los repunantes y contrarios
hiciesen voluntarios y conformes.
A aqueste el viejo Tormes como a hijo
lo metió al escondrijo de su fuente,
de do va su corriente comenzada.
Mostróle una labrada y cristalina
urna, donde él reclina el diestro lado;
y en ella vió entallado y esculpido
lo que antes de haber sido, el sacro viejo
por divino consejo puso en arte,
labrado a cada parte, las estrañas
virtudes y hazañas de los hombres
que con sus claros nombres ilustraron
cuanto señorearon de aquel río.
Estaba con un brío desdeñoso,
con pecho corajoso, aquel valiente
que contra un rey potente y de gran seso,
que el viejo padre preso le tenía,
cruda guerra movía, despertando
su ilustre y claro bando al ejercicio
de aquel piadoso oficio. A aqueste junto
la gran labor al punto señalaba
al hijo, que mostraba acá en la tierra
ser otro Marte en la guerra, en corte Febo.
Mostrábase mancebo en las señales
del rostro, que eran tales, que esperanza
y cierta confianza claro daban
a cuantos le miraban, que él sería
en quien se informaría un ser divino.
Al campo sarracino en tiernos años
daba con grandes daños a sentillo;
que, como fué caudillo del cristiano,
ejercitó la mano y el maduro
seso y aquel seguro y firme pecho.
En otra parte, hecho ya más hombre,
con más ilustre nombre, los arneses
de los fieros franceses abollaba.
Junto tras esto estaba figurado
con el arnés manchado de otra sangre,
sosteniendo la hambre en el asedio,
siendo él solo remedio del combate,
que con fiero rebate y con ruido
por el muro batido le ofrecían.
Tantos, al fin, morían por su espada,
a tantos la jornada puso espanto,
que no hay labor que tanto notifique
cuanto el fiero Fadrique de Toledo
puso terror y miedo al enemigo.
Tras aqueste que digo se veía
el hijo don García, que en el mundo
sin par y sin segundo solo fuera,
si hijo no tuviera. ¿Quién mirara
de su hermosa cara el rayo ardiente,
quién su resplandeciente y clara vista,
que no diera por vista su grandeza?
Estaban de crueza fiera armadas
las tres inicas hadas, cruda guerra
haciendo allí a la tierra con quitalle
a éste, que en alcanzalle fué dichosa.
¡Oh patria lagrimosa, y cómo vuelves
los ojos a los Gelves, sospirando!
El está ejercitando el duro oficio,
y con tal artificio la pintura
mostraba su figura, que dijeras,
si pintado le vieras, que hablaba.
El arena quemaba, el sol ardía,
la gente se caía medio muerta;
él solo con despierta vigilanza
dañaba la tardanza floja, inerte,
y alababa la muerte gloriosa.
Luego la polvorosa muchedumbre
gritando a su costumbre le cercaba;
mas el que se llegaba al fiero mozo,
llevaba con destrozo y con tormento
del loco atrevimiento el justo pago.
Unos en bruto lago de su sangre,
cortado ya el estambre de la vida,
la cabeza partida revolcaban;
otros claro mostraban espirando,
de fuera palpitando las entrañas,
por las fieras y estrañas cuchilladas
de aquella mano dadas. Mas el hado
acerbo, triste, airado, fué venido;
y al fin él, confundido de alboroto,
atravesado y roto de mil hierros,
pidiendo de sus yerros venia al cielo,
puso en el duro suelo la hermosa
cara, como la rosa matutina,
cuando ya el sol declina al mediodía,
que pierde su alegría, y marchitando
va la color mudándo; o en el campo
cual queda el lirio blanco, que el arado
crudamente cortado al pasar deja,
del cual aun no se aleja presuroso
aquel color hermoso, o se destierra;
mas ya la madre tierra, descuidada,
no le administra nada de su aliento,
que era el sustentamiento y vigor suyo.
¡Tal está el rostro tuyo en el arena,
fresca rosa, azucena blanca y pura!
Tras esto una pintura estraña tira
los ojos de quien mira, y los detiene
tanto, que no conviene mirar cosa
estraña ni hermosa, sino aquélla.
De vestidura bella allí vestidas
las Gracias esculpidas se veían;
solamente traían un delgado
velo, que el delicado cuerpo viste;
mas tal, que no resiste a nuestra vista.
Su diligencia en vista demostraban;
todas tres ayudaban en un hora
una muy gran señora que paría.
Un infante se vía ya nacido,
tal, cual jamás salido de otro parto,
del primer siglo al cuarto vió la luna.
En la pequeña cuna se leía
un nombre que decía: Don Fernando.
Bajaban, dél hablando, dedos cumbres
aquellas nueve lumbres de la vida;
con ligera corrida iba con ellas,
cual luna con estrellas, el mancebo
intonso y rubio Febo: y en llegando,
por orden abrazando todas fueron
al niño, que tuvieron luengamente
visto como presente. De otra parte
Mercurio estaba, y Marte, cauto y fiero,
viendo el gran caballero que encogido
en el recién nacido cuerpo estaba.
Entonces lugar daba mesurado
a Venus, que a su lado estaba puesta.
Ella con mano presta y abundante
nétar sobre el infante desparcía;
mas Febo la desvía de aquel tierno
niño, y daba el gobierno a sus hermanas.
Del cargo están ufanas todas nueve.
El tiempo el paso mueve, el niño crece,
y en tierna edad florece, y se levanta
como felice planta en buen terreno.
Ya sin preceto ajeno daba tales
a su ingenio señales, que espantaban
a los que lo criaban. Luego estaba
cómo una lo entregaba a un gran maestro,
que con ingenio diestro y vida honesta
hiciese manifiesta al mundo y clara
aquella ánima rara que allí vía.
Al niño recebía con respeto
un viejo, en cuyo aspeto se vía junto
severidad a un punto con dulzura.
Quedó desta figura como helado
Severo, y espantado viendo al viejo,
que, como si en espejo se mirara,
en cuerpo, edad y cara eran conformes.
En esto, el rostro a Tormes revolviendo,
vió que estaba riendo de su espanto.
“¿De qué te espantas tanto? —dijo el río—.
¿No basta el saber mío a que primero
que naciese Severo, yo supiese
que había de ser quien diese la dotrina
al ánima divina deste mozo?”
El, lleno de alborozo y de alegría,
sus ojos mantenía de pintura.
Miraba otra figura de un mancebo,
el cual venía con Febo mano a mano,
al mundo cortesano. En su manera,
lo juzgara cualquiera, viendo el gesto
lleno de un sabio, honesto y dulce afeto,
por un hombre perfeto en la alta parte
de la difícil arte cortesana,
maestra de la humana y dulce vida.
Luego fué conocida de Severo
la imagen por entero fácilmente
deste que allí presente era pintado.
Vió que era el que había dado a don Fernando,
su ánimo formando en luenga usanza,
el trato, la crianza y gentileza,
la dulzura y llaneza acomodada,
la virtud apartada y generosa,
y en fin, cualquier cosa que se vía
en la cortesanía, de que lleno
Fernando tuvo el seno y bastecido.
Después de conocido, leyó el nombre
Severo de aqueste hombre que se llama
Boscán, de cuya llama clara y pura
sale el fuego que apura sus escritos,
que en siglos infinitos tendrán vida.
De algo más crecida edad miraba
al niño que escuchaba sus consejos,
luego los aparejos ya de Marte,
estotro puesto aparte le traía.
Así les convenía a todos ellos,
que no pudiera dellos dar noticia
a otro la milicia en muchos años.
Obraba los engaños de la lucha,
la maña y fuerza mucha y ejercicio
con el robusto oficio está mesclando.
Allí con rostro blando y amoroso
Venus aquel hermoso mozo mira,
y luego lo retira por un rato
de aquel áspero trato y son de hierro.
Mostrábale ser yerro y ser mal hecho
armar contino el pecho de dureza,
no dando a la terneza alguna puerta.
Entrada en una huerta, con él siendo,
una ninfa durmiendo le mostraba.
El mozo la miraba, y juntamente
de súbito acidente acometido,
estaba embebecido, y a la diosa,
que a la ninfa hermosa se allegase
mostraba que rogase, y parecía
que la diosa temía de llegarse.
El no podía hartarse de miralla,
eternamente amalla proponiendo.
Luego venía corriendo Marte airado,
mostrándose alterado en la persona,
y daba la corona a don Fernando.
Estábale mostrando un caballero
que con semblante fiero amenazaba
al mozo que quitaba el nombre a todos.
Con atentados modos se movía
contra el que atendía en una puente.
Mostraba claramente la pintura
que acaso noche escura entonces era.
De la batalla fiera era testigo
Marte, que al enemigo condenaba
y al mozo coronaba en el fin della;
el cual como la estrella relumbrante
que el sol envía delante, resplandece.
De allí su nombre crece, y se derrama.
su valerosa fama a todas partes.
Luego con nuevas artes se convierte
a hurtar a la muerte y a su abismo
gran parte de sí mismo y quedar vivo
cuando el vulgo cativo lo llorare,
y muerto lo llamaré con deseo.
Estaba el Himeneo allí pintado,
el diestro pie calzado en lazos de oro.
De vírgenes un coro está cantando,
partidas altercando y respondiendo,
y en un lecho poniendo una doncella,
que quien atento aquélla bien mirase,
y bien la cotejase en su sentido
con la que el mozo vido allá en la huerta,
verá que la despierta y la dormida
por una es conocida de presente.
Mostraba juntamente ser señora
dina y merecedora de tal hombre.
El almohada el nombre contenía,
el cual doña María Enriques era.
Apenas tienen fuera a don Fernando,
ardiendo y deseando estar ya echado.
Al fin era dejado con su esposa,
dulce, pura, hermosa, sabia, honesta.
En un pie estaba puesta la fortuna,
nunca estable ni una, que llamaba
a Fernando, que estaba en vida ociosa,
que por dificultosa y ardua vía
quisiera ser su guía y ser primera;
mas él por compañera tomó a aquélla,
siguiendo a la que es bella descubierta,
y juzgada cubierta por disforme;
el nombre era conforme a aquesta fama:
virtud ésta se llama, al mundo rara.
¿Quién tres ella guiara igual en curso,
sino éste, que el discurso de su lumbre
forzaba la costumbre de sus años,
no recibiendo engaños sus deseos?
Los montes Pireneos, que se estima
de abajo que la cima está en el cielo,
y desde arriba el suelo en el infierno,
por medio del invierno atravesaba.
La nieve blanqueaba, y las corrientes
por debajo de puentes cristalinas
y por heladas minas van calladas.
El aire las cargadas ramas mueve,
que el peso de la nieve las desgaja.
Por aquí se trabaja el Duque osado,
del tiempo contrastado y de la vía,
con clara compañía de ir delante.
El trabajo constante y tan loable
por la Francia mudable, en fin, lo lleva,
la fama en él renueva la presteza;
la cual con ligereza iba volando,
y con el gran Fernando se paraba,
y le sinificaba en modo y gesto
que el caminar muy presto convenía.
De todos escogía el Duque uno,
y entrambos de consuno cabalgaban;
los caballos mudaban fatigados;
mas a la fin llegados a los muros
del gran París seguros, la dolencia,
con su débil presencia y amarilla,
bajaba de la silla al Duque sano,
y con pesada mano le tocaba.
El luego comenzaba a demudarse,
y amarillo pararse y a dolerse.
Luego pudiera verse de travieso
venir por un espeso bosque ameno,
de buenas hierbas lleno y medicina,
Esculapio, y camina, no parando,
hasta donde Fernando está en el lecho.
Entró con pie derecho, y parecía
que le restituía en tanta fuerza,
que a proseguir se esfuerza su viaje,
que lo llevó al pasaje del gran Reno.
Tomábale en su seno el caudaloso
y claro río, gozoso de tal gloria,
trayendo a la memoria cuándo vino
el vencedor latino al mismo paso.
No se mostraba escaso de sus ondas;
antes con aguas hondas que engendraba,
los bajos igualaba y al liviano
barco daba de mano, el cual, volando,
atrás iba dejando muros, torres.
Con tanta priesa corres, navecilla,
que llegas do amancilla una doncella,
y once mil más con ella, y mancha el suelo
de sangre, que en el cielo está esmaltada.
Ursula, desposada y virgen pura,
mostraba su figura, en una pieza
pintada su cabeza. Allí se vía
que los ojos volvía ya espirando;
y estábate mirando aquel tirano
que con acerba mano llevó a hecho
de tierno en tierno pecho tu compaña.
Por la fiera Alemaña de aquí parte
el Duque, a aquella parte enderezado
donde el cristiano estado estaba en dubio.
En fin al gran Danubio se encomienda;
por él suelta la rienda a su navío,
que con poco desvío de la tierra,
entre una y otra sierra el agua hiende.
El remo, que desciende en fuerza suma,
mueve la blanca espuma como argento.
El veloz movimiento parecía
que pintado se vía ante los ojos.
Con amorosos ojos adelante
Cario, César triunfante, lo abrazaba
cuando desembarcaba en Ratisbona.
Allí por la corona del imperio
estaba el magisterio de la tierra
convocado a la guerra que esperaban.
Todos ellos estaban enclavando
los ojos en Fernando, y en el punto
que así lo vieron junto, se prometen
de cuanto allí acometen la Vitoria.
Con falsa y vana gloria y arrogancia,
con bárbara jatancia allí se vía
a los fines de Hungría el campo puesto
de aquel que fué molesto en tanto grado
al húngaro cuitado y afligido;
las armas y el vestido a su costumbre,
era la muchedumbre tan estraña,
que apenas la campaña la abrazaba,
ni a dar pasto bastaba, ni agua el río.
César con celo y pío y con valiente
ánimo aquella gente despreciaba;
la suya convocaba, y en un punto
vieras un campo junto de naciones
diversas y razones, mas de un celo.
No ocupaban el suelo en tanto grado
con número sobrado y infinito
como el campo maldito; mas mostraban
virtud, con que sobraban su contrario,
ánimo voluntario, industria y maña;
con generosa saña y viva fuerza
Fernando los esfuerza y los recoge,
y a sueldo suyo coge muchos dellos.
De un arte usaba entre ellos admirable;
con el discipinable alemán fiero
a su manera y fuero conversaba;
a todos se aplicaba de manera,
que el flamenco dijera que nacido
en Flandes había sido, y el osado
español y sobrado, imaginando
ser suyo don Fernando y de su suelo,
demanda sin recelo la batalla.
Quien más cerca se halla del gran hombre
piensa que crece el nombre por su mano.
El cauto italiano nota y mira,
los ojos nunca tira del guerrero,
y aquel valor primero de su gente
junto en éste y presente considera.
En él ve la manera misma y maña
del que pasó en España sin tardanza,
siendo sólo esperanza de su tierra,
y acabó aquella guerra peligrosa
con mano poderosa y con estrago
de la fiera Cartago y de su muro,
y del terrible y duro su caudillo,
cuyo agudo cuchillo a las gargantas
Italia tuvo tantas veces puesto.
Mostrábase tras esto allí esculpida
la envidia carcomida, así molesta;
contra Fernando puesta frente a frente,
la desvalida gente convocaba,
y contra aquél la armaba, y con sus artes
busca por todas partes daño y mengua.
El con su mansa lengua y largas manos
los tumultos livianos asentando,
poco a poco iba alzando tanto el vuelo,
que la envidia en el cielo lo miraba;
y como no bastaba a la conquista,
vencida ya su vista de tal lumbre,
forzaba su costumbre, y parecía
que perdón le pedía, en tierra echada.
El, después de pisada, descansado
quedaba y aliviado de este enojo;
y lleno de despojo desta fiera,
hallaba en la ribera del gran río,
de noche, al puro frío del sereno,
a César, que en su seno está penoso,
del suceso dudoso desta guerra;
que, aunque de sí destierra la tristeza,
del caso la grandeza trae consigo
el pensamiento amigo del remedio.
Entrambos buscan medio convenible
para que aquel terrible furor loco
les empeciese poco, y recibiese
tal estrago, que fuese destrozado.
Después de haber hablado, ya cansados,
en la hierba acostados se dormían;
el gran Danubio oían ir sonando,
casi como aprobando aquel consejo.
En esto el claro viejo río se vía
que del agua salía muy callado,
de sauces coronado y de un vestido
de las ovas tejido mal cubierto,
y en aquel sueño incierto les mostraba
todo cuanto tocaba al gran negocio.
Y parecía que el ocio sin provecho
les sacaba del pecho; porque luego,
como si en vivo fuego se quemara
alguna cosa cara, se levantan
del gran sueño y se espantan, alegrando
el ánimo y alzando la esperanza.
El río sin tardanza parecía
que el agua disponía al gran viaje;
allanaba el pasaje y la corriente,
para que fácilmentee aquella armada
que había de ser guiada por su mano,
en el remar liviano y dulce viese
cuánto el Danubio fuese favorable.
Con presteza admirable vieras junto
un ejército a punto denonado;
y después de embarcado, el remo lento,
el duro movimiento de los brazos,
los pocos embarazos de las ondas
llevaban por las hondas aguas presta
el armada, molesta al gran tirano.
El artificio humano no hiciera
pintura que esprimiera vivamente,
el armada, la gente, el curso, el agua;
apenas en la fragua, donde sudan
los cíclopes y mudan fatigados
los brazos ya cansados del martillo,
pudiera así esprimillo el gran maestro.
Quien viera el curso diestro por la clara
corriente, bien jurara a aquellas horas
que las agudas proras dividían
el agua y la hendían con sonido,
y el rastro iba seguido. Luego vieras
al viento las banderas tremolando,
las ondas imitando en el moverse.
Pudiera también verse casi viva
la otra gente esquiva y descreída,
que, de ensoberbecida y arrogante,
pensaban que delante no hallaran
hombres que se pararan, a su furia.
Los nuestros, tal injuria no sufriendo,
remos iban metiendo con tal gana,
que iba de espuma cana el agua llena.
El temor enajena al otro bando;
el sentido, volando de uno en uno,
entrábase importuno por la puerta
de la opinión incierta, y siendo dentro,
en el íntimo centro allá del pecho
les dejaba deshecho un hielo frío,
el cual, como un gran río en flujos gruesos,
por medulas y huesos discurría.
Todo el campo se vía conturbado
y con arrebatado movimiento;
sólo del salvamento platicaban.
Luego se levantaban con desorden;
confusos y sin orden caminando,
atrás iban dejando con recelo,
tendida por el suelo, su riqueza.
Las tiendas do pereza y do fornicio,
con todo bruto vicio obrar solían,
sin ellas se partían; así armadas,
eran desamparadas de sus dueños.
A grandes y pequeños juntamente
era el temor presente por testigo,
y el áspero enemigo a las espaldas,
que les iba las faldas ya mordiendo.
César estar teniendo allí se vía
a Fernando, que ardía sin tardanza
por colorar su lanza en turca sangre.
Con ánimos a hambre y con denuedo
forceja con quien quedo estar le manda.
Como lebrel de Irlanda generoso
que el jabalí cerdoso y fiero mira,
rebátese, sospira, fuerza y riñe,
y apenas le costriñe el atadura,
que el dueño con cordura más aprieta;
así estaba perfeta y bien labrada
la imagen figurada de Fernando,
que quien allí mirándola estuviera,
que era desta manera bien juzgara.
Resplandeciente y clara de su gloria
pintada la Vitoria se mostraba;
a César abrazaba, y no parando,
los brazos a Fernando echaba al cuello.
El mostraba de aquello sentimiento,
por ser el vencimiento tan holgado.
Estaba figurado un carro estraño
con el despojo y daño de la gente
bárbara, y juntamente allí pintados
cativos amarrados a las ruedas,
con hábitos y sedas variadas;
lanzas rotas, celadas y banderas,
armaduras ligeras de los brazos,
escudos en pedazos divididos,
vieras allí cogidos en trofeo,
con que el común deseo y voluntades
de tierras y ciudades se alegraba.
Tras esto blanqueaba falda y seno
con velas al Tirreno de la armada
sublime y ensalzada y gloriosa.
Con la prora espumosa las galeras,
como nadantes fieras, el mar cortan,
hasta que en fin aportan con corona
de lauro a Barcelona, do cumplidos
los votos ofrecidos y deseos,
y los grandes trofeos ya repuestos,
con movimientos prestos de allí luego,
en amoroso fuego todo ardiendo,
el Duque iba corriendo, y no paraba.
Cataluña pasaba, atrás la deja;
ya de Aragón se aleja, y en Castilla,
sin bajar de la silla, los pies pone.
El corazón dispone a la alegría
que vecina tenía, y reserena
su rostro, y enajena de sus ojos
muerte, daños, enojos, sangre y guerra.
Con sólo amor se encierra sin respeto,
y el amoroso afeto y celo ardiente
figurado y presente está en la cara;
y la consorte cara, presurosa,
de un tal placer dudosa, aunque lo vía,
el cuello le ceñía en nudo estrecho,
de aquellos brazos hecho delicados;
de lágrimas preñados relumbraban
los ojos que sobraban al sol claro.
Con su Fernando caro y señor pío
la tierra, el campo, el río, el monte, el llano,
alegres a una mano estaban todos,
mas con diversos modos lo decían.
Los muros parecían de otra altura;
el campo en hermosura de otras flores
pintaba mil colores disconformes;
estaba el mismo Tormes figurado
en torno rodeado de sus ninfas,
vertiendo claras linfas con instancia,
en mayor abundancia que solía;
del monte se veía el verde seno
de ciervos todo lleno, corzos, gamos,
que de los tiernos ramos van rumiando;
el llano está mostrando su verdura,
tendiendo su llanura así espaciosa,
que a la vista curiosa nada empece,
ni deja en qué tropiece el ojo vago.
Bañados en un lago, no de olvido,
mas de un embebecido gozo, estaban
cuantos consideraban la presencia
deste, cuya ecelencia el mundo canta,
cuyo valor quebranta al turco fiero.
Aquesto vió Severo por sus ojos,
y no fueron antojos ni ficiones;
si oyeras sus razones, yo te digo
que como a buen testigo lo creyeras.
Contaba muy de veras que, mirando
atento y contemplando las pinturas,
hallaba en las figuras tal destreza,
que con mayor viveza no pudieran
estar si ser les dieran vivo y puro.
Lo que dellas escuro allí hallaba,
y el ojo no bastaba a recogello,
el río le daba dello gran noticia.
—Éste, de la milicia —dijo el río—
la cumbre y señoría tendrá sólo
del uno al otro polo, y porque espantes
a todos, cuando cantes los famosos
hechos tan gloriosos, tan ilustres,
sabe que en cinco lustres de sus años
hará tantos engaños a la muerte,
que con ánimo fuerte habrá pasado
por cuanto aquí pintado della has visto.
Ya todo lo has previsto, vamos fuera,
dejarte he en la ribera do estar sueles.
—Quiero que me reveles tú primero
—le replicó Severo— qué es aquello,
que de mirar en ello se me ofusca
la vista; así corusca y resplandece,
y tan claro parece allí en la urna,
como en hora noturna la cometa.
—Amigo, no se meta —dijo el viejo—
ninguno, le aconsejo, en este suelo
en saber más que el cielo le otorgare;
y si no te mostrare lo que pides,
tu mismo me lo impides, porque en tanto
que el mortal velo y manto el alma cubren,
mil cosas se te encubren, que no bastan
tus ojos, que contrastan, a mirallas.
No pude yo pintallas con menores
luces y resplandores, porque sabe,
y aquesto en ti bien cabe, que esto todo
que en ecesivo modo resplandece
tanto, que no parece ni se muestra,
es lo que aquella diestra mano osada
y virtud sublimada de Fernando
acabarán entrando más los días.
Lo cual, con lo que vías comparado,
es como con nublado, muy escuro
el sol ardiente, puro, relumbrante.
Tu vista no es bastante a tanta lumbre,
hasta que la costumbre de miralla
tu ver al contemplada no confunda.
Como en cárcel profunda el encerrado,
que, súbito sacado, le atormenta
el sol que se presenta a sus tinieblas,
así tú, que las nieblas y honduras,
metido en estrechura, contemplabas
que era cuando mirabas otra gente,
viendo tan diferente suerte de hombre,
no es mucho que te asombre luz tamaña;
pero vete, que baña el sol hermoso
su carro presuroso ya en las ondas,
y antes que me respondas será puesto.
Diciendo así, con gesto muy humano
tomóle por la mano. ¡Oh admirable
caso, y, cierto, espantable! Que en saliendo,
se fueron estriñendo de una parte
y de otra de tal arte aquellas ondas,
que las aguas que hondas ser solían,
el suelo descubrían, y dejaban
seca por do pasaban la carrera,
hasta que en la ribera se hallaron;
y como se pararon en un alto,
el viejo de allí un salto dió con brío,
y levantó del río espuma al cielo,
y comovió del suelo negra arena.
Severo, ya de ajena ciencia instruto,
fuese a coger el fruto sin tardanza
de futura esperanza; y escribiendo,
las cosas fué esprimiendo muy conformes
a las que había de Tormes aprendido;
y aunque de mi sentido él bien juzgase
que no las alcanzase, no por eso
este largo proceso sin pereza
dejó, por su nobleza, de mostrame.
Yo no podía hártame allí leyendo,
y tú de estarme oyendo estás cansado.
SALICIO
Espantado me tienes
con tan estraño cuento,
y al son de tu hablar embebecido:
acá dentro me siento,
oyendo tantos bienes
y el valor de este príncipe escogido,
bullir con el sentido
y arder con el deseo,
por contemplar presente
a aquel que, estando ausente
por tu divina relación ya veo.
¡Quién viese la escritura,
ya que no puede verse la pintura!
Por firme y verdadero,
después que te he escuchado,
tengo que ha de sanar Albanio cierto;
qué según me has contado,
bastará tu Severo
a dar salud a un vivo y vida a un muerto;
que a quien fué descubierto
un tamaño secreto,
razón es que se crea
que, cualquiera que sea,
alcanzará con su saber perfeto,
y a las enfermedades
aplicará contrarias calidades.
NEMOROSO
Pues ¿en qué te resumes, di, Salicio,
acerca deste enfermo compañero?
SALICIO
En que hagamos el debido oficio.
Luego de aquí partamos, y primero
que haga curso el mal y se envejesca,
así le presentemos a Severo.
NEMOROSO
Yo soy contento, y antes que amanesca
y que del sol el claro rayo ardiente
sobre las altas cumbres se paresca,
el compañero mísero y doliente
llevemos luego donde cierto entiendo
que será guarecido fácilmente.
SALICIO
Recoge tu ganado, que cayendo
ya de los altos montes las mayores
sombras, con ligereza van corriendo.
Mira en torno, y verás por los alcores
salir el humo de las caserías
de aquestos comarcanos labradores.
Recoge tus ovejas y las mías,
y vete ya con ellas poco a poco
por aquel mismo valle que solías.
Yo solo me avendré con nuestro loco,
que pues él hasta quí no se ha movido,
la braveza y furor debe ser poco.
NEMOROSO
Si llegas antes, no te estés dormido:
apareja la cena, que sospecho
que aún fuego Galafrón no habrá encendido.
SALICIO
Yo lo haré, que al hato iré derecho,
si no me lleva a despeñar consigo
de algún barranco Albanio a mi despecho.
Adiós, hermano.
NEMOROSO
Adiós, Salido amigo.