PREFACIO
Sobre poco más o menos, no hay hombre que no esté pendiente de los relatos, de las novelas, que le revelan la verdad múltiple de la vida. Sólo esos relatos, que a veces se leen en los trances, le enfrentan con el destino. Hemos, pues, de buscar apasionadamente lo que pueden ser los relatos, cómo orientar el esfuerzo mediante el cual la novela se renueva o, mejor aún, se perpetúa.
El interés por técnicas diferentes, que vengan a reparar la saciedad de formas conocidas, efectivamente llega a ocupar los espíritus. Pero malamente puedo explicarme —si es nuestro propósito saber lo que puede ser una novela— que, desde un principio, no se distinga y señale con claridad un fundamento. El relato que revela las posibilidades de la vida no tiene forzosamente por qué suponer una llamada, sino que apela a un momento de rabia, que, de no darse, cegaría al autor respecto a tales posibilidades excesivas. Yo estoy convencido: sólo la prueba asfixiante, imposible, ofrece al autor el medio de alcanzar los lejanos horizontes que espera un lector hastiado de los vecinos límites impuestos por las convenciones.
¿Cómo perder el tiempo con libros a los que, manifiestamente, su autor no se ha visto obligado?
Mi intención ha sido la de formular este principio. Renuncio a justificarlo.
Me limito a enunciar unos títulos que puedan responder de mi afirmación (algunos títulos…, podría dar otros, pero el desorden da la medida de mi intención): Wuthering Heights, El Proceso, En busca del tiempo perdido, El Rojo y el Negro, Eugénie de Franval, La Condena a muerte, Sarrazine, El idiota[1]…
Ha sido mi intención expresarme premiosamente.
Mas no insinúo que un arranque de rabia o que las pruebas a que me somete el sufrimiento sean lo único que confiere a los relatos su poder de revelación. He aludido a ello para terminar diciendo que, en el origen de las monstruosas anomalías de El Azul del Cielo, sólo había un tormento que me estaba destrozando. Tales anomalías integran El Azul del Cielo. Mas tan lejos estoy de pensar que tal fundamento pueda bastar para darle valor, que había renunciado a publicar este libro, escrito en 1935.
Hoy, unos amigos a quienes había conmovido la lectura del manuscrito me incitaron a su publicación. He optado finalmente por remitirme a la bondad de su juicio. Pero había llegado incluso hasta a olvidar su existencia.
Desde 1936, había decidido no volver a pensar en él.
Por lo demás, en el interín, la guerra de España y la guerra mundial habían contribuido a que los incidentes históricos ligados a la trama de esta novela, cobraran un carácter insignificante: ante la propia tragedia, ¿qué atención puede prestarse a sus signos anunciadores?
Tal razón armonizaba con la insatisfacción y el malestar que el propio libro me inspira. Mas tales circunstancias se han vuelto hoy tan lejanas, que mi relato, escrito, por decirlo así, en pleno fuego del acontecimiento, se presenta en las mismas condiciones que otros, relegados, por elección expresa del autor, a un pasado insignificante.
Disto mucho, hoy, del estado de ánimo del que este libro emanara; pero, en definitiva, por no operar ya esta razón, que en su tiempo era decisiva, me remito al juicio de mis amigos.