Del
mismo modo
que El Quijote no
debe contarse entre los li-
bros de caballerías, Las once
mil vergas —la obra maestra de
Apollinaire, según Pablo Picasso y
otros contemporáneos— no debe tomarse
por una novela pornográfica (si este adjetivo
tiene alguna significación precisa). La ausencia
de metafísica, seriedad y trascendencia, que
impregnan la pornografía de consumo, hace
de ésta una obra completamente diferen-
te, terriblemente humorística y sarcás-
ticamente corrosiva. Louis Aragon
ya lo advertía en su no firmado
prólogo de la edición de 1930:
«Permitidme haceros no-
tar que esto no
es se-
rio».