Una muñeca del pasado

 

Lo único que permite que la vida sea posible es la permanente, intolerable incertidumbre; no saber qué viene después.

 

Sonaba el teléfono de la oficina de David. La llamada provenía de una línea interna. Él miraba en la distancia, a través de los grandes ventanales de su oficina. En el fondo, la Bahía de Panamá, pintada en esa hermosa mañana, lo asistía a meditar.

El sonido del timbre continuaba, mientras que él seguía atento al paisaje. Sabía que tenía que tomar la llamada, pero se encontraba en una especie de trance, atrapado entre lo que estaba mirando y sus pensamientos.

Desde que se levantó de su cama ese día, tuvo la corazonada de que sería un día distinto. Despertó de su corta meditación y tomó el auricular.

—¿Sí?

—Señor Tibaldero, lo busca una joven en referencia a “Fernanda Braga Da Silva de Brasil”.

Hubo silencio en la línea por un instante.

—¿Repíteme, Katherine?

—La joven que lo busca hace referencia a “Fernanda Braga Da Silva de Brasil”, y quiere reunirse con usted. Esto es lo que me dice. ¿La hago pasar a la sala de reuniones?

David hurgó en su memoria por unos breves segundos. De repente, sintió un hormigueo en su estómago.

—M-mejor voy yo a recibirla, Katherine. Dile que me espere, por favor.

—Cómo no señor.

David marchó a paso acelerado hasta la recepción. La emoción por encontrarse con la persona que él pensaba que podía ser, lo inquietaba. En el trayecto, podía escuchar el murmullo de los otros colegas y asociados comentando sobre la “hermosura” que se encontraba ahí afuera. Y era comprensible el cotilleo: una esbelta y despampanante joven aguardaba.

—Buenos días —hizo una pausa cargada de incredulidad— ¿Fernanda…?

—No, Rafaela... —contestó la joven con alegría contenida en su semblante.

David, a punto de caer de espaldas, quedó estupefacto.

—¿Rafaela?... pero. ¡Dios mío! ¿Cómo puede ser? Eres toda una… ¡Mujer!

—Sí. ¡Hola, David! ¡Qué gusto me da verte nuevamente después de tantos años!

—¡Dios mío! —exclamó en total asombro.

Ambos sonreían con brillo y con una expresión de sorpresa en sus rostros. David no cabía en su cuerpo mientras Rafaela volvía a adoptar el papel de niña extremadamente alegre que David conoció la primera vez.

—No, no, no… ¡Dios! Espérate, chiquilla. Yo te vi así de chiquita —le habló en portugués, mientras colocaba la mano abierta con la palma hacia abajo, a la altura de sus muslos, y abría la boca, incrédulo.

—Sí, pero todos crecemos. Tú sabes, yo también te recuerdo como un chico. ¡Tampoco has cambiado tanto! —quiso decirle más, pero no se sentía en confianza ante tantos ojos enfocándolos; estaba conmovida por los primeros segundos de ese reencuentro inesperado— Y tu portugués como que ha perdido algo del acento carioca.

Al fin se dieron un abrazo fuerte, recordando el cariño mutuo. No pudo evitar sentir el delicioso aroma que emanaba de su cuerpo y de su cabello. Ese abrazo fue maravilloso. Se sintió bien…

David comenzaba a viajar al pasado.

—¡Pero tu español sí es perfecto, mi “Menina”! —le dijo con confianza entre risas y emoción.

—Decidí estudiar español en el colegio y tomar clases en la universidad. A ver, ¿quién crees tú que habrá sido mi influencia? —expreso con sarcasmo y sonriendo.

Se desarrollaba en la recepción una escena distinta a lo usual. Katherine trataba de comprender la reacción de David y la alegría de ambos comenzaba a contagiar el ambiente. Sus tonos de voz eran bastante altos como para llamar la atención del resto, y ahora el murmullo se intensificaba por la curiosidad general.

—¡Vaya! Esto sí que es una verdadera sorpresa. ¡Estoy sin palabras Rafaela!

—Yo estaba nerviosísima antes de venir aquí. No sabía si te ibas a acordar o si me ibas a recibir.

—¡Cómo se te ocurre! Yo jamás me olvidaría de ti, ni de los otros allá. ¡Jamás! Ven, sígueme. Pasemos a mi oficina. —le pidió con cordialidad.

David guiaba a Rafaela hacia su despacho. Sentía la mirada de los ojos de buitre de sus colegas y asociados que quedaban en pausa al ver irse a la joven. Él llegó a percibir la lujuria apenas contenida en los ojos del personal masculino, y aceleraba el paso para poner a la chica a cubierto.

—Toma asiento con confianza Rafaela. ¡No te imaginas lo alegre que me encuentro por verte nuevamente! ¡Esto me parece irreal!, ¡Dios mío!

David la abrazó otra vez, cariñosamente.

—Yo también estoy que no quepo en mí, David. ¡No tengo palabras para expresarme!

Ambos suspiraban y sonreían inconteniblemente.

—Esta visita sorpresa para mí, Rafaela, ha sido uno de los mejores regalos que he recibido en los últimos años. No sé qué decirte.

—¡Soñé con este reencuentro tantas veces, que no puedo creer que te esté viendo de nuevo, David!

—Lo mismo digo yo, Rafaela.

—¿Y qué fue contigo, chico?

—Bueno, me fui de Brasil y desde ese entonces el destino me ha llevado por diversos caminos, me fui a estudiar a Estados Unidos y luego a Inglaterra. Me desconecté sin querer —trató de excusarse.

Rafaela escuchaba a David atentamente y a la vez miraba alrededor con curiosidad, analizando su oficina, prestando atención a los detalles. Trataba de hacer la conexión entre el hombre de ahora con el adolescente que conoció en su niñez.

Pudo ver sus diplomas colgando de las paredes, fotografías junto a familiares y amigos, así como carteles interesantes, cuadros desconocidos y adornos particulares, entre estos, las huacas precolombinas con sus portes enigmáticos y de historia perdida, y la réplica diminuta de una motocicleta BMW moderna, amarilla, que pudo reconocer por su famoso emblema, y que reposaba en una esquina de su escritorio.

“Seguro le gustan las motos, qué interesante” —pensó, animada. Le llamó la atención —en especial— una fotografía en la que él posaba junto a una hermosa joven de cabello castaño, algo rubio, blanca, de ojos azules, con un toque bastante anglosajón, a quien tenía abrazada y era clara la muestra de afecto entre ambos por la escena y la esencia captada en la foto, además de que estaban en vestido de baño, muy “acaramelados”, con un paisaje de fondo en alguna playa paradisiaca. Sintió una gran curiosidad que la invadía —por razones que en ese instante no podía manifestar— y quería saber quién era, conocer su nombre y el porqué de la foto. Se contuvo y no preguntó…

Retornó a la conversación con David luego de curiosear sutilmente su espacio sin que él se percatara.

—No te preocupes, comprendo. Como leí en varios apuntes de mi madre, el tiempo y la distancia trabajan juntos a su manera —le dijo a David, reconfortándolo.

—Y, cuéntame mi Menina, ¿qué te trae por acá? No dejo de estar sorprendido.

—Pues bien, soy arquitecta y estoy como expositora en una conferencia que se está presentando en el Hotel Miramar.

Estando en tu país, aproveché para visitarte.

—¡Dios! ¿Arquitecta? ¡Otra sorpresa, Menina! De veras que tenemos mucho de qué hablar. Tienes que actualizarme. Y, por cierto, ¿cómo diste conmigo?

—Fácil, la señora Helia me dio unos datos tuyos, con eso habría bastado quizás, pero fue más fácil buscarte por Internet.

—¿La señora Helia? ¿Y cómo está la doñita?

Hacía tiempo que David no pensaba en la señora Helia. Su recuerdo retornó a su memoria. También tenía reproches para sí mismo por no mantener la debida comunicación con todas esas personas queridas, incluyendo la misma Rafaela.

—Todavía está entera y con buena salud. Me pidió que te mandara un beso y un fuerte abrazo, y recordarte que cuando gustes te prepara una “feijoada” a su estilo.

—Me encantaría verla nuevamente. Ella me ayudó mucho, sabes. ¿Cuánto tiempo vas a estar por acá?

—La conferencia dura cuatro días, pero planeo quedarme la semana completa para conocer algo de tú país.

—¡Genial! Permíteme encargarme de mostrarte lo mejor. Así tendremos tiempo para hablar de todo, ¿qué te parece?

—Perfecto. Me anima la idea y gracias por tu oferta. ¿Quién mejor que alguien que adore a su país?

Mientras hablaban, Rafaela tomó su bolso y buscaba en él. David se percató de su cautivadora belleza y del gran parecido con su madre Fernanda. También sentía que seguía siendo la tierna niña que conoció hacía más de 15 años. Era igual de dulce y cariñosa como la recordaba de niña; y ahora, hecha una esbelta mujer, radiante y ¡hermosa! Sus cabellos eran castaños también, tal vez más claros que los de su madre. Sus ojos seguían como los recordaba: pardos, mientras que los de Fernanda eran más claros, entre ámbar y miel. La tez de su piel era igual a la de su madre, con el mismo brillo —recordaba claramente—, y las curvas del cuerpazo que ahora le acompañaban eran clara evidencia de la herencia materna. Sin querer las comparaba. Era inevitable. Hacía mucho tiempo que se había desconectado de lo que vivió en Brasil. Y la mujer que tenía frente a él, compartió con él de niña; ahora, hecha toda una mujer, le recordaba a su madre.

—¡Qué idéntica eres a tu madre, Rafaela! Podría jurar que la tengo enfrente. ¡Esto es impresionante!

—¿Y tú, David? Ahora pareces todo un hombre de negocios, y te me estás quedando calvito —dijo sonriendo.

David pasó sus manos por sus pocos cabellos, como confirmando lo dicho.

—No estoy perdiendo cabellos, Menina; simplemente estoy ganando más frente —le respondió con sarcasmo —Ya me he resignado a que lo único que para la caída del cabello es el piso— agregó.

Ambos rieron a carcajadas. Sin querer cambiar el tema o el tono de la conversación, David procedió a hacer la pregunta que ambos sabían que sería lanzada en cualquier momento. No la había hecho antes porque no quería ser tan obvio. Eran muchos años de distancia y no tenía idea de la “percepción” general que podía existir sobre lo que él vivió con Fernanda. Se sentía en una posición embarazosa. Si tan solo supiera lo tanto que Rafaela avalaba esta historia.

—¿Cómo esta ella? Fernanda, tu madre. ¿Cómo está? Por cierto, ahora recuerdo, también me enteré de que tienes una hermanita, Pia… Eh… yo recibí una nota tuya hace años donde me hiciste mención de eso, cuéntame.

Ambos, sin querer, procuraron dejar el tema “Fernanda” para el final.

—Ah, sí, recuerdo esa nota claramente.

—¿Cómo diste conmigo en aquel entonces, Menina?

—Te la mandé sin que nadie supiera. Un día revisando los cajones de la cómoda en la recámara de la tía Helia, me encontré con datos tuyos.

—Debiste haberme dejado remitente. Traté de responderte y de encontrarlas, pero…

—Quiero mostrarte algo —le dijo esquivando su respuesta.

Rafaela sacó un bulto envuelto en un pañuelo de seda estampado que se veía desgastado por el tiempo y comenzó a desenvolverlo sobre el escritorio. David miraba con atención.

—¿Qué es?

—Algo que siempre me ha acompañado. Y en cierta manera, es algo que me ha hecho regresar a verte.

Al desenvolver el pañuelo pudo mostrar la muñeca Barbie a la que se le notaban los años de abuso, y que se mantuvo encubierta como celoso contenido.

—¡Ay, verdad! ¡Mira tú! Recuerdo claramente cuando te la entregué como regalo.

David tomó la muñeca en sus manos y la miraba como un niño. Sus ojos se cargaron de lágrimas, pero logró contenerlas y absorberlas. Tener esa muñeca en sus manos le movió su ser y estremecieron los pilares que habían servido de barrotes para guardar todos estos sentimientos del pasado, un pasado que, por lo visto, hasta ese momento, seguía siendo un presente latente.

La estropeada muñeca le hacía vivir este nuevo presente con Rafaela, como si fuese un regalo, le llevaba de viaje al pasado a la velocidad de la luz para estar con Fernanda, y le hacía recordar a Jack. Todo esto a la vez. Era un raro rejuego surrealista el que estaba reviviendo en ese justo instante.

—Aún llevo grabada en mi mente tu sonrisa de agradecimiento —dijo, retornando el regalo a las manos de Rafaela.

Rafaela le sonrió como aquella vez.

—Yo creo que todos recibimos regalos en la vida que nunca olvidamos. Para mí este fue el regalo más importante en mi vida hasta que mi madre lo superó con otro.

Los ojos de David brillaban de la emoción. Tuvo interés de saber a qué se refería, pero prefirió no indagar. No era el momento. Miraba la muñeca en las manos de Rafaela y se daba cuenta de que esta se encontraba en manos de otra verdadera muñeca. Rafaela podía sentir el cariño sincero que emanaba de David.

Ella decidió tomar la iniciativa de retornar a “Fernanda”.

—¿Me preguntaste por mi madre? —interrumpió.

—Eh, bueno, sí, y otras cosas más... —asintió— ¿Cómo está ella?

—Bueno, tal vez este no sea el momento para decírtelo, pero la verdad es que no hay momento oportuno —vaciló— sino el primer momento que se pueda para ponerte al tanto.

Rafaela dudó un poco antes de continuar, pero se armó de valor por la responsabilidad que sentía, ya que consideraba que David debía estar al tanto de una vez por todas. Continuó.

—Ella murió dos años después de que te fuiste de Río.

David quedó frío, su rostro radiante se opacó; estuvo mirándola a los ojos fijamente por varios segundos. Rafaela se unió a su estupor.

—¡Dios, no puede ser!, pero, ¿cómo? —preguntó, afligido.

Rafaela notó el brillo en sus ojos a causa de las lágrimas que ya no podía contener más, por más esfuerzos que, como hombre, hiciera para no llorar.

—A causa de una rara afección cardíaca —le contestó.

El semblante de David cambió drásticamente, sin atinar a decir una palabra. Eran demasiadas sorpresas, y muy seguidas.

Su tono de voz se escuchó agobiado cuando logró articular las dudas.

—¿Cómo no me enteré? ¿Por qué no trataron de localizarme para decirme esto? ¡Dios! —Exclamó— Así como la señora Helia te ha dado mis datos, pudo dárselos a ustedes antes.

—Te entiendo —dijo consolándole— pero no se dio así, porque —se quedó a medio camino con lo que iba a decirle– ella prefirió dejarlo “allí”.

No era el momento para entrar en detalles. Entre la sorpresa de la noticia y la explosión de emociones, David no se percataba de los esfuerzos de la muchacha para cumplir su misión adecuadamente.

—Las malas noticias siempre lo alcanzan a uno tarde o temprano —se quejó.

Rafaela puso su mano suavemente en su antebrazo para confortarle.

—Cuánto lo siento David. Para ti es una triste noticia y comprendo lo difícil que es. Para mí fue como que el mundo se me acabara.

David la miró detenidamente a los ojos como si tratase de encontrar a Fernanda. Y por unos segundos sintió que estaba frente a ella. Una profunda nostalgia lo invadió. Su repentina esperanza de volver a tener cerca a la mujer que movió su existencia, desaparecía tan rápido como llegó. Solo quedaban los vestigios de sus recuerdos y las memorias marcadas con sentimientos indescriptibles. Solo quedaban los seres queridos que ahora seguían encontrándose gracias a aquella mujer carioca que marcó sus destinos.

—Esto es una triste realidad, no puedo aceptarla—agregó, afligido.

—Lo sé; mi madre te adoraba y yo recuerdo claramente que tú a ella también.

David estaba absorto. Su mente y su corazón se fueron a revivir los instantes que vivió con Fernanda y que yacían grabados en su alma. Se preguntó a sí mismo, brevemente, con algo de preocupación, qué tanto pudiese saber Rafaela sobre esos detalles. Pero enseguida surcó su razón la simple pregunta: “¿Habrá algún problema si ella lo sabe?”. “Para nada”, se respondió a sí mismo.

No tenía idea de que la evidencia de todo esto que pasaba por su mente era mucho más obvia de lo que se pudiese imaginar.

—Bueno, yo era un chiquillo, y… ¿qué te puedo decir? Circunstancias en las vidas de ambos nos unieron de una forma única... —dijo, tratando de rescatar un retazo de la alegría que vino con Rafaela.

—Ya tendremos la oportunidad de conversar de todo un poco —miró su reloj—. Tengo que retornar al hotel. En media hora me toca hablar en público.

—Permíteme llevarte por favor.

—Bueno. Ya que te ofreces, te lo agradezco de veras. Eh, ¿mi “Principito”?

¡Casi se desmaya! Sintió la súbita invasión de mariposas en el estómago, las que luego tomaron control de su cuerpo.

Brotaron en vuelo de la nada y sus breves aleteos le fulminaron con una descarga eléctrica masiva por toda su piel que lo dejó estupefacto.

¡Quedó congelado!, tanto así que Rafaela le acarició el hombro para despertarlo del extraño hipnotismo que esta palabra le había causado en un breve instante. Los ojos de David volvieron a enfocar el rostro de Rafaela. Una leve sonrisa apareció en su rostro para romper el hielo, tal vez, o para contener las emociones que este apodo inofensivo lograba revolver en ese baúl de recuerdos muy guardado dentro de su ser desde hacía ya más de 20 años, cuando alguien tan especial pronunciaba esa palabra mágica que surtía el mismo efecto en él que el del “Ábrete, sésamo” de Alí Babá, solo que en el caso de David, pese a las miles de noches transcurridas, el encanto mágico de esa “palabra”, de ese “apodo”, seguía más poderoso que nunca.

—¿Cómo sabes lo de “Principito”?

—¿Quién no lo sabe?

—Bueno, es verdad. Tampoco era tanto como un secreto. Tu madre se atrevía a llamarme así frente a ciertas personas.

Pero igual, estoy sorprendido.

—Yo sé más de ti de lo que crees. —Rafaela le dijo con un gesto pícaro, guiñándole el ojo— Yo he leído todos los apuntes y notas de mi madre.

David quedó pensativo y algo asustado al respecto. Más bien sentía algo de vergüenza y le comía el rubor. “Sabrá Dios que habrá escrito Fernanda de mi”, pensó.

—Bueno, ahora sí que estoy preocupado con esto de que has leído todas las notas de tu madre. —ella sonreía— Aparte de esperar que sean buenas mis referencias —él le devolvió la sonrisa— considero que sería bueno que en algún momento me dejes conocer lo que plasmó tu madre por escrito.

Rafaela seguía riendo y él no podía hacer otra cosa que admirarla.

—Tranquilo “Principito” —volvió a decirle con picardía—Nada malo. No dejes que tu conciencia te haga imaginarte cosas que no son. Solo te adelanto que yo sé que fuiste el gran amor de mi madre. Créeme, hasta lo malo tuyo ella lo adoraba.

David se encontraba sorprendido. Tanto así, que prefirió permanecer en silencio.

Ambos se adentraron sin querer a un momento en la vida de Fernanda y en el fondo ninguno de los dos se sentía en confianza como para conversar este tema abiertamente. La risa y los gestos de nerviosismo servían para aminorar la timidez particular sobre el tema por ambas partes. Era oportuno salir de esta encrucijada y retornar a algo más del día a día. Rafaela, dándose cuenta de esto, volvió a mirar su reloj, y le sirvió para dar un giro al tema.

—¡El tiempo vuela! Voy tardísimo —se levantó de la silla y de pie seguía conversando. Miraba a lo lejos a través del ventanal. —¿Me vas a llevar? Aunque no quiero incomodarte. Tomo un taxi y ya está. Yo sé que estás ocupadito —le dijo cariñosamente con el empleo del diminutivo en el lenguaje, detalle común en las brasileñas al hablar entre portugués y español.

—Por favor, está demás. Estás aquí y me toca atenderte, mi Menina —le dijo con ánimo.

David veía que Rafaela no le prestaba atención a la muñeca que permanecía sobre el escritorio.

—No se te vaya a olvidar tu muñeca, Rafaela.

—Yo sé. No se me está olvidando. Te la estoy dejando porque hay alguien que quiere conocer a aquel que me la dio como regalo y escuchar de su propia voz su historia…