La estrella de David y el Retorno de sus Ojitos Pardos
Cuando se quiere dar amor, hay un riesgo: el de recibirlo.
Jean Batiste Poquelin
“Amor no es mirarse el uno al otro, sino mirar los dos
en la misma dirección”.
Atribuida a Antoine de Saint-Exupéry
“El amor es todo aquello que dura el tiempo
exacto para que sea inolvidable.”
Mahatma Gandhi
—Aquí tiene su boleto de estacionamiento señor —le dijo el valet del hotel a David.
—Gracias —respondió, cortésmente.
David seguía la solicitud de Rafaela, de que, en vez de dejarla en el hotel Intercontinental, se quedase a participar en su charla como oyente, para luego encontrarse y seguir conversando sobre sus vidas. Ambos estaban sobrecargados de júbilo por haberse reencontrado y tenían mucho de qué seguir hablando. Rafaela se adelantó para no llegar tarde a su presentación. Con un gesto cariñoso le hacía señas a David desde el lobby, esperando el elevador, reafirmando que subiese al salón de conferencias. Apuntaba a su reloj indicándole que después de una hora se estarían viendo nuevamente. Agitó su mano para despedirse con el plan de verse pronto; se llevó su mano a sus labios y con un gesto cariñoso e inocente le lanzó un beso y lo adornó seguido con una radiante sonrisa.
David pensó: “Definitivamente, Rafaela es brasileña”. Él le respondió con el mismo gesto. Luego, de pronto, de la nada, su mente retornó a la reciente noticia que le diera Rafaela sobre la muerte de su madre hacía ya tanto tiempo, casi el mismo que tenían ellos dos de no verse. Sintió un vacío en su corazón. Miró a su alrededor como buscando respuestas para todos estos hechos y noticias repentinas que acaba de recibir. Deseo tanto que todo esto fuese un sueño. “¿Fernanda fue un sueño, entonces?”, se preguntó. “¿Dónde estás? ¿Cómo te fuiste así de la nada, en silencio, hace tanto tiempo?”, le preguntó a ella donde fuese que estuviese… le preguntó a Dios.
Eran muchos años, pero un solo instante de preguntas y consultas tras la sorpresiva visita de Rafaela, que lo llevó de vuelta a ese momento de sentimientos en un pasado que dejó huella indeleble en su corazón… “Tantas vueltas que he dado, pero esto sigue allí, vivo como carbones encendidos al rojo vivo, inapagables, inextinguibles…” —pensó.
Trataba de alinear sus pensamientos y controlar su corazón, retornó adonde estaba en este momento. Siguió caminando.
Entró al lobby del hotel y caminó en dirección a los elevadores. Al fondo vio un pasillo que daba la impresión de que conducía hacia el salón de conferencias. Y parecía ser así, por la mesa de información ante la puerta. Se acercó y, para responder a su curiosidad, decidió consultar sobre el evento que se estaba llevando a cabo allí. La hermosa joven que atendía la mesa le respondió que estaban celebrando la apertura de una nueva librería local y que el evento incluía una mini feria de libros. La joven lo invitó a que pasase. El acceso era gratis. Él estaba interesado en echar una ojeada. Le gustaba leer. Pero tenía el compromiso de subir al salón de conferencias donde Rafaela estaba dando su charla. Le dio las gracias a la joven y se disculpó por no poder aceptar la invitación. Ella le ofreció un panfleto sobre la librería y el evento en sí que estaban celebrando. Tomó los documentos, se despidió y prosiguió hacia los elevadores. Mientras tanto, miraba las hojas en sus manos.
—¡Vaya! Nuevamente… ¡Que coincidencia! ¡Dios! —exclamó David, mientras continuaba analizando los panfletos.
Uno de ellos llamaba su atención. En particular, uno que tenía un arte infantil relacionado con el libro “El Principito”, de Saint Exupéry. Hacía años que no veía referencia alguna a este libro. “¿Qué coincidencia? Hoy recibo el regalo de la visita de Rafaela y luego me encuentro con este panfleto. ¿Cuáles son las probabilidades de que estas dos cosas se produzcan a la vez?”
—se preguntó.
No se trataba de probabilidades. Hay algo más grande que todo lo mueve.
Retornó al área central de los elevadores; subió al piso donde estaba ubicado el salón de conferencias, entró y se sentó en unas de las sillas en la parte posterior, para no interrumpir la charla que dictaba Rafaela.
—¡Dios! ¡De verás que es bellísima! —murmuró.
Se dedicó a admirarla durante la intervención. Sin darse cuenta, estaba siendo mal educado, porque no estaba prestando atención alguna al tema. Mientras la veía, pasaba por su mente la serie completa de momentos compartidos en Río con ella y su madre. Sentía como si estuviese viendo una fusión de ambas. Y la verdad es que en ella se presentaba la fusión física y espiritual de su madre. Reparaba tan solo en el acento portugués con que Rafaela se expresaba en buen español mientras daba la charla.
David echó atrás su memoria y recordó aquellas cartas enviadas a sus conocidas en Río, hacía más de 15 años, justo cuando viajó de Londres a Panamá tras la muerte de Jack, esperando poder recibir noticias de Rafaela y Fernanda. Sonia y la señora Helia contestaron sus cartas. Recuerda que vivió una emoción de felicidad pura al recibir esas cartas a su retorno a Londres. Pero también sintió tristeza porque Fernanda no le respondió. Trató sus sobres con suma atención, los abrió lentamente y se puso a leerlas; recordaba muy bien ese momento. Buscó encontrar entre las palabras las direcciones para dar con Fernanda y Rafaela. Pero para su sorpresa, ambas cartas no hablaban del tema.
La de Sonia decía que Fernanda se mudó de ciudad y que su dirección de contacto “no la tenía en ese momento”, pero que iba a “hacer todo lo posible por conseguírsela y enviársela”. La señora Helia le escribió diciéndole lo mismo y ofreciéndose a remitirle sus cartas a ambas. David siguió escribiéndoles, esperanzado en que en algún momento le escribirían brindándole su nueva dirección. Pasaron los meses y la espera se mantuvo.
Él soñaba en experimentar lo mismo que sintió aquel buen día, unos dos años y meses antes de enviar las cartas a Helia y a Sonia. ¡Fue un momento único! Era una tarde de verano durante esos buenos años como estudiante en Portland, cuando llegó a su cuarto residencial en el campus universitario y, al abrir la puerta, encontró un sobre en el piso que debió haberse pasado la canasta interna de la habitación. Tomó el sobre y quedó frío, porque pudo ver en el detalle del destinatario su nombre escrito: “David ‘mi Principito’ Tibaldero”.
Soltó todo, dejó todo, no cerró la puerta, se sentó allí mismo en el piso para abrir su sobre. Su vecino sudafricano, Jonathan, pasaba frente a su puerta y, al verlo en el piso, con la carta en sus manos y con su semblante animado, cargado de alegría, le dijo, no sin ánimos de pulla: “Vemos que el amor anda por aquí, ¿ah, hermano? ¡Saludos!”. David lo miró, pero, demasiado concentrado en la carta, demoró unos segundos antes de responderle: “¡Anda, que por esto es que andas solo, papa!”.
La carta, ¿cómo olvidarla? Aún sigue viéndola línea tras línea como la primera vez:
“Mi querido Principito:
Al recibo de esta nota espero que Dios y todos los astros estén contigo, guiándote y llenándote de todas las cosas importantes.
Yo estoy bien. Me mudé de ciudad por razones de trabajo. Rafaela sigue creciendo y cada día está más tremenda, despierta y más bella. Siempre me pregunta por ti. Le está yendo muy bien en la escuela y no deja de tener curiosidad por el idioma español. Siempre que puede me hace buscarle palabras en el diccionario Larousse que le regalaste y ahora me anima a que le compre libritos en español.
He recibido tus cartas remitidas por la tía Helia. No dejo de leerlas. Las he leído tantas veces que creo que me las sé de memoria. Me alegra que estés viviendo todo lo que me cuentas y noto que estás creciendo. Ya eres todo un hombrecito universitario. Aún así, para mí tú sigues siendo mi Principito. Lo que me llama la atención en tus cartas es que no me brindas muchos detalles de las chicas que estás conociendo. Yo sé que has tenido que estar con otras mujeres. No has debido temer en contármelo. Pero te comprendo y en cierta forma me alegra, porque veo que tienes la consideración de no herirme. Si supieras que esto no me causaría ni el más leve rasguño, cuando yo misma deseo que vivas, sientas y explores. Yo no tengo que preocuparme, yo sé que estoy dentro de tu corazón. Esto es lo más importante y con esto me basta.
Por cierto, llevo conmigo en mi cartera, adonde voy, la poesía que le escribiste a tu padre. Rafaela ya la lee, y aunque no la entiende mucho, le encanta porque está en español. Yo la leo porque siento que mucho de lo que dices allí aplicará conmigo. Yo rezo y le pido a Dios como lo haces tú con tu padre para que la divinidad haga que nos encontremos nuevamente. En otra vida nos veremos mi Principito, tengo toda la fe del mundo de que será así.
Bueno, mi David, no quiero aburrirte con esta nota, ni hacerla demasiado larga. Ten siempre presente que te llevamos en nuestros corazones y en nuestras mentes acá en Brasil. Donde sea que estés en este instante, ajeno al tiempo y la distancia, tú tienes mi corazón. Continúa viviendo, que Dios está contigo y nosotras también. Siempre que quieras saber de nosotras, cierra tus ojos, pon tus manos en tu pecho, y ahí nos sentirás.
Con amor y muchos besos,
Fernanda y Rafaela
P.D.: En otra carta te haré llegar mi nueva dirección, ya que nos estamos mudando nuevamente.”
Al terminar de leer la carta quedó con ganas de más. Le dio la vuelta al papel para ver si encontraba otras palabras.
Nada. Se llevó la carta a su rostro para olerla, sentir su aroma y tratar de pescar cualquier esencia plasmada de Fernanda en esta hermosa nota. No soportó esperar, y aún sintiendo algo de vergüenza de él mismo y de la reacción que planeaba hacer, tomó la carta y la pasó por su rostro, como si estuviese tratando de besar o de tocar a Fernanda.
Se entristeció un poco por la nostalgia que lo invadió, aún cuando estaba satisfecho de saber que Fernanda estaba allí todavía. Hizo una pausa y se dio cuenta de que su rostro mojaba la carta. Estaba llorando y sus lágrimas cargaban con el dolor que salía de sus adentros. Se sintió algo frustrado que ella no le dejó más detalle de su información de contacto. Un número de teléfono hubiese sido oportuno. Tan fácil que hubiese sido marcarle y escuchar su voz. “¡Dios!, ¿por qué siento que hay un hermetismo? ¡Tantas vueltas y tanto tiempo para recibir esta carta de Fernanda! ” —exclamaba en sus adentros.
Jamás se imaginó que esta sería la última carta escrita por ella, la última carta que recibiría de ella, por la mujer que marcó su destino… Fernanda.
Y aún cuando la misiva formaba parte de las que perecieron con la mochila robada en el estacionamiento de la universidad, sus palabras nunca se perdieron... no se las llevó el viento, no quedaron en el olvido, porque las retuvo, palabra por palabra, desde el primer momento en que las leyó, grabadas en su memoria y en su corazón.
Los aplausos del auditorio lo sacaron del trance en que se hallaba. Miró hacia el frente y pudo ver a Rafaela sonriendo y dando las gracias a la audiencia. Su asombro por el parecido de Rafaela con Fernanda no dejaba de incidir en su semblante.
Pudo notar la jauría de participantes —en su mayoría caballeros— que se abalanzaron para conversar con ella. Varios de estos, como es obvio, buscaban obtener su tarjeta de presentación por motivos más “personales” y lejos de lo discutido en la charla. Este escenario era inevitable, ya que la belleza de Rafaela, mezclada con su “cerebro”, la hacían un paquete irresistible. David permanecía sentado en el puesto de atrás, contemplando la danza particular de cada uno de los que se acercaba a Rafaela, cada uno con su estilo y su movida peculiar. De vez en cuando, ella miraba hacia el fondo, hacía contacto visual con él y le sonreía como tratando de decirle, “dame unos segundos más” o el “ya voy” tradicional.
David se dio cuenta de que estaba sintiéndose afortunado. “¿Cuántos tienen la oportunidad de que un buen día, de la nada y por sorpresa, de forma inesperada, te aparezca una mujer de esta talla y te pida que la acompañes a una conferencia? ” —se preguntaba. — “¡Las probabilidades son bajas! ¡Muy bajas!” —fue su propia respuesta.
Pero, nuevamente, no se trata de probabilidades…
Rafaela comenzó a caminar hacia él, y sintió que se alegraba, sin saber siquiera por qué. Ella seguía despidiéndose de los participantes y daba las gracias por la atención. Él le ayudó a recoger sus cosas, su laptop, sus documentos, entre otros, para meterlos en su maletín.
—¡Listo! —le indicó— Gracias por estar aquí conmigo.
—Para nada, gracias a ti por todas las sorpresas que me has dado en el día de hoy, créeme…
—¿Qué te parece si bajamos al restaurante adyacente a la piscina? Me parece muy agradable. Anda, te invito.
—Me parece perfecto, Rafaela. Bajemos entonces.
La gente alrededor continuaba despidiéndose de ella. Él le cargaba su maletín. Uno de los colegas fue gentil en mantener las puertas de uno de los ascensores en espera para que ambos lo tomasen. Subieron al elevador que era de vidrio translúcido en su interior teñido con un leve tinte de tono azulado y con marcos de acero que permitía ver hacia la hermosa e imponente bahía de Panamá. Oprimieron el botón de planta baja. En el trayecto, Rafaela le comentó:
—Me gusta tu país. Me siento en Brasil y me encanta poder practicar mi español.
Él se le quedó mirando a los ojos y se dio cuenta que veía a “dos” mujeres, a su madre y “ella, mujer”, pero también a una “niña” que permanecía dentro de su ser y que se percibía a flor de piel. Sonrió.
—Siempre te encantó el español, lo recuerdo muy bien. Sin querer me convertiste en tu profesor, ¡no dejabas de hacerme preguntas lingüísticas!
El elevador paró en uno de los pisos antes de llegar a planta baja, y en ese momento otro número de huéspedes abordaron el aparato para descender por igual. Al ser extraños, causó que la conversación de Rafaela y David se suspendiera, pero seguían hablando con sus ojos y sus sonrisas. Ambos escuchaban la discusión que compartía abiertamente una pareja de jubilados de avanzada edad, donde la doñita no dejó de regañar al viejo sobre su apetito glotón y su delicada salud. El viejo le repitió varias veces: “Isaura, de algo hay que morirse, ¡carajo! ”
Ambos sonreían a escondidas.
Finalmente, llegaron a la planta baja. David dejó pasar a todos los huéspedes que ocupaban el ascensor, sosteniendo la puerta del mecanismo al mantenerse de pie en uno de los marcos para tapar el sensor del sistema de cierre. En el fondo se escuchaba la tenue música que salía de los altoparlantes distribuidos por doquier. Rafaela agradeció la cortesía y procedió a salir del ascensor pasando muy cerca de David. Este pudo sentir su suave fragancia, así como su aroma natural, ambos ya entremezclados en el mejor momento del día, cuando han transcurrido las horas y llega la tarde. David tuvo que admitir que ella lo electrizaba. El aroma femenino bien mezclado con la esencia del cuerpo engancha la nariz de cualquier hombre. “Nada como esa mezcla de olores en una mujer. Incluso, si añades al perfume que usa un toque de su humor, ¡hasta lo mejora! ”, se dijo en secreto.
En el restaurante, con sus amplios cristales, la vista era estupenda. Al margen derecho se apreciaba el Club de Yates y al opuesto las diversas edificaciones en carrera acelerada de la Ciudad de Panamá, como si las hubiesen inyectado con esteroides. Uniendo ambos extremos de la bahía, el siempre eterno y agobiante tráfico de la Avenida Balboa. De lejos parecía un enorme estacionamiento de autos ocupados por pobres seres bajo la más desafiante prueba de paciencia.
David, con gallardía y caballerosidad, retiraba la silla para que Rafaela se sentase. Escogieron la mesa más próxima a uno de los ventanales que hacía esquina en el restaurante. El resplandor del atardecer pintaba el piso de mármol del área, y también hacía destacar los colores pintorescos de la decoración de las paredes y de los forros estampados de las sillas. El mesero, con la mejor atención, se adelantó a ofrecerles algo de beber.
—Yo deseo agua –expresó ella.
—Yo también, caballero —le indicó él al mesero— ¿La quieres de botella o del grifo? —Consultó— Aquí en Panamá el agua es segura y mejor que la embotellada, por lo menos hasta ahora, y somos orgullosos de eso —añadió con firmeza.
—Bueno, tomemos agua del grifo para ver a qué sabe Panamá —dijo con una leve sonrisa.
David quería iniciar la conversación con Rafaela, pero no sabía por dónde empezar. Tenía tanto que consultarle que le costaba organizar sus pensamientos. Aparte, no entendía por qué ahora la Rafaela mujer lo intimidaba, lo hacía sentir algo cohibido. Aunque llevaba dentro a esa niña que él conoció, ahora era mucho más que esa niña. Ahora, él estaba frente a una mujer completa, independiente, profesional, inteligente, con un garbo único y con la conducción propia de una ejecutiva de exposición internacional. Mezclar esto con el hecho de una belleza y una personalidad despampanante, ponía a prueba el desenvolvimiento de cualquier hombre frente a ella, incluyéndose él mismo.
Se mantuvo en silencio por unos segundos en espera que Rafaela acomodase sus pertenencias sobre las sillas.
—Así que finalmente, después de más de veinte años, vengo a verte nuevamente. Aún me parece mentira…
—Y yo sigo con la boca abierta, Rafaela. Hoy ha sido un día inesperado en todos los sentidos.
—Lo sé.
—Aún no salgo de mi consternación por lo de tu madre.
—Lo veo en tu rostro.
—No lo puedo creer… ¡Fernanda! —Invocó su nombre buscando respuesta—. Mi mente no lo asimila —quiso decirle que su corazón tampoco— Esto es lo que menos me imaginaba.
—Así es la vida, David. He tenido que aprender a aceptar sus designios. No lucho contra ella. Yo aplico lo dicho por el maestro Lao Tse, en su Tao Te Ching, ¿has leído de él? —preguntó curiosa.
—Si he tenido la oportunidad de rebotar varias veces entre sus estrofas.
Ella continuó.
—La vida es un río que corre en una sola dirección. Tienes que dejarte llevar por ella, por cómo te moja, cómo te mueve, cómo te sacude, cómo te nutre, cómo te desplaza, cómo te hace encontrar nuevos páramos; y aceptar que en el camino habrá piedras, pero ella sabe cómo navegar en la dirección correcta. Tienes que ir con ella y no en contra de ella… Mira pues, aquí estamos después de tantos años, ¿quién lo hubiese imaginado siquiera?
—¡Dios, Rafaela!, ¡qué profunda eres! —exclamó conmovido.
Ella lo miraba con seguridad, demostrando el control total que podía tener sobre cualquier conversación y de la nueva relación que se reanudaba entre ellos. David no sabía cómo manejar la situación. La miraba a los ojos, pero no podía mirarla tanto tiempo, se veía obligado a reír para escaparse. Y Rafaela notaba esto. Él se preguntaba en silencio: “¿Qué tanto sabe ella o qué no sabe de mí? Me habló en la oficina por encima, pero…”, y seguía consultándose él mismo, sabiendo que en unos segundos la conversación tendría que recomenzar, de lo contrario no sabía cómo iba a poder manejar el silencio. “¿Qué tanto sabrá ella sobre lo que tuve con su madre?, ¡Dios!, esto es algo difícil, y embarazoso…” —se preguntaba y se contestaba, en un debate interior extenso.
—¿Cómo ha sido tu vida hasta ahora? —preguntó Rafaela, dejándolo perplejo, porque no esperaba esa pregunta. Pero se sentía agradecido que la misma no lo llevase a ese otro tema…
—Bueno, no tengo quejas Rafaela, he dado más vueltas que un trompo para terminar en el mismo sitio donde empecé, figúrate.
—Antes de venir a Panamá, te había encontrado en Internet. Me alegré mucho. Veo que te mueves muy bien en lo profesional, ¿ah?
—Parece ser, pero exige mucho empeño y mucho sacrificio, tú sabes.
David comenzaba a sentirse más cómodo. Estaban conversando, esto era lo importante.
—¿Y en lo personal? ¿Amores? ¿Soltero? —retornaba a intentar saciar la curiosidad que quedó en ella con el retrato que vio en la oficina.
—En lo personal… bueno —titubeó un poco— también he dado vueltas, y bueno, estoy de vuelta. Eh, y salgo con alguien por el momento.
—¡Epa! –Expresó Rafaela con sarcasmo— Te costó darme esa respuesta, ¿ah? Creo que lo que quisiste decir fue, muchas mujeres, seguro que sí, aunque sigues disponible para seguir explorando, ¿verdad?
Logró sonrojarlo totalmente. Se llevaba sus manos a su rostro para tapar su sonrisa en un acto que también mostraba que escondía su nerviosismo inexplicable. Él, un hombre joven con bastantes millas de recorrido, sucumbía ahora ante una mujer conocida y “desconocida” que retornaba a su vida.
—No puedo negártelo en parte. Solo que ya me siento que salgo con alguien que no tengo que conocer de nuevo al día siguiente.
—Y, ¿qué tal? ¿Vas en serio con “ella”?
—Por el momento van bien las cosas. Parece que vamos hacia allá.
—¿Cómo se llama?
—Laura.
—¿Llevan mucho tiempo?
—Casi el año.
—¿Y has amado a alguien después de mi madre? —le preguntó rodeando, para evitar enfocar la consulta directa sobre Laura.
David se quedó pensativo. La pregunta lo sacó de base. Una pregunta directa al corazón. Lo forzó a entrar dentro sí mismo para buscar la respuesta.
—Sinceramente, no puedo contestarte esta pregunta. La verdad, no sé. Sí te puedo garantizar que no he sentido algo como lo que tu madre me hizo sentir —le dijo con algo de dificultad. Sentía pena.
Ella lo miró firme a sus ojos y comenzó a acercarse hacia él. Le tomó una mano, con plena confianza y seguridad, como si hubiesen convivido la misma cantidad de años en que no se vieron. Se acercó más. David estaba sorprendido, y Rafaela sentía su nerviosismo y repentina timidez. Y se acercó más para hablarle de cerca y con cariño.
—David, soy yo, la niña que no te ha olvidado. Yo sé más de ti de lo que te imaginas. Yo sé absolutamente todo lo que viviste con mi madre, con lujos de detalles. Ella dejó sus sentimientos por escrito para “nosotras”.
Rafaela se inclinó para acercarse un poco más a David y agregó:
—Todavía tengo en mi mente el día que estábamos en la playa cuando le dijiste a mi madre que la amabas, y aunque no recuerdo todas tus palabras, el recuerdo lo tengo claro por la alegría en su rostro. Mi madre brilló para siempre desde ese día…
David la miraba con sorpresa en su rostro. No tenía palabras para decirle. Rafaela no le soltaba las manos. Ella podía sentir los latidos de su corazón en sus palmas, y estas comenzaban a sudar levemente. Continuó.
—Dije “nosotras”, David. Ella dejó sus palabras para que yo y Pia las llevásemos con nosotras siempre. En ellas está todo descrito, su felicidad, su amor, sus sentimientos, su pesar, su dolor, su llanto, su deseo, su pasión, Tú.
David hizo un gesto de aceptación y de agradecimiento, pero no sabía cómo actuar. Estaba en total azoramiento. Rafaela lograba calmar su inquietud en la medida en que finalmente se iba mostrando todo lo guardado…
—Conmigo, en este viaje, vino alguien especial.
—¿Ah? —abrió la boca, sorprendido.
David pensó lo inevitable. Tal vez Rafaela venía acompañada de un hombre. ¡Y aún le tenía su mano agarrada!
—¿Tu novio? —le preguntó astutamente, al ver que no portaba anillo de casada.
—¡Ja, ja! —soltó una corta risa. —Ustedes los hombres siempre se van por las suposiciones según sus prismas, y emplean métodos indirectos para saber si estamos “disponibles” —hablaba con sarcasmo y reída.
—¡Oye, no pienses esto, te equivocas! —refutó él.
Trató de continuar justificando lo que en esencia sí fue su intención: saber si estaba soltera. Cosas de hombres. Pero en el intento, ella lo interrumpió.
—¡Tengo al mejor compañero del mundo! —Exclamó con algo de sarcasmo en su voz.
—¡Qué bueno! —Le seguía la corriente David, asumiendo que, en efecto, ella hacía referencia a “un compañero”.
Con una sonrisa en su rostro que él no terminaba de descifrar, y con gestos coquetos, ella continuó.
—Sí. Un hermoso, apuesto y valiente “macho”. —Suspiró en su mejor actuación.
—Bien enamorada, por lo visto. —comentó él con indirecta para tapar su curiosidad.
—Sí. Muchísimo.
El pausó pensado que todo estaba claro. Opto por decirle:
—Te felicito Rafaela, de verdad que sí…
Sus miradas se engarzaron.
—Ese macho es mi adorable can, un schnauzer al que llamo, Pepper. Le había puesto “Pimienta”, pero me terminó gustando más su nombre en inglés. —Sonrió para culminar su respuesta. En su rostro se dibujaba ese amor de infancia.
David respiró. Se había sentido entrometido en el proceso de hacerle develar su condición, pero luego compartió el momento sonriendo con ella. Este acto cariñoso, le dejó en claro su “estatus”. Ya no había más nada que preguntar sobre eso por el momento…
En eso, ella optó por cambiar el tema para retornar a ese “alguien especial” que vino con ella en este viaje, diciéndole sorpresivamente:
—Mi hermana menor está conmigo.
El más súbito asombro se dibujó en el rostro de él.
—¡Excelente! ¡Qué bueno! —Exclamó David con júbilo, y en cierta forma, con bastante alivio —¿Cuándo la conoceré?
—Cuando quieras, pero primero tengo que decirte algo importante.
Estaba tan concentrado en imaginarse a Pia, que no le prestó mucha importancia al comentario que quería decirle Rafaela. Pia, según sus cálculos, debía ser unos 6 años menor que la hermana, de acuerdo a la corta nota que recibiera de Rafaela hacía ya tantos años. Ahora recordaba que siempre le quedó la curiosidad de saber más de Pia y sobre su origen…
Pero el tiempo le hizo dejar de indagar…
—A ver, cuéntame.
—Estás bien sentado, ¿verdad?
Rafaela tomó sus manos suavemente y las apretó con ternura como para hacerlo retornar al tema. David le correspondió colocando su otra mano sobre las de ella.
—Te escucho con atención.
—Bien, David...
David la miraba a los ojos. Rafaela bajo un tanto su cabeza. Miró el mantel de la mesa por unos segundos, tomó aire y sus radiantes ojos volvieron a mirar fijamente a los de David.
Pausó unos segundos, inmóvil, y seguido pronunció:
—Mi hermana Pia es tu hija.
David suspiró instantáneamente, como si fuese a hiperventilar. Soltó sus manos y se inclinó lentamente hacia atrás, llevándoselas luego a su frente. Estaba estupefacto y quedó pasmado mirando hacia el techo decorado del restaurante. En eso, interrumpió el mesero.
—¿Desean ordenar? ¿Algo de entrada? ¿Aperitivos? ¿Bebidas?
Rafaela se encargó de la interrupción. Le dijo que se trajera 2 copas de vino tinto, más agua y que iban a comer del buffet. El mesero tomó nota, recogió los menús y se dirigió hacia la cocina. Rafaela retornó a David, que se encontraba congelado en el puesto.
—Tres gigantescas sorpresas en un día. Tú, Fernanda y Pia… ¡Dios!
Rafaela no podía leer del todo esa reacción. Detrás del asombro no se distinguía si había aceptación, negación, molestia, nada todavía…
Rafaela prefirió optar por el silencio. David seguía mirando al infinito. De repente bajó su rostro para mirarla y retornar a la mesa. Se acercó con entusiasmo, tomó sus manos…
—¡Tengo una hija! ¡Tengo una hija! ¡No lo puedo creer! ¡Rafaela, por Dios!
—Así es, y con orgullo es mi hermanita también, David.
—Pero, ¿qué va a pensar ella de mí? Nunca la he visto, no supe de ella hasta ahora ¿Cómo puede llamarme padre?
—Ella, como yo, también te conoce.
—Pero, ¿cómo es que no supe de ella?
—Esto te lo contestará ella.
—¿Y dónde está?
—Se fue en un tour del hotel para conocer el Canal de Panamá y otros puntos turísticos. Yo se lo recomendé. Ella está tan entusiasmada y nerviosa como tú de conocerte. Esto ha sido el sueño de ella siempre.
—Estoy boquiabierto, Rafaela. No sé qué decir.
—Entre ustedes hay mucho que decir y bastante de qué hablar.
—¡Imagínate! Yo padre de Pia… ¿Cuántos años tiene ella?
—21 años.
—¡Dios! ¡Imagínate, Rafaela!, Pia de 26 con un padre de 45 años. ¡Esto es una locura!
—A mí me parece hermoso. Los dos son un regalo para el otro. Ambos jóvenes, apasionados y soñadores.
David se sobaba la cabeza y entre asombro y nervios, también sonreía y estaba contento. Su semblante se cargaba de alegría. ¡Tenía ahora una hija! ¡Madre Santa!
—¿Cómo es ella, Rafaela?
—Es idéntica a ti en personalidad. Físicamente, es una mezcla de mi madre contigo. Yo he crecido como si te tuviese a mi lado. ¡Ja, ja! —sonreía.
—¿Cómo? ¿Y cuándo la puedo ver? Conocer, digo.
—Será mañana. Por eso dejé mi muñeca en tu oficina. Llámala mañana y coordina con ella directamente para que se reúnan.
—¡Qué tortura, Rafaela! No voy a soportar hasta mañana. Tengo que verla, quiero conocerla ya.
—Bueno, ella llega tarde hoy porque luego va a salir con unos conocidos de la embajada de Brasil en Panamá. Queda en manos de ustedes.
Él no se iba a quedar tranquilo sin verla lo antes posible. ¿Una hija después de más de 20 años? Demasiada sorpresa como para esperar. David brincaba de alegría por dentro, como un niño.
Rafaela estaba asombrada con esa reacción. Lo único que podía hacer era corresponderle con sonrisas. Al cabo de unos minutos, David retornó a la conversación, regresando a Rafaela como tema.
—Después de todo Rafaela, ¿y tú, soltera?
—Vaya, giro, David. Hablábamos de Pia. ¿No?
—Estamos conversando, ¿no?
—Bien, para satisfacer tu curiosidad, estoy soltera y he tenido mala suerte. ¿Algo más?
—Sí. La misma pregunta que me hiciste, ¿has amado?
—Bueno, estoy segura de que sí, pero no he tenido la oportunidad de hacerlo en persona… —titubeo— digamos que después con más confianza te contesto esto en detalle, ¿vale?
Lo dejó confundido con su respuesta. Decidió no ahondar más para no incomodarla. Cambió de tema.
—Tú madre tampoco me escribía tanto que digamos, Rafaela, ¿sabes?
—Lo hizo a propósito, en parte. Ella no quería interferir con tu vida, aun cuando le dolía hasta lo más profundo de su ser.
Pero ella sabía que apegarse a ti por escrito podía causar que no siguieras en tu propio camino.
—Pero, ¿qué se logró con esto? Pude haber compartido con ella más.
—Estoy de acuerdo, pero en aquel entonces, tú eras más frágil y te ibas a aferrar a ella. Aparte, mamá decidió quedar embarazada de ti y encima estaba enferma. Tú no estabas listo para eso.
—¡Dios! Todo eso. ¿Quedar embarazada de mí? ¿Quieres decir que esto fue planeado por Fernanda?
—Totalmente planificado, David. Mi madre logró enmarcar ese momento contigo en lo que hoy es Pia, contra viento y marea, en contra de todos, doctores, familiares y contra su propia vida. Tan solo imagina lo que es vivir sabiendo que tus días están contados.
David meditaba sobre las palabras que le decía la muchacha.
—Y algo que debes saber, que tal vez desconozcas, es que Jack supo de Pia toda la distancia. Jack nos brindó su apoyo en todo sentido, nos ayudó económicamente, incluso hasta después de su muerte.
—No sé qué decirte. Estoy boquiabierto.
—Jack le dio su apellido a Pia. Él la adoptó para protegerla. Tu hija se llama Pia Isabela Elliot Braga.
David bajó su rostro para apoyarlo sobre sus brazos cruzados que reposaban sobre la mesa. Puso su frente sobre su antebrazo. Sus ojos quedaban reguardados para no mostrar su intempestivo lloro ante alguien muy especial, pero “recién llegada” a su vida. Mantenerlos escondidos entre sus brazos y esperar unos segundos ayudaría a contener el brote de emoción a través de ellos.
—¡Dios mío! ¡Jack! ¡Otra sorpresa más! Pero, ¿cómo es esto posible? ¿Cómo no lo supe? ¿Por qué no me dijeron? ¿Y mi madre? ¿Ella sabía de todo esto?
—No. Para nada. Para ella también será una sorpresa.
—¡Jack, Jack, Jack! —Sonaba el puño contra la mesa— ¡Carajo, Jack! ¡Qué tipo fuiste! Donde coño sea que estés, algún día te daré el abrazo que nunca te di en vida para darte las gracias, viejo. Las gracias con todo mi corazón… —incapaz de contener su emoción, sollozaba, con profundo sentimiento claramente marcado en su rostro.
—Nosotros, igual que tú, somos lo que somos, gracias a él y lo llevamos presente siempre. Y también experimentamos el dolor de su desaparición, tampoco tuvimos la oportunidad de decirle “¡Gracias!” o “¡Te queremos!”, más veces. Fue un secreto muy bien guardado toda la distancia, y Jack supo con detalles lo que sucedía con Fernanda y comprendía perfectamente su decisión. David, eras tan solo una criatura sin experiencia…
Hubo un silencio ensordecedor por unos minutos. Solo se miraban a los ojos. No hablaban. No cruzaban palabras.
David miraba a Rafaela a los ojos. Ya se sentía con algo más de confianza y seguridad. Se daba cuenta de que tenía que ser así. “Eran una nueva familia”.
—Mi pregunta, Rafaela es, ¿por qué hasta ahora?
—Yo me he hecho esa misma pregunta siempre. Pero hubo demasiados detalles e imprevistos que sin querer nos mantuvieron en la distancia. Una de estas, la muerte de nuestro, Jack.
—Pero, ¿por qué?
—Mi madre y la señora Helia dejaron a discreción de él divulgarles todo esto a ustedes o no. Luego el destino se lo llevó; nosotras estábamos a merced de sus decisiones.
—Pero luego de que él muriese, ustedes pudieron o, mejor dicho, la señora Helia pudo contactarnos.
—Nos enteramos de la muerte de Jack, irónicamente, a través de tus cartas que le hiciste llegar a la señora Helia.
La señora Helia se comunicaba con Jack a través de una dirección privada que quedó en el olvido. Ella optó por no hacer nada, ni comentar nada, porque consideró que, si Jack no había hecho esto hasta el momento, entonces, su voluntad de compartir todo esto con la familia del muchacho no estaba dada. Aparte, las cartas de David no brindaban indicativos que él tenía idea alguna de lo que había de él allá. Nuevamente, entró al tapete la distancia, el miedo al rechazo, los temores, las suposiciones, las circunstancias, lo social, los retos, las complicaciones mentales, las conjeturas, presunciones infundadas y tantos detalles que lo único que hicieron fue mermar la comunicación entre todos y hacer que los días transcurrieran.
—Entonces, “garota” —sonreían ambos ante el apodo— por lo visto somos el resultado de probabilidades que se desenvolvieron en contra nuestra.
—Si quieres verlo así, puede ser. Aunque yo diría más bien: cosas del destino.
—¡Hmm! La vida es un misterio y da vueltas, Rafaela. —le dijo con algo de perplejidad en su rostro.
—Nosotros crecimos contigo, David. La señora Helia tuvo los apuntes de mi madre que contenían toda serie de palabras plasmadas sobre ti y para ti. Con esto, tanto Pia como yo sentimos que te conocemos de toda la vida.
—Mira tú. — Comentó sorprendido. Su semblante lo confirmaba.
—Y también pudimos leer varias notas y cartas que le enviaste.
—Ahora sí vas a hacer que me sonroje.
Ella le sonrió complaciente. Sus manos estaban cerca de las de él. Estiró la suya levemente y tomó sus manos. Le encantó el gesto de ella. Él accedió consintiendo. Con algo más de confianza y comodidad, continuó…
—Hablemos de esas cartas y notas. Quiero conocerte, aunque te” conozca”.
No tenía idea David que aparte de volver a abrir ese baúl de recuerdos cerrado por tantos años, estaba a punto de “repetir” lo que vivió en esa instancia en la tierra bendecida del Pan de Azúcar, aquello que marcó su destino; esto es, repetirlo en vida con la persona que él menos se imaginaría… Y esta vez, sin obstáculos, sin coartadas y sin pruebas inesperadas del destino…