El encuentro con su estrellita

 

“Si se pudiera desandar lo andado y retornar al punto de partida, gran universidad sería la vida y cada cual alumno aprovechado”.

Ralph Waldo Emerson

 

David se aproximó al puesto de información del hotel.

—¿Qué tal señorita? —Saludó con animosidad— ¿Tiene idea usted de a qué hora retorna el tour de hoy por el Canal?

La joven del puesto de información se acercó a él y le entregó copia de uno de los panfletos informativos del tour. Con su bolígrafo, marcó la sección del horario impresa en el documento.

—Mire, aquí está el horario de salida del tour más reciente. Esto toma alrededor de tres horas en total —le dijo cortésmente.

David miró su reloj.

—Esto quiere decir que deben estar de vuelta a eso de las seis de la tarde —la joven asintió.

—En efecto, así es. ¿Algo más en que pueda ayudarlo?

—No, gracias. Eso es todo. Muy amable, joven.

David se encaminaba de retorno a la mesa que compartía con Rafaela en el restaurante de la planta baja del hotel. Le había pedido permiso para ir al baño y en su ruta aprovechó para hacer la consulta sobre el retorno de Pia. La curiosidad mezclada con la ansiedad por conocerla lo dominaba.

Caminando lentamente por la planta baja, decidió mirar en la distancia hacia la entrada principal, al área del lobby, muy bien adornada y amueblada con el estilo moderno y minimalista del hotel, que era ocupada y transitada por huéspedes y visitantes con sus vestimentas, personalidades y coloridos particulares. Cada uno con su historia.

En ese instante, y sin querer, echó un vistazo breve y minucioso a todos los detalles que su mirada e interés pudiesen captar. Era como si “algo” lo estuviese llevando a eso. Pudo divisar un piano de cola negro con su destellante brillo, acompañado de las notas emitidas por el arpa vibrante en su cajón en manos de una pianista que disfrutaba del momento. A su lado, un hombre togado con smoking, de pie, orgulloso, junto a su bajo acústico, al que hacía soltar los mejores tonos graves al golpe manual, y al fondo, su compañero baterista, con sus bolillos de escobilla metálica sacándole el sonido único de jazz a su redoblante. No pudo evitar detenerse para apreciar el instante. La música que salía de ellos lo emancipaba, y tras el cúmulo de noticias sorpresivas del día, se sentía como un niño entrando a una tienda de juguetes. La música lo hechizó, le daba energía y lo inspiraba. Era perfecta para el momento que vivía. Se acercó al piano; pudo leer, “Steinway & Sons”.

Cambió miradas con la pianista y su curiosidad le llevó a preguntarle sobre la pieza de Jazz que interpretaba, aún sabiendo que no debía interrumpirla. Ella era tan experta pianista que pudo atender su consulta simultáneamente. “Esta es de Beegie Adair y Cole Porter. Se llama, Night And Day”. Le devolvió una sonrisa de agradecimiento por responderle a su inoportuna consulta y por su cordialidad inmediata.

Aún permanecía allí. No podía moverse. Disfrutaba de la magia del Jazz y está le hacía viajar a su propia pasión musical. La pianista se percató de lo encantado que se encontraba. “La siguiente que vamos a tocar es, Sentimental Journey, también de Beegie Adair. Un clásico americano. La podrás disfrutar. ” Con otra sonrisa, le correspondió. No se pudo resistir. Allí se quedó de pie en un transe armónico. Apreciaba la facilidad con que la pianista acariciaba las teclas con sus manos y lograba obtener lo mejor del piano. Éste lujoso instrumento estaba ubicado cerca de un bar labrado con madera fina.

Entre sus tallados, resaltaba un sobre de mármol que servía para acomodar las bebidas a los visitantes del área. Recordaba que Rafaela lo esperaba en el restaurante. Tenía que zafarse de su transe, y ahora el sonido de “Sentimental Journey” lo tenía atrapado.

Al culminar la interpretación, se incorporó. Regresó de su viaje y se propuso retornar. Le guiñó el ojo a la pianista en agradecimiento. Iba a dar inicio a su camino de vuelta al restaurante…

De pronto, sintió la mirada de una joven que estaba sentada en uno de los sillones cercanos a una de las columnas principales del lugar, muy cerca del piano. Se percató de que, al desplazarse por el lobby, las diversas estructuras del área obstaculizaban su campo de visión. Pero en varias ocasiones lograba encontrar los ojos de la joven sentada en el sillón rojo.

Decidió mirarla más detenidamente, mientras seguía caminando, pero se detuvo, dio la vuelta y la encaró. Para sorpresa, la joven lo seguía mirando. Ambos sonrieron levemente sin saber por qué. Decidió acercarse a ella. Su corazón comenzó a latir con intensidad. Sentía que comenzaba a hiperventilar. A medida que acortaba la distancia entre ambos, el semblante de la joven se definía y el aura de un rostro con facciones familiares destellaba atrayéndolo como un imán.

—¡Hola! ¿Qué tal? ¿Nos conocemos? —saludó, algo nervioso.

—Eh. La verdad no nos hemos conocido todavía. Pero creo saber quién eres. —la joven contestó con timidez y con obvia alegría por el encuentro. Un rostro risueño se marcaba en su semblante.

—¿Pia? —pronunció alto.

—¡Sí! —exclamó ella— ¿David?

Ambos estaban fascinados por la emoción que experimentaban. Los ojos de los dos ya estaban cargados de felicidad y de lágrimas contenidas. David no cabía en su cuerpo y lo que menos se imaginaba era que se iba a topar en ese justo instante, en persona, con su hija.

—¡Dios mío! ¿Sabías que era yo, entonces?

—Sí, sabía que eras tú.

Ella actuaba nerviosa, no estaba preparada para lidiar con tanta emoción. No sabía qué hacer, ni qué decir. Sonreía para encubrir su ansiedad por tan esperado momento, pero inesperado a la vez. David le llegó por sorpresa. Sentía mariposas en su vientre y luchaba por contener su postura.

—Siéntate a mi lado, con confianza —le propuso ella, como para decir algo.

Él lo hizo, con lentitud. También hacía lo posible por controlar su sorpresa. La expresión en su rostro lo delataba. Ambos parecían dos niños contentos por encontrarse.

—Si pudiera decirte con palabras lo que siento en este instante... pero es imposible explicarte la emoción que siento.

—Esas mismas palabras las necesito yo, David, para poder decirte lo que tengo en mi corazón, y por qué tengo un nudo en la garganta.

Ella lo tomó del brazo. Él accedió tomando su mano. Pudo sentir cómo temblaban.

—¿Y qué sucedió con el tour por el Canal? ¿Cómo es que estas aquí tan temprano?

—Me quedé. No me subí al autobús. No pude controlar la curiosidad. Sabía que mi hermana iba a conversar contigo. Me moría por conocerte... ¿papá?, ¿puedo llamarte así?

—“Papá”… supongo, pero ¡se siente rarísimo! —Exclamó con excitación y regocijo— No estaba preparado para que me llamaran así, ¡vaya! Esto es increíble, Pia, ¡eres mi hija! Mejor sigue diciéndome David.

—Sí, eso haré, pero ¡eres mi padre!

Ambos sonreían sin poder contenerse. Sentían algo de rubor al ser dos extraños viviendo un momento magnífico, casi imposible, tan esperado para ella como inesperado para él. Pia no se contuvo más y lo abrazó fuerte. Él asintió, entregándose en sus brazos con todo el cariño acumulado que sentía dentro de sí desde el momento en que supo de ella, desde el momento en que supo que tenía una hija, desde el momento en que se forzó a imaginarse ser padre.

El gran sillón en el que estaban sentados era testigo de ese reencuentro único de padre e hija, un evento imprevisto y espontáneo, un momento que solo se da en las vidas de personas afortunadas y que son bendecidas por los dominios de la divinidad.

—Y yo tampoco era capaz de controlar mi curiosidad. Salí a buscarte, ¿sabes?

—Lo sé. Te vi. He estado aquí desde que te vi entrar al restaurante. He quitado todo el esmalte de mis uñas estando aquí ansiosa, sin saber qué hacer, y sin atreverme a hacer algo.

—Te entiendo. Yo estaba igual desde que me contó tu hermana.

—Sí. Y luego te vi salir. Te quedaste al lado del piano escuchando música.

—¡Sí! Me pillaste. Eh… No pude evitarlo, la música está fenomenal.

—Es cierto. He estado casi hipnotizada. La música me ha servido para controlarme.

Ambos coincidieron con el Jazz.

—Entonces, ¿sabías que estaba en la mesa con tu hermana?

—Sí. —Movió su rostro en afirmación. —Me inscribí en el tour, pero luego no me atreví a salir del hotel. No sabía qué hacer, quería verte primero, de lejos, en secreto, para tomar valor y acercarme…

—Pia... —pronunció lentamente su nombre con tono de cariño.

Ambos volvieron a tomarse de las manos.

—Te comprendo. Yo estoy nerviosísimo aún. No sabía qué pensarías de mí.

—Igual yo. Pero me doy cuenta de que eres como me imaginé, igual que en las notas de mi madre.

—Sí, qué pena, Rafaela me habló de eso...

Pia hizo una pausa larga.

—Son palabras, como otras.

Ella trató de desatender la inquietud que despertaba en él la mención de las notas.

—¡Estoy contigo! ¡Finalmente estoy contigo! Tú, mi “papá” … —lo decía en voz baja y quebrada, pero con alegría, a medida que comenzaba a llorar.

El sueño de conocer a su “padre” se hizo realidad. Él también luchaba por controlar su emoción, pero al ver las lágrimas de su “hija”, se conmovió tanto que no pudo evitar entregarse al momento. Lloraron juntos. Se sintió en confianza y con un tierno gesto llevo su mano al rostro de Pia para remover sus lágrimas.

—Y tú llevas a tu madre en tu rostro. Increíble. Tú y Rafaela también se parecen mucho. ¡Qué bella eres!

—Gracias. Me vas a hacer sonrojar.

—Soy honesto contigo. Eres muy hermosa, y no lo digo porque seas… mi “hija” … tengo que acostumbrarme —ambos sonreían— pero aparte de la belleza que seguro viene de tu madre, también veo que tienes mucho de mí, te pareces a mi hermana, tu “tía”, pues.

—Sí, ahora que te veo de cerca, siento que me parezco a ti, “papá”.

David apretó las manos de Pia transmitiéndole calor y afecto puro, y con delicadeza las llevó consigo para indicarle que quería retornar a la mesa para unirse con Rafaela.

—Vámonos al restaurante, dejé a tu hermana abandonada, ven.

Pia asintió.

Mientras se acercaban a la mesa donde se encontraba Rafaela, ella los miraba con clara sorpresa en su semblante. Se puso de pie y les extendió sus manos. Ambas se abrazaron, sollozando de la emoción. Rafaela estaba un poco confusa de ver a Pia, pero ella le aclaró la situación. Enseguida, las dos juntas abrazaron a David, en un momento único y especial, reservado para los tres por la divinidad.

 

Los días transcurrieron más rápido de lo normal. Suele ser que cuando se disfruta del momento el tiempo vuela, qué ironía.

Estando en Panamá, Pia y Rafaela tuvieron la oportunidad de conocer otros detalles de David, de su vida y de su entorno. La sorpresa y la espontaneidad del momento impactó a todos. Este encuentro no estaba planeado. Pero resulta que los mejores momentos de la vida tienden a ser aquellos que suceden súbitamente, de manera natural, totalmente inesperados, sin planteamientos, sin planes diseñados, así de la nada; y sobretodo, sin nuestro envolvimiento y sin nuestra afectación sobre su propia razón de ser y suceder, simplemente permitiendo que esa fuerza mayor se encargue de que “sean”. Así de simple.

Ambas conocieron a la hermana de David, y ahora su nueva “tía Paola” y ésta les presentó a su hija, Carlota Fiorella, una nueva prima hermana para ellas, todas contentas por conocerse y por estar en un rango de edad de sobrada juventud para compartir juntas, siendo Carlota la menor de todas, apenas llegando a los 20 años, Pía con sus 26 años y pocos meses de más, y Rafaela con sus 34 años pasados. Luego, las nuevas integrantes brasileñas tuvieron la oportunidad de conocer a la madre de David, ahora también su abuela Francesca, para ambas, aunque este parentesco era una sorpresa inesperada, que las dejó sin aire y sin palabras que decir, entre la alegría y la emoción, estaban más que animadas por la noticia. La genética jugaba su papel también. Francesca y Paola se sorprendieron al conocer a Pia. “¡Eres idéntica a Paola, Pia! ¡Y ni hablar de Carlota!, llegó a exclamar Francesca.

Se sintió la atracción “de la sangre” inmediatamente. Pia quedó hipnotizada cuando conoció al padre de David, a Isaac.

Además del notorio parentesco, casi fiel copia el joven del padre, Pia encontró a su “abuelo” extremadamente atractivo. Llegó a comentarle a Rafaela sobre lo coqueto que era aún con sus buenos años y esta última lo encontró igual de galán. “Si no fuera el padre de David, creo que rompería el mito de la edad para salir con él”, le confesó sonreída. Su “tía” Paola pescó el comentario, se acercó a ella y le hizo saber que no era la única que pensaba así.

—¡Ojo!, te salvas porque estas emparentada con mi papá, eres su nieta, porque te cuento que el niño es tremendo, ¡ja, ja, ja!, ¡Cuidado! —Reían juntas— Sabes, cuando están mis amigas alrededor tengo que controlar ambos lados, porque de lo contrario se enredan —y seguían riendo.

Pia fue bienvenida y adorada en el instante por toda la familia de David, que se encontraba conmocionada. Y Laura, la “novia” de David, también se encontraba asombrada, no tanto por Pia, sino por la figura enigmática de Rafaela. Laura quedó cautivada por su belleza, por su savoire faire, pero al mismo tiempo su sexto sentido la llevó a recordar las veces que David le habló de su estancia en Río y los momentos que compartieron juntos, siendo ella una infanta.

Rafaela transmitía confianza y brindaba comodidad para que cualquiera se sintiera holgado y abierto a conversarle. Pero el sexto sentido de Laura retornaba siempre en plena conversación, atinado, preciso, femenino, manejado por ella sutilmente, alertándole de que en Rafaela se encontraba una posible amenaza que llegaba como cometa, sin augurio claro. Pero nada podía hacer al respecto. La mano divina controlaba esta vez los dados de la mesa del destino y, por predeterminación, ellas tenían que retornar a la vida de David. Rafaela ya no era la niña, ni la “hermanita” de sus recuerdos pasados. Ahora era toda una esbelta mujer que podía hacerlo “recordar” nuevamente…

Instinto femenino…

 

La visita a Panamá de Rafaela y Pia llegaba a su final. Tenían que marchar de vuelta a Río. Y eso que ambas habían logrado agregar un par de días adicionales a su estadía planificada. La noche anterior a su partida, fueron invitadas a una cena familiar en casa de Francesca, a la que acudieron numerosos parientes llamados para conocer a Pia. Las maletas ya estaban hechas. Al día siguiente, lo planeado era que Paola y David acompañaran a ambas al aeropuerto. Seguro que otros más se sumarían.

Durante esa última cena, tanto Pia como Rafaela tuvieron la oportunidad de conversar con casi todos los familiares y allegados que se unieron al espontáneo evento. En un momento en que Laura salió a buscar a su madre, Rafaela aprovechó el lapso oportuno para conversar con David en el balcón de la sala secundaria del apartamento, mientras que el resto de las visitas compartían cada uno en su mundo.

—Tu familia es divina, David.

—Así es, lo creo, pero todas las familias son divinas para uno, ¿no?

—Bueno, yo no tengo una numerosa familia como esta ni tampoco nos es tan fácil reunirnos todos y disfrutar tanto de la informalidad.

—Digamos que tengo una familia llena de personajes muy coloridos, cada cual más loco que el otro.

—Ahora si me has hecho reír —soltó una carcajada con ganas al recordar las locuras de los tíos que acababa de conocer, sus chistes y “salidas” inesperadas.

David miraba a Rafaela a los ojos, sorprendido por lo bien que se sentía haber recibido ese comentario sobre su familia.

Ambos estaban con sus brazos apoyados sobre el barandal del balcón, mirando la hermosa vista hacia la bahía. Rafaela giró un tanto su cuerpo para quedar de frente a David. Las voces altas de conversación amena se escuchaban en el fondo, al igual que la música, fusión de jazz y salsa de Carlos Santana que David puso por solicitud de su tío Roberto, el más fiestero de la familia.

Con el transcurso del momento, aumentaba el escándalo de las risas escapadas sin origen definido, y el ambiente se cargaba de alegría. Poco a poco se desarrollaba un notable jolgorio en manos de todos los presentes, quienes eran muy efectivos a la hora de convertir una simple reunión en una buena pachanga.

—Ya nos vamos mañana temprano. Cómo pasa el tiempo, tan rápido, y más cuando la pasamos tan bien.

—Y más aquí, con esta familia, que todo terminamos festejándolo.

—Ya me di cuenta.

—Tuve la oportunidad de hablar mucho con Pia, ¡mi hija! ¡Increíble!, ¿no te parece? —Exclamó con sobrado júbilo y un toque de orgullo— Ya tenemos planes. Esta es su casa, esta es su familia, y lo mismo es para ti, Rafaela.

—Gracias. Estoy más que contenta porque ahora cuento con nueva familia y otra casa, aún cuando se encuentra lejos de mi Rio y de mi Brasil.

Rafaela, con un leve movimiento, llevó su mano a uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó un papel doblado que llamó la atención de David. Comenzó a abrirlo separando sus partes dobladas por los quiebres remarcados por el tiempo. Se notaban los años en su color. Al finalizar, volteó la hoja y se la entregó a David.

—Toma. Este eres tú, el mismo de siempre, creo, ese que conocí yo de niña en Brasil y del que he leído sus palabras tantas veces que he perdido la cuenta— le dijo con una sonrisa tierna.

David tomó la hoja y comenzó a leer. Al cabo de las primeras líneas, se detuvo y miró a Rafaela sorprendido.

—¡Hace tanto tiempo! ¡No lo puedo creer! —exclamó.

—Sí. Mi madre tenía esto guardado y, a veces, de niña leía tus palabras con ella.

—Me las sé de memoria. Las llevo en mi mente y en mi corazón. Este escrito se lo regalé a tu madre, recuerdo bien.

Debes conservarlo —le regaló una sonrisa colmada de cariño.

Rafaela lo miró a los ojos como si hubiese escuchado esto antes. Pensaba en silencio.

—He cumplido mi sueño, finalmente.

—¿Cuál? —preguntó David.

Rafaela sostuvo la hoja de papel como si fuese a entregarla nuevamente. Hizo una pausa, miró a David a los ojos.

—Entregarte esta hoja de papel con tus palabras algún día, y ese día finalmente ha sido hoy.

Ella estaba conmovida, feliz. Sus ojos la delataban y contaban la verdad sobre el torbellino de sentimientos que se alborotaba en su interior. Su corazón quería conversarle a David, pero ella no sabía cómo dejarlo expresarse, ni menos por dónde empezar, tan solo unos días después de “conocerlo”, de convivir con él. No sentía la confianza aún para mostrarle la calidez de su interior.

Notó que David se quedó pensativo por unos segundos. Escuchó de él un “Mmmm”, y luego lo vio mirando al suelo y frotándose la frente. Algo buscaba en su mente.

—Pues, aprovechando la oportunidad, yo tengo algo que entregarte —le dijo animado—. Dame un minuto para ir a mi recámara, por favor. Vengo enseguida. No te vayas.

—¿Qué es?

—Ya verás, tranquila. —sonreía agitando sus manos pidiéndole paciencia.

Rafaela estaba invadida por la curiosidad. Sintió una mirada de reojo y encontró los ojos de Laura. Actuó cortésmente, sonrió y giró su cuerpo para llevar su mirada nuevamente a la Bahía de Panamá. Trataba de imaginarse lo que David fue a buscar. La hermosa y enorme bandera izada sobre el cerro Ancón ondulaba, distrayendo su atención hacia la belleza de esa ciudad ístmica, tierra del “padre” de su hermana y del joven que dejó de ver a sus seis años, del joven que tuvo que terminar su estancia en la ciudad carioca, su ciudad natal, para seguir el sendero de su destino.

—Esta eres tú —indicó David, apareciendo de pronto a sus espaldas, y mientras le entregaba un sobre doblado, que otrora fue blanco, pero ahora se veía amarillento por el tiempo.

—¿Qué es esto? —preguntó, más bien para desviar la atención de lo que ella ya sabía que tenía en sus manos.

—Esto me llegó hace muchos años y tú me lo enviaste. ¿Cuéntame al respecto?

Rafaela tenía el sobre en sus manos y desdoblaba las partes quebradas al haber sido plegadas y marcadas por el tiempo.

Se marcó una expresión de asombro en su rostro.

—¡Recuerdo esto claramente! Sí, esta soy yo. ¡Dios mío!

Su piel se erizó. Estaba sorprendida totalmente. Lo que menos se había imaginado era que él conservase esta nota después de tantos años; incluso, jamás pensó que le hubiese llegado. Estaba estremecida. Le costaba entender lo que sucedía, y aún más, le costaba sobremanera expresarse correctamente.

—¿Por qué tan pocas palabras, Rafaela?

—Por pena.

—¿Por pena?

—Sí, me dio pena. Sentí vergüenza de que te fueras a reír de todo lo que te escribí. No sé, era una niña, una niña ingenua y temeraria.

—No debiste pensar eso. Nos conocíamos y éramos unidos, Rafaela. Éramos familia. ¡Mira tú!, ahora lo somos nuevamente, de verdad.

—Así es. Después de leer el resto de todas las palabras que te escribí, me sentí comprometida y apenada, recuerdo bien.

—¿Todo lo que me escribiste? ¿Hay más?

—Hubo más.

—Pero no me llegó.

—Lo descarté. Recuerdo haber roto las hojas, recuerdo haberlas botado a la basura —le dijo con vacilación, quitándole la mirada.

—No debiste hacerlo, Rafaela. Tus palabras hubiesen sido bien recibidas.

—No me lo imaginaba así. Tanto tiempo sin saber nada de ti. Por alguna razón, tal vez por mi inmadurez total, sentía que no te importábamos.

—Yo era igual de joven e inmaduro, créeme. No sabes cuánto lamento no haber escrito.

—Te fuiste de la nada y eso fue difícil para una niña como yo que estaba acostumbrada a tu compañía. Eras como un hermano también, David.

—Rafaela, tú eras mi hermanita en ese momento. Lo sabes.

David le tomó las manos, las apretó un poco para asegurarse de tener toda su atención.

—Bueno, hemos cerrado el compromiso no planificado de devolvernos palabras valiosas en una instancia de un pasado que está presente para ambos porque estuvimos allí y lo compartimos. —Sonrió buscando su aprobación— Quédate con mi nota.

—No David, quédate con ella. Esas palabras fueron para mi madre, y quédate con la mías, que fueron para ti.

—Pero...

—¡Chsss!

Ambos sonrieron. Se miraban a los ojos conscientes de que estaban en un evento familiar. David miraba de reojo para encontrar los ojos de Laura y comunicarle con su mirada que él estaba con ella en la reunión, aún cuando viajaba al pasado con los recuerdos compartidos en ese instante con Rafaela, quien lo notaba y se aseguraba de mantener la distancia para evitar suposiciones infundadas, y menos en ese momento tan importante.

—El día de nuestro almuerzo en el hotel, no pudimos terminar de conversar. No me imaginaba que tú y Pia se encontrarían tan rápido.

—Verdad que sí. Pero hemos conversado, ¿no?

Rafaela lo miraba a los ojos con firmeza.

—Yo tengo que conversarte y siento que se me escapan los momentos oportunos para hacerlo. Ya mañana nos vamos y no me puedo ir sin hablarte.

—Dime, ¿de qué tienes que hablarme?

—Estoy reuniendo fuerzas y valor para comenzar.

—No es para tanto. Estás conmigo, nos conocemos “algo”, por lo menos, aunque hayan pasado años.

Ella bajó la mirada como para concentrarse y ordenar sus pensamientos. Esquivó los ojos del hombre, mirando a la distancia. Sentía que su corazón comenzaba a acelerarse y que pronto las palabras saldrían de él. Se preocupaba del momento, de la novedad, del reciente reencuentro y del poco tiempo que llevaba de conocer nuevamente a David. Pero, qué bien se sentía. Era como él decía, como siempre, como si no hubiese transcurrido el tiempo entre ellos, como si no hubiese existido separación.

Rafaela suspiró, tomó las manos de David nuevamente para llamar su atención y acercarse a él. A los pocos segundos las soltaba porque no era el momento, ni el lugar para mantener sus manos en las suyas. Este gesto se prestaba para cualquier malinterpretación y no era el propósito. Estaban en su casa, con toda su familia, y aunque cada quien estaba en lo suyo, muchos sí les daban una ojeada ocasional a las nuevas integrantes de la familia.

A David, sin percatarse del todo, le encantó sentir el calor de esas manos desde que las tuvo entre las suyas en el restaurante.

—Anda, cuéntame Rafaela. Dime, ¿de qué me ibas a hablar?

Ella dudaba, meditando mientras tanto en el paso que planeaba dar, pero decidió contenerse.

—No es este el momento. Lo haremos por teléfono o la próxima vez que nos veamos.

—¡No me hagas eso, Rafaela! Me estas torturando con la intriga. Háblame, anda. Me tienes preocupado.

Ella no sabía cómo salir de este aprieto. Su corazón estaba a punto de reventar.

—Despreocúpate, no es nada malo, ni tampoco de suma importancia.

—Pero he visto que sí lo era para ti, y ahora no quieres decírmelo.

Ella ya lograba controlar sus latidos y bajaba poco a poco las revoluciones del torbellino que giraba en su interior.

—Te pido disculpas, no te quiero dejar con la intriga. Simplemente, no es el momento. Ya tendremos la oportunidad de conversar.

David, en su inconsciente estaba más que encantado con la manera en que ella se desenvolvía, con su feminismo que brotaba de su piel como aroma hechizante.

—Listo. No insistiré, no quiero caerte pesado. Pero, no olvidaré que quedas pendiente conmigo.

—Créeme, lo sé.

En ese justo instante se acercó Laura, quien lo tomó cariñosamente por la cintura, marcando “su territorio”.

—Ustedes no han parado de conversar toda la noche y han dejado al resto fuera del tema —comentó con un toque de “sarcasmo cordial” y con un gesto en su rostro de “poca importancia”, pero de “mucha atención”.

—Sí, hablando de Panamá y los cuentos de su familia—explicó Rafaela para romper el hielo de su abrupta entrada.

David se sintió algo incomodo. Entendió bien la reacción de Laura por más diplomática que fuese.

—¿A qué hora es que viajan mañana, chicas? — preguntó cortante en el tema, como para cambiar el rumbo de la charla indirectamente.

Rafaela buscaba a Pia con su mirada. Su movimiento visual era una buena excusa para asistirle a controlar el momento.

Retornó a Laura.

—Salimos en el vuelo de las 9 a.m.

—¿Y qué te ha parecido la familia? De todo un poco, ¿no?

—Una vasta y hermosa familia. No nos imaginábamos esto en lo absoluto, créanme. Es una bendición para mi hermana, sinceramente.

—Tú también te tienes que contar como parte de esta familia —miró a su novio, lo tenía abrazado y le pasaba su mano por el pecho— y lo conoces desde niña.

David analizaba la escena; alguna vez escuchó decir que, en materia de hombres, “las mujeres son como las gallinas”: se llevan, están juntas, conviven, pero por la atención del gallo, compiten entre ellas para ver quién luce mejor, y en el momento que puedan, se picotean y se arañan entre sí.

Rafaela aprovechó la oportunidad para desviar la conversación a temas triviales y poco a poco dejar que el ímpetu de las palabras compartidas se desvaneciera, y que esto sirviese de excusa para escaparse a buscar por segunda vez la mirada de Pia y así indicarle que era hora de terminar. Se sentía un poco incómoda después de haber experimentado el comportamiento de Laura, y este no era el momento para enfrentamientos innecesarios. Este no era su territorio, ella era novicia en la familia y estaba consciente de que era injusto de su parte despertar los celos de Laura.

Rafaela dio con la mirada de Pia y ésta se acercó para unirse al grupo.

—Pues bien, ya nosotras tenemos que retornar al hotel— pronunció Rafaela. —Cierto hermana. ¡Estamos molidas! — Agregó convenientemente, Pia, cruzando miradas y sonrisas con el resto.

—¡Pueden quedarse un rato más!

—Ya es tarde David, aún tenemos que empacar algunas cosas que compramos y descansar algo.

—¿Quién las lleva al aeropuerto mañana? — consultó Laura.

Rafaela y Pia se miraron a los ojos. Hablaban entre ellas, como siempre, un canal de comunicación único, con su propio lenguaje.

—No se preocupen. El transporte del hotel nos lleva para que no tengan que incomodarse —respondió Rafaela.

—Por favor, chicas, este ha sido uno de los momentos más importantes en mi vida. Aquí acostumbramos a llevar al aeropuerto a los que nos visitan para hacer la despedida bien amena —propuso Laura, dejando dudas sobre la sinceridad de sus palabras.

David pasó su brazo por encima del hombro de Pia para abrazarla y llamar su atención. Pia le correspondió y le brindó un fuerte apretón a su “papá”.

—Y eso que hice lo imposible por convencer a Pia de que se quedase más días con nosotros, pero comprendo que tiene compromisos universitarios que no se lo permiten.

—Pero aquí estaré de vuelta pronto, ya verás, “papá” … “David”, —pronunció ambas sin querer— tengo que acostumbrarme a una de las dos,… ¡Discúlpame!— lo abrazó nuevamente.

—Bueno, ¿y quién las lleva ahorita al hotel? —preguntó Laura con la intención de ofrecerse.

Se miraron a los ojos nuevamente las dos hermanas.

—No hemos pensado en nadie —comentó Pia.

—La pregunta está de más, yo las llevo —indicó David.

—Tranquilas, chicas, las llevo yo. —Interrumpió Laura— Aquí está la mitad de la familia de David. —Pronunció para la atención de todos. Luego, lo miró detenidamente buscando su total atención— Y no debes dejarlos solos, tú lo sabes —le dijo enfáticamente.

Rafaela se sintió comprometida y sabía que no tenía espacio para rechazar el ofrecimiento.

—Gracias, Laura, espero que no sea una incomodidad. —respondió a su ofrecimiento con adorno diplomático.

—Para nada, Rafaela, por favor.

Les tomó casi otra media hora poder salir de la residencia, entre besos, abrazos, buenos deseos, parabienes y el cariño sincero ofrecido por todos como si hubiesen compartido toda la vida. Los últimos en despedirse de ambas fueron David y su madre Francesca. Se abrazaron juntos en el pasillo del elevador ante los ojos del resto.

Quedaron en verse a la mañana siguiente para ir al aeropuerto.