Un acuerdo por un corazón

 

Lo único que me duele de morir es que no sea de amor

Gabriel García Márquez

 

Jack buscó de vuelta la atención de la señora Helia.

—Y Fernanda, ¿cómo está?

—Eso es otro tema Jack. Ella está muy enferma. Casualmente, en este instante está internada. Su corazón muere lentamente.

Su mirada se nubló por la noticia.

—¡Dios! Pero si yo la vi entera y saludable la vez anterior que vine. No lo puedo creer, ¿cómo es posible?

Se acercó a él y puso su mano en su hombro con un gesto cariñoso.

—Ella ha cargado con esta afección desde hace rato. Pero al final, la dolencia ha ganado terreno.

—Pero, ¿qué tiene? ¿Qué le ha dado?

—Según entiendo, su afección es congénita y se le ha manifestado ahora.

—¿Y qué se puede hacer?

—Cruzar los dedos y esperar que se encuentre a un donante compatible. Se nos acaba el tiempo y las probabilidades son muy bajas. Hay que encarar lo que parece ser inevitable.

Jack entraba inmediatamente en el modo de “asistencia”. Su naturaleza era la de ayudar a quien pudiese. Con sus innumerables contactos, seguro que al indagar un poco podía aportar a mejorar las cosas, y ahora más con el acercamiento familiar que se estaba dando al enterarse de la existencia de la nueva integrante de la familia.

—Y, ¿quién la atiende? ¿Quién es su doctor encargado?

—Dirás, “doctores”. Créeme, Jack, ella está en manos de los mejores.

—Pero tiene que haber alguna forma de encontrar un donante.

—Resulta, Jack, que aparte de que su corazón adolece una rara enfermedad que yo no sé describir muy bien, algo con el miocardio, o algo así, ella también tiene problemas con aspectos de compatibilidad, es lo que entiendo.

Jack apretó a Pia con un signo de lamento genuino. Se quedó mirando a la niña tratando de encontrar una explicación a lo que se acababa de enterar.

—Y, ¿qué sucederá con las niñas en caso de…?

—Estamos viendo esto en detalle. La voluntad de Rafaela es que las niñas se queden conmigo.

—Es de entender, señora Helia. Han vivido aquí toda la distancia. Usted y todo el entorno son parte de su hogar.

—Pero también están los padres de Rafaela, que pueden adoptarlas. Es un dilema de voluntad y realidad —aclaró —Yo no tengo problemas en que las niñas vivan conmigo. Como puedes ver, aquí sobran manos —agregó.

—Como sea, señora Helia, ahora que me entero de esta inesperada noticia —miraba a la bebé y llevó su mano a su rostro para acariciarla— deseo que cuenten conmigo como acudiente de David. Pia y Rafaela forman parte oficial de nuestra familia a partir de hoy, esto usted lo debe saber. —Apretó a la niña suavemente en sus brazos y su pecho— ¡Dios mío! ¡Vaya divina sorpresa! —Exclamó en voz baja.

—Yo sabía que tú ibas a acoger esta noticia con el corazón abierto. —le dijo ella con ternura.

—Y, ¿cómo no hacerlo, señora Helia? Vea con detenimiento el rostro de Rafaela y a esta criatura que tengo en mis brazos —volvió a mirarla y pasó su mano por su cabecita dándole una tierna caricia—. Es imposible no enamorarse de ellas.

Imagínese usted, ¡son mis nietas!

La bebita mantuvo sus ojitos cerrados todo ese tiempo en un sueño consentido, como si estuviese en otra dimensión, de seguro, con Dios.

—Así es, Jack, ¡Felicidades! —le dijo con verdadera intención.

—¿Y usted planeaba no decírmelo? Mi visita ha sido mera coincidencia para enterarme de esta grandiosa noticia.

—Sí, planeaba decirte todo esto en algún momento. Aunque no puedo decirte con exactitud en qué momento o cuándo planeaba confesarte todo. Hubiese sido cuestión de tomar el teléfono y contactarte. Pero te adelantaste. ¡Dios está con nosotros, sin duda, Jack!

—¿Y David? ¿Qué se debe hacer con David, en su opinión?

—Nada. Él tiene que seguir su camino, usted y yo lo sabemos. Incluso, el deseo de Fernanda es que sea así.

—Pero, también es injusto, ¿no cree?

—Todo tiene un precio. Él está muy joven para esto y las circunstancias pueden alterar totalmente su curso, haciéndolo tomar decisiones para las que aún no está listo. Aparte, Fernanda lo hizo para dejar una huella indeleble que desde el principio contemplaba a David fuera del marco; o más bien, para dejarlo entrar “más tarde”, cuando estuviese listo.

—Todavía me encuentro asombrado, Helia. —Jack no soltaba a Pia.

—Lo sé. Pero, ¡que buen asombro!, ¿no?

Jack se quedó pensativo por varios segundos. Bajó su cabeza y miró a Pia. Aún con sus años de edad y su larga experiencia, admitía en ese instante que la vida no deja de probarnos, y con sus misterios nos amansa a todos.

Jack se encontraba ante una novedad impresionante. Jamás se hubiese imaginado que otra vida llegaría a la suya. Siguió viviendo el instante y meditaba a la vez sobre las consideraciones que ahora tenía que contemplar. ¿Cómo manejar esta situación? ¿David? ¿Su madre Francesca? ¿Pia? Tal vez lo mejor sería mantener la misma postura que mostró la señora Helia, y la atinada voluntad de Fernanda. Jack adoraba a David y entendía perfectamente el reto que le venía por delante si esta realidad no era manejada de la debida forma, dadas las circunstancias. Volvió a pensar sobre la manera en que se pudo dar la unión de Fernanda con David. Todavía se sorprendía que una mujer como Fernanda se entregase a un joven inmaduro como David. Esto lo hizo pensar a su vez en la manera en que él se acercó a su madre Francesca.

Meditó por unos segundos y comprendió que no hay diferencia entre él y David. Las edades no son relevantes cuando se trata del corazón.

Miraba a Pia mientras recordaba que él estuvo enamorado de Francesca por 10 años antes de confesarle su amor y de atreverse a hacer el intento de mostrarle sus verdaderas intenciones y sus pasiones; de hacer el intento de conquistarla. Se dio cuenta que, en todo ese trayecto, en ese proceso de amarla en secreto, estuvo inspirado como nunca y la mayoría de sus logros se los atribuye a esa energía que alimentaba su corazón. Fue un niño encantado toda la distancia en espera de ese mejor regalo: el amor de Francesca, su amada, la mujer de su vida, la madre de David.

Ahora le tocaba a Jack tomar las decisiones correctas o, por lo menos, aplicar aquellas que consideren lo mejor para la mayoría de las partes involucradas. Helia seguía sentada frente a él, en silencio.

—Conversemos en detalle cómo vamos a manejar “esto” de aquí en adelante –le sugirió él.

—Como te dije, Jack, él tiene que seguir su camino, nosotros lo sabemos y ese es el deseo de Fernanda también.

—Estoy de acuerdo con usted. Pero yo quiero participar en esto.

—Tú ya formas parte de esto. Yo estoy aquí, “ellas” dos van a seguir aquí, Fernanda seguirá hasta donde pueda... Usted y yo podemos mantenernos en comunicación.

—No solo eso, me refiero al aspecto económico. Yo quiero que usted cuente conmigo para todo lo que ellas necesiten.

—Me parece perfecto, y agradezco tu interés y gentileza. Créeme que tu apoyo será bienvenido y asistirá al bienestar de las niñas.

Luego continuaron conversando al respecto, y acordaron la forma en que se iban a comunicar de aquí en adelante, y elaboraron planes a futuro ligados a la educación de las niñas, sabiendo que aún podían contar con la opinión de Fernanda, y que en todo momento se tenía que incluir el envolvimiento por derecho a participación de sus padres. Era igual de importante darle el debido seguimiento al potencial núcleo familiar de las niñas, con o “sin Fernanda”, y prestarle atención al detalle “informativo” de cómo se iba a manejar la verdad; esto es, “¿qué partes de la misma? ”, “¿cuánto de ella? ” y “¿quiénes podrían manejarla a lo largo del tiempo? ”. Se acordó mantener a David en anonimato ante las “niñas” para evitar cuestionamientos sobre su paternidad. Jack les diría en su momento la verdad a Francesca y al mismo David. Esto estaría bajo su “discreción”,…

No se imaginaba Jack que el tiempo y el destino le tenían una jugada inesperada para convertir esa discreción en una bóveda impenetrable.

Los minutos fueron transcurriendo sin que ambos se dieran cuenta. La niña se estaba despertando, dando los primeros indicios de hambre. Jack se la pasó con ternura y cuidado a Helia y esta la dejó descansar sobre sus brazos para darle el biberón. Jack sonreía.

—Helia, me gustaría ver a Fernanda. ¿Cómo puedo hacer? ¿Dónde está ella?

—Dame un segundito y te doy los datos específicos. A la pobre la han paseado por clínicas y hospitales en toda la ciudad. Hace poco estuvo recluida en el Hospital de Clínicas de Jacarepaguá. Ahora la tienen en el Hospital Samaritano porque está más cerca de nosotros y también allí labora un amigo de su madre como médico internista, quien está al tanto de las últimas gestiones de los cardiólogos.

—Ajá, ¿cuál es la dirección?

La señora Helia tenía a Pia en sus brazos manteniendo el biberón con una mano y la bebé con la otra. Se levantó un tanto para tomar una pequeña libreta ubicada sobre la mesa del teléfono que estaba cubierta por un bello mantel blanco bordado por ella en el pasado. Al lado de la libreta se encontraba un bolígrafo “Bic” de plástico estratégicamente ubicado para atender la necesidad en ese instante. Astutamente, hizo el intercambio de manos para mantener a la niña y al biberón con una sola, tomó el bolígrafo y, con un gesto, hizo entender a Jack que le sostuviese la libreta para poder anotar la información de ubicación.

—Queda muy cerca de aquí. Le dices a un taxi y ellos saben cuál es el Hospital Samaritano. De igual forma, aquí te apunto la dirección —asentó su puño sobre la libreta y escribió: “Rua Bambina 98, Botafogo”.

—Gracias por la información. ¿Hay horarios específicos de visita?

—Ella tiene influencias allí, créeme. Puedes visitarla cuando gustes.

—Perfecto.

El día avanzaba. Jack, gentilmente, le dijo a la señora Helia que era hora de marcharse, que retornaría al hotel y que le daba las gracias por la atención. Le dejó saber que al día siguiente visitaría a Fernanda. Se puso de pie y se acercó a ella para darle un beso en la mejilla y un fuerte apretón cariñoso, como los que él sabía dar. Se acercó lentamente a la bebita y le regalo un beso en la frente. Se incorporó y siguió el camino en el curso indicado por la alfombra de pasillo superpuesta sobre el piso de parqué del apartamento que lleva a la puerta de entrada. Ondeó su mano para despedirse y salió al pasillo para pescar al resto de las chicas apostadas en los distintos apartamentos, diciéndole adiós. Todas le preguntaron a Jack cuándo lo volverían a ver y él indicó que pasaría al día siguiente. “Después de visitar a Fernanda al hospital”, pensó en silencio.

 

Los hospitales se ven y se sienten igual en cualquier parte del mundo, definitivamente. ”, pronunció Jack en voz baja luego de bajarse del taxi frente al Hospital Samaritano de Botafogo. Entró por la recepción central de la sala de visitas de pacientes y le indicaron que el piso de la habitación de Fernanda era el número 2, la habitación 314. Tomó el elevador y se encaminó hacia el precinto indicado. Al llegar, prestó atención a lo ancho de la puerta de la habitación —algo común en los hospitales— siendo así para permitir el movimiento de las camas y equipos de tamaño considerable. Tocó la puerta pronunciando en voz tenue, pero firme, “permiso”. Escuchó, a alguien decir, “Pase, adelante”. Procedió a entrar y se encontró con caras desconocidas sentadas en el sofá de fondo de la habitación. El recinto estaba tan frío que sentía que le iba a tomar un par de minutos aclimatarse. Detrás del sofá vio un ventanal que permitía que entrara la luz controlada por una transparente cortina que protegía la intensidad del destello del astro dueño del día y éste asistía a darle algo de calor al entorno.

Escuchó nuevamente las voces de cortesía, que decían: “Adelante, adelante, con confianza”. Podía divisar parte del borde de la cama donde se debía encontrar Fernanda. Miró hacia su derecha y pudo ver con más detalle el mueble completo rodeado de aparatos con pantallas digitales y varios aparatos que emitían tenues sonidos intermitentes y, finalmente, a la bella Fernanda, quien tenía su mismo hermoso rostro, algo demacrado y pálido. Había perdido peso. El relieve de su cuerpo debajo de las mantas mostraba una figura más delgada, y su semblante completo se percibía débil. “Con el permiso de ustedes”, pronunció en alto. “Vengo a visitar a Fernanda, mi nombre es Jack, mucho gusto”.

El resto fue presentándose uno a uno. Entre estos se encontraba la madre de Fernanda, quien se levantó en especial para saludarle y presentarse formalmente. “Mucho gusto, señor Jack, mi nombre es Cándida. Finalmente nos conocemos, Bienvenido”, le dijo la señora con afabilidad y con algo de tristeza en su rostro. Su entonación y gesto corporal le dejaba saber que ella le conocía por otras voces. Jack gentilmente le ofreció su mano con una cordial sonrisa de introducción. “El gusto es mío, señora Cándida. Puede decirme Jack cuando guste”, agregó con amabilidad. La mano de la señora la sintió tan fría como la habitación. La miró a los ojos, unos hermosos ojos, los mismos ojos de Fernanda, y sintió que conversó con ella en un instante. Su alma le habló y le contó sobre su inmensurable amor de madre hacia Fernanda, y también compartió su desconsuelo. Sin pedirlo, se grabó el rostro de la Sra. Candida, y pudo confirmar el origen de la belleza de Fernanda, Rafaela y Pia. Jack caminó hasta poder apoyarse en la baranda derecha de la camilla donde descansaba Fernanda. La pobre, con sus ojos abiertos, con sus matices miel, ahora un poco apagados, y entre su debilidad, logró sonreír y darle la bienvenida.

—¿Cómo está, mi querida Fernanda? ¡Qué gusto me da verte nuevamente! —Exclamó– Ambos intercambiaron sonrisas.

Jack se inclinó y le dio un beso en su frente. Pudo sentir el olor a medicamentos que cubría toda el área donde ella yacía.

Fernanda mostraba señales de un ánimo que ninguna medicina le había brindado en meses. Se notó que estaba haciendo un esfuerzo físico para poder transmitir la emoción que sentía al ver a Jack. Aún estando tan débil y fallando en el intento, sus ojos lo decían todo. Y Jack podía leerlos.

—¡Increíble, Jack! Usted por aquí, ¡no lo puedo creer! ¡Esta ha sido la mejor sorpresa en meses! ¡No tiene idea usted la alegría que me da verlo nuevamente! —expresó ella, conmocionada.

Enseguida comenzó a toser, al sobrepasar su esfuerzo pulmonar por hablar con tanta emoción, con tanta intensidad.

—Aquí estoy Fernanda, de paso, decidí venir a visitar a la “familia” —esta última palabra la pronunció con algo de doble sentido, sin querer.

—Bueno, señor Jack, aquí estoy esperando que la suerte me salve.

—Recuerda, dime Jack. Y en cuanto a la suerte, más importante es la fe. Hay que mantener la fe, mi amor.

—Mi caso es complicado, bastante raro. Pero bueno, para qué hablar de esto. ¿Cómo ha estado usted?

—Gracias a Dios, todo bien.

Él sentía que Fernanda quería saber de David. Decidió adelantarse y contarle.

—David está en la universidad avanzando poco a poco. Ya se ha adaptado a su entorno, pero todo bien. El no tiene idea que yo los estoy visitando. Esto no fue planeado.

—Qué bien… Se adelantó en hablarme de David… Sabía que le iba a preguntar, ¿verdad?

—La verdad, sí.

Fernanda se quedó sorprendida. Pero no tenía energías para luchar con sorpresas. Sin la intención de cambiar el tema decidió expresar lo que sentía con la visita.

—Estoy muy contenta de verlo. No se imagina… ¡Estoy feliz! —exclamó con alegría.

Seguían conversando, pero en la sala se encontraban demasiadas personas que no tenían que formar parte de la conversación, aún cuando todos hablaban sus temas y no prestaban atención a la conversación entre ellos. La habitación se veía repleta. Aparte de la luz que entraba por el ventanal, también estaban encendidas las lámparas blancas de la habitación, luz algo burda que hace resaltar todas las imperfecciones del rostro de cualquier ser humano. A Fernanda la hacía ver extremadamente pálida, pero su piel tersa todavía se mostraba presente. Fernanda le hizo señas a su madre para que se acercara a ella, y luego le pidió en voz baja que le indicase al resto que quería conversar a solas con Jack. La mujer cumplió su solicitud a cabalidad, aunque por dentro quedaba curiosa de saber de qué conversarían, aparte de que le sorprendía un poco la inesperada visita de Jack. Lo poco que sabía ella de él, le había venido por vía de su amiga Helia. En pocos segundos, Cándida cumplía con la solicitud de su hija. Intercedió para que el resto de las visitas desocuparan la habitación, y así dejarlos a solas.

—¿Usted conversó con la señora Helia, Jack?

—Sí, lo hicimos, largo y tendido.

—Entonces, usted lo sabe todo...

—Sí, y no tienes que alarmarte, ni sentirte mal, Fernanda. Entiendo y comprendo. No te olvides, soy hombre, y sé lo que se siente cuando se ama a una mujer, y fui joven también, ten esto presente.

Tomo su mano y la cubrió con la suya, dándole un apretón cariñoso. Acarició su frente tiernamente para mover sus cabellos.

—Por favor, dime “Jack”, con confianza.

—Está bien, “Jack”. —Le dijo asintiendo— Yo adoro a David. Y mi precio, soy yo, que por lo que usted puede ver, me voy. Y la otra parte del pago, el no poder tenerlo a él por todas las circunstancias que van en contra nuestra. Pero mi recompensa, Pia, sobrepasa mi sacrificio, y más porque es de él. David es su padre. Nosotros la concebimos en el momento más bello de nuestras vidas, un momento como ninguno, un momento tan bello que creo que es lo que me mantiene viva porque cierro los ojos y puedo ir allí, justo allí; y allí estoy con él.

Fernanda se esforzaba para hablar. Se quedaba corta de aire. Jack tomó sus manos y luego llevó una de las suyas para darle una suave caricia a su frente y su cabello nuevamente. El silencio de la habitación era invadido por el tenue, pero repetitivo sonido de las máquinas de asistencia cardiaca que mantenían a Fernanda. Un sonido que poco a poco le puede quitar la esperanza a cualquier alma que allí permanezca. El olor y el ambiente de la habitación dejaban en evidencia que se encontraban en un hospital donde es necesario rotar a los pacientes como se hace con el inventario en cualquier otro negocio.

Un sitio frío, inhóspito, con una atención de tacto unísono y de trato llano, ajeno a la dolencia del paciente, aún cuando se promueven como un sitio donde “sí les importa” con el paciente. La muerte, la cura, la dolencia, la enfermedad, son equivalentes en significado; tan solo son un común denominador a tratar indiferentemente como derivado de la actividad.

—¿Qué hacemos con David, Fernanda? Es injusto que él no sepa.

—Pero también tú y yo sabemos que este no es buen momento para que él se entere de esto.

—Entonces, ¿en qué momento?

—Hablé con la señora Helia esta mañana y me comentó todo lo que había conversado contigo. Tú y ella quedaron en que esto estaría bajo tu discreción. Considero que debe ser así. Tú sabrás el momento.

—Ya éramos familia, ahora lo somos por sangre. —le dijo Jack mirándola con cariño.

Jack seguía acariciándole el cabello a Fernanda. Ambos se miraron en silencio. Hablaban con sus ojos. Los de Fernanda se aguaron y contagió los de Jack. Se acercó a ella para darle un abrazo lleno de ternura sincera.

—Yo voy a estar con ustedes de aquí en adelante.

—Lo sé, Jack. La señora Helia me lo dijo. Pia es tu nieta y Rafaela también va a serlo. Estaré siempre agradecida de ti.

Jack tenía presente que afuera de la habitación había familiares y amistades esperando poder entrar de regreso a la habitación. Tenía que ser considerado y prudente con el tiempo consumido.

—Hablé con Helia para mantenernos en comunicación y coordinar “nuestra gestión” de aquí en adelante. Estoy al tanto que tu familia también estará involucrada.

—Así es, pero más bien en el plano económico. Yo prefiero que las niñas sigan con mi tía Helia, quien ha formado parte de su mundo desde que las traje yo a este mundo. Ella puede con las dos siempre que tenga ayuda doméstica y apoyo de todos alrededor. Mis padres estarán cerca siempre, pero no es mi voluntad que ellas vivan con ellos. Esto sería un cambio muy drástico en la vida de Rafaela. Aparte, mi madre no tiene la misma dulzura maternal que mi tía.

—Estoy contigo, Fernanda.

—Lo sé, Jack.

Él tomó sus manos, preguntándose en silencio: “¿Por qué Dios nos pone estas pruebas? Una mujer tan bella y llena de vida, madre de dos niñas, sufre una dolencia repentina que le roba la vida, ¿por qué? Y encima, vivir la impotencia de no poder hacer nada, solo esperar. Solo depender de la esperanza”.

Luego miró a través del ventanal llegando a distinguir la ciudad a través de las cortinas que eran bastante transparentes.

Tocaron la puerta y solicitaron permiso para entrar. Era una de las enfermeras de soporte que le tocaba su ronda de atención a los pacientes. Venía con diversos aparatos para hacer todo tipo de medidas y monitoreo. Ya era hora de salir y dejar a Fernanda, aún cuando no quería hacerlo. Se percató que sentía un profundo cariño por ella y al verla detenidamente entendió que ella le traía el recuerdo de su hija mayor, con quien estaba algo distanciado por razones dejadas en el pasado. Se imaginó que él podía repetir esa muestra de cariño hacia Fernanda con su propia hija. Pero el tiempo, la distancia y el orgullo no solo les mantenían distanciados, sino que hacía improbable que un acercamiento se diera por parte de su hija, aún cuando él lo intentase. Ese era el clásico cuadro de dos personas heridas y distanciadas que sin querer prolongan la distancia y el tiempo solo porque no se atreven a ceder, romper el miedo al rechazo, derrumbar el orgullo y dar ese paso tan grande que categoriza al ser humano con sentimientos: pedir “perdón” desde lo más profundo de nuestro corazón sin esperar nada a cambio, aparte de la aceptación de ese mismo perdón.

Jack hizo señas a la enfermera para que le brindase unos segundos. Se acercó nuevamente a la paciente, a quien le daba su corazón, a quien quería como una hija; se inclinó hacia ella para darle un beso en la frente y acariciarle el cabello como medio para comunicarle todo su sentimiento. La veía en asombro. No podía creer que todo esto estaba sucediendo.

—Fernanda, yo voy a estar ahí siempre. Tus hijas, son mis hijas. No pierdas la fe, seguro el corazón que te salvará estará en camino en cualquier momento. —Sabía que le decía esto como parte del discurso de optimismo que se debe manejar en esta condición. Pero en el fondo se sentía víctima de la misma desesperanza a la que sucumbía Fernanda.

Ella se quedó mirándolo. Comenzó a llorar suavemente. Él quitó algunas lágrimas de sus mejillas.

—Gracias, Jack. Yo sé que cuento contigo. Por favor, cuídame a David. Los tres tendrán su momento para unirse cuando consideres prudente. Y será hermoso.

—Cuenta conmigo. Lo haré.

—En cuanto al corazón, yo no he perdido la fe sobre el “corazón físico” que mi cuerpo requiere. Pero es importante que sepas que ya yo fui salvada por un corazón. El corazón de David. Y él tiene el mío.

Jack no dejaba de sorprenderse de la profundidad de ese sentimiento. Le parecía hermoso poder amar y ser amado por alguien así. David, definitivamente, era afortunado. No había tenido la oportunidad de conversar con él como para inferir sus sentimientos o esperar a que este le comentase sobre su amor de Río. Lo único que sí retornaba a su mente al practicar el ejercicio de recordar, es que cuando el muchacho regresó a casa, antes de partir a Portland, notó que estaba afligido, desconsolado, como si hubiese dejado su vida y su alma en Brasil. Su rostro, entonces, evidenciaba una nostalgia sin reparo, y continuó así aún después de haber ingresado a la universidad y regresar de visita de verano a casa. Por sus años de experiencia, dedujo que algo profundo experimentaba, algo que sentó su marca profunda. Pero nunca tuvo la oportunidad de conversar con él al respecto, o por lo menos, David nunca se acercó para abordar el tema.

Jack se separó de Fernanda para abandonar la habitación. Era el momento de hacerlo. Finalmente pudo despedirse.

Tomo sus manos en las suyas. “Ten presente que estarás siempre con nosotros, cariño”, le dijo con seguridad, y con un tono de voz paternal, sabiendo que corría el riesgo de que sus palabras pudiesen inferir la cercanía al “final” o su propia desesperanza. Pero quería asegurarse que Fernanda se sintiese resguardada de que él estaría allí para ella y para los suyos — ahora los de él también— durante los días que le quedasen a él. Se acercó a ella y la besó tiernamente en ambas mejillas.

Separó su rostro un tanto y sus miradas se fijaron permitiendo a sus almas abrazarse. Después de un lapso de unión, se separó de ella en un último movimiento sin despegar sus miradas. Caminó hacia la puerta donde se detuvo para hacer el acto de tirarle un dulce beso, como se lo daría a su propia hija si tuviese la oportunidad. Hizo un ademán con su mano derecha, llevándosela al pecho, dándole vueltas al área de su corazón, tomándolo con su mano, dándoselo y tomándola a ella para meterla en el suyo, indicándole que la llevaría siempre con él. Jack, en ese momento se imaginaba que era probable que esa fuese la última vez que la vería con vida.

El destino se lo confirmó.