De vuelta a la Tierra de los Venados

Mazatlán:Lugar junto a los venados”, del Nahuatl, mazatl: «venado», tlān: «tierra adjunta» o «lugar adjunto»

 

—Permítame, señora, ¿qué lleva dentro de esa cajita de metal? —preguntó el oficial de aduanas.

El hombre la miraba cortésmente. Su pregunta estaba demás. Era obvio que la hacía por mero procedimiento. Él sabía muy bien que tenía en sus manos la urna con los restos de alguien. Solo su hermoso labrado en el metal de cobertura de plata de la pequeña caja lo decía todo: representaciones claras del cristianismo, judaísmo y del budismo, cuya esencia Jack siempre llevó en el corazón.

—Son las cenizas del cuerpo de mi esposo fallecido hace poco, —metió su mano en la cartera y sacó un sobre —aquí tiene los comprobantes de migración.

—No se preocupe, señora. Con su respuesta es suficiente. Solo que sí tiene que pasar la cajita por el detector —le instruyó.

Paola y David tomaron las maletas y asistieron a su madre con el recipiente de metal. Estaban en el aeropuerto internacional General Rafael Buelna, de Mazatlán, México.

Viajaron en un taxi en ruta al hotel Playa Mazatlán. El conductor era un hombre ameno, que hacía el papel de guía turístico. Se sentía orgulloso de su ciudad y compartía su historia con sus pasajeros recién llegados de un país vecino que comprendían su misma cultura latina. Pasaron por el centro de la ciudad y luego bordearon la bahía. Estaban sorprendidos por lo pintoresco y por la vida colorida de la ciudad.

—Esta fue la ciudad de infancia de Jack —comentó Francesca, recordando las referencias que él siempre le dio sobre esta ciudad costera.

—De veras que es hermosa y con una vista exclusiva al mar —dijo Paola.

El sonido del motor del auto, algo desajustado, así como el ruido de la carretera y de los autos que pasaban en contravía, la brisa y las bocinas pitando por doquier, ponían la acústica de fondo.

—Llegamos al hotel, dejamos las maletas, nos refrescamos un poco y salimos de una vez a dar una vuelta, ¿Ok? —indicó Francesca.

—Perfecto, madre —contestó Paola.

—¿Qué te gustaría hacer? —le preguntó David.

—No sé, pasear, ver; de pronto, conocer el hotel Belmar.

—¿El hotel Belmar? —preguntó Paola curiosa— ¿y eso?

—Es un ícono de la ciudad y el primer sitio donde vivió Jack.

—Ya veo. Interesante —asintió Paola, aún curiosa.

Al llegar al predio, David fue el primero en bajarse del taxi, impulsado por una necesidad básica que tenía su norma diaria en la mañana y al anochecer: ir al baño a cooperar con la naturaleza. Nada como ese momento para él. Su madre Francesca, se sorprendió con su apuro a lo que Paola simplemente acotó:

—Madre, ¿no conoces a David? Se está… ya tu sabes qué, ¡jo! —le dijo con una pausa intermedia para dejarla inferir.

El taxista llegó a escuchar y reía discretamente.

—Ahí donde lo ves, va para el baño, ¡lo conozco como la palma de mi mano! —Sentenció la muchacha— Ese donde come, de una vez tiene que empujar lo que tiene en las tripas. En el avión, el muy glotón, con su hambruna de siempre, se comió su comida, parte de la mía y parte de la tuya. Ya sabes. Y prepárate, que esto va a ser más de media hora si es que decide meterse, encima, con la guitarra al baño.

Al llegar a su habitación, David procedió a llevar consigo todos los implementos necesarios para su experiencia con el inodoro. Cargaba con revistas, y en efecto, su guitarra lo acompañaba. Sentado, disfrutando de su derecho, se percató que en el bolsillo de su pantalón se encontraba el sobre que había mantenido para leerlo siempre que pudiese, el que albergaba hermosas palabras de Jack y que se convirtiera en una especie de amuleto para él, una guía de vida con consejos y mensajes profundos recibidos de parte de él vía fax, en la empresa donde entrenaba en Londres, tan solo unos días antes del trágico accidente aéreo.

Soltó su guitarra, abrió el sobre desgastado, ya medio amarillento y arrugado por su constante manipulación.

Procedió a leer una de sus notas nuevamente.

 

Panamá, 14 de mayo de 1993

 

David Tibaldero

 

Empress Place 514

 

140 Brompton Road

London SW3 1HY

 

United Kingdom

 

Querido David:

 

Espero que al recibir esta nota te encuentres bien en todos los sentidos y que Londres siga maravillándote con su contenido.

La última vez que compartimos juntos, recordarás, estábamos en el bar de la casa y me preguntaste sobre el sentido de la vida. Estabas confuso y dudabas si valía la pena toda la complejidad del mundo. Aprovecho esta oportunidad para dejarte unas cuantas palabras de instrucción que he tomado prestadas de inolvidables “seres iluminados” de antaño para que te sirvan de inspiración y para que te asistan a continuar avanzando por tu sendero.

La vida es un hermoso misterio, mi querido David.

Si pudiéramos ver toda nuestra vida plasmada sobre un lienzo, de cerca, nuestros ojos no entrenados y limitados por los confines de lo material verían tan solo eventos desconectados, sin forma, sin apariencia alguna; pero de lejos, entrenados con el corazón, apreciaríamos un gran diseño; así es, ¡un diseño tan grandioso que alberga los planes entrecruzados e interconectados para todos los seres creados por Él!

En el sendero de nuestros respectivos destinos, antes de dar cada paso, somos encarados por rumbos desconocidos que nos retan con intriga y suspenso. El no poder ver qué nos viene, nos intimida, pero también nos atrae; es algo que no podemos explicar, es el misterio de vivir. Con la experiencia y la madurez vamos aprendiendo a aceptar que cada paso que tomamos estará lleno de incertidumbre, y que la incertidumbre brinda espontaneidad, y que la espontaneidad le concede misterio, encanto y sentido a la vida.

Pero, ya lo vivirás tú mismo, hijo mío, ya verás que la Providencia es tan maravillosa que logra hacer que estos rumbos desconocidos se encuentren y cumplan con ese plan trazado para cada uno.

Y poco a poco irás entendiendo que esto es parte del “entrenamiento” que nos impone la Omnipotencia a través de nuestro sendero diseñado por Él. Y en la medida que sigas avanzando por el tuyo propio sentirás tu conciencia acercarse cada vez más a su Divinidad, influenciando tu espíritu a que acepte finalmente que “vivir” cada paso del sendero frente a ti es más importante que solo cumplir con caminarlo.

Con esta “gloria” presente en tu corazón, lograrás “sentir” que todo tiene un propósito y que nada es casual; comprenderás que el destino está Omnipresente para todos en un grandísimo diseño por el que nos movemos libremente, pero maniobrado por Él siempre, con su grandeza y poder.

Comprenderás, hijo mío, que solo con el “corazón” serás perceptivo a ver sus señales, y esto te fascinará y te llenará de júbilo; pero, si obras, dependiente solo a tu razón y lejos de Él, quedarás preso, deambulando en lo material, y se te hará más arduo tu camino. Y, sobre todo, mi querido David, con esta “gloria” presente en tu corazón, escucharás por siempre su divino mensaje haciendo eco en la majestuosidad del mundo que te rodea, que “Todo tiene que ver con Todo”.

Pero como condición celestial, tenemos que emprender estos caminos ingenuos e ignorantes de su origen y de su motivo, y con las dos únicas herramientas que se nos otorgan: la fe para mantenernos unidos con Dios y el amor como medio para “ver” con lo que sentimos.

Estamos aquí, mi querido David, para participar en este mundo, para andar por nuestro gran diseño, ignorantes en un principio del conocimiento espiritual y de lo intangible, solo con fe y amor a nuestro alcance.

Ten presente por siempre, hijo mío, que la Divinidad nos está entrenando. Tú eres parte de un gran diseño y caminas por el mismo. No te preocupes, todos nos encontramos constantemente en el sendero.

 

Esto es eterno. Solo sigue.

 

Tu padre y tu amigo,

 

Jack

 

P.D. Tengo un solo pedido, hijo mío. Por favor, sigue leyendo lo que puedas y desarrolla el hábito de escribir.

Estas son las herramientas que mantienen al hombre libre. Nos vemos pronto, hijo mío.…

 

David no tenía idea del número de veces que leyera esa nota de Jack. El denominador común cada vez que la leía era encontrarse con ríos de lágrimas en sus mejillas.

“Algún día llegaré a escribir como tú, Jack. Te lo prometo. Le prestaré atención a las palabras, buscaré moverme con ellas, buscaré mover a otros con ellas, buscaré ser libre con ellas, Apreciaré las palabras de otros. Comenzaré por imitarte.

Haré el esfuerzo. Esta cachetada que me está dando la vida es signo de que tengo que hacer esto.”, se dijo.

Cerró la nota doblándola y siguiendo los pliegues quebrados y marcados por tanta manipulación. Bajó su cabeza para reposarla sobre sus brazos y estos sobre sus piernas. Y lloró. Y lloró. Así es, lloró desde el alma, lloró con su ser sumido en el dolor, invadido por la nostalgia, por la añoranza de ese buen amigo, padre y guía, y no paraba de sollozar. Probaba él en ese instante la más grande falacia sobre lo masculino: que los hombres no lloran.

—Dios, ¿por qué no me avisaste? ¿Por qué no me diste la oportunidad de agradecerle a Jack por todo lo que nos brindó?

¿Por qué no me diste tiempo para tratar de cumplir con sus pedidos? —se cuestionaba David en silencio.

Y su llanto desconsolado lo llevó a soltar gemidos de dolor y suspiros de la más profunda tristeza que hasta Dios, en ese justo momento, quedó sorprendido. Su desconsuelo y sumida melancolía llamaron su atención, y este, con su manto misericordioso lo cubrió poco a poco hasta calmarlo. Hablándole a través de su corazón, le dejó saber que Jack estaba al tanto de su aprecio, que Él obra inesperadamente, y que ahora le tocaba a él seguir su camino.

David sintió un suave y agradable calor que colmaba su pecho; algo extraño. Unas palabras a base de sentimientos que no fue difícil descifrar, le hablaban “vibrando” al corazón, le hablaban “sintiendo” sin palabras pronunciadas, sin sonidos al oído…:

 

“No te preocupes hijo mío, yo estaré contigo y te acompañaré siempre. No temas, solo ten fe. Cuando no veas tus pasos marcados al lado de los míos, es porque te llevo cargado en mis brazos. Ten esto presente. No lo olvides”.

 

Dios le hizo sentir cada palabra en su corazón.

 

John Carlson era el típico norteamericano “loco” estancado en la década de los 60. Andaba por ahí en su Volkswagen escarabajo convertible de colección, relativamente en buen estado, algo mejor que una roña metálica. Vestía sus camisas floreadas y sus pantalones kakis desgastados, atuendo más apto para el estilo de Hawái que para el de Mazatlán. Donde fuese, resaltaba como extranjero de fácil clasificación: gringo playero. El sol le tenía la piel rojiza y cuarteada haciéndola parecer cuero de vaca teñido de rosa, y eso que, según él, se la humectaba constantemente.

Era un gringo fino, con clase, como él decía de sí mismo. Su gran panza y sus libras de más le brindaban un leve cuerpo con forma de pera; sin embargo, con sus finas facciones que otrora seguro le asistieron en su gallardía, con su cabello blanco y su envidiable carisma, pasaba como un amistoso y dulce peluche.

Con su español pisoteado, saludaba a media humanidad y hablaba con todos. Era ameno y muy querido por los residentes en Mazatlán. ¡Quién no conocía al viejo Johnny! Al “Gringo Loco”, o “Crazy Johnny”, como muchos le llamaban. Lo propio hubiese sido que él se lanzase a político aprovechando toda su popularidad y roce social; David se lo propuso, cuando lo conoció luego de la reunión previa que sostuvo el gringo con su madre, Francesca. Sin embargo, él dijo que para ser político en México se requiere ser un experto mentiroso y descarado ladrón; y para ser experto mentiroso se requiere una buena memoria, detalle con el que él no contaba. Así que, mejor se mantenía en su actividad de arrendamiento de todo tipo de equipos que se moviesen en el mar; lanchas, botes de pesca, equipo de buceo, motos de agua.

—A lo que me dedico, David, me mantiene más cerca de las ‘babies’, las güeritas, sabes. ¡je, je, je! Por esto me veo tan joven –le confesó con sarcasmo.

David asintió, aunque aguantando las ganas de reírse.

Cuando Francesca se reunió con el “Loco Johnny”, días antes, la primera pregunta que le hizo al gringo fue, “¿Por qué Mazatlán?” Su respuesta fue simple, “¿Por qué no?”. Es como si yo le hubiese preguntado a Jack: “¿Por qué Panamá?”.

Se habían reunido en el pintoresco barcito Mezquital del Oro luego de que Francesca le contactase para dar seguimiento a la solicitud de Jack, plasmada en su testamento. El gringo Carlson pasó a recogerla al hotel en su reconocido descapotable rojo desgastado, con interior crema de talabartería local, para llevarla al mencionado restaurante bar al margen de la playa, pasando la zona turística de Mazatlán. El lugar tenía todos los condimentos mexicanos en cuanto a estilo, colores, decoración y su gente, pero también contaba con el sello internacional para atender los gustos de turistas y residentes de todas partes.

Desde licores, tragos, cocteles, cervezas de diversas naciones, hasta las banderas, detalles folclóricos, suvenires, fotografías de todos los rincones del planeta, firmas en la barra, citas y proverbios escritos en las paredes; sin duda, un lugar muy frecuentado por todos, locales y extranjeros.

Al llegar al estacionamiento, el gringo le propuso que una vez dentro del lugar, se sentaran en la terraza trasera, bendecida por una hermosa vista al mar, acompañada por la brisa y la constante visita de gaviotas, pelícanos y las astutas golondrinas. Sacó su maletín del asiento trasero, le dio la mano de asistencia a Francesca para salir del auto y ambos entraron al lugar. Camino al balcón trasero, los locales le saludaban al pasar, así como los meseros. Llegaron a la mesa asignada y, como buen caballero, corrió la silla para asistir a Francesca a sentarse.

Hizo un par de señas y les atendieron inmediatamente.

—¿Qué desea usted tomar, mi señora?

—Eh, la verdad, no soy muy buena en bebidas.

—Aquí hay de todo, no se me preocupe. Y lo que no hay, se inventa —le sonrió.

Francesca le correspondió, algo reservada. El personaje de Johnny era demasiado bohemio para ella sentirse en confianza.

—No sé qué beber, la verdad. Una gaseosa o agua está bien para mí.

—¡No, no, no! —la miró en desacuerdo— Esas dos bebidas hacen daño al cuerpo. Requiere usted de algo que contenga alcohol, que sí es saludable, créame —dijo con sarcasmo y una sonrisa de viejo diablo.

El mesero estaba al lado de ambos esperando sus pedidos. Reía por el comentario del viejo.

—A ver, ¿qué propone, señor Carlson? —le consultó Francesca.

—Usted se ve refinada, ¿qué le parece un vinito o un Martini?

Ella hizo un gesto cordial negando el comentario del gringo.

—¿Refinada yo? No me conoce, ¡je je je! Pero viéndolo bien, venga, un Martini. Suena bien.

Gracias a la rápida atención, en unos minutos tenían frente a ellos sus bebidas. Su inicial conversación fue sobre trivialidades: el viaje, el clima, el lugar y el día.

El gringo miró a Francesca, mientras se servía en su vaso la cerveza que eligió.

—Terminé en Mazatlán luego de retirarme de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, fue ahí donde conocí a Jack.

—¡Ajá! —comentó Francesca con gesto de gran interés.

Johnny cambió el rumbo del comentario drásticamente.

—Mi señora Francesca, ya veo por qué Jack se quedó en su país. Es usted muy hermosa.

Ella se sonrojó un tanto, pero aceptó el cumplido.

—Puede llamarme Francesca, con confianza.

—Listo.

Ella quiso preguntarle sobre su cercanía con Jack y conocer algo más de ellos dos, pero el gringo se adelantó.

—Bueno, a lo que nos compete… Francesca.

Johnny subió su maletín a la mesa y sacó un sobre manila, de medida carta estándar, bastante abultado; se notaba que contenía diversos documentos. Lo colocó sobre la mesa. Con sus dos manos lo empujó hacia donde ella se sentaba.

—Esto es para usted, mi señora, cerrado y sellado, en fiel cumplimiento con lo que me solicitó mi gran hermano Jack.

Ella miró el sobre y la curiosidad la invadió.

—¿Eso es todo?

—Sí, así es. Nada más. Allí está todo lo que se me encomendó.

El gringo tomó su fría cerveza y en un solo aventón se la bebió casi toda.

Francesca no pudo soportar la curiosidad de preguntarle.

—Cuénteme, y ¿cómo se hizo amigo de Jack?

El hombre bajó el vaso de cerveza.

—¡Ah! —exclamó —Esto es una historia larga e increíble.

Ella no se conformó con esa respuesta simple.

—Usted perdone mi intromisión, pero conocía a Jack desde hace más de 35 años y jamás le escuché hablarme de usted.

El gringo reía.

—Para que usted vea, mi señora. Los mejores amigos no necesitan mostrarle al resto que lo son.

—Me imagino, señor, pero, adelante, soy toda oídos.

El gringo miró su reloj, y luego, se inclinó un poco para ver el cielo. Levantó su mano y la agitó como en gesto de llamar al mesero, o más bien, como una indicación o un movimiento clave, fue lo que interpretó Francesca.

—Ando con prisa, mi señora. Hoy no es buen momento para conversar. Si van a estar un par de días más por acá, luego nos podemos reunir con calma, si desea. Allí le puedo contar algo más.

—Entiendo, señor Carlson, pero no me trajo usted hasta acá solo para entregarme este sobre, creo, ¿no?

—Bueno, para que usted vea, la traje aquí solo para entregarle esta encomienda, en efecto.

Ella estaba confusa.

—Pero, esto me lo pudo haber dado usted en el hotel…

El gringo no la dejó terminar, la interrumpió sin más.

—Bueno, con todo el respeto y su permiso, tengo que ir andando, señora Francesca.

Luego de su cortante comentario, ella procedió a levantarse. El gringo se dirigió a ella nuevamente.

—Mi señora, quédese sentadita disfrutando de la vista. No se tiene que regresar conmigo. Aquí he arreglado para que usted cuente con todo el transporte necesario para retornar a su hotel.

—No tenía que molestarse. Gracias por la atención. Pero...

El gringo se levantó y se inclinó hacia ella para hablarle con atención.

—Fue idea de Jack que la trajese aquí, mi señora.

—Eh, ¿de Jack? Estoy confundida.

Francesca sintió un nudo en su garganta. La ansiedad cobraba espacio en su interior.

—Sí, Francesca, solicitud de Jack. Aprecie la vista. En este mismo lugar nos reuníamos a disfrutar de unos traguitos.

Pero esto es historia de otro momento.

Francesca lo miró con asombro.

—Nunca supe de esto, señor Carlson.

—No tenía que saberlo. No era necesario.

—No entiendo. ¿Cómo? ¿Jack? ¿Usted? ¿Esto aquí?

Carlson puso su mano en su hombro como señal de aceptación y cortesía. Ya pretendía andar.

—Por eso es que no está demás aprovechar, ahora que yo marche, para que usted le dé una ojeada al sobre.

—No se preocupe, ya que lo dice, lo haré —asintió confusa.

—Entonces, ¿queda el contenido en sus manos y mi misión ha sido cumplida?

—Así es, por lo visto, señor Carlson.

—Listo. Si están por aquí pasado mañana, los llamaré. Saludos.

—Aquí estaremos, señor Carlson —le respondió con ahínco.

Ella esperaba tener una segunda oportunidad para sacarle información.

Días después, el gringo Johnny contactó a Francesca para encontrarse con ellos. Coincidentemente, se reunían el día en que los tres habían planeado esparcir las cenizas de Jack en el mar frente al hotel Belmar. Decidieron invitar al gringo a que los acompañase al acto de despedida, y él aceptó con entusiasmo. Quedaron en encontrarse en el lobby del hotel donde se hospedaban, el hotel Playa Mazatlán, de hermosa decoración y con toques rústicos tradicionales de la arquitectura colonial de México.

El gringo llegó a tiempo y se presentaron entre todos. David y Paola lo encontraron ameno. Francesca les propuso ir al snackbar de la terraza donde se apreciaba la vista de las tres islas, Pájaros, Venado y Chivos, la más llamativa de estas, la isla Venado, por ser de donde proviene el nombre de Mazatlán, “tierra de venados”.

Conversaban con el gringo Johnny de todo lo que podían obtener de él. Paola y David comprendieron que, en efecto, sí se conocían muy bien Johnny y Jack. Pero existían varios detalles sobre los que el gringo prefería no conversar, particularmente del trabajo y aspectos específicos del porqué de su contacto con Jack a lo largo de los años. Francesca le asistía a obviar el tema cuando la curiosidad de los dos sobrepasaba la línea de comodidad del gringo.

Ella leyó el contenido del sobre entregado por él días antes y ahora entendía. Quedó atónita con los documentos que ojeó y leyó esa tarde a solas, en la terraza del pintoresco barcito Mezquital del Oro. No podía creer la actividad de inteligencia secreta estatal a la que Jack se dedicó por tantos años, desde que se graduó de la Universidad de Connecticut, y por la que pudo haber sido “expirado”. Agencias norteamericanas, inglesas e israelitas formaban parte de las diversas comunicaciones escritas entre los documentos que manipuló; los folletos clasificados y confidenciales de “Project Grudge”, “Project Sign”, “Project Blue Book”, misiones secretas, investigaciones de avistamientos extraños y objetos voladores no identificados en América Latina, Europa, China, India, Siberia, Groenlandia, Antártica. Expedientes en lenguaje desconocido, caracteres extraños, un “manuscrito” con la instrucción de ser entregado a David junto a una llave de bronce muy estilizada de alguna cerradura moderna, extensos estudios sobre los orígenes de civilizaciones antiguas, algunas ya desaparecidas; mapas antiguos y fotografías de objetos de arte de gran antigüedad, y tantos otros detalles que ella aún continuaba revisando perpleja.

Francesca ahora admiraba al gringo loco y entendía el porqué de su amistad. Jack tuvo una parte secreta de la que el loco Johnny formó parte y que ahora ella apenas comenzaba a digerir, pero esto quedaría condicionado para ser del conocimiento de David y de Paola mucho después.

El plan para ese día, esbozado por ella, era el de cruzar el muro de cemento que bordeaba la avenida de la bahía, justo frente al hotel Belmar, en plena marea baja, para luego caminar hacia el pequeño promontorio de piedra sobresaliente que quedaba al frente y a unos 200 metros del muro. Allí fueron todos juntos con unos mariachis contratados por Paola y David, por instrucción de su madre. Al gringo Johnny le encantó la idea.

—¿Quién iba a decirlo? Hasta en la otra vida Jack nos hace festejar, ¡Qué bien! ¡Ándele entonces! –dijo, con su español mal pronunciado, al trepar el muro de menos de un metro de altura. Todos les siguieron y caminaron por las enormes piedras expuestas que formaban un camino práctico para recorrer. Se dirigían hacia el punto más sobresaliente y amplio de la masa de roca maltratada por el sol, desgastada por el agua salada y tan seca por el viento como la avenida de la bahía. Se habían demorado un par de días en hacer el acto de despedida en ese punto específico, planeando coincidir con la marea baja y la caída del sol para tener el momento perfecto.

Y ese instante en el que se encontraban, resultaba serlo.

Siendo muy turística, a Mazatlán nunca le faltaban excentricidades, pero sería difícil superar esa visión que, desde lejos, daban ellos: la de un colorido conjunto que flotaba sobre el agua. Y quizás así mismo se sentirían luego de un par de tragos de tequila.

Francesca había entregado a cada uno un pequeño pañuelo blanco abultado en forma de bolsa, con lazos marrones, en los que cabía algo de las cenizas de Jack. Mientras caminaban, apreciaban en silencio lo hermoso del área y de la vista. A pocos pasos, se encontraba un gran peñón en forma de plataforma natural, desgastado por el vaivén de las olas y por el ciclo de llenado de la marea. Aún se veían los diminutos cangrejos juguetones y los caracoles quietos disfrutando de las pocas horas que quedaban del sol de la tarde. Francesca miró al suelo y luego alrededor admirando la vista y lo grandioso de la ubicación. Estaban en el mar sobre un gran pedazo de piedra que pronto sería cubierto al ganar la marea. Era hermoso el momento y el panorama a su alrededor era la justa compañía. No se imaginaba que terminaría experimentando algo así.

Mariachis, rodeada de mar, su sonido, su olor, el atardecer, en la distancia el boulevard y el Hotel Belmar; el bullido de las diversas aves tratando de ganar espacio entre las pocas piedras que quedaban expuestas, era un espectáculo, y la espuma de las olas decoraba las faldas de la plataforma natural donde estaba. El escenario era perfecto, y más porque tenía junto a ella sus dos amados hijos.

Abrieron una botella de tequila, selección Suprema de Herradura que consiguió el gringo por solicitud de Francesca y todos, con pequeños vasos de vidrio en mano cuyo transporte al sitio fue responsabilidad del gringo también, los cargaron debidamente del preciado líquido. Varios conductores de los que andaban por la avenida se detenían curiosos para ver lo que hacían estos visitantes extraños con unos mariachis en pleno mar, cargando vasos y pañuelos en mano.

Francesca se dirigió a todos.

—Señores…—habló a todos, pero miró fijamente a sus hijos, a la vez que levantaba su vaso —David y Paola…

brindemos por lo que fue la vida de Jack y su paso a mejor vida.

—¡Salud! ¡Que Dios le tenga en su gloria —remataron los mariachis casi en coro!

—Estarás con nosotros siempre. ¡Gracias Jack! —pronunciaron los dos muchachos.

¡I’ll see you later, Jack! This one is for you, buddy —dijo el gringo levantando el vaso aún más hacia el cielo, antes de tomarse todo el contenido.

Francesca llamó la atención de todos nuevamente.

—Ahora, esparzamos las cenizas en el agua.

Todos fueron haciéndolo lentamente. Unos en silencio, otros hablándole a Jack. Francesca miró a los mariachis y les pidió que preparasen sus instrumentos.

—Por favor, entonen “México lindo y querido” a todo dar.

—Ahí le vamos mi señora, con todo el gusto —respondieron.

El gringo Johnny la miró y le dejó saber que la selección de esta canción no podía ser más atinada.

—¡Cuántas veces compartimos con el gran Chucho Monge escritor de esta hermosa letra! Hace tantos años, Francesca, tantos buenos tequilazos que nos pegamos Jack y yo con él.

—Sí que compartieron ustedes dos, por lo que oigo.

—¡Claro! ¡Y este tequila que usted solicitó no puede ser mejor! —expresó el gringo con honestidad.

—Todo lo que estamos haciendo fue solicitado por Jack, Johnny. —le confirmó— ¡Increíble!, Jack, te las sabe todas.

¡Jack, my buddy!

En el fondo, la hermosa canción seguía calando en los corazones de todos. Y Mazatlán se encontraba agradecida por la honra que le brindaban al recordarla como la tierra de infancia de Jack, la que él llevó siempre en su corazón, así como la letra de su “México lindo y querido”.

Y el hotel Belmar, mudo testigo en la distancia, rememoraba que en sus recámaras se hospedó Jack de niño, cuando por vez primera llegó a esa tierra junto a sus padres, provenientes de Inglaterra. En sus registros y en sus paredes, y en los azulejos desgastados de sus pasillos, así como en los adoquines de su terraza, estaría grabada su voz, sus cantos, sus gritos de alegría y las memorias del niño que por ellos corrió contento y libre, disfrutando de la brisa que se colaba por sus recintos, refrescando el ambiente y las vidas de sus huéspedes. Allí Jack comenzó a pronunciar sus primeras palabras en español, allí Jack quedó encantado con México y Mazatlán que pasaron a formar parte de su destino.

 

México lindo y querido,

si muero lejos de ti,

que digan que estoy dormido

y que me traigan aquí

 

Que digan que estoy dormido

y que me traigan aquí

México lindo y querido

si muero lejos de ti…