Resulta difícil creer que dos imágenes, al igual que dos personas, puedan coincidir y producir una extraña mezcla, quizá incluso una explosión.

Un día llegan a sus manos unas fotos de familia muy antiguas, de ese blanco y negro desvaído, bastante borrosas. Usted las mira sin prestar demasiada atención o esbozando una sonrisa divertida: sus antepasados, nada más.

No obstante, una de ellas le intriga un poco, aunque no por mucho tiempo: una escena campestre, un tipo imponente armado con una escopeta y acompañado de un perro negro, puro músculo, erguido sobre las patas traseras.

Es curioso, piensa usted, que tres o cuatro generaciones hayan querido conservar y transmitir una foto que ha quedado tan manifiestamente mal: personaje descentrado, desequilibrado, a quien su perro ha impedido adoptar la pose adecuada. Y eso es todo.

No, eso no es todo. Al día siguiente, una mañana de la primavera de 2004, pasa por delante de un quiosco de prensa y ve reproducida, o le parece ver... bueno, ¿la ve o no la ve? Sí, es su foto familiar, aparece en todas las portadas.

Usted se dice: imposible, esto no tiene pies ni cabeza. Compra los periódicos, observa detenidamente la foto. Si no es la suya, se parece mucho. Por lo menos, es exactamente el mismo perro, la misma postura, los mismos músculos prominentes, el mismo hocico negro, puntiagudo y estirado. ¿Estirado hacia dónde? Hacia un prisionero desnudo y aterrorizado. Tiene usted ante los ojos las primeras fotos publicadas de la prisión de Abu Ghraib.

Podría quedarse ahí: dos perros parecidos. Pero algo lo empuja a mirar de nuevo su pequeña fotografía de hace más de un siglo para comparar, simplemente para comparar.

Al principio le divierte: los dos animales son realmente idénticos, tienen el mismo tamaño, el mismo aspecto de mestizo fuerte, exactamente la misma ferocidad en la mandíbula y la mirada, y están haciendo el mismo movimiento.

Pero llega un momento en que ya no le hace ninguna gracia. Le parece, una sensación jamás experimentada hasta entonces, que la coincidencia de las dos fotos las hace interaccionar. Una suerte de mezcla detonante: la más reciente ilumina la más antigua con una luz nueva. Allí donde usted pensaba haber visto una inocente escena campestre, un guarda de caza de otros tiempos con su fiero perrazo, ahora ve una escena peligrosa: un hombre parece forcejear con un perro de presa que ha aparecido en el campo visual del fotógrafo. La inquietud del hombre, pese a lo borroso de las facciones, o a causa de ello, le parece evidente, al igual que una cólera a punto de estallar, una violencia a duras penas contenida.

Se dice que exagera, que jamás habría interpretado así esos detalles si no hubiera visto las fotos de Abu Ghraib. Simplemente, su mirada está influida.

Sin duda, pero no tarda en recordar lo que tiempo atrás se decía de ese guarda de caza, el cual había permanecido en las memorias como la figura más impresionante de su familia: un tipo que prácticamente se había vuelto loco al final de su vida, que gritaba siguiendo a unos perros imaginarios, lloraba, suplicaba que no los dejaran entrar en su habitación.

Entonces, se dice usted, mi nueva forma de mirar la fotografía no va tan desencaminada como creía. Un guarda de caza que acabó teniendo miedo de los perros.

Pone las dos fotos juntas para compararlas. Constata que la coincidencia continúa produciéndose, la coincidencia de dos perros haciendo valer la amenaza de morder, la más aterradora de las amenazas, más aterradora que la de un hombre, pues pensamos que en el último momento éste podría controlarse, mientras que el animal no. Y usted siente esa amenaza, usted es ese prisionero desnudo, usted es ese guarda de caza armado como un soldado estadounidense.

Nunca había pensado que dos imágenes pudieran coincidir así, modificarse la una a la otra y casi transformar su manera de ver, su vida tal vez.

La historia de Abu Ghraib, de los prisioneros, de los guardias torturadores, de los perros, de los juicios, esa historia está ahí, ocupa un lugar central en los periódicos, en todas partes, la conocemos todos, es la nuestra. ¿Y la de ese tipo enfurecido y presa de la inquietud al lado de su perro?