La aniquilación de Angkor Apeiron
La batalla fue larga para ser en el espacio profundo, durando bastante más de una hora, y tan feroz como cualquier enfrentamiento en el que el bando perdedor no tenga expectativas de sobrevivir. El comandante Ridolfi había enfrentado su crucero pesado, la Dipavamsa, con una habilidad desesperada que, en dos ocasiones, en cuestión de minutos, evitó la destrucción instantánea por misiles berserker, y hasta el último miembro de la tripulación tuvo un comportamiento soberbio ejecutando esas decisiones de manera que pudiesen realizarse de forma lenta de tal suerte que los cerebros humanos pudiesen cooperar con los ordenadores esclavos.
Evidentemente, la tripulación humana se enfrentaba a la muerte o algo peor si perdía. Y el berserker, su enemigo inanimado, se enfrentaba a su propio análogo de muerte o algo peor que la muerte. Perder implicaría la destrucción, lo que para el berserker no significaba nada si con la destrucción obtenía la victoria. Pero la destrucción en la derrota implicaría el fracaso total en el logro de otros hitos hacia la meta programada, la aniquilación de toda la vida, allí donde o cuando pudiese atacarla.
A bordo de la Dipavamsa sólo había cuatro pasajeros civiles, incluyendo a Otto Novotny, quien en su larga vida nunca antes había estado tan cerca de una batalla y que se sentía demasiado viejo y demasiado barrigón para tales empresas. Aun así, estaba más vigilante que los otros civiles, y se había puesto su armadura espacial tan pronto como había sonado el klaxon de la Estación de Batalla, mientras los otros tres seguían preguntándose en voz alta si se trataba de un ejercicio.
Diez segundos más tarde el primer misil berserker dio contra las pantallas defensivas del crucero, a sólo un kilómetro del casco, y así quedó claro.
La Dipavamsa luchaba por su supervivencia a varios años luz de cualquier estrella, siguiendo una ruta comercial por la que no se había atrevido a pasar ningún vehículo desarmado durante los últimos meses estándar. La máquina berserker, una esfera de unos cuarenta o cincuenta kilómetros de diámetro, todo blindaje, ordenadores de combate, armamento pesado y motores, había aguardado como una araña en medio de su tela de detectores que había plantado en el subespacio. La región donde existían los detectores era contérmina a una en el espacio normal donde un estrecho de gran vacío se curvaba entre dos nebulosas, formando un cuello de botella de sólo unos pocos miles de millones de kilómetros de ancho a través del cual se podía lograr un paso razonablemente rápido. Cuando una nave tripulada se atrevía a pasar por el estrecho —ya fuese un crucero pesado o no— el berserker pasaba al ataque.
Junto con sus armamentos de campos y contracampos como naves oceánicas de antaño, los gigantescos contendientes metálicos enfrentados pasaron al espacio normal, donde permanecerían hasta que se decidiese la batalla. Después de que el primer misil del enemigo reverberase a través del casco del crucero, Novotny pensó que la batalla probablemente se decidiría de una forma u otra antes de que pudiese ponerse por completo esa armadura tan poco familiar. Los esfuerzos se complicaban a causa de la súbita falta de gravedad; hasta el último ergio de las energías del crucero se requería urgentemente para asuntos más importantes que mantener lo alto arriba.
Pero perseveró, trabajando con la misma velocidad metódica con la que habitualmente resolvía problemas de naturaleza muy diferente, y finalmente consiguió ponérsela. Tan pronto como hubo sellado el último cierre y se preguntaba qué hacer a continuación, una explosión y un rayo abrieron el casco de la Dipavamsa. Las escotillas se cerraron para sellar los compartimentos, pero no había forma de contener el aire en esos compartimentos y Novotny vio cómo se apagaban, como llamas de velas, las vidas de sus compañeros que habían sido demasiado lentos.
Después la batalla se transformó en una confusión de esfuerzos generalmente físicos para los humanos que tomaban parte. Especialmente para Novotny, quien tenía menos idea de lo que esperar que cualquiera de los otros tripulantes del crucero y que tampoco tenía una forma tan buena como ellos. Entonces el berserker decidió lanzar algunas de sus máquinas auxiliares a través de la estrecha zona de nadie de espacio para intentar abordar el crucero. Podría emplear la nave si pudiese capturarla razonablemente intacta, y probablemente quisiese prisioneros vivos.
Evidentemente, los prisioneros eran útiles para interrogarlos, después de lo cual un berserker los mataba con rapidez; estaba programado exclusivamente para lograr la muerte, no el sufrimiento, aunque por supuesto estaba más que dispuesto a aplicar una tortura juiciosa para extraer información valiosa para avanzar en la causa de la muerte. Y los prisioneros eran necesarios para los experimentos que los berserkers realizaban en abundancia, en un esfuerzo por descubrir qué hacía que el Homo Sapiens, una especie que ahora se extendía por esta parte de la galaxia, fuese una forma de vida resistente a su implacable programa de esterilización.
Los berserkers eran naves automáticas de guerra, construidas por una especie desconocida para luchar en una guerra interestelar concluida eones atrás; habían sobrevivido a sus enemigos originales y también a sus creadores, habiendo sido programadas y equipadas para reconstruirse y reproducirse. Intentando todavía continuar con la tarea programada originalmente, habían realizado una marcha casi eterna por los brazos en espiral dejando sólo destrucción a su paso.
Mientras seguía los movimientos de los brazos del comandante, que indicaban el traslado de personas con traje de un compartimento lamentable a otro, Novotny tuvo oportunidad de mirar a través del casco agujereado para dar su primer vistazo al enemigo. El casco monstruosamente esférico del berserker era visible debido al resplandor cereza de los cráteres que las armas del crucero habían abierto en su piel blindada. Mientras Novotny miraba, apareció un cráter ardiendo con una potencia que parecía devorar como un cáncer las entrañas metálicas del enemigo. Pero, a su vez, el crucero se estremeció y agitó. La misma mano invisible escogió a Novotny y al comandante Ridolfi y chocaron juntos contra un mamparo, evitando los huesos rotos sólo por efecto de los trajes.
En ese punto, algunas de las máquinas de abordaje berserker, que eran un poco mayores que los hombres y de formas diversas, se las arreglaron para subir a bordo de la Dipavamsa, y Novotny tuvo la oportunidad de ver al enemigo bien de cerca. Hombres, algunos de los cuales eran veteranos endurecidos, gritaban de terror, pero su actitud inconscientemente mantenida era que, en momentos así, uno apenas podía permitirse perder el tiempo con el miedo. Vagamente consideró la situación como algo similar a enfrentarse a una fecha límite editorial totalmente imposible; algo que no servía de nada era el pánico. Siguió lo mejor que pudo las indicaciones que gritaba el comandante, y se mantuvo alerta. Al final tuvo su oportunidad de disparar al enemigo, empleando un pequeño rifle sin retroceso que había arrancado de entre las manos de un camarada caído.
Para entonces —por lo que Novotny confusamente comprendía a partir de los fragmentos de jerga de combate que le llegaban al casco—, el comandante Ridolfi había ordenado al segundo oficial y a una selección de la tripulación que se refugiasen entre los ventisqueros y oleadas de material nebular del espacio cercano, corriendo por donde el abultado berserker no podría ir a buena velocidad. Era una fingida aceptación de la derrota, con la intención de hacer creer al enemigo que abandonaban el barco, una táctica de batalla destinada a atraer al enemigo dañado allí donde un contraataque valeroso pudiese destruirlo.
El propio Ridolfi, como oficial al mando del crucero, y Novotny como equipaje más o menos inútil, fueron de los que se quedaron a bordo e intentaron retrasar al enemigo por entre los corredores. El vacío alrededor del casco de Novotny seguía zumbando y cantando con las extrañas energías de la batalla; sostenía su rifle sin retroceso y seguía disparando hacia las máquinas de abordaje del enemigo en cuanto veía una. No le hubiese sido posible decir si sus disparos tenían algún efecto. También intentó mantenerse junto a Ridolfi; fuese porque se sentía en situación ligeramente peligrosa a su lado, o porque de esa forma esperaba mejorar las posibilidades de ser útil, no se molestó en considerarlo. Ridolfi seguía lanzando órdenes, pero se referían a miembros de la tripulación.
Los dos seguían juntos, intentando defender la sala de control central de la nave, cuando la muerte golpeó más cerca que en ningún otro momento.
Llegó muy rápido. En un momento dado, Novotny miraba a Ridolfi buscando alguna pista sobre qué hacer a continuación, y al momento siguiente una máquina berserker que parecía un cruce entre un ciempiés y un cangrejo se les lanzó encima y quedaron convertidos en prisioneros. Garras de acero que se movían con la facilidad de la potencia atómica arrancaron el lanzacohetes de Novotny de entre sus manos y también el arma del comandante. Entonces el berserker cambio su agarre, sosteniendo al par de humanos indefensos con una única garra, y luego máquina y hombres descendieron juntos mientras un nuevo campo golpeaba al crucero desde el exterior. El segundo oficial y su tripulación escogida, en una lanzadera todavía intacta, habían iniciado el contraataque.
El cangrejo-ciempiés quedó destrozado, cortado casi por la mitad cuando la lanzadera envió algo parecido al Ángel del Señor para atravesar invisible la nave, cortando selectivamente, pasando por encima de los frágiles cuerpos humanos y las máquinas que podía identificar, de alguna forma, como propiedad humana.
La masa del antiguo captor y el agarre tenaz que no se había relajado con la destrucción del cerebro computerizado retenían a Novotny en un ángulo entre la cubierta y el mamparo, rodeado de chatarra. A su lado Ridolfi gruñía y luchaba con dificultades similares. Luego, de pronto, abandonaron sus esfuerzos por liberarse, mientras simultáneamente dejaban incluso de respirar; otra máquina berserker entraba en la sala de mando dañada.
Si era consciente de su presencia, no se volvió. Se movió directamente hacia uno de los paneles frente al cual se sentaba habitualmente un astrogador humano, y con asombrosa delicadeza empezó a separar el panel de la estructura. Con esmero —parecía que casi con timidez— buscó los cierres del panel, sacándolos y pinchándolos con dispositivos de agarre que podrían haber arrancado el panel como si fuese papel higiénico.
… trabajaba con mucho cuidado, y ahora casi tenía lo que buscaba. Buscó en el interior y sacó… muy lentamente…
… una pequeña caja de metal…
Que estalló convertida en una bola de llamas incluso mientras el berserker con toda delicadeza la liberaba de sus conexiones, un resplandor que en caída libre lanzó las llamas en un sol de radios rectos, una masa de gloria radiante que el enemigo instantáneamente ocultó. Sin pausa el enemigo se volvió para agarrar una masa de material impreso que se movía ingrávida por la cubierta. La metió en su interior, con una portezuela cerrándose protectora sobre el orificio, y la máquina desapareció, volviendo a salir de la sala con velocidad inhumana.
—Novotny. —Los dos volvían a respirar, volvían a luchar contra las garras muertas que les aprisionaban—. Mire… ¿puede desplazar el peso hacia aquí? Apóyese ahí, quizá pueda sacar una mano de la garra…
Después de un minuto o dos de esfuerzos cooperativos los dos estaban libres. Desde una distancia comparativamente alejada, a través del casco seguían llegando los impactos y reverberaciones de la batalla.
—Novotny, escúcheme. —El comandante hablaba mientras miraba a la pistola, que había pillado de entre un remolino de desecho ingrávido que se había situado en medio de la sala—. Buscaba la base de datos de astronavegación. Ésa cosa que estalló en llamas.
—Lo vi.
—No obtuvo lo que buscaba porque las cargas de destrucción se dispararon al sacarla. Pero debe precisar desesperadamente información de astronavegación o no habría mandado una máquina a buscarla antes incluso de que haya terminado la batalla. Quizá sus propias bases de datos estén dañadas.
Novotny movió la cabeza en el interior del casco, indicando que por ahora comprendía.
El comandante volvía a tener la pistola, sostenida ausente en la mano derecha, y con la mano izquierda agarró brevemente el brazo de Novotny.
—Creo que en su camarote usted tiene algo que podría usar como substituto. Creo que viaja usted con una nueva edición completa de la Enciclopedia Galáctica en microalmacenamiento… y la EG ofrece coordenadas galácticas para todos los sistemas habitados, ¿no?
Novotny asintió de nuevo. Ahora que había permanecido inmóvil durante un rato, sus músculos empezaban a resentirse del esfuerzo desacostumbrado. Podía oír el resuello de su respiración, y el cuerpo empezaba a sentirse como plomo líquido. De no haber estado en caída libre, ya estaría mareado y necesitaría sentarse. Décadas en un despacho de ejecutivo de alto nivel le habían dejado demasiado gordo y demasiado viejo para estas tonterías.
Pero ahora volvía a moverse, manteniéndose a la altura del ágil comandante mientras se abría paso por entre las ruinas de la sala de control, que ahora no parecía estar en buena forma para controlar nada.
—Entonces iremos a su camarote —decía el comandante—, mientras tengamos una oportunidad. ¿Tiene allí la única copia de la enciclopedia?
—Sí.
—Debemos destruirla.
Habían arrancado por un corredor, y allí entrevieron a una máquina moviéndose por delante, y la vibración de su tránsito masivo atravesó los mamparos hasta sus manos. Refugiándose en una puerta, esperaron a que se fuese.
El comandante intentaba continuamente establecer contacto con el segundo oficial por medio de la radio del traje, pero no parecía recibir respuesta. Quizá, pensó Novotny, simplemente fuese que el espacio intermedio estuviese demasiado ruidoso.
—Comandante —preguntó, cuanto tuvo una oportunidad momentánea—. ¿En qué sector nos encontramos? De la galaxia, quiero decir, en coordenadas galácticas revisadas.
Los ojos de Ridolfi lo miraron con total atención en lo que podría ser la primera vez.
—Sector omicrón, anillo once… ¿qué importa? Oh, quiere saber qué volumen habrá que destruir primero. Buen razonamiento. La maldita máquina estará demasiado deshabilitada para salir sin ayuda de omicrón. No creo que pueda atrapar otra nave, incluso si pasase alguna. Intentará encontrar un planeta cercano sin defensas, a uno o dos años luz si fuese posible, donde haya máquinas de las que pueda apoderarse y materiales que pueda emplear para repararse.
—¿Y ahora mi enciclopedia es el único medio para localizar tal planeta?
—Tal y como yo entiendo la situación. No puede ponerse a visitar estrellas al azar, la posibilidad de éxito es demasiado pequeña… ¿recuerda el material impreso que cogió en la sala de control? Era una copia de lo que llamamos hoja de información militar, que obtenemos al presentar el plan de vuelo. Entre otras cosas contiene una lista de todos los planetas con defensas a lo largo de nuestra ruta… los lugares donde podríamos buscar ayuda en caso de emergencia. Supongo que irá a por uno de ellos si no puede encontrar nada mejor. Pero en su libro de referencia es muy probable que encuentre la dirección de algunos sin defensas… la guerra es muy reciente en esta zona de la galaxia, ¿recuerda?
El rostro de Novotny manifestaba una expresión de duda, pero el comandante ya no le miraba.
—La costa está despejada, Novotny. A moverse.
Los dos volvieron a ponerse en movimiento, nadando y agarrándose en caída libre. Por el momento tuvieron suerte; no vieron a más berserkers al llegar al corredor de camarotes y nadar por él hasta la puerta del camarote de Novotny. La puerta había quedado atorada por un retorcimiento de la nave, y a los hombres les llevó uno o dos momentos de esfuerzos el liberarla.
Luego dentro.
—¿Dónde está?
—Sobre la mesa, comandante. Ya está insertada en el lector. Pero espere. —Una nueva ansiedad había aparecido en la voz de Novotny—. No estoy seguro de que la destrucción sea lo más inteligente.
El comandante Ridolfi se limitó a mirarle.
—Retírese.
Pero Novotny todavía no se había movido cuando una tercera figura se les unió de pronto en medio del camarote; el primo del cangrejo-ciempiés, que elevó una multitud de garras.
El comandante volvió a apuntar la pistola, pero no al berserker.
Consideraba que la batalla y su vida estaban perdidas, y más importante que quizá dañar una de las máquinas berserker sería negarle la información sobre nuevos blancos. Apuntaba a la máquina lectora que formaba una especie de escultura sosa sobre la mesa.
Novotny se abalanzó y apartó el brazo de Ridolfi.
El berserker, a punto de matarlos a los dos, vacilo una fracción de segundo al observar la lucha. ¿Alguna de esas unidades vitales deseaba convertirse en buenavida, un voluntario aliado en la causa de la Muerte? Tales conversiones se habían producido antes, en varias ocasiones, y una buenavida podía ser muy útil. ¿Y qué había sobre la mesa tan importante como para que una unidad vital luchase por destruirlo…?
Desde la lanzadera llegó la siguiente fase del contraataque. El camarote casi se parte por la mitad. El berserker atacó a Ridolfi, y el comandante vio cómo volvía a perder la pistola, antes de dispararle, y también el brazo hasta casi el hombro. El traje se sellaría alrededor de la herida, pensó, sufriendo un shock masivo que convertía todo lo demás en trivial. Vio cómo las garras del berserker arrancaban el lector de la mesa, y las armas de la lanzadera volvieron a disparar. Un nuevo hálito de atmósfera escapando giró alrededor del crucero a partir de un compartimento recién roto, y con el último resplandor de su consciencia el comandante pudo ver las estrellas.
La primera sensación al recuperar el sentido fue el asombro absoluto al seguir todavía con vida. El asombro aumentó al comprender que de alguna forma lo habían llevado a bordo de la lanzadera blindada. Los cuatro camastros en la bahía médica estaban llenos de heridos, y hombres, mujeres y máquinas trabajaban continuamente, moviéndose sin pausa en el estrecho espacio entre camastros.
El segundo oficial vino a informar, con el alivio manifestándose en el rostro al comprobar que Ridolfi se ponía en pie, evidentemente en forma para retomar el mando. Habían tratado la conmoción y la pérdida de sangre, habían bloqueado el dolor, y los vendajes habían sellado la herida de la que algún día podrían hacer crecer un nuevo brazo.
El informe del segundo oficial fue conciso. La lanzadera se encontraba ahora a medio millón de kilómetros en el interior de la nebulosa, con sus defensas repeliendo o detonando —hasta ahora— todos los torpedos que el berserker les había lanzado. Por lo demás la batalla estaba en punto muerto, en una destrucción mutua pero incompleta. Las dos fuerzas enfrentadas ya habían abandonado lo que quedaba del crucero. Antes de sumergirse en la nebulosa, la lanzadera se había atrevido a retrasarse el tiempo suficiente para seguir señales de socorro y recuperar a dos supervivientes en traje espacial que, aparentemente, durante la última fase de la batalla habían sido arrojados sin daño desde el crucero. Uno de los supervivientes era el comandante Ridolfi en persona. El otro…
—Eso hacen diecinueve personas con el aire y la comida —comentó el segundo oficial, mientras miraban a la forma derruida de Otto Novotnoy, tirado en agotamiento total en una esquina de la pequeña sala donde apenas parecía haber sitio para su forma exagerada—. Aun así, deberíamos poder reciclar y hacer que los suministros duren hasta que finalmente nos recojan…
—No sé si seremos diecinueve durante mucho tiempo. —La voz de Ridolfi era tan dura como la de alguien que está pasando por una batalla, sin haber salido de ella, y tenía los ojos clavados en el civil gordo.
—¿Sí? —El segundo de a bordo no entendía nada, todavía no.
—Quiero decir, señor, que a menos que reciba algunas respuestas de ese hombre, respuestas muy rápidas, voy a formar un tribunal formal y presentar cargos contra él por ayudar voluntariamente a un berserker.
Sólo había seis personas en la sala cuando se inició la investigación formal; el comandante no quería que los posibles miembros del jurado tuviesen prejuicios si se realizaba un juicio formal, para lo que tenía poder incluso contra civiles si estaban en el espacio y se enfrentaban al enemigo.
Mientras traía a Novotny, para entonces ya recuperado aunque algo lento de movimientos y parpadeando desconcertado, y le ofrecían asiento al otro lado de la mesa, el comandante recibió simultáneamente una nota del otro lado. Le informaba que acababan de observar al berserker saliendo del espacio normal en la zona de la batalla. Los instrumentos le mostraban abandonando el área local, habiendo completado evidentemente las reparaciones de emergencia que pudiese hacer sobre la marcha. Una lectura de las señales subespaciales de su partida ofrecían un vector de su destino probable que hicieron más evidentes las líneas marcadas en las mejillas de Ridolfi.
El silencio se hizo mayor, hasta que Ridolfi habló.
—Esto no es todavía un juicio, señor Novotny. Pero le advierto que podría haberlo antes de que lleguemos a un planeta, si lo logramos; o nos recoge otra nave humana, si tal cosa sucede. Si hay juicio, se le acusará de ayudar voluntariamente a un berserker, y la condena vendrá asociada una pena casi segura de muerte.
Mientras Novotny se recuperaba, el agotamiento y la confusión se hundieron casi de inmediato en las capas de grasa.
—Ah. Estoy listo, evidentemente, comandante, para responder a cualquier pregunta sobre mi comportamiento.
—Eso está bien. Se exigirán respuestas sinceras. —Ridolfi intentó evitar que su única mano se pusiese a juguetear sobre la mesa—. A bordo del crucero, durante una situación de combate, deliberadamente interfirió con mi intento de destruir la base de datos que contenía su enciclopedia. ¿Lo niega?
Novotny estaba sentado muy rígido, como si temiese que el movimiento le fuese a causar más problemas. Meditó antes de responder, y su rostro conservó un fruncimiento.
—No, no lo niego, comandante.
El comandante hizo una pausa, luego puso el brazo sobre la mesa, con los dedos abiertos, el codo recto, un gesto dominante.
—No lo hace. Muy bien. Mi intención al destruir los datos era evitar que el berserker los emplease como ayuda astrogacional. Si usted quería preservarlos, seguro que no eran para su uso personal. ¿Esperaba que el berserker le ofreciese algún tratamiento favorable si…? Novotny negaba con la cabeza.
—Dudo muy seriamente que en este caso los datos en la enciclopedia sirvan de nada al enemigo. Tampoco tenía intención de ayudar al enemigo.
El tono del comandante no cambió.
—En el crucero usted y yo vimos como el berserker intentaba obtener la base de datos de astrogación, que evidentemente precisaba pero no consiguió.
»También sabemos que el enemigo está muy dañado, lo que significa que estará buscando un planeta relativamente cercano donde pueda obtener materiales y maquinarias para repararse; además, evidentemente, de eliminar cualquier vida humana que pueda hallar. El que quedásemos en tablas en el espacio no significa que no pueda envenenar una atmósfera o despoblar un planeta, si llega a uno con pocas defensas o lo pilla por sorpresa. ¿No lo sabe?
—Creo que comprendo todo eso, comandante.
—Que todos los presentes sean testigos de que lo comprende. —Ridolfi miró brevemente a los rostros de los otros, que ahora miraban al acusado—. Hasta ahora sus respuestas le conducen directamente a un juicio, señor Novotny. Básicamente, hay dos cosas que un berserker quiera o precise: víctimas, e instalaciones para repararse y acondicionarse. Y usted le ha mostrado a éste dónde conseguir ambas cosas.
Novotny se dejó caer un poco en la silla y cerró los ojos. Pero cuando los abrió su voz era tan firme como antes.
—Comandante, si efectivamente mi vida depende de un juicio, o puede llegar a ser así, entonces me gustaría oír los cargos y las pruebas al completo, antes de intentar responder. Adelante.
—Muy bien. —Ridolfi asintió con gravedad—. Subió a bordo de la Dipavamsa con dos copias de su nueva edición, una de las cuales posteriormente y de forma rutinaria se almacenó a bordo de esta lanzadera, junto con otro equipaje que no tenía utilidad inmediata. La copia sigue aquí, disponible, y desde que abandonamos el combate la introduje en el ordenador y le pedí un listado, algo que el berserker puede hacer fácilmente con la copia que usted le entregó, de todos los planetas habitados a siete años luz alrededor del punto de batalla. Eso es todo lo lejos que llegará el berserker sin repararse; y extender el radio otro año luz no añade ningún planeta.
El comandante tenía un papel que consultó.
—Según la Enciclopedia Galáctica hay siete planetas habitados dentro de ese radio. Son Angkor Apeiron, Comparettia, Epirus, Francavilla, Han Kao, Ileissner, y Yang Ch’i. Hay coordenadas exactas, CGR, para cada uno. —Colocó el papel sobre la mesa y se sacó otro de un bolsillo de la camisa—. Tengo conmigo parte de una copia de la hoja de información militar que nos dieron al presentar el plan de vuelo antes de partir. Entre otras cosas, señala seis planetas habitados en la misma región que poseen considerables defensas terrestres, o unidades de flota, o ambas. Como una prueba más, señor Novotny, déjeme establecer que usted también fue testigo de cómo el berserker se hacía con una copia de la lista de seis planetas con defensas. ¿Algún desmentido por el momento? —Los dedos de Ridolfi temblaban al dejar el segundo papel.
—Todavía no, comandante.
—Si comprendía en ese momento las implicaciones de la captura de la lista…
—Tenía… una vaga idea, supongo, de cuáles eran las implicaciones, proceda.
Ridolfi leyó:
—Los seis planetas con defensas en la lista militar para esa región son: Comparettia, Epirus, Francavilla, Han Kao, Ileissner, y Yang Ch’i. Una ausencia notable es Angkor Apeiron. —El comandante situó el segundo papel sobre la mesa junto al primero, donde cualquiera que lo desease podría consultarlo, y luego sacó un tercero.
Siguió hablando:
—Según las últimas cifras del censo, por el artículo de la EG, ese mundo tiene once millones seiscientos mil habitantes. Sus principales industrias de exportación son los cristales y la miel natural. El espaciopuerto es pequeño, pero probablemente el berserker pueda saquearlo para obtener materiales y máquinas útiles después de que elimine lo que parece una población indefensa.
El comandante necesitó un momento antes de continuar.
—Angkor Apeiron fue descubierto por Chang Izanagi, de Hathor en 7626 cómputo terrestre… colonizado por primera vez sólo diez mil años estándar más tarde. —La voz empezaba a temblarle un poco como la mano—. Supongo que su obra de referencia es muy fiable a ese respecto. Me refiero a lo de once millones de personas, ¿no?
Novotny reflexionó, empezó a hablar, luego se detuvo, agitó la cabeza y lo intentó de nuevo.
—La EG es la obra de referencia general más fiable de la historia humana, señoría comandante… o como deba llamarle ahora…
—Con comandante bastará.
—… cuando se emplea para su propósito. Lo que significa que jamás ha sido su intención servir como manual para fabricar medicina, como texto legal, y tampoco astrogación. Es un método para verificar, o descubrir un hecho; comprobar una fecha o un nombre; obtener información sobre casi cualquier campo del conocimiento, y descubrir cómo obtener más conocimientos…
—Sí. Ahórrenos el argumento de venta, ahora mismo no nos interesa adquirirla. —Nadie sonrió—. Bien, en esa fuente de referencia fiable, que cedió al enemigo, tenemos las coordenadas precisas para el sistema Apeiron: sector omicrón 111.254, anillo once 87.58, latitud galáctica 7.54 Norte. Ésas cifras son correctas, ¿no? ¿No dispone la EG de un equipo editorial competente, con el conocimiento científico y técnico…?
—El personal de la oficina central es más que competente, comandante. Efectivamente es muy bueno. Hablo por experiencia personal.
El comandante se inclinó hacia delante.
—Entonces, ¿qué, señor Novotny, va a salvar a los habitantes de Angkor Apeiron de las consecuencias de sus actos?
Novotny se recostó, algo altanero, como si finalmente se hubiese ofendido.
—Sólo el hecho, comandante, de que los habitantes de Angkor Apeiron no existen.
Se produjo un silencio en la sala, como si cada una de las personas que mirase al orador esperase de alguna forma que esas últimas palabras desapareciesen del aire, o que alguna mano enorme llegase desde el exterior de la pequeña nave y arreglase el mecanismo roto de la cordura.
El comandante, con el estremecimiento eliminado por la conmoción, fue el primero en responder:
—¿Quiere decir… afirma que tiene conocimiento… de que el planeta ya ha sido evacuado o eliminado?
—Me refiero, señor, a que la estrella Apeiron no tiene planetas. Nunca los ha tenido. Cuando el berserker llegue no encontrará ni víctimas ni ayuda material; y si su estimación de sus daños es todo lo precisa que me gustaría creer, antes de poder ir a por otro mundo morirá, si ésa es la expresión adecuada, debido a las heridas infringidas por esta tripulación tan valiente.
—Pero… —El segundo oficial iniciaba una protesta incrédula.
Novotny lo miró con furia.
—¿Por qué cree que las autoridades militares protegieron seis planetas habitados de esta región y pasaron del séptimo?
—Falta de fuerzas suficientes…
—Bah. Corríjame si me equivoco, comandante, ¿no es probable que un general o comandante extendiese sus fuerzas en lugar de dejar a once millones de personas totalmente indefensas cuando el sector se ha convertido en zona de combate? Evidentemente, probablemente sus fuerzas ya estén muy dispersas, razón por lo que consideré buena idea dirigir a nuestro antagonista a un sistema desierto en lugar de permitir atacar uno de los otros.
Ridolfi se había recuperado, o casi.
—¿Sistema desierto? Pero la entrada de la EG… usted afirma que la enciclopedia es la más fiable…
Novotny levantaba una mano regordeta en gesto de profesor, y su rostro empezaba a adquirir algo similar a una sonrisa.
—Lo explicaré, como he prometido. Pero para hacerlo debo alejarme brevemente de los berserkers y la guerra en el espacio.
Su acusador todavía no se había relajado ni un poco.
—Hágalo. Todo lo que quiera. Pero asegúrese de volver.
Novotny se tomó un momento para reunir las ideas antes de hablar.
—Supongamos… supongamos que usted, comandante, es un hombre de negocios despiadadamente bueno, allá en la Tierra u otro de los mundos atestados. Y decide que se puede ganar dinero vendiendo información al público, incluso de la misma forma como la EG gana dinero. Usted decide que compilará y venderá una obra de referencia general. O quizás una más especializada… sobre galactografía, digamos detallando y describiendo todos los planetas habitados y explorados así como otros cuerpos de la galaxia que por alguna razón resulten interesantes.
»Usted decide dedicar mucho menos trabajo a su enciclopedia que el que nosotros dedicamos a la nuestra, y por tanto podrá vender la suya por mucho menos dinero, incluyendo la misma información que nosotros. ¿Cómo? La ruta más directa, evidentemente, es copiar nuestros artículos palabra por palabra; pero eso, por desgracia para su empresa, jamás lo permitirán las leyes y los tribunales. Está usted obligado a la inconveniencia de al menos rescribir nuestro material mientras lo copia.
»Con un poco de ayuda informática, para rehacer la sintaxis y reemplazar palabras por sus sinónimos, no resultará una tarea tan ardua como podría parecer en un principio. Incluso nuestros varios miles de millones de palabras podrían refundirse e imprimirse, en un formato ligeramente diferente, en un tiempo bastante razonable. ¡Maravilla! La Enciclopedia de todo el Conocimiento del comandante Ridolfi está disponible en las bases de datos caseras a un precio mucho menor que el nuestro… no importa que usted jamás ofrezca a sus clientes el servicio de actualización continuo que reciben los nuestros.
»¡Bien! Incluso rescribiéndola, su idea básica sigue siendo ilegal, todavía viola nuestros derechos de autor, ¿no? Bien, ahora la respuesta no está tan clara. Pero créame, nuestros abogados intentarán, lo han intentado en casos similares, denunciarle y exigirle un montón de dinero, tan pronto como descubran lo que ha hecho.
»Ahora usted se presenta a juicio, y está ofreciendo testimonio, aunque claro, su vida no está en juego… Comandante Ridolfi, le pregunto como abogado de la acusación: ¿es cierto o no que ha compilado su supuesta obra de referencia copiando al completo la EG? Ahora piense con cuidado, porque con su respuesta toda su defensa se sostendrá o se derrumbará.
»¡Claro que no es cierto! Responde usted atronadoramente. Usó las bases mercantes de astrogación, empleó periódicos y los registros de archivos polvorientos, miró en libros, consultó a autoridades eminentes en muchos campos, como hace la grandiosa EG.
»¿Oh? Pregunto, y ahora mi voz es de lo más suave, y miro al jurado. Entonces, dígame, señor, ¿cuál de esas múltiples fuentes indispensables empleó para verificar la información sobre el planeta Angkor Apeiron?
Se produjo otro silencio en la sala, en esta ocasión un silencio muy diferente, y la muerte que había parecido tan cercana de pronto se encontraba a años luz de distancia, uno en el que la sombra del berserker se había disuelto en el subespacio.
Novotny apreció la diferencia y empezó a ceder.
—Porque verán, señores, nos inventamos esa entrada, población, industria, fecha de descubrimiento y todo, de la misma forma que los enciclopedistas se han inventado entradas por la misma razón desde tiempos antiguos. Lo inventamos para pillar a los plagiarios, y la pusimos como cebo dentro de la gran EG, y en ningún otro lugar del gran universo de mundos o información existe Angkor Apeiron… hay varios cebos como ése, comandante, entre nuestros cuarenta millones de entradas. En algunos, como éste, colaboré en persona; pero cuántos hay en total, no lo sé; ninguna persona los conoce todos. El usuario normal jamás va a encontrarse a Angkor Apeiron en ninguna otra parte y por tanto jamás consultará esa entrada. Si se la encuentra mientras hojea en su lector, la tratará como una fantasía aburrida y menor que olvidará pronto.
Novotny se dejó hundir en la silla que ya no parecía encontrarse al borde de la muerte. Luego volvió la cabeza hacia una pantalla mural que mostraba el espacio, y miró la nube nebulosa del abismo.
—Me pregunto si se preguntará cómo le engañaron, o cómo se engañó a sí mismo… sé que jamás lo comprenderá.