Sin pensar

La máquina era una vasta fortaleza, que no contenía vida, y que sus amos, tiempo atrás muertos, habían creado para destruir todo lo vivo. Ella y otras como ella eran la herencia que la Tierra había recibido de una guerra que se libró entre imperios estelares desconocidos, en algún periodo de tiempo que apenas se ajustaba a algún calendario terrestre.

Una de esas máquinas podía situarse sobre un planeta colonizado por el hombre y, en dos días, machacar su superficie para convertirla en una nube muerta de polvo y vapor, de cien millas de profundidad. Ésa máquina en particular acababa de hacerlo.

No empleaba ninguna táctica predecible en su guerra dedicada e inconsciente contra la vida. Los antiguos y desconocidos jugadores la habían construido como un factor aleatorio, para ser desplegado en territorio enemigo causando todo el daño posible. Los hombres creían que el plan de batalla lo escogía la desintegración aleatoria de unos átomos en un bloque de algún isótopo de larga vida oculto en su interior, y que, en teoría, ni siquiera era predecible por otro cerebro opositor, ya fuese humano o electrónico.

Los hombres la llamaban berserker, la «máquina asesina».

Del Murray, especialista ocasional en informática, las había llamado con otros nombres; pero ahora mismo estaba demasiado ocupado para malgastar el aliento, mientras se movía con saltos tremendos alrededor de la pequeña cabina de su caza individual, encajando unidades de repuesto para el equipo dañado por el último misil berserker que casi le había dado de lleno. Por la cabina también se movía un animal que se parecía a un perro grande con patas delanteras de mono, cargando en sus manos casi humanas un suministro de parches de sellado de emergencia. El aire de la cabina estaba repleto de neblina. Cuando el movimiento de la neblina mostraba una fuga a una zona no presurizada de la nave, el perro-mono se desplazaba para aplicar el parche.

—¡Hola, Foxglove! —gritó el hombre, con la esperanza de que la radio volviese a funcionar.

—Hola, Murray, al habla Foxglove —dijo una repentina y potente voz en la cabina—. ¿Hasta dónde has llegado?

Del estaba demasiado cansado para manifestar alivio excesivo porque sus comunicaciones volviesen a funcionar.

—Te lo diré en un minuto. Al menos dejó de dispararme durante un rato. Muévete, Newton. —El animal alienígena, mascota y aliado, un aiyan, se alejó de los pies del hombre y siguió buscando fugas.

Tras otro minuto de trabajo, Del pudo volver a sujetar su cuerpo al asiento de mando, teniendo delante algo parecido a un panel de control operativo. El último disparo había rociado la cabina con esquirlas penetrantes. Era asombroso que el hombre y el aiyan no hubiesen sufrido heridas. El radar volvía a funcionar. Del pudo decir:

—Me encuentro como a noventa millas de distancia, Foxglove. En el lado opuesto al tuyo. —Su posición actual era la que había estado intentando alcanzar desde el comienzo de la batalla.

Las dos naves terrestres y el berserker se encontraban a medio año luz del sol más cercano. Mientras las dos naves permaneciesen cerca el berserker no podía saltar fuera del espacio normal, hacia las colinas indefensas de los planetas de ese sol. Sólo había dos hombres a bordo de la Foxglove. Ellos disponían de más maquinaria que Del, pero las dos naves tripuladas eran bacterias comparadas con su oponente.

El radar de Del le mostró una antigua ruina de metal, no mucho más pequeña en sección que Nueva Jersey. Los hombres le habían hecho agujeros del tamaño de la isla de Manhattan, y habían fundido sobre su superficie charcos de escoria tan grandes como lagos.

Pero el poder del berserker seguía siendo enorme. Hasta ahora ningún hombre se había enfrentado a él y sobrevivido. Bien, podía aplastar la navecilla de Del como si fuese un mosquito; sin embargo, malgastaba en él una sutileza impredecible. Y esa misma diferencia manifestaba una variedad especial de horror. Los hombres jamás podrían asustar a su enemigo como el enemigo les asustaba a ellos.

Las tácticas terrestres, desarrolladas tras amargas experiencias contra otros berserkers, exigían un ataque simultáneo de tres naves. Foxglove y Murray eran sólo dos. Se suponía que una tercera venía de camino, pero se encontraba todavía a ocho horas de distancia, moviéndose por encima de la velocidad de la luz fuera del espacio normal. Hasta su llegada, Foxglove y Murray debían mantener a raya al berserker, mientras éste meditaba planes impredecibles.

En cualquier momento podría atacar a cualquiera de las dos naves, o podría intentar alejarse. Podría esperar horas a que ellos diesen el primer paso, aunque ciertamente lucharía si los hombres lo atacaban. Había aprendido el lenguaje de los astronautas de la Tierra, podría intentar hablar con ellos. Pero siempre, al final, intentaría destruirles junto con cualquier otro ser vivo que encontrase. Era la orden básica dada por los guerreros de antaño.

Mil años atrás, podría haber barrido de su camino con toda facilidad naves del tipo que ahora se le oponían, llevasen o no misiles de fusión. Ahora, de alguna forma eléctrica era consciente de su debilitamiento debido a los daños acumulados. Y, quizá, tras largos siglos luchando a través de la galaxia, había aprendido a ser precavido.

De pronto los detectores de Del mostraron campos de fuerza formándose tras su nave. Como los brazos de un enorme oso que bloqueasen su camino para huir del enemigo. Aguardó un golpe mortal, con su mano temblando sobre el botón rojo que lanzaría los misiles atómicos contra el berserker, pero si atacaba solo, o incluso con la Foxglove, la máquina infernal pararía los misiles, aplastaría las naves y se iría a destruir otro planeta indefenso. Eran necesarias tres naves para atacar. El botón de disparo rojo no era más que una última medida desesperada.

Del informaba a Foxglove del campo de fuerza cuando sintió en su mente la indicación de otro ataque.

—¡Newton! —gritó con fuerza, dejando abierta la conexión con Foxglove. Ellos lo oirían todo y comprenderían lo que iba a pasar.

El aiyan saltó instantáneamente de su asiento de combate y se colocó frente a Del como si estuviese hipnotizado, centrando toda su atención en el hombre. En ocasiones Del se había jactado:

—Muéstrale a Newton un dibujo de diferentes luces de colores, convéncele de que representa un panel de control concreto, y él pulsará los botones o lo que le digas hasta que el panel real se ajuste al dibujo.

Pero el aiyan poseía la capacidad humana de aprender y crear de forma abstracta; razón por la que Del iba a pasarle a Newton el mando de la nave.

Desconectó los ordenadores de la nave —resultarían tan inútiles como su propio cerebro bajo el ataque que presentía— y le dijo a Newton:

—Situación zombi.

El animal respondió al instante como le habían enseñado, agarrando con firmeza las manos de Del y llevándolas, una a una, junto al puesto de mando donde habían instalado los grilletes.

La dura experiencia había enseñado a los hombres un par de cosas con respecto al arma mental de los berserkers, aunque se desconocía bajo qué principio operaba. El ataque era lento, y los efectos no podían mantenerse al mismo nivel durante más de dos horas, tras lo cual el berserker se veía obligado a desconectarla durante igual periodo de tiempo. Pero mientras actuaba, robaba a los cerebros humanos y electrónicos la capacidad de pensar y predecir, y hacía que fuesen inconscientes de su propia incapacidad.

A Del le parecía que todo esto había sucedido ya antes, quizá más de una vez. Newton, ese tipo curioso, la verdad es que esta vez se había pasado con las bromas: había abandonado la cajita de cuentas coloreadas que era su juguete favorito y movía controles en el panel iluminado. Como no deseaba compartir la diversión con Del, de alguna forma había conseguido atar al hombre al asiento. Semejante comportamiento era totalmente intolerable, especialmente cuando se suponía que estaban en medio de una batalla. Del intentó soltar las manos y llamó a Newton.

Newton gimió con seriedad y se quedó donde estaba.

—Newt, perrito, vamos, suéltame. Mira lo que tengo para ti: cuatro veintenas y siete… eh, Newt, ¿dónde tienes los juguetes? Déjame ver tus cuentas. —Había cientos de las cajitas de cuentas coloreadas, artículos comerciales sobrantes que a Newton le encantaba ordenar y manipular. Del miró alrededor de la cabina, riéndose un poquitín de su propia astucia. Haría que Newton se distrajese con las cuentas, y luego… la idea nebulosa se desvaneció en otras elucubraciones grotescas.

Newton gimió pero se quedó moviendo controles del panel siguiendo una larga secuencia que le habían enseñado, haciendo que la nave ejecutase las fintas y maniobras evasivas que podrían engañar al berserker haciéndole creer que la tripulación conservaba el raciocinio. Newton jamás puso una mano cerca del enorme botón rojo. Sólo lo habría hecho de haber sentido dolor o haberse encontrado a un muerto en el asiento de Del.

—Ah, contesta, Murray —decía la radio de vez en cuando, como si respondiese a un mensaje. En ocasiones Foxglove añadía unas palabras o cifras que podrían significar algo. Del se preguntaba de qué hablaban.

Finalmente comprendió que Foxglove intentaba mantener la ilusión de que al mando de la nave de Del seguía habiendo un cerebro competente. El miedo atacó al empezar a comprender que una vez más había sobrevivido al efecto de un arma mental. El berserker reflexivo, medio genio, medio idiota, se había abstenido de lanzar el ataque cuando el éxito hubiese sido seguro, quizá engañado, quizá siguiendo la estrategia que evitaba la posibilidad de predicción casi a cualquier precio.

—Newton. —El animal se volvió, apreciando un cambio en la voz.

Ahora Del podía decir las palabras que le indicarían a Newton que era seguro liberar a su amo, una secuencia demasiado larga para que alguien la recordase bajo el efecto del arma mental.

»… No desaparecerá de la Tierra —terminó.

Con un gañido de alegría, Newton soltó los grilletes de las manos de Del. Del se volvió instantáneamente hacia la radio.

—Es evidente que el efecto ha desaparecido, Foxglove —dijo la voz de Del a través del altavoz de la cabina en la nave grande.

El comandante dejó escapar un suspiro de alivio:

—¡Vuelves a tener el control!

El segundo oficial —no había tercero— dijo:

—Eso significa que tenemos una pequeña posibilidad, durante las próximas dos horas. ¡Digo que ataquemos ahora!

El comandante negó con la cabeza, lentamente pero sin vacilación.

—Con dos naves, no tenemos ninguna posibilidad real. Quedan menos de cuatro horas hasta que llegue Gizmo. Tendremos que dilatarlo hasta entonces si queremos ganar.

—¡Atacará la próxima vez que consiga confundir la mente de Del! No creo que le engañásemos ni durante un minuto… Aquí estamos lejos del alcance del rayo mental, pero Del no se puede retirar ahora. Y no podemos esperar que el aiyan pelee por él. Sin Del realmente no tenemos posibilidad.

Los ojos del comandante se movieron incesantemente sobre el panel.

—Esperaremos. No podemos estar seguros de que ataque la próxima vez que le aplique el rayo…

El berserker habló de pronto, con la voz radiada claramente audible en las cabinas de las dos naves.

—Tengo una propuesta para ti, pequeña nave. —La voz poseía cierta cualidad entrecortada y adolescente, porque se formaba uniendo palabras y sílabas grabadas a partir de las voces de prisioneros humanos de ambos sexos y edades diferentes. Fragmentos de emociones humanas, ordenados y clavados como mariposas, pensó el comandante. No había ninguna razón para creer que hubiesen mantenido con vida a los prisioneros después de aprender su lengua.

—¿Bien? —La voz de Del, en comparación, sonaba fuerte y capaz.

—He inventado un juego que vamos a jugar —dijo—. Si lo juegas bien, no te mataré de inmediato.

—Ahora ya lo he escuchado todo —murmuró el segundo oficial.

Después de tres segundos de reflexión el comandante golpeó el brazo del asiento con el puño.

—Pretende comprobar su capacidad de aprendizaje, realizando una valoración continua de su cerebro mientras activa la potencia del rayo mental y prueba con modulaciones diferentes. Si puede asegurarse de que el rayo mental funciona, atacará de inmediato. Me apuesto la vida. Ése es el juego al que está jugando.

—Consideraremos tu propuesta —dijo Del con frialdad.

El comandante dijo:

—No tiene prisa por empezar. No podrá volver a activar el rayo hasta dentro de casi dos horas.

—Pero a nosotros nos hacen falta otras dos horas más.

La voz de Del dijo:

—Describe el juego al que deseas jugar.

—Es una versión simplificada de un juego humano llamado damas.

El comandante y el segundo se miraron, ya que ninguno consideraba a Newton capaz de jugar a las damas. Tampoco dudaban de que el fracaso de Newton les mataría en unas horas, dejando otro planeta listo para su destrucción.

Después de un minuto de silencio, la voz de Del preguntó:

—¿Qué usaremos como tablero?

—Nos enviaremos por radio los movimientos —dijo el berserker con ecuanimidad. Siguió hablando para describir un juego parecido a las damas, que se jugaba sobre un tablero más pequeño con un número de piezas menor del normal. No tenía nada excesivamente profundo; pero claro, jugarlo parecería exigir un cerebro funcional, ya fuese humano o electrónico, capaz de planificar y predecir.

—Si acepto jugar —dijo Del lentamente—, ¿cómo decidiremos quien mueve primero?

—Intenta ganar tiempo —dijo el comandante, mordiéndose una uña—. No podremos ofrecerle consejo, con esa cosa escuchando. ¡Oh, mantén la cabeza, Del!

—Para simplificarlo —dijo el berserker—, yo moveré siempre primero.

Del podía contar con otra hora sin arma mental cuando terminó de improvisar el tablero. Cuando se movían las piezas, la señal apropiada se enviaba al berserker; cuadrados iluminados en el tablero le indicarían dónde habían movido las piezas de la máquina. Si le hablaba mientras el arma mental estaba activada, la voz de Del respondería desde una cinta, que había grabado con frases vagamente agresivas como: «Sigue jugando» o «¿Ya quieres rendirte?».

No le había dicho al enemigo por dónde iba con los preparativos porque seguía ocupado con algo que el enemigo no debía saber: el sistema que permitiría a Newton jugar a unas damas simplificadas.

Del emitió una risilla mientras trabajaba, y miró a Newton tendido en su asiento, agarrando juguetes con las manos como si eso le confortase. Su plan colocaría al aiyan al límite de sus capacidades, pero Del no veía motivo para que fracasase.

Del había analizado por completo el juego de damas en miniatura, y había creado diagramas de todas las posiciones a las que Newton podía enfrentarse —jugando sólo movimientos pares, ¡gracias al berserker aleatorio por esa restricción!— sobre pequeñas tarjetas. Del había desechado algunas líneas de juego que surgirían de algunos movimientos malos de Newton al comienzo, simplificando aún más su trabajo. Ahora, sobre una tarjeta que mostraba todos los posibles movimientos restantes, Del indicaba el mejor movimiento posible con una flecha. Ahora podía enseñar rápidamente a Newton a jugar mirando la tarjeta apropiada y realizando el movimiento indicado por la flecha.

—Oh, oh —dijo Del, mientras sus manos dejaban de funcionar y miraba al vacío. Newton gimió al oír el tono de su voz.

En una ocasión, Del se había sentado tras un tablero en una demostración de simultáneas de ajedrez, uno de los sesenta jugadores enfrentados al campeón mundial, Blankenship. Del había conseguido mantenerse hasta la mitad del juego. Luego, cuando el gran hombre realizó una pausa frente a él, Del avanzó un peón, creyendo alcanzar una posición inexpugnable y que podía iniciar un contraataque. Blankenship movió una torre a un cuadrado bastante inocente y pasó al siguiente tablero, y luego Del vio el jaque mate que se le aproximaba, a cuatro movimientos de distancia y él hubiese necesitado de cinco para protegerse.

De pronto el comandante dijo una frase soez con voz alta y clara. Una conducta semejante por su parte era muy rara y el segundo oficial se volvió sorprendido.

—¿Qué?

—Creía que le habíamos pillado. —El comandante hizo una pausa—. Tenía la esperanza de que Murray pudiese montar algún sistema para que Newton pudiese jugar… o que pareciese jugar. Pero no saldrá bien. Si Newton usa algún sistema ya preestablecido siempre acabará haciendo el mismo movimiento en la misma posición. Puede que sea un sistema perfecto… pero maldición, un hombre no juega de esa forma. Una persona comete errores, cambia de estrategia. Incluso en un juego tan simple como éste habrá espacio para esas posibilidades. Lo más importante, una persona aprende a jugar mientras juega. Mejora al ganar experiencia. Eso es lo que fallará en el caso de Newton, y lo que quiere ese asesino. Probablemente ya sepa algo sobre los aiyanes. Ahora, tan pronto como esté seguro de enfrentarse a un animal estúpido en lugar de a un hombre o un ordenador…

Después de un rato, el segundo oficial dijo:

—Recibo señales de sus movimientos. Han empezado a jugar. Quizá deberíamos haber improvisado un tablero para seguir el juego.

—Será mejor que nos preparemos para atacar cuando llegue el momento. —El comandante miró indefenso el botón de disparo, y luego al reloj que mostraba que deberían pasar dos horas antes de poder esperar la llegada de Gizmo.

Pronto el segundo oficial dijo:

—Parece que se ha llegado al final del primer juego; Del ha perdido, si no me equivoco al leer sus señales de tanteo. —Una pausa—. Señor, aquí viene la señal que detectamos la última vez que activó el rayo mental. Del debe estar recibiéndolo una vez más.

El comandante no podía decir nada. Los dos hombres aguardaron en silencio el ataque del enemigo, esperando únicamente poder dañarlo segundos antes de que los anegase y los matase.

—Está jugando el segundo juego —dijo el segundo oficial confuso—. Y le he oído decir: «Vamos».

—Puede tratarse de una grabación. Debe de haber desarrollado un plan de juego que Newton pueda seguir; pero no engañará al berserker durante mucho tiempo. Es imposible.

El tiempo se arrastró infinitesimalmente. El segundo dijo:

—Ha perdido los primeros cuatro juegos. Pero no realiza los mismos movimientos en cada ocasión. Me gustaría haber fabricado un tablero…

—¡Deja ya en paz el tablero! Lo estaríamos mirando en lugar de mirar el panel. Mantente alerta.

Después de lo que pareció un buen rato, el segundo dijo:

—¡Qué me aspen!

—¿Qué?

—Nuestro bando ha conseguido tablas.

—Entonces el rayo no puede estar afectándole. ¿Estás seguro…?

—¡Lo estoy! Mire, aquí, la misma indicación que recibimos la última vez. Hace ya una hora que le afecta, y gana en intensidad.

El comandante miró incrédulo: pero conocía las habilidades de su segundo y confiaba en ellas. Y las indicaciones del panel eran convincentes. Dijo:

—Entonces alguien, o algo, sin mente funcional está aprendiendo a jugar a ese juego. Ja, ja —añadió, como si intentase recordar el arte de la risa.

El berserker ganó una vez más. Otras tablas. Otra victoria enemiga. Luego tres tablas seguidas.

En una ocasión el segundo oficial oyó la voz de Del preguntar fríamente: «¿Quieres rendirte ya?» Con el siguiente movimiento perdió otro juego. Pero el siguiente juego acabó en otras tablas. Claramente Del se había tomado más tiempo que su oponente para mover, pero no lo suficiente para hacer que el enemigo se mostrase impaciente.

—Está probando con una modulación diferente del rayo mental —dijo el segundo—. Y lo tiene a toda potencia.

—Sí —dijo el comandante. En varias ocasiones había estado a punto de hablar con Del, para decir algo que mantuviese alto el espíritu del hombre… y también para aliviar su propia inactividad febril e intentar descubrir qué estaba pasando. Pero no podía arriesgarse. Cualquier interferencia podría afectar al milagro.

No podía creer que los éxitos inexplicables fuesen a durar, incluso cuando el juego de damas se fue transformando gradualmente en una sucesión interminable de tablas entre dos jugadores perfectos. Horas antes, el comandante se había despedido de la vida y la esperanza y todavía aguardaba ese momento fatal.

Y aguardó.

—… ¡no desaparecerá de la Tierra! —dijo Del Murray, y las manos ansiosas de Newton se lanzaron para liberar el brazo derecho de los grilletes.

Segundos antes había sido abandonado un juego sin terminar sobre el pequeño tablero que tenía enfrente. El rayo mental se había desactivado simultáneamente, cuando Gizmo se manifestó en el espacio normal en la posición justa y con sólo cinco minutos de retraso; y el berserker se había visto obligado a dedicar todas sus energías a repeler el ataque total e inmediato de Gizmo y Foxglove.

Del vio a sus ordenadores, recuperándose del efecto del rayo, fijando el blanco en la sección media dañada y abultada del berserker, mientras él hacía avanzar el brazo derecho, esparciendo fichas del juego.

—¡Jaque mate! —aulló con voz ronca, y dejó caer el puño sobre el enorme botón rojo.

—Me alegra que no quisiese jugar al ajedrez —dijo Del más tarde, hablando con el comandante en la cabina del Foxglove—. Eso no hubiese podido simularlo.

Ahora las portillas estaban abiertas y los hombres podían mirar la nube de gas en expansión, todavía débilmente luminosa, que antes había sido el berserker; fuego metálico purgado del legado del mal ancestral.

Pero el comandante miraba a Del.

—Hiciste que Newt jugase siguiendo diagramas, eso lo comprendo. Pero ¿cómo pudo aprender del jugar?

Del sonrió.

—Él no podía, pero sus juguetes sí. Ahora espere antes de pegarme.

Llamó al aiyan y cogió una caja de entre las manos del animal. Al levantarla, la caja vibró. En la tapa había pegado el diagrama de una de las posibles posiciones del juego simplificado de damas, con flechas de diferente color indicando todos los posibles movimientos de las piezas de Del.

—Hicieron falta unas doscientas cajas como ésta —dijo Del—. Ésta pertenece al grupo que Newt examinó durante el cuarto movimiento. Cuando encontré una caja con un diagrama que se ajustase a la posición en el tablero, tomaba la caja, sacaba una de las cuentas de su interior, sin mirar… lo que, por cierto, resultó la parte más difícil de enseñar con tanta prisa —dijo Del, haciendo una demostración—. Ah, ésta es azul. Eso significa: «realiza el movimiento que la flecha azul indica en la tapa». Bien, la flecha naranja lleva a una posición muy pobre, ¿ve? —Del dejó caer todas las cuentas en la mano—. Ya no quedan cuentas de color naranja; pero cuando empezamos había seis de cada color. Pero cada vez que Newton sacaba una cuenta, tenía órdenes de dejarla fuera de la caja hasta terminar el juego. Luego, si el tanteo indicaba que habíamos perdido, tiraba todas las cuentas que habíamos usado. Gradualmente se eliminaban todos los malos movimientos. En unas horas, Newt y sus cajas aprendieron a jugar a la perfección.

—Bien —dijo el comandante. Pensó un momento, para luego alargar la mano y rascar a Newton tras las orejas—. A mí nunca se me hubiese ocurrido esa idea.

—A mí debería habérseme ocurrido antes. La idea básica tiene ya un par de siglos. Y se supone que los ordenadores son mi especialidad.

—Podría ser muy importante —dijo el comandante—. Me refiero a que tu idea básica podía ser útil para cualquier fuerza que deba enfrentarse al rayo mental berserker.

—Sí —Del se puso reflexivo—. Además…

—¿Qué?

—Pensaba en un tipo que conocí en una ocasión. Se llamaba Blankenship. Me pregunto si hubiera logrado algo…