Capítulo
33
Tú te lo buscaste
RICHARD
01 de enero de 2015
Estatus: Jodido
Causa: Mi maldita boca
Consecuencia: Me vale mierda la vida.
Cura: El perdón de mi muñeca
¿Han estado en duelo alguna vez? Seguramente sí. Saben cómo se siente, cuánto duele y lo mucho que deseas cambiar los hechos. Tu cabeza se llena de ¿y si? Pero no existe eso de viajar en el tiempo. No se puede cambiar lo que hiciste. Si la jodiste, la jodiste; cargas con las consecuencias. ¿Saben que es lo gracioso? Que nada de eso habría pasado si no hubiera roto mi única regla: no repetir. Pero no, tenía que seguir buscándola, tenía que enamorarme de ella. ¿Para qué sirve el amor?, para joderte. No te enamores, no lo hagas, porque esa es la única forma que evitas que te rompan el corazón.
—¡Richard, suelta ya esa botella! —ordenó Charles por tercera vez, pero de nuevo lo ignoré—. Richard, ¿quieres que llame a tu madre?
Que llame al mismísimo Dios, pero no dejaré de beber.
—¿Esto es tu culpa? —le grité.
—¿Mi culpa?
—Sí, tuya. Por alardear de tu felicidad, por hacerme querer lo mismo para mí. Le había comprado un anillo, mira —Saqué el anillo del bolsillo de mi pantalón y se lo mostré.
—Ella volverá, tienes que darle tiempo —Me dijo para tranquilizarme, pero ni que jurara sobre la Biblia le creería. Sabía que lo había arruinado y que nunca más la vería.
***
01 de febrero de 2015.
Estatus: Más jodido.
Causa: La misma.
Consecuencia: Me vale más mierda la vida.
Cura: Escuchar la voz de mi muñeca.
Noticias de mi cura: 0.
—Te vas a levantar de esa cama de una vez, Richard. Por las buenas te lo digo —me amenazó Raiza por segunda vez desde que se apareció en nuestro apartamento el día anterior.
—Vete, te lo digo por las buenas —La imité.
—¡Richard! Levanta tu trasero de esa cama de una vez. No puedes seguir así. ¿Quieres que a papá le dé otro infarto?
—¡No! Quiero que me dé a mí.
—Estúpidos hombres. ¿Por qué se comportan como niñitos malcriados cuando meten la pata? Levántate y deja de lamentarte de una vez. Nadie depende de ninguna persona para vivir.
—No la necesito para vivir. Ella es mi vida. ¿No lo entiendes?
—¡Oh mi Dios! No puedo contigo —Se rindió, dejándome solo al fin.
***
06 de marzo de 2015.
Estatus: Peor que ayer, pero mejor que mañana.
Causa: La misma
Consecuencia: ¿Cuál vida?
Cura: Ya lo saben.
Noticias de mi cura: Nulas.
Me obligué a levantarme de la cama y me di una ducha, la primera en semanas. Apestaba tanto que ni yo mismo lo soportaba. No podía seguir viviendo de esa forma. Aunque, ¿cuál vida? Eso no era vivir, era agonizar.
Golpeé la pared del baño con el puño cerrado y maldije. De haber hablado, de haber dicho esa noche que era yo, nada de eso habría pasado. ¿Por qué me callé?, me cuestioné esa mañana.
Salí del baño, me puse unos pantalones de chándal y, por primera vez en meses, me acosté en nuestra cama. No la había querido usar porque era mi altar, el lugar donde esperaba hacerle el amor toda mi vida. Me acosté del lado de la cama que olía a ella, donde Lil dormía. Cerré los ojos y la imaginé besándome, rozando su cuerpo sobre mi miembro viril, gimiendo con aquella voz ronca que me volvía loco. El sueño idílico se esfumó cuando el sonido del timbre del apartamento rompió el silencio.
—¿Por qué? —grité. Me Levanté de la cama y caminé hasta la puerta principal, preparado para gritarle a alguien, que seguramente sería Charles o Raiza. Pero no eran ellos sino Lilian. ¿En verdad era ella? Parpadeé varias veces, asegurándome que no se tratara de una visión. Después pensé ¿Y qué si lo es?, viviré el sueño.
Me abalancé sobre ella y le rogué que me perdonara. Tocarla fue llegar a tierra luego navegar por años sin una brújula. Sabía que le pedía mucho, que no sería fácil perdonarme luego de ser tan duro con ella, pero tenía que comprender que me lanzó una bomba que explotó en mi cara. ¿Como quería que reaccionara? No pensé en ella, me olvidé de sus lágrimas, de sus pesadillas, del dolor que escondían sus ojos… Debí relacionarlo, pero me tomó por sorpresa y soy humano, no soy perfecto. Me equivoqué, los dos lo hicimos, pero sabía que podíamos superarlo, juntos.
Yo insistía, le seguía pidiendo perdón, pero ella no fue a buscarme para escuchar lo que tenía para decir. Ella estaba ahí para decirme —por cortesía— que estaba embarazada.
Me valió mierda el papel de bruja despiadada que estaba interpretando, la tomé por la cintura y la besé. No me importaba si me odiaba o si se negaba a perdonarme, en ese momento me hizo el bastardo más feliz del mundo.
—Suelta a mi mujer, cretino —gritó un jodido hombre con acento francés que salió de la nada. Lo quería matar, juro que sí. Cuando le pregunté qué mierda dijo, el castaño desgarbado e insignificante lo confirmó. Me olvidé de la mierda andante que estaba frente de mí y la miré a ella, buscando una respuesta.
—Eso no es tu problema. Solo vine a decirte que eres el padre y, lamentablemente, tienes derecho. ¡Ah!, un pequeño detalle que se me olvidaba, son dos.
¿Cómo? ¿Dos qué? ¿Bebés?
Me quedé de pie en el pasillo mucho después de que las puertas del ascensor se cerraron. No la seguí porque su amenaza no era infundada, ella se iría sin duda y no podía arriesgarme a perderla.
Cuando salí de mi conmoción, entré al apartamento y azoté la puerta con la fuerza de mil infiernos. Ya había trazado un plan en mi cabeza: matar al estúpido aquel y luego llevarme a Lilian así fuera a la fuerza. ¿Quién se creía él para llamarla “mi mujer”? Ella era demasiado mujer para él… era demasiado mujer hasta para mí. ¿Y qué pensaba ella, qué me iba a quedar al margen? No, tomaría las riendas. Ella podía odiarme todo lo que le diera la gana, pero mientras llevara a mis hijos en su vientre haría todo lo que yo dijera.
***
—¿Dónde está? —demandé cuando Charles abrió la puerta de su casa. La busqué primero en el apartamento del Upper East Side y, como nadie abrió, la opción obvia era la casa de Elizabeth.
—Richard, por favor. No cometas una estupidez. ¿Quieres que huya de nuevo?
—¡Mierda, no! Tú sabes que no.
—Lo mejor es que te vayas. No es el mejor momento…
—¿Me estás echando de tu jodida casa, Charles?
—Hermano, no quiero que desates el infierno. Lilian está aquí con su esposo y…
—¿Qué mierda dijiste? ¿¡Con su qué!? —grité.
No esperé su respuesta y me metí en la casa, gritando su nombre. Ella podía correr, pero no esconderse.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, con los ojos exorbitados.
—¿Me puedes decir por qué Charles dice que ese pedazo de palo que tienes al lado es tu…? ¡Mierda, Lil! No puedo decirlo.
—Esposo —completó el francés.
—¡Cállate! No digas esa jodida palabra y suelta a mi mujer ahora mismo —Le exigí. La estaba sujetando por la cintura.
—Lily, dile a ese ogro quién soy yo —le exigió, como si tuviera derecho.
—Richard… yo. Él… Phillipe es mi esposo desde hace un mes.
¡No! ¡No! ¡No! Tiene que haber una cámara escondida. Esto es una broma. Es eso.
—Pégame, Charles. Pégame fuerte para saber si no estoy soñando —le pedí a mi amigo. Un golpe, una puñalada, algo que me despertara de la pesadilla.
—¿Qué te pegue? No haré eso —Se negó.
—Yo te puedo pegar si quieres —se ofreció Lilian.
Entrecerré los ojos y respondí en mi mente: No, muñeca. Tú no me vas a pegar. Tú te vas conmigo. Caminé hasta ella, la cargué en mi hombro como el hombre de las cavernas y la llevé escaleras arriba.
—Suéltala —gritó el payaso que decía ser su esposo.
—Atrévete a quitármela, Philipo —Lo reté. Él no se movió—. Eso pensé.
Lilian me golpeaba con los puños cerrados en la espalda y sacudía las piernas, intentando que la soltara. Pero tenía que hacer mucho más que eso si quería liberarse de mí. Subí las escaleras con ella encima y la encerré en la habitación de huéspedes. De idiota había ido a buscarla en mi Ducati y no me arriesgaría a llevármela en la moto.
—Energúmeno, salvaje… pedazo de basura. ¡Déjame salir! —gritaba, mientras me daba golpes en el pecho.
—Grita todo lo que quieras, pero no te irás hasta que me digas por qué en la vida te casaste con aquel idiota.
—Primero, él no es un idiota. Segundo, ya te dije que no es tu problema.
—Lo es, porque llevas en el vientre a mis hijos. ¡Míos!, no de él. Dime la verdad, Lil. ¿Todo esto es un teatro? ¿Quieres vengarte de mí?
—No es mentira, Richard. Me casé con él —aseguró, mirándome a los ojos.
—Bien, entonces dime si tu esposo te hace el amor como yo. Si ese imbécil sabe cuál es tu punto más débil, el lugar que tanto te vuelve loca. Dime si ese pedazo de hombre te enciende como una hoguera solo con un susurro. Dime si a él se le acelera el corazón como un motor de seis cilindros cuando te tiene cerca. Dime si él te ama tanto como yo —Para cuando dejé de hablar, la tenía contra la pared. Deseaba tanto hacerle el amor y hacerle sentir cuanto la había extrañado.
—S-suéltame —balbuceó, con la voz entrecortada.
—No quiero y sé que tú tampoco. Apuesto todo el dinero del mundo que ya estás húmeda para mí —le susurré al oído. Lilian asintió, se humedeció los labios y luego dijo:
—Tú te lo buscaste.