Capítulo 25

Te amo

 

RICHARD 

 

—¡Oh Dios! —gritaba la morena, frenéticamente, mientras la follaba duro sobre la mesa de pool.

Esperaba que siendo el Richard de antes olvidaría a Lil, pero era peor el remedio que la enfermedad. No podía desligarla de mi mente ni de mi jodido corazón. Siempre estaba presente. Aunque del antiguo Richard no quedaba mucho; porque sí, seguía teniendo sexo con diferentes mujeres, pero ya no les ponía reglas, si querían quedarse acurrucadas en mi pecho toda la noche, las dejaba; si querían que nos viéramos de nuevo lo hacíamos. Ya no hacía falta proteger mi corazón, ya estaba hecho mierda.

Y cuando pensé que no podía dolerme más el corazón, la vi. Caminaba en el aeropuerto con aquel andar sensual que tenía su sello de exclusividad, ese que me volvía loco y me arrebataba todo el oxígeno de los pulmones… La amaba amarga y dolorosamente.

—Hola, muñeca —La saludé desde mi posición, a tres metros de ella. No me escuchó, tampoco esperaba que lo hiciera. Guardar la distancia fue lo más difícil, pero también fue lo más conveniente porque estar cerca de ella sin poder tenerla acabaría con lo poco que quedaba de mí.

              —Richard, disculpa la tardanza. Tuve que volver por unos documentos de un caso —se excusó Whitney mientras tomaba asiento frente a mí en el café donde nos reuníamos.

—Si traes buenas noticias no le prestaré atención a tu retraso —Ella me miró, sonrío y dijo:

—Richard Hernández, eres oficialmente un hombre libre.

—¿Qué? Te haré un altar, mujer.

Me levanté de la silla y le di un enorme abrazo. Estaba feliz de ponerle punto final al absurdo que fue mi matrimonio con Kate. Y, además, podía ir con Lilian y decirle que era libre, que no había nada que nos separara. No quería seguir con mis noches de sexo vacío solo por calmar mi ansiedad por ella. Era un absurdo de magnitudes astronómicas.

Salí del café y conduje mi auto a Upper East Side. Estaba preparado para decirle a Lil que la amaba y que mi vida sin ella no tenía sentido. Decía un discurso en mi cabeza, lleno de argumentos, recuerdos nuestros y palabras de amor. Todo lo que hiciera falta para recuperarla. Hasta tenía respuestas para sus posibles excusas. Harry por supuesto sería una de ellas, pero sabía que no estaba con él. Charles me lo dijo una tarde mientras jugábamos Call of Duty. 

Mi corazón se convirtió en un motor de dieciséis pistones, rugiendo en mi pecho, cuando Vivir mi Vida de Marc Antony sonó en mi Smartphone. Era el tono que programé para Lilian. Liberé el bloqueo y leí las dos palabras que me escribió: Te amo.

No lo podía creer. No habíamos hablado en meses y justo ese día me llegaba una confesión por medio de un mensaje de texto. Me sentí feliz y perturbado a la vez. Ella no era así. Ella no hacía esas cosas. ¿Por qué lo haría?

La llamé varias veces y no respondió, su teléfono me enviaba directo al contestador. ¿Y si el mensaje no era para mí y al ver el error apagó su teléfono? Era una posibilidad, pero no dejaría la respuesta al azar. Necesitaba escucharlo de su boca.

***

Toqué la puerta del apartamento varias veces sin tener respuesta. Pensé que quizás Lil estaba al otro lado del mundo en algún hotel esperando un próximo vuelo. No podía saberlo sin preguntarle a Elizabeth y si le preguntaba sería muy sospechoso. ¿Qué hacía entonces?

Volví a tocar, grité su nombre y el de Elizabeth… nada. Tiré de la manija de la puerta hacia abajo, esperando que la puerta estuviera sin cerrojo, lo estaba. Entré al apartamento en penumbras, busqué el interruptor y encendí la luz.

—Lil, soy Richard. ¿Estás aquí? —pregunté, mientras caminaba por el apartamento. Seguí avanzando hasta llegar a la sala y entonces la vi en el sofá. Parecía que dormía.

—Lilian, muñeca. Soy yo, Richard —le dije, tomando su mano. No me respondió, no hubo un quejido o algún sonido que me diera a entender que estaba despertando. Recosté mi cabeza sobre su pecho para escuchar su corazón y apenas latía.

—¡Lilian! Despierta, por favor ¡Lilian! —La cargué en mis brazos y un frasco vacío de medicamento rodó por el suelo y se detuvo junto a su teléfono.

El corazón se me detuvo, mi vida se detuvo… Ella me escribió ese mensaje como una despedida. Ella quería morir, pero yo no lo iba a permitir.

Recogí el frasco y el teléfono, los metí en el bolsillo de mi chaqueta y la saqué de ahí. Era la tercera vez que llevaba a Lil inconsciente a un hospital y temía que podía ser la última.

—No me hagas esto, Lil. No me dejes —le rogaba mientras conducía. No quería perderla. No así. No por una maldita sobredosis. La miraba por el retrovisor y recordaba a Raquel en el suelo de su habitación, la veía en una urna… Lloré todo el trayecto hasta el hospital. No era un llanto suave y silencioso, estaba sollozando como un niño perdido. Estaba perdiendo al amor de mi vida.

Detuve el auto frente a urgencias, corrí con ella en mis brazos, grité por ayuda, pedí que la salvaran, que no la dejaran morir.

—Te amo, Lilian. Quiero que lo sepas, mi amor —pronuncié, antes de acostarla en la camilla que habían acercado para ella.

Todo a mi alrededor daba vueltas, las voces se escuchaban como ecos lejanos. No podía percibir nada más que el dolor de mi corazón, que sus latidos desesperados rogando por esperanza.

—Señor, necesitamos saber el nombre de la paciente —Logré escuchar esa vez. Miré a la doctora que tenía delante de mí y comencé a hablar sin parar.

—Lilian White. Ella se tomó unas pastillas, aquí está el frasco. La encontré en el sofá, su corazón latía, lo escuché. Estaba viva.

—Señor…

—¿Está viva, verdad? ¿La traje a tiempo? Dígame que la traje a tiempo. Me escribió te amo, mire. Ella lo escribió a las ocho treinta, solo han pasado quince minutos. Puede que se salve, ¿verdad?

—Señor, cálmese.

—Quizá no las tomó todas. Quizás solo fueron cuatro o…

—Señor, escuche. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para salvarla, pero necesito que se calme y que se siente en la sala de espera. Le informaré en cuanto sepa algo. 

—¿La va a salvar? —le pregunté. Ella me miró con condescendencia y luego se fue. 

Estuve en sala de espera por cinco minutos y luego salí del hospital. Estar en una silla sentando, esperando que me dijeran ¿qué?, que estaba muerta, que llegué tarde. No podía estar ahí. No quería.

Salí del Hospital Mount Sinai y corrí hasta pasar la Quinta Avenida. El vaho escapaba por mi boca mientras jadeaba, con las manos apoyadas en mis rodillas. El eco de mi voz resonó entre los árboles de Museum Mile cuando grité el enojo y la impotencia fuera de mí. Necesitaba hacerlo o explotaría. Pero gritar no era suficiente, necesitaba a alguien que me dijera que todo estaría bien, necesitaba a mi hermana.

—¿Richard, está todo bien?

—Ella… ¡Oh Dios! Ella intentó suicidarse —gemí.

—¿Estás llorando? Espera, ¿de quién hablas? 

—Lilian… Ella… No sé si lo logre. No la quiero perder, hermana. Tengo tanto miedo, tanto.

—No, no la perderás. Sé que no es fácil, sé que tienes miedo, pero tienes que ser fuerte por ella. ¿De acuerdo?

—Es que… Nunca se lo dije, Raiza. ¿Por qué no lo hice antes? Soy un idiota. ¿Y si se muere y nunca lo sabe?

—Lo sabe, Richard. Nosotras siempre sabemos —Nos quedamos en silencio por varios minutos. Raiza sabía que no necesitaba más palabras, solo apoyo y ella me lo estaba dando. 

—Tengo que volver. Te llamaré cuando sepa si…

—Me llamarás cuando te digan que está a salvo.

—Te quiero, Raiza. Diles a todos que los quiero, que yo…

—Se lo dirás, hermano. Sé que lo harás.

Regresé al hospital después de despedirme de Raiza. Estaba más calmado, pero el dolor en mi pecho no se había alejado, no lo haría hasta saber que mi muñeca estaba a salvo.

—Señor, lo estuve buscando para decirle que…

—¿La salvaron? Dígame que sí, por favor.

—La lograron estabilizar hace unos minutos, la tendremos en terapia intensiva hasta que despierte y esperamos que…

—¡Oh mi Dios! ¿Ella está viva? ¿Lo está?

—Sí, señor —respondió el médico. 

Arrastré mis dedos en mi rostro mientras exhalaba el miedo fuera de mí. Esos treinta minutos fueron los más aterradores de toda mi vida.  

***

Estuve toda la madrugada en la sala de espera. Según la doctora Avery, ella estaba mejor y la pasarían a primera hora de la mañana a una habitación. Me trató de disuadir para que fuera a casa y volviera temprano pero no accedí. Necesitaba estar ahí.

A las cinco de la mañana le envié un mensaje a Charles, pidiéndole que me cubriera en el vuelo a Madrid. No me pareció extraño que respondiera a esa hora, él era muy madrugador. Le di las gracias por aceptar y no le dije el motivo, quise esperar que Lilian decidiera si contaría lo que pasó o no.

—Señor Hernández, ya puede pasar a verla —Me informó una enfermera. Me había quedado dormido, apoyado contra una pared de la sala de espera.

La seguí al piso de hospitalización, adormilado. Necesitaría al menos veinte horas de sueño para recuperar la mala noche que pasé en ese lugar. Aunque ya debía estar acostumbrado, Lilian tenía como propósito mantenerme al borde un infarto.

Cuando abrí la puerta de la habitación me valió un carajo la mala noche y el casi infarto. Ella estaba ahí y era lo único que realmente  me importaba.

—Finge que me amas, Richard. Solo por hoy.  No me juzgues, no preguntes, solo abrázame —dijo con dolor.

—Lilian, yo…

—No digas nada, Richard. Solo ven aquí y abrázame.

Mi oración terminaba así: No necesito fingir, Lil. Te amo con todo mi corazón. No la completé porque ella no necesitaba oírme decirlo, solo quería que la sostuviera. Me necesitaba a mí.

La acompañé en la cama y la recosté sobre mí pecho. Sentir el calor de su cuerpo sobre el mío y su respiración fuerte y constante alivió mi corazón moribundo. No estaba preparado para perderla y nunca lo estaría.

 

Pretendamos
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