Capítulo
12
Familia
RICHARD
Mientras ella me gritaba que me iba a matar yo pensaba, ya me estás matando. Lo hacía al desnudarse delante de mí, lo hacía cada vez que me miraba, lo hacía incluso cuando no estaba a mi lado.
Dejar de besarla sobre el muelle me costó Dios y su ayuda. Quería follarla duro sobre el muelle, luego en el agua y después en la cabaña del lago. Pero quería que probara un poco de su propia medicina. Y también convencerme de que seguía teniendo el control.
—¡Richard Tercero Hernández! —gritó mi madre al vernos empapados en la cocina.
La risita de Lilian hizo eco en la cocina. Se estaba burlando de mi segundo nombre. Todo el mundo lo hacía cuando lo escuchaba y ella no iba a perder la oportunidad.
—Fue ella —repliqué, señalando a Lilian.
—Seguro tú la provocaste, Richi.
—¿De qué lado estás, mamá? Soy tu hijo.
—¡Catorce horas en trabajo de parto, Richard! No tienes que recordarme que eres mi hijo. Aquí hay toallas limpias —Nos entregó un par de toallas blancas y nos secamos un poco antes de subir.
—¿A dónde vas? —demandó mamá—. Seca el desastre primero. Aquí está el trapeador.
—Espera, Richard —dijo Lil, solidarizándose conmigo. Escuché sus pasos perderse escaleras arriba y luego regresar.
—Ahora sí, limpia el piso —Sostenía su Smartphone en la mano—. Comienza ya.
—Eres perversa.
—Sería perfecto si te colocaras un delantal —bromeó—. A tus compañeros pilotos les gustaría más, lo sé.
—Touché.
—Piénsalo antes de gastarme otra bromita, Rich. Me iré a duchar, de nuevo. Seca bien ese piso.
***
—Tito, mañana es mi fiesta. Mamá dijo que vas a traer a las princesas Disney para mí, ¿es verdad? —preguntó, sentada en mi regazo.
—Si tu mamá dijo que vendrían, entonces sí.
—¿Quieres ver mi vestido, Lili?
—Me encantaría verlo.
Salí de la sala, después que las dos subieran a la habitación para ver el vestido. Entré a la cocina y me encontré a Raiza decorando cupcakes.
—¿Por qué sugeriste invitar a esa mujer?
—Richi, lo siento. Pero creo que cometes un error. Kate me dijo que aún te quiere y me pidió que la invitara a la fiesta
—¿Todavía me quiere? —pregunté irritado, con los puños cerrados—. ¿Me quería también cuando la encontré follando con su jefe en mi jodida casa?
—¿Qué? ¿Fue ella la que…? —preguntó, conmocionada.
Ella solo sabía que nos habíamos separado en malos términos. No tenia porqué explicarle nada a nadie y todos asumieron que era el malo de la película.
—Sí, Raiza. Así que nunca vuelvas a nombrarla. Y si la invitaste, dile que no venga porque si la veo en esta casa, será la última vez que me veas a mí.
Raiza soltó la manga de decoración y me abrazó con fuerza, mojando mi franela con sus lágrimas. Ella lo entendía más que nadie, el papá de Rebeca la abandonó cuando mi sobrina cumplió dos meses de nacida por una mujer más joven que ella. Raiza los descubrió en la oficina de él. Luego, conoció a su actual esposo quien adoptó a Rebeca como suya.
—Lo siento, Richard. Te prometo que nunca volveré a hablar con esa arpía. Perdóname —dijo entre hipos.
—No quería gritártelo a la cara, pero necesitabas saberlo. No le digas a mamá, ella quiere mucho a Kate y prefiero no herirla más.
—No lo entiendo. Tú simplemente dejaste que todos pensáramos que…
—No, todos lo asumieron y yo no me defendí. Se suponía que mi familia no iba a dudar de mí y ponerse de su lado. Pero ya ves, lo hicieron.
—Mami, ¿por qué lloras? ¿Te pinchaste con un cuchillo? —habló Rebeca detrás de nosotros. Me giré y vi a Lilian a su lado.
Raiza se puso de rodillas, abrazó a su pequeña y le dio un beso.
—No, cielito. Hablaba con tu tito del día que naciste y sabes que soy muy sentimental.
Mi sobrina se creyó el cuento, pero Lil no se veía convencida. Ella no era tonta y seguro ya sabía que hablábamos de Kate.
Subimos a la habitación una hora después para intentar dormir. No habíamos parado ni un momento en todo el día y el cansancio comenzaba a pasarnos factura.
Me cambié en el baño, los vaqueros y la camiseta por un pantalón negro de chándal, mientras Lilian se vestía en la habitación. Esperé, recostado en la puerta del baño, hasta que ella me avisó que podía salir. Pensé que la vería en un conjunto sexy de seda, pero me sorprendió con un pijama enterizo de algodón; era rosa y tenía las orejitas de Mickey Mouse dibujado por todas partes. La única piel expuesta era la de su rostro, manos y pies.
—¿En serio. Mickey Mouse? —dije, en tono burlón.
—Cállate, Richard Tercero —ironizó.
—Empatamos, muñeca —añadí.
Lilian se acostó en el lado derecho de la cama; era mi puesto, pero la dejé. Después de todo ella me estaba apoyando con toda aquella mentira. Recordé la noche en el hotel cuando la abracé, absorbiendo su olor, calentándome con su cuerpo, esforzándome para no besar la piel desnuda de su hombro.
—Tu familia es muy hermosa, Richard —La nostalgia en su voz me alertó. Ya lo había notado en el muelle, cuando esquivó el tema, por eso insistí en preguntarle.
—¿Por qué nunca nombras a la tuya?
—Porque no tengo una.
—Todos tienen una familia, Lil —repliqué, incorporándome de la cama. Su respuesta me había descolocado por completo. No podía creer que no tuviera a nadie más. No imaginaba una vida sin una familia.
—Todos menos yo.
—¿Me quieres contar?
Se sentó en la cama, recostó la espalda contra la pared y cruzó las piernas. Sus ojos evitaban los míos, estaban fijos en sus dedos inquietos; se movían como si cosieran una tela invisible. Me dolía verla así, tan nerviosa y confundida. Quería buscar la forma de calmar su ansiedad, pero no sabía cómo.
—No quiero, pero lo haré. No es justo que yo sepa tanto de ti y tú nada de mí.
—Si no quieres hacerlo, no lo hagas, Lil. Te entiendo —le dije, sosteniendo sus manos entre las mías. Eso la calmó.
—Tenía nueve años cuando Nancy nos abandonó en un parque. Mi hermana Natasha tenía solo seis años. Mi padre murió dos meses antes de eso. Nancy nunca había trabajado, era una mujer mantenida y solo le preocupada que su manicure francesa estuviera perfecta.
»Natasha y yo rodamos por las calles varios días. No quería ir a un albergue pero tuvimos que hacerlo, la ciudad era muy fría y el invierno estaba comenzando. Ahí conocí a Neal, el amigo que te presenté la otra noche.
»Cuando cumplí quince años, comencé a trabajar, quería sacar a mi hermana de ahí. No era un mal lugar, nos brindaron cobijo y estudios, pero no era suficiente.
»Un día Natasha se despidió de mí, me dijo que se iba con un tipo que le ofrecía un mejor estilo de vida. Le rogué que no lo hiciera, pero no me hizo caso. Incluso, traté de detenerla, pero el hombre me golpeó, haciendo que perdiera la conciencia. Fue la última vez que la vi.
—Lo siento tanto, Lil —murmuré, acariciando su mano. No podía imaginar cómo alguien era capaz de abandonar a sus hijas de esa manera.
—Eso fue hace mucho. No importa ya —aseguró.
Sabía que mentía. Lo veía en la forma que luchaba por contener las lágrimas.
—Si importa, Lil. Sé que te importa. Tengo un hombro donde puedes llorar, ¿lo sabes? —Ella asintió, pero se contuvo. No rompió a llorar como necesitaba hacerlo, seguía escondiéndose detrás de una armadura blindada.
»Ven aquí —le pedí, con los brazos extendidos. Ella sonrío y luego se acercó a mi pecho. La sostuve entre mis brazos y me prometí que no le haría daño, que no la usaría para follar, que la cuidaría como si fuera mi propia hermana. Solo amigos ya no sería un problema, porque eso sería, su amigo. Sería lo más difícil que haría en mi puta vida, pero ella lo valía.