Capítulo 26
No me ames
LILIAN
Dicen que cuando uno muere —o está muriendo— ve una película en la cabeza, un resumen de su vida o algo parecido. Yo no vi nada, solo oscuridad. No había una luz esperándome al final, no había cielo o infierno, solo tinieblas. Sentía que mi cuerpo estaba suspendido como el humo en el aire y quería que la muerte llegara como un huracán y me arrastrara a un lugar de dónde no pudiera volver. Y el huracán llegó, pero no me arrastró, me salvó. Richard Hernández me salvó. Lo supe al despertar. Una de las doctoras que me atendió me dijo que un rubio de ojos grises me trajo y que de no ser por él hubiera muerto.
Recuerdo haber dicho que había matado a mi bebé. Recuerdo gritar que no me ayudaran, que no me salvaran, que no lo merecía. Recuerdo tan vívidamente todo el dolor y la culpa de lo que había hecho.
—¿Puede decirme qué pasó? —me preguntó la psiquiatra del hospital. No recuerdo su nombre. Todo fue muy confuso para mí.
—Maté a mi hijo y luego me intenté suicidar —respondí sin inmutarme. No porque no me doliera, sino porque no merecía ni siquiera desahogar mi pena con lágrimas. Llorar drena y consuela y no merecía consuelo.
—Entiendo. ¿Por qué lo hizo?
—¿Matar a mi hijo o intentar matarme? —espeté.
—Usted dígame.
—No, no diré nada. Solo… intérneme en psiquiatría, póngame grilletes y déjeme ahí.
—Usted no está loca, señorita White.
Pensé que algo en el mundo estaba mal cuando una psiquiatra decía que intentar suicidarme no era un motivo de locura, sino una consecuencia de la culpa. Me recetó antidepresivos y terapia psicológica. Eso fue todo.
—Mientras estuvo inconsciente le practicamos un legrado para terminar el proceso de aborto. La placenta seguía dentro de usted y eso…
—Si no me van a internar, ¿cuándo puedo irme? —La interrumpí.
—En la tarde o quizás mañana. Eso depende de lo que diga el médico tratante.
—Hable con él y dígale que me quiero ir.
—Le diré. ¿Quiere que el señor Hernández pase a verla?
—Él… ¿Richard sigue aquí? —Ella asintió con una sonrisa tímida—. Está bien. Puede decirle que pase.
Cada nervio de mi cuerpo se estremeció al verlo de pie en la habitación. Él era la única persona que necesitaba en ese momento, pero era la última que quería que estuviera ahí. No sabía cómo mirarlo ni qué decirle para justificar la decisión egoísta que había tomado. No pensé en él, ni en Lissy o en Natasha. Solo quería aliviar mi pena sin importarme lo que ellos pudieran sentir.
—No digas nada, Richard. Solo ven aquí y abrázame —Mi petición fue otro egoísmo, un regalo que no merecía.
Sus brazos fueron como una medicina que alejaba el dolor que traspasaba mi cuerpo y penetraba mi alma. Él llenaba partes de mi corazón que creí haber perdido cuando dicté mi sentencia a muerte.
***
Acaricié el rostro de Richard mientras dormía. Se veía hermoso, sereno... Deseaba tanto regresar el tiempo, volver al día que lo conocí, enmendar mis errores… nuestros errores.
—Hola, muñeca. Siento haberme dormido —musitó con la voz ronca.
—Quería dormir, Richard. Dormir para siempre.
—¿Por qué, Lil? ¿Por qué hiciste algo así?
—Porque no merezco vivir, Richard. Quizás eso no responda a tu pregunta, pero es lo único que te diré.
—Lilian, no digas eso. Yo te necesito. Yo… no puedo vivir sin ti. —Su confesión me abrumó. Él estaba diciendo que…
—¡No! ¡No digas nada más! —grité, con lágrimas en los ojos. Estaba conmocionada por sus palabras, por lo que significaban.
Sus manos acunaron mi rostro y sus ojos, fuertes como el hierro y a la vez dulces como un panal de miel, me confirmaron lo que su boca había dicho.
—No sé qué te llevó a tomar esa decisión y no te presionaré para que me lo digas, pero tengo que decirte que te metiste en mi corazón sin permiso, te adueñaste de él y luego me lo regresaste en pedazos. Traté de olvidarte, lo intenté por meses, pero no pude, Lil. No pude porque es tuyo, mi corazón es tuyo. Yo te amo y necesito que luches, que lo intentes, que no te rindas, porque si tú no estás, mi vida no tiene sentido.
No podía creer lo que me estaba diciendo. Le creía, pero no entendía por qué tuvo que decirlo justo cuando no lo merecía, cuando lo único que quería era dejar de respirar.
—No, Richard —murmuré—. No puedes amarme. No ahora.
—Lo hago, Lilian. Y ahora más que nunca. ¿Sabes por qué? Porque estuve por perderte y ese dolor, ese maldito dolor me hizo desear estar en tu lugar. ¿Quieres que no te ame? Entonces tendrás que matarme.
—Richard… —gimoteé en su pecho. Bañé su camiseta con mis lágrimas, inundé la habitación con sollozos y me dejé vencer entre sus brazos. Él no podía entender lo hermosas e inoportunas que fueron sus palabras. No sabía que la muerte ya había cubierto mis manos de sangre.
—Te amo, Lilian. Y no puedes pedirme que no lo haga —pronunció, secando mis lágrimas. Acerqué mis labios a los suyos y lo besé, lo hice para calmar su angustia, para resarcir el dolor que le causé, para darle un poco de paz antes de la tormenta.
***
—¡Esto no puede ser! —gritó Richard, dando un salto de la cama del hospital. Negaba con la cabeza mientras sostenía su teléfono.
—¿Qué pasa, Richard? ¿Qué estás viendo?
—Él no debía ir ahí. Charles no… —balbuceó, con la voz temblorosa.
—¿¡Me vas a decir o no!? —grité. No me respondió, caminó a la mesita que estaba al lado de la cama, abrió el cajón y sacó el mando del televisor. Miré atónita como cambiaba de canales como un demente. Ver lo nervioso que estaba comenzó a alarmarme. Nunca lo había visto tan asustado. Algo malo estaba pasando.
—¡Oh mi Dios! —dije, cuando Richard se detuvo en un canal de noticias que anunciaba el accidente de Royal Airlines. Los latidos de mi corazón se volvieron dolorosos cuando leí el nombre de Charles. Él era el piloto.
Todo se enlazó en mi interior como un cordón de mil dobleces y estallé en llanto, en un doloroso y fuerte llanto.
—Él estará bien, mi amor. No llores —me pidió Richard, abrazándome. La ternura y el amor con el que lo hacía me estremecieron. Él me estaba consolado por lo de Charles, pero no sabía que había más, mucho más por lo que lloraba.
—Tengo que decirle a Lissy. Ella… ¡Dios mío! ¿Cómo se lo digo? —sollocé.
—Estaré aquí, muñeca. Justo aquí —me prometió, sosteniendo mi mano.
Me tardé unos minutos en recomponerme antes de poder llamar a mi amiga. Fue horrible darle esa noticia tan terrible. Quería estar con ella, sosteniendo su mano de la misma forma que Richard lo hacía conmigo.
—Tengo que salir de aquí, Elizabeth me necesita —dije, mientras me quitaba la sábana de encima para bajarme de la cama.
—Lil, no estás en condiciones. Tienes que recuperarte para poder salir y apoyarla.
—Es que ella no tiene a nadie, Rich. Yo soy su familia.
—Lo sé, muñeca. Lo entiendo, pero…
—¡No lo entiendes! Tú tienes familia. Tú no estás solo como nosotras. ¡Estamos solas! —le grité. Golpeaba el pecho de Richard con los puños cerrados y le pedía que me soltara, pero no lo hacía.
Una enfermera entró alarmada a la habitación. Intentó ponerme un calmante, pero Richard no la dejó. Le dijo que él se encargaría de mí. Comencé a rendirme, a ceder en sus brazos y dejé de gritar.
—No estás sola, muñeca. No lo estarás nunca más —Su promesa llegó acompañada de caricias suaves en mi espalda. En sus brazos me sentía a salvo y, a la vez, aterrada. Sabía que lo perdería cuando supiera lo que hice.
Me quedé en el cobijo de sus brazos hasta que mis piernas se cansaron de sostenerme. Richard me ayudó a recostarme de nuevo en la cama y terminé quedándome dormida. Me sentía cansada tanto física como mentalmente.
Cuando desperté de nuevo eran más de las ocho de la noche. Dormí más de lo que hubiera querido. Tenía que estar en otro lugar que no incluía la cama de un hospital.
—Lissy, tengo que ir con ella —murmuré.
—Lo sé, muñeca. Irás con ella cuando te sientas mejor.
—No, Richard. ¡Tengo que ir ya!
Richard no estaba de acuerdo, pensaba que era riesgoso para mí salir del hospital, pero yo quería estar con Elizabeth. Ella me necesitaba y no la dejaría sola.
Me dieron el alta bajo mi responsabilidad. Firmé los documentos, me vestí y salí del hospital. El camino en el auto se tornó pesado e incómodo. Había palabras por decir, asuntos sin resolver, pero no era el momento. No quedaba espacio para nosotros.
Escalofríos me abordaron a medida que avanzaba dentro del apartamento en penumbras. Los recuerdos de lo que ahí había pasado seguían frescos en mi memoria como una pintura recién hecha. El más leve sonido penetraba en mis oídos y me perturbaba: mi respiración pesada, la de Richard, mis pasos, los suyos y, sobre todo, la voz dentro de mi cabeza que gritaba ¡Asesina!
Retuve un gemido entre mis labios apretados. No era momento de flaquear, no era mi momento. Estaba ahí por Lissy y debía ser fuerte por ella.
—Espera aquí —le pedí a Richard entre susurros. Él le dio un leve apretón a mi mano y luego me soltó.
Abrí la puerta de la habitación de Lissy lentamente. La luz tenue que proveía la lámpara de la mesita de noche me dejó verla recostada en la cama, abrazada a una almohada, con los ojos cerrados. Por un momento pensé que estaba dormida, pero luego escuché un gemido.
—Estoy aquí, Lissy —le dije mientras me escurría a su lado. Rodeé su cintura con mi mano y la abracé contra mi pecho. El dolor en mi corazón crecía con cada suspiro que ella emitía, esos que me decían que estuvo llorando por horas.
—Fui a la oficina. El señor Wells me dijo que… —sollozó, sin poder terminar las palabras.
—Lo sé, Lissy. Lo siento tanto. De verdad lo siento —Me quedé ahí el tiempo suficiente para que se quedara dormida. Me levanté de la cama, la arropé con el edredón y luego salí a la sala.
—Si Charles no lo logra… —musité, abatida.
—No pienses así, muñeca. Sé que él volverá. Tiene que volver —Trató de sonar convencido, pero no podía esconder la pena y la culpa de sus ojos. No debía sentirse así. Charles ocupó su lugar en el vuelo para poder quedarse conmigo. La verdadera culpable era yo por mis malas decisiones.
—¿Puedo quedarme contigo? Prometo ser silencioso. Elizabeth no sabrá que estoy aquí —Asentí, porque lo necesitaba más que nunca y sabía que él también a mí.
Entrar a esa habitación era lo menos que quería, pero no tenía opción. No había otro lugar donde pasar la noche. Giré el pomo de la puerta con mano temblorosa. Cada paso que daba me acercaba al infierno que había construido, hacia el fuego ardiente de la culpa y el dolor. Cuando la puerta se cerró, me dejé caer de rodillas en el suelo y cubrí mi llanto con las manos. No podía dejar que Lissy me escuchara. Ella no podía saber lo que había hecho.
Los brazos fuertes de Rich me levantaron del suelo y me llevaron hasta mi cama. Aquel gesto me conmovió de tal forma que me sacó del infierno y me trasladó al cielo… Fue un milagro que no debió llegar a ser. Era demasiado para alguien como yo.
—No puedes amarme, Richard.
—No puedo dejar de hacerlo, Lil. Es inevitable —Confesó con la voz quebrada. Él también estaba llorando.
¿Qué fue lo que hice?, me reproché, al ver la devastación que había dejado a mi paso.
***
—Buenos días, muñeca. ¿Qué haces ahí? —Me preguntó, al ver que estaba sentada en el suelo, en una esquina de la habitación—. Ven aquí —ordenó, extendiendo un brazo hacia mí.
Me levanté del suelo y caminé con temor hasta la cama. Rich palmeó el espacio vacío del colchón, invitándome a acompañarlo. Me senté a su lado y empujé el dolor a un costado para regalarle una pequeña sonrisa.
—Gracias por estar aquí, Rich. Valoro mucho tu amistad y sé que Lissy también lo hará.
Él parpadeó varias veces, incrédulo. Mis palabras fueron intencionales, las estuve pensando por tres horas en la esquina de la habitación.
—Creí que había sido muy claro contigo. Esto no se trata amistad sino de amor. Verdadero amor, Lilian. Un amor que quiero compartir contigo. Ámame, por favor —lo pidió con súplica, con dolor, con una profunda tristeza que tackleó mi alma al suelo.
Me levanté de la cama, intentando construir una línea invisible que me alejara de él. No podía tenerlo cerca cuando le dijera lo que había preparado. Inhalé profusamente, llenándome no solo de oxígeno sino también de valor, y entonces dije:
—Escuché cada una de tus palabras, Rich. Las tengo grabadas a fuego en mi pecho y también te amo. Te amo desde antes de saberlo, desde que me subí a esa moto contigo, desde que apartaste mi cabello en el piso de tu baño, desde que le dijiste a tu familia que era tu novia. Te amo incalculable y desmedidamente y, por esa misma razón, no puedo permitir que tú me ames. ¿Sabes por qué? Porque ya no soy la mujer de la que te enamoraste, Richard. Morí ayer. Estoy muerta y no merezco amor.
Sus ojos brillaron en consecuencia y de nuevo la culpa se asentó en mi corazón. Le estaba rompiendo el corazón al único hombre que me había declarado su amor, al único que lo había demostrado… al único que yo amaba.
Richard se levantó de la cama, la rodeó y llegó hasta mí como una brisa fuerte que quiebra lo que encuentra a su paso. Sus manos sostuvieron mi rostro y su cuerpo empujaba el mío contra la pared. Me sentí cautiva y libre a la vez. Supuse que él lucharía, pero no tomé en cuenta lo frágil y vulnerable que me sentiría cuando lo hiciera.
—¿Entonces qué hago con este amor que quema mi pecho, Lil? Porque quiero entregártelo. Es tuyo. Te pertenece a ti. ¿Sabes qué? Te lo doy ahora. Lo pongo en tus manos sin restricciones ni condiciones y si tú no lo tomas yo también moriré.
—No lo hagas más difícil, Richard. Entiéndelo, no puedo estar contigo. No basta el amor. Ya nada es suficiente.
—¿Dices que no?
—Digo que no.
—Te esperaré, muñeca. Toda la vida, una eternidad si es necesario, pero no me rendiré. Nunca me rendiré.
Lo que él decía, la forma como lo hacía, me imposibilitaba decirle que no. Porque su amor era lo que más anhelaba tener y, cuando él estuvo preparado para entregármelo, yo ya no lo esperaba.
—Lil, ¿estás ahí? —preguntó Lissy.
—¡Sí! —grité. Su voz me había tomado por sorpresa—. Ya salgo.
Le dije a Richard que esperara en la habitación, asintió pero la decepción brillaba en sus ojos. Él no entendía mi decisión, pero yo sabía que a la larga lo haría y me daría las gracias.