Capítulo 16
RICHARD
Tardé demasiado tiempo en despegar los pies del suelo, en darme cuenta de lo estúpido que fui. Fallé en mis palabras y en la ausencia de ellas. Me sentía tan herido que quise herirla a ella también. Hacía todo mal. Siempre arruinaba todo con Lil.
Necesitaba arreglar las cosas con ella, pero no sabía cómo. Tenía que hablarlo con alguien y, con Charles fuera de las opciones, solo me quedaba una persona.
Empujé mi orgullo hacia mis pies y llamé a Raiza. Le dije lo que pasó, todo, con pelos y señales. Ella gritó tan fuerte que por una milésima casi destruye mi tímpano. «Debes arreglarlo, como sea». Lo dijo más como una amenaza que como un consejo, pero yo no sabía arreglar nada, solo sabía empeorar todo.
Pensando que ya no había solución, volví a lo mismo, a follar con reglas y restricciones de una noche… pero fue inútil. En cada una de ellas busqué sus besos, su aroma, hasta su carácter. Esa personalidad avasallante que me volvía loco.
Eso de usar a las mujeres como vasos desechables ya me estaba cansando. Nunca tenía con quien hablar, a nadie a quien abrazar en las noches, o saludar en las mañanas, y mucho menos a quien hacerle de comer. Todo eso se resumía a una premisa: tener sexo no era todo en la vida. Tardé dos meses en darme cuenta y me dejé de idioteces. Yo era Richard Hernández. Yo sabía lo que tenía que hacer para recuperar a Lil.
***
Llegué al restaurant media hora antes, solo para disfrutar de su entrada. No tenía un gran plan, y mucho menos un discurso, solo sabía que la necesitaba conmigo.
Me ahogué con el trago cuando Lil caminó hasta la mesa. Su cabello castaño caía en sus hombros en ondas gruesas, sus hermosas curvas se amoldaban a un vestido blanco, que dejaba al descubierto uno de sus hombros bronceados. Quería cruzar el espacio que nos separaba y poseerla hasta saciar el hambre que hacía vibrar mi cuerpo. Esa mujer no tenía idea del daño que me hacía.
Saboreé el momento, mientras leía la nota que le envié. Sus ojos comenzaron a buscarme desesperadamente y esa fue mi señal. Caminé desde mi escondite y me paré delante de ella. La duda destellaba en sus ojos y sus intentos de articular palabra se trabaron en su lengua.
—Richard, ¿qué haces aquí? Estoy esperando a alguien —Logró decir luego de varios balbuceos.
—Lo sé. Yo soy Sam.
—¿Por qué?
—No vi otra manera —Se levantó de la mesa de un salto. Estaba preparada para huir, como siempre hacía, pero no la iba a dejar, no de nuevo. Tiré de su mano y la realización burbujeó en mis dedos como la espuma del champagne. Algo en mí se sintió completo, aunque no había notado que algo me faltaba hasta que se unió a mí.
—¡Por favor!, déjame ir —me pidió. Sus ojos amenazaban con diluviar, sus manos temblaban, la voz le fallaba... Yo provocaba eso y no sabía qué significaba.
—No puedo —murmuré.
—¿Qué quieres de mí, Richard?
—Te extraño como un loco, Lil. Sé que te lastimé, que no he hecho otra cosa, pero necesito que me des una oportunidad —le rogué, sin soltar su mano.
—Es verdad, me heriste y te he querido culpar, pero no puedo. Yo sabía quién eras tú desde que te presentaste en la barra, siempre supe lo que buscabas en una mujer, y no es que pida más, solo que pisoteaste mi dignidad al pensar que yo…
—Tenía miedo —me apresuré a decir.
—¿Miedo de qué?
—De lo que estoy sintiendo, de entenderlo de… aceptarlo.
—¿Qué es eso que sientes, Richard? —Enmudecí, no tenía una respuesta clara, no estaba seguro, necesitaba descubrirlo, pero con ella a mi lado. Solo no podía.
Su mano se deslizó fuera de la mía y corrió, huyó como lo hacía siempre. Y la seguí, no iba a dejar que la duda danzara en su cabeza y que el paso al frente que había dado se diluyera como la sal en el agua.
La encontré dos cuadras adelante recostada contra un árbol, expulsando vaho de su boca. Estaba helando afuera y no tenía ningún abrigo. La cobijé en el calor de mi cuerpo, hasta que sus temblores se fueron disminuyendo. Abrazarla era como un regalo, el premio mayor de la lotería.
—Los dos tenemos miedo, lo sé. Y no puedo darle un nombre a esto, no puedo saber que pasará mañana, pero lo único de lo que soy consciente es que te necesito, Lil, de más de una forma. Por favor, no huyas más.
—No soy nadie, Rich. No puedes necesitarme, no tengo nada para dar. Yo corro. Yo no me quedo. No…
No dejé que terminara la frase, sellé sus labios con los míos. Me aferré a su boca, a su aroma, a sentir su cuerpo tan frágil en mis manos y tan fuerte en mi piel. Nuestra pasión era como un fuego ardiente que quemaba bosques, se alimentaba del oxígeno, crecía sin control y no tenía intenciones de extinguirla, quería avivarla más.
—Tengo hambre —dijo cuando le di tregua a su boca.
—Podemos volver al restaurant —propuse.
—No, ese sitio es demasiado, prefiero que mi chef personal me cocine algo —Asentí y le di un beso suave en los labios.
Caminamos de vuelta al restaurant, retiramos su abrigo y esperamos en la puerta por nuestros autos. No resistí la tentación de besarla de nuevo. Esa necesidad de tenerla para mí no se había calmado con el primer beso.
El valet se aclaró la garganta ya que, por un momento, olvidamos que seguíamos en la vía pública. Lilian se ruborizó y bajó la mirada.
***
—My lady. Póngase cómoda que enseguida le preparo un exquisito sándwich de pavo —le dije, mientras apartaba una silla del comedor para ella.
—¿Esta noche el chef no tiene ninguna sorpresa para mí?
—Esta noche tengo muchas sorpresas para ti, pero ninguna tiene que ver con comida —Lil atacó su dedo pulgar con los dientes. Hacía eso siempre que estaba nerviosa.
Preparé dos deliciosos sándwiches, los mejores de todo New York. Ella dejó su plato limpio, al igual que yo. Lilian tenía una mirada apacible y a la vez analítica. «¿Se estará arrepintiendo de haber venido?», me pregunté. Esperaba que no.
Nunca había sido un tipo ansioso y mucho menos me contenía, pero esa noche, delante de ella, me convertí en el tonto más grande del mundo. No me atrevía a hablar, ni siquiera me estaba moviendo. Solo la miraba, observaba como sus labios se movían, aquella pequeña sonrisa que se le escapaba entre susurros, la posición de sus manos sobre la mesa, el simple ritmo de sus pestañas al parpadear. Comencé a soñar que la estaba tocando con las manos… y la boca, que la hacía arder en la hoguera de mi deseo.
—Rich, ¿escuchaste lo que te dije?
—Sí.
—¿Está bien entonces?
—¿Qué está bien?
—No has escuchado nada de lo que dije, mentiroso.
—Yo solo me perdí en esa boca tuya.
—¿Qué tiene mi boca?
—Es tan jodidamente perfecta y la quiero solo para mí.
—¡Oh! ¿Estás siendo territorial ahora? —bromeó.
No respondí a eso, se lo demostré. Rodeé la mesa, la levanté de la silla y me apropié de su boca. Esa boca con la que soñé tantas noches. Esa boca peligrosa que me llevaba al límite. La empujé contra la pared, sosteniendo sus manos por encima de su cabeza. Mi lengua se encargó de dejar rastros por su cuello, clavícula, hombro, escote… Sus gemidos aparecieron, retumbando como un eco en mi cabeza y vibrando hasta mi virilidad. La ansiaba más que al aire. La necesitaba con desesperación.
Liberé sus manos y bajé el cierre de su vestido. La tela se deslizó por su cuerpo hasta caer a sus pies. Me detuve a mirarla de arriba abajo, admirando su belleza, alimentándome de aquel momento. Acaricié sus pechos por encima de la tela de encaje de su brasier color piel, seguí el camino de la tela hasta llegar al broche, se lo quité, exponiendo sus turgentes pechos; rodeé un pezón con mi boca, dibujando círculos con mi lengua… pellizcaba el otro con mis dedos, haciendo que jadeara mi nombre con devoción.
Me volví a su boca, nos besamos con desesperación y arrebato, moviéndonos en el espacio como si bailáramos el ritmo de una canción inédita. Di un traspié y caí de espalda en el sofá. No fue accidental, Lilian me llevó porque ahí me quería.
Me desanudó la corbata y tiró de mi camisa, los botones salieron disparados en distintas direcciones, no me importó. Su boca comenzó a trabajar en mi pecho, siguiendo las líneas que formaban los surcos de mis músculos. Su cabello cosquilleaba mi piel mientras viajaba al sur. Mis pulmones dejaron de funcionar cuando sentí sus dedos en el borde de mis pantalones. Liberó el botón, bajó la cremallera y se detuvo. Casi lloré, en serio.
—¡Oh mi Dios! Lissy —gritó, se levantó del sofá y corrió hasta alcanzar su bolso. Fue hasta entonces que escuché el sonido de un teléfono.
—¿Lissy? —murmuré.
—Perdón, perdón, perdón —decía—. Estoy bien. Sí, lo sé. Perdóname otra vez. Te quiero.
—¿De qué iba eso? —pregunté, cuando volvía con una sonrisa.
—Te puedo explicar ahora y perder el momento o te lo explico luego y sigo besándote.
—Al carajo con eso. Bésame.
—¿Cara qué?
—Cállate y bésame.
***
El sol se coló por la ventana cuando desperté esa mañana. Sonreí como idiota al recordar porqué mis sábanas terminaron arrugadas. Pasamos horas aprovechando el tiempo perdido mientras jugábamos a ser solo amigos y los meses de malos entendidos.
Me incorporé de la cama y seguí la voz que estaba tarareando alguna melodía en la ducha, mientras el agua corría.
—¡Buenos días, muñeca! —murmuré desde la puerta. El cuerpo de Lil brillaba con el agua y la espuma del jabón. Verla ahí fue como despertar de un sueño a otro sueño.
—Hola, guapo. ¿Se te pegaron las sábanas esta mañana?
—Sabes, aún no me cobro la que me hiciste en Texas. Me dolió más ver cómo te desnudabas y te ibas, que el golpe que me diste.
—Te lo merecías. Y sabes, siempre tuviste la opción de acompañarme —reveló.
—¿¡Ah, sí!? Llegó la hora de pagar —sugerí, mientras avanzaba a la ducha.
—No. No me daría tiempo de ir por mi uniforme a lo de Lissy.
—¿Cuánto tiempo viajarás?
—Cuatro días.
—¡Cuatro insoportables días!
—Pobre bebé llorón —se burló.
Nos despedimos en la puerta de mi apartamento con un pequeño beso en los labios. Protesté por más, pero ella dijo: «Se llama gratificación aplazada, Rich. Resiste a la tentación y te prometo que la recompensa será… alucinante». No podía pensar en otra cosa que en la alucinante recompensa. Solo ella podía hacer que noventa y seis horas se convirtieran en eternidad.