AGRADECIMIENTOS Y ACLARACIONES FINALES
En los momentos más álgidos del Tercer Reich, ocho millones de niños de los territorios de Alemania y Austria formaron parte de las Juventudes Hitlerianas.
En los días finales del régimen nazi, casi un millón de estos chicos se convirtieron en uno de los más activos cuerpos de defensa del Reich. Miles de ellos, como Hans Petersen, desaparecieron para siempre entre las ruinas del hundimiento, otros miles fueron hechos prisioneros. El número exacto de los muertos nunca se cuantificó, aunque algunos testimonios de la época pueden acercarnos a la magnitud real de la tragedia. Dos de los supervivientes del búnker del Führer relataban una anécdota reveladora sobre este asunto. Freytag Von Loringhoven, en su libro Dans le búnkerde Hitler y Gerhard Boldt en Hitler – Die Letzten Zehn Tage contaban que, durante su intento de huida de Berlín, pasaron unas horas en las posiciones que las Juventudes Hitlerianas defendían en el puente de Pichelsdorf, sobre el Havel. En el momento en que se establecieron los anillos defensivos, 5.000 chicos de las Juventudes defendían esa posición. Cuando Boldt y Von Loringhoven llegaron allí, la madrugada del 30 de abril, sólo quedaban 500. 4.500 de esos chicos habían caído defendiendo un solo puente.
Una vez terminada la guerra, en el sector de Alemania bajo administración de los aliados occidentales, se inició un proceso de «desnazificación» de los miembros de las Juventudes Hitlerianas que fueron hechos prisioneros durante los combates. Un intento por desprogramar los relojes inoculados en los cerebros de todos esos chicos, los relojes que, a diferencia de el de Hans Petersen, no habían llegado a su hora cero. Ese proceso duró años.
Durante los juicios de Núremberg contra el nacionalsocialismo, sus líderes y las organizaciones que lo formaron, las Juventudes Hitlerianas fueron declaradas «no culpables» de todos los cargos que componían el proceso, pese a que se reconoció, que en los últimos años de la guerra, las Juventudes Hitlerianas se habían convertido en un semillero, una especie de cantera de las SS. Así pues, se consideró que las Juventudes Hitlerianas no eran culpables del cargo primero, conjura o conspiración, del cargo segundo, crímenes contra la paz, del cargo tercero, crímenes de guerra y del cargo cuarto, el más importante, crímenes contra la humanidad. Tampoco sus líderes, Baldur Von Schirach y Artur Axmann, fueron condenados por sus actividades al frente de las Juventudes. En el magnífico libro de James Owen, Evil on trial, se relata el testimonio de Von Schirach durante la tarde del 24 de mayo de 1946, en la que a preguntas de su abogado el doctor Sauter, el que fuera denominado «Führer de la juventud» hizo un patético alegato en el que defendía la inocencia de la juventud alemana en los terribles crímenes juzgados en Núremberg. Von Schirach manifestó:
«La juventud alemana es inocente. Nuestra juventud tenía una cierta inclinación al antisemitismo, pero nunca se mostró partidaria del exterminio de la raza judía. Y no se imaginaba ni supo ver que Hitler había llevado a cabo el exterminio, asesinando cada día a millares de inocentes. La juventud alemana, que hoy se alza perpleja entre las ruinas de su patria, no estaba informada de aquellos crímenes, y tampoco los deseaba. Es inocente de todo lo que Hitler ha hecho contra los judíos y contra el pueblo alemán.
Me gustaría añadir, en relación con el caso de Hoess, que yo eduqué a esa generación en la fe y la lealtad a Hitler. La organización juvenil que creé llevaba su nombre. Yo creía estar sirviendo a un líder que haría de nuestra gente y de los jóvenes de nuestro país individuos importantes, felices y libres. Millones de jóvenes lo creían conmigo y hallaron en el nacionalsocialismo su ideal último. Muchos murieron por ese ideal. Ante Dios, ante la nación alemana y ante el pueblo alemán, nadie sino yo ha de cargar con el peso de haber formado a nuestra juventud para servir a un hombre al que, durante muchos años, consideré intachable, como líder y como jefe de Estado, de haber creado una generación que lo veía como yo lo veía. Soy culpable de haber educado a la juventud alemana para servir a un hombre que asesinó a millones de personas. Yo creía en este hombre, es todo cuanto puedo decir en mi defensa y para calificar mi actitud. Es culpa mía, de nadie más. Yo era el responsable de la juventud del país. Yo estaba por encima de los jóvenes, y no hay más culpable que yo. Los jóvenes son inocentes».
Baldur Von Schirach fue capturado en 1945 cuando se ocultaba en el Tirol austriaco haciéndose pasar por escritor. Exculpado por sus actividades al frente de las Juventudes Hitlerianas, fue condenado en Núremberg a veinte años de prisión, pero por sus actividades como jefe de distrito de Viena, cargo que ocupó desde 1940, donde se le acusó de participar en la deportación de los judíos vieneses hacia los campos de exterminio. Fue liberado en 1966. A partir de ese momento, se dedicó a la escritura. Falleció en Kröv-Mosel en 1974.
Artur Axmann, máximo responsable de las Juventudes Hitlerianas entre 1940 y 1945, fue detenido por las autoridades norteamericanas en diciembre de 1945. Artur Axmann es el mismo que visita la trinchera en la que se encuentra Hans Petersen en el capítulo La batalla del canal de Landwehr. Tras someterse a un proceso de «desnazificación», fue liberado en 1949. Se convirtió en agente comercial especializado en relaciones Oriente-Occidente (especialmente con la RDA y China). Vivió en España entre 1971 y 1976, año en que regresó a Alemania. Murió en Berlín en 1996.
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Bajo el Tercer Reich, 14.000.000 de personas fueron exterminadas. Enemigos políticos, comunistas, anarquistas, escritores, artistas, intelectuales opuestos al régimen nazi, pacifistas, católicos, homosexuales y un largo etcétera.
Bajo el Tercer Reich, 6.000.000 de judíos fueron sistemáticamente eliminados en los campos de exterminio. Nombres como Auschwitz-Bikernau, Chelmno, Treblinka, Sobibor, Majdanek o Belzec se convirtieron para toda la humanidad en sinónimos de infamia. El Holocausto puede considerarse el mayor genocidio en masa de un pueblo en la historia de la humanidad.
Los sueños de grandeza de Adolf Hitler y del Reich alemán, provocaron una guerra que causó 60.000.000 de muertos, 50.000.000 de heridos, 20.000.000 de desplazados y 800.000 ciudades y pueblos completamente arrasados.
Los sueños de grandeza de Adolf Hitler dejaron a su patria, Alemania, completamente devastada. Según escribe el historiador alemán Rolf-Dieter Müller en su libro Der Bombenkrieg 1939-1945, un libro que ha sido fundamental para que yo pudiera recrear los claustrofóbicos y terribles pasajes de los refugios antiaéreos y los bombardeos, en Alemania fueron destruidos 3.600.000 edificios y casi 7.500.000 personas se quedaron sin techo. 635.000 civiles inocentes perecieron en los bombardeos.
Durante la invasión soviética en Alemania, 2.000.000 de mujeres alemanas fueron violadas. Sólo en Berlín, 110.000 en los últimos días de la guerra. Lo peor no fue lo que le sucedió a aquellas mujeres, que como Helga y Katrin Petersen en la historia, murieron durante la violación. Lo peor, fue que la mayoría vivió toda su vida con ese recuerdo. El alto mando soviético y el propio Stalin fueron conocedores en todo momento de este crimen de guerra. Pero poco o nada hicieron por evitarlo.
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Hay una serie de consideraciones finales sobre la realización de Los hijos del Führer que me gustaría aclarar. En primer lugar, quiero dejar claro que tanto el personaje de Hans Petersen como el resto de los personajes principales de esta historia, aunque ambientados en un contexto histórico real, son únicamente fruto de mi imaginación. Cualquier parecido con personajes reales sería producto de la casualidad. Todos los escenarios descritos en la historia son reales, excepto los que he situado en Dahlem: la sede de las Juventudes Hitlerianas, el café Dorfhaus, la escuela de Hans Petersen o la iglesia a la que asisten Helga Petersen y Magda Rausch. Elegí Dahlem para situar la acción de la historia de una forma totalmente aleatoria. Simplemente puse un dedo sobre el mapa de Berlín y allí estaba. Podía haber situado la acción en cualquier otro lugar del gran Berlín de los años treinta, en Friedenau o en Neukölln. Eso era lo menos trascendente. Lo importante era adaptar a la familia Petersen a ese lugar, recrear una sede de la Juventudes como estas eran realmente, una escuela como eran las escuelas de la época, un café con sabor berlinés, etc. Quiero aclarar esto para que luego no puedan existir malos entendidos.
Para la creación de la mente fanática de Hans Petersen, así como para ambientar su vida y la acción de la historia al contexto más real posible, he manejado incalculables fuentes de información. Pero hay algunas, las más importantes, las imprescindibles, las que sin ellas hubiera sido totalmente imposible crear la historia de Hans Petersen, que me gustaría citar aquí.
Para las dos primeras partes, Iniciación y Formación, hay dos libros que han formado la base más importante de información para la historia. Dos obras maestras del tema. Se trata de A social history of the Third Reich de Richard Grunberger y The Third Reich in power de Richard J. Evans. En ellas he encontrado referencias de mucho valor sobre la juventud alemana de aquellos años y las propias Juventudes Hitlerianas (por ejemplo, para la descripción de la sede de las Juventudes Hitlerianas o las actividades que se realizaban en esta). Resaltar, además, Hitler’s empire. Nazi rule in occupied Europe de Mark Mazower, Hitler de Joachim Fest, Adolf Hitler de John Toland, Berlín diary, de William L. Shirer, The SS. A history de Robert Lewis Koehl, así como ese magnífico documento histórico llamado Life and death in the Third Reich de Peter Fritzsche.
La descripción de las runas que Hans Petersen hace en el capítulo Sonnenwende (Solsticio) y las leyes raciales sobre el matrimonio en las SS que se describen en el capítulo Julfest/El arco de sables en el Grunewald, están extraídos del libro Himmler’s black order de Robin Lumsden.
Los discursos de Adolf Hitler que aparecen en el capítulo Los ojos del lobo, corresponden a la traducción que aparece en el documental de Leni Riefenstahl, Triumph des Willens. En realidad, esos discursos fueron ofrecidos durante el congreso del partido de 1935, un año antes del que yo sitúo en Los hijos del Führer. Pensé que la intemporalidad de su contenido, al tratarse sólo de contenidos programáticos e ideológicos, podría servirme perfectamente para la historia. Lo que realmente me interesaba era dar a conocer el tipo de mensajes que el pueblo alemán recibía de sus líderes.
El discurso de Hitler tras el atentado del 20 de julio en La Guarida del Lobo que aparece en el capítulo Los largos sollozos de los violines de otoño, está extraído del libro Hitler de Joachim Fest.
Hay un maravilloso libro de Rosa Sale Rose, titulado Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo, que me fue de gran utilidad, por ejemplo, para profundizar en los conocimientos que yo ya tenía sobre la mitología germánica, y entre otras cosas, poder utilizarlo para crear los sueños infantiles de Hans Petersen que aparecen en la primera parte de la historia, Iniciación. Lo recomiendo encarecidamente para aquellas personas que quieran descubrir el universo más oculto y misterioso del nacionalsocialismo.
Auge y caída del Tercer Reich, de William L. Shirer, en sus dos volúmenes, me ha sido de gran utilidad, una fuente de consulta constante para las tres partes de la historia.
Para la tercera parte, Hundimiento, y la recreación de la batalla de Berlín, hubo un libro sin el cual he de reconocer que esta historia y muchas que se hagan sobre este tema serían casi imposibles de realizar. Se trata de Berlin, The downfall, 1945 de Antony Beevor, sin duda, la gran obra maestra del género. The last 100 days de John Toland, Berlin 1945: End of the thousand year Reich, de Peter Antill y Armaggedon, The battle for Germany de Max Hastings me han sido también de gran utilidad. Sobre la recreación del Berlín del hundimiento, tengo que decir, que he intentado ajustarme lo máximo posible a la situación de los frentes reales de combate en la ciudad, aunque en algún pasaje en concreto he tenido que tomarme alguna licencia en el intento de situar a los protagonistas en aquellos escenarios que quería hacerlo.
Hablando de licencias, hay varios asuntos que me gustaría aclarar. En algunos casos me he permitido activar y convertir en reales algunas leyendas y habladurías que corrieron en su momento sobre las Juventudes Hitlerianas y que aún hoy, setenta años después de la tragedia, continúan envueltas por una cortina de misterio. Así, está el asunto de los rituales de sangre, como sucede en el capítulo Sonnenwende (Solsticio) con el caso de Astrid Müller, y en las auto mutilaciones de Hans Petersen. Hoy en día, tanto los supervivientes de las Juventudes Hitlerianas como los expertos en este tema consideran que los rituales de sangre en las Juventudes Hitlerianas son sólo habladurías y leyendas. Es cierto, que por ejemplo, reconocen que en las acampadas y en otras ocasiones se fomentaban las relaciones sexuales entre los miembros de las Juventudes (incluso las relaciones homosexuales), pero niegan enérgicamente el tema de los rituales de sangre. Por otro lado, el pasaje sobre los jóvenes de las Juventudes Hitlerianas que repartían cápsulas de cianuro entre los asistentes al último concierto de la Orquesta Filarmónica de Berlín, en la Ópera del Estado, y que aparece en el capítulo En las vísperas del fin del mundo, ha sido novelado por mí, pero es un rumor que muchos testigos confirman como cierto. En el libro de Joachim Fest, Die unbeantwortbaren Fragen, Albert Speer, que asistió a ese acto esa noche, reconoce que escuchó rumores de que jóvenes de las Juventudes estaban repartiendo cápsulas de cianuro en las inmediaciones de la Ópera. Preguntado por Joachim Fest si algo así podía ser posible, Speer contestó: «¡Pues claro! Más que posible, ¡probable!». Yo he novelado el pasaje en un intento de hacer comprender la escenificación de «ocaso de los dioses», que muchos jerarcas nazis realizaron durante los agónicos días finales del régimen, algo que estaba en total sintonía con el misticismo wagneriano intrínseco al movimiento y a su mesiánico líder, Adolf Hitler.
En cuanto a la deportación de judíos que Hans Petersen ve en la estación de Anhalter durante el capítulo Sonnenwende (Solsticio), tengo que aclarar que estas no son las deportaciones masivas hacia los campos de exterminio de 1941 y 1942, sino las deportaciones de los judíos alemanes que procedían o tenían familia en Polonia, y cuya expulsión o deportación comenzó antes incluso de que Polonia cayera bajo el yugo nazi.
El destacamento Feldherrnhalle de las Juventudes Hitlerianas no existió como tal, sin embargo, sí que existió un regimiento Feldherrnhalle de las SA que fue adscrito a la defensa de la Cancillería del Reich.
En el pasaje de la noche de los cristales rotos que he descrito en el capítulo Ragnarök, me he permitido adelantar unas cuantas horas el que sería uno de los mayores progrom de la historia. El objetivo era poder situar a Hans Petersen en él y explicar la activa participación de las Juventudes Hitlerianas en esos dramáticos hechos. En realidad, la ola de barbarie y destrucción que asoló Alemania durante la madrugada del 8 al 9 de noviembre de 1938, comenzó alrededor de las dos de la madrugada.
Para el pasaje de la muerte de Hitler en el búnker de la Cancillería que aparece en el capítulo La cabalgata de las valkirias, en el intento de acercarme lo máximo posible a la verdad de lo que allí sucedió, me he basado en los testimonios que han aportado algunas de las personas que estuvieron presentes en ese momento histórico. Rochus Misch, en su libro J’etais garde du corps d’Hitler y los testimonios de Otto Günsche, ayudante personal de Hitler, y Heinz Linge, su ayuda de cámara, ante la NKVD soviética, y que Henrik Eberle y Matthias Uhl, editores, recogieron en un magnífico libro, un magnífico documento histórico llamado Das Buch Hitler.
Hay varios asuntos más de los que me gustaría hablar. La historia que Hans Petersen le cuenta a su cuñada Katrin en el capítulo Julfest/El arco de sables en el Grunewald, sobre las voces y las visiones que Adolf Hitler sufrió durante su recuperación en el hospital de Paserwalk, en las cercanías de Berlín, tras ser gaseada su unidad en el frente de Ypres, es un hecho real, no tiene nada que ver con el lado más «fantástico» de esta historia. De hecho, John Toland en su biografia sobre Hitler lo descríbe así: «Hitler quedó cegado por el gas cerca de la aldea de Werwick. Recobró la vista sólo para volver a perderla el 9 de noviembre, al enterarse de que Alemania se disponía a rendirse. Pocos días después, oiría voces y tendría una visión».
En el mismo capítulo, hago referencia a otro hecho real, el cielo ensangrentado que cubrió las montañas del Obersalzberg la madrugada que se firmó el pacto de no agresión germano-soviético. Albert Speer, presente en aquel momento en la terraza del Berghof, el palacete del Führer, le contó al historiador alemán Joachim Fest: «El último acto de El crepúsculo de los dioses no habría podido ponerse en escena de un modo más eficaz. La luz roja proveniente del cielo nos bañaba el rostro y las manos».
La historia que Harald Petersen cuenta a sus padres sobre lo sucedido la noche de la entrada de Hitler en Viena en el capítulo Las espadas y la niebla, está perfectamente explicado y documentado en el libro The spear of destiny de Trevor Ravenscroft.
La canción que Hans Petersen escucha en el capítulo Ragnarök pertenece a los movimientos de la tercera escena, acto tercero, Leb Wohl, du Kühnes herrliches Kind! Y Denn einer nur freie die Braut de la ópera Die Walküre de Richard Wagner.
El Himno de Honor de las SS que aparece en el capítulo La noche de la sangre, está extraído de La Segonde Guerra Mondiale de Arrigo Petacco.
En el capítulo Julfest/El arco de sables en el Grunewald, aparece la Canción de Lili Marleen. La letra es de Hans Leip.
Para la canción que las chicas cantan en la trinchera, y que aparece en el capítulo La batalla del canal de Landwehr, y que posteriormente canta Ilse Gruber en el capítulo La cabalgata de la valkiria, me he inspirado en una canción popular bávara. Su título original es Fliege mit mir.
Durante toda la historia y particularmente en el capítulo La cabalgata de las valkirias aparece la Canción de Horst Wessel, himno oficial del Partido Nazi. Los versos fueron creados por el propio Horst Wessel, militante de los camisas pardas berlineses, aparentemente asesinado por un militante comunista en 1930. Estos versos habían sido publicados por el diario Der Angriff. Los arreglos definitivos fueron realizados por el músico y arreglista Hermann Blume.
Para la recreación del Núremberg de 1936 y del Berlín del hundimiento, quisiera agradecer también a los magníficos centros de documentación histórica que ambas ciudades poseen y a las magníficas publicaciones que editan, y que también me han sido de gran ayuda.
Además de las pequeñas licencias que he tenido casi obligatoriamente que tomarme para novelar esta historia, en el transcurso de la misma podría aparecer alguna incorrección, producto de la información «confrontada» en la mucha documentación con la que he tenido que trabajar para revivir casi una década de vida en la Alemania nazi. En ese caso, la responsabilidad sería exclusivamente mía.
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En el apartado de agradecimientos, quiero comenzar por la persona más importante de mi vida, María Ángeles. Ella ha sido mi correctora, la primera lectora y la que me ha ayudado con las traducciones de ese idioma que, como Andrei, el soldado ruso que aparece en el final de la historia dice, a los que no conocemos, nos parece ininteligible e impronunciable: el alemán. Ella, sin saberlo, ha aportado muchas de las ideas a esta historia. Agradecerle su paciencia, tener que aguantarme durante todo el tiempo en que la historia de Hans Petersen se iba forjando en mi cabeza, en los múltiples viajes a Alemania y Austria para poder conocer los escenarios reales de la historia, en las muchas tardes, junto a dos tazas calientes de café, escuchando mis largas explicaciones. Ella es la otra mitad de esta historia.
Me gustaría también ampliar mi agradecimiento a todos los autores que he nombrado y cuyos escritos sobre el nacionalsocialismo tanto me han ayudado para crear la historia de Hans Petersen. Algunos de ellos han fallecido, pero otros muchos siguen vivos y deleitándonos con sus ensayos y escritos. Todos ellos, sin dobleces ni subrefugios, sin arrivismos políticos ni intereses malintencionados, son la auténtica esencia de esas dos palabras tan denostadas últimamente, especialmente en nuestro país, que son «memoria histórica».
También, a Richard Wagner y Anton Bruckner. Su música fue, sin duda, la banda sonora del Tercer Reich. La valkiria de Richard Wagner y las sinfonías N. 4. Romántica y N. 7. Heroica de Bruckner, me acompañaron durante muchas noches mientras escribía esta historia. Fueron una gran fuente de inspiración.
Y a un hombre de Munich. Un hombre solitario sentado en una cafetería de la Orlandostrasse, muy cerca de la Hofbräuhaus. El nunca lo sabrá, pero en un momento delicado, me dio un impulso definitivo para acabar una historia que tenía abandonada dentro de un ordenador.
Francisco J. Aspas, 16 de noviembre de 2010.