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Undécima Semana

ANA le dijo al taxista que la dejara un par de calles antes de llegar a su casa. No quería que sus padres la viesen llegar. Pagó al taxita, que se ofreció a esperar a que entrase en la casa, pero Ana declinó su amabilidad ya que no quería que supiera a dónde se dirigía. Cuando el taxi desapareció de su vista se encaminó hasta el viejo teatro. La luz de la luna llena iluminaba el sendero que conducía hasta el embarcadero del lago. No dejaba de pensar en lo que había pasado en la fiesta. ¿Estaría Angy bien? ¿Y su chico? Tal vez no debía haber huido de allí, los había dejado solos ante el peligro; pero ella se limitó a hacer lo que el muchacho le dijo.

¿Y cuánto debía esperar? ¿Y si no aparecía?

La luna se reflejaba en las tranquilas aguas del lago. La quietud lo dominaba todo, la brisa era inexistente y el único sonido que se apreciaba era el crujir de la madera a cada paso que daba por el camino que llevaba al teatro. Todo estaba muy oscuro por dentro, pero no le preocupaba porque desde hacía mucho tiempo había escondido algunas velas en la entrada, siempre fue una chica precavida. Encendió tan sólo dos velas, no quería que el teatro se iluminara de tal forma que alguien pudiera ver la luz. Las dejó en el borde del escenario y se fue al centro del mismo, cruzó sus piernas y se sentó sobre ellas, con los codos apoyados en sus rodillas y la barbilla en sus manos. A esperar.

El nerviosismo con el que llegó había ido desapareciendo poco a poco, y los pensamientos de preocupación se fueron tornando en sentimientos a veces encontrados. Aquel chico misterioso le gustaba, y pese a ser un desconocido, tenía la sensación de conocerlo de toda la vida. ¿Era aquello amor a primera vista? Después de todo, tan sólo habían estado tan cerca el uno del otro en dos ocasiones... contando el baile de aquella noche.

¿Se podía alguien enamorar con un par de notas, unas flores, un baile y un beso? Aunque sonaba extraño hasta para ella misma, lo cierto era que aquel sentimiento había ido creciendo en su interior, y ya no deseaba otra cosa que pasar el resto de su vida con aquel chico, y todo a pesar de que ni siquiera conocía su nombre.

Cerraba los ojos y lo veía mirándola con aquellos ojazos tan claros como el agua del lago, con los que parecía decir que la amaba de verdad; con aquella sonrisa que delataba que era cariñoso y divertido; y con aquella seguridad con la que agarró de la cintura y la estrechó contra él. Aquel desconocido sabía hacer que se sintiera la mujer más especial del mundo.

Estaba tardando demasiado. Quizás debería llamar a su padre y contarle todo para que la recogiera e ir los dos juntos hasta la universidad. O llamar al tío de Angy, o al sheriff, aunque con la trifulca que se había formado en el pabellón, lo más probable era que ya estuvieran allí para poner orden.

¿Y si su chico estaba detenido en comisaria? ¿Y si estaba encarcelado en una de las celdas? Entonces no podría venir, y no creía que la llamada a la que tenía derecho la malgastase llamándola a ella... ¿O tal vez sí? Después de todo ya era abogada, y con total seguridad haría lo posible y lo imposible por sacarlo del calabozo. También contaba con la ayuda de su padre, el poderoso fiscal del condado; y su padre jamás le negaría la ayuda a su hija. Estaba divagando, nada más.

Oyó un ruido. El silencio se rompió con un sonido que se advertía a lo lejos. Aguantó la respiración y prestó atención, intentando agudizar el oído para tratar de distinguir si venía hacia allí o no. Cerró los ojos para aumentar la concentración.

¡Era una moto! ¡Estaba casi segura! ¡Y se acercaba a toda velocidad! El sonido del motor y de las ruedas al pisar el camino de tierra era cada vez más nítido. Era él. Seguro.

Su corazón comenzó a palpitar deprisa, los nervios comenzaron a aflorar y sentimientos de alegría, miedo, deseo y timidez empezaron a mezclarse en su interior. Deseaba tanto que aquel desconocido hiciera acto de presencia que ahora que estaba a unos pocos minutos de ella, Ana no sabía qué hacer ni qué decir.

La luz de la motocicleta iluminó todo el salón del teatro cuando llegó a la mismísima entrada del edificio. Luces y ruido se apagaron al mismo tiempo y fueron las luces de las velas las que de nuevo cobraron el protagonismo. Los pasos lentos y firmes del muchacho se aproximaban. Se abrió la puerta que daba al salón, y Ana reconoció la silueta de su desconocido. La pobre luz de las velas no le dejaba verle el rostro, pero conforme fue avanzando por el pasillo de alfombra roja que discurría entre las filas de butacas, poco a poco fue reconociendo su rostro. Sus ojos miraban hacia donde ella estaba mientras paso a paso se acercaba más y más.

Ana se levantó y se quedó inmóvil a medida que llegaba a los pies del escenario. Pudo ver entonces la sonrisa que dibujaba su rostro y esos ojos claros que decían te quiero sin necesidad de usar palabras, sus ojos hablaban por sí solos.

El chico comenzó a subir los escalones que separaban el suelo del escenario, sin apartar la vista de ella, sin dejar de sonreír. Una vez en el escenario, dio unos cuantos pasos hasta ponerse a un par de palmos de ella. El corazón le latía de tal manera que comenzó a pensar que se le pararía de la emoción.

El desconocido cerró los ojos un instante y comenzó a recitar algo:

No dirás que he sido

tan veloz para alcanzarte

como corriendo los cielos,

aunque eres más bella imagen,

que por mi eclíptica de oro

forman eternos diamantes.

Váyase Dafne arrimando

a la transformación.

Ya no tienes dónde huir;

si quieres asegurarte,

en estos brazos te esconde.”

Ana se quedó sorprendida. Era un texto de “El Amor enamorado”, la hermosa obra que tanto tiempo llevaba representando ella sola en aquel teatro. Aquella sorpresa fue monumental. Recitó a la perfección todas las palabras, como si hubieran salido desde el fondo de su corazón.

Los nervios desaparecieron de un plumazo y sin demora Ana le contestó:

“Justo ha sido mi temor,

dulce Cupido,

hasta verte;

que fuera venganza fuerte

e indigna de tu poder,

por querer y no querer

darme tan injusta muerte.”

El chico no dijo nada más, se acercó a ella hasta rozar su cuerpo con el suyo. Ana permanecía inmóvil, con los brazos caídos junto a su cuerpo, sin ser capaz de hacer nada, sólo quería dejarse llevar. Reaccionó cuando atrapó su cintura, y con el otro brazo rodeó su espalda colocando la mano sobre su nuca. Sólo entonces recobró el movimiento y abrazó con fuerza al muchacho.

Cerró los ojos y sintió como los labios de su admirador se acercaban a los suyos, y aquel beso la hizo olvidarse de todos. Aquel beso le confirmó lo que su corazón ya le decía desde algún tiempo atrás.

Separaron sus labios de forma muy despacio mientras se miraban con intensidad. Ana ya no estaba nerviosa, se sentía feliz...

—¿Quién eres...? —dijo casi susurrando.

—Perdona por no haberme presentado hasta ahora —le contestó sonriendo. —Me llamo Saúl.

—¿Saúl? —Por alguna razón aquel nombre le resultaba familiar. —¿Por qué yo...?

—Porque te he amado desde que te conocí...

—¿Me has amado desde que me conociste? ¿Desde hace once semanas?

—Ana. —dijo bajito acercándose a su oído. —Once semanas es lo que he necesitado para volver a enamorarte.

—¿Qué? — Ana comenzaba a sentirse algo confusa —¡No entiendo nada!

Saúl la soltó a medias y llevó su mano a los bolsillos de atrás de sus pantalones. Cogió un manojo de hojas enrolladas y se las dio a Ana.

—¿Qué es esto? —le preguntó.

—Esa es la parte de tu vida que te falta. Y también es la parte de mi vida que me falta.

—Pero... pero... ¡si es mi diario!

—Sólo es la parte que habla de nosotros.

—Pero entonces... ¿ya nos conocíamos? —Ana comenzaba a encajar las piezas.

—Ya nos conocíamos. —aseveró Saúl—. Aquella tarde te enfadaste conmigo porque te dije que me iba un año a estudiar a Washington. Esa misma noche tuvisteis el accidente y dijeron que habíais fallecido. Cuando fui a tu casa tan sólo encontré estas hojas junto a la basura. Supuse que te enfadaste tanto que quisiste apartarme de tu vida.

—Yo... yo no sabía... —Ana comenzó a decir unas palabras, hasta que Saúl la volvió a cortar.

—Al poco tiempo un amigo mío vino de vacaciones a las Vegas y te vio. Así me enteré de que seguíais con vida y tirando del hilo supe que estabais en protección de testigos. Te he buscado todos estos años, y no ha sido nada fácil. No entendía por qué no me escribías, o me llamabas. No entendía por qué no querías saber nada de mí.

—No te recordaba... —dijo Ana con los ojos vidriosos de la emoción—. Lo siento, de corazón...

—Tranquila, no pasa nada... —Saúl retiró con su dedo la primera lágrima que huyó de sus ojos —Cuando encontré a tu padre y por fin pude conocerle en persona, él me lo contó todo, lo del accidente, lo de la protección de testigos, lo de tu memoria...

—¿Mi padre? ¿Mi padre sabe todo esto? —Ana estaba sorprendida a la vez que indignada.

—No te enfades con él, le pedí que guardara el secreto hasta que consiguiera conquistarte de nuevo. Esta noche se lo habrá contado a tu madre también. Tan sólo le pedí once semanas...

Ana sonrió y se abrazó a Saúl con todas sus fuerzas. Sabía que en el fondo de su corazón aquel desconocido tenía su hueco por alguna razón. A su padre ya le cantaría las cuarenta en cuanto llegase a casa.

—Dime una cosa. — dijo Ana.

—Pregunta.

—En esas hojas salen tulipanes, ¿verdad? —soltó riendo con ironía.

—Sí. Son tus flores favoritas...

—¡Lo sabía!— gritó Ana—. Me va a gustar eso de tener un novio florista.

—No soy florista, Ana.

—Bueno, repartidor de flores, ¡me da igual!

—Lo de repartir flores es sólo algo temporal hasta que me instale.

—¿Instalarte? ¿Por eso vives en el hostal?

—Exacto, pero la mudanza casi ha acabado.

—¿Mudanza.? —Ana abrió los ojos de par en par—¿No serás tú...?

Saúl le puso el dedo en los labios instándola a que guardara silencio.

—Sí...—dijo sonriente —Seré tu nuevo vecino, no dejaré que te alejes más de mí.

Los chicos reían felices, y se fundieron en un nuevo beso. De repente, la vida de Ana había cambiado totalmente, y sólo en once semanas...

—Entonces tendré que aceptar la oferta de mi padre... —dijo Ana denotando un poco de decepción —Seré la nueva ayudante del fiscal...

—No tienes por qué hacerlo... —dijo Saúl —Tengo una sorpresa más para ti...

—¿Otra sorpresa?

—Estás ante el nuevo dueño de estas instalaciones...

—¿Cómo?

—Mi trabajo es dirigir. Soy el director de la mejor compañía de teatro de este país, y he tomado la decisión de instalarme aquí. Voy a recuperar el esplendor de este teatro, y lo haré contigo, si quieres...

Ana no cabía en sí de felicidad. Lloraba de felicidad porque acababa de darse cuenta de que sus sueños se estaban haciendo realidad uno por uno.

Abrazó muy fuerte a Saúl y lo besó con toda su alma.

Como dijo Calderón De La Barca... “Los sueños, sueños son...” pero... Sólo hasta que se cumplen...

Índice:

Agradecimientos y dedicatorias.........................., 9

Prólogo....................................................., 11

1.— Primera Semana......................................, 15

2.— Segunda Semana....................................., 31

3.— Tercera Semana......................................, 43

4.— Cuarta Semana........................................, 57

5.— Quinta Semana......................................, 69

6.— Sexta Semana........................................., 85

7.— Séptima Semana..................................., 101

8.— Octava Semana....................................., 109

9.— Novena Semana....................................., 119

10.— Décima Semana..................................., 135

11.— Undécima Semana................................., 151

Almería, Julio de 2014

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