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Tercera Semana

CINCO semanas para el primer examen final. Aunque parecía que el tiempo transcurría despacio, no era así en absoluto. Corría más deprisa de lo que aparentaba. A veces Ana comenzaba a estresarse un poco con el tema de los exámenes, y su remedio siempre era rápido y sencillo: cerraba los libros, apartaba los apuntes, y respiraba profundo con los ojos cerrados. No tenía más que auto convencerse de que iba a hacer muy bien los exámenes. Lo llevaba todo al día e iba bastante adelantada en el estudio.

Le gustaba mucho su carrera, no porque su padre fuese el fiscal del condado, que casi con total seguridad algo había influido, sino porque le gustaba el Derecho, las leyes, la investigación, y como cualquier letrado novel, la defensa de la verdad y la búsqueda de la justicia. Estaba a un paso de acabar sus estudios y convertirse en una joven abogada con mucho futuro. Iba a ser el orgullo de su padre, incluso, quién sabe, hasta podría trabajar algún día con él.

O tal vez no. Ana escondía un pequeño secreto, una pasión oculta que a ciencia cierta no sería del agrado de sus padres. Su pequeño secreto sólo lo conocía Angy, y ni tan siquiera lo refería de forma directa en sus diarios. Siempre que escribía sobre su secreto lo hacía llamándolo “su juguete”. A veces, sin referir nada más.

En una ocasión, la profesora de Expresión preguntó a la clase cuáles eran sus sueños, qué deseaban ser en un futuro. No importaba que fuese una locura o un imposible, que se cumpliera o no, simplemente que pensaran cuáles eran sus sueños.

—Ana, ¿Con qué sueñas ser algún día? —Preguntó la señora Scott colocándose en frente de Ana.

Comenzaron a escucharse todo tipo de comentarios, la mayoría graciosos, como si sus compañeros intentaran entrar en la mente de Ana y contestar por ella. «Perry Mason, Schmidt, Dany Crane...» Toda la clase daba por hecho que la respuesta de Ana sería la de querer ser la mejor abogada del país.

—Silencio, chicos —dijo la profesora —.¿Qué me dices, Ana?

—Me gustaría ser actriz algún día —contestó firme y decidida.

—Un bonito sueño, Ana. Nunca descartes los sueños porque esta vida puede llevarte por caminos inesperados. Y piensa que la vida es muy larga, y nada dice que después de ser una gran letrada, o fiscal, o juez, puedes llegar a ser una gran actriz. Recuerda que una vez un actor llegó a ser presidente...—Hizo una pausa mientras la clase se reía con la ocurrencia de la señora Scott —.¿Actriz de qué género? ¿Cine o televisión?

—Teatro —contestó Ana.

La profesora le hizo un guiño y siguió preguntando a los demás alumnos. Fue la única vez que desveló en público su sueño, pero nadie la tomó en serio, como si lo que dijo aquel día fuera en broma. Pero era su sueño. Tal vez no se cumpliría jamás, pero Ana soñaba con ser una gran actriz.

Aquella tarde en casa la aprovechó muy bien; adelantó más trabajos y estudio del que tenía planificado para ese día, y por ello decidió darse un descanso y salir un rato a orillas del lago. Era su lugar preferido. Pasear por la ribera, por el camino de tablones que lo bordeaba era todo un privilegio del que su familia podía disfrutar al tenerlo tan cerca. Aquella zona podría haber sido la mejor zona de todo el condado hasta que la crisis lo dejó todo casi abandonado. Podría haber sido un lugar espectacular, y sin embargo, ahora era un lugar dejado y solitario a no ser por Ana.

El camino de madera terminaba en el lugar favorito de Ana, un hermoso edificio construido en madera, cemento y cristal. El viejo teatro. No era demasiado grande, pero el interior se asemejaba a un antiguo teatro romano. Y a Ana le entusiasmaba subir al escenario. La sensación de estar allí en medio, sobre aquellas tablas, siendo el centro de atención, le hacía sentirse feliz. Miraba hacia las butacas y se imaginaba el auditorio lleno, aplaudiéndola después de una actuación triunfal. Ese era su sueño.

El teatro nunca llegó a ser inaugurado, a pesar que tan sólo faltó colocar el gran telón que ocultaría el escenario. Cosas de presupuestos, política, y quién sabe qué otros intereses ocultos. Y así permaneció casi diez años, cerrado a cal y canto y viendo cómo el paso del tiempo lo iba deteriorando lentamente. Hasta que llegó Ana. Sólo necesitó la ayuda de Angy para conseguir entrar en el edificio. De Angy y de la pesada cizalla que se llevaron hasta allí. Con gran esfuerzo, las dos chicas lograron cortar la cadena que impedía el paso al hall de entrada.

Desde aquel día, aquel viejo y abandonado teatro se convirtió en su mejor refugio. Cuando necesitaba soledad y paz, y deseaba dejarse llevar por su pasión, iba a aquel mágico lugar donde parecía que el tiempo detenía su paso. Sólo tenía que subir al escenario y convertirse en otra persona, animal o cosa que deseara ser y como por arte de magia, se transformaba.

Tenía colocado allí su propio atrezzo, que había ido fabricando ella misma poco a poco, y también consiguió una considerable cantidad de vestidos de diferentes épocas y obras que había ido adquiriendo por internet, con la complicidad de Angy, quien era la que recibía todo aquello en su casa.

Y allí estaba Ana, en medio del escenario, postrada de rodillas, con los ojos cerrados, contando hasta tres y comenzando a recitar su papel:

“Aquí

me dijo tu pensamiento;

yo te respondí que amaba

y que, amando, fuera yerro

culpable amar otro amor,

dilo tú como maestro

de amor, y como quien es

el legislador y dueño

desta universal razón;

di que sin culpa me siento,

pero tú fuiste quien de Alcino

me enamoró; mas yo quiero

quererte si tú me das

la libertad para hacerlo.

Desenamórame, Amor”

Habría ensayado aquella escena cientos de veces. Todo el texto lo conocía al dedillo, podría haber interpretado todos los papeles de aquella magnífica creación de Lope de Vega. «”El amor enamorado”... Qué hermosa obra...» Soñaba con poder ser algún día la bella protagonista: Sirena.

De repente algo captó su atención. Acababa de oír unos ruidos dentro del teatro. Miró hacia todas partes: al patio de butacas, a los palcos, a la entrada. Se quedó quieta, intentando escuchar de nuevo aquellos ruidos. El silencio ahora lo envolvía todo. Notaba cómo había alguien más allí dentro, pero fuera lo que fuese, se había quedado quieto, en silencio, consciente tal vez de que ella lo había escuchado. Se concentró en percibir el más ínfimo sonido, el mínimo movimiento, pero no pasó nada. El miedo comenzaba a apoderarse de ella, pero sacó la valentía de donde no había y comenzó a registrar el teatro. Primero miró a ambos lados de la escena, después entre bambalinas e incluso debajo del escenario, pero no encontró a nada ni a nadie ni rastro alguno. Estaba claro que el sonido provenía de la zona del público. Bajó los escalones del escenario de dos saltos y fue subiendo por la zona de butacas intentando encontrar alguna pista que le sirviera para resolver aquel misterio. Nada.

Y volvieron a oírse los mismos ruidos.

¡Eran pasos! Alguien andaba de forma acelerada. Miró hacia arriba. El ruido provenía de la zona de palcos. Salió con rapidez al pasillo y se detuvo. Había escaleras de acceso a ambos lados. Podía esperar a que el visitante bajase por uno de ellos, si es que bajaba, o podía elegir una de las dos escaleras y arriesgarse a toparse con el invitado. Otra opción sería que huyese mientras por el otro lado. De cualquier forma ninguna de las opciones le agradaba demasiado. Optó por ponerse en movimiento y se dirigió a la carrera hacia la escalera de la izquierda. Subió hasta arriba, hasta el pasillo de los palcos. Se quedó quieta. No se oía nada. Fue mirando uno por uno los palcos hasta que se encontró con algo inesperado sobre una de las butacas. Giró la cabeza hacia un lado y a otro del pasillo por si veía a alguien, pero no hubo suerte. Había huido ya. Quienquiera que hubiese estado allí ya se había marchado.

Y allí estaban, Ana y aquel regalo que acababan de dejarle. No recordaba haber visto antes un ramo de flores tan bonito. Un ramo de tulipanes amarillos con algunas vetas de color lila. Se quedó mirando aquellas preciosas flores y trató de recordar cuáles eran sus flores favoritas. Hacía mucho tiempo que no se había hecho esa pregunta a sí misma, y en ese momento algo en su interior le estaba diciendo que aquellos tulipanes eran sus flores favoritas. Aunque no podía recordarlo con claridad.

Había un sobrecito cogido al papel brillante con una pequeña pinza. Ana se sentó en la butaca contigua a la que sostenía el ramo y cogió el sobrecito, lo abrió despacio y extrajo la pequeña nota. Estaba escrita a mano, y enseguida reconoció la caligrafía.

“Es un precio justo...”

No podía ser. ¿Habría visto la respuesta que dejó en el libro? ¿Estaba respondiendo a su contestación? Entonces Ana sonrió. Acababa de resolver el misterio. Estaba claro quién había sido. Sólo otra persona sabía que ella iba a aquel viejo teatro con asiduidad. Su amiga Angy se había delatado solita. No dudó ni un momento y cogió su móvil.

—Dime, Ana —contestó Angy al cuarto tono.

—Hola, mi amor... —dijo Ana en un tono muy gracioso —Gracias por el regalo.

—¿Regalo? ¿Qué regalo?

—No te hagas la tonta ahora. Sé que has sido tú, así que entra de nuevo y ven conmigo.

—¿Qué entre a dónde? ¿Se puede saber de qué estás hablando?

—Lo sabes muy bien. Hablo del ramo de tulipanes.

—¿Ramo de qué? ¿Te han regalado flores? —Angy parecía entusiasmada —¿Quién ha sido? ¿Te han llevado flores a casa? ¡Cuenta, por dios!

—Espera, Angy... —Ana comenzaba a estar dubitativa — ¿Me estás diciendo que no has sido tú...?

—¿Yo? ¿Y por qué iba a regalarte flores yo?

—Y yo que sé, por hacer una gracia, supongo... ¿En serio no has sido tú? Júramelo...

—Que no, Ana... Te lo juro. Estoy en la peluquería con mi madre, en cuanto hayamos terminado voy para tu casa. En diez o quince minutos estoy ahí.

—No estoy en casa, Angy. Estoy en el teatro.

—¿En el teatro? ¿Y cómo...? —se quedó callada y pensativa.

—No tengo ni idea, por eso pensé que habías sido tú.

—Alguien más sabe lo del teatro...

—Eso parece, Angy.

—No te muevas de ahí, voy enseguida.

—Te espero.

Aquellos tulipanes amarillos con tintes lilas eran muy hermosos. No recordaba la última vez que le habían regalado un ramo de flores. O quizás no lo recordaba porque jamás le regalaron ninguno. No estaba segura. Si Angy no había sido, ¿quién fue? ¿Quién más conocía su santuario secreto? ¿Sería cierto que tenía un admirador secreto? Las dudas comenzaban a ir en aumento, y el no poder saber quién estaba detrás de todo aquello le producía un profundo sentimiento de impotencia. Detestaba los misterios que le atañeran a ella y que no pudiera resolver.

El tiempo avanzaba muy rápido mientras sostenía en la mano aquella nota a la que daba una vuelta tras otra como si fuese a aparecer en ella el nombre de quien la había escrito. El ruido de la puerta de entrada al abrirse la devolvió al mundo real. Miró hacia abajo y vio a Angy entrar a la carrera por el pasillo entre butacas en dirección al escenario.

—¡Ana! ¡Ana! ¿Dónde estás? —gritó con desesperación.

—¡Estoy aquí arriba, Angy!

Angy se giró y miró hacia el palco, donde estaba su amiga sentada. Echó a correr de nuevo y en apenas segundos ya estaba arriba junto a Ana. Le faltaba el aliento, pero aún así consiguió soltar unas cuantas palabras.

—Quiero verlo.

—Aquí lo tienes.

—Ohhh... ¡Es precioso! —Angy cogió el ramo y lo estrechó entre sus brazos como si de una persona se tratase —¿Trae una nota?

—Sí. Trae una nota.

—¡Pero bueno! ¡Léeme lo que pone!

—Es un precio justo...

—¿Qué? ¿Eso pone? ¿Y qué demonios significa eso?

—Creo que es respondiendo a algo que dejé escrito en la biblioteca la semana pasada.

—De eso no me has contado nada, ¿eh?

—Intentaba averiguar de quién se trataba antes, y no te ofendas, pero tú eras uno de los principales sospechosos...

—¿Yo?

—Sí, pero parece claro que no tienes nada que ver en esto.

—¿Qué nota en qué biblioteca?

—Alguien dejó una nota para mí en un libro de la biblioteca. La misma persona que escribió el mensaje en el cristal del bus.

—¿Qué? ¿Cómo sabes que es la misma persona?

—Por la forma de escribir. Es el mismo tipo de letra.

—¿Y qué decía esa nota?

—Que cuánto valdría un beso mío.

—¡Ja! ¿y qué le escribiste tú?

—Que el precio sería su vida.

—¡Qué borde eres tú también! ¿No tienes ni idea de quién puede ser?

—Nada de nada.

—¿No será el capullo de Mark? —dijo Angy con gesto de preocupación.

—Imposible, es demasiado bruto para pensar en estas cosas.

—Míralo por el lado bueno. Tienes un admirador secreto...

—Uy... ¡qué entusiasmo! —dijo Ana riendo —Venga, vámonos para casa. Ya que estás aquí, puedes quedarte a cenar con nosotros.

—No puedo, Ana, ya he quedado para cenar con mis padres y mis tíos. Otro día me quedo.

—Vale. Y avísame cuando llegues a casa.

—De acuerdo.

No podía aparecer por casa con aquel ramo de flores. Sería interrogada por sus padres y no tenía ninguna respuesta. Lo mejor sería dejar las flores allí, en el teatro. Bajó hasta el escenario y buscó algo que le sirviera para ponerlas. Tuvo suerte de encontrar lo que buscaba, un viejo jarrón de cristal que estaba en una esquina. Lo cogió y salió afuera hasta llegar a orillas del lago. Lo lavó un poco y lo llenó hasta la mitad de agua. Después volvió al teatro e introdujo el ramo de tulipanes, y lo dejó a un lado del escenario. Le serviría de compañía y de attrezzo, pensó mientras sonreía.

Sin duda, le gustaban. No podía dejar de mirar el ramo. Por una parte le habría gustado llevárselo a casa, pero sabía que le daría más quebraderos de cabeza que si lo dejaba allí hasta que se marchitasen. Sacó su móvil y le hizo una fotografía. Podía servirle incluso de salvapantallas. Se puso en marcha y se fue para casa.

Ya era tarde y estaba bastante cansada. La tarde había tenido unas cuantas emociones, aunque después de todo había aprovechado muy bien el tiempo de después de la cena para estudiar. Al principio le costó un poco comenzar a estudiar y tuvo que concentrarse más a fondo para dejar de lado todo aquel asunto del extraño visitante del teatro y sobre todo del ramo de flores. Del precioso ramo de tulipanes.

Cogió su móvil para ojear la foto de las flores una vez más, antes de escribir en su diario lo acontecido en aquel día. Tal vez era sobre tulipanes de lo que hablaban las hojas que faltaban en sus anotaciones. No entendía por qué ahora le había entrado tanto interés por recordar lo que había escrito en aquellas páginas perdidas. ¿Sería por aquellos tres mensajes que había recibido? No quería dar importancia a los últimos acontecimientos, pero tenía que reconocer que no podía evadir su mente de lo que había estado pasando. Entre unas cosas y otras su vida comenzaba a agobiarla, y no le apetecía nada que eso ocurriese. Los exámenes, la dichosa fiesta de fin de curso, el pesado de Mark, y ahora, aquellas notas misteriosas, las flores... Parecía que el universo comenzaba a conspirar para arrebatarle la tranquilidad a su pacífica existencia.

Estaba escribiendo todo lo que pasaba por su mente cuando tomó conciencia de lo que acaba de escribir en el papel. «¿Estaré enamorada...?» ¿Por qué había escrito eso? ¿Qué le estaba pasando? ¿Cómo podía pensar en aquella estúpida idea? No, no se puede estar enamorada de alguien que no existe. Bueno, seguro que existe, pero ni lo conoce, no lo ha visto jamás. Cada vez se parecía más y más a una chiquilla de instituto.

Escribió un escueto Buenas noches y cerró su diario. Lo mejor que podía hacer era meterse en la cama y descansar. Mañana sería otro día.