Bajo la luna
Me siento muy extraña. Ya sé que todos los años mi cumpleaños coincide con la Noche de San Juan, justo a medianoche, en la playa, rodeada de amigos, a la luz y el calor de las hogueras.
Pero este año es diferente, este año es mi decimoctavo aniversario. No puedo evitar sentirme como si fuera otra, y Sara se da cuenta.
—Ya estás otra vez, ¿pero se puede saber qué diablos te ocurre? ¿Es otra vez por Izan? —me pregunta.
—Ya sabes lo que me pasa, esta noche es mi cumpleaños y mi transformación.
—¿Y...?
—Pues eso, que estoy nerviosa, nada más.
—¿Nerviosa? Pero ¿por qué? Hay veces que no te entiendo. Por fin vas a convertir-te en lo que vas a ser eternamente. Bella, joven, poderosa...
En el fondo sé que Sara lleva razón. Pasamos dieciocho años deseando que llegue este momento, el instante en que nuestra transformación es completa y, por fin, desaparece nuestro lado humano, la mortalidad.
Pues sí, como ya habréis imaginado, pertenezco a la noble raza de los vampiros, y por si no lo sabíais, los vampiros de nacimiento somos mitad vampiro, mitad humano, has-ta que cumplimos la mayoría de edad y nos transformamos completamente en seres de la noche. Hasta entonces somos casi normales, salvo por algunas capacidades extras, como por ejemplo, mover objetos con la mente, leer los pensamientos de algunas personas, y somos un poco más fuertes que el resto de humanos de nuestra edad. También somos más listos...
—Ya lo sé, y estoy deseando que sea medianoche para que ocurra.
—Claaaaaro...
—¡Sara! ¡No me gusta que intentes leer mi mente! Lo sabes, me da mucha rabia.
—Pero si no necesito hacerlo, salta a la vista. Ese chico te tiene tonta.
—Vale, sí, ¿y qué? No puedo evitarlo. Me gusta mucho.
—¿Y por qué no se lo dices entonces? —me espeta con su mirada amenazadora de «yo lo haría si fuera tú»
Claro, como si fuera tan fácil: «Hola, Izan, ¿me recuerdas? Soy Araceli, estamos en la misma clase, y me gustas mucho, mucho, y quiero salir contigo, pero has de saber que esta noche me transformaré en vampiro. Pero tú no te preocupes, a ti no te haré daño. ¿Puedo darte un mordisquito? ¿eh?, ¿eh?» Vamos, es que de pensarlo nada más, me entra risa.
—Tú lo ves todo muy fácil siempre.
—Porque es fácil. Entérate de que estamos arriba en la pirámide evolutiva. Podemos hacer lo que queramos.
—No. No podemos, y lo sabes. Hay normas.
—Bueno, como quieras. Me tengo que marchar. Nos vemos a las diez en la playa, ¿no?
—Sí, enfrente del espigón de las sirenas.
Sara me abraza como hace siempre, rodeándome fuerte con sus brazos y apretujándome hasta casi quitarme el aliento. Me pone de los nervios a veces, pero sin duda alguna, es mi mejor amiga.
Veo como se marcha contoneándose al pasar por delante de un grupo de chicos que está jugando a los dardos. Le encanta provocar. Le faltan dos meses para cumplir los dieciocho. No quiero imaginar en lo que se convertirá entonces.
Voy a terminar de tomarme mi té, que, por cierto, está asqueroso, como siempre. No sé por qué sigo tomando esta bazofia. Bueno, en unas cuantas horas ya no será necesa-rio. Una vez que sea vampira al cien por cien ya solo podré digerir sangre. No voy a echar de menos el té, pero las patatas fritas... ¡hummm, qué ricas!
Bebo el té del tirón, cojo mi bolso y me levanto para dirigirme hacia la barra. Los chicos me siguen con la mirada. No están mal, pero no son tan guapos como Izan.
—¿Qué le debo del té y la tónica?
—Dos con noventa, señorita.
—Aquí tiene, quédese el cambio y gracias.
—Gracias a usted, señorita. Hasta pronto.
Las miradas me persiguen con mucho descaro hasta la puerta, y, al abrir, giro la cabeza y hago un repaso mental de todas las caras presentes. Tal vez necesite recordarlas en breve.
Estoy relativamente cerca de casa, a unos quince minutos paseando tranquila, pero no sé si ir caminando o no. Tendré que pasar por delante de la casa de Izan y lo más probable es que se encuentre fuera, a las puertas de su garaje, haciendo una puesta a punto a su motocicleta. Yo pasaré caminando deprisa, me mirará, lo miraré, levantará el brazo para saludarme y yo le dedicaré una sonrisa de esas tan estúpidas que me salen cuando me pongo nerviosa. Tal vez debiera seguir el consejo de Sara y dejarme de tonterías. Tan solo tengo que buscarle en la noche, sorprenderle, hipnotizarle, y clavar mis colmillos en su piel hasta que la ponzoña llegue a su sangre. El resto del proceso es cuestión de un par de días, y ya sería mío para siempre.
Pero eso no es amor. Yo no quiero un esclavo. Yo quiero que me ame, que me ame de verdad, con toda su alma de mortal, y cuando esté preparado, que pase a formar parte de mi mundo. No puedo obligarlo. No me sentiría feliz. Pero no me siento capaz de reve-larle mi secreto. No puedo contarle la verdad. ¿Qué iba a pensar de mí? Primero me tomaría por una loca esquizofrénica, y cuando me viera obligada a mostrarle lo que soy, me miraría como a un monstruo y saldría huyendo. Y claro, tendría que acabar con él.
¡Maldición! Ya estoy otra vez dando vueltas a lo mismo. ¿Por qué no puedo ser una vampira normal? ¿Por qué no puedo enamorarme de un apuesto vampiro? ¿Por qué no puedo tener mi propio esclavo humano? Si mi padre se enterase de esto se pondría furioso, muy pero que muy furioso.
No sé qué hacer.
Tanto pensar ha hecho que el camino se haga demasiado corto, ya he llegado a la esquina de la calle. Al volver me toparé con Izan, con sus ojos verdes, con su encantadora sonrisa, y tendré que hacer como todos los días. Bueno, pues ahí vamos.
¿Cómo? No está. Creo que es la primera vez que al girar la esquina no le encuentro con su moto. Qué extraño. Mejor, así evito el tener que verle.
No sé qué bikini ponerme para esta noche. Sí que lo sé, para que me voy a engañar a mí misma. Hoy toca lucir y estrenar el bikini de color rojo vino. Me encanta ese modelito. En cuanto lo vi supe que era el idóneo para la noche de mi cumpleaños. Me encanta cumplir años en la Noche de San Juan. Siempre es una noche mágica. Y esta vez, me comeré el mundo. No puedo resistirme a soltar una carcajada muda, me parece muy irónico el pensamiento.
En el camino a casa, advierto que mi madre está hablando con la vecina en el portal de casa. Odio a esa maruja repelente que va contando los chismes de todos a todo el que ve. No sé cómo mis padres le permiten seguir en este mundo todavía. Bueno, sí lo sé. A papá no le gusta que ocurran sucesos extraños en el barrio, no hay que levantar sospechas. Pero lo ideal sería que se tomasen unos días de vacaciones y viajasen fuera de una puñetera vez. Siempre ocurren accidentes. Pero no, no tenemos esa suerte. Llevan quince años sin salir del barrio, aunque tarde o temprano nosotros tendremos que mudarnos. Al llegar hasta ellas, saco a relucir mi más amplia sonrisa.
—Hola, señora Crane, ¿cómo se encuentra? Hola, mamá.
—Hola, Araceli. Pues estoy bien, gracias. Te veo muy guapa, como siempre.
—Gracias, señora Crane.
—Hola, cariño —me dice mamá mientras me besa en la frente—. Pasa dentro, papá te está esperando.
—Voy enseguida. Hasta luego, señora Crane.
—Hasta luego, guapa.
No soporto a esa arpía. Y luego dicen que los malos son los vampiros. ¡Ja!
—Hola, papá. ¿Dónde estás?
—Estoy en el sótano, Ara.
Escucho nítida su voz, aunque algo apagada al provenir de allí. Abro la puerta que da a este, debajo de las escaleras que suben a la primera planta, y bajo despacio para no tropezar. La luz es demasiado tenue para mis ojos todavía, en cuestión de horas eso cambiará y la oscuridad no será un obstáculo para mí.
—¿Qué haces, papá?
—Estoy buscando un viejo libro, cariño.
—¿Para qué me quieres? Mamá dice que me estabas esperando.
No me imagino qué he podido hacer ahora, creo que últimamente me he portado bastante bien, o tal vez no sea nada malo. «Ara, eres nuestra hija favorita, y por eso te vamos a regalar por tu cumpleaños el Beatle azul cielo que tanto te gusta». ¡Qué bonito es soñar!
—No es nada, cariño, solo quería saber cómo estás, hoy es un día muy importante para ti. Y para toda la familia. ¿Nerviosa?
—Un poco.
—Es normal, cariño, es un gran cambio en tu vida. ¿Has elegido ya al humano que te servirá para la transición? ¿O escogerás sin más?
«He escogido al humano, pero no para la transición», pienso. Cada vez me resulta más y más evidente: ¡Me he enamorado de ese dichoso Izan! Papá está montando un escándalo mayúsculo en el fondo del sótano. ¿Qué libro será ese? Comienzo a sentir curiosidad.
—¿Qué libro buscas, papá?
—Un libro muy antiguo, bueno, más bien es un álbum de fotos con anotaciones. Hace siglos que no lo veo.
—Ah. Oye, papá...
—Dime, cariño.
—¿Es cierta la leyenda que dice que si no completas el ritual a medianoche no te transformas?
No sé por qué he hecho esa pregunta. Papá ha dejado de hacer ruido y se ha vuelto hacia mí. Sus ojos rojizos me miran.
—¿Va todo bien, Ara?
—Solo es curiosidad. Ya sabes que me encantan las leyendas. —Sonrío.
—Eso es una leyenda, cariño. No imagino a ningún vampiro que quisiera ser hu-mano; que desee ser mortal y vulnerable.
—O sea, que solo es otro cuento de vampiros.
—Bueno, quién sabe. ¿Conoces toda la leyenda?
—¿Toda?
Comienzo a sentirme intrigada, lo cierto es que apenas conocía la historia de lo de la transformación y tal, pero la leyenda al completo realmente no.
—Te lo resumo, cariño. Verás, la leyenda dice que hace muchos siglos, una joven vampira era tan bella y poderosa que el mismísimo rey de los vampiros la reclamó como su futura reina, pero ella se había enamorado perdidamente de un humano y su amor era increíblemente correspondido. Así que cuando llegó la hora del ritual de transformación, se dejó llevar por su amor y no pudo morder ni desangrar al humano, renunciando a la inmortalidad y a todos nuestros poderes. Su familia y amigos tuvieron que repudiarla y se marcharon de su lado para siempre. Era una deshonra para la raza.
»Cuentan las historias que vivieron muchos años felices hasta que les llegó la muerte. Pero no todo podía ser tan maravilloso. Lo que nadie sabía era que aunque se quedase como humana, la descendencia de un ser de la noche siempre será un ser de la noche. Cuando tuvieron un hijo, ella supo que era vampiro, y se lo ocultó a su marido hasta el lecho de muerte. Nadie sabe qué pasó con ese hijo, si se transformó o siguió los pasos de su madre. Y la historia se convirtió en leyenda, pero te digo yo que en todos estos siglos no conozco a nadie que haya querido renunciar a ser vampiro. Y aun así, no creo que ocurriese, nos transformaríamos sí o sí.
—Es una historia muy bonita, papá.
—Es eso, una historia. Bueno, voy a seguir buscando a ver si encuentro el dichoso libro. Avísame antes de irte, ¿vale?
—Claro que sí, papá. Voy a preparar las cosas. He quedado a las diez con Sara.
—Dale recuerdos. Hasta luego, Ara.
—Hasta luego, papá.
Me ha gustado la historia. ¿Será cierta o solo es una leyenda? Me tienta comprobarlo, la verdad. Me echo un rato en el sofá y me quedo dormida. Cuando despierto ya es casi la hora. Llegaré tarde y todo. Como siempre. Me desnudo rápidamente y me pongo frente al espejo. Es la última vez que voy a ver mi cuerpo reflejado. Con lo que me gusto yo. Dejo caer una carcajada. Ciertamente las vampiras somos esculturales y hermosas, y así permanecemos eternamente, a menos que un caza vampiros te coja, claro. Por suerte, ya casi están extintos. Cojo el bikini vino y me lo pongo. Me queda de vicio. Me encanta este bikini... este color. Me deslizo el suave vestido de seda negra, cojo mi bolso, el móvil y las llaves de casa y salgo pitando escaleras abajo. Mis padres me están esperando en la entrada, junto a la puerta. Es un día tan importante para ellos como para mí.
—Estás preciosa, cariño —me dice mi madre con los ojos acristalados.
—Ara, sin duda podrías ser la reina de los vampiros —me dice papá con su gracia característica, pero lo cierto es que el piropo me encanta.
—Me voy, que llego tarde, como siempre. —Sonrío.
Mis padres me abrazan y me cubren de besos. Los noto tan emocionados...
Salgo corriendo por la calle. La playa no está lejos, pero ya llego tarde. Cuando doblo la calle del final veo la arena de la playa, los maderos apilados listos para ser prendidos, y todo el grupo alrededor. Sara me lanza una mirada de resignación.
—Ya estoy aquí —digo jadeando—. Hola a todos.
—Ni en tu cumple eres puntual —me dice Sara, riendo.
Advierto entonces a alguien nuevo en el grupo. Miro a Sara fijamente.
—Como sabía que no traerías a nadie para el ritual, te he buscado a un par de chicos más para que elijas. —Sara sonríe con malicia. Yo pongo mi cara de enfado.
Lo que no me gusta es el hecho de que ha traído a Izan. Los otros dos chicos esta-ban esta tarde en la cafetería. Pero ¿por qué ha tenido que decírselo a Izan? ¿Por qué lo ha condenado de esa forma?
—No te enfades, Ara, en menos de dos horitas serás eterna y nada te importará ya.
—Eres muy cruel, ¿lo sabías?
—Sí, lo sé. —Se echa a reír.
Entonces miro a Izan, nuestras miradas se quedan ancladas por un buen rato hasta que alguien rompe el mágico momento. Ordena encender la hoguera y que nos pongamos a comer y a beber.
El tiempo pasa muy rápido entre risas, comida, bebida, bailes. He conseguido evitar las miradas y los cruces. Son casi las doce. Alguien pone una canción lenta. Bueno, Sara pone una canción lenta. Y noto como alguien me toca la espalda, me giro y ahí está Izan, con sus preciosos ojos verdes, con su sonrisa davidiana, con su bello torso esculpido.
—Baila conmigo, Araceli. Por favor.
No puedo decirle que no, me abraza con tanta determinación que no puedo hacer otra cosa que no sea dejarme llevar, apoyo mi cabeza en su pecho y dejo que el suave balanceo vaya al compás de la música y de su corazón.
Los fuegos artificiales me indican que es medianoche. La hora ha llegado. Es el momento. Levanto la cabeza, lo miro. Cierra los ojos esperando mi beso. Deslizo mi mejilla por su cuello, saco mis colmillos y...
No puedo hacerlo, algo me empuja a unir mis labios con los suyos, puedo leer su mente con claridad. «Te quiero, Araceli». Yo también te amo, Izan.
El beso termina y nos miramos. Comienzo a sentirme algo más débil, no consigo leer su mente. Me siento más humana que nunca. Giro la cabeza y miro al grupo. Sara se ha quedado boquiabierta. Solo puedo dedicarle una sonrisa mientras me brazo a Izan. Sara cierra los ojos, agacha la cabeza y comienza a retroceder con el grupo hasta desaparecer entre las casas. Los otros dos chicos no están.
Y aquí estamos los dos solos. Izan y yo. Como uno solo. Sonrío al darme cuenta de que la leyenda es cierta, y sonrío porque estoy convencida de que he tomado la elección acertada. La noche pasa rápida junto a las hermosas hogueras de San Juan. Ha sido la noche más mágica de mi vida.
Al amanecer nos separamos y vuelvo a casa. No hay luces en casa. Al abrir la puerta noto algo extraño. Mucho silencio, demasiada tranquilidad. Entro al salón y me quedo blanca. No hay nada. Ni un mueble ni un cuadro ni una lámpara. Tan solo está la chimenea, y en medio del salón, un viejo libro de piel cubierto de polvo. De entre sus páginas sobresale un sobre. Abro el libro, es un álbum de fotos con anotaciones. El libro que buscaba papá. Es un álbum genealógico. La primera página es mía, la benjamina de la familia, seguida de mis hermanos, mis padres, y en la última página un dibujo de mis antepasados más antiguos. Me doy cuenta de que falta una hoja, la de mi abuela. Está arrancada del libro.
Abro el sobre. Es una carta:
Mi querida Ara, mi corazón.
Algo me decía en mi interior que esto pasaría y así ha ocurrido. Lo que te conté ayer es todo cierto. Esa vampira existió, y se llamaba como tú. Era tu abuela, mi madre. Y fue la única vampira que ha renunciado a su raza por amor. Tu madre no sabe nada, y no lo sabrá jamás. Ella es vampira y no ha dudado a la hora de decir que nos marchamos. Sé que no volveré a verte jamás, pero sé que serás feliz, porque eres la viva imagen y alma que tu abuela. Si el destino así lo quiere, algún día podré ver a mis nietos.
No olvides que tu padre siempre te querrá.
Te quiere.
Tu papá.