La confusión textual

Los que no pueden atacar al pensamiento

atacan en cambio al pensador.

Paul Valéry (1817-1945)

LOS TEXTOS QUE FUERON ESCRITOS hace milenios y que nos han sido transmitidos contienen una profusión de estupideces: son un crisol abigarrado de fantasías (en parte mitos, en parte leyendas), algunas de las cuales son tenidas, además, por libros sagrados. Muchos de estos relatos fantasiosos pretenden ser la verdad absoluta. Se supone que sus fuentes textuales originales fueron dictadas personalmente por Dios, o cuando menos por algún arcángel u otro espíritu celestial, o quizás por un santo o por una persona «inspirada» en el sentido gnóstico de la palabra. (Actualmente se considera que la «gnosis» es una filosofía, una visión del mundo o una religión de influencia esotérica. Pero la palabra «gnosis» viene del griego y significa «conocimiento»).

Es indiscutible que estos textos contienen muchos engaños y muchas fantasías. Se exalta y se glorifica a los líderes respetados; los soñadores convierten las formas de las nubes en señales divinas; sucesos corrientes, tales como la muerte, se convierten en visitas al mundo de ultratumba. Lo que es peor: nuestros antepasados, por su sed de conocimientos y movidos por su fe verdadera y por su deseo de comprender, falseaban y oscurecían los textos. Se relacionaban entre sí hechos que sin duda no tenían nada que ver en las versiones originales. Para «aclarar» las cosas se añadían palabras que, de repente, como por arte de magia, se presentaban como pertenecientes a las fuentes originales. La moral, la ética, las creencias y la historia tribal se entretejían; se añadían elementos de otras tradiciones culturales, y se combinaban textos cuyas fuentes y cuyo significado original seguramente ya no podremos descifrar nunca.

Este embrollo es comprensible. Estamos hablando de unos textos que tienen miles de años de antigüedad, y de los intentos constantes para entenderlos por parte de nuestros antepasados. Podremos comprender mejor el estado de desorden de los textos antiguos cuando advertimos el grado de confusión que se puede causar en un periodo de tiempo muy inferior al milenio.

Tomemos un ejemplo. Todo fiel cristiano está convencido de que la Biblia es y contiene la palabra de Dios. Y, en lo que se refiere a los Evangelios, existe la creencia generalizada de que los compañeros de Jesús escribieron sus palabras y sus profecías prácticamente según iban produciéndose. La gente cree que los evangelistas contemplaron los viajes y los milagros de la vida de su maestro, y que poco después anotaron lo que había sucedido. A esta «crónica» de la vida de Jesús se le atribuye la consideración de «texto original».