La verdad que uno encuentra en su vida, sobre todo cuando ésta es larga, perdura por el resto del tiempo que uno tenga que vivir y pertenece a los momentos grandiosos. En una vida tan larga como la de Ernesto, o como la mía, incluso en las vidas que todavía no son largas pero lo serán, esos momentos nos acompañan para siempre.

El de Ernesto con nosotros, aquí y ahora, es un momento grandioso que no se olvidará. Y no se olvidará nunca por una razón principal. Se podría decir que esta razón es la obra de Ernesto Sabato; así es también para mí. Pero hay además otra razón que tiene que ver con el hecho de que nosotros nos tratamos de hermanos. Hermanos no por la sangre, pues no sería cierto; la sangre de Sabato es de Italia, la mía, en su mayor parte, seguramente de Portugal, aunque yo creo incluso que tengo sangre marroquí, o beréber. Pero no es cuestión de sangre. Es una especie de identificación, de identidad común, una fraternidad por la ilusión, una fraternidad por las ideas, que no tienen que ser coincidentes pero que sí marcan una relación con los demás, con la gente, con el mundo, con el universo, ¡si pudiéramos pretender algo como el universo!

Esa idea de fraternidad, esa especie de lugar donde nos hemos encontrado, ese momento sucedió con una sencillez tal como si algo nos hubiera sido prometido, a uno y a otro, y finalmente se hubiera cumplido. El primer encuentro entre nosotros ha sido y sigue siendo para mí uno de los momentos más hermosos de mi vida, cuyo sentido luego no he hecho más que confirmar.

Así se entiende para mí que comience por esto esencial, principal, fundamental, sobre todo en un tiempo, como el que estamos viviendo, en que es tan fácil no pensar en nada, en que es tan fácil olvidar incluso la obligación de pensar. Pensar: esto que nos ha llevado miles y miles de años, que fueron los necesarios para formar lo que llamamos pensamiento, esto que llamamos el entendimiento humano.

Esta verdad, para decirlo de un modo sencillo, es la que nos da el sentimiento. Y es en este sentimiento de fraternidad en el que nos encontramos con Ernesto Sabato. Por todas las razones también, pero en lo más profundo por esta fraternidad en el pensar y en la actitud ante la vida.

Yo conozco la obra de Sabato desde los años cincuenta; del siglo xx, claro. En ese tiempo yo tenía quizá treinta y dos, treinta y tres años, algo así. En una tertulia en Lisboa, en un café muy frecuentado, un día en que se hablaba mucho de París, de los artistas de París, había un hombre, una persona rara porque sólo hablaba de la Argentina, que sólo hablaba de Ernesto Sabato. Allí comenzó para mí una aventura intelectual pero al mismo tiempo humana, la gran aventura que fue entrar poquito a poco en el universo, no sólo ficcional, sino psicológico, axiológico, de Sabato. Y esa aventura ha continuado.

Estoy hablando de mí, de «yo», porque aquí es necesario que se entienda qué es lo que une, qué es lo que liga a aquella persona rara con esa persona que está allí (señala a Sabato) y con esta persona que está aquí (él mismo).

En esa época yo estaba leyendo mucho a Montaigne, y me di cuenta de que entre Sabato y Montaigne había una similitud por encima de las distancias de tiempo, de cultura, de lugar. A pesar de esas diferencias, había algo que acercaba a Sabato y Montaigne. Quizá yo en ese momento no lo entendí así: Montaigne era Montaigne y Sabato era alguien que yo estaba descubriendo. Entonces Montaigne tenía el prestigio de su genio y del tiempo transcurrido. Pero la diferencia que yo encontré entre uno y otro, y que los años me confirmaron, es que mientras Montaigne tiene un tipo sereno de escepticismo —pues Montaigne es un escéptico—, Sabato es también escéptico, pesimista, pero no tiene serenidad.

Sabato ha vivido un parto, una tormenta de ilusión que tiene que ver con su propia relación con el mundo pero, sobre todo, con lo que para él significa esta relación; es decir, el mundo como algo que él tenía que esforzarse por entender, por comprender. Como todos nosotros, él se encontraba delante de un mundo opaco. Pero, al contrario de casi todos, Sabato se negaba a aceptar esa opacidad. Y eso se demuestra en su obra.

Esto es algo a lo que quizá no se le ha dado la atención suficiente; aunque se le ha dado atención constante, de todos modos no ha sido suficiente. Ése es trabajo para la nueva gente.

Desde El túnel hasta Abaddón el exterminador, y pasando por esa obra fundamental en todos los aspectos que es Sobre héroes y tumbas, Sabato entendió que la novela podía ser esa especie de lugar donde todo confluye, donde todo tiene que confluir para que el mundo pueda ser entendido. Ya que la novela es el lugar por excelencia de los conflictos humanos, todo tiene que confluir para que el mundo pueda ser comprendido.

Pero quiero señalar, al mismo tiempo, el trabajo ensayístico de Sabato, con obras fundamentales como El escritor y sus fantasmas, Hombres y engranajes, o Apologías y rechazos. Los ensayos de Sabato son de una lucidez, de una claridad y de una pertinencia verdaderamente impecables. Yo recomendaría, por ejemplo, a los que tienen la responsabilidad de la educación de jóvenes, la lectura de los dos ensayos sobre la educación.

Lo que ha pasado con Sabato es lo contrario de lo que desgraciadamente suele ocurrir. No es él un escritor que se considere a sí mismo como alguien a quien hay que escuchar. Sí, ha escrito para que lo escuchen, para que lo comprendan, pero no por eso el suyo ha dejado de ser un modelo de trabajo silencioso, hostigado, fiel a lo que uno piensa; es como si tuviera lugar dentro de una colmena, donde se hace, de toda la amargura del mundo, la miel de la comprensión, del acercamiento: el sentido de la humanidad y del humanismo.

Su actitud ante la vida no es la de los curiosos ni la de los intelectuales; Sabato ha podido vivir en su propia vida todo lo que se puede vivir: a través del amor, de la política, del arte o de la ciencia, pues no olvidemos que empezó su vida en el campo de la física. Pero todo lo que vivió, aparentemente, no hizo sino empujarlo a la creación literaria, ya que al fin llegó el momento en que entendió su necesidad de expresarse, de intentar ofrecer lo que había vivido.

La ciencia, claro, es demasiado ajena a todo eso. La ciencia es como una especie de espacio donde la atmósfera estaría purificada y donde todo serían fórmulas, donde todo sería descubrir, reconocer o inventar las acciones recíprocas entre esto y aquello, mientras afuera quedaría la humanidad toda, la humanidad sufriente. El hombre que no sabe dónde va, Sabato mismo, el hombre que tampoco sabe de dónde ha venido; que también ignora qué es lo que están haciendo de él, aunque en ese momento él mismo, su vida, sean por eso universales.

Pero la de Sabato no es una obra para tranquilizar a nadie. Que nadie, entonces, se acerque a Sabato queriendo que lo confirme en su necesidad de tranquilidad. No, si hay alguien, si hay un escritor en el mundo, hoy mismo, cuya obra sirva para inquietar, para decir «no te fíes de lo que estás pensando, porque quizá no sea más que un espejismo que alimentas contigo mismo, para ti mismo, para encerrarte detrás de una moral que te protege», ése es Sabato. Él tira la muralla y nos enfrenta a la realidad, esa terrible realidad que por un lado es el hombre y por otro la sociedad humana. Ése es, a mi juicio, el sentido difícil, el sentido profundo de la obra de Sabato.

Y eso está bien. Porque necesitamos que nos quiten este respaldo. Rodeados de complicaciones como estamos, si algo no nos afecta directamente, decimos que no tiene nada que ver con nosotros, que es una cosa que no nos pertenece. Pero todo lo que ocurre lleva una parte de responsabilidad nuestra. Y esto es algo profundamente provocador que hay en la obra de Sabato, que en el fondo consiste en decir al lector: tú eres responsable.

Y si a Sabato se le preguntara: «¿pero soy responsable por qué?, ¿qué es lo que he hecho?», su misma obra podría respondernos: «Nada, no has hecho nada, pero aunque no hayas hecho nada tienes una parte de responsabilidad. Tú no tienes culpa; no hay que confundir la culpa que llevo dentro, que quizá llevo o no llevo, con la responsabilidad.»

Pues la responsabilidad la tenemos todos, no la podemos olvidar; y no podemos decir que esto pertenece a otro, y que ése tiene la responsabilidad.

La obra ficcional de Sabato, sus ensayos, provienen del hombre que es Sabato, la persona intelectual, el ciudadano, toda su humanidad. Y ese Sabato viene de la Argentina.

¿Qué es lo que ha pasado con la Argentina? Pues también para eso hay que leer El túnel, hay que leer Sobre héroes y tumbas y hay que leer Abaddón el exterminador. Y hay que leer lo que en los ensayos ya lo anuncia, o lo que Sabato cuenta en un libro tan fundamental como Antes del fin, aunque éste no será el fin. El escritor tiene 91 años, pero está ahora diciéndonos qué ha hecho, nos cuenta que ha participado de un Congreso aquí en Madrid, nos dice que ahora hay que llevarles la cuenta a los mayores; después de las jubilaciones anticipadas ya nos está diciendo que no, que van a seguir trabajando, que los mayores están trabajando y que hay que escucharlos. Sabato reivindica esto que está haciendo, y es ese hacer lo que en la obra de Sabato permanece. Ese enfrentamiento, que es el de todas las palabras, entre él y el mundo, no como una confrontación, sino como una necesidad de entender, de comprender quiénes somos. Quiénes somos nosotros, que creemos saberlo todo del mundo y de nosotros mismos.

Sí, nosotros, que incluso vivimos día a día con la máscara, para que los otros siempre nos reconozcan según una identidad determinada que nos hemos inventado. Sabato siempre nos está diciendo «sí, quizá eres esa máscara, pero detrás quizá tengas otra, y otra, y otra, y otra, y otra». Entonces lo que hay que hacer es buscar, ir más allá de cada máscara, hasta llegar a la desnudez del ser.

Ésta es una necesidad filosófica que existe aunque no tengamos ninguna preparación. Yo no la tengo, incluso Sabato tampoco. No es filósofo porque haya aprendido filosofía, sino que lo es porque tiene esa necesidad de entender qué es lo que caracteriza a su mundo. La esencia más pura de la filosofía es ésa.

Sabato ha sido el presidente de la Comisión que investigó los crímenes de la dictadura en Argentina. Ha escrito y publicado ese informe titulado Nunca más. Pero pensemos: ¿podremos alguna vez decir «nunca más»? Lo hemos dicho a propósito de esto y de aquello, incluso en nuestra vida privada: nunca más, nunca más; y luego, estuvimos equivocados. Porque primero uno dice «nunca más» con toda la sinceridad del mundo, pero luego no puede cumplirlo.

Sabato habla del pueblo de los argentinos. Éste no es como el pueblo portugués, como el pueblo español, dotados de una identidad inalterable que se mantiene. En la Argentina, el pueblo son las sucesivas generaciones de un pueblo con el que Sabato está profundamente comprometido.