PALABRAS DE FANNY RUBIO

Por ser la última voy a apostillar tal vez a mis compañeros, pero quiero reconocer en primer lugar la deuda que ha contraído la literatura española con un maestro de la lengua compartida, de la lengua que hablamos trescientos millones de personas. Quiero darle las gracias, porque Sabato ha escrito una obra monumental, gestada tras el periplo breve de Sabato por el mundo de la ciencia, la física y la matemática. En el contraste de este mundo, inicialmente, este mundo de su formación, con las lecturas, como se ha dicho aquí, de los escritores rusos, pero también de una obra contagiada de las estéticas de la vanguardia, del surrealismo, del psicoanálisis, del existencialismo, del experimentalismo, las grandes escuelas del siglo. Contagio realizado en la pelea por la literatura como un espacio desde donde intentar rescatar al hombre integral.

Quiero dar las gracias por su capacidad analítica, que forma parte de un oficio en el que tiene pocos competidores, gracias a la sabia articulación entre el discurso de la literatura y otros discursos que penetran en ella, pues, como ha dicho muchas veces, la literatura no está separada de los otros discursos. Pero además por ser un escritor muy argentino; se puede ser poco argentino o regular, ¿no? Pero por ser muy bonaerense en sus novelas, bonaerense de calles, sociólogo de la ciudad en la que no vive, y tal vez por eso sea el mejor diseccionador de su atmósfera.

Quiero darle las gracias por El túnel, que hizo traducir Camus, y que Graham Greene consideró obra maestra, por ese personaje neurótico, Juan Pablo Castel, ese asesino confeso que narraba en primera persona su crimen pasional. Ese perseguidor perseguido muy de Sabato, de ese relato kafkiano donde los personajes son proyectados por otros personajes y crean una realidad vertiginosa y misteriosa. Tan cervantino; cervantino de ángulo y pirandelliano de juego. Por crear universos de vida para sus personajes sumidos casi siempre en auras de misterio, por esa segunda novela Sobre héroes y tumbas, y por ese «Informe sobre ciegos» que también se ha citado aquí, tercera de las cuatro partes con que cuenta Sobre héroes y tumbas, con la que culmina el género de la literatura fantástica de nuestra lengua. Por Abaddón el exterminador, que fue premio en Francia a la mejor novela extranjera publicada; por anunciar en ella nuestro fin civilizador de la mano del quinto ángel del Apocalipsis, de San Juan, y por mostrar la realidad unida a un submundo perverso, «el mundo está regido por el mal», escribe, «poco puede hacerse para contrarrestarlo»; y por dar en el relato, un nuevo salto entre personajes y autor que se entremezclan desde dentro de la ficción para producir realidad verdadera. En ese reportaje, esa pequeña sección, a la pregunta quién es Ernesto Sabato, el escritor va a responder: «Mis libros han sido un intento a responder a esa pregunta. Yo no quiero obligarlo a leerlos, pero si quiere conocer la respuesta, tendrá que hacerlo.» Así defiende la novela como potencia, como potencia que aúna lo sentimental, lo emocional, el conocimiento, la filosofía, la rebeldía, la ciencia, la política, la historia. Por hacer de la novela un espacio de totalidad, superadora de todo lo existente.

En El desconocido Da Vinci Sabato habla de Leonardo y parece hablar de sí mismo. Busca el orden en el tumulto, la calma en la inquietud, la paz en la desdicha, y de la mano de Platón intenta acceder a su universo. Pero ese reino no es el de los hombres, esas abstracciones no los apaciguan sino transitoriamente, y todos concluyen por añorar este mundo terrestre en que se vive con dolor, pero en el que se vive; el único que nos produce pesadumbre, pero el único que nos proporciona plenitud humana.

Sabato ha hecho la definición mejor de escritor como el cavilador; el escritor no está frente a gratuitas e ingeniosas ideas o doctrinas sino frente a cavilaciones. Ese escritor, el mismo que encontró su vocación duramente a través de ásperas dificultades, como él nos cuenta, y de peligrosas tentaciones, debiendo elegir su camino entre otros que se le ofrecían en una encrucijada, tal como en ciertos relatos infantiles, dice, sabiendo que uno y sólo uno, conducía a la princesa encantada.

«¿Para quién escribo este libro? —dice Sabato—. En primer lugar, para mí mismo, con el fin de aclarar vagas intuiciones sobre lo que hago en mi vida; luego porque creo que pueden ser útiles para muchachos que como yo en mi tiempo, luchan con encontrarse.» Por tanto en Sabato la literatura no va a ser nunca un pasatiempo ni una evasión, sino una forma, quizá la más completa, la más profunda, de examinar la condición humana.

Sabato me recuerda a Goldman, a Antonio Machado, a Unamuno, por esa relación que establece entre escritura y conciencia. La novela, dice, debe plantearse como «epifenómeno de un drama infinitamente más vasto, exterior a la literatura misma: el drama de la civilización que dio origen a esa curiosa actividad del espíritu occidental que es la ficción novelesca». Porque nos dice que «si la obra de arte es una estructura, a su vez debe ser considerada como integrante de otra estructura más vasta que la incluye, del mismo modo que la estructura de una melodía perteneciente a una sonata no “vale” en sí misma sino en su interrelación con la obra entera». Por tanto una de las misiones de la literatura va a ser «despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo», porque «el conocimiento de vastos territorios de la realidad está reservado al arte, y solamente a él».

Sabato afirma que la tarea central de la novelística hoy es la indagación del hombre, lo que equivale a decir que es la indagación del mal. Gracias por la teoría literaria, ¿quién sino el novelista o el dramaturgo podrá y deberá dar cuenta de esas pasiones que inextricablemente vienen mezcladas a ideas? Él identifica compromiso literario con la integración de las pasiones y de la vida; da testimonio de la realidad humana que también es inseparablemente emotiva e intelectual y recoge dentro de la obra el concepto de otredad, de pensamiento. En estos años en que la literatura parece divorciada del pensamiento, del sentimiento de otredad, en Sabato encontramos una metafísica fraterna. También al final del libro Antes del fin, recordando a Miguel Hernández, cita un fragmento de carta, esa carta que Miguel Hernández escribió desde la cárcel, donde finalmente encontró la muerte.

Pues con esa cita de Miguel Hernández, que es también el final de su libro, quiero darle por último, las gracias, y con esas citas de Miguel Hernández termino:

«“Volveremos a brindar por todo lo que se pierde y se encuentra: la libertad, las cadenas, la alegría, y ese cariño oculto que nos arrastra a buscarnos a través de toda la tierra”. Y termina Sabato: “Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”».

Muchas gracias.