7
Zarah sintió que el aire le faltaba y la habitación comenzaba a darle vueltas.
Hasta ese momento, la memoria de su madre no existía, era sólo un recuerdo vago proveniente de un sueño, entremezclado con las palabras provenientes de otras personas que intentaban crear un significado para ella a raíz del nombre de Elizabeth.
Ahora, el recuerdo de su madre era tan vívido, tan real, que no pudo evitar sentir en carne propia el dolor que había experimentado el día de su muerte, ese dolor que le atormentó el corazón durante años, sin que ella supiera a qué se debía, ese recuerdo revivido noche tras noche en esas terribles pesadillas que eran en realidad la única huella que había quedado de su pasado.
Y ahora que la herida había sido abierta una vez más, la misma aflicción volvía a hacer mella en su alma… Tan real, tan sensible, tan dolorosa…
Un fuego se encendió en su interior, avivado por la furia, la culpa y la aflicción.
—¿Cómo pudiste…?—Siseó en voz baja, levantando los ojos, bañados de lágrimas, para fijarlos sobre la mujer por la que cada vez sentía mayor desprecio… y odio—. ¡¿Cómo pudiste hacernos eso?! ¡Mataste a mi madre sólo porque tu hija pudiera tener a su novio! ¡¿Cómo pudiste ser tan egoísta, tan vil, tan despreciable…?!
Flérida sonrió mordazmente, encontrándole gusto a sus palabras, como si le divirtiera el haberla por fin hecho enfadar.
—Era necesario. Contigo vuelta a la vida, era cuestión de tiempo para que Allan te encontrara, en especial, estando dentro de La Capadocia. Tenía que quitarte del mapa antes de que eso sucediera, y sólo pasaría si tú morías. Y eso Elizabeth no lo permitiría… Pero no podía hacerlo yo sola, eso habría despertado sospechas inmediatamente, y tu madre era demasiado inteligente, lograr que no notara lo que tramaba fue algo muy difícil, y ni si quiera con todo el plan que urdí con ayuda de los Raya, conseguí despistarla totalmente.
—¿A qué te refieres?
—A que tu madre debía de sospechar algo, o de otra manera no te habría borrado la memoria para evitar que yo o cualquier otro Antiguo pudiera encontrarte.
—Entonces fue ella... Realmente fue ella quien borró mi memoria y no los Kinam—pensó en voz alta, cayendo cada vez más en la cuenta de que todo cuanto había recordado había sido cierto.
—Por supuesto. Si tu madre sospechaba de mí, debió saber que te seguiría adonde fuera que te encontrases. Seguramente decidió esconderte del mapa de los vivos que nosotros podemos captar, y mantenerte lejos del alcance de mis garras—bromeó, pasándole las uñas por el rostro—. Bloqueó tu mente y tus recuerdos, te dejó la mente en blanco, de manera que no pudiéramos seguirte el rastro. Literalmente, para nosotros desapareciste de la faz de la tierra, y por ello te dimos por muerta. Y claro, habiendo visto que tu madre se lanzó al vacío contigo en sus brazos para escapar del ataque, fue lógico dejarse llevar por ese error.
—No puedo creerlo…—los ojos de Zarah se llenaron de lágrimas—, mi familia confiaba en ti… ¡y tú nos traicionaste! ¡Por tu culpa mi madre está muerta!
—Tu madre no me importaba, era a ti a quien quería matar—le dijo con una frialdad increíble en la voz—, pero ese es un error que voy a arreglar ahora…
Zarah la vio apuntarle con un arma, idéntica a la que usaban los Raya, y sus ojos se agrandaron. Sabía, por sus clases de entrenamiento con La Capadocia, que esa arma era letal al contacto.
—Despídete del mundo para siempre, princesita. Nunca más volverás a interponerte en el camino de mi familia ni en la felicidad de mi hija…
—¡Alto!
Zarah giró la cabeza al escuchar esa voz que le erizó los vellos de la nuca. Habría deseado que Flérida disparara antes de tener que volver a ver ese rostro, a pesar de haberlo tenido que verlo cada noche en sus pesadillas…
Flagpaom.
El maldito desalmado Kisinkan que le había arrebatado a su madre y se había apoderado de sus sueños, convirtiéndolos en pesadillas, noche tras noche.
El ser al que más odiaba en el mundo…
Flagpaom miró directamente a Zarah, esbozando una sonrisa mordaz al tiempo que cambiaba su forma para adoptar la de un hombre.
Zarah no pudo evitar sorprenderse; el imponente monstruo ahora medía no más de un metro setenta, era delgado, de piel pálida y grandes ojos marrones. De no ser porque sabía perfectamente quién era él, lo habría pasado por un tipo cualquiera.
—¡No intervengas en esto, ella es mía!—Rugió Flérida, apuntando el arma hacia el pecho de Zarah, decidida a matarla en ese mismo instante.
—¡No!—El hombre levantó una mano y de ella brotó una especie de rayo eléctrico que lanzó lejos a la mujer.
El arma cayó a los pies de Zarah, pero ella ni siquiera la miró, sus ojos se mantenían fijos sobre Flagpaom, que caminaba de manera decidida hacia ella.
Zarah sabía que le debía la vida, que había intervenido en su favor, pero no pudo evitar dedicarle una mirada que reflejaba el más profundo odio que había mantenido guardado en su interior.
—Daremos un paseo, princesita—le dijo él con una sonrisa gélida, presionando un botón en una mesa de controles cercana y liberándola en el acto.
Zarah cayó de manera brusca contra el suelo, pero se levantó enseguida, sin notar los magullones de sus muñecas y tobillos, por los que la habían mantenido sujeta.
—¿Qué crees que estás haciendo? ¡Déjame matarla, ése fue el trato!—Chilló Flérida, luchando por ponerse de pie, todavía atontada por el rayo.
—El trato ha cambiado—contestó Flagpaom sin darle mayor rodeo al tema, aproximándose a la joven para llevarla con él.
Zarah retrocedió un paso para impedir que él la tocara, justo en el momento en el que un rayo cruzó el espacio en el que ella se había encontrado medio segundo antes.
—Te he dicho, que ella es mía—siseó Flérida, volviendo a apuntar con el arma.
Zarah abrió los ojos, poniéndose alerta, aunque por la expresión que le dedicó Flagpaom a la mujer, supo que él se sentía el blanco del rayo, y por un momento ella también dudó de haber sido la destinataria de ese ataque.
—¿Qué crees que estás haciendo?— Flagpaom se giró hacia la mujer para encararla, sus ojos despedían cólera al mirarla.
—Yo voy a matarla. Hazte a un lado o…—dejó la frase inconclusa, pero eso bastó para que Flagpaom se enfureciera y volviera a atacarla con un nuevo rayo eléctrico que la hizo volar por los aires.
Flérida se retorció y chilló de manera agónica, antes de caer dolorosamente en el suelo. Zarah, a pesar del odio que sentía hacia ella, no pudo evitar mirarla con lástima. A cualquiera le habría roto el corazón escuchar esa agonía…
—Ahora, en cuanto a ti—Flagpaom se giró hacia ella, extendiendo su mano con la palma abierta, invitándola a tomarla—, me han dado órdenes de llevarte con bien ante la presencia de Kudrow. Él siente simpatía por los pocos que son como él, o mejor dicho, que son como solía ser él.
Zarah arqueó las cejas. Kudrow… Había escuchado ese nombre en repetidas ocasiones, el líder de los Raya, el poderoso Alma Negra a quien todos temían… ¿Qué podía querer él con ella?
—¿Como él?—Se obligó a preguntar, intentando alargar al máximo esa conversación para ganar tiempo. Debía encontrar la forma de salir de allí.
—Un Alma Azul—siseó él, sonriendo mordazmente—. Considérate privilegiada por ser un Alma Azul, pero si intentas algo, lo que sea, te juro que te haré pasar por algo peor que eso…—hizo un gesto con la cabeza para indicar a Flérida—. Y no te gustará, princesa. Ahora sé buena y ven conmigo.
—¿Para qué me quiere Kudrow?—Preguntó Zarah, intentando ganar tiempo. Si le resultaba difícil escapar allí, le sería imposible hacerlo en presencia de un Alma Negra.
—Eso no es de tu incumbencia, ahora obedece—estiró una vez más la mano, esta vez de forma imperiosa—. Ven conmigo por las buenas, o te haré venir por las malas.
—¡No…!—El grito sofocado de Flérida le hizo estremecer las entrañas—. No vayas con él, Zarah. Tú no le interesas, sólo quieren quitarte tu poder, y si vas con él, los harás invencibles. Ni siquiera La Capadocia podrá contra los Rayas si te convierten en un Alma Negra.
—¿Me van a convertir en un Alma Negra?—Zarah palideció y miró a Flagpaom.
—No te metas, Flérida—siseó el hombre, dedicándole una mirada impaciente con la obvia intención de que se callara.
—No me digas lo que debo hacer, traidor—espetó la mujer, luchando por ponerse de pie, sin quitarle los ojos de encima al hombre, rezumantes de odio—. Eres una porquería, siempre lo has sido, no puedes cumplir un simple pacto… ¡Sabes que tengo que matarla!—El rostro de Flérida comenzaba a desfigurarse por la frustración—. ¡Ella tiene que morir! ¡Déjame matarla, o nada de esto habrá valido la pena, mi sacrificio como Capadocia y Antigua…!
—¡Te he dicho que te calles!—Bramó Flagpaom, pero algo vio en el rostro desconsolado de la mujer, que se obligó a continuar hablando, en esta ocasión intentando mantener un tono tranquilo—. Sólo cumplo órdenes. La llevaré ante Kudrow, y cuando él termine con ella, la traeré de regreso contigo para que hagas lo que quieras con ella.
—¡Eso es ridículo!—Estalló la mujer—. ¡Si renace como Alma Negra, será invencible!
—Ese es tu problema, querida mía. No el mío—rió él.
—Pero…
—¡Esa es la orden de Kudrow!—Rugió Flagpaom, obligándola a callar—. La voy a llevar ante él o mi cabeza colgará de su pared, ¿es lo que quieres, mujer?
—No, claro que no… ¡Pero tampoco quiero que la convierta en un Alma Negra! Eso significaría el fin de La Capadocia…
—¿Y a ti qué te importa La Capadocia?
—¡Mis hijas son Capadocia! El fin de la orden, significaría su fin también.
Flagpaom pareció dudar por un par de minutos, y finalmente se giró hacia Flérida, intentando razonar con ella.
—Kudrow ha dado la orden de llevarla enseguida ante su presencia, y la quiere viva. Y te guste o no, obedeceremos sus órdenes—la miró con decisión—. Yo no voy a oponerme a Kudrow, ni tú tampoco, si sabes lo que te conviene—le dedicó una mirada despectiva—. Ni si quiera tú eres tan idiota como para pensar en desafiarlo…
—¡¿Y cómo pretendes quitarle el poder a un Alma Negra?!—Se encendió Flérida—. ¡Son más poderosas que las Almas Azules! ¡Jamás podrás hacerlo!
—Tal vez yo no, pero Kudrow sí…
El corazón de Zarah se desbocó, no tenía idea de qué hacer, si se quedaba allí, Flérida la mataría, y si iba con él, la convertirían en un monstruo, el peor monstruo sobre la tierra: un Alma Negra.
—Él la quiere, debo llevársela enseguida—continuó hablando Flagpaom, dándole a Flérida una extraña consideración, después de lo mal que la había tratado.
—¡No lo harás!
—Si intervienes, mujer, te mataré.
Los ojos de Flérida se abrieron de manera desmesurada, dolida…
—Pero… ¡tú me amas! ¡Eres el padre de mi hija!
Zarah abrió los ojos como platos. ¡¿Su hija…?! No podían ser Raquel y Rebecca… Sería acaso… ¿Amy…?
—A la que traeré a vivir aquí con mucho gusto cuando tú mueras—contestó el hombre, perdiendo la paciencia.
—¡No…!—Flérida chilló, encaminándose hacia él de manera suplicante—. ¡No Amy! ¡Ella es buena! No tiene idea de nada de esto, ¡destruirás su vida si te la llevas!
—Aprenderá a ser algo mejor que una tonta Capadocia una vez que venga a vivir conmigo.
—¡No lo harás! ¡Mis hijas te detendrán! ¡No podrás vencerlas!—La aflicción de Flérida era tal, que Zarah no pudo evitar conmoverse ante su súplica.
—¿Crees que un par de Iris son problema para mí?—Ironizó él, soltando una carcajada—. Si maté a su madre—señaló a Zarah—, y ella era una Capadocia en toda la extensión de la palabra, ¿crees que tendré problema en acabar con un par de Iris con el don del agua y el hielo? ¿Qué van a hacerme? ¿Provocarme un resfriado?—ironizó mordazmente.
Los ojos de Flérida se llenaron de lágrimas.
—Allan…—el rostro de la mujer se iluminó ante esa idea—. ¡Él es el mejor amigo de mi hija, él no permitirá que les hagas daño!, ¡Allan acabará contigo si te atreves a entrometerte en la vida de mi familia!
—Allan no moverá un músculo cuando se entere de que tú lo traicionaste y mataste a su esposa—volvió a señalar a Zarah—. Realmente me has hecho un favor muy grande, Flérida. Sin ese Allan entrometido en el juego, el vencer al Círculo de la Estrella será juego de niños.
—No…—la mujer cayó de rodillas—. ¡Te lo suplico! ¡No les hagas daño a mis hijas, a ellas no…!
—¡Quítate!—La empujó con el pie, humillándola al máximo—. Debo llevar al Alma Azul con Kudrow.
Se escuchó un torbellino mezcla de gritos, golpes y muros derrumbándose.
Zarah no supo de qué se trataba hasta que las puertas volaron de sus goznes, y para su sorpresa, vio aparecer por ella a otro de esos Kinam, pero éste era más grande y fuerte que los normales y también tenía alas, de un porte muy similar al de Flagpaom al estar convertido.
Flagpaom pareció sorprenderse al verlo, por primera vez lucía sobresaltado.
—Tanek…—musitó, cambiando de forma para adoptar la inmensa figura del Kisinkan, apenas un par de cabezas más alta que la de Tanek.
Su cuerpo se alargó y ensanchó, se volvió completamente negro y sus alas adquirieron un tono rojo en las puntas; en sus brazos, piernas y torso aparecieron franjas rojas. Su cola, mucho más larga que la de los otros Kinam, poseía tres púas en lugar de una, y también sus brazos y piernas tenían el doble de púas venenosas que las de otros Kinam.
—¿Tanek?—Zarah abrió los ojos al máximo, sin poder evitar que se le llenaran de lágrimas por la emoción de encontrar por fin un aliado en medio de esa pesadilla.
—¿Cómo estás, Zarah?—Le preguntó él, apartando apenas la vista del monstruo que tenía enfrente.
—Bien…aunque podría estar mejor—intentó bromear en esa situación desesperada.
—En un minuto te sacaré de ahí linda, en cuanto termine con este monstruo abominable.
—¿Y pretendes que será muy sencillo, Tanek?—Rió el otro, adelantándose para enfrentarlo también.
—No me importa si es sencillo o no, he esperado este momento por once años y gozaré cada segundo en el que te esté haciendo pedazos.
Zarah frunció el ceño, ¿once años? ¿Exactamente los años desde que…?
—Al fin nos encontramos de frente, Flagpaom—gruñó Tanek, avanzando en la habitación despidiendo odio por cada uno de los poros de su cuerpo.
Flagpaom se inclinó, parándose en cuatro patas como un león a punto de atacar.
Zarah miró a Tanek, preocupada, aunque él no parecía estarlo en absoluto. Erguía su espada frente a él, sin vacilar ni por un momento en su decisión de terminar con ese monstruo cuando Flagpaom se abalanzó contra él.
Tanek levantó su espada y con ella hizo salir despedido al monstruo contra una pared.
El muro se resquebrajó con el golpe, partiéndose en diminutos fragmentos que cayeron al suelo junto con Flapaom, todavía atontado por el golpe.
Tanek se aproximó a él a paso lento, irguiendo todavía la espada levantada ante él.
—Tú mataste a mi esposa, intentaste matar a mi hija y destrozaste a mi familia…— le dijo con voz seca, dándole tiempo para incorporarse y continuar la pelea—. Y ahora, yo te destrozaré a ti…
Los ojos de Zarah se abrieron al máximo, ¿su esposa?, ¿su hija…?
¡¿Tanek era su padre?!