Tres puntos
 

Leslie estaba sentada, tamborileando con las manos impaciente sobre la mesa del pub. Las chicas llegaban veinte minutos tarde, algo que odiaba. Detestaba la sensación de estar sola en una mesa, como si la gente pudiera verla y burlarse de ella por ese motivo; al menos, Evan andaba por allí repartiendo cervezas, comida y guiños de ojos. Una de las veces que pasó a su lado se dejó caer en la silla que había en frente suyo.

—¿Las chicas llegan tarde? —preguntó, y ella confirmó con un gesto—. Tranquila, estarán buscando el coche, a saber dónde acabó anoche.

Era domingo. Aquel detalle la alivió, eso significaba que en breves minutos entrarían por la puerta, y que pedirían comida para mitigar un poco la borrachera del sábado. Con suerte, quizás habían preparado aquel pastel de carne que…

—Oye —Evan la devolvió al presente de golpe—, he estado pensando en lo que hablamos el otro día durante la excursión.

—Ah, ¿sí? —Leslie no tenía la menor idea de a qué se refería.

—Ajá —él pareció divertido, como si lo adivinara—. Sobre Shane.

—Ah, sí, sí. Claro. ¿Qué has pensado? —lo miró, intrigada.

—Creo que ya va siendo hora de que le reconozcas a ese chico su enorme paciencia. Y que tengas un detalle con él.

Leslie parpadeó, sorprendida.

—Oye, que le pago todos los meses, ¿eh? —se apresuró a replicar.

—¿Y ese sueldo es suficiente para compensar los años que te lleva soportando? No es por nada, Leslie, pero cuando llegaste aquí tenías pinta de arpía. Y seguro que jamás en tu vida le has dado una palmadita en la espalda.

Ella le escuchaba, todavía atónita. Pues… no, claro, pero es que siempre había creído que lo de las palmaditas en la espalda era un atraso. O sea, ¿agradecerle a tu empleado que hiciera bien su trabajo? ¿Es que estaba el mundo loco? Era su obligación.

Pero también escuchó esa vocecita que le decía que Evan estaba en lo cierto, y que ahora que el tiempo le había dado otra perspectiva de todo, tenía que admitir que Shane se merecía un monumento por aguantarla. Se puso recta en la silla mientras le venían fogonazos de peticiones absurdas o molestias innecesarias que le había ocasionado, por no hablar de jornadas de trabajo interminables. Y frunció el ceño, mirando al escocés.

—¿Qué sugieres?

—Dale vacaciones.

—¿Qué? No, imposible, ¿cómo voy a hacer eso, quién estaría para… todo?

—Leslie, dale vacaciones.

—Bueno —ella refunfuñó—. Podría hacerlo, supongo. Karen se ocupará de ayudarme.

—No, de eso nada. Dale vacaciones a los dos, que se vayan de viaje.

—¿A los dos? ¿Al mismo tiempo? —Leslie estaba a punto de entrar en pánico solo de imaginarse llamando para algo sin que nadie respondiera para atender sus necesidades.

Evan se reía sin ninguna vergüenza.

—¿Quieres conservar a Shane contigo? Pues mándalo fuera, lo veo un poco estresado últimamente.

La inglesa aún no se había puesto a pensar en aquel tema. Había dado por hecho que Shane haría lo que le ordenara. Y claro, eso no parecía muy probable, sobre todo porque le había prometido que solo estarían un año… y poco a poco habían pasado los meses, y el plazo estaba cerca de terminar.

—Bueno, está bien. Supongamos que te doy la razón y les doy vacaciones, ¿cómo eso…?

—Vacaciones y un viaje. Si se van juntos, como mínimo arreglarán sus diferencias, porque el otro día los encontré tirantes… y siendo positivos, a lo mejor dan el paso. El otro, ya sabes.

Leslie digirió aquella idea, y meneó la cabeza.

—O sea, que me quedo sin ellos unos días, y encima tengo que regalarles un viaje… —Miró al techo mientras ponía los ojos en blanco.

—No seas tacaña. Tienes más dinero del que puedes gastar, y estoy convencido de que nunca has tenido un detalle con él.

La joven murmuró algo ininteligible. Claro que no, de hecho jamás se le había pasado por la mente… ni siquiera le dejaba elegir sus vacaciones, debía ausentarse al mismo tiempo que ella porque no quería prescindir de ayudante. Notó que se ruborizada al recordarlo y dio un sorbo a la cerveza para pasar el mal momento.

—Lo pensaré —comentó, ante la mirada de Evan.

—Buena chica. —El joven sonrió justo en el momento en que se abría la puerta—. Mira, ahí viene el triunvirato pelirrojo. Luego nos vemos. —Y la besó en la mejilla, antes de levantarse.

Las chicas se acercaron saludándole con la cabeza.

—¡Llegáis veinte minutos tarde! —protestó Leslie, al comprobar que no estaban en absoluto apuradas y que venían charlando tan tranquilas.

—Huy. —Karen se dejó caer a su lado—. Pero, ¿en serio lo has notado? Como estás tan atontada con Evan pensaba que solo veías florecillas y unicornios rosas, y que el resto del mundo no te importaba un carajo.

Leslie estuvo a punto de soltar una respuesta ofensiva, pero terminó por desistir. En realidad, Karen llevaba razón, no se enteraba de nada; de no ser por Evan, ni siquiera se hubiera percatado de lo que supuestamente él veía entre la pelirroja y Shane. Se planteó sacar ese tema de conversación, pero después pensó que no parecía el momento adecuado y lo dejó correr. Tendría que pensar en la sugerencia de Evan con calma, consultarlo con la almohada.

 

* * *

 

Al día siguiente era lunes, y todos trabajaban en un cómodo y soporífero silencio hasta que oyeron una puerta abrirse acompañado de un taconeo moderado.

—Shane, ven un momento a mi despacho —ordenó Leslie, para acto seguido darse la vuelta y echar a andar sin comprobar si la seguía.

El chico se levantó, tras intercambiar una mirada con las pelirrojas; ambas se encogieron de hombros, de manera que fue tras ella preguntándose qué habría hecho. Por lo general, cuando Leslie usaba ese tono no solía ser para nada bueno… quizá iba a hablar con él sobre su puesto, tampoco le hubiera sorprendido.

Entró en su despacho y cerró la puerta. Leslie estaba ya sentada en su mesa, ojeando unos papeles que tenía entre las manos.

—Bueno, ¿qué pasa? —preguntó él, empezando a impacientarse de que le tuviera esperando sin motivo aparente—. ¿Toca bronca?

—¿Qué? ¿Por qué piensas eso?

—Yo que sé. Es lo que suele pasar cuando me llamas así al despacho.

—No, no, tranquilo, en absoluto —Leslie puso una sonrisa—. Más bien al revés.

Shane no entendía nada. Empezaba a pensar que su jefa estaba perdiendo la chaveta con aquellos comportamientos cada vez más erráticos.

—¿Cuánto llevas trabajando para mí? ¿Seis años?

—Sí, seis años —«Seis largos años», le susurró una vocecilla en su cabeza.

—Empecé a trabajar tan joven… —murmuró Leslie, como para sí— Apenas había acabado los estudios y ya estaba de becaria con Alan. Mi carrera subió muy deprisa, pero claro, yo pensaba que eso era lo normal. No entendía por qué la gente joven perdía tanto el tiempo en salir de fiesta, o de viaje, o de cenas con sus amigos.

El irlandés se frotó la frente, cada vez más convencido de que no acabaría la mañana sin tener que llamar a un médico. De cuando en cuando, Leslie se tomaba tres copas y entonces disertaba hablando de cosas sin sentido, pero eso era excepcional, y desde luego en ese momento no se veía borracha… trató de concentrarse en su monólogo, los últimos días no le hacía demasiado caso porque estaba más preocupado por Karen. Seguía distante, y no se le ocurría cómo arreglarlo.

—Tú también eras muy joven cuando te contraté —Leslie lo sacó de sus pensamientos y volvió a prestarle atención.

—Veintitrés años.

—Lo sé. Pero aparentabas dieciocho… pensé que no aguantarías ni una semana. Las secretarias no me duraban ni un mes.

—Eso era por ti, Leslie, no por ellas. Las aterrorizabas.

Leslie se quedó unos segundos perpleja, pero acabó por afirmar con la cabeza. No le quedaba otra que admitirlo, al menos ahora si echaba la vista atrás se daba cuenta de su actitud: siempre gritando a sus ayudantes, exigiéndoles cosas a veces imposibles, con ese carácter seco que la había caracterizado tantos años…

—¿Hablaban de mí? —preguntó, sin estar segura de querer conocer la respuesta.

—Claro que hablaban de ti. Y antes de irnos aún lo hacían. ¿Por qué crees que acabé siendo yo tu ayudante? Me pasaron de la planta de arriba, de oficinas. Nadie quería trabajar contigo, las chicas se iban llorando a casa.

—¿Y por qué tu no?

Shane se encogió de hombros.

—No pienso decírtelo.

—Pues quiero saberlo. Te prometo que no habrá repercusiones. —Le miró, desafiante.

—Muy bien. Aguantaba trabajar para ti porque me dabas pena. —Vio cómo su jefa abría los ojos de par en par, anonadada—. ¿Qué? Tú has preguntado. Han sido seis años, Leslie, de broncas cuando te salían mal las cosas. O de llamarme en mitad de la noche para una tontería de las tuyas, o de hacerme coger un vuelo de regreso de Dublín solo porque necesitabas que te reservara un billete de avión y a ti no te apetecía hacerlo. Tengo paciencia, y cuando notaba que se me acababa, pensaba: Pobrecilla. En realidad no tiene nada. Y así es como he conseguido soportarte todos estos años.

A Leslie casi se le había olvidado el fin de hacer ir a Shane a su despacho, que era recompensarlo de una vez por todas. Escuchar aquellas palabras dolía, sobre todo porque todas y cada una de ellas eran ciertas, y sí, había hecho esas cosas.

—Pero ya no —trató de recuperar la postura y defenderse.

—La verdad que ahora no tengo queja alguna, ya pareces casi humana —Shane le sonrió, en parte para paliar un poco su comentario anterior—. ¿A qué viene esto, Leslie? ¿Estás haciendo limpieza de conciencia o algo así?

Ella afirmó vagamente, aún confundida.

—Yo… bueno, te he hecho venir porque… sé que he sido una jefa demasiado… bueno, no sé cómo explicarlo, la verdad.

—Un coñazo.

—Vale, un coñazo —admitió la morena a regañadientes—. Sé que soy dura, que no le caigo bien a la gente. Como ya has señalado, he hecho llorar a un montón de personas que trabajaban para mí, y pensaba que así era como debía ser, una jefa dura pero justa. Pero aun siendo de esa forma, eso no me impide reconocer que tú eres bueno.

Shane estuvo a punto de caerse de la silla; suerte que esta tenía todos los tornillos. Se quedó mirando a Leslie como si le faltara un tornillo, porque ni una sola vez desde que se había puesto a sus órdenes había escuchado un solo cumplido salir por su boca, y menos dirigido a él.

—No podría haber conseguido nada sin tu ayuda, eres mi mano derecha. Y no solo porque me has traído semillas de calabaza orgánicas un sábado a las dos de la madrugada porque tenía antojo y no paré hasta localizarte —sonrió.

—Ya, eso fue una putada, en realidad…

—Muchas veces amenazo con despedirte, pero en realidad nunca lo haría.

—Porque nadie más quiere trabajar para ti… bueno, ahora seguro que sí. Aunque no tengo muy claro que si vuelves a Londres no recuperes tu antigua forma de ser.

Aquel si vuelves a Londres dejó a Leslie pensativa unos segundos. En ese mismo instante, la idea de regresar se le hacía muy, muy lejana. No concebía abandonar Kiltarlity, y mucho menos a Evan, pero el día menos pensado iba a recibir una llamada que le haría tener que abordar ese tema, y le asustaba.

—¿Ha acabado ya este momento entre jefa y esclavo? —el tono de broma de Shane la hizo regresar a la realidad.

—No. Te he hecho venir para dejarte claro que aprecio tu trabajo y tu esfuerzo, pero eso son solo palabras, y deberían ir acompañadas de hechos, así que… —Cogió un sobre y se lo tendió—. Esto es para ti.

—Vaya. Espero que sea una prima generosa —Shane lo aceptó.

—Tampoco te pases, que aún te quedan puntos que mejorar…

—¿Qué es esto? ¿Un viaje? —preguntó el chico, sorprendido, mientras miraba el interior del sobre.

—Sí, para dos.

—¿Dos? —repitió él, creyendo haberla oído mal.

—Eso es, es un viaje para dos personas. Te hubiera regalado uno solo, ya sabes que no me gusta tirar el dinero, pero lo cierto es que viajar solo es aburrido, a menos que tengas alma nómada… con quien vayas ya es cosa tuya. Aunque imagino que te irás con Karen —sugirió, como si fuera lo más natural del mundo.

—¿Que me lleve a Karen? —Shane cada vez estaba más sorprendido, mirando a su jefa como si fuera la primera vez en su vida que la veía.

Leslie quitó importancia con un gesto.

—Hombre, tú sabrás. A falta de novia tienes a tu amiga, pero también podrías llevarte a Vika. —Y sonrió al ver su reacción—. Como si quieres ir solo, no es asunto mío, pero que sepas que es decisión tuya.

—Puede que no sea mala idea… —dijo él, pensativo—. Lleva días que está como enfadada y no sé si es cosa mía o qué. Pueden ocurrir dos cosas, que le parezca bien o que me lo tire a la cabeza, ¿crees que debo arriesgarme? Que Karen es muy escocesa.

Ella frunció los labios, pensando en lo surrealista de la situación. Si hacía meses le hubieran dicho que estaría sentada en un despacho intercambiando impresiones sentimentales con su ayudante personal, se hubiera reído de manera sarcástica.

—Eso es cosa tuya, no mía. Yo solo te pongo los medios para que te tomes un descanso —sonrió divertida—. Te doy una semana de vacaciones, y un viaje para dos con todos los gastos pagados, pero oye, si al final Karen va contigo que me avise.

—¿Qué vas a hacer sin ninguno de nosotros? —Shane se levantó, sin acabar de creerse del todo lo que estaba pasando—. Leslie, que nunca has estado sola.

—Podré apañarme. —La morena le guiñó un ojo intentando aparentar seguridad, aunque no las tenía todas consigo y que Shane le remarcara ese hecho le producía temblores.

—Vale, vale. Nunca pensé que diría esto, pero… gracias.

—De nada. Diviértete.

Cuando el irlandés hubo salido, Leslie empezó a dar vueltas en su silla mirando al techo. Pues esperaba que Evan tuviera razón en sus apreciaciones, realmente estaba considerando la idea de quedarse a vivir en Kiltarlity, y si eso ocurría su intención era que Shane se quedara con ella. Lo cual sería mucho más sencillo si tenía un interés amoroso viviendo allí.

Pero lo primero era lo primero, y ella debía seguir trabajando, así que hizo un esfuerzo por que su mente no divagara para poder concentrarse.

Shane regresó a su mesa, aún estupefacto. Nunca habría esperado algo así de Leslie, ya que le agradeciera su trabajo era de impresión, pero, ¿un viaje de regalo? Por Dios, si todos los años renegaba cuando le tocaba darle vacaciones. Estaba tan desconocida que asustaba. Vika y Karen le miraron inquisitivas; ambas habían estado atentas por si escuchaban gritos, y al no darse estos estaban intrigadas.

—¿Ha sido muy dura? —preguntó la primera.

—Me ha dejado de piedra —replicó Shane sin mentir.

—Pobrecito. —Vika le miró con simpatía—. Tendrá mal día.

Shane volvió al trabajo, siendo consciente de que en circunstancias normales Karen ya habría estado en su mesa cotilleando sobre el motivo de haberlo llamado. Lo que reforzaba su idea de que estaba rara con él, a pesar de comportarse más o menos normal. La conocía ya bien, y a esas alturas no podía engañarle, así que decidió que pensaría en la sugerencia de Leslie de llevársela de vacaciones. Total, el no ya lo tenía…

Se marchó a la hora de salir, dando vueltas al asunto y dejando al triunvirato pelirrojo encargado de cerrar. Vika apagó su ordenador y desvió la mirada hacia su amiga, que estaba haciendo lo mismo en su sitio.

—¿Por qué estás tan borde? —preguntó.

—¿Qué?

—Pues eso, que estás borde. Pobre irlandés.

—Ya estamos con pobre irlandés, ¿algún día me darás la razón a mí? —protestó Karen, levantándose de su silla.

—Eres una borde —dictaminó Vika con aplomo—. El chico recurrió a ti como amiga para contarte lo del trabajo, y tú reaccionaste como una novia.

—¿Qué? —repitió Karen, parpadeando—. No, eso no es cierto. Es solo… ¡no pienso apoyarle en que se busque otro trabajo! Llámame egoísta si quieres. Y además, tú misma me dijiste que no lo mirara como si fuera un brownie, ¿no? Pues eso hago.

Davina entró justo a tiempo de escuchar la última frase.

—¿Brownie? ¿Dónde? —preguntó, sonriendo—. Porque tengo un hambre…

—Karen, más vale que te aclares. O te comes el brownie o lo dejas en el plato, pero hagas lo que hagas, no lo estrujes.

—No es buena idea dejar un brownie en el plato —comentó Davina—. Ya sabes, esos pasteles no duran sin que alguien se los coma. —Sus dos amigas se giraron hacia ella—. ¿Qué? Una vez olvidé mis donuts en el mostrador mientras iba un segundo al baño, ¡y al volver no estaban! Os juro que no vi a nadie entrar, ¡y solo eran donuts!

Karen sacudió la cabeza, poco convencida.

—Pero, ¿y el brownie? —insistió Davina, mirando a su alrededor.

—Davina, en serio, las metáforas no son lo tuyo, ¿eh? —Vika suspiró, exasperada—. Anda, vámonos al pub. Necesitamos una pinta.

—Yo quiero un brownie… —murmuró Davina, siguiéndolas.

 

Tras unas horas, Shane decidió finalmente que aceptaría el regalo de su jefa, y que intentaría que Karen le acompañara. A lo mejor así su relación dejaba de enfriarse, porque ese tema le preocupaba; no sabía dónde había metido la pata y le daba igual, solo quería arreglarlo. Temía un poco su reacción, pero eso no lo iba a disuadir de intentarlo.

No comentó nada en la oficina, pero una vez estuvo en su casa y se hubo desecho de la ropa de trabajo, se puso algo más cómodo y cogió el móvil para usar el WhatsApp, escribiéndole un mensaje a Karen.

«¿Me acerco a tu casa y hablamos un momento?»

Ella tardó cinco interminables minutos en responder con un:

«Bueno.»

Shane decidió ignorar aquel poco entusiasmo. Cerró la puerta y cruzó hasta el porche de la pelirroja, que acababa de abrir la puerta; se hizo a un lado para dejarle entrar, mirándolo de reojo como si desconfiara.

—¿Cómo estás? ¿Aún enfadada? —Ella se encogió de hombros—. Si crees que voy a dejar que te escaquees sin más lo llevas claro. Somos amigos y los amigos hablan los problemas, así que aquí estoy. Cuéntame que pasa.

—Pues eso mismo… que como somos amigos, me molesta la idea de que te busques trabajo fuera de aquí. —Karen se cruzó de brazos—. ¡Y no sonrías!

—Perdón… pero tienes que entenderlo.

—Lo entiendo. Pero no me gusta, y a estas alturas de mi vida no voy a ponerme a fingir… tú tienes derecho a irte, y yo a estar molesta con esa situación —Karen sabía que estaba siendo cabezota, pero también que era cierto lo que decía.

—Vale —repuso él—, pues te propongo una cosa… hoy Leslie me ha dado una sorpresa, algo que no esperaba para nada. Fíjate que hasta dudo de que haya sido idea suya, pero en fin. Me ha dado vacaciones con un viaje de regalo, y puedo llevarme a alguien conmigo.

Ella le miraba sin entender nada. ¿De qué puñetas le hablaba, le decía que le iba a echar de menos con otras palabras y Shane le hablaba de irse de vacaciones? Le entraron ganas de pegarle un puñetazo, pero se contuvo.

—Me estoy refiriendo a ti —aclaró el chico, al ver que la escocesa no decía nada.

—¿Que me vaya de viaje contigo?

—Sí. Venga, sabes que nos divertiremos. Podremos hablar con calma de lo que sea, y Karen… cuando llegue el problema que te preocupa, ya lo solucionaremos. No tiene sentido adelantarse.

Observó cómo Karen consideraba la oferta unos segundos, pero en realidad tenía la sensación de que diría que sí.

—Oye —dijo la pelirroja al cabo de un rato—, Leslie se va a morir sin ninguno de los dos.

Y después de varios días, por fin parecía que volvía la paz entre ellos.

 

* * *

 

Karen miró el paquete que le había dado Leslie el día anterior envuelto en papel marrón, y lo abrió con curiosidad, aunque ella había insistido en que lo hiciera una vez en su destino. Era una caja de preservativos, con una nota que decía:

«Espero no ser la única que esté viendo unicornios rosas.»

Sacudió la cabeza con una sonrisa. No, si al final iba ser más transparente de lo que pensaba… aunque no tenía nada claro que fuera a utilizarlos, los guardó entre la ropa.

Cogió la maleta y bajó a la calle, donde Shane ya estaba esperándola junto a un taxi que habían pedido a Inverness.

El conductor cogió su maleta, y tras guardarla emprendieron el camino.

—¿Vas a decirme dónde vamos? —preguntó ella.

—De momento, a Inverness a coger un autobús —contestó Shane, con una sonrisa misteriosa.

Karen hizo un mohín, pero desde que aceptara acompañarle unos días atrás, no había parado de preguntar dónde era el viaje que Leslie le había regalado, y el irlandés no soltaba prenda. Ocupó el asiento del copiloto muerta de curiosidad, pero estaba claro que Shane no iba a dar ni una pista.

Una vez en Inverness, el taxi los dejó junto a la estación de autobuses, pero Shane se las apañó para subirla en uno sin que ella lograra ver lo que ponía en su parte frontal, así que se dedicó a mirar con interés por la ventanilla intentando averiguar hacia dónde se dirigían.

Tras un par de horas de camino, lo miró con una sonrisa.

—Ya sé dónde vamos —dijo.

—Ah, ¿sí?

—Esta carretera va dirección a la isla de Skye, ¿a que sí? —Shane afirmó con la cabeza, esperando que le gustara el destino—. Estuve una vez de pequeña… pero no me acuerdo.

—¿Entonces te parece bien?

—Estoy deseando llegar. —Dio un par de palmaditas de entusiasmo—. ¿No estás emocionado? ¡Vamos a ver ballenas! Tenemos que buscar alguna excursión, y…

—No, no hace falta. —Sacó el sobre de su mochila y se lo entregó—. Leslie nos lo ha organizado todo: hotel, excursiones en barco… Está todo ahí.

—¿En serio? —Revisó los papeles—. ¡Y tú siempre diciendo que era una seca!

—Es el aire de las tierras altas, que le ha afectado el cerebro. Eso, y tu primo. Que no sé qué le ha hecho ni quiero saberlo.

—Cuando volvamos habrá que darle las gracias. —Miró el reloj—. Qué guay, llegamos para comer y esta noche ballenas. A ver si no llueve mucho…

Y miró por la ventana preocupada, ya que estaba comenzando a chispear. Shane no la contradijo, porque estaba seguro de que iba a llover: no había dejado de hacerlo ni un solo día desde que llegaran allí. Y menos mal, que después de su órdago en el pub la gente parecía estar esperando a que el cielo despejara cinco minutos para lanzarle indirectas.

Poco después llegaron a un pequeño pueblo en la costa. El hotel estaba cerca de la parada, así que fueron a dejar las maletas antes de ir a comer. Les dieron habitaciones pegadas la una a la otra, a lo cual Karen comentó vaya, al ladito como en casa. Lo cual le hizo recordar a Shane esas veces que la muy distraída se había dejado las cortinas medio abiertas… y tuvo que concentrarse en deshacer la maleta para que su mente no desvariara.

Después de comer dieron un paseo por el pueblo para ver los acantilados, y tras una cena ligera, se presentaron en el puerto, donde ya había una cola de turistas esperando subir al barco.

—¿Viaje de novios? —preguntó el que les cogió los pases.

—¿Perdón? —replicó Shane.

—Felicidades, les va a encantar. Es la excursión favorita de los recién casados.

—No, si nosotros…

—Venga, vamos —le interrumpió Karen, tirando de su brazo.

Shane se dejó llevar, mirando al resto de parejas que había alrededor: todas haciéndose arrumacos y carantoñas, y estuvo a punto de darse media vuelta. Tanto amor en el aire le estaba poniendo nervioso.

Un marinero se acercó y les entregó un par de impermeables, dándole las instrucciones de seguridad necesarias para el viaje. Después el barco se puso en marcha, y buscaron un hueco en la barandilla desde el que poder ver el océano.

Tras internarse unas cuantas millas mar adentro, el barco se detuvo, y escucharon cómo uno de los marineros avisaba de que se acercaba un cetáceo por su lado. Karen se asomó a la barandilla, entusiasmada, y Shane la cogió por la cintura temiendo que se cayera de la emoción. Escucharon el sonido del agua salpicar, mientras el resto de turistas les rodeaban. Entonces vieron una aleta, seguida del cuerpo enorme de una ballena, que se hundió de nuevo bajo el agua.

Karen miró a Shane con ojos chispeantes de alegría.

—¿La has visto? —preguntó—. ¡Es preciosa!

Pero Shane no estaba mirando al mar, sino a ella. Karen se quedó quieta, notando algo diferente en su mirada, algo como si quisiera… Se humedeció los labios, nerviosa, mientras él se inclinaba hacia ella… y de pronto oyeron un estrépito y una enorme ola les mojó de la cabeza a los pies, obligándoles a separarse. La gente estaba aplaudiendo, y entonces se dieron cuenta de que una ballena acababa de saltar junto a ellos, empapando a todos los presentes. Se miraron de nuevo, pero no se acercaron, era como si el extraño momento ya hubiera pasado y de nuevo, eran solo dos amigos. La excursión duró un rato más, durante el cual lo único que lograron fue mojarse más del agua de mar y lluvia, además de ver otro par de ballenas… pero ambos parecían tener la mente en otro lugar.

Tras darse una ducha para quitarse la sal y, de paso, intentar relajarse, Shane se colocó la toalla alrededor de la cintura y se sentó en la cama, sin poder quitarse de la cabeza lo que había pasado.

Si no hubieran recibido aquel jarro de agua fría, nada metafórico, la habría besado. Y no estaba seguro de qué habría pasado después. Conociendo a Karen, lo mismo le daba una bofetada que le dedicaba una de esas sonrisas que le volvían loco mientras le rechazaba amablemente recordándole que eran amigos.

Se pasó una mano por el pelo mojado, con el ceño fruncido al darse cuenta de lo que había pensado. Y sí, maldita sea… se había vuelto loco por ella.

«Mierda», pensó.

Se dejó caer en la cama con las manos en cara, pensando en el lío en que se había metido. Porque estaba claro que amigos eran. Esa línea ya estaba cruzada, a ver cómo seguía uno siendo amigo de una chica a la que quería hacer el amor durante horas.

Aquel pensamiento lo pilló de nuevo desprevenido, y bajó la mirada a la toalla. Genial. Ahora tendría que darse otra ducha, y esta bien fría. O eso, o salía a la calle a correr bajo la lluvia hasta agotarse físicamente.

Su mirada se desvió hacia su móvil… siempre se enviaban un mensaje de buenas noches. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Se lo enviaba, como si no hubiera pasado nada? ¿Esperaba a que lo enviara ella? Mira que sabía que instalar aquella aplicación del demonio solo iba a traerle problemas…

Se levantó y lo cogió, para quedarse con él entre las manos como si en la pantalla fuera a aparecer la solución por arte de magia.

 

Karen se sentó en la cama con el móvil en la mano. Se ajustó el albornoz, dejó el aparato sobre la colcha y empezó a cepillarse el pelo sin dejar de mirarlo.

¿Qué se suponía que debía hacer?

Le había parecido que Shane iba a besarla, antes de quedar empapados de pies a cabeza. Y por Dios que había querido que lo hiciera. Vale que ella era la primera que defendía la amistad entre un hombre y una mujer sin sexo de por medio, pero ya estaba cansada de estar en esa línea. No sabía si Shane por fin había captado sus indirectas, si había sido el ambiente romántico, la intimidad de esos días solos o qué. Pero ya había llegado a su límite: necesitaba saber si iban a seguir en modo amigo para siempre o si él quería dar el siguiente paso y no era todo producto de su imaginación, o, peor aún, si no estaba proyectando su deseo en él.

«Menudo lío», pensó.

Cogió el móvil indecisa. Siempre se daban las buenas noches… si no decía nada, podía parecerle extraño. Pero si lo del cuasibeso había sido solo producto de su imaginación, a lo mejor él estaba incómodo y prefería mantener las distancias.

Resopló fastidiada. Al cuerno, un mensajito no hacía mal a nadie.

«Buenas noches, Shane.»

 

Shane había pulsado la tecla de enviar justo en el momento en que le llegó el mensaje de Karen. Parecía que se habían puesto de acuerdo. Se sentó en el borde de la cama mirando las letras, pero no había más que sacar de ahí que un mensaje neutro.

Tras pensárselo unos segundos, tecleó de nuevo.

«¿Estás ya en la cama?»

«Todavía no, ¿y tú?»

«No, acabo de salir de la ducha.»

Karen no sabía si el mensaje iba con segundas, pero su imaginación ya estaba haciendo de las suyas. Se mordió el labio, y contestó:

«Yo también.»

A Shane casi se le cayó el móvil, con la imagen de Karen desnuda y mojada inundando su mente.

«Ten cuidado no cojas frío», le contestó. «Joder, parezco su madre», pensó. Pero ya no podía borrarlo.

Karen parpadeó al leerlo. ¿Ahora le hablaba como si fuera su madre? Pues sí que iba apañada. Que no quería despertar en él ningún instinto paterno filial, ni de protección, ni nada.

«Tranquilo. Ya me he secado.» Dudó unos segundos. «Con mucho cuidado.»

A Shane se le secó la garganta. ¿Eso iba con segundas? Y entonces su móvil vibró de nuevo.

«¿Y tú?»

«A medias. Todavía estoy con la toalla.» Titubeó. «¿Y tú?»

Karen notó que su corazón se aceleraba. ¿Sabía él lo que estaba pensando al imaginárselo solo con una toalla? Se quedó unos segundos pensando qué contestar. Claro, el mensajito cambiaba según cómo lo leyera. Si lo leía con entonación neutra, era una información sin más, como si le dijera que estaba viendo un partido de fútbol; pero si lo leía con tono insinuante… ¿Querría Shane jugar? Porque ella sí.

A la porra. No iba a quedarse con la duda. Dejó el cepillo y cogió el móvil con las dos manos.

«Con un albornoz.» Esperó un par de segundos. «Nada más.»

Shane casi aplastó el móvil entre los dedos del impacto.

«Vale, Shane, relax. Piensa lo que vas a poner, no vaya a ser que te esté tomando el pelo.»

Porque eso de que los mensajitos de marras no tuvieran entonación no ayudaba. Al cuerno. Que se riera de él al día siguiente si quería, mejor salir de dudas.

«¿Vas a dormir con él puesto?»

«No, creo que dormiré sin nada. ¿Y tú?»

«Tampoco.»

«¿Sigues mojado o ya te has secado?»

Shane se miró. El pelo le goteaba, y su pecho seguía húmedo de la ducha.

«Sigo mojado. ¿Y tú?»

«Solo el pelo. ¿Por qué no te quitas la toalla y te secas?»

«¿Eso quieres?»

«Sí. Yo me voy a dar crema. Así que me he quitado el albornoz.»

¡La madre que la parió! Shane estaba al borde de la taquicardia. Por no hablar de su toalla, que ya se había convertido en una tienda de campaña en toda regla. Se levantó, pero se quedó parado en la puerta. A ver si Karen solo estaba jugando y le cerraba la puerta en las narices… le iba a dar algo, tuvo que reescribir varias veces el mensaje de respuesta para hacerlo legible.

«¿Necesitas ayuda con la crema?»

Aguantó la respiración mientras esperaba su respuesta.

«Sí.»

Shane nunca hubiera imaginado que una sola palabra y encima de una sílaba, podría causar esos estragos en su cuerpo. Sin pensárselo más, salió como una exhalación del cuarto, y al llegar a la puerta contigua se encontró con que estaba abierta.

Tragó saliva y la empujó sin llegar a entrar; sus ojos se oscurecieron al ver el interior. Karen estaba sobre la cama, desnuda. Se había colocado bocabajo y tenía las piernas cruzadas, mientras se apoyaba en los codos y le mostraba un bote de crema hidratante. La postura no le dejaba ver nada, pero era lo más sexy e insinuante que Shane había visto jamás.

Ella se humedeció los labios, nerviosa. A ver si se había pasado de directa… Que Shane para algunas cosas era muy serio, y tampoco quería espantarle por mostrarse demasiado lanzada.

Pero entonces él cerró la puerta, sin dejar de mirarla, y Karen sonrió. Si lo que se adivinaba bajo la toalla era indicativo de algo, era de que el chico no iba a darse media vuelta.

Shane se acercó despacio, como si temiera que en cualquier momento ella fuera a desaparecer. Cuando llegó a su altura, Karen señaló su toalla con el bote.

—Me parece que estoy en desventaja —le dijo.

Shane soltó el nudo y la dejó caer al suelo, endureciéndose aún más al ver cómo los ojos de Karen se oscurecían al mirarle. Se inclinó hacia ella, manteniéndole la mirada, pero cuando parecía que estaba a punto de besarla, le cogió el bote de crema.

—Creo que necesitabas ayuda con esto —dijo, con voz ronca.

Karen se obligó a mantenerse quieta: ella había iniciado aquel juego, así que le seguiría la corriente. Se echó el pelo aún mojado a un lado para darle mejor acceso a su espalda, mientras notaba cómo Shane se subía a la cama y se arrodillaba sobre ella, sin llegar a tocarla.

—¿Estás cómoda? —preguntó.

Karen cogió la almohada para apoyar la cabeza en ella, abrazándola. De pronto notó algo frío en la espalda, y al momento un ligero roce cuando Shane se inclinó para susurrar en su oído.

—¿Está fría? —preguntó.

—Sí. —Carraspeó para aclarase la garganta—. Un poco.

—Tranquila, ahora la caliento.

Depositó un ligero beso en su nuca que le hizo estremecerse de pies a cabeza, para después incorporarse y comenzar a extender la crema por su espalda con gestos suaves en forma de caricias. Se echó más en las manos para templarla antes de esparcirla por sus hombros y cuello; bajó por la espalda, llegando con las manos por los lados a rozar sus senos… pero continuó bajando hasta la zona dorsal. Ahí se apartó unos segundos, mientras cogía un poco más de crema. Siguió bajando, masajeando sus nalgas, y cuando llegó a los muslos se los separó un poco.

Karen aguantó la respiración, le estaba costando horrores no moverse, pero también estaba disfrutando con la sensación de expectación tan intensa que Shane estaba creando. Se quedó quieta mientras notaba aquellas manos deslizarse por sus muslos… pero de nuevo el muy maldito no hizo lo que estaba esperando; se limitó a rozar ligeramente la zona que latía esperando sus caricias, para continuar con su meticuloso masaje por las piernas. Si aquello seguía así, tenía dos opciones: matarlo o tirarse encima de él.

Entonces oyó un golpe, y por el rabillo del ojo vio que el bote de crema había caído al suelo. De nuevo se obligó a mantenerse inmóvil. Sintió cómo el colchón se hundía en diferentes zonas mientras Shane se movía sobre ella, colocando las manos a ambos lados de su cabeza, pero sin que sus cuerpos se tocaran. Podía sentir el calor que desprendía su cuerpo, lo cual era incluso peor. Se estremeció de nuevo cuando Shane la besó en la nuca, pero esta vez siguió con un reguero de besos por la línea de su espalda, hasta llegar otra vez a la zona dorsal, donde se detuvo para hacer el mismo camino de vuelta. Entonces se estiró sobre su cuerpo, sin llegar a apoyarse del todo para no aplastarla, con el pecho tocando su espalda y una pierna entre las suyas, de manera que Karen pudo notar sobre ella lo excitado que estaba. Intentó moverse, pero Shane la besó en el lóbulo mientras acariciaba la zona lateral del cuerpo con una mano.

—Quieta —susurró.

Karen movió la cabeza para intentar besarlo, pero Shane la esquivó con una sonrisa traviesa. Y otra vez tenía deseos de matarlo… Cerró los ojos gimiendo. Shane había deslizado la mano entre sus piernas, buscando su punto más sensible… y no tardó en encontrarlo, haciendo que se retorciera bajo él.

Shane se acomodó sin parar de acariciarla. Con la otra mano la ayudó a girar la cabeza hacia él, para aproximarse a sus labios entreabiertos.

—Mírame —pidió.

—Shane…

—Mírame.

Y Karen lo hizo, perdiéndose en el azul intenso de sus ojos. Intentó besarlo de nuevo, pero él la sujetó para que no se moviera, quería que siguiera mirándole mientras la tocaba sin cesar.

Karen apretó la almohada con las manos, sintiendo que perdía el control de su cuerpo. Estaba al límite, no podía más, y se moría por sentir sus labios y tenerle dentro… pero Shane no le permitía moverse, así que no pudo sino rendirse a las oleadas de placer que recorrieron su cuerpo dejándola sin aliento.

Shane esperó a que dejara de estremecerse para acariciar su labio inferior con el pulgar.

—Te comería a besos ahora mismo —murmuró.

«Pues ya estás tardando», pensó ella. Pero en su lugar, solo pudo decir su nombre otra vez: se había quedado sin aliento y sin voz, parecía.

Él pareció leerle el pensamiento, porque recorrió la cara con su mirada, delineando su rostro con un dedo como si estuviera aprendiéndose sus rasgos, y se acercó para rozar sus labios con la punta de la lengua.

Karen suspiró temblando mientras esperaba, y cuando por fin la besó, fue como si nunca lo hubieran hecho antes. Era dulce y salvaje al mismo tiempo, nunca había tenido aquella sensación, como si estuviera muerta de sed y solo él pudiera aplacar esa necesidad. Se movió para poder abrazarle, y Shane la dejó hacer; sin separar sus labios la ayudó a ponerse bocarriba, mientras la abrazaba y ella le rodeaba con sus brazos para no dejarle escapar. Ahora que por fin la estaba besando, no iba a dejarle ir tan fácilmente.

Shane se tumbó encima, acariciándole los muslos para rodearse con sus piernas. Separó un poco sus labios, apoyando la frente sobre la de ella.

—Karen… no he traído nada. Joder, si es que ni he cogido la llave de mi habitación… Y a saber dónde habrá una farmacia a estas horas y en este pueblo perdido.

A ella le entró la risa ante su tono de desesperación. Le cogió la cara entre las manos para que la mirara, y le dio un fuerte beso.

—Tengo una caja en la mesilla —informó.

—¿Y eso? —Estaba sorprendido—. ¿Venías preparada de Kiltarlity?

—Me obligó Leslie a traerla. —Le acarició el pelo—. Ya sabes, es muy organizada, ella.

—Pero tú… ¿sabías que esto podía ocurrir?

—Los hombres estáis ciegos. Ahora cállate de una vez, por Dios, y sigue con lo que estabas haciendo.

Shane decidió hacer caso: ya aclararía ese tema más tarde. Porque ya era bastante que hubiera estado ciego, como ella decía, pero que su jefa, ¡su propia jefa!, le hubiera comprado aquello… parecía el mundo al revés.

—Retiro todo lo que me haya quejado de ella alguna vez —replicó, alargando la mano hacia el cajón.

Se las arregló para sacarla y agenciarse un paquetito sin apartarse demasiado de ella. Al verlo, la miró con las cejas levantadas.

—¿No me vas a hacer el chistecito? —preguntó.

—Creo recordar que le dijiste a Connor que los irlandeses no usabais camisetas XL, pero que sí las usabais mejor.

—¿Y cómo lo estoy haciendo de momento?

Lo abrió con agilidad, sorprendiendo de nuevo a Karen, aunque procuraba mantenerse impasible.

—Digamos que pasable —contestó, encogiéndose de hombros.

—Ah, ¿sí? —Volvió a la postura anterior, besándola hasta dejarla sin aliento—. Creo que tendré que seguir esforzándome...

Y entonces entró en ella. Karen gimió, rodeándole con sus piernas, y le miró al ver que se quedaba quieto.

—Shane… —jadeó.

—No me canso de mirarte. —Se movió contra ella, arrancándole otro gemido—. No sabes lo que me haces cuando me miras así.

La besó con ansia, como si quisiera devorarla. Karen se sorprendió, después de lo calmado que había estado hasta entonces no esperaba algo así. Pero su cuerpo reaccionó al momento, adaptándose a sus movimientos. Le devolvió el beso con la misma fiereza, atrapando su lengua en la boca, mordiéndole el labio inferior… no supo en qué momento perdió el control, pero si hubiera caído un meteorito sobre ellos, no se habría dado cuenta. Solo era consciente de él y de lo que le estaba haciendo sentir, de su forma de acariciarla y besarla, de los movimientos de sus caderas sobre ella… y cuando todo explotó a su alrededor, hubiera jurado que había visto hasta fuegos artificiales. Nunca había sentido nada tan intenso.

Shane se tumbó junto a ella, tragando saliva mientras intentaba recuperar el aliento. Al notar su respiración agitada, le acaricio el pelo preocupado.

—¿Estás bien? —preguntó.

—¿Estás de broma? No puedo ni respirar.

—Por eso lo digo. —Bajó la mano a su pecho, para sentir los latidos de su corazón—. Karen, dime por favor que estás bien.

Ella se enterneció. Puso su mano sobre la de él, acariciándole la mejilla.

—Ha sido genial, Shane, pero si me diera un ataque al corazón como consecuencia de esto, tu ego explotaría. Y no es plan.

—Karen…

—Puedes estar tranquilo, que mi corazón puede aguantar esto y mucho más. Así que más te vale tomar nota y repetirlo unas cuantas veces.

Shane respiró aliviado, y la atrajo hacia sí para que se acomodara en su pecho. Karen se dejó abrazar, apretándose contra su cuerpo con una sonrisa. Que él se preocupara así por ella… aquello valía más que cualquier otra cosa.

 

* * *

 

Evan estaba tomando un café en el salón de Leslie cuando ella entró con una caja que parecía de zapatos en las manos. Él la miró levantando una ceja.

—¿No ibas a cambiarte de ropa para ir a comer al pub? —preguntó.

—No, es que… quería enseñarte algo.

Apretó la caja contra su pecho. Evan dejó el café, y se movió en el sofá para hacerle hueco. Leslie se sentó a su lado, y le mostró la parte superior de la caja.

—¿La habías visto antes? —preguntó.

Evan negó con la cabeza. Reconocía a Finn, además de haber visto muchas fotos de él de joven, el hombre había envejecido bien. Y supuso que la niña era ella, aunque solo hubiera visto la foto del despacho, cuando era aún un bebé.

—¿Eres tú? —preguntó, al ver que no hablaba.

—Sí. —Abrió la caja, y le enseñó el resto de fotos—. Yo no recuerdo esto.

—Pareces muy pequeña.

—Sí, pero quiero decir… Mi madre me contó que nunca llegó a conocerme. Y mira.

Le mostró las cartas, resumiando lo que había leído en ellas. Evan las miró por encima, así como las fotos, pero no dijo nada. Para él estaba claro que su madre se había preocupado muy mucho de que ellos no tuvieran contacto alguno, pero tampoco había conocido a la mujer y quería hablar mal de ella delante de Leslie. Al fin y al cabo, era su madre.

—¿Qué… qué piensas? —preguntó Leslie.

Lassie, yo solo… Mira, yo conozco a Finn. Es un buen hombre, y por la forma en que siempre ha hablado de ti, todos tenemos claro que te quiere. Pero nunca nos ha dicho a nadie por qué no iba a verte, o por qué no venías tú.

Ella volvió a mirar las cartas, indecisa.

—Es que esto… Evan, parece que en realidad mi madre se lo prohibió o algo así. Pero no entiendo por qué me mentiría. Solo nos teníamos la una a la otra.

—No sé qué decirte, Leslie. ¿Es por esto que vas a verlo?

—Sí, desde el día que lo encontré. Tengo muchas preguntas que hacer… pero me da miedo que despierte, por lo que pueda responder. —Bajó la vista—. Por lo que pueda averiguar sobre lo que ocurrió.

—Ven aquí. —La besó y la estrechó contra su pecho—. Estoy aquí, lassie. Si quieres te acompaño a verlo, para que no estés sola.

—¿No te importa?

—Claro que no. ¿Quieres que vayamos hoy? —Leslie afirmó con la cabeza—. De acuerdo. Pues déjame llamar a Owen, y nos vamos a comer a Inverness.

—Gracias, Evan.

Le dio un beso en la mejilla y recogió los papeles dentro de la caja, para ir a cambiarse.

Después se fueron a Inverness y, al terminar de comer, se dirigieron al hospital. Entraron en la habitación de Finn… y de nuevo estaba Nell allí. Al verles, se apresuró a levantarse de la silla que ocupaba junto a la cama.

—Hola, mamá —saludó Evan.

—Hola, cariño. Hola, Leslie, yo no… no os esperaba. Pero en fin, ya me iba.

Recogió su chaqueta, y al pasar junto a ellos le dio un beso a Evan en la mejilla.

—Puedes quedarte si quieres —dijo Leslie.

—No, si en realidad tengo cosas que hacer, y… Nos vemos luego.

Salió de la habitación, no sin antes lanzar una mirada de soslayo al rostro dormido de Finn.

Leslie se acercó a la cama, aunque no llegó a tocarle. Miró a Evan, que se había sentado en la silla que ocupara su madre al llegar.

—Evan, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro.

—Tú me dijiste… que mi padre no tenía novias.

—No que yo sepa.

—Pero… —Ladeó la cabeza, indecisa—. No sé cómo decirlo, pero…

—Ya. —Suspiró—. Mi madre pasa mucho tiempo aquí con él.

—¿Son…?

—No. —Negó con la cabeza—. Creo que hace años hubo algo, he oído algún rumor en el pueblo, pero… No sé qué ocurrió entre tu padre y mi madre. Lo que sí sé, es que mi madre le quiere.

—¿Y él?

—No lo sé. Nunca ha intentado nada, ni siquiera cuando… —Apretó los labios—. Ni si siquiera cuando mi padre desapareció.

Leslie se quedó indecisa. Evan mencionaba muy pocas veces a su padre, y siempre en aquellos términos tan ambiguos… Pero ya no era como al principio, se suponía que había algo entre ellos, y lo conocía mejor. Y lo que reflejaban sus ojos era dolor.

Se acercó y se acuclilló frente a él, acariciándole una mejilla.

—Probablemente me digas que no es de mi incumbencia —dijo—. Pero puedes contármelo.

Evan no tuvo que preguntar a qué se refería. Sabía que no había sido claro con lo de su padre y estaba seguro de que nadie se lo había contado. Suspiró y apoyó los brazos en las rodillas, mirando al suelo.

—Mi padre era un cabrón —dijo—. Pegaba a mi madre, se emborrachaba, la engañaba, se jugaba nuestro dinero y el del clan… no era lo que se dice un ejemplo a seguir. Mi madre lo aguantaba por mí, porque como él era el laird la amenazaba con que si lo dejaba, se quedaría conmigo y ella nunca podría volver a verme.

—Pero eso es…

—Horrible, sí. Pero él sabía disimular fuera, ¿sabes? No le dejaba marcas, no montaba líos en Kiltarlity, sino en otros pueblos. Así que mi madre aguantó. Hasta que cumplí dieciocho años. —Suspiró, echándose hacia atrás—. No esperé ni un día. Le di una paliza que no creo que haya olvidado todavía. Lo llevé ante el consejo del clan y presenté mis alegatos. No me costó ganar la votación, ya sospechaban algo por el dinero que desaparecía del pueblo. Es culpa suya que Kinley Castle… esté así. En fin, le quité su título de laird. Y mi primera orden como tal, fue expulsarlo del clan.

—¿Expulsarlo?

—Sí. Mi padre fue desterrado de nuestras tierras. Si pisa suelo escocés, sea donde sea, los otros clanes nos avisarán. Y créeme, no saldrá tan bien parado.

—Pero eso, ¿se puede hacer? ¿Es legal?

—Para algunas cosas seguimos manteniendo nuestras costumbres ancestrales, lassie. —Se encogió de hombros—. En fin, ese es el gran secreto.

Leslie le acarició el pelo, y sonrió intentando aliviar la tensión del momento.

—Bueno, lo que eres tú, estás lleno —comentó—. No me dijiste que eras el laird, ni que tú cocinabas… cualquier día descubro que eres inmortal de verdad.

Evan la miró sin poder creer que por fin hubiera hecho una broma, pero Leslie estaba seria como siempre… aunque con un brillo divertido en los ojos. La atrajo hacia sí y la besó, aliviado. No sabía qué había esperado de ella cuando se lo contara, quizá censura por ceñirse por leyes arcaicas y no acudir a la policía… pero parecía que ella lo había entendido.

Para un escocés, no había peor castigo que el destierro.

 

* * *

 

Unos días después, el vehículo negro se detuvo frente a la calle de Karen. El vuelo de regreso les había coincidido tarde, así que en lugar de autobús habían tenido que coger un taxi a la salida del aeropuerto. Obviamente daba igual, puesto que esa semana que habían pasado juntos era de las que no se olvidaban con facilidad.

En ningún momento Karen y Shane habían hablado de qué iba a pasar a partir de aquel momento, pero tampoco parecían tener ganas de sacar el tema. Ambos tenían claros sus sentimientos, y sin embargo, resultaba complicado expresarlos en voz alta.

Shane sentía que era pronto para ponerse serio, aunque en realidad aquello ya era serio. O al menos por la parte que le tocaba. Miró la puerta de su casa de reojo, sin saber bien qué decir o cómo despedirse; ella estaba pagando al taxista después de que este sacara las maletas.

Una vez desaparecido el automóvil, la pelirroja dio dos pasos hacia él.

—¿Y ahora qué? —preguntó Shane, directo.

Karen le lanzó una mirada que lo puso nervioso.

—Quiero decir… a partir de ahora, ¿cómo quieres…? Me refiero a… no sé, ¿prefieres que sigamos siendo amigos, o…? —Shane se daba perfecta cuenta que debía sonar como un imbécil.

Pero ella le hizo callar poniendo un dedo sobre sus labios, sin dejar de sonreír.

—Lo que creo —dijo—, es que ya hablaremos de esto mañana. Y que ahora deberíamos meternos en la cama, si te parece.

—Bien —dijo el irlandés, aliviado porque a todas luces Karen lo había llevado mejor que él.

Y se dejó arrastrar dentro de la casa de la pelirroja, sabiendo de sobra que esa noche, como las últimas, no dormiría demasiado.