Diez puntos
 

Leslie se incorporó en la cama sobresaltada por el ruido de un trueno. Miró a su alrededor confusa, y se volvió a tumbar resignada. No era una pesadilla, seguía en aquel hostal infernal. Golpeó las almohadas intentando encontrar postura, y al girar se chocó con la mesita, que se tambaleó haciendo caer su móvil al suelo.

Se levantó para buscarlo, esperando que no se le hubiera roto, eso sería el colmo. Al no verlo en el suelo, se puso a gatas para mirar debajo de la cama. Sonrió con expresión de triunfo al localizarlo, pero su rostro cambió al ver un par de puntos brillantes en la oscuridad. De pronto un relámpago iluminó la habitación, reflejándose en aquellas los dos ojos del búho disecado que había bajo su cama.

Gritó asustada, y al retroceder se golpeó la cabeza. Con el siguiente relámpago, vio las plantas de plástico rotas, y siguió gritando.

La puerta de su habitación se abrió de pronto, dando paso a toda la familia Lachlan al completo.

—¿Te-encuentras-bien, niña? —preguntó Moira.

Leslie solo acertó a sentarse contra la pared, frotándose la zona dolorida y señalando bajo la cama con el dedo tembloroso. Abertheny y Aboid se agacharon e intercambiaron miradas, extrañados. Aidan se agachó también, y entre los tres fueron sacando todo lo que allí había.

—¿Qué hace todo eso ahí abajo? —preguntó Leslie, estremeciéndose.

—Es-raro, sí —dijo Abertheny—. ¿Seguro-que-no-lo-has-puesto-tú-ahí?

—¿Y para qué iba yo a guardar un búho disecado bajo mi cama?

—A-lo-mejor-es-alguna-costumbre-inglesa —replicó Aboid.

—¡Pero que yo no los he metido ahí! Además el Feng Shui… —se calló abruptamente. Shane. Tenía que haber sido él. Iba a matarlo—. ¿Os lo podéis llevar, por favor?

—Claro, venga-chicos —dijo Moira—. Coged-todo.

Los tres chicos comprobaron que no quedaba nada bajo la cama, y dejaron sola a Leslie para que continuara durmiendo. Cosa que, por supuesto, no logró; si todavía tenía alguna duda, aquello había acabado de convencerla. Tenía que buscarse otro alojamiento.

Entró al ayuntamiento con paso decidido, saludó a Davina, que casi no tuvo tiempo de ocultar la revista de cotilleos que estaba leyendo, y subió a su despacho. Pasó por delante de las mesas de Shane y Karen sin detenerse.

—¡A mi despacho! —ordenó.

Ambos se miraron. Un segundo después, corrían hacia la puerta como si de una carrera se tratara. Leslie se sentó y los miró extrañada al ver que se pegaban un par de codazos. Al notar que les estaba mirando, los dos se quedaron quietos con sus libretas en la mano, esperando para apuntar.

—Quiero que me busquéis un lugar donde vivir —dijo.

—No hay nada en alquiler en Kiltarlity —contestó Karen—. Pero la casa de tu padre…

—No. ¿Shane?

—Bueno, pues… en los alrededores no hay nada tampoco, que yo sepa. Pero si quieres conducir todos los días desde Inverness seguro que allí…

—Búscame un par de opciones y tráemelas antes de una hora. Quiero ir a ver pisos hoy mismo.

—Claro, me pongo a ello.

Regresó a su mesa mientras Karen refunfuñaba por lo bajo. Aunque estaba segura de que esa opción tampoco era ideal; sí, Inverness estaba a media hora más o menos… el problema era que sin conocer las carreteras, y con ese coche que tenía ella, no lo veía muy cómodo. No entendía por qué no quería irse a casa de Finn.

Media hora después, Shane llamó a la puerta del despacho y le entregó unas hojas con una sonrisa satisfecha. Los pisos no eran ni remotamente parecidos al que Leslie tenía en Londres, eso era imposible de conseguir, pero estaban céntricos y disponían de todas las comodidades.

Leslie revisó las descripciones y las fotos, crítica. No tenían mal aspecto, pero tenía que verlos, claro.

—Ahí tienes la dirección de la agencia en Inverness —explicó Shane—. Ya los he llamado, te esperan en una hora.

—Muy bien, pues me marcho a ver si puedo dejar esto zanjado hoy mismo.

Recogió su bolso, que había dejado sobre la mesa, y salió con las hojas de papel en la mano. Una vez en el coche, cogió el GPS y metió la dirección de la agencia, cruzando los dedos para que la encontrara. Casi se pone a saltar cuando el aparato marcó el camino. Lo tomó como una señal de que iba a encontrar dónde vivir, y salió del pueblo siguiendo las instrucciones que le iba marcando.

Pero su alegría duró poco. A los diez minutos, la voz femenina le indicó que debía cambiar de dirección. Miró la pantalla… y descubrió que las líneas se movían mientras el tan temido «redireccionando» aparecía. Decidió seguir adelante, hasta que llegó a un cruce… cuyas señales no eran nada claras. Y por supuesto, tuvo que hacer acto de presencia la maldita niebla. Giró a la derecha… para encontrarse con que el GPS se había encontrado a sí mismo de nuevo, y la enviaba en dirección contraria. Pero tuvo que avanzar un par de kilómetros más hasta encontrar dónde dar la vuelta. Consiguió ir por el buen camino, o eso creía, otros diez minutos más, cuando el aparato del demonio se perdió de nuevo. Tras esperar y dar varias vueltas sin rumbo fijo, decidió rendirse. Aquello no tenía sentido, si le iba a pasar todos los días, no lograría llegar al ayuntamiento ni de vuelta a Inverness jamás. Estaba claro que los astros se alineaban en su contra, pero no le quedaba otro remedio: se quedaría en casa de su padre.

Pero entonces se dio cuenta de que por mucho que hubiera tomado una decisión y quisiera regresar a Kiltarlity, no podía: no tenía ni idea de dónde estaba. Puso la dirección del ayuntamiento en el GPS, pero este no localizaba ninguna señal. Así que cogió el móvil para llamar a Shane y que fueran a buscarla (aunque no sabía cómo iban a encontrarla, sin pistas que dar, pero en fin, era su ayudante y un hombre de recursos, para eso le pagaba). Le dio al botón de marcación rápida, pero se encontró con que el móvil no daba señal. Lo miró frunciendo el ceño: fuera de cobertura.

Lo apagó y lo encendió, por si acaso, pero seguía igual. Así que se bajó del coche y empezó a caminar, levantándolo con el brazo en busca de una señal. Empezaba a desesperarse, cuando oyó un sonido. Se quedó quieta, mirando a su alrededor con aprensión, no fuera a caerle otro tronco o algo parecido.

Pero cuando escuchó mejor, se dio cuenta de que parecían los cascos de un caballo. Entrecerró los ojos, y a través de la niebla distinguió unas figuras cabalgando por el campo en su dirección.

Temiendo ser arrollada, se hizo a un lado, aunque no demasiado para ver si lograba que la ayudaran. Agitó los brazos intentando llamar su atención.

—¡Eh! ¡Hola! ¡Aquí!

El grupo siguió su camino, así que volvió a gritar más fuerte. Cuando pensaba que no la habían visto ni oído, vio cómo varios se detenían y los oyó hablar entre ellos, sin entender qué decían. Entonces todos continuaron cabalgando, menos uno que se encaminó hacia ella. Leslie no pudo evitar un gesto de desagrado al ver de quién se trataba.

—No faltaría más, tenías que ser tú —exclamó, cuando Evan llegó a su altura.

Él sonrió con sarcasmo.

—Vaya, lassie, yo también me alegro de verte. —La miró con curiosidad—. ¿Se te ha estropeado el coche?

—No, es el maldito GPS, que se ha perdido.

—Ah. El GPS se ha perdido, no tú.

—Claro, yo sé dónde estoy. —Él levantó una ceja—. Ya me entiendes. ¿Me puedes decir cómo volver a Kiltarlity?

—Sí.

Leslie esperó, pero él no decía nada.

—¿Y bien? —insistió.

—¿La palabra mágica?

—¿Ahora?

—¿Por favor?

Leslie apretó los dientes. Pues vaya con la amabilidad escocesa, en aquel hombre brillaba por su ausencia. Se frotó los brazos para entrar en calor.

—¿Tienes frío? —preguntó Evan.

—Pues claro que tengo frío, aquí estaréis acostumbrados, pero yo no.

—Pues este invierno es de los mejores que he conocido, casi no ha nevado. Deberías regresar a Kiltarlity y meterte en algún lugar cerrado, ¿no?

Leslie lo fulminó con la mirada y miró a su alrededor, pero no había nadie más, así que no le quedó más remedio que ceder.

—Por favor, ¿me dices cómo llegar al pueblo?

—Eso está mejor. —Se inclinó sobre el cuello del caballo, y señaló hacia la carretera—. ¿Ves ese cruce? —Leslie afirmó—. Giras a la derecha, y sigues un par de kilómetros.

—¿Y?

—Y ya está.

Leslie estuvo a punto de tirarse de los pelos. ¿Estaba a dos kilómetros de Kiltarlity? ¡Llevaba una hora dando vueltas! Pero eso no pensaba decírselo, claro. Enderezó la espalda muy digna y empezó a caminar de regreso al coche.

—¡De nada! —lo oyó decir tras ella.

Leslie no se giró. Subió al vehículo y se marchó sin mirar atrás, por lo que se perdió la mirada divertida de Evan.

Cuando llegó a su despacho, Shane la miró sorprendido; no había esperado que volviera tan pronto. Pero antes de que pudiera preguntar nada, ella gritó:

—¡Karen, a mi despacho!

La pelirroja se apresuró a obedecer, ya había aprendido a distinguir entre los distintos tonos de voz de Leslie, y en aquel caso había utilizado el que habían denominado aquí y ahora y que no admitía réplica.

—¿En qué puedo…? —empezó.

—Me quedaré en casa de Fi... de mi padre —interrumpió Leslie—. ¿Quién puede conseguirme unas llaves?

—Ah, en ese cajón tienes una copia. ¿Sabes dónde…?

—Sí, gracias. Puedes irte.

Karen salió a la misma velocidad que había entrado. Leslie miró el cajón; el primer día que había entrado en el despacho había visto sobre la mesa una foto suya de bebé, y no había tardado ni dos segundos en guardarla ahí bocabajo. No sabía a qué venía el paripé de tener su foto allí, a la vista de todos, cuando nunca se había molestado en llamarla ni ir a verla, ni quería saberlo. Así que la había metido allí.

Abrió el cajón y rebuscó entre las cosas que había dentro, apartando el marco sin mirarlo. Por fin localizó un manojo de llaves, enganchadas en un llavero con forma de letra ele. A lo cual tampoco quiso darle la menor importancia. Les dio un par de vueltas antes de decidirse y salir de nuevo del despacho. Al verla pasar, las dos pelirrojas y Shane se quedaron quietos esperando un grito o algo parecido; en cambio, se observaron cómo su jefa se iba sin decir nada.

Leslie se sentó en el coche y miró la carretera con aprensión. Sabía ir y venir del hostal de Moira hasta el ayuntamiento. Y recordaba el paseo en el que se había encontrado la casa de su padre… pero vista su suerte, a lo mejor se le echaba la niebla o le caía una nevada y aparecía en Inverness. Arrancó y se dirigió a la carretera principal con lentitud, mirando a ambos lados cada cinco metros por si se le pasaba algún cruce o algo. Una vez segura de estar en la carretera correcta, siguió avanzando a la misma velocidad.

De pronto escuchó unos golpes en su ventanilla, y al girar la cabeza sobresaltada vio que el escocés omnipresente estaba andando al lado del coche, a la misma velocidad que ella, y la miraba con diversión. A ver si es que tenía un gemelo o trillizo o algo…

Bajó la ventanilla sin disminuir la velocidad.

—¿Qué quieres? —preguntó.

—Es que he visto que te adelantaba un caracol, y he pensado que a lo mejor necesitabas ayuda.

—Muy gracioso, pero lo dudo. Los caracoles salen cuando hay sol, y eso aquí es algo que no he visto todavía.

Evan se echó a reír, pero ella seguía con el gesto serio de siempre y mirando hacia la carretera, así que pensó que la chica ni siquiera se daba cuenta de que hacía chistes. Siguió avanzando a la par que el coche; vale, era un cotilla, pero es que al verla conduciendo a aquella velocidad absurda, la curiosidad había podido con él.

—¿Se te ha estropeado el motor? —insistió.

Leslie resopló fastidiada. ¿Es que ese hombre no tenía nada mejor que hacer? Ahora que lo pensaba, tenía pinta de eso, seguro que ni tenía trabajo.

—Estoy yendo a casa de mi padre —contestó, esperando que con la explicación la dejara en paz.

—Y no tienes prisa por llegar.

—Y no quiero despistarme, así que voy concentrada.

—¿Quieres que te acompañe?

—¿No tienes nada que hacer?

—Ahora mismo no.

Y sin esperar su permiso, dio la vuelta al coche y se subió en el asiento del copiloto. Leslie pensó en protestar, pero al final lo dejó hacer. Así por lo menos no se perdería… y en su fuero interno se alegró de no enfrentarse sola a aquella casa.

Evan le indicó el camino, así que se arriesgó a acelerar y pocos minutos después estaban aparcados frente a la casita de piedra.

Cuando se bajaron del coche, Evan había pensado en dejarla sola, pero le pareció detectar aprensión en su mirada, y no se movió.

—¿Quieres que te acompañe dentro? —preguntó, en tono amable—. Conozco la casa de Finn, he estado muchas veces, así que te la puedo enseñar yo.

Leslie lo miró preguntándose si estaría burlándose de ella como parecía hacer siempre, pero no se le dio esa sensación y afirmó con la cabeza.

«Ni que fuera a encontrarme cadáveres en los armarios», pensó. Sabía que era una sensación ridícula, ¡era una casa, nada más! Pero se alegraba de no estar sola.

Sacó las llaves y al acercarse a la verja vio un buzón metálico, así que lo abrió para sacar las cartas que llevaban dentro varios días sin recoger. Miró el manojo de llaves, sin saber cuál podría ser la de la verja. Evan le señaló las llaves de una en una.

—Verja, entrada, buzón, garaje, ayuntamiento, pub.

—¿Pub?

—Se lleva bien con el dueño. Para emergencias, ya sabes.

Leslie dudó de esa respuesta. A ver si es que era el borracho del pueblo y le daban vía libre… Apartó el pensamiento para utilizar las llaves según Evan le había indicado, y poco después estaban en la entrada de la casa. Era un hall pequeño, sin más adornos que un espejo, y con un paragüero y unas perchas donde dejaron los abrigos.

Evan se adelantó para ir abriendo las cortinas dobles del salón, apartando las oscuras para que entrara luz. Leslie miró a su alrededor, dejando las cartas y las llaves sobre una mesa de comedor.

—¿Siempre ha vivido solo? —preguntó.

—Sí. Al menos, desde que yo lo conozco.

—¿Y cuánto hace de eso?

—Treinta y dos años. —Le guiñó un ojo—. Desde el día que nací.

—Ya, vale. ¿Y… amiguitas? ¿No las trae aquí?

—Supongo que alguna habrá tenido, pero no he venido con él a comprobarlo.

Leslie decidió dejar la conversación, no estaba sacando mucha información con tanta bromita.

Fue siguiendo a Evan por las habitaciones. El lugar estaba ordenado y limpio, aunque se notaba que la casa era habitada por un hombre por la escasa decoración y el tipo rústico de muebles. La cocina era pequeña pero funcional, y en el salón había una chimenea a la que no dedicó mucha atención, puesto que no tenía ni idea de cómo encenderla.

En la primera planta solo había tres habitaciones: una que parecía de invitados, un despacho y el dormitorio principal. Le echó un vistazo, pero lo descartó al momento. Una cosa era vivir en su casa, y otra dormir en su cama. Usaría la de invitados, decidió.

Regresaron a la cocina, y Evan abrió la nevera mientras ella revisaba los armarios. Tendría que aprovisionarse de cosas de las que ella comía, estaba claro.

—Deberías revisar esto también —comentó él, cogiendo un paquete de yogures—. Por si hay algo caducado.

—No creo que haya nada comestible, de todas formas. En fin, será mejor que vaya a recoger mis cosas.

Evan miró el reloj, cerrando la puerta de la nevera.

—Yo tengo que marcharme. ¿Sabrás llegar?

—Sí, creo que estoy a una distancia segura. —Titubeó—. ¿Te llevo a algún sitio?

—No, tranquila. Puedo ir andando.

La acompañó hasta el coche para asegurarse de que iba en la dirección correcta, y se marchó caminando en dirección contraria.

Leslie decidió regresar a la oficina para recoger su maletín. Cuando llegó se encontró a Karen, ya apagando las luces. Los jueves y viernes salía rápida como el rayo, pero de lunes a jueves lo compensaba.

—Huy, no esperaba que volvieras —dijo al verla.

—Ya, es que me dejé el maletín y hay unas cosas que quiero mirar. Aunque no creo que me dé tiempo, con la hora que es. —Vio su cara interrogante—. Es que debería ir a por mis cosas a casa de Moira, pero solo de pensarlo…

Karen se quedó a medio camino de apagar la luz.

—¿Me estás pidiendo que te eche una mano de manera indirecta?

—¿Qué? No, yo no… —Leslie empezó a justificarse, pero paró al darse cuenta que Karen tenía razón.

—Te ayudaré —dijo esta—. Pero luego me llevas a casa.

—Claro. Aunque te advierto que no soy la mejor conductora del mundo… estoy algo desentrenada.

—No importa, mientras llegue viva me vale.

Se subieron al coche de Leslie, y partieron hacia la casa de Moira. La pillaron a punto de servir la cena a sus tres hijos, y Leslie temió que montara una escenita, pero aunque hizo una especie de mueca, no pareció sentirlo tanto como le había pasado con Shane.

«Bruja», se dijo Leslie para sí misma.

Por lo menos Karen parecía comprender su lenguaje, porque hablaron unos minutos y luego al final pudieron subir a su cuarto. Abrió los armarios, haciendo memoria por si había algo embarazoso que la pelirroja pudiera ver, pero justo esa misma mañana Moira había subido su ropa limpia, así que todo estaba bajo control.

Karen la ayudó a doblar la ropa y meterla en las maletas.

—¿Qué te ha parecido la casa de Finn? —preguntó, segundos después.

Leslie se giró hacia ella.

—¿Conocías bien a mi padre?

—Soy su ayudante, claro que le conozco bien —Karen matizó la corrección del verbo pasado ante su cara estupefacta—. Además, es de la familia. Un primo cuarto, creo, no sé. Ya he perdido la cuenta.

Leslie quería preguntar. Quería saber. Pero no tenía la suficiente confianza, y estaba segura que Karen tampoco le contaría ningún detalle personal. Tendría que esperar un poco antes de poder hacer un interrogatorio en condiciones, quizás más adelante se llevaran mejor. No tenía la menor idea de qué podía hablar con ella, nunca había tenido realmente amigas aparte de las conocidas del trabajo, que tampoco eran muchas.

Siguió guardando sus cosas en las maletas, metódica.

—Necesitas unas botas —escuchó a la pelirroja—. En serio, hazme caso y cómprate unas buenas para andar por aquí. No es que tus zapatos no sean preciosos, pero no les auguro mucha vida en esta zona. Este invierno no está nevando mucho, pero eso no quiere decir que no llueva y haya barro por todas partes —le sonrió.

—Creo que tienes razón. —Leslie cerró la primera maleta—. Bueno, ya solo quedan dos.

—¿Dos?

En cuánto Karen vio a lo que se enfrentaba, buscó la solución en menos de cinco segundos. Bajó al comedor, y preguntó si algún chico majo le ayudaría a cargar unas maletas de nada, por lo que pronto los tres hermanos estaban en el cuarto de Leslie cogiendo el equipaje para bajarlo al coche, todos sonrientes.

—Si llego a pedirlo yo no creo que hubieran venido tan deprisa —comentó Leslie, cruzada de brazos mientras observaba el ir y venir de los jóvenes.

—Una sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz.

—¿Cómo dices?

—Que seas agradable, es un dicho escocés. Todo lo que emites vuelve a ti, ya sabes —Karen no dio importancia a la cara de pasmo que tenía Leslie—. Te acompaño, necesitarás ayuda para descargar eso. Una pena que esos tres no quepan en el coche…

En eso tenía razón. Leslie fue a pagar a Moira por su estancia, y tuvo que soportar un par de abrazos, innecesarios a su parecer, pero no quería despedirse siendo descortés.

—Si-necesitas-cualquier-cosa-aquí-estaré —dijo la mujer, dándole unas palmadas en la espalda.

Tras despedirse de todos, Leslie se encaminó de nuevo hasta la casa de su padre. Aparcó en el garaje, y después vino el terrible momento en que hubo que descargar las pesadas maletas. Después de un buen rato peleando para subirlas al segundo piso, por fin pudieron dejarlas en la habitación de invitados y ambas se sentaron en la cama, agotadas.

—Madre mía —jadeó Karen—. Ni con un polvo se cansa una tanto.

Leslie estuvo a punto de soltar una risita, pero se contuvo, carraspeando. Bromas sexuales sin apenas conocerse era inadecuado, y…

—Bueno, ¿me llevas? —Karen se incorporó, sin darle tiempo a replicar—. Mañana trabajo, y no sé si lo sabes, pero mi jefa es un poco tirana.

Leslie abrió la boca para protestar, pero entendió que no podía estar mosqueada todo el tiempo por lo que parecían ser bromas continuas (que a ella no le hacían gracia, básicamente lo mismo que le pasaba a Shane, que no pillaban bien aquel humor escocés tan hijo de puta…), así que se las apañó para hacer una mueca.

—Está bien.

Al fin y al cabo se lo había prometido, y la pelirroja había sido de gran ayuda: ella sola no habría podido ni en broma. Tendría que deshacerse de alguna cosa, ahora se daba cuenta de la cantidad de equipaje que generaba.

Llevó a Karen hasta su casa; al aparcar frente a la puerta y detener el motor se le pasó por la cabeza ir a ver qué tal estaba Shane. Hacía días que no le preguntaba. Bueno, en realidad nunca lo hacía, pero después de arrastrarlo hasta ahí y hacer presión para que se quedara a trabajar con ella, le parecía un poco mal tenerlo abandonado. Y en parte era porque Karen le estaba resultando más eficaz de lo que había pensado en un principio… no solo conseguía la comida que necesitaba y a tiempo, también le había buscado unos maravillosos Manolos a un precio de risa en no sabía qué página web que consultaba a menudo. Además era de rápida reacción, y aunque quizá no tan minuciosa ni aplicada como Shane, funcionaba muy bien. Se sintió culpable por estar pensando aquello y sacudió la cabeza; no, no podía plantearse siquiera quedarse con la pelirroja. Seguro que, con aquel carácter, pronto explotaba.

—¿Qué tal con Shane? —se interesó—. ¿Os entendeis?

—Normal. No habla mucho, supongo que no tiene interés en llevarse bien con nadie en general.

—Bueno, es que está acostumbrado a trabajar solo, igual que yo.

—Eso es algo que deberíais solucionar —comentó Karen—. Un par de visitas al pub y arreglado.

—El famoso pub que aún no hemos encontrado. ¿Qué sentido tiene? Ya soy mayor para pasarme los fines de semana bebiendo —Leslie hizo un gesto de desdén.

Karen negó con la cabeza, como si estuviera diciendo tonterías.

—No hace falta beber, puedes ir a recrearte con las vistas. El paisaje es genial.

—Ya lo miraremos —repuso Leslie distraída, olvidando el tema casi al momento.

La pelirroja bajó del coche y cerró, mirándola.

—Espero que pases buena noche en tu nuevo hogar —le deseó, con una sonrisa—. Por cierto, de nada.

Leslie la vio alejarse, pensativa. Ni de coña aquella casa sería nunca su hogar, no con todo lo que implicaba. Arrancó el coche para conducir de vuelta. Una cosa tenía buena, y era que al menos no se caía a pedazos ni estaba en obras de forma constante.

 

* * *

 

Para cuando llegó el viernes, Shane estaba agotado de la guerra que se traía con Karen. Casi pasaba más tiempo pensando qué cosas podía hacer para fastidiarla del que dedicaba al trabajo. Lo malo era que ella le llevaba ventaja en ese tipo de tejemanejes. El martes, en un arrebato de infantilismo, había esperado a una de sus pausas para acercarse a su ordenador y poner la pantalla del revés. Suponía que la chica no tendría ni idea de cómo darle la vuelta, y no se equivocó: Karen había estado protestando un buen rato sin poder hacer nada hasta que apareció Vika y consultó en el móvil cómo volver a colocarlo bien mediante Google. Tuvo suerte porque durante el rato que estuvo inactiva, Leslie había pasado y le había soltado una indirecta al verla de brazos cruzados; la satisfacción le duró unos segundos, después se sintió mal. No valía para aquellas cosas. Sin embargo, cuando durante tres días seguidos su grapadora amaneció vacía, de nuevo sintió que se le recargaban las pilas y volvió a maquinar. Encima si la miraba de mala manera, ella le devolvía una sonrisa burlona que aún le encendía más.

Empezaba a desear estar de regreso en Londres, con Leslie gritando como una histérica. Al menos con una podía torear, pero ya con dos…

El miércoles, le desenchufó el cable de red para que se quedara sin conexión. Por propia experiencia sabía que la gente se volvía loca probando de todo hasta que descubrían que el motivo era ese. De nuevo acertó, y Karen se pasó media mañana hablando por teléfono con el informático hasta que este, tras agotar todas las posibilidades y pruebas posibles, le preguntó con tono aburrido si estaba segura de estar enchufada.

—¡Claro que sí! ¿Es que te crees que soy…? —mientras iba diciendo aquello, Karen echó un ojo y entonces descubrió que el hombre tenía razón—. ¡Anda, ya vuelvo a tener internet! Habrán sido las líneas, ¡gracias!

Enchufó el cable, frunciendo el ceño. Al momento su mirada fue a parar a Shane, pero él continuaba a lo suyo como si nada, con cara inocente. Algo que debía aprender ella, ya que no lograba controlar la satisfacción que sentía cuando le hacía alguna jugarreta… para eso, Shane era más listo y no daba muestras de nada. Se limitaba a poner esa cara de bueno que convencía hasta los muertos, y todo el mundo le creía. Hasta Vika y Davina le creían, pero eso era porque estaban bajo los efectos de una nueva presencia masculina en un pueblo pequeño. Que sí, que entendía que tenía ojazos, que era una monada, pero se suponía que eran sus amigas, ¡deberían darle la razón!

Aunque ahora que lo pensaba mejor, ni siquiera les había explicado el rollo, así que igual creían que solo estaban siendo justas. Bueno, vale, Shane era mucho mejor actor, pero ella era más imaginativa haciendo perrerías, como demostró el jueves llevándole un café con sal.

En cuanto vio su cara al dar un sorbo no logró esconder la risa, así que notó que esa vez no había sido muy discreta. Pero daba igual, solo por ver esa expresión había valido la pena.

—Qué graciosa —masculló Shane, tirando el vaso a la papelera.

—Si te hubieras visto la cara…

—¡Hazme caso! —Vika sonaba angustiada desde su mesa, de modo que Karen la miró—. A ver, esta noche, ¿me pongo escote o minifalda?

—¡Y yo que sé!

—¿Qué diferencia hay? —quiso saber Shane, intrigado.

—El escote es para una llamada de atención inmediata, la minifalda para una más prolongada, y ambas cosas es una declaración de guerra —respondió Vika.

—Entiendo —Shane regresó al trabajo, no quería saber más.

—Espera, que me entere yo. —Karen miró a su amiga de nuevo—. Ayer le dejaste tu teléfono otra vez, ¿no? Que, si no me equivoco, con esta ya van tres.

—¿Y si lo pierde? Que es camarero, Karen, con todo el lío que tienen por las noches… además, seguro que le dejan muchos números y los va perdiendo.

—Sí, seguro que es eso —dijo la pelirroja, intentando reconfortarla—. ¿Elegimos canción?

—No estoy de humor —murmuró Vika, poniendo morritos mientras pensaba en su triste existencia con un camarero que no reparaba en su presencia.

—¿Shane? —Él negó con la cabeza—. Oh, venga, no seas muermo. —Le arrojó un lápiz, que le pegó en el hombro con bastante buena puntería—. Mira, te lo pongo fácil, empiezo yo con Sia. No me gusta tener que elegir un solo tema porque me encantan todas sus canciones, pero me decanto por Elastic heart, ¿tú que tienes?

—James Morrison con Nothing ever hurt like you. Defenderás a Sia, supongo.

—¿Defenderla? ¡No es necesario! Es una fiera cantando, tiene el poder mágico de hacer bailar a la gente con canciones de letras tristes. Es una poeta, una poeta con marcha.

Shane asimiló su última frase, y negó con la cabeza.

—No, James Morrison es mejor.

—Mira, todos creíamos que Sia era negra hasta que la buscamos por Google, y descubrimos que era blanca nuclear. Con esa voz desgarrada, cantando sobre lo mal que lo pasan las chicas fiesteras, o los problemas que tuvo con su padre, y lo que disfrutamos al escucharla, es una… ¿cómo se llama? —Miró a Vika.

—Una contradicción.

—Exacto, gracias, una contradicción. A ella se le parte el corazón, pero su sufrimiento hace disfrutar al resto del mundo. —Le hizo un gesto—. James no está a su altura y lo sabes.

—¡Pero qué dices! James Morrison hace que ser un pringado mole, tiene marcha y no necesita a David Guetta para ponerle ritmo.

Vika articuló un oh mirando hacia el suelo.

—Oye, yo no he mencionado a David Guetta para nada, eso sería como usar dos temas, y te recuerdo que las reglas son claras: una canción, un cantante. Nada de dúos, a menos que se especifique.

—Reglas, reglas, esto es una estúpida diversión que solo te entretiene a ti, ¿piensas que no tengo nada mejor que hacer que romperme el cerebro buscando una canción que esté a la altura de la que hayas escogido tú? —Shane hizo un gesto para zanjar el tema, exasperado.

—¿Eso significa que te rompes la cabeza buscando canciones? —Karen se empezó a reír.

—Qué año tan largo —murmuró él, aunque lo bastante alto para que lo oyeran.

Karen iba a replicar, pero entonces Vika volvió a la carga con sus quejas y tuvo que prestarle atención; aquel era un pequeño ritual previo al fin de semana, y cuanto más se acercaba la hora de salir, más nerviosa se ponía Vika. Camarero que no llama, mujer histérica a las doce en punto.

Para cuando fueron las seis, Shane estaba deseando largarse a casa para hacer un encierro donde no tuviera que escuchar sus conversaciones. Entonces Karen se levantó y lo miró.

—¿Te vienes al pub con nosotras? —ofreció—. Es posible que me arrepienta de hacerte esta oferta dado que eres mi enemigo, pero es viernes, y hasta el lunes podemos hacer un paréntesis.

—No, gracias.

—Pero si no tienes nada mejor que hacer.

—A ver. —Él alzó la vista irritado—. Que no quiero ir. Gracias, pero no.

—¿No te gusta beber, o no te gusta divertirte? ¿O ninguna de las dos cosas? —Shane le dedicó un gesto poco amable, y Karen sacudió la cabeza—. ¡Vaya con el inglés! Y yo que creía que erais muy educados y amables.

—Ya, pero da la casualidad de que no soy inglés. Puede que haya vivido los últimos años en Londres, pero soy irlandés.

—¿Irlandés? Pues mejor me lo pones, entonces deberías ser un borracho que bebe hasta caer al suelo después de cantar canciones ridículas con los tarugos de sus amigos… y no te ofendas, que no es un insulto. Nosotras bebemos como campeonas.

Shane se levantó como si le hubieran pellizcado; agarró a Karen del brazo y la empujó hacia la puerta.

—Que no, en serio. Estoy seguro de que os lo vais a pasar genial sin mí.

—Eso es mentira, siempre es mejor cuando hay un tío porque…

—…paga las copas —terminó él.

Karen se lo quedó mirando mientras entrecerraba los ojos, sin poder evitar preguntarse cómo podía haber adivinado lo que iba a decir. Se cruzó de brazos.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque tengo cinco hermanas y lo sé todo sobre las mujeres. Eso incluye todas las fases de la ovulación, la dieta Atkins, qué es un escote halter, los libros de Crepúsculo y todas sus horribles adaptaciones para el cine, lo bueno que está Michael Fassbender, qué es una falda lápiz, lo mucho que adoráis los Loubotin, que el azul marino no va con el negro, que la base iluminadora es tan necesaria como el oxígeno, y los diez ejercicios para tener una cintura perfecta.

Karen estaba tan anonada que no reaccionó, ni siquiera cuando él entornó la puerta y la empujó fuera sin demasiada delicadeza.

—Ah, y de paso os desvelo uno de los mayores misterios masculinos —añadió, dirigiéndose hacia Vika—. Si no te llama es que no le gustas, no hay más. Divertíos. —Y cerró, con cara de satisfacción.

Karen y Vika se miraron asombradas, sin dar crédito a lo que acababan de escuchar.

—Qué cabrón —dijo la segunda, resentida.

—Venga, venga, no hagas caso.

—Ya, pero tiene razón. Es un tío y piensa como un tío, y si no te llama es que no le gustas —repitió la chica, recreándose en aquellas palabras mientras bajaban a buscar a Davina.

Esta salió a su encuentro, con el abrigo puesto y el bolso en la mano, pero al ver la cara de deprimida de Vika parpadeó.

—¿Qué pasa? ¿Otra vez Owen? —intercambió una mirada con Karen y esta afirmó—. Vika, ¡te va a llamar, estoy convencida!

Vika comenzó a negar con la cabeza, y mientras Karen ponía al día a Davina del desafortunado comentario de Shane, vieron como Leslie bajaba las escaleras, con la chaqueta ya abrochada. Se aproximó a ellas, toda erguida en sus tacones.

—¿Todo bien, chicas?

—Sí. Shane se ha quedado arriba, supongo que cerrará él —dijo Karen. Todos tenían un juego de llaves que pasaba de mano en mano, así que no era extraño que cada día cerrara uno distinto.

Leslie asintió, fijándose en la cara apenada de Vika.

—¿Te pasa algo? —preguntó, intentando ser amable.

Vika abrió la boca, pero en lugar de hablar rompió a llorar, haciendo que Leslie se echara hacia atrás de la sorpresa. Sus dos amigas comenzaron a hacer ruiditos de compasión y a frotarle el brazo mientras la joven ejecutiva las observaba sin comprender.

—¿Se encuentra bien? —articuló.

—Necesita una copa. O una borrachera —repuso Karen—. ¿Te apuntas?

—¿Yo?

—Sí, tú. Venga, una charla entre chicas te vendrá bien para dejar de pensar en trabajo. Así al fin sabrás donde está el pub y podrás descubrir sus vistas.

Leslie pensó en negarse, pero no se le ocurrió ninguna excusa buena, de manera que terminó asintiendo, desorientada, y dejándose llevar por el triunvirato pelirrojo hacia el coche de Davina, la afortunada a la que le había tocado conducir esa noche.

—A ver, Davina, pon la puñetera canción que ha dicho Shane, a ver si es para tanto— pidió Karen, con un gruñido, una vez sentadas.

—¿Es que te crees que esto es la radio? ¡No tengo todas las canciones del mundo aquí, guapa!

La inglesa permaneció en silencio durante el corto trayecto hasta el pub, escuchando su conversación para intentar entender qué ocurría. Sacó en claro algo sobre un camarero que no llamaba. Lo que no entendió muy bien era por qué iban a ese pub si el chico no hacía caso a Vika, ¿para qué sufrir a lo tonto? Seguro que en algún pueblo cercano había otro bar.

Se bajaron del coche frente al pub, que tenía un cartel con un escudo de armas cuya imagen central era un ciervo blanco.

Leslie sacó su paraguas con rapidez y destreza fruto de la costumbre, y las tres la miraron. Y después a la puerta, a cinco metros de distancia.

—No quiero que se me moje el pelo —explicó ella, echando a andar. Se dijo para sí que debía preguntar a Karen que usaba ella para tener su melena perfecta. Lo compraría y así todo el mundo dejaría de mirarla como si estuviera chiflada cada vez que abría el paraguas.

Las tres chicas la siguieron sin decir nada, tampoco era que les extrañaran ya las rarezas de su jefa. Entraron en el pub, y Leslie lo miró con ojo crítico. Estaba decorado en madera, con el escudo del ciervo en varios lugares; los muebles parecían antiguos, pero el lugar parecía limpio y cuidado. En fin, no era un lugar chic a los que estaba acostumbrada, pero tenía que admitir que era acogedor. Y además sonaba Shine, de Years & Years, que siempre animaba.

Las chicas se dirigieron a una mesa cerca de la barra, y se sentó con ellas mirando por la ventana. Solo se veía el aparcamiento, así que supuso que las vistas de las que había hablado Karen estarían en otro lado.

—¿Cambiamos de mesa? —preguntó.

Las tres la miraron como si estuviera loca.

—Esta es nuestra mesa —explicó Vika.

—Siempre nos sentamos aquí —dijo Davina.

—Bueno, yo era por ver el paisaje. Karen me dijo que había buenas vistas…

El triunvirato se echó a reír, y Leslie se quedó mirándolas sin entender. Karen señaló con disimulo la barra del bar, y Leslie se giró para ver a un par de chicos tras ella.

—Esas son las vistas —explicó.

Y entonces salió Evan de una puerta tras la barra y se acercó a los otros camareros. Leslie se dio la vuelta con rapidez.

—¿Pero es que trabaja aquí? —preguntó.

—¿Mi primo? —replicó Karen—. No exactamente, es el dueño. ¿No has visto el escudo?

—¿El ciervo blanco?

—Claro. Es el emblema McKinley.

Lo dijo en un tono como si fuera lo más normal del mundo saberse todos los emblemas de los clanes escoceses, así que Leslie no contestó. Dudó unos segundos, pero pensó que aunque fuera una tontería, mejor salía de dudas.

—Una pregunta… Que puede parecer tonta.

Aquello despertó la atención de las tres. ¿Leslie, admitiendo que podía decir alguna tontería? Era para anotarlo en el calendario. Ella carraspeó antes sus miradas, y se inclinó para bajar la voz.

—¿Es hijo único? —preguntó.

—Sí —contestó Davina, en el mismo tono—, por desgracia rompieron el molde con él, tanta perfección… —Karen le pegó un codazo—. Perdón, que me pierdo.

—¿Por qué lo preguntas? —inquirió Karen.

—Porque me lo encuentro en todas partes, empezaba a pensar que tenía un hermano gemelo y me tomaban el pelo.

O a lo mejor era cierto que era inmortal, y por eso poseía el don de la ubicuidad.

—La pena —murmuró Davina.

—No, pero oye, le habría pegado hacer algo así —rio Karen.

—Hola, chicas.

El grupo miró hacia la voz femenina. Era una mujer que no llegaría a los cincuenta años, con el pelo pelirrojo, por supuesto, y unos ojos azules que le resultaban familiares, pero que Leslie no terminaba de ubicar.

—Vaya, tú debes ser la hija de Finn —siguió la mujer, a lo que Leslie hizo un gesto de desagrado—. He oído hablar mucho de ti.

—Sí, bueno, me imagino que en este pueblo es complicado no enterarse de las cosas.

—Nell, ¿Owen no está hoy? —preguntó Vika.

—Empieza su turno en quince minutos. Bueno, Leslie, ¿y qué tal se porta mi sobrina? Espero que te ayude en el ayuntamiento.

—¿Sobrina?

—Nell es mi tía segunda por parte de… —explicó Karen—. Bueno, es igual. Es la madre de Evan.

«De ahí el parecido», pensó Leslie. Sin darse cuenta, se puso tensa al momento.

—Es un buen chico —dijo Nell, guiñándole un ojo como hacia él—. Pero le encanta bromear. No le hagas mucho caso. En fin, ¿qué queréis cenar, guapas? Hoy tenemos forfar bridie recién hecho, haggis, clootie dumplings, cullen sink… y de postre acaba de salir del horno un tipsy laird trifle para chuparse los dedos.

Forfar bridie —contestaron Davina y Vika a la vez.

—Buf, yo no tengo mucha hambre… —comentó Karen—. Haggis, anda. Pero no te pases, ¿eh?

—¿Con neeps y tatties?

—Sí, claro.

Nell apuntó todo en una libreta y miró a Leslie, expectante. Ella se movió, incómoda. Lo mismo le daba si hubieran hablado en alemán, no había entendido nada.

—El haggis es casero —explicó Nell, por si servía de ayuda.

—¿Eso no lleva cosas raras? —preguntó Leslie—. Quiero decir, no como hidratos, ni nada que no sea ecológico. Evito la carne en lo posible, así como el pescado azul. Nada de fritos, ni cosas artificiales. Si llevan leche, que sea de soja, y… —Se calló al ver cómo la miraban todas—. ¿Y una ensalada de tomate?

Nell sonrió con amabilidad.

—No te preocupes —dijo—. Todas nuestras verduras son de la huerta, así como nuestros animales. Te traeré neeps and tatties, que es colinabo y patatas. Y un clootie dumpling, solo es una bola de masa hervida. Nada raro. Y otro día vas probando el resto de cosas, ¿te parece bien?

Leslie la miró afirmando agradecida. Al fin alguien que la entendía, desde luego aquella mujer parecía mucho más amable que su hijo.

—Perfecto. Os pido unas pintas, también.

Se alejó hacia la barra, y tras decirle algo a Evan, desapareció tras la puerta.

—Vika, a las seis en punto —avisó Davina.

Vika se atusó el pelo y sonrió mirando en dirección a la puerta. Leslie giró la cabeza, y vio entrar a un chico vestido con kilt. Era moreno y alto, y podía entender por qué le gustaba a la chica. Pero cuando pasó junto a su mesa, solo las saludó con la cabeza sin prestar mucha atención.

En cuanto se metió tras la barra, las tres se inclinaron hacia delante para hablar en susurros. A Leslie le recordó algunos momentos de su adolescencia cuando hablaba con sus amigas de chicos y pensó que ya estaba muy mayor para esas tonterías. Pero en lugar de decir nada, adoptó la misma postura para poder oír bien lo que decían.

—Me ha mirado —dijo Vika.

—Sí, pero no sé yo si ha sonreído —replicó Davina.

—Ha hecho un gesto con la cabeza —siguió Vika.

—Sí, pero no estoy segura de… —comentó Karen, sin querer ser muy brusca con la chica—. Tampoco ha sido muy…

—Yo creo que solo ha saludado en general —intervino Leslie. Las tres la miraron, y por un segundo pensó que quizá debía haberse quedado callada, pero decidió continuar—. Mira, Vika, no conozco toda la historia. Pero por lo que he visto, no puedes ir detrás de un chico así. No tienes que darles tu número.

—¿Y cómo va a llamarme?

—Que te lo pida él. Tiene que currárselo, ¿no? Nosotras no tenemos que ir detrás de ningún hombre, ¿para qué? Hay muchos peces en el mar. Si te gusta uno y no te hace caso, no pasa nada. Habrá otros mejores.

Vika consideró sus palabras.

—Es que tampoco hay tantos —dijo, al cabo de unos segundos—. Que esto es pequeño.

—Pues se va a otro pub. En otro pueblo, quiero decir.

Ellas se miraron como si algo así no se les hubiera ocurrido nunca.

—Puede que hacerse la dura no sea tan mala idea —repuso Karen.

—Cuatro pintas marchando.

Las cuatro se sobresaltaron ante la voz masculina, y se apresuraron a sentarse bien. Evan repartió las jarras de bebida, dejando una de cerveza negra frente a Karen.

—Vaya, lassie —saludó, mirando a Leslie—. No esperaba verte por aquí. Espero que te guste la comida, todo es casero.

—Seguro que tu madre cocina muy bien.

—Sí. —Intercambió una mirada con el triunvirato—. Seguro.

Y se alejó, dejando a Leslie mosqueada. Nunca sabía cuándo hablaba aquel hombre en serio o en broma, y temió encontrarse con algo como lo que Moira cocinaba.

—De todas formas tú tampoco eres un buen ejemplo —dijo Vika.

Esquivo una bola de papel que Karen había hecho con una servilleta, y Leslie se preguntó qué se había perdido.

—Lo dice por su novio —explicó Davina, solícita.

—Ah —replicó Leslie—. No sabía que tuvieras novio, Karen.

—Porque no lo es… es un algo.

—¿Un algo?—repitió Leslie, desconcertada.

—Un rollo/ligue/algo —enumeró Vika—. Es un tío que mola, pero lo sabe, así que va un poco en plan la suerte que tienes de conocerme. No hace las funciones de novio, como mucho de amigo.

—¿No vive aquí?

—Sí, pero viaja bastante —explicó Karen—. Viene de cuando en cuando.

—Y no suele llamar —ayudó Vika—. Se presenta sin más y espera que te lances a sus brazos, y tú vas y lo haces.

—Bueno, él hace lo mismo y a nadie le parece mal… Graham es un entretenimiento sin complicaciones. Sí que tiene un poco de alergia al móvil, pero cuando estamos juntos nos lo pasamos bien. ¡Si vosotras sois las primeras que decís que es menos bruto que el resto de los que hay por aquí!

Poco después apareció Nell con varios platos, y los repartió entre las chicas. Leslie echó un vistazo al de las demás; lo de Vika y Davina parecía una especie de pastel de carne… pero lo de Karen no veía por dónde cogerlo. No había nada identificable a la vista.

—La mayoría son verduras —explicó Karen, solícita—. Cebollas, hierbas…

—¿Y esos trozos? —Señaló varios—. ¿Carne?

—Más o menos.

Cualquiera le decía que eran asaduras de cordero… pulmón, hígado, corazón… quizá cuando estuviera más inmersa en la cultura. Al menos ya había ido al pub, por algo se empezaba.

Leslie probó con cuidado el puré de colinabo y patata… y cerró los ojos con satisfacción al saborearlo. Estaba buenísimo.

 

* * *

 

Unos días después, Karen llamó al despacho de Leslie y se asomó con una sonrisa.

—Hola, jefa —saludó—. Tenemos que irnos.

—¿A dónde?

—A resolver un problema vecinal.

—¿Y por qué no vienen los vecinos en cuestión aquí?

—Porque para poder resolver el problema, tienes que verlo in situ.

—Pero yo… —Sacudió la cabeza—. Karen, me he leído vuestras absurd... vuestras leyes. Pero no sé si me acordaré de todas.

—Tranquila, yo te acompañaré.

Y le mostró la mano, donde ya tenía el paraguas preparado. Leslie no entendía qué problema sería aquel que no podía ser resuelto en un despacho, pero en fin, se suponía que era su trabajo. Así que cogió su abrigo y su bolso y siguió a la chica.

Shane estaba preparándose un café y probando el azúcar por si acaso lo había cambiado Karen por alguna sustancia diferente, y al verlas juntas frunció el ceño.

—¿Dónde vais? —preguntó.

—A resolver un tema —contestó Karen—. Tranquilo, no haces falta.

—Ten cuidado, Shane —dijo Leslie—. El azúcar blanco ya sabes que no es bueno, ¿cómo se te ocurre andar comiéndotelo así?

Shane dejó el bote mirando a Karen con odio reconcentrado, pero no sirvió de nada: las dos chicas ya estaban saliendo por la puerta.

—¿Jugamos a las canciones? —preguntó Vika, ajena a la tensión ambiental.—Tengo una de James Blunt preparada. Es…

—No puedo, estoy muy ocupado.

Vika decidió intentarlo un poco más tarde, así que se puso a buscar canciones para estar preparada.

Karen condujo por aquellas carreteras que se le hacían tan complicadas a Leslie sin titubear en ningún cruce, y veinte minutos después paró en un lado de la carretera junto a una verja de madera.

Leslie miró por la ventanilla, buscando alguna casa, pero no había nada a la vista.

—¿Nos hemos perdido? —preguntó.

—No, hay que subir por esa colina, es al otro lado.

Salió del coche y Leslie no tuvo más remedio que seguirla, por supuesto cubriéndose con el paraguas de la ligera llovizna.

En cuanto pisó el campo, supo que aquello había sido una mala idea. Los tacones se le quedaban clavados en la tierra y varias veces estuvo a punto de tropezar y caer. Tendría que revisar el tema de los zapatos al final, seguro. Escucharon unas voces masculinas discutiendo, y pronto se encontraron con dos hombres hablando acaloradamente mientras señalaban unas tierras y una hilera de piedras.

Al verlas, ambos fueron hablando y gesticulando sin parar hacia ellas, pero Leslie no entendía nada de lo que decían. Por un momento pensó que eran familiares de Moira, hasta que oyó a Karen contestándoles igual y dedujo que era gaélico. Los dos fruncieron el ceño al mirarla de nuevo.

—Leslie, estos son Murtagh McCloud y Angus McEnzie.

—¿Eres la hija de Finn y no hablas escocés? —gruñó uno.

—¿Cómo se supone que vamos a confiar en que una sassenach arregle esto? —protestó el otro.

Leslie sacó su mejor sonrisa de negocios y se armó de paciencia.

—Seguro que si son tan amables de explicarme el problema encontraremos una solución —dijo.

Uno de los hombres se giró y señaló las piedras.

—¡Mire eso! —Leslie obedeció, pero no sabía a qué se refería—. ¿Es que no lo ve?

—Eso ha estado ahí siempre, y lo sabes —refunfuñó el otro.

Leslie miró la hilera de piedras. Se inclinó a un lado, al otro, estudió los diferentes ángulos… y lo único que encontró fue que no iban en línea recta, sino que parecían estar colocadas en zigzag.

—¿Podrían ser un poco más específicos? —se atrevió a preguntar.

Uno de ellos (Leslie no se había enterado de quién era quién), señaló la primera piedra y la segunda, haciéndole gestos para que se acercara.

—¿Ve esto? Este sinvergüenza ha movido la piedra para ocupar mi terreno. Está haciéndolo con todas, ¿no lo ve?

—Bueno… —titubeó—. Quizá no estén totalmente paralelas.

—¡Claro que no lo están! ¡Él las ha movido!

—No, señor, has sido tú. —Señaló unas más adelante, que estaban un par de centímetros más hacia el otro lado—. Tú empezaste moviendo esas.

—Porque tú moviste aquellas. —Señaló otras.

Leslie les miraba incrédula. ¿Toda aquella discusión por unos centímetros de tierra? Tierra que, se dio cuenta, estaba sin cultivar. Solo era hierba verde, nada más.

—¿Podrían determinar cuándo comenzó este… llamémoslo movimiento extraño de piedras hacia uno u otro terreno?

—Por supuesto. Hace treinta y cinco años.

—No, señor, no. ¡Hace treinta y seis, cuando tú moviste la primera del extremo norte y pensaste que no me había dado cuenta!

Leslie se quedó patidifusa. ¿Treinta y cinco años? Tenía que ser una broma. Les miraba mientras seguían discutiendo sobre un milímetro aquí y un centímetro allá, sin asimilar que aquello era real. Karen la tocó un brazo, mirándola con comprensión.

—Llevan así toda la vida —susurró.

—¿Y cómo demonios voy a solucionar yo esto? —siseó a su vez—. ¿Qué haría mi padre?

—Creo que siempre les ha dado largas… y les ha mandado al pub a tomar un par de cervezas. Luego están calmados un par de meses.

Leslie sacudió la cabeza y se acercó a ellos. Ambos la miraron, con los ceños fruncidos.

—No se preocupen —dijo—. Buscaré las escrituras originales de los terrenos y los delimitaremos al milímetro. ¿Por qué no se van al pub y nos dan unos días para solucionarlo?

Ellos se miraron, para acabar estrechándose la mano e irse tan tranquilos. Leslie respiró aliviada, emprendiendo el regreso al coche. Karen la alcanzó al trote.

—Los planos no son tan específicos como para eso —le dijo.

—Me lo imagino. Lo único que hay que hacer es colocarlas en fila procurando que no se noten las marcas de donde estaban antes. Aunque algo me dice que dentro de un mes volverán a estar igual.

Karen se echó a reír, convencida también de ello. Giró la cabeza para hacerle un comentario, pero su jefa ya no estaba a su altura. Miró al suelo, donde Leslie había caído sentada y sin un zapato.

—Ay, Dios. —Se agachó a su lado—. ¿Estás bien?

—Creo que sí. —Tiró de su zapato clavado en el barro, y cuando lo recuperó estaba sin tacón—. Oh, no. ¡Eran mis zapatos más cómodos!

Karen la ayudó a levantarse, moviendo la cabeza.

—Necesitas más variedad, algo sin tacón.

Leslie sabía que tenía que claudicar, estaba claro, o acabaría rompiéndose un tobillo. Pero sacudió la cabeza.

—Ya veré. Llévame a casa, cogeré otros allí.

Karen la cogió del brazo para ayudarla a llegar al coche y la llevó a buscar otros zapatos medianamente cómodos.

 

* * *

 

Leslie había terminado de estudiar todos los planos disponibles de los terrenos de la zona alrededor de McKinley, tanto los orográficos como los urbanos que contenían informes sobre los límites de cada terreno privado y público. Tenía una ligera idea de cuáles podrían ser los más apropiados para el resort, pero necesitaba verlos en persona.

Salió del despacho con los planos de la zona que quería ver en la mano.

—Karen, me gustaría ver estos terrenos. —La chica dejó de tararear Somebody,s baby, y echó un vistazo—. ¿Podrías llevarme?

—No están muy a mano, no se puede ir en coche. Y no los conozco muy bien.

—¿Y hay algún guía en la zona?

—Te puede llevar mi primo, seguro.

—¿Qué primo?

—Pues mi primo, el único que conoces. Evan.

—Me estás tomando el pelo, ¿no? Tiene que haber más habitantes en este pueblo.

—Bueno, sí, pero él es quien mejor conoce esto. —Alargó la mano hacia el teléfono—. ¿Le llamo?

—No, deja. Ya me apañaré. —Le hizo un gesto a Shane—. Ven conmigo.

Shane entró tras ella en el despacho. Leslie cerró la puerta, y se sentó con los planos extendidos.

—Averigua si hay más guías, anda —dijo.

—Vale, pero a riesgo de quitarme puntos a favor de Karen, me creo que no haya mucha gente más disponible. Esto no es lo que se dice un hervidero de…

—Tú pregunta. Vete al pub, allí hay mucha gente. ¡Pero no le preguntes a Evan!

Le hizo un gesto para que se marchara. Shane cogió aire y salió; no estaba muy seguro de lograrlo, pero no perdía nada por probar y no le vendría mal darse una vuelta.

Así que cogió su chaqueta y se marchó del ayuntamiento. No había estado aún nunca en el pub, pero no le resultó difícil encontrarlo: el triunvirato pelirrojo le había explicado unas cien veces cómo llegar.

Cuando entró, se encontró con que había unas cuantas personas tomando cervezas repartidas por las mesas, pero tampoco una multitud. Evan y otro chico estaban tras la barra, y le miraron sorprendidos.

—Vaya —saludó Evan, al verle acercarse—, por fin nos visitas. ¿Qué te sirvo?

—Una pinta. —Ocupó un taburete—. No hay mucha gente, ¿no?

—Se llena a la hora de comer y cenar, el resto del tiempo es bastante tranquilo.

Shane se acomodó, recordando lo que le había dicho Leslie. Decidió hacer caso omiso: si alguien conocía a todo el pueblo, ese era él.

—Necesito ayuda con una cosa.

—Claro. —Le puso la cerveza—. Dispara.

—Si yo quisiera ver unos terrenos por aquí, averiguar quiénes son los dueños y eso… que alguien me hiciera de guía, vamos, ¿a quién podría pedírselo?

—A mí.

—¿Nadie más?

—Bueno, todos mis colegas saben moverse por la zona, pero no conocen a todos los dueños tan bien como yo. ¿Qué pasa, que no te caigo bien? —Shane hizo un gesto vago, mientras bebía un trago de cerveza—. Ah, ya entiendo. No es para ti, es para tu jefa.

—Algo así.

—¿Qué zona, exactamente?

—Pues creo que está al norte, cerca del lago. Hay un castillo o algo así en ruinas.

Los ojos de Evan chispearon con malicia.

—Allí solo se puede ir a caballo, y yo soy quien lo conoce mejor. Así que le dices a la señorita Ferguson que cuando quiera estaré encantado de acompañarla.

—No creo que ella esté tan encantada, pero bueno.

De pronto le dieron una palmada en la espalda que casi le tiró al suelo, y se sujetó a la barra mirando al enorme escocés que le había golpeado.

—Hombre, el irlandés —dijo el tipo—. ¿Qué tal? Soy Duncan McCoy, del clan de los McCoy.

—Shane Malloy, de los Malloy sin más de toda la vida.

—Anda, si eres gracioso y todo. —Hizo un gesto hacia la puerta—. ¡Eh, Connor, que estamos aquí!

Tras el susodicho Connor, entraron dos más. Todos ellos altos, con sus kilts escoceses… y con el pelo en diferentes tonos de pelirrojo. Por un momento se sintió como en la oficina, rodeado de cabellos cobrizos… pero al menos aquellos irradiaban testosterona, algo que empezaba a echar en falta. Había pensado en irse en cuanto terminara la cerveza, pero entonces la conversación comenzó a girar en torno al rugby y al fútbol… y se quedó con ellos.

Leslie le mandó un mensaje un rato después preguntándole dónde demonios se metía, a lo que Shane dudó unos segundos entre volver corriendo o contestar. Y al final le envió un SMS:

«Estoy haciendo una inmersión cultural e investigando».

«Perfecto. Cuando tengas un nombre me avisas para hablar con Karen y organizarlo.»

«Pues espera sentada», pensó. Porque sí que lanzó un par de veces la pregunta al aire, y al final todos le decían lo mismo:

Evan es el que mejor conoce la zona.

 

* * *

 

Transcurrió una semana, y ya estaban a lunes otra vez. Shane hizo un cálculo del tiempo que llevaban allí mientras subía a la oficina… tres meses ya. Su jefa parecía estar un poco más relajada, y haciendo migas, pero él… él estaba negro. No hacía más que pensar en largarse, y si no, en que al final Leslie acabaría prescindiendo de su trabajo porque Karen jugaba bazas que él no podía, como hacerse amiga suya.

Entró en silencio, sin sorprenderse del panorama: como siempre, Karen debía haber pasado un fin de semana movidito, porque estaba con la cabeza encima de sus brazos, apoyada en la mesa, y los ojos cerrados. Resistió el impulso de dejar caer una carpeta junto a ella, algo que ya había hecho la semana anterior con resultados estupendos, y fue hasta su mesa a buscar en el cajón. Si no calculaba mal, Vika aún tardaría al menos veinte minutos en aparecer, y eso si no coincidía con la llegada de Akhber y los donuts, así que se hizo con un rotulador al agua y se acercó a la pelirroja. Con sumo cuidado para no despertarla, le dibujó unos bigotitos de felino, y como se sentía creativo, simuló unas perfectas patas de gallo. Acabó poniéndole en la frente fiestera, y después fue a hacerse un café con tranquilidad; se sentó en su escritorio, y justo en aquel momento llegó Vika con la caja de donuts y Leslie al lado.

Ufffff, por los pelos, la una llegaba justa y la otra pronto, pero como él estaba en su silla ya con todo encendido, seguro que no parecía sospechoso. Las dos le saludaron, pero entonces repararon en Karen.

—¡Karen! —exclamó Leslie atónita—. ¿Otra vez durmiendo? ¿Y qué demonios…?

La pelirroja se espabiló al oír la voz estridente de su jefa, y se quedó con los ojos abiertos como platos mientras trataba de despejarse. Tenía que dejar de hacer eso: a Finn no le importaba, pero a Leslie no le gustaba nada… y entonces vio como Vika se reía sin ningún pudor.

—Madre mía —decía Leslie—. Esto es intolerable, Karen. Ya sé que te encanta la juerga y las borracheras, pero no puedes presentarte así a trabajar, no es nada serio.

Ella se frotó los ojos, sin terminar de entender de qué le hablaban.

—Lávate la cara y ven ahora mismo a mi despacho —Leslie giró sobre sus tacones furibunda.

Karen la vio alejarse como si le faltara un tornillo, y se giró hacia los otros dos. Vika continuaba con las carcajadas y Shane también parecía divertido.

—Estás muy mona, gatita —se burló Vika—. Mira que anoche bebimos, como todos los domingos, pero no recuerdo yo esta parte. ¿Quién te hizo eso?

—¿El qué? —gruñó Karen exasperada—. ¡No sé qué os hace tanta gracia!

—Espera. —Vika fue hasta la entrada, descolgó el espejo que tenían colgado y lo acercó hasta ella, plantándolo delante de su cara—. ¡Mira!

Karen soltó un grito al verse en el espejo, pero su mirada fue directa hacia Shane. Estaba segura de que había sido él, sin duda, porque por la noche se había desmaquillado, algo que hacía religiosamente cada día por muy pasada de alcohol que estuviera.

—¿Fue Graham? —seguía diciendo Vika, sin dejar de reír—. No, lo dudo, él no es tan divertido…

—¡Has sido tú! —Karen acusó a Shane de forma directa.

—¿Yo? —Shane puso cara de asombro y consternación al mismo tiempo—. Hay que ver qué mala opinión tienes de mí, yo nunca te haría eso.

—¡Sí, ya! —Karen saltó de su asiento a toda prisa—. ¡No te creo!

—Venga, venga, tranquila. —Vika se interpuso en su camino por si acaso a Karen se le ocurría ponerse a pegar al chico o cualquier cosa similar—. ¿Por qué iba Shane a hacer algo así? Mírale la cara, si sería incapaz. —Y señaló su cara de bueno, perfecta como siempre.

—¡A mí no me engañas! —protestó la pelirroja.

—¿Qué es ese escándalo? —oyeron gritar a Leslie—. Karen, si no recuerdo mal te he pedido que vengas a mi despacho.

Ella se recompuso, aún lanzando miradas temibles.

—Ya arreglaremos cuentas —farfulló, antes de encaminarse a ver al despacho.

Los dos se cruzaron de brazos hasta que la puerta se cerró, y Vika meneó la cabeza.

—No entiendo por qué la toma contigo… ni que fuera la primera vez que despierta con la cara pintada —y siguió riéndose.

—¿Esto le pasa a menudo?

—De cuando en cuando… —Vika regresó a su mesa.

Shane estaba satisfecho, pero para ambos fue inevitable escuchar los gritos que salían del despacho de Leslie. Sabía que su jefa andaba cabreada desde que le había dejado claro que tendría que recurrir a Evan para ver los terrenos que ansiaba, y era obvio que estaba descargando ese mal humor en Karen… por su culpa, sí, pero ella le hacía otras putadas distintas, así estarían en paz.

Cuarenta y cinco minutos de gritos después, Leslie al fin liberó a una Karen que, si bien no tenía dolor de cabeza al entrar, disponía de uno de tamaño considerable al salir.

—¿Qué ha pasado? —preguntó su amiga al verla aparecer.

—¡Pero si habéis tenido que oírlo desde aquí, con esos gritos! Voy a lavarme la cara. —Miró a Shane furiosa—. ¡Y como esto no se vaya vas a tener problemas!

Él se encogió de hombros, recuperando aquella expresión de no haber roto un plato, y se guardó una sonrisa al oír el portazo. No pasaba nada, había usado un rotulador al agua, ¿no? Asomó la mirada en el cajón para asegurarse, y entonces se dio cuenta de que no, había usado uno de tinta permanente. Mierda…

Diez minutos después, Vika se levantó al ver que su amiga no regresaba. Cuando ya los minutos eran veinte, Shane decidió ir a comprobar si todo iba bien; salió para tocar en la puerta del baño de chicas.

—¿Estáis vivas?

—¡Largo! —oyó gritar a Karen.

—Shane —Vika ignoró a la chica y abrió la puerta—. Pasa, pasa, estamos tratando de quitarle el rotulador pero no sale con nada. ¿Hay alcohol en el baño de chicos?

—No me suena… ¿no tenéis vosotras?

Las dos le miraron entornando los ojos.

—Sí, claro, suelo llevar botellas de alcohol en el bolso— refunfuñó Karen, y se miró en el espejo a punto de llorar—. No se me va a quitar y tendré que pasearme por ahí con esta pinta.

Vika le frotó los hombros, compasiva.

—No, ya verás, iremos al salir del curro a tu casa y seguro que encontramos una solución, algo habrá para quitarte eso.

—Pero se va a descojonar de mí todo el mundo en cuanto me vean…

Shane regresó a su mesa. Dos segundos después, Leslie abandonó el despacho para aproximarse con gestos nerviosos.

—Vale —dijo, al llegar—, llama al señor Inmortal y… es decir, llama al señor McKinley y pregúntale cuándo puede dedicarme un rato, y… —Justo entonces aparecieron Karen y Vika, y volvió a mirar a la primera—. ¿Aún así? Te he dicho que te quitaras eso.

—Lo intento, Leslie, pero es que no se va…

—Ah, estas cosas hay que pensarlas antes de hacerlas. Es lo que tiene la juerga, si no se puede controlar quizás es que ha llegado el momento de parar. —Leslie meneó la cabeza, inflexible y sin hacer caso de la cara de Karen—. Vete a casa y no vuelvas hasta que no haya desaparecido hasta el último bigote. Shane, ven a mi despacho y terminamos de concretar la fecha para la visita.

El chico asintió, no sin antes lanzar una mirada furtiva hacia la pelirroja, que a duras penas parecía controlar la frustración. No había pensado que el tema se desmadraría, pero tampoco iba a decirlo allí delante, así que sacudió la cabeza para seguir a su jefa. Antes de llegar al despacho, oyó como la puerta se cerraba de golpe y suspiró. Ahora le tocaba sentirse culpable, mierda… si es que él no era así. Karen había conseguido que se pusiera a su altura y aquel era el resultado: la broma había tenido consecuencias peores de las imaginadas, en parte porque Leslie estaba un poco desquiciada con el tema del lanzatroncos.

Pero el resultado era que se había cabreado como una loca y había mandado a Karen a su casa tras una bronca monumental, y todo por su culpa.

Mientras Leslie buscaba una fecha y divagaba, Shane buscó la manera de confesarle que él había sido el dibujante anónimo, pero después lo pensó mejor: no, no con Leslie con los nervios a flor de piel. Mejor lo dejaba correr, aunque con la que sí debería disculparse era con Karen. Que igual le lanzaba algo a la cabeza, pero por probar no perdía nada.

Nada más acabar el trabajo, cogió el coche y condujo hasta Inverness rogando que pudiera localizar una droguería abierta. Tras varias vueltas, al fin encontró una y pudo comprar un disolvente especial; por si acaso, se acercó hasta la farmacia y consiguió también alcohol. Con aquello en una bolsa, regresó hasta Kiltarlity y fue hasta casa de Karen; llamó a la puerta sin estar convencido, pero le abrió Davina.

—¡Ah, hola! —Se le iluminó la cara al verle—. Entra, acabamos de llegar. —Señaló a Vika, que se estaba quitando el abrigo—. Venimos a echar una mano, a ver si conseguimos quitar el rotulador. Tengo algunas ideas.

Shane abrió la boca para contarles lo que traía, pero entonces escuchó la voz de Karen desde el piso de arriba.

—¿Habéis averiguado algo?

—¡Hay que meter la cabeza en el congelador! —gritó Davina.

—¿Qué? —Shane la miró, negando—. No, no, eso es para quitar los chicles del pelo y cosas así…

—Ah —Davina se quedó pensando en el tema—. ¡Espera, ya sé! ¡Aceite de árbol de té!

—Mmmm, no, tampoco, eso se usa para piojos.

—¡Leche! Le tiramos un vaso de leche en la cara, estoy segura de que funciona, lo leí en un libro, y…

—Eso creo que es para el espray de pimienta.

—¡Eso que oigo no será Shane! —exclamó Karen, aún en el lavabo—. ¡Por favor, decidme que no se ha atrevido a venir aquí porque lo mato!

El chico depositó la bolsa en los brazos de Vika a toda prisa, y salió de la casa por si acaso, no se fiaba que Karen no bajara a pegarle. Fue hasta la suya, esperando que al menos algo de lo que había comprado pudiera arreglar un poco lo que había provocado.

Seguía sintiéndose mal. Tenía que poner punto y final a aquello. Siguió pensando en el tema mientras se preparaba la cena, agudizando el oído para poder escuchar si había follón en casa de su enemiga, pero lo único que escuchó un rato después fue un coche marcharse. Vika y Davina debían haber vuelto a sus casas. Suponía que hasta el día siguiente no tendría noticias, así que fue a acostarse… ¿continuaría enfadada? No parecía rencorosa, pero nunca se sabía.

De manera distraída se encontró mirando por la ventana para ver si veía a Karen ; no es que se dedicara a espiar ni nada parecido, de hecho por norma habitual solía caer muerto en su cama, pero deseaba comprobar si su cara volvía a estar normal. Y sí, ella andaba por su habitación, y al parecer no se acordaba de que tenía vecino enfrente porque estaba en sujetador tan tranquila. Al momento se le olvidaron las putadas, las risitas burlonas y las contestaciones irónicas, solo podía observar el ir y venir de la chica mientras se desvestía. Uffff, pues casi mejor no había visto nada, ahora ya no podría mirarla igual después de comprobar con sus propios ojos lo perfecta que era… lo siguiente que notó fue una punzada en la ingle, suficiente: cerró la cortina para no ver más, y entonces se dio cuenta que seguía sin saber si el rotulador había desaparecido…