Capítulo 27

 

 

Dhaka, 28 de abril

 

Williams y Leah

 

Aquel día en el centro de Bangladesh, en el río Padma, se había producido un accidente con 42 muertos y varios desaparecidos, ochenta y tantos lograron salvar sus vidas. Se había producido una colisión entre una embarcación y un carguero. Estas colisiones eran frecuentes en el país, pues el transporte por el río era el medio más utilizado por sus habitantes. La última colisión había sido hacía seis meses.

Williams acababa de llegar ese día a Dhaka y Leah lo esperaba aquella tarde. Habían quedado citados en el aeropuerto. Luego se trasladarían por el río portuario y se informarían de las últimas noticias acerca del accidente en el río Padma. Estuvieron viendo una exposición fotográfica, en el centro de la ciudad, acerca de Bangladesh y la jungla. En ella contemplaron muchas muestras de esas embarcaciones atestadas de gente que navegaban por el río. En el llamado Delta del Ganges, que cubría la mayor parte del territorio de Bangladesh y que estaba compuesto por la desembocadura de ese río, así como las de los cauces fluviales del Brahmaputra, el Padma y el Meghna, entre otros, los hundimientos se debían a la sobrecarga y el mal estado de las embarcaciones y estos eran más frecuentes de lo que se quisiera.

Leah besó a su padre en la puerta de llegadas del aeropuerto. Lo llevaba siempre cogido del brazo, no lo soltaba. Leah tenía locura por su padre. En verdad estaba muy sorprendida por su visita. Sentía culpabilidad ante él y esto era lo que la hacía reprimir en sus sentimientos, pero en ese momento se había producido un ambiente de dolor general, y ellos se sentían así más unidos y no lo reprimían, reían por estar juntos y se lamentaban en una sinfonía perfecta por el cúmulo de desgracias en un país tan pobre como Bangladesh.

―Quiero ver las condiciones en las que estás trabajando, vayamos a la fábrica.

―Pero papá, no se permiten visitas. Salvo que sean por estricta necesidad o estén autorizadas.

―Pero yo estoy autorizado por la embajada y por el comisionado europeo.

―Creo que lo podrás ver pero a su debido tiempo. Quiero que conozcas mi trabajo.

―Pero hija, ¿de verdad no estás arrepentida a estas alturas de trabajar aquí? Yo te podría dar algo más, podría ponerte una tienda, si eso es lo que quieres, de costura.

―No sé lo que quiero, me tienta esa idea, pero la razón por la que estoy aquí es que aquí me siento igual a las demás. Si me alejé de vosotros fue por algún motivo tal vez profundo. Pero aquí estoy descubriendo de verdad lo que me motiva. Y me sigue motivando este trabajo. Es sencillo dentro de la complejidad y se me permite salir si pido permiso como ahora. Tengo más movilidad.

―Pero aquí no tienes amigas.

―Bueno no creas, sí tengo alguna. Hablamos de nuestras cosas. También tengo un amigo pero está ahora en los Estados Unidos de América, él procede de allí.

―Pues, vaya, no me esperaba que hubieras tenido tantas relaciones sociales. Últimamente la impresión que me daba es que este país estaba muy cerrado.

El sol dio relieve a los muros portuarios del río, y se posó como la punta de un abanico abierto en una blanca casa de mar, dejando una azul de huella digital sobre ella. Leah se asombró de las hojas que se movían lentamente junto a la ventana y que componían una armonía con el día. La luz incidió en los árboles y daba transparencia a las hojas.

   Ahora el río queda abierto, queda incandescente. Ahora la corriente se desborda en una profunda marea fertilizante que abre lo antes cerrado, forzando lo antes prietamente plegado, y fluye sin limitación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Coser y amar
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