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México D. F., redacción del periódico Las Noticias

José Antonio Sancho caminaba pesadamente entre las mesas de la redacción del periódico en el que venía trabajando los últimos cinco años. Tras mucho tiempo deambulando de medio en medio por fin algo de estabilidad, y sin embargo… Ahora su puesto de trabajo estaba en peligro. Las Noticias llevaba meses sin tener una exclusiva que llevarse a la boca: los diarios cada vez se vendían menos y tampoco la versión digital tenía una gran audiencia. Resultado: los ingresos publicitarios habían descendido enormemente, y eso iba a suponer un recorte en la plantilla. Todos lo sabían.

Pero para José Antonio era todavía peor. Había llegado procedente de España, de donde era oriundo, con la esperanza de dejar atrás un pasado manchado por dos rotundos fracasos: uno profesional y otro amoroso. Si lo echaban de Las Noticias se encontraría en un país que no era el suyo y además sin empleo. No quería ni pensarlo, aunque ahora resultara casi inevitable hacerlo.

Llegó a su mesa y encendió su ordenador con desgana. Miró su agenda de contactos pare ver a quién podría telefonear esa mañana. Quizá detrás de un nuevo asesinato, algún secuestro o una riña entre bandas mafiosas podría estar la historia que llevaba tiempo buscando: una que impulsase su carrera y que despertase en el ciudadano medio la pasión por volver a leer, por volver a seguir un caso desde el lado independiente de un periodista maduro que ya no tenía nada que perder. Fue entonces cuando le sobresaltó el sonido del teléfono de su mesa.

—Al habla Sancho, ¿quién es?

José Antonio esperó unos segundos. Era extraño que le llamasen al terminal fijo, en una época en la que ya todo el mundo disponía de su celular. Por unos segundos pensó que podría tratarse de Amador, el jefe de personal, que le iba a comunicar su despido.

—José Antonio, soy Liliana, de recepción. Llama una persona muy nerviosa. No sé si es un charlatán… Dice que están sucediendo cosas extrañas en las afueras de Guadalajara, y que quiere hablar con un periodista de sucesos sin prejuicios. He pensado que tú…

La buena de Liliana, siempre tan atenta. En lugar de transmitir la llamada al jefe de redacción se la pasaba a él. Era una oportunidad. Lo mismo se trataba de las divagaciones de un chalado, pero su intuición le decía que esta vez era la ocasión que andaba buscando.

—Pásame la llamada. Y gracias, te debo una más…

A los pocos segundos pudo escuchar la respiración agitada de un hombre mayor al otro lado de la línea.

—El periodista de sucesos de Las Noticias José Antonio Sancho al habla —dijo en un tono neutro, cargado de profesionalidad.

—Se… señor…

—¿Sí?

—Mire, le llamo desde Zapotlanejo, Jalisco, cerca de Guadalajara…

—Sí, sí, conozco la ciudad. He estado allí en un par de ocasiones.

El hombre pareció calmarse al escuchar que José Antonio sabía dónde se encontraba. Estaba como asustado, y hablaba entrecortadamente.

—Están sucediendo cosas extrañas…

—Le ruego que se explique.

—Posesiones… demasiadas posesiones…

Sancho sintió que se hundía un poco en su silla. ¿Posesiones? Liliana tenía razón, un nuevo chiflado que perturbado por haber transmutado su sangre en cerveza y tequila llamaba para hacer partícipe de sus pesadillas al primero que quisiera hacerle caso.

—¿Posesiones? Puede ser un poco más preciso…

—El diablo. Creemos que el diablo está detrás de todo esto. Aquí en Zapotlanejo ya van tres niñas poseídas; pero es que en Tonalá hay otros tres casos, en Puente Grande otros dos y en El Salto dos más…

El hombre que le hablaba no parecía un mamarracho. Aunque un tanto confundido, el tono de su voz y la forma de expresarse denotaban un cierto nivel educativo.

—¿Y usted cómo ha tenido conocimiento de estos casos?

—Soy médico. Pertenezco al IMSS-Oportunidades, y atiendo a los barrios más pobres y conflictivos… Todas estas niñas son de familias humildes, que viven casi en la indigencia. He atendido personalmente ya a siete de esas criaturas. Todas presentaban síntomas similares y al final los casos han ido cayendo en mis manos. Es horrible…

—Pero ¿por qué recurre a un periodista?

—¡Porque yo soy un médico! ¿A quién puedo andarle contando que pienso que un puñado de chiquillas están poseídas? ¡No lo entiende!

José Antonio aguardó unos instantes. Su instinto le corroboraba que allí detrás había una historia. Quizá la Gran Historia que necesitaba. Si salía con su coche ya mismo al caer la tarde podría estar en Zapotlanejo sin problemas, tomando la Federal 15.

—Necesito verle en persona. Necesito que me facilite sus datos y corroborar esta historia.

—Estoy dispuesto a colaborar. Pero pongo una condición… Usted mantendrá a salvo mi identidad. Quiero que alguien ayude a esas niñas, pero también deseo desvincularme cuanto antes de este asunto.

—Cuente con ello.

Mientras Sancho anotaba la dirección del médico en Zapotlanejo y el número de su celular, sintió que las piernas le temblaban. Era el temblor agradable de la excitación que provoca encontrase frente a un reportaje de fábula. Ya no tenía dudas: ese caso iba a cambiar su destino para siempre.