Capítulo 35

ERICH sigue embaucado por el fuego de la chimenea, el crepitar de las llamas, el ir y venir de las ondas que arden…, ajeno a todo lo que le rodea degustando otra copa de coñac. Erich no puede dejar de pensar en todo lo que está sucediendo.

Françoise se mete debajo de las sábanas con la esperanza de que el cansancio lo lleve al onírico mundo del coma profundo en pocos minutos. Pero comienzan a pasar por su imaginación imágenes distorsionadas en las que intuye dos cuerpos desnudos sobre la alfombra de la biblioteca, cerca de la misma chimenea que hipnotiza a su jefe, rozándose levemente y luego la musculatura sudando en torsión.

El asistente sabe que esa noche Morfeo no está por la labor así que decide salir a tomar el aire y enfriar sus pensamientos. Necesita irse una temporada a Alemania y asistir a una de esas fiestas privadas a las que su jefe siempre se niega a asistir.

Pero esa noche Morfeo debe de estar de juerga descuidando sus obligaciones generales puesto que Marina tampoco puede dormir pensando en tantas cosas, que encuentra asomarse al balcón la mejor de las ocurrencias. Desde arriba observa cómo Françoise abandona la casa en bata sin rumbo fijo y se pregunta qué es lo que podrá quitarle el sueño al ayudante de Erich; se acuerda de la visita de su padre, de lo ocurrido esa noche en el concierto, de Deray sangrando, del estallido de las puertas del Sacre Coeur. No es capaz de ordenar sus ideas y eso últimamente se está convirtiendo en un hábito común de su caprichosa mente, sus absurdos pensamientos y su eterna lógica del mundo al revés. Ahora todo parece lejano, perdido en la oscuridad de la noche, aunque de unas proporciones tan descomunales que no logra percibir y tampoco razonar, como el ruido de los astros en movimiento o las pisadas de las hormigas, que alcanzan cotas del umbral de la percepción demasiado bajas o demasiado altas para que sean oídas por el ser humano. Cae en la cuenta de que no han cerrado la puerta de su dormitorio por fuera y eso casi le hace estar intranquila, quizás por la costumbre. Prefiere ser esclava, siempre y cuando eso implique conocimiento de cuándo alguien se acerca e intenta entrar en su estancia. Está exhausta así que decide meterse en la cama, se deshace de la bata y se prepara para el cambio de temperatura. Las sábanas son tan suaves… Le encanta el tacto del hilo en su piel pero aún están frías. Es la noche de las imágenes difusas y a Marina las recientes se le van ordenando en la cabeza, sobre todo la cicatriz de Erich y su casi sentimiento de culpabilidad por ser la causante de la misma; es totalmente irracional sentirse así después de haber sido ella la víctima pero todo es tan confuso, tan confuso…

 

 

 

El oficial alemán no deja de pensar de qué modo puede estar Marina vinculada a todo. Pero lo está, sabe que lo está, sólo resta averiguar el cómo y el por qué, el cuándo le es indiferente. No cree en el destino y, sin embargo, sabe que ella es el suyo. Poco a poco se van desenmarañando todas y cada una de las incógnitas que esconden los manuscritos y, aún así, se ha añadido el nuevo e incómodo enigma de que la mujer que duerme arriba está estrechamente relacionada con todo eso. Se sirve otra copa y sigue cavilando sobre el tema. Tras un largo periodo de reflexión y dos copas más decide que lo lógico es preguntarle a ella así que se dirige a su dormitorio. Entra en él algo eufórico por el alcohol que ya hace efecto y Marina se despierta de un sobresalto.

—¿Qué sabes de la Batalla de las Navas de Tolosa? Esa batalla es de tu tierra… Y tiene que ver con las órdenes a las que has hecho referencia esta noche —se acerca a la cama sin conseguir que Marina se mueva ni un ápice.

—Creo que no es el momento… —no se mueve de debajo de las sábanas para no mostrar su desnudez y se queda inmóvil como una estatua.

—Ponte esto —y le arroja la bata que Marina ha llevado momentos antes.

—¿Podríamos dejar la conversación para otro momento?

—No seas tan remilgada, sal de ahí y contéstame a lo que te pregunto, baja conmigo a la biblioteca e indícame qué libros son los adecuados, cuáles has leído…

Al ver que sigue sin articular movimiento alguno suelta una carcajada irónica y le clava una frase sentenciosa que hace que Marina se reincorpore levemente.

—¿Es que piensas que voy a ver algo que no haya visto ya? No hay nada nuevo que ver, querida.

Siempre desafiante, sin aprender de sus propios errores, con el orgullo y la soberbia de no sentirse pisoteada, abre la tapa que la arropa y sale de la cama completamente desnuda mientras se vuelve a cubrir aparentemente tranquila con la bata que le ha arrojado Erich. Mientras, él sigue vestido aún sólo con los pantalones y la observa como tantas otras veces en otras ocasiones distintas, y se da cuenta de que en realidad no había visto el cuerpo desnudo al completo de la mujer a pesar de haberlo hecho suyo; y le parece realmente bello; y se alegra porque lo contempla casi como un trofeo debido, quizás, a la ligereza y superficialidad con la que el alcohol le hace actuar y pensar en ese instante, como ya ocurrió en otras ocasiones.

Ambos bajan de nuevo a la biblioteca. Marina asustada después de su atrevimiento y alerta por si las consecuencias no se hacen esperar. Pero no ocurre nada y llegan a la estancia repleta de libros y documentos, clasificados todos escrupulosamente siguiendo un código que Marina desconoce ya que no está ordenado alfabéticamente ni por temas ni por escritores ni por tamaños ni por épocas. Así que con la rapidez de un rayo ojea los lomos de los libros y elige unos cuantos que va depositando en una mesa. Erich se asusta al contemplar que cada vez va apilando más y le grita.

—Alto, alto, alto. Mejor me haces un breve resumen de algunos puntos…

—Mañana será otro día. Será mejor que nos vayamos todos a descansar.

—Tienes razón —acto seguido se apodera de varios de los libros que ha amontonado la pianista y la coge del brazo para indicarle que suba a su habitación. No tiene intención de retirarse a la suya, Erich la sigue y la empuja levemente cada vez que ella gira la cabeza en la escalera para controlar algo la situación. Entran en el dormitorio y deposita los libros en una mesita.

Pancho saluda meneando el rabo sin levantarse en vista de que las idas y venidas van a ser habituales y no lo van a dejar descansar esa noche.

—Bueno, ¿por dónde empezamos? ¿Encuentras alguna conexión entre la Batalla de las Navas de Tolosa y el diario de la condesa de… ¿Cómo era?

—Báthory.

—Esa, justo.

—A priori no lo sé, estoy cansada y vuelvo a repetir que creo que no es el momento.

—Oh, es verdad. Mira voy a hacer lo mismo que tú —le arranca la bata y la aprieta contra su cuerpo agarrándola por la cintura y sintiendo cómo su pelo roza el brazo que la rodea. Esa mujer le hace sentir más hombre. Ella alza las manos para apoyarlas sobre él y empujarlo pero al mirar la cicatriz se para en seco y no quiere rozarla quedando con las dos manos hacia arriba como si estuviera arrestada sin saber qué hacer y violentándose por momentos.

—Tranquila, ésa no es la peor herida que me han hecho —la lleva a la cama y la mete dentro volviéndola a tapar con las sábanas de hilo y el edredón. Quiere volver a estar con ella pero se contiene, no sabe de dónde le ha surgido el respeto ahora pero no quiere forzarla. Aún así también se mete en la cama desconcertándola con ironías que ni él mismo entiende. Él se pone de lado, de cara a ella, y apoya la cabeza sobre su mano que describe un triángulo con la postura del brazo. Ella está bocarriba y no quiere moverse, no le quiere dar la espalda pero tampoco sabe qué hacer en esa situación. Él le coge la mano y se la pone sobre la cicatriz pero la retira con rapidez después de palpar su aspereza, aún no está cerrada del todo y presenta una leve protuberancia amoratada.

—Esto lo has hecho tú y deberías estar orgullosa.

No entiende nada ni se siente cómoda. Erich se tumba bocarriba también, solo quiere estar cerca del calor de esa mujer. Pasan unos minutos de silencio que se hacen una eternidad hasta que Marina se da cuenta de que aquel extraño hombre mitad ángel mitad demonio se ha quedado dormido profundamente.

Bienvenido, Morfeo, te echábamos de menos.