Capítulo XVI
La noche era cálida bajo los grandes árboles del Bosque de Álamo que Sebastián conocía como la palma de su mano. Faltaban solo unas horas para que la luna asomase por el horizonte. Tras sentir el estremecimiento que indicaba la apertura de un portal muy próximo a ellos, habían decidido permanecer escondidos en la absoluta oscuridad. Era muy probable que Valerio supiese que pensaban atacar esa misma noche y se estaba preparando. No sabía cuántos hombres irían con él, pero fueran los que fuesen no iban a vencer. Él debía volver junto a Elena y regresaría triunfador.
Llevaban horas ocultos en la negrura de la noche cuando la luna menguante comenzó a aparecer sobre la copa de los árboles. Ellos seguían camuflados entre los matorrales cuando por fin pudieron ver a los guerreros de Valerio. Contaron unos cien hombres que estaban a las órdenes del traidor. Ellos eran la mitad, no habían imaginado que consiguiera todo un ejército, no obstante no se retirarían. Les superaban en número, pero ellos eran poderosos guerreros xerbuks y sus enemigos no.
Entre las sombras del follaje que provocaba la débil luna, los hombres se preparaban para la ofensiva. Marco, al chasquear los dedos, produjo una chispa visible al capitán de su ejército. Este al ver la señal de ataque de su príncipe, dio la orden de atacar. Sebastián que estaba junto a Marco fue el primero en blandir su espada y lanzarse a la carga con un grito aterrador que salió de su garganta con furor.
Tal y como tenían previsto, cogieron a Valerio y su guerrilla desprevenidos. Fue entonces cuando se dieron cuenta de lo que sucedía, que un ejército de xerbuks los estaban atacando con espadas, bolas de fuego y algún que otro rayo. Para cuando lo descubrieron, los xerbuks ya se habían cobrado más de veinte vidas. Uno de los hombres de Valerio tiró la espada frente a Sebastián y se postró a sus pies pidiendo clemencia. Sebastián lo agarró de la pechera y lo levantó en peso con una sola mano, mientras que con la otra le ponía una daga en el cuello.
—¡No, no! ¡por favor! —suplicó el guerrero.
—¿Quiénes sois y de dónde venís? —exigió Sebastián.
—Solo somos tershis. Venimos de Mardom.
—¿Por qué os habéis unido a Valerio? ¿Por qué nos atacáis?
—En Mardom nos trataban como esclavos —gimió y sollozó—. Valerio nos prometió mucho dinero y una nueva vida en este reino.
—No creo que quedéis muchos vivos para ser libres.
—¡Haré todo lo que quieras! ¡Por favor no me mates!
—Dile a tus compañeros que se rindan. —Lo soltó dejándolo caer al suelo y permitió que se marchara.
Sebastián vio, bajo la débil luz blanca que iluminaba la noche, como el hombre se alejaba suplicando a sus compañeros que se rindieran. Podía escuchar los gritos de muerte a su alrededor.
De pronto, un fuerte golpe en la cabeza lo hizo caer de bruces, sintió como algo punzante y frío atravesaba la piel de su espalda provocándole un intenso dolor. Un líquido húmedo, caliente y pegajoso bañó su cuerpo. Una sensación de nausea lo envolvió y supo que no tardaría en desmayarse. No obstante, haciendo acopio de todas sus fuerzas, se puso en pie, se giró y vio a su enemigo. Valerio lo miraba fijamente, disfrutando del dolor de Sebastián. Los ojos del acero más frío y duro que podía imaginar estaban clavados en él y en su boca se dibujaba una sonrisa de satisfacción.
—Vas a morir —espetó Valerio.
—No esta noche, infeliz.
—No puedes luchar con esa herida mortal.
—Además de traidor, también eres un cobarde. —Sebastián tuvo que hacer un gran esfuerzo para continuar consciente y poder hablar—. No tienes hombría para atacarme de frente.
—No me importa. El príncipe y tú arruinasteis mi vida y ahora pagareis con la vuestra.
—¿Sabes? Elena te defendió. Todavía no entiendo por qué, pero lo hizo. —Sebastián se apoyó en su espada a modo de bastón y rió con ironía—. Quería que tuviésemos clemencia contigo. Si te rindes ahora, te prometo que la tendremos.
—No me hagas reír. Me cortareis la cabeza. No obstante, nunca pretendí hacerle daño a Elena. —Su rostro se mantuvo todavía más serio cuando afirmó—: Yo nunca le haría daño a una mujer, no soy un cobarde. Quería que lo supieras antes de morir.
Valerio alzó su espada para darle el golpe de gracia a Sebastián. Éste, sacando fuerzas de donde no tenía, levantó la suya y paró el golpe. Fue tan fuerte que le hizo caer de rodillas. Valerio, con la mano libre, formó una bola de fuego, la lanzó hacia Sebastián y lo derribó cayendo de espaldas.
Estaba demasiado débil, no era capaz de usar su magia, aun así no iba a dejarse matar tan fácilmente. Lucharía hasta que su corazón dejase de latir.
Valerio avanzó hasta él rápidamente y le puso el pie encima del pecho y presionó. Un grito desgarrador salió de la garganta de Sebastián que luchaba por no perder la conciencia. Por poder respirar.
El xerbuk traidor rió triunfalmente cuando alzó la espada con las dos manos disponiéndose a incrustarla en el corazón de su oponente.
Una silenciosa oración brotó de su mente: «Dios todopoderoso, no me dejes morir aquí. Permíteme regresar junto a Elena».
La espada de Valerio comenzó a bajar rápidamente cuando un dolor intenso le hizo trastabillar de una pierna y caer de costado, yendo a parar su espada a un metro de él. Sebastián había logrado clavar una daga en el tobillo del traidor. Mientras Valerio trataba de arrancársela, Sebastián se arrojó sobre él con una segunda daga que mantenía oculta. Los fríos ojos de su enemigo reflejaron su sorpresa al ver la hoja fina y afilada que empuñaba Sebastián antes de cortarle la garganta y caer muerto sobre la hierba que ahora empapaba su propia sangre.
Sebastián rodó hacia un lado. Se quedó tumbado de espaldas, con la mirada perdida en las estrellas que asomaban entre el follaje de los árboles. Pero solo alcanzó a ver algunas ya que la claridad del amanecer eclipsaba a las demás.
—Elena —dijo a media voz.
Se sentía agotado, hacía rato que había dejado de escuchar los gritos de guerra a su alrededor. Cerró los ojos y susurrando nuevamente el nombre de Elena, Sebastián quedó inconsciente.
***
Elena se mordía las uñas en el salón, frente a la ventana que daba a la muralla por donde su amado tenía que volver. El azul índigo del cielo indicaba la llegada del amanecer. Se había pasado toda la noche dando vueltas acompañada de Fani.
—¿No crees que están tardando demasiado?
—No sé Elena. Si no hubiese tenido a Desiré, habría ido con ellos.
—¿A guerrear?
—Por supuesto, puedo ayudarles.
—¿Marco te hubiera dejado?
—No sería mi primera vez.
—Eres asombrosa. —Elena dejó de mirar a su amiga para volver la vista a la ventana—. Si no están aquí en cinco minutos, saldré a buscarles.
—Ni hablar, eso es muy peligroso.
—No me importa. Tú misma acabas de decir que habrías ido con ellos.
—Pero yo tengo un poder muy especial y Marco me ha entrenado bien. No es lo mismo.
—Creo que me moriré de desesperación.
—Hace rato mandé a Benjamín a echar un vistazo. De un momento a otro vendrá con noticias. Intenta estar tranquila.
—¿Qué pasará si no regresan vivos? ¿Qué te dice tu intuición? Pero dime la verdad.
Fani dejó de caminar y fijó su mirada en Elena.
—Mi intuición me dice que algo no anda bien. Pero eso no significa que no estén vivos. Tal vez solo han tenido algunos problemas no previstos.
—O quizá alguno de ellos esté herido. —Los ojos de Elena se agrandaron ante la posibilidad de que Sebastián estuviese tirado en el bosque, quizá medio muerto—. Tengo que ir a buscarlo, podría ser él.
Justo en el momento en que Elena tomaba el pomo de la puerta para salir corriendo, Fani la llamó.
—¡Espera! Ya están aquí.
Elena fue hasta la ventana y divisó la procesión de hombres que entraban en el patio. No vio a Sebastián. Eso la alarmó de tal modo que se precipitó de nuevo hacia la puerta, abrió y corriendo por todo el palacio llegó hasta el patio y se paró en seco. El corazón golpeaba su pecho fuertemente y la respiración se volvió muy agitada. Necesitaba verle para calmarse, para sentirse bien.
Entonces, descubrió a Marco que iba cabalgando, detrás un caballo arrastraba unas parihuelas improvisadas sobre las que reposaba un hombre herido. ¡Sebastián! Gritó su mente. Tenía que ser él, pues de lo contrario montaría al lado de su príncipe.
Marco estaba desmontando cuando llegó Elena tremendamente asustada.
—Sebastián está herido —afirmó—. ¿Cómo se encuentra? ¿Se pondrá bien? ¿Qué ha pasado? —Elena le acribilló a preguntas.
Miró por primera vez el rostro que descansaba sobre la destartalada camilla. Sebastián tenía la cabeza caída sobre su hombro, los ojos cerrados y se le veía muy pálido.
—Valerio le atacó por la espalda, está inconsciente.
—¡Dios mío! ¿Le has dado esa cosa vuestra que cura?
—Sí.
—¿Y por qué no se despierta? —Elena estaba cada vez más nerviosa. La herida debía de ser muy grave.
Marco ordenó a sus hombres que trasladasen a Sebastián a una de las habitaciones de palacio antes de contestarle a Elena.
Los soldados desengancharon las parihuelas del caballo y lo entraron en palacio rápidamente. Elena se disponía a correr tras ellos para estar cerca de Sebastián, pero la voz de Marco la hizo detenerse.
—La herida es grave Elena. Casi atravesó por completo su cuerpo. No sé de dónde sacó las fuerzas para defenderse. Tiene varias costillas dañadas y no sé si algún órgano vital. Mandé a buscar al hechicero, no tardará.
—Pero le has dado esa poción. —Las lágrimas inundaron sus ojos y la voz se le apagó.
—Sí, es cierto. Sin embargo… si las heridas internas son muy graves, podría morir antes de que el brebaje haga su efecto.
—¡No! ¡No se va a morir! —No aceptando esa posibilidad, Elena corrió al lado de su amado.
Cuando entró en la habitación, Sebastián ya estaba instalado en la cama. Un par de criados le estaban sacando la ropa ensangrentada y Fani estaba allí, ayudando.
—Se pondrá bien —le dijo Fani a su amiga para tranquilizarla y deseando que fuese cierto.
—Tu marido no está tan seguro. Tal vez sea bueno llevarlo a un hospital, que le atienda un médico.
—Elena, si el brebaje no le ayuda, nada lo hará. Pero ten fe en que se va a poner bien. Sebastián es fuerte.
—Sí, lo es. Se pondrá bien. Tiene que hacerlo.
Elena fue hasta la cama y se sentó sobre el colchón, a su lado. Le pasó los dedos por la frente. Estaba bañada en un sudor frío. Todo su cuerpo transpiraba excesivamente. Su respiración parecía normal. La herida se había cerrado gracias a la poción milagrosa, sin embargo, no despertaba. Según Marco podría tener lesiones internas graves. Dios mío no permitas que se muera, por favor, no lo permitas, rogó en silencio.
—El año pasado hirieron a Marco, perdió mucha sangre y estuvo cuatro días inconsciente.
—¿Cuatro días? ¿Entonces es normal que esté así?
—Sí. Ten paciencia, despertará.
Las palabras de Fani parecieron tranquilizarla un poco. Elena se levantó, fue por una silla y la acercó hasta la cama para instalarse junto a su amado.
***
Los cuatro días pasaron, el quinto también y Sebastián seguía inconsciente. La desesperación y la impotencia habían hecho presa de Elena. Había estado todos esos días al lado de su cama. Hablándole, aun sin saber si era capaz de escucharla, aplicándole paños húmedos por el cuerpo para refrescarle.
—Vamos mi amor, despierta —repetía a cada rato. Elena se agachó y depositó un suave beso sobre sus labios—. Llevas muchos días ausente y te necesito tanto. —Una lágrima resbaló por su mejilla y cayó sobre su nariz del enfermo que en ese momento gimió—. ¡Sebastián! —gritó emocionada.
Él se revolvió en su lecho. Intentó abrir los ojos, pero la intensa luz de la habitación se lo impidió. Elena se dio cuenta y fue rápidamente hacia la ventana para correr las cortinas. Después, regresó a su lado y tomó su mano.
—¿Cómo te encuentras cariño? —La pregunta fue hecha con tanta dulzura que él se conmovió.
—Estoy perfectamente. —Y era cierto, se sentía cómo nuevo.
Sebastián se dispuso a incorporarse, pero ella le detuvo.
—¿Qué haces? Tienes que guardar reposo.
—No hace falta mi amor, ya estoy bien. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Seis días.
—¿Tanto? Tengo que hablar con Marco.
—Valerio murió y los demás se rindieron.
—Lo siento, Elena. Sé que deseabas salvarle la vida, pero no estaba dispuesto a rendirse.
—No me importa, solo que tú estés bien.
—Me encuentro perfectamente. —Sebastián hizo ademán de levantarse de nuevo.
—Pues yo no estoy muy convencida de que te sientas del todo bien.
—Puedo demostrártelo cuanto quieras. —Se incorporó, tiró de ella hasta hacerla caer sobre su pecho. Después la giró y se colocó encima—. Ahora mismo si lo prefieres.
—Oh Sebastián —susurró—, he estado tan preocupada por si no despertabas nunca. Te amo tanto.
De forma pausada y tranquila, Sebastián comenzó a quitarle la ropa, a acariciar su piel suave y sedosa, mientras una hilera de besos húmedos descendía por su cuello.
Hicieron el amor de forma dulce y lánguida. Ambos deseaban que durase eternamente. Se tomaron todo el tiempo del mundo para saborear sus cuerpos. Para deleitarse con todas las sensaciones nuevas que solo estando juntos sentían.
Tras una larga hora amándose, la pasión se desató entre ellos y al tiempo llegaron a la cúspide del placer.
Mientras sus respiracines regresaban a la normalidad, se abrazaron.
—Nos casaremos mañana mismo.
La petición pareció más una orden que una declaración, cosa que irritó a Elena sobremanera. Con un suspiro y una sonrisa interior, pensó que su guerrero no tenía remedio. No obstante no pudo evitar tratar de molestarlo.
—Ya estás dando todo por hecho. Ni siquiera me lo has preguntado —ella trató de que su voz sonara ofendida mientras que por dentro se moría de felicidad.
—¡Demonios! Había estado ensayando lo que quería decirte desde que te rescaté. Esta vez quería hacer las cosas bien, pero acabo estropeándolo todo. Lo siento mucho mi amor.
Sebastián se levantó de la cama y comenzó a caminar de un lado a otro molesto consigo mismo por haber metido la pata.
—No te preocupes, empieza otra vez. —Elena estaba disfrutando muchísimo con su nerviosismo.
Sebastián, fue hasta una mesilla donde había unos pantalones y se los puso. Después fue hasta la cama donde ella estaba recostada. Le tomó la mano y se arrodilló.
—Elena, me harías el hombre más feliz de todos los reinos si aceptaras ser mi esposa. ¿Te casarás conmigo?
A Elena se le empañaron los ojos. Nunca hubiera imaginado a un Sebastián romántico. Sin embargo, su declaración fue para ella la más bonita, romántica y encantadora que había oído en la vida. Siquiera en televisión.
—No llores mi amor. No te pediré que vengas a vivir a Xerbuk. Me iré contigo a Salamanca.
—Pero tú odias mi mundo. —La declaración de Sebastián la dejó anonadada.
—Viviré donde haga falta siempre y cuando esté a tu lado y pueda verte feliz todos los días.
Elena no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Estaba Sebastián renunciando a todo por ella? ¿Estaba dispuesto a vivir en un lugar que odiaba solo para hacerla feliz? Ella pensó que no podía ser más encantador cuando le hizo la propuesta de matrimonio, sin embargo… esto lo superaba todo.
Elena saltó de la cama, todavía desnuda, y abrazó a Sebastián. No pudo aguantar las lágrimas de emoción y lloró sobre su hombro.
—Por favor mi amor, no llores. Me partes el corazón. Dime qué es lo que quieres que haga y lo haré. Haré lo que sea para que me aceptes y podamos estar juntos.
—¡Oh Sebastián! —Cada palabra de él la hacía llorar más fuerte—. Lloro de felicidad.
—¿Lloras de felicidad? —preguntó desconcertado, había malinterpretado su llanto. Nada le parecía más estúpido que llorar cuando se está alegre, pero entendía que las mujeres podían ser mucho más emotivas—. Yo preferiría que rieras, adoro el sonido de tu risa.
Una fuerte carcajada salió de la garganta de Elena. Con las mejillas húmedas, se apartó de él y tomó su rostro entre las delicadas manos.
—No tienes que renunciar a nada por mí. Me quedaré aquí contigo.
—¿De verdad? Pero tú querías trabajar…
—Me dijiste que podía hacerlo aquí.
—Sí, por supuesto que puedes ejercer de maestra aquí, pero yo pensé…
—Shh. —Le puso los dedos sobre sus labios impidiéndole continuar—. No tengo familia en Salamanca y mi mejor amiga y el hombre al que amo son felices aquí.
—¿Quieres vivir en Xerbuk? ¿Lo dices de verdad? —Sebastián todavía no podía creer que tuviera tanta suerte.
—Me casaré contigo, viviremos aquí y veremos crecer a nuestros hijos Xerbuk, porque pienso tener hijos. Este es un lugar precioso, es tu hogar y será el mío también.
—Te amo Elena, te amo con todo mi corazón. Te juro que no te arrepentirás de la decisión que has tomado. Voy a dedicar mi vida a hacerte feliz y a crear esa familia contigo.
—No creo que tengas que esforzarte demasiado, ya soy muy feliz.
—Ah, todavía no conoces a mi hermana. ¿Te importaría si viviera con nosotros?
—Claro que no. ¿Cuántos años tiene?
—Dieciséis pero está algo rebelde.
—No importa. Es tu única familia.
—Gracias.
Ambos sellaron su promesa de amor con un profundo beso. Después se vistieron y bajaron a dar la gran noticia.
Tenían tanto que preparar para que la ceremonia se realizase cuanto antes. Sería una tortura tener que separase cada noche. Quizá mañana fuera un buen momento, se dijo Sebastián con una sonrisa lobuna en su rostro. Sí, mañana sería perfecto.