Capítulo XV

 

 

La mañana llegó demasiado pronto para el gusto de Sebastián. La luz penetraba por la ventana y le daba justo en los ojos. Por la altura del sol ya debían de ser más de las once. Nunca se había levantado tan tarde, apenas había dormido unas pocas horas. Claro, que jamás había pasado una noche de amor como la anterior.

Giró la cabeza y miró a su amante. Seguía profundamente dormida y no la culpaba después de haberla mantenido despierta hasta bien entrada la madrugada.

Dando gracias a que ninguna doncella les hubiese interrumpido el sueño, se levantó de la cama. Fue a ponerse los pantalones, cuando se dio cuenta de que no podía porque estaban rasgados. No le importó, se los sujetaría con las manos mientras se colaba en la habitación de Marco y le robaba un par. También se puso la camisa desgarrada por la sisa. Tampoco importaba, de paso que cogía unos pantalones también tomaría una camisa.

Antes de salir del dormitorio de Elena, se sentó en la cama junto a ella y le dio un beso en la frente.

—Descansa, mi amor —dicho esto se marchó.

Sebastián anduvo por el corredor camino de la habitación de Marco con el brazo pegado al cuerpo para evitar exponer a la vista el agujero que había en su camisa. Con la otra mano se sujetaba los pantalones para que no se le cayesen. Miró a su alrededor, esperaba encontrar algún criado al que preguntar si el príncipe se había levantado ya. No hubo suerte, en vez de encontrar a un criado encontró al mismísimo príncipe.

—Buenos días dormilón —saludó Marco con aire burlón. Sabía perfectamente dónde su amigo había pasado la noche.

—Buenos días. —El saludo de Sebastián fue seco puesto que se había percatado del tono socarrón que le había puesto a la última palabra.

—¿Qué te ha pasado? ¿Alguien te atacó? —preguntó Marco mientras le observaba de la cabeza a los pies. —¿Es posible que tuvieses a un animal salvaje en la habitación?

Marco se había levantado graciosillo esa mañana, pensó Sebastián dando un bufido de exasperación antes de contestar:

—No, no había un animal salvaje sino dos.

Marco no pudo más que reír a carcajadas. Sin dejar de sonreír, se acercó a su amigo y lo cogió por los hombros en un gesto de camaradería.

—Ven conmigo, te daré algo decente para ponerte.

—Gracias. Ah y… dile a tu mujer que le preste algo también a Elena.

La risa de Marco resonó con más fuerza en el corredor mientras se dirigían a los aposentos del príncipe.

 

Elena remoloneó en la cama y estiró los brazos y las piernas mientras un gemido perezoso escapaba de su boca. Menuda noche, recordó su mente. Estaba agotada. Sebastián se la había pasado haciéndole de todo y tenía que reconocer que ella también había gozando de nuevas experiancias con el cuerpo de él. Lo recordó con cierta vergüenza, nunca le había hecho esas cosas a un hombre y… cómo le habían gustado. Estaba deseando que llegara la noche para disfrutarlo de nuevo.

Miró a su alrededor. Sebastián no estaba. Cierta desilusión invadió su cuerpo. Hubiera sido maravilloso despertar a su lado, haberse dicho las primeras palabras del día. Hasta podrían haber hecho el amor de nuevo antes de levantarse.

Un toque en la puerta la volvió de su ensimismamiento.

—Adelante.

—Buenos días señorita. Le traje ropa limpia.

Elena vio como le extendía sobre la cama una camiseta rosada y unos vaqueros. Seguramente eran de Estefanía, su amiga era maravillosa. Nota mental: darle infinitamente las gracias.

La doncella se marchó y ella comenzó a vestirse y por primera vez consideró la oferta que días atrás le había hecho Sebastián. Irse a vivir con él a ese lugar. No estaba sola, al menos conocía a Estefanía. Tampoco es que en Salamanca tuviese amigos y familia a los que abandonar. Los únicos parientes que le quedaban eran unos tíos a los que apenas conocía porque vivían en Barcelona.

No, tan solo tenía a Lori. Pensar en ella la entristeció, la iba a dejar sola. Estefanía, Lori y ella se habían hecho intimas amigas en la universidad. Hacía años que eran inseparables. Y un buen día, Estefanía se marchó y ahora ella estaba considerando hacer lo mismo. ¿Qué sería de Lori? Bueno, considerando que tenía cinco hermanos, no la dejaba sola y desamparada. Además, su familia era cariñosa hasta el grado de empalagar. Ella siempre había envidiado de forma sana lo que Lori tenía.

Era el momento de decidirse, ¿Podría crear una familia con Sebastián? ¿La que ella nunca había tenido? Si lo pensaba bien, tampoco es que él le hubiese pedido que la formaran juntos. Aquel hombre, en un arranque machista había dado por sentado que ella se iría a vivir con él como… ¿su amante o su esposa? Sebastián no lo había especificado. Y tampoco le había pedido matrimonio. Elena no era de esas mujeres tradicionales, pero si abandonaba todo para estar con un hombre, quería un compromiso firme por parte de él. Por su educación, ella no era una mujer tradicional, así que si él no sacaba el tema, tendría que hacerlo ella. Dos cosas tenía claras, una era que Sebastián la amaba. Se lo había dicho infinidad de veces la noche anterior y se lo había demostrado también. Y dos, lo que ambos habían experimentado había sido increíble. No podía pasar por alto todo lo sentía cuando estaba con ese hombre. Y no se creía capaz de poder sobrevivir ahora que había descubierto ese sentimiento, ese deseo que la desgarraba cuando él no estaba cerca.

En cuanto encontrara a Sebastián a solas, le hablaría sobre su futuro juntos.

 

***

 

En la biblioteca, Marco y Sebastián mantenían una reunión con sus hombres, debatían de qué forma atraparían al traidor. Estaban seguros de que Valerio se acercaría al palacio. A estas horas ya sabría que su prisionera había escapado y que estaba allí. Era muy probable que estuviese por los alrededores, a la espera, por si ella abandonaba palacio en algún momento, o por si había algún despiste de seguridad que le permitiese colarse. Eso era un suicidio, pero ante un hombre desesperado cabía esperar cualquier estupidez. Ojalá lo hiciese, así le atraparían más fácilmente.

Ya tenían un plan trazado. Esperarían hasta la media noche. Era una hora adecuada, la escasa luna y las sombras del bosque les proporcionarían un camuflaje perfecto. Si estaba escondido le atraparían esa noche.

Sebastián estaba cansado de tanto guerrear. Ahora que había encontrado a Elena tenía ganas de vivir en paz. Formar una familia con ella, podía imaginársela embarazada de su hijo. Con el vientre abultado estaría maravillosa, la más bella de las mujeres. Y después con su hijo en brazos amamantándolo. Deseaba tanto poder experimentar esas vivencias con ella. Todavía no le había pedido matrimonio. No había tenido tiempo de comprar un anillo ni de pensar en las palabras apropiadas. Una vez atraparan al traidor, se dedicaría total y exclusivamente a hacer feliz a Elena. En una ocasión había rechazado su oferta. Pero claro, aquella vez él no había utilizado las palabras adecuadas y le había hecho una torpe proposición que seguramente había malinterpretado. No dejaría que sucediera de nuevo. Esta vez dejaría las cosas bien claras entre ellos. Por primera vez en su vida había encontrado alguien a quien amar, alguien con quien formar esa familia que hasta ahora, no se había dado cuenta que añoraba. Hacía un año que envidiaba a Marco por su fortuna al hallar a Fani. Ahora la suerte le sonreía a él y pensaba aprovecharla al máximo.

¿Y si Elena no quería abandonar su profesión como le había dicho? Ni siquiera quería pensar en esa probabilidad. Su relación había avanzado bastante desde que tuvieron aquella discusión. No obstante, si ella insistía en no abandonar su mundo… tendría que hacerlo él, tendría que abandonar Xerbuk y vivir en ese reino odioso. Lo haría, si tenía que hacerlo, lo haría. No soportaba la idea de vivir sin Elena. Lo importante era que estuviesen juntos, daba igual dónde, pero juntos. Siempre juntos.

 

La reunión acabó a la hora de la comida. Sebastián se fue a su habitación para darse un baño y afeitarse. Estaba deseando ver a Elena. No habían coincidido desde… ¡Esta mañana! Dios mío, se estaba convirtiendo en un imberbe. Con una sonrisa perezosa entró en su dormitorio y se preparó para la comida.

Fue el último en llegar al comedor. Todos estaban platicando junto a la chimenea. Cuando lo vieron entrar, Marco hizo un gesto a uno de los criados para que comenzaran a preparar todo y con una sutil sugerencia, invitó a todos a sentarse a su mesa.

Como era costumbre en palacio, no se comentaban los problemas sentados a la mesa. Así pues, la comida fue amena. Fani y Elena estuvieron todo el tiempo enfrascadas en una conversación. Apenas hicieron caso de nadie más. Se las veía muy felices y unidas. Sebastián se alegraba mucho de ello, porque si Elena aceptaba su propuesta, ambas estarían juntas. También se alegraba por Fani. Desde que la conociera el año anterior, había llegado a estimarla, como la mujer de su mejor amigo, por supuesto. Y como amiga, Fani era incondicional.

—Si nos disculpáis, Elena y yo todavía tenemos mucho para ponernos al día —soltó Fani de pronto.

Las dos mujeres estaban ya en pie cuando Sebastián fue consciente de lo que Fani había dicho. ¡Maldición! Elena se le iba a escapar. Había pensado que al acabar la comida pasearía con ella por el jardín para poder hablar, pero estaba claro que ya sería imposible. Solo esperaba tener la ocasión de verla a solas antes de poner en marcha el plan para atrapar a Valerio. Necesitaba dejar las cosas claras y bien atadas entre ellos.

Horas después, Sebastián todavía no había tenido la ocasión que tanto ansiaba. Cuando no solicitaban su presencia en las caballerizas lo hacían en el patio. Y en el momento en que por fin se vio libre, Elena estaba disfrutando de Desiré en el cuarto de los niños. Con Fani presente, por supuesto. Con una frustración que se desbordaba por todos los poros de su piel, se alejó de palacio.

Esa noche no hubo cena en el comedor. Marco, Sebastián y sus hombres estaban demasiado nerviosos. Además, tenían que planear las últimas estrategias antes de salir de caza.

Las mujeres tomaron su cena cada una en su habitación y Sebastián no tuvo opción de ver a Elena. Maldita sea, se dijo. Quería decirle tantas cosas antes de marcharse. Siempre existía la posibilidad de no regresar y quería contarle todos sus sueños y deseos, así partiría mucho más tranquilo.

No se dejaría matar fácilmente, había demasiadas cosas que quería hacer, demasiadas cosas por las que vivir. Regresaría y le demostraría a Elena cuánto la quería.

Minutos antes de salir en persecución del traidor, Fani y Elena se apresuraron a bajar para despedirles. Marco se estaba colocando la vaina con la espada en su cinturón y Sebastián revisaba que su daga tuviera fácil acceso en caso de necesitar empuñarla. Cuando las mujeres aparecieron, Fani sin más dilación se abrazó a su esposo y le susurró palabras amorosas antes de apoderarse de sus labios.

Elena contempló a Sebastián y se sostuvieron la mirada unos segundos, luego él dio el primer paso, ella no aguantó más y con los brazos extendidos corrió hacia Sebastián y lo abrazó. Pegó la mejilla a su pecho y sin aguantar la emoción, junto con la preocupación, lloró sobre su camisa.

Sebastián la tenía envuelta en sus brazos cuando la sintió temblar. Dios mío cuánto la amaba y cuánto lamentaba tener que ir en busca de ese traidor. ¿Por qué Valerio no se quedó dónde fuera que estuviera escondido? ¿Por qué tuvo que amenazar a Elena, a Marco, a todo lo que él amaba? Solo un año había durado la tranquilidad en Xerbuk ¿Cuándo tendría paz en su vida para disfrutarla junto a la mujer que amaba? Junto a Elena.

Sebastián enmarcó su cara con las manos y bajando la cabeza reclamó sus labios. Con los pulgares le secó las lágrimas, mientras seguía bebiendo de su boca. Después abandonó sus labios para besar sus rosadas mejillas, la curva suave de su garganta. Cada beso era una promesa de amor. La promesa de un futuro juntos.

—Te amo Elena —le dijo junto al cuello quemándole la piel con su aliento.

—Yo también te amo Sebastián. —La voz de ella estaba prácticamente rota.

La separó de él lentamente y le depositó un último beso en los labios.

—Cariño, hay tantas cosas que quería decirte antes de marcharme…

—Procura regresar a mi lado.

—Valerio no tiene ni una sola posibilidad de vencer – su sonrisa arrogante curvó su boca, aunque sabía que cualquier cosa podría pasar.

—Regresa a mí Sebastián. —Sus palabras entre sollozos lo conmovieron. Excepto Daniela y Marco, nunca nadie se había preocupado por él.

—Ten por seguro que lo haré mi amor. —Ambos se abrazaron nuevamente—. Tengo que marcharme ya.

—Ten mucho cuidado. —Elena le acarició el rostro con sus delicados dedos.

—Te amo. Adiós.

De detrás de una columna, Daniela esperó a que su hermano se despidiese de su mujer. Una vez vio que se separaba de ella, salió corriendo hacia él y le abrazó antes de que se marchara.

—Tranquila hermanita. ¿Dónde te habías metido? Te he estado buscando.

—En el bosque.

—¿No querías despedirte de mí?

—No quería llorar. Siempre he sido fuerte y este último año me he hecho una blandengue.

—Puedes llorar un poco si quieres, eso no te hace menos fuerte. Pero que sea poco. —Le dio un beso en la frente y la soltó para marcharse tras sus hombres, mientras ella se dirigía hacia su habitación.

Elena caminó hacia la ventana donde se encontraba Fani. Las dos amigas se quedaron mirando cómo se alejaban los hombres de su vida. Fani había pasado por una terrible batalla el año anterior, sabía que Marco y Sebastián habían sobrevivido a una dura guerra durante tres largos años. Esta caza, como la llamaban ellos, era algo muy sencillo comparado con lo experimentado anteriormente. Pero Elena no los había visto luchar y por esa razón  no dejaba de llorar. Fani le tendió cariñosamente el brazo por los hombros.

—Tranquila, van a regresar —le dijo Fani a su amiga para calmarla. Aunque ella también estaba preocupada, salir a guerrear por muy buenos que fuesen, siempre tenía sus riesgos.

La contestación de Elena fue otro sollozo.

—Yo también estoy preocupada. Sin embargo, están acostumbrados. Se han entrenado para la guerra desde que eran unos críos y saben lo que se hacen.

—Le quiero tanto. —Elena se sonó la nariz con el pañuelo que le tendía su amiga.

—Lo sé cariño. ¿Sabes? Tenía un presentimiento con Sebastián y contigo. Fue por eso que lo mandé a él y no a otro a protegerte.

—Vaya, ¿es otro de tus poderes?

—No estoy muy segura, mis poderes todavía me sorprenden. No obstante, sé que tengo una intuición muy buena.

—Entonces, gracias.

Ambas mujeres se quedaron abrazadas frente a la ventana, observando cómo atravesaban la muralla una hilera de guerreros a caballo y otros tantos a pie. La oscuridad se tragó a los hombres que ellas más amaban en la vida.

Elena alzó su vista al cielo. La luna todavía no había salido y las estrellas decoraban la noche como millones de luciérnagas brillantes. Ni una sola nube hacía sombra a la belleza que contemplaban sus ojos. Era una noche preciosa, si no fuera porque cabía la posibilidad de que Sebastián no regresara.

Pero volvería, no quería pensar de otro modo. Cuando estuvieran juntos podrían salir al jardín y disfrutar como se merecían. Sí, pasearían bajo el firmamento estrellado, unirían sus labios y se besarían apasionadamente.