11

AL día siguiente obtuve los resultados del test al que, discretamente, Roger había sometido a Odenay. Los resultados me dieron ganas de frotarme los ojos. Nunca había visto unos datos tan claros: Odenay no cometía nunca errores al teclear. Más aún, su velocidad era altísima y constante. Literalmente. Los resultados de los tests de personalidad se situaban todos exactamente en el punto óptimo, justo en el centro de la curva de Gauss… Pero sólo si se tomaban como referencia los valores de cuando la nave generacional que había colonizado el planeta partió de la Vieja Tierra.

—Si fuera una persona… de verdad, por decirlo de algún modo —apuntó Roger—, habría dispersión en los resultados. La regularidad absoluta no es natural; indica algún tipo de manipulación. A lo largo de la Historia de la Ciencia, muchos fraudes se han detectado porque los datos eran demasiado perfectos. Sí, igual que cuando un alumno se copia de otro palabra por palabra, en vez de molestarse en maquillar el examen.

Me chocó la expresión que había empleado el matemático: «Persona de verdad». No era yo el único que se estaba volviendo cada vez más aprensivo.

—Aún hay más —puntualicé—. Odenay pasa los tests con holgura cuando tomo como referencia los valores que ellos conocen, es decir, los de la partida de su nave. ¿Pero qué ocurre si me baso en los estudios modernos? —le mostré los resultados y continué—. Como ves, no supera las pruebas. Mira este resultado de aquí. Se trata de una versión moderna del test de Turing: tres con ocho sobre diez, o sea, suspenso. En cambio, el mismo test, con los criterios de su época, lo aprueba con un seis y medio. Notable bajo.

—Entonces, Odenay es un androide…

—O alguna otra cosa no completamente humana. Me temo que sólo podemos especular. Puede que esos implantes de que disponen sean tan intrusivos que les modifiquen la personalidad. Tal vez las manipulaciones genéticas a que se han sometido para adaptarse al planeta afecten también a su cerebro. En el espacio conocido tenemos varios ejemplos de comunidades que se han diferenciado mucho del tronco común. Los Sais practican los intercambios de personalidad y de cuerpo como algo normal. Los Herculanos son socialmente adictos a los implantes de realidad virtual: cuanto más rico eres mejores implantes te compras y ves un mundo más hermoso y transmites una imagen mejor de ti. El éxito social lo miden en función de su capacidad de comprar un entorno virtual mejor, y de influir a su favor en el entorno de sus semejantes. Por no mencionar a los habitantes de Karolyi Omega y su solipsismo funcional…

—Pero los Sais y los Herculanos pasarían un test de Turing, ¿verdad?

—Por supuesto. Las principales diferencias radicarían en la dispersión enorme que darían en los otros indicadores, los de tipo social. Justo aquellos en los que Odenay está exageradamente dentro de la media.

—Mi conclusión es que pretende parecer lo más normal posible a nuestros ojos, pese a comportarse en lo demás como un auténtico ordenador. La pregunta del millón es: ¿qué gana con ello? Si son tan listos no deberían necesitar nuestra ayuda. Pero por otra parte no creo que su sociedad haya estado cambiando durante siglos sólo para engañarnos…

—¿Cómo sabes que su sociedad ha estado cambiando? —pregunté de repente.

—Eh… Bueno, creo que resulta evidente. Tu mismo reconoces que Odenay y sus compañeros están manipulados genéticamente. Sus reacciones…

—Estás generalizando a través de un caso particular. De tres casos particulares, para ser precisos. Desconocemos si Odenay, Eliarc y Estiva son normales con respecto a esta sociedad. ¿Qué sabemos de ella? No hemos visto a nadie más, ni hemos visitado ninguna ciudad, ni hablado con ningún otro. ¿Cabría la posibilidad de que estuviéramos tratando con una especie de grupo disidente, que desea utilizarnos para sus propios fines al margen de sus compatriotas?

Ahí estaba. Por fin había soltado mi gran teoría. Como sospechaba, Roger me miró con escepticismo.

—Suenas tan paranoico como Aarón. Tú no estás trabajando en el colapso. Por eso no has visto nada, pero nosotros contactamos en diferentes ciudades, hablamos con los técnicos de las centrales…

—Perdona si sueno como uno de esos amantes de las teorías conspirativas, pero… No has visitado esos lugares. Desconoces si has hablado con esa gente. Tú y los demás solo veis inputs en vuestros ordenadores. ¿Cómo sabes que esos técnicos con los que hablas son reales y no una voz sintetizada por un ordenador? ¿Puedes aportarme alguna prueba de que existen esas ciudades, de que se han producido los desastres por los cuales han pedido nuestra ayuda y nuestra presencia?

La expresión de Roger se ensombreció, no sé si debido a que le irritaban mis palabras o a que lo estaban asustando.

—¿Por qué tendrían que inventarse algo así? ¿Qué ganarían con ello?

—Lo ignoro, pero a partir de ahora quiero que dejes de preocuparte por solucionar esos supuestos fallos técnicos que dicen padecer. Concéntrate en obtener pruebas de que todo lo que percibes a través de tu conexión con la red local es auténtico. En lugar de realizar tests para averiguar por qué falló un sistema, plantéaselos para averiguar si es real lo que te están mostrando. Y por supuesto, trata de sonsacar el máximo de información a los nativos. Quiero que les pongas a prueba, lo más discretamente posible, para tratar de averiguar sus intenciones. Y no me preguntes la manera; tendrás que ir improvisando según cómo reaccionen. Ahora voy avisar a los demás. Confío en que no me tomen por loco.

Dejé a Roger pensativo y fui a ver al resto del equipo. Me preparé mentalmente para tener que discutir con cada uno de ellos hasta convencerlos, pero para mi sorpresa lo aceptaron con una naturalidad sobrecogedora. Olga reconoció que estaba temiendo algo por el estilo. Nick dijo algo como «Claro, eso debe ser…» y Natalia se limitó a ir tomando nota de todas mis sugerencias y responder con un «Te mantendré informado». Las horas que habían pasado trabajando codo a codo con los nativos les habían hecho desconfiar.

Intenté ponerme en el pellejo de nuestros anfitriones. Algo me preocupaba sobremanera. Después de tantas horas conviviendo junto a nosotros ¿desconfiaban Odenay y los suyos? Y si así era, ¿qué medidas pensaban tomar?

Juegos perversos
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