CAPÍTULO 3

LAS OPORTUNIDADES DE ORO Y SUS MANIFESTACIONES

Un canto a la reflexión y a la indagación

Lo que me sucede, ¿es fruto de la casualidad o tiene un sentido, un propósito, un para qué? He aquí el dilema en el que se debate la humanidad.

Nadie puede dudar de que el universo está regido por unas leyes inexorables que mantienen el orden y el equilibrio en el estado de todas las cosas. Podemos observar cómo crece una flor, cómo se gesta un ser humano, podemos estudiar cómo se codifica la información con una simplicidad pasmosa y una sencillez portentosa. Hay inteligencia por doquier, hay coherencia y equilibrio en todo. Todo está interrelacionado, el desequilibrio de un eslabón afecta a la cadena entera. El aleteo de una mariposa en un punto puede producir consecuencias imprevistas en otro; las migraciones siguen un orden preestablecido. No hay nada que no interactúe con alguna otra cosa, solo el hombre parece no ser consciente de ello. La gran mayoría piensa que sus actos no tienen efectos. De otro modo, ¿cómo se puede explicar el hecho de encontrarme un inodoro, o un colchón, o un mueble en medio del bosque? ¿Cómo es posible que las parejas que hacen el amor en los rincones de la arboleda dejen rastros por todas partes, como papeles, condones, artilugios, vasos, botellas? Me pregunto y sigo preguntándome: “¿Cómo es posible que una multitud de personas celebren una fiesta y al día siguiente los trabajadores municipales tengan que limpiar y recoger toneladas de basura? ¿Cómo es posible que el nivel de contaminación aumente cada día —hasta el punto de afectar el equilibrio mismo del planeta— y lo único que hacemos son reuniones donde unos pagan a otros para seguir contaminando, como si la contaminación no fuera con los que contaminan y lo único que tienen que hacer es pedir perdón?”.

Si observas el mundo a cierta distancia, ves gente y más gente cuyo principal objetivo es consumir. Se entregan a metas efímeras, a un sinvivir, a liberarse a través de las drogas, el alcohol, el sexo, de diversiones que son como fugarse de algo y no llevan a ninguna parte. Esta actitud se podría resumir en la frase: “¡¡Por fin es viernes!!”. Se trata de esperar al siguiente día festivo, como si fuera una isla de descanso que muchas veces se convierte en una explosión de excitación y excesos. Estamos en un mundo que busca consumir para seguir viviendo a través del consumo. Y está regido por una ley: si no hay consumo no hay vida, no hay riqueza. Dedicamos horas y horas de trabajo a conseguir algo que tenemos que pagar a plazos, y no nos permitimos disfrutarlo porque hay que pagarlo.

Por razones familiares estoy en París: nuestra hija ha dado a luz a una niña. En el camino del hotel al hospital vemos indigentes que viven y duermen en plena calle, familias con niños intentando dormir a la intemperie. Al lado, justo al lado, restaurantes llenos de comidas, gente riéndose, fumando, bebiendo, divirtiéndose. Estoy en París, la ciudad de la luz, dicen. Soy uno más, soy un observador, trato de no juzgar. ¿Qué puedo hacer? Sería todo un presupuesto dar algunos euros a todos los que me encuentro estos días en mi ruta diaria.

Soy consciente de que en el universo solo hay abundancia, y de que se expresa según la conciencia de cada cual. Estamos hipnotizados por nuestras creencias, somos zombis moviéndonos de aquí para allá, queriendo dar sentido a este movimiento.

En mi mente martillea un pensamiento del Curso: “Únete a la mente de tu hermano, no a su sueño”. Únete al soñador, únete a la verdad que reside en él y solamente a lo que Es.

Hay que despertar de este sueño, pero para ello es necesario tomar conciencia de que estamos en él. Siempre viene a mi mente la película Matrix, y veo a Neo moviéndose como si las leyes del mundo no le afectaran. Cómo esquiva las balas, cómo utiliza el Poder y no la Fuerza. Él es el arquetipo en el que todos debemos reflejarnos. Cuando se queda ciego es cuando ve.

Hay que despertar a la comprensión de que todo cuanto nos sucede, todas nuestras vivencias, todos nuestros sinsabores y desencuentros están en nosotros mismos, y no hemos de contemplar lo que vemos a nuestro alrededor como si de algo ajeno se tratara.

Multitud de las referencias que vemos fuera nos permiten encontrar lo que tenemos que cambiar dentro.

Las enfermedades

“El sufrimiento es una llamada a la indagación. Todo dolor requiere ser investigado.”1

Cuando te sientas enfermo, nunca preguntes ¿por qué?, porque si sigues por ese camino, solo llegarás al resentimiento. Los porqués solamente buscan el control, que conlleva más sufrimiento.

Llevo muchos años compartiendo el dolor y el sufrimiento de muchas personas, dolor y sufrimiento que yo mismo he experimentado y que, como ley ineludible de este mundo, todos experimentamos en cierta medida.

Siempre recordaré la frase de un compañero de fatigas cuando estábamos haciendo el servicio militar. Habíamos realizado una marcha muy dura y llegamos al cuartel destrozados, sin comprender muy bien por lo que estábamos pasando. Mi compañero de litera era poca cosa en cuanto a su aspecto físico, pero me había sorprendido mucho ver que aquel cuerpecillo podía aguantar lo que muchos serían incapaces. Estando los dos sentados en las literas, sin decir nada, suspirando, maldiciendo en silencio, me miró y me dijo: “Que Dios no me envíe todo lo que soy capaz de aguantar”.

Cuando experimento dolor físico y emocional, siempre me acuerdo de aquel compañero que la vida puso a mi lado, y particularmente de estas palabras. No volví a verlo más, pero su cara nunca se ha borrado de mi mente. ¡¡Qué momentos nos depara la vida, qué situaciones y qué cosas nos llegan a impactar!!

Unas semanas más tarde murió mi padre y volví a recordar aquella frase. No pude despedirme de él. Murió de repente, dejando una viuda y diez hijos, de los que yo era el mayor. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?

Varios de mis hermanos se apoyaron en mí. Asumí el papel de protector, y surgió de mí una especie de función paterna, pero no podía darles todo lo que me pedían. Un amigo me dijo: “No te puedes ocupar de lo que no te puedes ocupar; empieza por ti mismo”. Antes de que siguiera este sabio consejo pasaron unos años, y en esos años una hermana murió de anorexia. Se apagó como una vela, su cuerpo parecía haber salido de un campo de concentración nazi. Antes de morir, la doctora que la cuidaba me dijo: “Es increíble lo que puede hacer la mente humana. Tu hermana está gravemente enferma y sus análisis salen todos bien. Es más, estoy convencida de que cuando se los hacemos, ella controla el proceso y todo sale perfecto”.

Esta es otra frase que marcó mi vida posterior, aunque en aquel momento pareciera no tener mucha importancia. Mi camino estaba trazado, un impulso interno hizo que tomara las decisiones que me han llevado hasta donde estoy ahora.

Desde entonces, mi vida ha estado relacionada de algún modo con la salud. Este camino, que ya dura más de 25 años, me ha llevado a buscar respuestas donde no las había. La vida me las ha ido proporcionando casi de forma inconsciente; se han ido acumulando a la espera de poder ser expresadas.

En el año 1993 llegó a mis manos un libro que mi inconsciente llevaba tiempo pidiendo en oración: “Señor, envíame un libro para adquirir el autoconocimiento, pero, por favor, que sea ‘el libro’, y no uno más de todo lo que hay en las librerías”. El libro se llama Un curso en milagros. Cuando lo tuve en mis manos supe que la vida me había dado la respuesta. Lo abrí en uno de sus tres apartados, el “Manual para el maestro”, aunque había algo que me molestaba y me molestaba mucho: su nombre. Así, como el propio Curso dice: “Si quieres aprender algo, enséñalo”, empecé a enseñarlo. Siempre recordaré que a mi primera clase vinieron dos personas que hasta entonces habían sido amigas mías. Digo que habían sido amigas mías porque después de esta primera clase no volví a verlas. Pero yo continué, y a final de curso había en mi clase veinte personas. Lo curioso —ahora me río de este pensamiento— es que no conocía a nadie de los que venían a mis clases del Curso, que por aquel entonces no me atrevía a llamar Un curso de milagros.

Este libro abrió mi mente y empezó a darme respuestas. Lo primero que tuve que hacer fue invertir mi pensamiento con respecto a la realidad de las cosas:

  • La enfermedad no está en el cuerpo, sino en la mente. Vivimos en un mundo de nacimientos y muertes basado en nuestra creencia en la escasez, en la pérdida, en la separación y en la muerte.
  • Una vez que alguien queda atrapado en el mundo de la percepción, queda atrapado en un sueño. El mundo que vemos simplemente refleja nuestro marco de referencia interno.
  • Mediante el perdón cambiamos la manera de pensar del mundo. Al no mantener a nadie prisionero de la culpabilidad, nos liberamos.
  • Para que un pensamiento se convierta en carne, es necesaria una creencia.
  • Tienes que cambiar de mentalidad, no de comportamiento, y eso es cuestión de que estés dispuesto hacerlo.
  • No hay pensamientos fútiles, todo pensamiento produce forma a algún nivel.
  • El sacrificio es una noción que Dios desconoce por completo.
  • La capacidad de percibir hizo que el cuerpo fuese posible, ya que tienes que percibir algo y percibirlo con algo.
  • Una de las ilusiones de las que adoleces es la creencia de que los juicios que emites no tienen ningún efecto.

Ahora mismo voy a compartir esta cita que sintetiza perfectamente lo que quiero expresar con este libro:

“El que enseñes o aprendas no es lo que establece tu valía. Tu valía la estableció Dios. Mientras sigas oponiéndote a esto, todo lo que hagas te dará miedo, especialmente aquellas situaciones que tiendan a apoyar la creencia en la superioridad o en la inferioridad… Una vez más: nada de lo que haces, piensas o deseas es necesario para establecer tu valía” (T-4.I.7:1-3;6).

Una pregunta que puede responderse es: “¿Cuál es el porqué de la enfermedad?”, aunque el Curso nos recomienda que no preguntemos por qué, sino “para qué”. Así, vuelvo a repetir la pregunta: “¿Para qué es la enfermedad?”.

Como puedes ver, amigo lector, hacer la pregunta de una manera u otra cambia el sentido de la búsqueda. En el porqué buscamos algo externo; en el para qué nuestra búsqueda recae en nosotros mismos.

Otra manera de expresar lo mismo sería: “¿Qué sentido tiene la enfermedad?”. Para poder dar respuesta a estas preguntas es imprescindible una inversión del pensamiento. No hay que buscar fuera las causas de todos mis males y desasosiegos por una razón simple y contundente: fuera no hay nada, no hay nadie. Es la Consciencia expresándose en esa infinidad de partes de Sí Misma llamadas conciencias.

Entonces grito: “¡¡Estoy enfermo!! ¡¡He perdido a mi hijo!! ¡¡Estoy sin trabajo y no puedo mantener a mi familia!! ¡¡Es una injusticia!! ¡¡Me duele, el dolor es insoportable!! ¡¡Veo muertes, asesinatos, violaciones, guerras, hambre por todas partes!!”.

“No me sirve que se me diga: ‘Dios te ama’, ‘Jesús está contigo’, ‘Hay que tener fe’. Al carajo con todo, me duele, me muero, estoy enfermo, estoy solo, no tengo trabajo ni dinero, y apenas dignidad…”

Ante todas estas exclamaciones, se impone un silencio respetuoso.

“Te encuentras en una situación imposible únicamente porque crees que es posible estar en una situación así” (T-6.IV.10).

—¡¿Cómo dices?! ¿Que yo mismo me estoy creando una situación así? —grito en mi desesperación—. Esto es lo último que me faltaba por oír.

“¿El sentido de la vida es nacer para morir? ¿Tanta energía por doquier para que al final nada de nada? ¿La vida es comer y evitar ser comido? ¿Cómo se nos ocurriría dejar herederos de toda esta mierda, con perdón?

“El mundo que ves es el sistema ilusorio de aquellos a quienes la culpabilidad ha enloquecido. Contempla detenidamente este mundo y te darás cuenta de que así es. Pues este mundo es el símbolo del castigo, y todas las leyes que parecen regirlo son las leyes de la muerte. Los niños vienen al mundo con dolor y a través del dolor. Su crecimiento va acompañado de sufrimiento y muy pronto aprenden lo que son las penas, la separación y la muerte. Sus mentes parecen estar atrapadas en sus cerebros, y sus fuerzas parecen decaer cuando sus cuerpos se lastiman. Parecen amar, sin embargo, abandonan y son abandonados. Parecen perder aquello que aman, la cual es quizá la más descabellada de todas las creencias. Y sus cuerpos se marchitan, exhalan el último suspiro, se les da sepultura y dejan de existir. Ni uno solo de ellos ha podido dejar de creer que Dios es cruel. Si este fuese el mundo real, Dios sería ciertamente cruel (T-13.Intr.2:2-11;3:1).

Tenemos que elegir y quizás este sea uno de los pocos poderes que tenemos en este mundo de ilusión. Elegimos ser víctimas del mundo o maestros de él. No hay otra opción: en el mundo en que vivimos todo está separado, empezando por nuestras mentes, o todo está unido, especialmente nuestras mentes, que forman parte de la Mente Una.

De nuestra elección depende el resultado de nuestras vidas y de nuestras experiencias en este mundo. En la primera elección la muerte sería el final; en la segunda, la muerte no existe como tal, lo que muere es el cuerpo porque no tiene vida propia.

Experimentamos dolor y sufrimiento, que se reflejan en nuestro cuerpo y en nuestra mente, por una simple razón: creemos que somos un cuerpo que ha creado una mente. En realidad, lo primero es la vida y la Consciencia, que se expresa en este mundo y crea el cuerpo como medio de expresión.

Como prestamos toda nuestra atención a los cuerpos y a las mentes, que creemos separados, nuestras creencias se manifiestan en ellos. Lo que ves es lo que crees: “Es imposible no creer en lo que ves, pero es igualmente imposible ver lo que no crees” (UCDM, T-11.VI.1:1).

Siempre recordaré el día en que mi mujer y yo íbamos caminando por el monte. Era una época del año en la que salen muchas setas, y a mi mujer y a mí nos gustan mucho. Le di una patada a una seta pensando que no era comestible, y mi mujer, recogiéndola, me dijo que era un níscalo. No entendía cómo no me había dado cuenta, pues conozco perfectamente el aspecto que tiene esta clase de seta. Durante años, desde mi infancia, había ido a buscarlas con mi padre. ¿Cómo es posible que no la viera si estaba a mis pies? Es más, le había dado una patada. Lo que había ocurrido es que a la altura donde nos encontrábamos hacía mucho viento, con lo que esta seta pierde su color habitual y adquiere un tono blanquecino. Cuando tomamos conciencia de ello, alzamos la vista y vimos decenas y decenas de setas por todas partes.

Empecé este capítulo con la reflexión de que todo dolor merece ser indagado, investigado. Este es para mí el propósito y el sentido de la enfermedad: un proceso de tomar conciencia mediante la luz que nos aporta la Comprensión de la experiencia que estamos viviendo.

Esta Comprensión nos libera de un estado que es fundamental para que la enfermedad anide en nuestros cuerpos y previamente en nuestras mentes. Estoy hablando de la culpabilidad inconsciente o, más bien, de la gran culpabilidad inconsciente. Nuestro mundo se alimenta de la culpabilidad, que se expresa de infinidad de maneras: en forma de creencias, dogmas, costumbres, actos, ídolos, etc.

Se realizó un experimento sobre las creencias mentales de las mujeres con respecto a sus periodos menstruales: se tomó a una serie de mujeres, se les puso una inyección y se les dijo que de este modo se saltarían el siguiente periodo menstrual. La inyección era un placebo. Aproximadamente el 85 % de ellas se saltaron el siguiente periodo menstrual, y el otro 15 % experimentó un largo retraso en su inicio.2 El cuerpo es el reflejo de lo que creemos, de modo que si nos dirigimos directamente a los sistemas de creencias, a la mente misma, donde están siendo experimentadas, podemos deshacerlas. Tenemos esta opción y esta libertad.

“Todo lo que aceptas en tu mente se vuelve real para ti. Es tu aceptación lo que le confiere realidad” (T-5.V.4:1-2).

“Las enfermedades son inconcebibles para una mente sana, ya que no puede concebir atacar a nada ni a nadie” (T-5.V.5:3).

Nuestras enfermedades y nuestros problemas están condicionados, programados en nuestra mente inconsciente para que, en el momento de experimentarlos en nuestras vidas, los podamos trascender. Esta trascendencia se alimenta de la comprensión, que no puede desarrollarse si pensamos que la causa de todo lo que nos ocurre no está en nosotros. La culpabilidad debe ser diluida, pues alimenta y sustenta la creencia en la separación y el victimismo.

Lo que nos atrapa en este mundo es el dolor, que creemos que proviene del pasado y de causas externas a nosotros. Por eso, cuando sentimos dolor y no lo justificamos, no lo razonamos, pierde su sentido y podemos dejarlo ir. El dolor se alimenta de la culpabilidad inconsciente, y su manifestación en nuestra mente y en nuestro cuerpo es una oportunidad de indagar en él, de investigarlo y llegar a comprenderlo. Este proceso nos lleva a un estado mental que podemos llamar de perdón, pues tal como dice el Curso: “El que perdona se cura”. Pero no nos olvidemos de que lo que realmente necesita curación no es el cuerpo, sino la mente que se sentía separada.

Mientras el mundo siga creyendo en la enfermedad como algo externo a uno mismo, no podemos sanar. No olvides que tú y yo somos uno. Por eso, si queremos que el mundo sane, solamente podemos hacer una cosa: sanarnos a nosotros mismos.

Liberar a las personas de la idea de que sufren

es la mayor de las compasiones.3

Por eso, intentar ayudar a los demás, hacer de corrector, es caer en la trampa de la dualidad, es hacer real lo que es pura ilusión. Tú no puedes ayudar a los demás por la sencilla razón que no sabes lo que es mejor para ti mismo, nos diría Un curso de milagros. Debes entregar tu quehacer al Espíritu Santo y dejar que Él te guíe en este proceso de querer ayudar al mundo.

Quien se ha investigado plenamente a sí mismo,

quien ha llegado a Comprender,

jamás intentará interferir en el juego

de la conciencia.4

Una de las cosas que nos mantiene atados al mundo de la ilusión es que hay partes del sueño que nos gustan y otras partes que nos disgustan.

“Los sueños que te parecen gratos te retrasarán tanto como aquellos en los que el miedo es evidente. Pues todos los sueños son sueños de miedo, no importa en qué forma parezcan manifestarse” (T-29.IV.2:1-2).

Podrías preguntarte: “Entonces, ¿tengo que pasar de todo?”. La respuesta es un no rotundo. Durante tu estancia en este mundo, tu conciencia puede hacer mucho para liberarse del sufrimiento. Y la manera es muy simple: no te unas al sueño de dolor y sufrimiento de tu hermano. Estate con él, vive con él, acompáñalo en su trayectoria, sé el espejo en el que él pueda verse a sí mismo, donde vea lo que no puede ver de sí mismo.

¡Quiero ayudar!

“Yo te dirigiré allí donde puedas ser verdaderamente servicial, y a quien pueda seguir mi dirección a través de ti” (T-4.VII.8:8).

Vive la vida como una maravillosa experiencia de la Consciencia. Un regalo para experimentarte como una parte de un Todo Inconmensurable, Inimaginable, que te enseña en tu proceso, aquí en este mundo, la Grandeza de la que procedes; la Grandeza que te sustenta y te da la vida; la Grandeza que anida en ti y que puedes dejar que se exprese libremente a través de ti.

El ego nos mantiene atrapados en la creencia de que hay algo que arreglar, alguien a quien cambiar, algo que hacer para ser dignos. Creemos que no somos dignos de estar en casa con Dios. Nos sentimos desterrados, nos sentimos castigados, y aquí reside la culpabilidad inconsciente que nos mantiene en el mundo del espacio/tiempo. En nuestro inconsciente se cuece constantemente el llamado pecado original. Se nos recuerda que nacemos manchados de culpa, que tenemos que ser gratos a los ojos de Dios, que tenemos que adorarle, agasajarle, adularle, que nuestro sacrificio y nuestro sufrimiento es una de las mejores monedas para congratularle. Se nos dice que a Él le encanta que demos nuestra vida por Él, como si nuestra vida fuera nuestra, como si no procediera de Él.

No vemos que la Vida con mayúsculas es un don de la divinidad, un regalo para poder jugar y reír, para ser y experimentar la existencia.

Como consecuencia, nuestra creencia en la separación y en la culpabilidad ha creado al ego. Él se alimenta de este pensamiento erróneo y sabe que su existencia depende de que sigamos creyendo que estamos separados de la divinidad, de que sigamos negando nuestra divinidad. Para algunos es un sacrilegio decir que somos divinos, que somos hijos de Dios, pues viven en la culpabilidad y en la creencia en el castigo.

“La espiritualidad transformadora, es decir, la auténtica espiritualidad, es revolucionaria. No legitima el mundo, sino que lo quiebra; no consuela al mundo, sino que lo destruye. Y no provee al yo de complacencia, sino que lo deshace.”5

Cuando hay Comprensión, no hay ninguna posibilidad de un yo que pueda rendirse, liberarse o morir. Simplemente, no existe un nosotros.

Mientras nos agarremos al mito de que somos tú y yo, nosotros y ellos, el despertar es imposible. No habrá un auténtico despertar de la humanidad hasta que su conciencia exprese la Consciencia en el mundo.

Ahora mismo esto puede parecernos una tarea imposible. Pero me digo a mí mismo que no hay un yo que haga esta tarea. La Consciencia que se experimenta a través de este yo es la que hace todo el trabajo, por así decirlo. Por eso el Evangelio de Mateo, en 10:39, dice: “Solo aquel que pierda su vida la hallará”.

La verdad es que no hay un hacedor, ni nada que hacer, solo existe un estado que podríamos llamar haciendo. Como diría David Carse: no hay experimentador ni experiencia, solo experimentando.

El estado de despertar, de comprensión te aleja del mundo, te aleja de aquello que hasta ahora creías ser, te aleja de ti mismo. Ya no hay una entidad separada. Sabes que vives un proceso de haciendo, donde en apariencia existen multitud de actores que te aplauden y otros que se oponen; vives experiencias de crisis —puntos de inflexión en griego— que te dirigen hacia una manera distinta de pensar y, como consecuencia, de actuar. Eres tú experimentándote a través de lo que llamas otros. Por eso, un día llegué a una conclusión que de momento me parece definitiva:

“Nunca hables de los demás, del otro. Habla solamente de ti mismo con relación al otro. Así sabrás de ti mismo.”6

Yo no me enfado con alguien, me enfado conmigo mismo gracias al que llamo el otro. Yo no veo la santidad en el otro, veo mi santidad en el otro. Yo solo puedo verme a mí mismo en el otro y, así como lo considere a él, me estaré considerando a mí mismo.

Tocar fondo y soltar

Un curso de milagros nos dice: “En la quietud, todas las cosas reciben respuesta y todo problema queda resuelto serenamente” (T-27.IV.1).

Aquietarse significa soltar el nivel secundario del pensamiento: las opiniones, los juicios, los comentarios. Ninguno de los pensamientos que el yo tiene son verdad; ninguna opinión que el yo tenga es correcta; ninguna idea que el yo tenga de tu identidad es la realidad.

Hay un momento en la vida en el que, sin saber cómo ni por qué, sabes que no puedes seguir así. Te dices que tiene que haber otra manera de vivir, de hacer las cosas. La vida pierde sentido o, mejor dicho, el sentido que otros me habían enseñado que tenía. Vivo en una locura colectiva, donde todos parecen luchar contra todos para conseguir algo y llamarlo mío. Siento que la Tierra, el lugar donde vivo, sufre; siento cómo busca constantemente su equilibrio, que es el equilibrio de todos. Tomo conciencia de cuán débiles son nuestros cuerpos, con los cuales nos identificamos; un ligero cambio de temperatura de unos pocos grados puede hacerme la vida insoportable.

El ego nos tiene atrapados en el hacer, nos convence de que sin él no se haría nada. Así, de esta manera, cada amanecer me levanto y tengo que hacer. En este hacer se conforma mi identidad, a la que llamo yo. Este yo con el que me identifico me empequeñece, me estoy olvidando del mí mismo, del auténtico Yo. Convierto mi vida en una lucha diaria que llamo sobrevivir. Sufro para no perder aquello que creo mío. Sufro por lo que les pueda suceder a aquellos que llamo míos. Esto me agota y mi cuerpo lo refleja: envejece y muere porque mi mente está enferma, atrapada en un yo —muy pequeño, por cierto— que me hace vivir la necesidad de un tú, de algo exterior a mí que me pueda hacer feliz y dar sentido a mi vida.

Estoy cansado, estoy agotado de mantener una especie de lucha sin fin. ¿Qué significado tiene todo esto? ¿Cuál es el para qué?

Un día leí: “La única vía a la libertad es la rendición”. Al principio no comprendí. ¿Rendirse? ¿Rendirme a qué? ¿A no hacer nada? ¿Y entonces…?

Más tarde empecé a comprender. Dejo de empujar en una dirección; dejo de creer que yo soy el hacedor; dejo de querer cambiar; dejo de oponerme a los demás; dejo de querer que las cosas sean como a mí me gustarían que fueran; dejo de poner guiones a las personas que me rodean; dejo de querer cambiar el mundo; dejo de proyectar mi mapa metal en las cabezas de los demás.

Comprendí que la vida me llevaría a situaciones en las que a veces tendría que coger una espada y otras dar una flor y lo importante era ser consciente de con quién lo hacía: con el ego —siempre cargado de razón—, o con el Espíritu divino.

Comprendí que en este mundo hay quien vive para matar y quien vive para ser matado, y que ambos forman parte del mismo escenario. También comprendí que cada parte de este Todo llamado Consciencia se puede experimentar a sí misma de infinitas maneras, y tuve una revelación, una experiencia del Ser:

Lo que sigue se titula “Yo nací de una estrella” y está tomado del libro Algo de sabiduría para el autoconocimiento, uno de mis libros, que puedes encontrar en Google.

“Me vi surcando el espacio infinito como una chispa procedente de una estrella que emanaba de una luz Superior. Yo era consciente de mi esencia, yo sabía de dónde venía y hacia dónde iba, y mi aventura acababa de empezar. ¿Por qué? Me sabía hijo del Amor, sabía que mi aventura siempre tendría un final feliz, pero… ¿Cuánto durará? Eso, hermano… es el don que Dios te ha dado. De ti depende saber utilizarlo, por eso eres hijo de Quien eres. Él me lo ha dado todo.

TODO… me sumergí en una nube de energía y me fui condensando y condensando… hasta que me sentí piedra y soporté de grandes presiones. Quizás mi futuro, vete a saber… Pero después de un tiempo me hice más y más etéreo y era fuego, ese fuego que daba vida a los planetas, porque yo era la vida, yo formaba parte de este Todo.

¡Qué maravilla, oh agua! Soy todo fluir, todo matriz de vida, fluir de vida. Me sentí liviano, me sentí vivo. ¡Oh, gracias Dios, por hacerme sentir lo que soy y lo que quizás seré!

Mi ser reverdece y doy frutos. Y más tarde, flores. ¡Qué alegría! ¡Qué colores! ¡Qué dulzura! Me siento lirio, me siento rosa, me siento flor… ¡Qué bello que soy! ¡Gracias, Dios mío!

Pero un día perdí mi conciencia de unidad y me sentí solo. ¿Qué pasó? ¿Por qué esta soledad? Dios, ¿me has abandonado?... Mi vivir era duro; mi vida, una lucha, y yo no acertaba a comprender, pero seguí adelante, hasta ser un caballero de la Edad Media, hasta ser un labrador, una madre que criaba a sus muchos hijos, hasta luchar en mil batallas y morir en otras mil… Pero seguí sin saber, algo me empujaba. Entonces viví un tiempo al lado de una luz inmensa; era un hermano mayor, era Jesús. Yo toqué su manto y me transformé. Seguí adelante… pero era otro yo, algo más grande… Pero, al fin, ¡qué importa!… Mi aventura siguió, y amé y fui amado. Enseñé y aprendí. ¡Qué aventura tan maravillosa! Fui docto, fui ignorante, y en este proceso siempre estaba la mano de Dios… Es necesario estar en todo para comprender algún día este Todo. Padre, madre, erudito, doctor, clérigo yo fui, y mi aventura seguía a través de los tiempos, en el tiempo sin tiempo. Crecí y crecí, y me vi como parte de esta Unidad que un día me vio nacer. Comprendí lo que soy y adónde debo ir, y agradecí todo lo que pasé hasta llegar a ser lo que soy. Porque ahora se abre la puerta que da entrada a la Unidad, y la apertura está en función de tu Poder, poder de imaginar, poder de crear. No dudes, la duda. Es tu peor enemigo… Ten fe como un grano de mostaza… Dioses sois, o, mejor dicho, somos Dios en acción. ¿Te asusta?... No quiere el Padre lo mejor para sus hijos… Entonces, ¿qué piensas que Dios quiere para ti? Él nos dio la libertad, de nosotros depende que sea más o menos inmensa. Cómo la uses te hará feliz o desdichado, sea entonces tu libertad para el Amor y el resto…. ¡Oh!, ¿es que existe el resto?... De ti depende. Repito: no pongas límites, no limites tu felicidad, te pertenece como la vida misma… La llave se encuentra en tu corazón, ¡ábrelo!... Y no te sorprendas si ves una luz, ella siempre ha estado allí, esperando a que tú le dieras salida… Ilumina, ilumina y deja que el que quiera ser iluminado por ti, Dios Mismo, se acerque y pregunte… y dile que las respuestas están por siempre en su corazón. Que se ame, que se perdone, porque Dios es el Amor que está lejos de toda imaginación. De esta forma estarás iluminando al Ser... ¿Qué Ser? El tuyo, el mío, el de Todos, pues solo existe EL SER y su infinita manifestación.”

Tenía cuarenta años cuando viví la experiencia que expresé con estas palabras, palabras que están muy lejos de la experiencia misma. Ahora la describiría empleando otras palabras y otro tiempo. Por eso la dualidad nunca podrá expresar la Unidad tal como Es.

Cuando tocas fondo, solamente queda una cosa por hacer: subir. Para ello, es necesario soltar, sobre todo soltar, dejar ir. Empiezo por mis juicios, mis creencias, mis valores. Suelto resentimientos, deseos de venganza, de obtener, de saber, de llegar, de ser algo o alguien.

El dolor es la clave de todo este proceso, pues nos ata al pasado y nos hace vivir un presente de resentimiento y enfermedad.

Como dijo la actriz Carrie Fisher: “Tener resentimientos es como tomar un vaso de veneno y esperar que se muera el otro”. La confusión que tenemos entre la dicha y el dolor hace que creamos en el sacrificio como recurso para liberarnos del dolor. Como muy bien dice UCDM, tu sacrificio se convertirá en un amargo resentimiento; no puedes amar sin creer que para ello tienes que sufrir; no entiendes el amor sin sacrificio.

No hay nadie en este mundo que no crea que la mejor forma de liberase del dolor es el sentimiento de culpabilidad. La culpabilidad pide castigo, y cuando este se presenta en nuestra vida, muchas veces no comprendemos cuál es su causa. La respuesta siempre está en ti.

Suelto todo dolor, pues me mantiene atado a lo que llamo el pasado y me obliga a vivirlo en lo que yo creo que es el presente, y seguiré viviéndolo en otro tiempo que llamo el futuro. El tiempo se alimenta del dolor y de todo el resentimiento que lo acompaña. Como dice el Curso: “El tiempo está a la espera del perdón”.

Tanto el dolor como el placer te atan al cuerpo mediante la creencia de que se te puede hacer daño. El ego busca el placer para huir del dolor, por eso ambos siempre van juntos, y lo que los une es la culpabilidad. Es más, hay una frase popular que resume perfectamente lo que quiero expresar: “Lo que es bueno —placer—, es pecado o engorda”.

“El perdón no es piedad, la cual no hace sino tratar de perdonar lo que cree que es verdad. No se puede devolver bondad por maldad, pues el perdón no establece primero que el pecado sea real para luego perdonarlo” (T-27.II.2:6-7).

Hay que soltar los sentimientos y emociones que alimentan a miles de pensamientos que intoxican nuestra mente. Cuando no podemos soportar más la presión de reprimir estos sentimientos y emociones, creamos una situación externa que nos dé la excusa para poder expresarlos. De esta manera, proyectamos todo nuestro dolor inconsciente en los demás y creemos que la causa está allí fuera. Un sentimiento puede crear, literalmente, miles de pensamientos a lo largo del tiempo. Si pudiéramos entregar la sensación de dolor subyacente, todos esos pensamientos desaparecerían al instante y nos olvidaríamos del suceso.

Esta observación está en conformidad con la investigación científica. La teoría científica de Gray-LaViolette integra la psicología y la neurofisiología. Su investigación demostró que el tono de los sentimientos organiza los pensamientos y la memoria (Gray-LaViolette, 1981). Los pensamientos son archivados en nuestro banco de memoria de acuerdo con los diferentes matices de sentimiento asociados a ellos. Por lo tanto, cuando renunciamos o soltamos un sentimiento, nos estamos liberando de todos los pensamientos asociados.7

En este proceso de soltar, de dejar ir, sentimos nuestro dolor, nuestras emociones, y las observamos. Buscamos qué hay detrás. Somos observadores del proceso, no nos identificamos con él. Sabemos que las emociones son el resultado de experiencias acumuladas. Detrás de todo dolor, hay culpabilidad y hay unos programas inconscientes que quieren ser liberados. También hay un sinfín de juicios y, al no poder soportarlos, los proyectamos constantemente en los demás, en los otros, olvidándonos de que ellos nos hacen de espejo para que podamos ver esta cara oculta de nuestra personalidad.

“Cualquier forma de ataque es igualmente destructiva. Su propósito es siempre el mismo. Su única intención es asesinar… Si la intención del ataque es la muerte, ¿qué importa qué forma adopte?” (T-23.III.1:3-5;9).

Un curso de milagros nos enseña muy bien este proceso de soltar en el apartado “Por encima del campo de batalla”, que dice:

“No se te pide que luches contra tu deseo de asesinar. Pero sí se te pide que te des cuenta de que las formas que dicho deseo adopta encubren al intención del mismo” (T-23.IV.1:7-8).

“Cuando la tentación de atacar se presente para nublar tu mente y volverla asesina, recuerda que puedes ver la batalla desde más arriba. Incluso cuando se presenta en formas que no reconoces, conoces las señales: una punzada de dolor, un ápice de culpabilidad, pero, sobre todo, la pérdida de paz” (T-23.IV.6:1-3).

Cuando por fin comprendo que lo que repudio en el otro está en mí, entonces es cuando el camino de la iluminación se abre frente a mis ojos. No hay un yo y un tú, solamente existe el Yo en una infinidad de yoes, que son como pequeñas partes de un Todo indiviso. Es absurdo que mi dedo pulgar se pelee con mi dedo meñique. Si lo hacen es porque no tienen conciencia de que, como mínimo, pertenecen a una mano, y esta a un cuerpo, y que el cuerpo es el vehículo de manifestación de miles de programas que se hallan en mi inconsciente y que condicionan mi experiencia en este mundo.

La persona con una gran cantidad de dolor reprimido crea inconscientemente acontecimientos tristes en su vida. La persona miedosa precipita experiencias aterradoras, la persona enfadada se rodea de circunstancias indignantes y la persona orgullosa está constantemente siendo insultada. Como dijo Jesucristo: “¿Por qué ves la paja que está en el ojo de tu hermano, y no sientes la viga que está en tu propio ojo? (Mateo 7:3)”. Todos los Grandes Maestros señalan a nuestro interior.

En el universo todo emite una vibración. Cuanto más elevada sea, más poder tiene. Como son energía, las emociones también emiten vibraciones. Estas vibraciones emocionales impactan en los campos de energía corporales y revelan efectos que se pueden ver, sentir y medir.8

Por eso, el Curso nos dice: “El que perdona se cura” (T-27.II.3:10). Y también: “Alegrémonos de que ves aquello que crees, y de que se te haya concedido poder cambiar tus creencias. El cuerpo simplemente te seguirá” (T-31.III.6:1-2).

A continuación, y para terminar este capítulo, voy a incluir el apartado “El mecanismo de dejar ir”, que el doctor David R. Hawkins expone en su libro Dejar Ir, del cual escribí el prólogo.

“Dejar ir implica ser consciente de un sentimiento, dejarlo crecer, permanecer en él, y dejar que siga su curso sin querer que sea diferente ni hacer nada con relación a él. Significa simplemente dejar que el sentimiento esté ahí y centrarse en dejar correr la energía que tiene detrás. El primer paso es permitirte sentir la sensación sin resistirte a ella, sin expresarla, temerla, condenarla, ni aplicarle un juicio moral. Significa abandonar el juicio y ver que solo es una sensación. La técnica consiste en estar con la sensación y entregar cualquier intento de modificarla. Soltamos la resistencia a ella. Es la resistencia la que alimenta la sensación. Cuando dejas de resistirte o de intentar modificar la sensación, pasas al próximo sentimiento, que vendrá acompañado por una sensación más llevadera. Una sensación a la que no te resistas desaparecerá a medida que se disipe la energía que la sustenta.

Al comenzar el proceso, te darás cuenta de que sientes miedo y culpa por tener ciertos sentimientos; en general, habrá resistencias a sentirlos. Es más fácil permitir que surjan los sentimientos si primero dejamos la reacción a tenerlos. El miedo al propio miedo es un claro ejemplo de esto. Suelta el miedo o la culpa que tienes con respecto a la primera sensación, y a continuación entra en el sentimiento en sí.

Cuando estés dejando ir, ignora todo pensamiento. Céntrate en la sensación, no en los pensamientos. Los pensamientos son interminables, se refuerzan entre ellos y solo engendran más pensamientos. Los pensamientos no son más que racionalizaciones de la mente para tratar de explicar la presencia de la sensación. La verdadera razón de ser de la sensación es la presión acumulada tras ella, que la fuerza a salir en este momento. Los pensamientos o acontecimientos externos son solo una excusa inventada por la mente.

A medida que nos familiaricemos más con el proceso de dejar ir, nos daremos cuenta de que todo sentimiento negativo está asociado a nuestro miedo básico relacionado con la supervivencia, y que todos los sentimientos no son más que programas de supervivencia que la mente cree necesarios. La técnica de dejar ir deshace los programas progresivamente. A través de ese proceso, el motivo subyacente bajo los sentimientos se hace más y más evidente.

Estar entregado significa no tener emociones intensas con respecto a algo: ‘Está bien si pasa y está bien si no pasa’. Cuando somos libres, hay una entrega de los apegos. Podemos disfrutar de una cosa, pero no la necesitamos para nuestra felicidad. Hay una progresiva disminución de la dependencia de todos y de todo lo que está fuera de nosotros mismos. Estos principios están de acuerdo con las enseñanzas básicas del Buda de evitar el apego a los fenómenos mundanos, y también a la enseñanza básica de Jesucristo de ‘estar en el mundo pero no ser del mundo’.

A veces entregamos un sentimiento y nos damos cuenta de que retorna o continúa. Esto se debe a que todavía hay más de él para entregar. Hemos llenado nuestras vidas con todos esos sentimientos y puede haber una gran cantidad de energía reprimida que necesite salir y ser reconocida. Cuando se produce la entrega, hay un alivio inmediato, y una mayor sensación de felicidad, casi como un ‘subidón”.

Gracias, hermano, por hacerme de espejo, por mostrarme mi cara oculta. Ahora sé que no existe un yo sin un tú, ni un tú sin un yo. Vivimos en la ilusión de la separación y nos proyectamos mutuamente nuestras culpabilidades inconscientes, nuestros miedos, nuestros juicios, nuestras inquietudes. Tengo impulsos de corregirte, de querer cambiarte, porque me molesta lo que haces, cómo vives, cómo vistes y, sobre todo, cómo piensas. Ahora sé que todo lo que veo en ti es mi proyección, sobre todo lo que me gusta y lo que me disgusta. Te bendigo porque solamente puedo bendecirme a mí mismo y, gracias a ti, lo puedo hacer con plena conciencia.

En este mundo dual, en este mundo de ilusión, todo tiene su opuesto, su complementario, y ambos se buscan, se encuentran y se experimentan. En este mundo, todo tiene su polaridad, todo busca su estabilidad, su equilibrio. Por eso solamente puedes encontrarte a ti mismo en esa parte de ti mismo a la que llamas el otro, a la que llamas tú.

Ahora ya sé que para sanar tengo que amar mi oscuridad, y gracias a ti puedo reconocerla y transformarla. Ella está encadenada a la culpabilidad inconsciente, y puedo romper las cadenas. Ahora ya sé que la causa de todo soy yo. No hay un tú que pueda hacerme daño o que pueda amarme. Todo lo que me sucede es lo que debe sucederme para que pueda tomar conciencia de quién soy realmente.

Cuando digo la palabra “tú”,

digo cientos de universos.9

Reflexión

Hay que diferenciar entre dolor y sufrimiento. Muchas veces se confunden ambos términos. Algunos utilizan el sufrimiento para experimentar dolor y así convencer a los demás de que esta es su manera de expresar amor. No se concibe el amor sin sufrimiento; esto es una estratagema del ego para hacer que el otro se sienta culpable. Es una forma de dominar y controlar la voluntad ajena. ¡¡Cuántas veces habré oído de algunos de mis clientes la frase lapidaria: “Si me dejas me suicido”!!

En muchas ocasiones, el dolor es puramente físico. Todos podemos experimentarlo y así lo hemos hecho en más de una ocasión. Sufrir dolor siempre implica resistencia: resistencia a cambiar, resistencia a dejar de pensar que tenemos razón, resistencia a soltar viejos rencores y viejas razones. En este caso, el dolor que persiste en una herida, en un trauma, es pura resistencia, se le llama “dolor emocional”.

Cuando algo no deja de doler, debemos indagar y preguntarnos: “¿Qué no estoy soltando? ¿Qué no estoy perdonando?”.

El Tú está nervioso:

—¡Uf! Entonces, ¿qué es ser espiritual? Ya sé que has hablado de ello, pero insisto.

—Consiste sencillamente en el desarrollo de la conciencia. Tal como he expuesto y seguiré exponiendo más adelante, hay que evitar todo posicionamiento. Hay que tener una visión de globalidad, salir de la parcialidad, de buscar la razón de lo que ocurre. Hay que trascender la causalidad que vive en nuestro intelecto, en la mente lineal —responde el Yo.

—Vale, vale, espera un momento. ¿Y los opuestos? ¿Lo que me molesta día sí y día también?

—Cuando tu mente no se posiciona, ocurre algo maravilloso, los opuestos se ven como lo que realmente son: una ilusión. Cuando trascendemos los opuestos, nuestra conciencia cambia y se eleva a otros niveles superiores, y con ello desarrollamos nuestra espiritualidad, que por cierto siempre está presente en nosotros como pluri-potencialidad.