CAPÍTULO 9
LA ACEPTACIÓN
Una mente entrenada en la visión cuántica, que vive en el 1 + 1 = 1 y comprende que todo lo que le rodea tiene que ver con ella, es una mente que se libera del sufrimiento, comprendiendo que este y el dolor que conlleva tienen otro sentido y otra lectura.
Es una mente que acepta lo que ve y lo que le sucede. Sabe que está viviendo una experiencia y que es muy importante la decisión que va a tomar sobre cómo vivirla y experimentarla.
La aceptación es la gran sanadora de conflictos y de sufrimientos. También corrige importantes desequilibrios perceptivos, e impide el dominio de sentimientos negativos relacionados con el victimismo y el miedo a actuar.
No hay que confundir aceptación con resignación. La primera lleva luz; la segunda, sufrimiento. La aceptación no es pasividad, sino posicionamiento. El ego queda minimizado cuando se comprende que el desarrollo espiritual es consecuencia de la gracia de Dios, y no el resultado de mis esfuerzos.
La aceptación y el desapego siempre van de la mano, son como hermanos. Suponen la retirada emocional de los asuntos del mundo. El desapego se deriva de una actitud y de un posicionamiento mental en el que las metas, los objetivos, son estímulos creados por la propia mente para avanzar en la comprensión de que el éxito no consiste en alcanzarlos, sino en vivir unas experiencias —que llamamos camino—, para realizarnos a través de lo que parecen ser los demás. Nuestra dicha no consiste en llegar a alcanzar esa meta, porque eso sería poner límites a nuestra creación.
El desapego es sentirse libre de conseguir tal o cual objetivo; es comprender que el camino no tiene un fin, sino una infinidad de ellos. Estoy en el proceso y estoy experimentándome a mí mismo en él. Esto conforma una experiencia de vida. Cuando aplicas el desapego a todo lo que haces en la vida, el éxito en el que creías solo es una pequeña parte de algo mucho más grande que no alcanzas a ver. Por eso, es sabio dejar de fijarse metas; ahora sigues tu corazón, tus directrices internas, porque eres plenamente consciente de que hay una inteligencia que se expresa a través de ti. Yo no soy el hacedor, soy el que vive la experiencia haciéndola consciente.
La aceptación es sabiduría aplicada a todos los aspectos de nuestra vida. Aceptar no es resignarse, es posicionarse, buscar otra manera de percibir, de sentir, de actuar con una mente libre de todo juicio.
Esta forma de pensar es muy transformadora. De hecho, es el gran motor del cambio de conciencia. Por fin la mente sabe que ella es la fuente de su propia felicidad, y que el poder está dentro de cada uno.
Cuando uno siente la Consciencia, experimenta la libertad. Cuando sé que formo parte de la Consciencia, abro el camino hacia esta libertad. Por eso, cuanto más me abro con conciencia a la Consciencia, más libertad experimento en mi vida.
La seducción emocional que nos provocan los disgustos y los problemas de los demás desaparece de la mente; dejamos que el mundo resuelva sus problemas. Esto hará pensar a muchos que uno se ha convertido en un pasota. Nada más lejos de la realidad. Este yo individual se compromete a aplicar la empatía de forma correcta, tal como enseña Un curso de milagros.
“Sentir empatía no significa que debas unirte al sufrimiento, pues el sufrimiento es precisamente lo que debes negarte a comprender. Unirse al sufrimiento de otro es la interpretación que el ego hace de la empatía… Él [el Espíritu Santo] no comprende el sufrimiento, y Su deseo es que enseñes que no es comprensible” (UCDM, T-16.I.1:1-2,5).
Desde la visión dual —ego— me convierto en un pasota. No soy consciente de que el ego siempre intenta manipularme, pues él sabe que aquello a lo que presto atención, lo refuerzo. La visión o la percepción del espíritu es la plena Consciencia que no ve separación, pues sabe que todo Es. Sabe que está creando la realidad, y si mi creación es la manifestación de la creencia en el sufrimiento, yo viviré esa experiencia con aquel al que llamo tú y la reforzaré.
El ego siempre está estableciendo relaciones especiales, y por eso usa la empatía de forma tan particular. Me uno al que llamo tú y no me uno a otros tú, como si todos ellos estuvieran separados. Esto me debilita porque caigo en la trampa del sacrificio y del sufrimiento, que acaban produciendo enfermedad.
“El sufrimiento y el sacrificio son los regalos con los que el ego bendice toda unión.” “En sus iracundas alianzas, nacidas del miedo a la soledad…” (UCDM, T-15.VII.9:1,3)
Otro aspecto de la aceptación es que es una especie de renuncia. Uno no puede renunciar a nada; aquello a lo que te resistas te perseguirá. La auténtica renuncia no renuncia a nada, sencillamente escoge un camino.
Renunciar a mi forma de ver el mundo y hacerlo libremente —sin apego, sin dolor, sin sacrificio— es la manifestación de la plena Consciencia de que por fin sé lo que realmente soy. Esta renuncia atrae a mi vida la percepción de la verdad por la sencilla razón de que no está teñida por el apego, sino que se deriva de la plena aceptación.
Tal como la vengo definiendo, la aceptación es la comprensión de que somos el canal de una fuente llamada Consciencia, que por fin se manifiesta con total libertad en mi conciencia. De esta forma recupero mi poder, que había vendido por un plato de lentejas. A este proceso de toma de conciencia se le podría llamar camino espiritual o despertar. En él hay muchas resistencias a abandonar ciertos pensamientos y emociones.
Como diría el doctor David Hawkins, la fuente de esta resistencia es la recompensa secreta que el ego obtiene de la negatividad. El ego deriva placer de los resentimientos justificados, de culpar, de la autocompasión, y de todo lo demás. Por tanto, tenemos que renunciar a la gratificación que la negatividad ofrece a la mente. Lo único que se necesita para deshacer la adicción a la recompensa es preguntarse si el sufrimiento que acompaña a la enfermedad compensa el apego al placer que producen las actitudes negativas. En secreto, a la gente le encanta odiar, culpar y tomarse la revancha, así como tener razón, sentirse superior, y otras cosas parecidas. El coste de alimentar agravios es la tendencia a la enfermedad, así como la resistencia a la recuperación. Por lo tanto, para progresar e incrementar nuestro bienestar es clave ser honesto con uno mismo.1 Uno empieza a experimentar la armonía de la vida, que todo está interrelacionado y en sincronía, que nada sucede por casualidad, y mi conciencia se convierte en un foco que puede empezar a conformar una nueva realidad. La soledad pierde su sentido; es más, se convierte en un sinsentido. Es imposible estar solo. Sentirse solo es vivir la vida desde la separación, desde la resignación, desde la lucha y desde la culpa. Desde la aceptación todo esto se trasciende.
La aceptación nos lleva directamente al perdón, y este a la trascendencia, que es un aspecto fundamental del método de la Bioneuroemoción. Esto es así porque la trascendencia es integración, no es rechazo ni renuncia. La trascendencia es la integración de los aparentes opuestos, la comprensión de que el universo es polar y de que siempre estoy rodeado de polaridades complementarias.
Esta trascendencia me lleva directamente a la revelación. Todo aparece ante mis ojos con otro aspecto, con otro sentido. No lo veo con los ojos físicos, sino con los ojos del alma. Todo sigue igual, siguen estando los mismos personajes, los mismos discursos, pero nada es lo mismo porque se me revela la auténtica causalidad: para qué sucede todo de esta manera.
Este proceso de integración, derivado de la trascendencia que experimenta mi percepción, mi ser, me lleva a la pura conciencia.
Veo todos mis dolores, mis males, bajo otra luz. No es una vergüenza tenerlos, no es una manifestación de que estoy mal, sino el proceso que me permite limpiar mis programas inconscientes. La enfermedad se convierte en algo que surge para ser sanado, algo que trae consigo una lección. Es una oportunidad de tomar conciencia del poder que anida en mi interior. Me hace consciente de la culpa, de todos los valores y pensamientos limitantes.
Cuando en el proceso de toma de conciencia se alcanzan niveles donde la Consciencia se expresa cada vez con más amplitud, muchas veces se desencadena una cascada de experiencias que puedo considerar negativas y que estaban escondidas en lo más profundo de mi inconsciente. El proceso de despertar no es empezar a ver luces de colores, sino sentir que la realidad choca de frente con mi percepción, y todo se derrumba. Los valores y las creencias desaparecen, y todo empieza a manifestarse en mi vida de una forma escandalosa, brutal. La sombra se adueña de mí, las emociones súper reprimidas salen y me poseen. Una fuerza inconmensurable se apropia de mi vida y sé que no hay vuelta atrás. Todo es vértigo, mi alma está encogida, no puede, no sabe qué hacer. Solo me dejo llevar, me suelto en las manos de Aquel, de Aquello que TODO lo sustenta, que TODO lo acoge.
El Tú pregunta: —¿Por qué cuesta tanto cambiar?
El Yo, con su profundo amor, responde: —Querido yo, que crees que eres un tú, el apego a nuestra personalidad, el apego a este yo con el cual nos identificamos, nos ata, o mejor dicho, nos encadena, a una serie de experiencias y de expectativas, creyendo que su realización es la meta de nuestras vidas. Todo ello crea una adicción a esta personalidad con la que nos identificamos. Es una forma de controlar a los demás. Decir “yo soy así” es limitar nuestro Yo a un yo muy pequeño, un yo con mucho miedo a no gustar, a no ser aceptado. Entonces empieza el baile de la manipulación. La canción lleva por nombre Gustar sí o sí, cueste lo que cueste. Entramos en una especie de hipnosis que nos lleva a vivir en una pequeña parte del YO. Aquí creamos nuestro mundo, nuestro universo, lamentamos nuestras pequeñeces y nuestro destino, y no somos conscientes de que nosotros mismos nos hemos puesto las cadenas y los límites.
»Nuestra manipulación tiene infinidad de caras. La más usada es la del victimismo y también la del perdedor, la del lamentador, la del mártir, la del “pobre de mí”, la de “qué haría yo sin ti”, la de “gracias a que te he encontrado soy feliz”, la de la imagen social, la del estatus, la de la religiosidad, la de ser espiritual, la de ser un héroe. Un sinfín de caras que esconden la Suprema Realidad de Quienes Somos Realmente, y todo se reduce al YO reflejado en una miríada de yoes que entre ellos se llaman tú.