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Salvatore
—Hábleme de Jennifer Torres.
Kave me miró sorprendido.
—Sabe usted demasiadas cosas de mi vida.
—¿Le parece?, —le dije— yo pienso que no, sólo sé que usted es parte de una de esas fraternidades que recolectan personas con la promesa de mejorarle la vida, les venden el éxito que no han encontrado en ninguna otra parte, seleccionan, saben que la mayoría de ellos son una manada de inútiles, o peor, que son ingenuos. Yo estuve ahí para verlo, he tenido que hacer un gran esfuerzo para no dejarme atrapar, mi mente debía saber que yo era un espía, pero tenía que pensar por dos seres al mismo tiempo, uno que hacía parte de su absurda fraternidad y aquella que me indicaba que tenía que llegar a desentrañar esta patraña. ¿Sabe que en algún momento pensé en dejarlo así?, quise arrojar todo a la mierda y volver a mi actividad de litigante; pero ustedes no me lo permitieron. En todo caso, he sabido cómo funcionan, desde el quinto nivel comienzan a exigir mucha prudencia: nadie habla de la cofradía, no existe la hermandad, no se puede ligar con cierto tipo de personas, cuidado con el cotilleo, aléjense de las fiestas, vístase bien. Todo es tan claro a veces pero los ojos ven sólo lo que quieren ver, y vea como es la vida, encontrarme un día a su abogado, ya me lo sospechaba, pero he aquí que me sorprendí en gran manera el día en que vi al doctor Vallejo disfrutando de un buen sauna en compañía de Vásquez, a qué no adivina qué tema tocaban; usted mejor que yo lo sabe: el de su parricidio. ¿Sabe que le harán si se retira? Van a matarlo. Nadie habla del club Kave Johnson, el que entra, aquel que traspasa el nivel Trece, ya no puede salir sino es bajo la posesión del Mal de Luna o bien muerto.
—Ha sido muy arriesgado, ha ido muy lejos, señor París.
—Usted y su bandola de criminales me obligaron.
Silencio, y de pronto saltó del asiento.
—¡Yo no maté a mi madre por gusto! —Gritó enfurecido con lágrimas en los ojos al tiempo en que, queriendo soltarse las amarras, empujaba la silla hacia delante. Bajó el nivel de ira y añadió entre sollozos—. Tenía esa cosa. Estaba poseída. Si la mataba uno de su linaje se suponía que en la primera estocada volvería en sí misma.
—Pero usted ignora algo muy importante.
—¿Qué? —Alzó la cara dejando ver unos tristes ojos grises—. ¿Qué es lo que ignoro además de quién es el culpable de la muerte de Robert Stanley?
—Hábleme de la Señorita Torres, ¿qué fue de ella?
Sacudió la cabeza y, poco a poco, retomando la compostura, continuó su relato…
«La fiesta fue el 22 de agosto. El chofer me dejó en el patio, en el mismo había una gran cantidad de autos ejecutivos, entre ellos se contaron unos muy lujosos, incluso más costosos que el mío. Aunque solía hacer juicios anticipados, en este caso, tratándose de la mujer que me dio la oportunidad que otros me estaban negando, preferí esperar a ver las cosas. Antes de bajar del coche consulté la hora una vez más, eran las ocho y veinte, el cielo estaba despejado, las estrellas se exhibían desnudas como si quisieran robarse las miradas en una obra teatral, la representada allí arriba.
«La mansión era imponente, majestuosa, desde el patio se veía como una maravilla de la antigüedad. Me llegaban las estelas de luz que pulían la entrada y los reflejos ornamentales de los adornos plateados que se ponían para facilitar el camino al corredor exterior, aunque la calzada doble se anchaba a ambos lados encerrando, poco antes del pórtico, la monumental fuente que no dejaba de llorar.
«Lo que más odio de la gente rica es su capacidad de comprarlo todo aun sin necesidad de tenerlo, suplir un capricho sin ser notado o, aunque lo veo en mi propia familia, lo llamativo que resultan ante cualquier situación bochornosa. Nadie se acordaba de aquel asesino del este que en el 2006 mató a siete miembros de una misma familia, o de aquel pastor que puso una bomba a su rebaño en la iglesia a la que iba su congregación de mormones, o aquel testigo de Jehová que se suicido ahorcándose porque su mujer se fue con otro. ¿O se habría ido a otra religión? Nadie se acordaba de ellos porque no eran ricos ni populares. La gente como yo tiene que soportar las miradas juzgonas hasta el final de sus días. Me pregunté cuántos reporteros conocidos habría en el lugar, dependiendo de este dato sabría cuantos titulares con mi nombre y apellido vería al día siguiente, en periódicos y en televisión. ¿Cuántos apostatas que no habían limpiado su propio escaparate hurgaban en el ojo de nuestra casa? ¿Cuántos no me señalaban con el mismo dedo que ofrecían bendiciones?
«Además del hombre que parecía ser el encargado de la bienvenida, vi algunas personas entrar y a otras salir. Aunque mi vehículo ya tenía un lugar, permanecí adentro viendo llegar uno que otro automóvil más.
«Había más personas adentro de lo que esperaba. Dispersadas, unas conversaban, otras degustaban de los aperitivos en el comedor. Se veían grupos pequeños haciendo alarde a sus creencias paradigmáticas, al mismo tiempo que rezaban en verborrea lo que habían hecho durante el día, redundando una vez más en los errores que hubieran cometido.
«Bajando las escalinatas al vestíbulo divisé en un palco del segundo nivel a Jennifer que reunida con otros, al verme, me hizo una seña. Se apartó y caminó hasta las escaleras. No le quité el ojo de encima, si me había parecido exageradamente bella antes, ahora que la veía con ese vestido grana, cuyos encajes plateados combinaban a la perfección con sus pendientes, resaltando el brillo de sus ojos azules, la deseaba sin más. Las gemas en sus hombros descolgaban descubriendo un magnifico escote y dejando ver al desnudo una piel limpia y sensual. Mientras descendía la percibí reina, cual inigualable emperatriz en su palacio. La esperé al pie de la escalera donde se me turbaron las palabras para responder al saludo que ella me hiciera.
«Tragué un bulbo de saliva imposible de disimular.
«—No me importa que tanto se lo hayan dicho, pero usted es la mujer más bella que he visto en mi vida —lo que ella ignoraba era que a pesar de habérselo dicho con naturalidad yo jamás había ofrecido tal cumplido a una mujer.
«—¿Le parece? —Me sonrió— puede ser un efecto de la luz.
«—Es una confirmación de lo que pensé la primera vez que la vi.
«—Ven, —me tomó del brazo— quiero presentarte algunas personas —dijo tratando de ocultar su entusiasmo.
«Subimos las escaleras y me relacionó con el presidente de la editorial y otros empresarios amigos suyos; todos ellos hombres que pasaban los cuarenta, algunas damas, esposas o socias y varios jóvenes lambetas, obviamente mal encaminados. Jennifer bajó nuevamente a saludar a una pareja de jóvenes recién llegados. Yo me quedé a conversar con los desconocidos cómodamente hasta que en sus miradas y sus gestos empecé a ver esa estela de juzgamiento. No me habían visto en personas, pero muchos conocían del evento que marcaba a mi familia. Y yo ya me encontraba coartado por sus prejuicios. Tendría que toparme con ellos unas cien veces antes que me vieran al menos como un compañero de trabajo.
«Pensando en una forma de apartarme de forma disimulada me encontré atraído por un gran cuadro pintado de un adulto con aura de gran señor, había estado todo el tiempo al final de la escalera, en el pasillo de este nivel, casi a mi espalda y apenas lo había notado. Di unos pocos pasos hacia él y me quedé mirándolo; me pareció muy interesante.
«—Es mi padre, —dijo la voz de Ricardo Gonzales— en paz descanse, todo lo que tengo es su legado.
«Detallé sus facciones, tendría unos cuarentaicinco, buena apariencia y una voz agradable. El y su padre eran muy parecidos. En cierta forma me pareció un buen hombre, aunque me molestó ver en él, a pesar de ser un hombre casado, cierto interés en Torres. Culpo a la naturaleza infiel de los hombres, probablemente no era su única presa en remojo. Presa, ojalá nunca se me ocurra expresar semejante palabrón delante de ella.
«—Es curioso, —dije— justo pensaba en mi padre.
«—Es en lo que uno siempre quiere convertirse, aquello que ellos fueron resulta ser nuestro ideal.
«Guardé silencio sin dejar de observar la pintura. Tenía algo que me inhibía. Me recordaba el ímpetu de mi propio padre, un hombre recto e intachable, humano y alegre, tan pacífico y divertido como ninguno, el mejor, el padre perfecto. A ratos se me olvida su rostro, y entonces tengo que acudir a fotografías y a filmaciones que me revivan sus gestos y su diligente apariencia.
«—¿Hace cuanto conoce a la doctora Torres?
«—Desde que es la directora del Jardín, es una mujer inteligente, y por cierto muy bella, —la explicación me pareció de contrapeso—. Gracias a ella el Jardín Infantíl José Ingenieros funciona a la perfección—. Ricardo hizo un movimiento levantando la copa hacia la mujer, ella le respondió con una buena sonrisa.
«Yo hice lo mismo.
«Pronto me encontré recorriendo la exótica casa mucho más que la mía, con cuadros y vidrieras coloniales, pinturas que reflejaban un gran gusto por la época del romanticismo, muebles detalladamente seleccionados, con un una combinación de colores especiales cual extravagancia terminaba sutilmente oculta tras un actualizado diseño a base de madera y cristales. Probé la comida y conversé un poco más. Evité probar el licor para no caer en la tentación de seguir hasta no poder parar. Luego de vagar por el primer nivel de la casa, tomé una escalera cerca de la cocina, subí y me arriesgué a recorrer sus pasillos silenciosos. Por error tropecé con una mujer adulta muy bebida, que tomó el ascensor después de disculparse. La vi desaparecer y continué andando hasta que decidí regresar. Al final del pasillo había un balcón que, adornado por grandes cortinas de seda, permitía una espectacular visión al exterior, me dejé seducir y llegué a él, desde allí observé algunas personas abajo, entre ellas estaba Jennifer en una amena conversación con Ricardo Gonzales. Levanté la vista en un impulso y me pareció ver personas entre los arbolitos del jardín. La hierba estaba fresca y las flores me parecieron ligeramente recostadas, aquello sí podía ser un efecto de la luz. Volví mi mirada sobre la doctora Torres, ahora estaba sola, ella me vio. Desde abajo y en una manera coqueta me hizo señas para que fuera, luego me regaló una de esas maravillosas sonrisas. Bajé las escaleras por la cocina y salí por una puerta del salón donde la encontré de espaldas junto a las sillas de recreo. Se apoyaba en el pasamanos de mármol, frente a la piscina, aquel ángulo la dibujaba perfecta y sensual, y el escote en su espalda resaltaba la textura pura de su belleza. Ella movió la cabeza y supe que me observaba llegar por el rabillo del ojo.
«—Tómate una copa conmigo. —Dijo.
«Hice señas a un mucamo en la cocina y éste llevó una bandeja con copas de vino agrio.
«—Pensé que darían un discurso o algo por el estilo, —apunté entregándole la bebida. Ella agradeció.
«—Bueno, a veces es mejor dejar que los hechos hablen por sí solos ¿No? —Agachó la mirada como si buscara algo en el líquido— ¿Te ha ido bien?
«Al sospechar de mi incomodidad frente a la gente por mi historia, creí que ella quería ser condescendiente.
«—Es gente completamente desconocida pero, me va bien.
«—Espero que no me veas a mí como una desconocida. ¿Por qué quieres brindar? ¿Qué tal por el comienzo de una gran amistad?
«Levanté la copa y la miré fijo a esos ojos, translucidos ojos que me hipnotizaban.
«—¿Como la pasa usted? —Le pregunté.
«—Estoy en buena compañía. Eso es mucho decir.
«Fue un momento celestial, bajó los párpados viéndome los labios; de pronto, como si intuyera mi deseo hacia ella, me tomó de la mano y me llevó al jardín debajo de los árboles, allá donde también otras parejas disfrutaban del silencio y las sombras. Jennifer tomó mi cara y puso sobre mi boca un largo y apasionado beso. Fue lo mejor. Luego, como una niña, pidió disculpas, aun así no dejaba de reír con timidez y entonces, como para comprobar que no se arrepentía, volvió a besarme.
«—Usted también me encanta, —le dije.
«—Yo no he dicho nada de eso —atenuó con una sonrisa perfecta—, ¿le molesta si pregunto sobre su madre?, ¿cómo es eso? Mucho se dice por ahí de aquello, me gustaría escucharlo de su propio protagonista.
«Yo estaba encantado con esa mujer tan hermosa entre mis brazos, así que no vacilé en decirle cuanto pudiera ocurrírseme del caso Helen Johnson, mi madre. Después volvió a besarme como si tal atrocidad no le importara, al fin había conocido a la mujer perfecta para mí».
Salvatore
—¿Cuánto tiempo estuvo en la fraternidad?—Me preguntó Kave.
Tuve un repentino ataque de risa. Después de un momento contesté su pregunta.
—Aun soy miembro de la fraternidad, todavía no soy cazador, pero vea usted, cuando uno es abogado aprende mucho de actuación y teatro, soy capaz de extraer la información que necesito donde sea, y eso es lo que he hecho. ¿Le confieso algo? Me he aprendido unos trucos excelentes del arte de ser vigilante, que en realidad no deja de parecérseme una porquería. Sepa usted que soy tan hábil que cuando una persona asciende a un nivel en cuatro meses, yo subo cuatro niveles en un mes.
Volví a reír.
—Mm… ya me sospechaba que era usted abogado. Tiene pinta.
Ya decía yo que tenía ciertos dejes como los de mi abogado. Pero no creo que quiera ser vigilante. Le falta estilo. Lo que sí parece sin duda es un abogado, tal vez usted y Álvaro sean de la misma estirpe.
—No, no me ofenda; Vásquez es un cretino, yo soy de una clase en vía de extinción. No soy un excelente abogado, soy un simple litigante sediento de justicia, déjeme le cuento…