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Dejando de un lado el recuento de los últimos días de lo ocurrido en casa de los Johnson, y retomando a Marco Fernández, el hombre tuvo que volver a un relato ocurrido dos noches atrás a los eventos de haber presenciado con sus propios ojos aquella horrible criatura. Como es profesor de matemáticas de la Universidad Tecnológica, suele quedarse hasta avanzadas horas de la noche, y a veces de la madrugada, preparando sus clases.
Se encontraba en el estudio del segundo nivel. Eran casi las doce de la media noche cuando escuchó el ruido de un automóvil cuya luz se paseo por el cristal de la ventana de su estudio, se acercó a esta y desde aquí vio el exótico Kia aparcando. Helen Johnson salió del auto, vestía pantalones de jean y abrigo de lana color beige, anduvo hasta el porche de su casa y, una vez estando allí, se detuvo. Se quedó quieta, ni introdujo la llave en la cerradura ni se dio vuelta sino momento después en que, a ritmo de trotecito, volvió hasta su auto, abrió la puerta y de su interior extrajo la escopeta. Marco también lo había escuchado, el gemido, el cual supuso fue lo que la hizo buscar el arma. Fue así que anduvo en la oscuridad hacia el camino de la izquierda de su casa. Fernández debía estar loco para dejarse llevar por la curiosidad, según él, sí pensó en lo peligroso que resultaba seguirle la pista a esa hora, pero su idea fue la de tomar la linterna y bajar a toda velocidad para ver qué sucedía. Lo hizo, al llegar al caminito no vio más que sombras, pero guiado por su linterna se atrevió a entrar en el sendero de piedra y arena.
Aquel gruñido se repetía de modo ocasional, ya fuera en quejido, en bramido o en una señal como la de un silbido, hacia él avanzaba Marco Fernández, y siguió en esas hasta que, al bajar una leve pendiente, divisó a Helen Johnson, impávida, en posición regular de policía judicial: rodillas flexionadas, cuerpo recto un tanto echado hacia adelante, abdomen cóncavo y cadera escondida, con la escopeta apuntando, buscaba su objetivo al tiempo en que daba pasos sigilosos, se movía en media luna tan lento como a sí misma se lo permitía, de derecha a izquierda, en dirección a la parte trasera de su propia casa; su actitud era sin duda la de quien sabe lo que persigue. Quizá ella no se había dado cuenta pero poco a poco se salía del camino, introduciéndose de modo equivoco en el bosque. ¿Qué cazaba? Para entonces no lo entendía. Marco estaba bastante curioso, avanzó un poco más y, no teniendo el debido cuidado, resbaló removiendo algunas piedras de su lugar. Hizo ruido que lo delató a la vista de la mujer, si es que, por la luz de la linterna, no estaba ella ya al tanto de su presencia. Desde el suelo escuchó el estallido de la escopeta, un disparo seguido de otro, notando por supuesto, el fuego violento que emanaba de la boca del arma. Estos no fueron dirigidos a él sino al bosque, a lo que sea que ella buscaba. Se escuchó el gemido de un animal y luego, apuntándole con el arma, corrió hacia él.
—¿Qué diablos cree que hace? —Preguntó agitada y furiosa.
Fernández recogió la linterna y se puso en pie con cuidado de no lastimarse. La observó antes de responderle, «noté que tenía manchas de sangre en su abrigo, parecía herida porque en el rostro se le veía la marca de un rasguño como si hubiera tenido una pelea», me dijo.
—¿Está usted bien, señora Johnson? Hace días que me tiene algo preocupado.
—¡Ocúpese de sus asuntos! —Respondióle ella con violencia, avanzando con rapidez por el camino de regreso, de vez en cuando echando vistazos hacia los árboles y los matorrales a la vera del sendero.
—¿A qué le anda disparando usted? —Apuntó cuando la mujer pasaba por su lado volviendo a subir la pendiente—. No está demás que me lo diga. Me parece que si es ese animal del que tanto se habla, es mejor que se lo deje a las autoridades.
La mujer lo ignoró siguiendo su camino, y él avanzó tras ella: «“Señora Johnson, señora Johnson”, le decía, “¿podemos hablar un momento como dos adultos, por favor?”, le imploré. Usted entenderá, señor París, soy un buen cristiano y me tomo en serio mi fe; me preocupa ver que las personas se destruyan. No soy capaz de ver eso y quedarme de brazos cruzados como si nada. Créame, usted, esta mujer, antes tan buena y comprensiva, se veía que iba derechito al abismo, tanto física como emocionalmente». Helen no le prestó atención pero él, antes que ella entrara en su aposento le prometió, en fuerte voz, que al día siguiente, que estuviera más calmada, iría a buscarla para que conversaran.
«Pero el hombre muere en la soledad», apuntó, «ella no me atendió, ni ese ni ningún otro día». Una semana después se había quedado dormido mientras veía la tevé, lo despertó un bullicio, un alboroto local, consultó su reloj para ver que eran pasadas las siete de la noche; al salir de su casa descubrió que la gente invadía los caminos del condominio, todos atentos a algo que sucedía en la casa de los Johnson; la policía y los bomberos ya habían invadido su jardín con sus sirenas y luces estereotípicas. Marco, siempre curioso, se acercó a una de sus vecinas a preguntarle a qué se debía el alboroto. La mujer le explicó que no sabía muy bien pero que se había visto a la señora Johnson correr, desnuda y enloquecida, por los caminos de Salvatore, y que, minutos después, alguien de la comunidad, tras escuchar algunos disparos, había llamado a la policía. Marco, entre la multitud, se acercó un poco más a la cinta separadora para ver, momentos después, como un par de policías salían de la casa con Kave Johnson esposado en medio de ellos y lo metían en una patrulla. El rumor corrió más rápido que el viento, el joven había sido encontrado, con las manos en la masa, apuñalando a su propia madre.
«Vaya uno a saber porqué».
«—¿Cual es el problema con la fundación, Álvaro?
«Ya habíamos pedido el almuerzo. Nos hallábamos en el amplio Mall del tercer piso del Bolívar Plaza. El lugar se llenaba casi siempre a esa hora, desde un extremo del balcón al otro. Había un panel por televisor que enseñaba las noticias de RCN. Álvaro Vásquez que era un tipo que le gustaba estar siempre actualizado, mantenía la cara elevada al tanto de la información.
«—Lo siento, Kave, me he distraído un poco. Amenazaron de muerte a un buen amigo mío.
«Vásquez era un hombre obeso, cabezón y calvo, a pesar de ello bien peinado, posiblemente estaba cerca de los cincuenta, de buenas costumbres pero siempre me pareció demasiado ambicioso. De amplia sonrisa y dientes muy bien cuidados, usaba lentes únicamente para la lectura, y aunque se veía bastante grande no era mucho más alto que yo.
«Ambos pedimos pescado para almorzar.
«—¿Crees que soy una persona que pueda entender aquella situación?
«Le vi elevar la comisura de sus labios.
«—Bueno, no voy a perturbarte con estas cosas. —Buscó su maletín el cual ocupaba una de las sillas, sacó una carpeta pequeña y la puso a un lado sobre la mesa, tomó su pluma con la agilidad de un abogado y la abrió arrastrándola hacia mí— Escucha, el lunes el doctor Morales me llamó para contarme que alguien está robando en el almacén. Dice que ya ha tomado cartas en el asunto pero me dijo que te lo hiciera saber.
«Pasó varias hojas con el logotipo de la fundación en el encabezado, —una rosada rosa con tres pétalos, uno de ellos, de color rojo, tenía forma de corazón— tenían listados y gráficos, buscaba al parecer una en especial.
«—¿Cuánto robaron? ¿Cuánto dinero hay que reponer?
«Vásquez, que al parecer encontró la hoja, mejor dicho; dos hojas, levantó la vista para mirarme de frente. No comprendí tal gesto.
«—Mira esto.
«Me mostró varios oficios en los que se dibujaba una tabla con columnas, la lista referente al pedido que había hecho de órganos la fundación en el mes corriente, una columna trataba el resultado de ventas; otra la cantidad vendida y la última él valor obtenido. Yo no entendía mucho aquel papeleo.
«—Álvaro, no veo donde está el desfalco aquí.
«—Bueno, como verás, el desfalcó no está en el dinero.
«—¿Sino?
«—Observa la información de la sangre y de los corazones. —Intenté una vez más sin conseguirlo— Kave, se vendieron cuatrocientos cuarenta y dos litros de sangre, de quinientos pedidos, el valor obtenido es el referente al total del gasto.
«Nunca fui bueno calculando. Me costaba trabajo mantener la concentración en estas cuestiones; pero debía esforzarme ya que mamá no estaba para vigilar la organización.
«—¿Qué es lo que me quieres decir, Álvaro? No entiendo.
«El abogado movió la cabeza.
«—El robo fue sobre la sangre, pero el dinero está intacto como si se hubiera vendido toda.
«Medité por unos segundos intentado atar los cabos sueltos. En realidad, todos los cabos los tenía sueltos.
«—¿Cuánto quedó de la sangre?
«—Siete litros. Únicamente se vendieron cincuenta y uno. Es lo que muestra el registro de venta. Observa, —me mostró otro papel. Indicó la cifra con la pluma. Subrayó el total de las ganancias en ambas hojas—. El resultado es el mismo esperado.
«—Lo que indica que alguien tomó una cantidad de sangre, y pagó por ella sin registrar la compra —finalmente entendí.
«—Alguien que sabe que esa cantidad de sangre no se le puede vender a un particular. No sin papeles. Pero olvidó un pequeño detalle: registrar la operación.
«Echó el cuerpo hacia atrás mirando al abogado fijamente, escéptico.
«—No hay robo alguno en eso. —Dije—. Quien quiera que lo hiciera, pagó por ello.
«—Tienes razón, técnicamente no hay un robo, pero… tenía que registrarlo.
«—Bueno, por eso podría acusarse al vendedor.
«—¡Sí. Jimmy Ceballos!, fue él quien denunció el incidente.
«El camarero llegó y le abrimos espacio en la mesa para que sirviera la comida.
«—¿Qué ha dicho Moreno? —pregunté intentando mantener la concentración en el olor de la comida.
«—Ya lo informó al departamento de seguridad. Espera no tener que recurrir a la policía.
« —Me parece bien —Dije condescendiente con el gerente de la fundación—. Sería un desperdicio de tiempo. No me mires así, Álvaro, pienso que es un absurdo.
«La comida estaba servida. El camarero se apartó.
«—Escucha, Kave, —advirtió sin antes percatarse de su entorno—. Si alguien hace una cosa así, sin importar a que vaya destinado, es una oportunidad que le quita a otra persona de vivir. Según las estadísticas, a final del mes, el número de corazones a sobrar es de cero, el número de litros de sangre a restar es cero, el pedido cubre hasta al menos los dos últimos días. ¿Quieres saber cómo se enteró Ceballos de esto? ¡Porque un niño de diez años necesitaba un trasplante hace más de una semana ya, era A positivo! ¡Ceballos creía tener aun varios de ese tipo; cuando fue a ver, ya no había, ni uno! El chico murió dos días después ya que no tenía seguro para ser atendido en una clínica.
«Sentí otra vez un leve malestar. Había sacado la parte humana de mi abogado. Hasta ahora no la conocía. Vásquez empezó a comer.
«—De todos modos, ya que tú eres el presidente, y como tu abogado te lo sugiero, que deberías darte una pasada para que hables con el gerente.
«—Es lo que haré.
«—Ahora come, —aconsejó el abogado— se te va a enfriar.
«Ese miércoles, después de verme con mi abogado regresé a casa, como era de costumbre. Esta vez entré por el frente. Había escuchado algunas voces desde el cobertizo, pero no presté mucha atención. Pensé que quizá ya habría llegado el nuevo mayordomo. Le había dado la dirección para que se adelantara. Imaginé que mi hermano le estaba dando algunas instrucciones caprichosas.
«Encontré a varias personas desconocidas en la sala de estar, estaban acompañadas por Sonia a quien lancé una mirada interrogativa. Se trataba de una chica de unos veinte años que ceñía un corto vestido beige de dril, ajustado a la cintura por un cinto de lino azul, y dos niños entre los seis y los siete años de edad, con ropas de verano. Había algo muy parecido en los tres. El color de sus cabellos era caoba. Pensé que eran familiares de Sonia, que los habría llevado allí a pasear —¿A pasear niños en casa de un asesino?— Probablemente ella no sabía esa parte de mi historia. No. resultaba ridículo pensar que no lo sabía. Los chicos, deduje por su mirada, no eran parientes suyos. Ambas chicas se levantaron del asiento al verme llegar.
«—¿Y Jack? —Pregunté.
«—Está mostrándole la casa al nuevo mayordomo —contestó Sonia.
«La otra chica saludó y yo, sin responder, la miré intrigado, esperando a que la pelirroja nos presentara. Al menos debía saber de quién se trataba. Pero Sonia se disculpó y rápidamente desapareció camino a la cocina. Noté que había un par de maletas grandes a un lado. Obviamente no eran mías.
«La chica levantó las cejas como reclamando una respuesta. No recordaba haberla visto antes. No solía tratar con chicas mucho menores que yo.
«—Somos los Stanley —dijo finalmente la chica en un español espantoso. Y me dejó igual de confundido. Miré a todos lados, como verificando que aquella fuera mi casa. Bien, la reconocí, ahora esperaba a que alguien me explicara de qué se trataba— ¿Alex Stanley? ¿De Liverpool? —Por la forma en que se dirigía a mí, ciertamente debía saber quiénes eran.
«—¿Qué necesitas? O mejor dicho ¿A quién necesitas? —Pregunté esperando que ellos estuvieran en el lugar equivocado.
«—¿Usted es Kave Johnson, no es cierto? —Asentí con vacilación— pues el reverendo Roosevelt nos dijo que preguntáramos por usted, y aquí estamos.
«Bien, ya tenía un nombre, ahora necesitaba una razón. Yo seguía viéndola como una completa desconocida. No recuerdo si fue que en ese instante me causara desconfianza. Se acercó a los niños y les dio un par de palmaditas a las que ellos reaccionaron saltando de los muebles, luego fue a pararse al lado de las maletas.
«—Nos vamos —dijo en voz baja. La joven se inclinó y tomó el agarradero de una de las maletas— Disculpe, no era nuestra intención…
«La niña a su lado tiró un poco de su vestido y le dijo algo que no logré entender. Era ese estilo de lenguaje cifrado infantil. La otra contestó con un gesto extraño.
«—Realmente no quería molestarlo, pensé que era cierto lo de... ¡Olvídelo!
«Entre decepción y vergüenza, agitó la cabeza sin parar de sonreír. Insistió con un susurro para que los niños la siguieran. Tomó el agarradero de la otra maleta, y arrastró ambas hacia la puerta, los dos niños le seguían como perritos falderos.
«Al llegar allí parada se detuvo incómoda.
«—¡Espere! —Le dije y me acerqué para ayudarle. En ella pareció iluminarse una sonrisa que al instante, cuando abrí la puerta, se esfumó— ya está.
«La chica agradeció al tiempo que salía al porche. Expedía un agradable aroma a jazmín. Bajó las escaleras y siguió la calzada hasta el portón del patio. Cuando la vi desaparecer cerré la puerta. Al volverme me encontré cara a cara con Sonia. Aun estaba ahí, me pregunté en qué momento también se iría.
«—Sé que no me importa, pero —dijo— ¿Qué pasó con ellos?
«—Se fueron.
«Fui buscar a mi hermano. Subí las escaleras al tiempo que le llamaba. Busqué en el estudio, en la sala de descanso, en el gimnasio, regresé por el pasillo y me asomé al interior de su habitación siempre ordenada. El sobre de la carta que habíamos quedado en leer juntos estaba abierto y la hoja que vendría en su interior estaba desdoblada a un lado. Completé la entrada y la levanté con delicadeza, como si se tratara de un trago de vodka.
«Escrita en pluma de tinta negra, la carta rezaba:
15 de agosto
Señores
Johnson K.
Salvatore – Vía Cerritos, N° 12. Pereira
Cordial saludo.
Comedidamente me dirijo a ustedes con el respeto que merece vuestro nombre y apellido. He estado al tanto de los acontecimientos que les sucedieron durante el último año, para lo cual no están demás mi condolencia y mi comprensión.
Como es debido, y por la amistad que me mantuvo siempre aliado a vuestra madre, y en el justo proceder de la doctrina que habéis aprendido de palabra de ella, poniendo siempre en primer lugar la voluntad de Dios, que ahora me hace un llamado estando yo en mi lecho de muerte, debido a que una enfermedad me impide seguir realizando la obra que nuestro señor Jesucristo manda, al menos en esta tierra; les pido, esperando que su compasión sea la misma de mi fallecida amiga, Helen, la que halláis aprendido, que os encarguéis de la familia que en un par de días parte hacia Pereira desde aquí, los Stanley; Alex, Robert y Bianca, ya que era yo quien les daba de mi caridad para que ellos tuvieran una vida sostenible, pues sus padres, que en paz descansen, los abandonaron a su suerte cuando apenas naciera el último de ellos.
Como ya os he hecho saber, ahora no tienen donde vivir ni quien se encargue de ellos, lo dejo en vuestras manos, y confiando que vuestra respuesta sea positiva puedo aseguraros que son buenos chicos, que se necesita mucho menos esfuerzo con ellos que con la crianza de otros niños.
Me despidos deseándoles el mejor de los destinos, esperando que la bendición del señor los cobije y su sombra more siempre encima de vuestra casa.
Cariñosamente,
Reverendo Mark L. Roosevelt
A.A. 0189 Liverpool – Inglaterra