Mi viejo y la bonita Sooky

Mi viejo se levantó una mañana mucho antes de que amaneciera y se fue a pescar sin decirnos nada ni a Ma ni a mí. Siempre le gustaba marcharse de esa forma por la mañana, antes de que Ma se levantara y anduviera por allí, porque sabía que si le veía, le pararía los pies y no le dejaría ir. A veces se largaba y estaba fuera tres o cuatro días en Briar Creek, y cuanto más picaban los peces, más tiempo se quedaba. A mi viejo le volvía loco pescar.

Pescaba grandes cantidades de siluros y percas que salían haciendo pucheros con la boca y las freía sobre un fuego de hojas en la orilla del río tan pronto como las desenganchaba del anzuelo. Mi viejo decía que no tenía sentido guardarlas para casa porque ninguna mujer había aprendido jamás a rebozar una perca en suficiente harina de maíz para dejarla al punto.

Esa mañana, Ma le echó de menos a la hora del desayuno pero no dijo una palabra y siguió haciendo sus tareas como si no supiera que no estaba. Tras el desayuno, me acerqué al cobertizo y ayudé a Handsome Brown a pelar el maíz y a ponerle heno a Ida. Estuvimos allí toda la mañana, astillando leña mientras hablábamos del dinero que conseguiríamos al vender toda la chatarra de hierro que pudiéramos encontrar.

Cuando sonó el silbato de las doce en el aserradero, Ma se acercó al cobertizo y preguntó a Handsome si sabía adónde había ido Pa. Yo no dije una palabra porque no me gustaba chivarme de mi viejo, aunque sabía perfectamente dónde estaba porque Handsome me había dicho que Pa había intentado que fuera con él aquella mañana.

—Handsome Brown —dijo Ma—, no estés ahí sentado sin contestarme cuando te hablo. ¿Dónde está el señor Morris, Handsome?

Handsome me miró y luego bajó la vista a la pila de astillas que había estado cortando toda la mañana.

—¿No anda por ahí, señá Martha? —dijo después de un rato, mirando primero de soslayo y luego a Ma con ojos como platos.

—Sabes perfectamente que no anda por aquí, Handsome —repuso Ma, golpeando el suelo con el pie—. ¡No te andes con rodeos! ¡Debería darte vergüenza!

Señá Martha —dijo Handsome, mirándola a los ojos—, no me estoy andando con rodeos.

—Entonces dime adónde ha ido el señor Morris esta mañana.

—Quizá haya ido a la barbería, señá Martha. No hace mucho que le oí decir que necesitaba un corte de pelo.

—Handsome Brown —dijo Ma, recogiendo una ramita, como siempre hacía cuando se impacientaba necesitando averiguar algo—, quiero que me digas la verdad.

—Lo intento más que nunca, señá Martha —dijo—. Quizá el señó Morris haya ido al aserradero. No hace mucho que le oí decir que necesitaba algunas tablas para reparar el gallinero.

Ma se dio la vuelta, fue hasta la valla y miró hacia el porche trasero. Mi viejo siempre dejaba la caña en una esquina del porche cuando no la usaba y Ma, como todo el mundo, lo sabía.

Señá Martha —dijo Handsome—, el señó Morris dijo que iba a ver unos terneros que había en un pasto no sé ónde.

Ma se volvió rápidamente.

—Entonces, ¿por qué se ha llevado la caña? —preguntó, mirando severamente a Handsome.

—Quizá el señó Morris cambió de opinión y olvidó decírmelo —dijo—. Quizá pensó que después de to no era un buen día para ir a ver los terneros.

—Tampoco es un buen día para contar mentirijillas, Handsome Brown —dijo, dirigiéndose por la cancela hacia casa.

Handsome se levantó de un salto y corrió tras ella tan rápido como pudo.

Señá Martha, solo le estaba diciendo lo que el señó Morris me dijo que le dijera. Usté sabe que yo nunca le contaría mentirijillas, ¿verdá, señá Martha? Solo dije lo que dije porque el señó Morris me dijo que lo dijese y yo siempre intento hacer lo que me dicen que haga. A veces me lío cuando tengo que decir la verdá en dos direcciones a la vez.

Ma se metió en la cocina y cerró la puerta. La oímos trastear con las cacerolas y las sartenes durante largo rato. Después abrió la puerta y me llamó.

—Tu comida está lista, William —dijo—. La comida de tu padre también está lista pero no se merece tomar un bocado durante el resto de su vida.

En ese momento se me ocurrió mirar al otro lado del patio y casi me caigo de culo. La cabeza de mi viejo asomaba por encima de la valla del patio trasero solo lo justo para que se le vieran los ojos. Permanecía agazapado bajo los altos tablones de la cerca y escuchaba con toda atención. Le di un codazo a Handsome en las costillas para que viera a mi viejo antes de que dijera algo que pudiera buscarle un lío con él.

Ma se dio cuenta de que alguien se escondía tras la cerca, salió a la escalera y se puso de puntillas para mirar. Mi viejo agachó rápidamente la cabeza pero Ma ya lo había visto. De inmediato cruzó el patio y abrió de golpe la puerta antes de que Pa tuviera oportunidad de esconderse cerca del cobertizo. Lo cogió por los tirantes del peto y lo arrastró hasta la escalera del porche.

—William —me dijo—, métete en casa ahora mismo, cierra la puerta y echa los postigos. Y no salgas hasta que yo te llame.

Me levanté y crucé el porche tan despacio como pude. Handsome retrocedió por la esquina de la casa pero Ma vio lo que pretendía y le llamó.

—Quédate donde estás, Handsome Brown —dijo.

Mi viejo parecía bastante avergonzado allí de pie en el patio, con mi madre que le sujetaba por los tirantes. Me miraba de soslayo. Quise decirle algo pero tenía miedo de lo que Ma pudiera hacerme.

—A ver, Morris Stroup —dijo ella, conduciéndolo al escalón inferior—. ¿Qué pretendes metiendo en problemas a un inocente muchacho de color al obligarlo a mentir por ti?

Mi viejo miró a Handsome y Handsome miró al suelo. Nadie dijo nada durante largo rato y yo temí que Ma me obligara a entrar antes de oír lo que Pa diría.

—Bueno, Martha —contestó, un minuto después, mirándola—, tiene que haber un error. En mi vida le he pedido a Handsome que diga ninguna mentira. No se me ocurriría hacerle tal cosa.

—Entonces, ¿por qué le has dicho que me dijera que te ibas a ver unos terneros cuando has tomado tu caña y te has ido a pescar?

Mi viejo volvió a mirar a Handsome y Handsome trató de mirar al otro lado del jardín.

—Si eso es lo que Handsome te ha contado, Martha —dijo Pa—, esa es la verdad y nada más que la pura verdad, porque eso es exactamente lo que he estado haciendo. He visto algunos de los novillos más preciosos…

Ma le miró con la mayor severidad pero no dijo nada por el momento. Era fácil saber que no creía ni una palabra de lo que le decía.

Miró a mi viejo exactamente de la manera en que solía hacerlo cuando tenía en la cabeza muchas más cosas que decir pero estaba demasiado furiosa para decirlas. Después me llamó para que fuera a comer y se metió en la cocina. Pa y yo nos lavamos en la pileta del cobertizo y nos sentamos a comer. Comimos lo que Ma nos puso sin decir una palabra. Cuando terminamos, mi viejo salió al patio trasero y se sentó contra la valla para echarse su siesta del mediodía.

Todo permaneció tranquilo y en silencio durante algún tiempo.

Se me ocurrió mirar y vi a Handsome haciéndome señas para que saliera afuera. Recorrí el patio de puntillas y abrí la cancela evitando que chirriase lo más mínimo.

Cuando llegué junto al cobertizo, Handsome me dijo algo al oído y señaló hacia el árbol del paraíso junto al gallinero. Allí estaba la ternera más hermosa que había visto en toda mi vida. La ternera era un tercio del tamaño de una vaca adulta, con un sedoso pelo anaranjado y una nariz redonda y resplandeciente. Permanecía a la sombra del árbol del paraíso y espantaba a las moscas con la cola mientras masticaba un manojo de heno fresco. Parecía como si nunca hubiera sido más feliz en toda su vida.

Mi viejo seguía durmiendo contra el otro lado de la cerca y teníamos miedo de despertarlo si hablábamos muy alto. Handsome me hizo señas con las manos. Resultaba fácil ver que le gustaba la ternera tanto como a mí. Se paseó junto a ella varias veces, le dio palmaditas en el lomo y le acarició el hocico.

Estábamos aún palmeando a la ternera y admirándola cuando oímos que alguien llamaba a la puerta principal. En ese momento miré por encima de la cerca y vi a Ma salir de la cocina secándose las manos en el delantal y yendo a la parte delantera de la casa. Rodeé corriendo el cobertizo y luego fui de puntillas al porche delantero para ver quién venía a visitarnos.

Había un hombre de pie en el porche, vestido con un peto y un sombrero de paja. En ese momento, Ma abrió la puerta de tela metálica y salió.

—Hola, señora Stroup —saludó, quitándose el sombrero y sosteniéndolo a su espalda—. Soy Jim Wade, de allá abajo, cerca de Briar Creek.

Ma le estrechó la mano y dijo algo que no pude oír.

—He venido a preguntar si el señor Stroup habrá visto hoy algún novillo cerca de su casa —dijo—. Perdí una ternera esta mañana y varias personas me han dicho que la vieron tomar esta dirección no hace mucho.

—No sé nada de eso —dijo Ma—. Que yo sepa, no hay ningún novillo por aquí cerca. Mi marido fue a pescar esta mañana y estoy segura de que si hubiera visto una ternera por alguna parte, me lo habría mencionado.

El señor Wade se volvió y contempló la calle por un instante.

—Es algo muy extraño —dijo—. Estaba seguro de que la encontraría cerca de su propiedad. Un hombre de uno de los almacenes dijo que vio un novillo venir hacia aquí justo antes de que el silbato del aserradero diera las doce.

Ma negó con la cabeza varias veces, diciendo que ella no había visto a ninguna ternera cerca de casa en todo el día.

—Mire, señora Stroup —dijo el señor Wade, meneando la cabeza hacia los lados—, es un asunto bastante raro. Uno de mis braceros dice que alguien cruzó mi campo de heno esta mañana y cortó un manojo entero y se lo metió dentro de la camisa. No le presté mucha atención en ese momento pero, hacia mediodía, otro de mis braceros dijo que había visto a un hombre que caminaba por la carretera camino del pueblo con una caña de pescar al hombro y un novillo siguiéndole muy cerca. Me dijo que el hombre de la caña se detenía de vez en cuando, sacaba un puñado de heno de su camisa y la ataba a la caña. El novillo le siguió todo el camino hasta perderse de vista. Poco después de eso, me encuentro con que me ha desaparecido una ternera de mis pastos. Y por eso digo que es un asunto bastante raro. No sé qué pensar de todo esto. Es bastante extraño.

Ma empezaba a parecer preocupada pero no dijo nada en ese momento.

—No la estaría molestando de este modo, señora Stroup —dijo el hombre— si no me hubieran dicho en el centro que habían visto una ternera venir hacia aquí. Por eso me he detenido para preguntar si habían visto alguna.

Ma estrechó la mano del señor Wade y abrió la puerta de tela metálica. Cuando ella hubo entrado en casa, el señor Wade bajó lentamente la escalera y miró a un lado y a otro de la calle. Antes de emprender el camino de vuelta al pueblo, se agachó y miró debajo de nuestra casa, que estaba construida unos tres o cuatro metros por encima del suelo y tenía espacio de sobra para los perros más grandes y hasta para cabras de buen tamaño. Después de mirar un buen rato, se incorporó, se sacudió las rodillas y echó a andar calle abajo.

Corrí de vuelta al cobertizo. Mi viejo se había levantado y no se le veía por ninguna parte. Handsome Brown estaba sentado en lo alto de la cerca, dando la espalda a la casa y mirando a algo que había al otro lado. En ese momento oí venir a Ma dentro de la casa, dando un portazo tras otro a sus espaldas, y me deslicé por la cancela antes de que llegara al porche trasero y me viera.

Rodeé rápido la leñera y lo primero que vi fue a mi viejo de pie a la sombra del árbol del paraíso y que sostenía un manojo de heno fresco para que la ternera lo olisquease. Handsome seguía subido a la cerca y miraba sin decir nada.

Sooky bonita —decía mi viejo a la ternera, acariciando su cuello y palmeándole el lomo.

En ese momento Ma apareció corriendo por la cancela. Cuando vio a mi viejo con la ternera se detuvo en seco.

Sooky bonita —dijo él, acariciando la ternera—. Sooky bonita.

En ese momento, Ma gimió y todos nos volvimos y la miramos.

—¡Martha! —dijo mi viejo, apartándose a un lado de la leñera y mirando a Ma—. ¿Qué demonios te pasa, Martha? Pareces enferma.

Ma se puso muy tiesa y avanzó hacia nosotros dando tumbos.

—Morris… —dijo débilmente—. ¿Qué diablos, Morris…?

Pa se volvió a la ternera y levantó el heno para que lo mordisquease.

—Es algo extraño, Martha —dijo—. Estaba pescando esta mañana temprano en Briar Creek y no picaba ni uno. Así que decidí volver a casa y probar cualquier otro día. De camino crucé el campo de heno más bonito que haya visto en mucho tiempo y tomé unos manojos, solo porque me gustaba mucho. No pasó mucho tiempo mientras caminaba yo por la carretera cuando me dio por volverme y mirar a mi espalda y allí estaba una ternera siguiéndome. Parecía como si se hubiese perdido. No le presté mucha atención hasta que llegué a casa, y entonces me volví otra vez y miré a mi espalda y allí estaba, la misma ternera. A esas alturas, yo ya estaba aquí en el patio junto al cobertizo, así que me pareció natural darle un poco del heno. Me lo había metido dentro de la camisa solo porque me gustaba mucho. De verdad que es algo extraño, ¿no, Martha?

Ma se acercó y miró la ternera. La ternera siguió masticando el heno sin prestar atención a nadie.

—William —dijo Ma de pronto, volviéndose y mirándome—, ve a casa y cierra las puertas y echa los postigos. No quiero que salgas hasta que yo te llame.

Cada vez que Ma me mandaba a casa de esa forma era porque estaba a punto de echarle a mi viejo una buena reprimenda. Yo odiaba tener que irme cuando ella estaba enfurecida pero tenía que hacer lo que me ordenaba.

Cuando acabó de hablar conmigo se volvió y miró a Handsome, subido en la cerca. Handsome se bajó de un salto lo más rápido que pudo sin que nadie se lo dijera.

—Handsome, vete a alguna parte y quédate allí hasta que mande a buscarte.

Inmediatamente, Handsome echó a andar por el jardín.

—Y si alguien te dice algo de una ternera, no quiero que abras la boca, Handsome Brown —dijo Ma—. Lo primero que harás será decir mentiras, bajo tu responsabilidad, si no andas con cuidado. Así que aléjate de la gente hasta que mande a buscarte. ¿Me has oído, Handsome?

—Sí, señá Marta —dijo—. Haré lo que usté dice. Siempre intento hacer justo lo que usté y el señó Morris me mandan hacer.

Handsome se fue por el jardín pero yo me quedé junto a la cerca sin ser visto.

—Bien, Morris Stroup —dijo Ma, acercándose a mi viejo—. ¿Qué tienes que decir ahora en tu defensa? Tras haber ido y robado la ternera de Jim Wade seguro que habrás tenido tiempo para aderezar algún cuento. Lo peor de todo es que hayas involucrado en tus trapicheos a Handsome Brown, un pobre e inocente muchacho de color, al que obligas a mentir por ti.

—Oye, espera un minuto, Martha —dijo él—. No saques conclusiones tan precipitadas. Esta ternera simplemente me siguió hasta casa. Yo no pude evitar que ella…

—No pudiste evitarlo después de ir y cortar el heno del señor Wade para atraerla atando el heno a tu caña de pescar y balanceándolo ante su hocico a cada paso mientras venías hacia acá.

Mi viejo parecía bastante avergonzado mientras intentaba pensar algo que decir y se preguntaba al mismo tiempo cómo es que Ma sabía que había cortado el heno y todo lo demás.

Ma le miró con gesto severo pero en ese momento no dijo nada. Miró a la ternera que masticaba el manojo de heno.

—Lo único que puedo decir —continuó mi viejo— es que a la ternera le gusta estar conmigo. No se me ocurre ninguna otra razón por la que…

—En cuanto se ponga el sol esta noche, Morris Stroup, le pondrás un dogal a esa ternera y la llevarás de vuelta al pasto de Jim Wade, de donde la robaste. Y si te encuentras a alguien por el camino, negro o blanco, te escondes entre los arbustos, donde no te vea, hasta que pase, porque no quiero que se sepa nunca que robaste una ternera y te la trajiste a casa a plena luz del día.

Mi viejo se volvió y miró a la ternera y la ternera volvió la cabeza y lo miró a él. Siguió mirándole mientras masticaba.

—La verdad es que es una cosita preciosa, ¿eh, Martha? —dijo, acariciando a la ternera en el hocico y el cuello—. Sooky bonita, Sooky bonita.

La ternera se volvió y miró a Ma. Tras un minuto o dos, Ma se acercó a la ternera y le acarició el hocico. La ternera siguió mirando a Ma directamente a los ojos y parecía que Ma no podía dejar de mirarla.

Estuvieron un buen rato mirándose una a otra a los ojos y mi viejo sacó otro manojo de heno de su camisa.

Sooky bonita —dijo Ma, quitándole el heno a mi viejo y dándoselo a comer a la ternera—. Parece un poco cruel llevarla de vuelta para que esté en un pasto todo el rato. Debe pasar un frío horrible por las noches y cuando llueve.

Pa se volvió y se sentó contra el árbol del paraíso y contempló a Ma y a la ternera. Ya no parecía en absoluto preocupado.

Sooky bonita —dijo Ma, acariciándole el hocico y el cuello—. Sooky bonita.