Capítulo seis

—No lo entiendo. ¿Estás segura de que esto es lo que quieres? —le preguntó él, frunciendo el ceño al ver la adquisición que Kelly le ponía en las manos.

Ella no se preocupó ni se detuvo al ver su reticencia. Sabía que era una petición un tanto inusual. Después de ir al hotel y pasar la noche disfrutando en los brazos del otro, el jet lag y la resaca habían desaparecido y estaba lista para disfrutar de la visita turística. Habían empezado en el mercado de las mujeres. Era totalmente diferente a lo que esperaba. En su cabeza, se imaginaba una calle larga y estrecha llena de puestos temporales, tal vez con mujeres extendiendo sus mantas en el suelo o tapetes esparcidos en las revueltas arenas del desierto.

Nada más lejos de la realidad.

Se trataba de un mercado permanente con una pasarela de baldosas, árboles y demás follaje plantado alrededor. Cada puesto contaba con un toldo fijo. Las casetas tenían unos postes de reluciente color blanco que llegaban hasta una cubierta a dos aguas decorada con madera tallada y formas doradas por encima. Lo suficientemente abierto para sentir la brisa y que fuese considerado un puesto, pero protegido por el tejado y las baldosas. Un atisbo de elegancia y modernidad mezclado con el placer de comprar al aire libre.

Le encantaba.

Había varios puestos artesanales: zapatillas de seda hechas a mano, hermosas alfombras hiladas decoradas con formas geométricas y, como no, preciosos chales y otros pañuelos. Pero, a pesar de haberse sentado a observar a una de las tejedoras, admirando la forma en la que las hábiles manos de la mujer se movían con una rapidez que Kelly jamás habría pensado que fuese humanamente posible… a Kelly se le habían ido los ojos detrás de algo completamente diferente. Desde luego, sabía que el primer souvenir del que se había encaprichado era un poco singular y, por qué no decirlo, un pelín decepcionante.

Sabía que no se estaba ganando la fama de chica atractiva y misteriosa, precisamente.

—¿En serio? —preguntó Asam, mirando el objeto mientras se lo pasaba de una mano a otra —. Tienes todo lo que desees a tu alcance: las mejores sedas del mundo, los chales más hermosos que he visto en mi vida, incluso atuendos para llevarlos debajo de la túnica. ¿Te traigo para mostrarte las maravillas de Oriente Medio, y tú quieres un camello?

Ella sonrió y se puso de pie de manera repentina.

—¡No es solo un camello! Se llama Carl y es lo más.

—Te estás quedando conmigo, jequesa mía.

A Kelly se le escapó una risa ahogada y señaló la figurita, tallada en madera por manos expertas y adornada con una manta en miniatura bordada con llamativas rayas de colores. El saquito decorado con borlas blancas y suaves plumas que llevaba en el lomo era lo más cuco que había visto en la vida. Quedaría perfecto en su apartamento, contando con que el pobre Jasper no lo hiciera trizas primero. Los gatos solían echarle mano a todo; eran como bolas de demolición con patas.

—Me encanta. Nunca me he comprado nada típico y hortera en Al-Marasae. Me daría mucha vergüenza comprar algo así delante de Alana.

—Ah, y conmigo no te cortas.

—¡Pero es que es tan mono! Además, quedaría perfecto en la repisa de la chimenea.

—¿Para qué quieres una chimenea en un apartamento en mitad del desierto?

—Es por el efecto. Queda romántico, ¿no te parece? —le preguntó guiñándole un ojo. Soltó un gritito de emoción cuando él le entregó unas monedas a la mujer del puesto.

—¿Ves? —le dijo, y le rodeó el cuello con los brazos—. ¿A que no era tan difícil? No me digas que Carl no es monísimo.

—Le coges gusto con el tiempo. Yo tenía pensado seducirte con joyas y ropas elegantes dignas de una reina.

—Tú no eres el heredero —le contestó cogiéndose del brazo que le ofrecía—. Además, soy más rara de lo que te crees.

—Ya vi los pantalones que te pones para ir a trabajar. Parecían de payaso.

—Perdona, pero son pantalones de cocinero —dijo ella llevándose la mano al pecho con fingida indignación —. Nos dejan vestir con estilo.

—Claro —dijo en tono de guasa, mientras se colocaba al pequeño Carl debajo del otro brazo. Ella lo miró con los ojos entrecerrados y esperó que Asam supiera que ponerse a tararear música de organillo era un error terrible por su parte y podía costarle un ojo—. Muy circo de los horrores. Me encantaron.

—Bueno —dijo Kelly, observando el despliegue de especias de colores que tenían ante ellos—. Tengo la ventaja de estar sexy con cualquier cosa que me ponga.

Él la besó en los labios, y a ella le encantó la forma en la que su lengua experta acarició la suya.

—Con eso sí que estoy completamente de acuerdo, jequesa mía.

***

—Nunca he visto nada igual.

—Ya habías ido a una mezquita —señaló el.

—Y la de Marasimaq es digna de ver, no digo lo contrario.

Asam le sonrió.

—Sí, las maravillas de mi ciudad siempre deben ser mejores que las de las ciudades cercanas. Te entiendo, mon amie. La primera vez que vine, me quedé con la boca abierta. Por algo llaman a la Gran Mezquita Sheikh Zayed «La perla de Abu Dabi». Dudo que haya una maravilla del mundo más exquisita.

—Y te quedas corto —dijo ella, caminando por la extensa plaza a la entrada de la mezquita.

El cielo, de vibrante color azul zafiro, creaba un hermoso contraste con los enormes y esbeltos alminares de color marfil coronados por unas resplandecientes varas doradas. La mezquita en sí estaba compuesta por una serie de bóvedas de alabastro que se erigían altas y relucientes sobre la plaza. Su imponente diseño le recordaba al que había visto en fotos del Taj Majal, y Kelly se sintió diminuta frente a la majestuosidad del edificio. Aunque lo más impresionante de la plaza y el jardín del templo era el mármol blanco bajo sus pies, adornado con hojas de vid de color verde y flores de un amarillo y carmesí vibrantes que se extendían por todo el suelo.

Ella se cubrió el cabello con el largo velo de color negro que llevaba sobre los hombros, decidiendo que lo mejor sería ser respetuosa con las costumbres dentro de la mezquita. Asam, por su parte, se había engalanado con la tradicional túnica blanca para entrar en el lugar sagrado. Al pasar bajo los enormes arcos en forma de herradura le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia él. La estructura, decorada con hojas doradas superpuestas, se levantaba unos cinco o seis metros sobre ellos. Ella sonrió al adentrarse en el corazón de la mezquita. Bajo sus pies se extendía una alfombra espléndidamente hilada con una estrella roja y dorada de varias puntas. Tenía tantos puntos interconectados que más que una estrella parecía un octógono. Todo era intricado y exquisito, desde la hermosa caligrafía dorada de las paredes hasta la gigantesca lámpara de araña de bronce con los brazos enroscados como serpientes y pequeñas esferas de cristal de color rojo y verde colgando de ellos.

A diferencia de la iglesia que había abandonado cuando era adolescente, mucho después de las clases de confirmación, este templo, diseñado con una creatividad fuera de lo común, era uno de los lugares más hermosos que había visto nunca. Ella sonrió a Asam mientras observaban cada uno de los rincones de la sala.

—Parece sacada de un cuento de hadas. La vuestra es muy bonita, pero esta no parece de este mundo.

—Sí. Vamos a tener que ponernos las pilas. ¿Le digo a mi padre que nos hace falta una Gran Mezquita Sheikh Azhaar Hassem en Marasimaq? No vamos a ser menos que el vecino. ¿Qué me dices? —preguntó, levantando una ceja travieso, fingiendo que iba muy en serio. Kelly soltó una carcajada.

Algunos de los devotos más mayores se quedaron mirando, y ella frunció el ceño y recobró la compostura. Lo último que quería era parecer la típica americana que no sabía comportarse en un lugar así.

De repente comenzaron a escuchar la voz del imán llamando a la oración. Como muestra de respeto, se arrodilló e inclinó la cabeza y observó a Asam postrarse haciendo honor a las costumbres de su pueblo. Justo en ese momento, sintió que estaba en comunión con él. Sentía el peso de su cultura y su tradición. Él tenía tanta confianza en ella que había querido compartir este lugar tan especial con ella. No era como asistir a una ceremonia para Gabriel o algo más formal. No. Asam le había dejado entrar más en su vida.

Y Kelly lo agradecía profundamente. Así que, como muestra, mantuvo la cabeza inclinada y se maravilló al recordar que, durante seis días más, él era suyo.

***

Kelly se tumbó en los cojines azules de seda. El sonido relajante de las olas, de un color oscuro casi negro en mitad de la noche, resonaba a su alrededor. La playa de la isla de Yas era espectacular. Durante el día, las aguas eran de un azul interminable, como el de las playas del Caribe. La piscina infinita no estaba cerca de este rincón de la playa. Se habían ido a un sitio más privado, alejados del resto de bañistas, aunque no demasiado lejos del apartamento privado que tenían en el hotel de la isla. A lo lejos divisaba las luces de neón del hotel. El fulgor iluminaba la isla como si fuese un flamenco fluorescente, pero resultaba divertido estar en un lugar que parecía un árbol de Navidad de Florida. Sonrió a su marido (al menos durante lo que quedaba de semana). Solo llevaban cuatro días allí, y había sido increíble. Recordó la confianza y el deseo que sintió la primera vez que estuvieron juntos en la despedida de soltero. Ahora, sin embargo, la conexión se había vuelto más intensa por la forma en la que habían explorado el cuerpo del otro, por el poder que él tenía para hacerle gemir de placer.

Un hombre, que al menos durante lo que llevaban de semana, había mantenido su palabra y había sido con ella tan amable y atento como era posible. Probablemente se tratase de una fantasía fugaz y un engaño absurdo, pero se sentía como la princesa que él le había prometido que sería.

La fantasía continuó mientras él le servía tortas de pan, hummus y dátiles junto con un plato repleto de carne especiada. Tenía un aspecto delicioso. No podía esperar a probarlo.

—¿Qué es?

Al Machboos, una exquisitez de los Emiratos.

—¡Huele increíble! —exclamó al tiempo que se servía un poco de arroz, berenjena asada y cordero en el plato. Los sabores de la salvia y la cúrcuma mezclados con otras especias y la jugosidad del cordero se fundieron en su boca, y no pudo evitar gemir de manera casi obscena al probar la exquisita mezcla.

—¿Este plato solo lo sirven aquí? ¿Por eso no lo he probado hasta ahora? Te digo una cosa, si Alana se ha estado guardando algo así todo este tiempo, es para matarla.

—Bueno, en su defensa tengo que decir que es un plato típico de esta zona. No es muy común en Al-Marasae. Aparte, eres consciente de que tendrías que hacerte cargo de Gabriel, ¿no?

Ella soltó una carcajada y se metió un dátil en la boca.

—Al menos no estaría sola: sabes que estarías encantado de ejercer tu labor de padrino del pequeñajo. No veo las desventajas.

—Reconozco que no suena mal, seríamos el cuadro de la felicidad familiar —contestó él, y comenzó su trozo de cordero—. Tal vez deberíamos ponernos manos a la obra y tener nuestra propia prole. En el caso de que quieras seguir siendo jequesa Hassem después del viernes, claro.

Ella soltó un suspiro y frunció el ceño.

—Todavía tengo dos días para pensarlo. Sé que ahora es todo muy bonito. Por primera vez en mucho tiempo, siento que las cosas empiezan a ir bien. Lo he pasado tan mal teniendo que aguantar las exigencias de la harpía de Monique. Solo de pensar que podría tener mi propio restaurante… Sería increíble, aunque reconozco que también me da un poco de miedo.

—Mmm —dijo, y bebió de su vaso de agua—. ¿Y eso?

—Todo el mundo te conoce cuando es tu nombre el que aparece en la puerta del restaurante. No es lo mismo que recibir críticas en una revista especializada cuando tú no eres el dueño. La gente no sabe quién cocina en el Paradiso, por ejemplo. Pero si pone en la entrada «El rincón de Kelly», por decir algo, todo el mundo sabe quién es la que está en los fogones. Si meto la pata, nadie querrá trabajar conmigo ni volver a contratarme.

—Yo no lo veo así —dijo él pasándose la mano por la barba—. Si montas un restaurante en Nueva York y te va mal, puede ser perfectamente porque hay mucha competencia en la ciudad. Siempre hay una segunda oportunidad.

De repente se sintió cansada. Apartó el plato y se pasó los dedos por los anillos.

—¿Crees que todos tenemos una segunda oportunidad? ¿Esto también es una segunda oportunidad?

—Es el destino —le dijo, sonriéndole—. Yo creo que hagas lo que hagas, serás la mejor. Como siempre.

—¿Y que me dices de ti y del Oasis? Alana me mantiene informada. Es un proyecto alucinante. Un complejo turístico y un centro comercial de esa escala, con todos esos diseñadores y boutiques… Va a ser increíble. Yas o Dubai se quedarán en pañales.

Él se encogió de hombros.

—Ojalá mi padre pensara lo mismo. No lo entiendo. Faaid gobernará el país cuando él no esté, y Dharr se encargará de que Petroleros Hassem siga en lo más alto. Yo estoy sacando este proyecto adelante para demostrar que soy una persona seria, y él no ha parado de llevarme la contraria desde que lo empecé. Quiere demostrar que el poder de Al-Marasae está en lo militar y en la industria. Me da la impresión de que detesta el exceso de países como Arabia Saudí o los Emiratos. Es demasiado tradicional —dijo Asam, levantando las manos en señal de desagrado—. Sé lo que es el miedo al fracaso. Para el gran jeque Azhaar he sido un fracasado toda mi vida. Si el Oasis no sale adelante, no me extrañaría que me mandase a las fuerzas armadas para realizar trabajo forzoso.

Kelly dio un respingo y abrió los ojos de par en par.

—¡No me lo creo!

—No al frente, pero Dharr tuvo que convencerlo para que me dejara ponerlo en marcha. Es un proyecto arriesgado. Si no sale bien, mancharía el nombre de la familia Hassem, y estoy seguro de que mi padre haría lo que creyese conveniente para limpiarlo.

—Tu padre es un capullo —dijo ella, alzando el tono de voz—. Primero, ejerce presión sobre Dharr para que se case y luego, como Alana no le gustaba, la obliga a marcharse y ella se queda hecha polvo. Ahora que ha conseguido casar a tus hermanos y ya son unos hombres «respetables», no te deja respirar a ti. Qué horror. Se supone que es un padre, no un dictador.

—No conoces mucho Al-Marasae. Me alegro de que Faaid y Dharr se parezcan más a mí. No soportaría que mis sobrinos tuviesen que sufrir la presión que hemos aguantado nosotros. Azhaar siempre tiene que salirse con la suya.

—Pasa de él, no lo necesitas —le dijo, acariciándole la mejilla y sintiendo la leve aspereza de su barba bajo la palma de la mano—. Si me quedo, y no es seguro todavía…

—¿Si te quedas? —A Asam se le iluminaron los ojos—. Ya es un paso. Me alegro de que estés contemplando la posibilidad.

—Como iba diciendo, si me quedo… —le dijo, sonriéndole—. Alana trabaja de abogada. ¿Vas a montar un restaurante en el Oasis? ¿Necesitas una jefa de cocina con experiencia y multitud de premios a sus espaldas?

Él asintió y le acarició el cuello con la yema de los dedos. La intimidad del gesto hizo que Kelly se estremeciera.

—Tendría a la mejor.

—Solo has probado un par de platos.

—Y me encantaron. Claro, joder. Podríamos pasarte la receta del Al Machboos. Si quisieras podría ser el nuevo plato típico de Al-Marasae.

—¿Emitiríais un decreto por mí? —dijo ella, y se sonrojó—. No me disgustaría, ¿eh?

—Tu pueblo, si finalmente lo aceptas como tuyo, haría cualquier cosa por agradar a su jequesa.

Ella sonrió y apartó los platos a un lado, dejando la alfombra hilada y los cojines acolchados libres de trastos. En sus planes para el resto de la noche no entraban ni el cordero ni los dátiles.

Kelly se estiró, se despojó del caftán, y dejó caer la tela de seda de color lila sobre la arena. Asam ya podía acceder libremente a ella. Esta noche estaba lista para que la poseyera por completo. Kelly lo había planeado con antelación, había estudiado sus estrategias de seducción.

Se mojó la punta de los dedos con los labios y se acarició el pezón derecho hasta notar que la punta rosada se erguía endurecida. Con la otra mano se puso a juguetear con un mechón de pelo suavemente rizado.

—¿Te gusta lo que ves, jeque mío?

Asam se pasó la lengua por los labios y se bajó la cremallera de los pantalones vaqueros. Se había puesto algo más informal para ir a la playa. La única queja que tenía Kelly es que todavía no se había quitado la camiseta. Era inaceptable. Si llegaba a tener algún poder legal como jequesa, lo primero que haría sería emitir un edicto que prohibiese llevar camisa a los hombres con tabletas de chocolate tan alucinantes como la de Asam.

De hecho, estaba considerando la idea de prohibir que se pusiera ropa. Pensándolo bien, a lo mejor era complicado. Seguramente no le resultaría fácil ser el presidente ejecutivo del Oasis yendo con todo al aire.

Aunque seguro que más de un cliente, fuese hombre o mujer, agradecería la nueva ley de Al-Marasae. ¡Ella la primera!

—No —dijo, y negó con la cabeza.

Él se detuvo y la miró frunciendo el ceño.

—¿Qué? —le preguntó tranquilo.

Kelly gruñó al darse cuenta de que le había mandado señales contradictorias sin darse cuenta.

—No, o sea, estoy a punto. —Se le escapó una risa nerviosa y se echó hacia atrás el pelo rubio. Al bajar la mirada, vio la erección de Asam emergiendo libre y anhelante de sus pantalones—. Y creo que no soy la única.

Él también rió, y la tensión desapareció de sus hombros.

—Yo no puedo esperar más.

—Entonces va siendo hora de que enseñes algo de piel, Asam —susurró, y esbozó una sonrisa más amplia al ver sus abdominales marcados.

Él se arrodilló, y ella avanzó hacia él a gatas para acariciar con la lengua los rincones y músculos de su abdomen. Había sudado un poco por el calor que hacía incluso ahora en la playa. Recorrió con la lengua las líneas de su estómago y se deleitó cuando el sabor salado inundó sus papilas gustativas.

Dios mío de mi vida, es perfecto.

Él se estremeció bajo sus labios y gritó su nombre.

—¡Kelly! ¡Eres increíble, mon amie!

—Repites mucho esa expresión —dijo ella. Se incorporó y deslizó la mano hasta su miembro para acariciarlo. Con una sonrisa satisfecha, observó cómo reaccionaba a su tacto delicado con una ligera sacudida.

Mon amie. ¿Sabes francés?

—Estudié en Princeton, pero viví un año en París. Mi madre es argelina, así que habla francés con fluidez… Era una colonia de Francia.

—Me encanta cómo suena cuando lo dices —le obsequió, mirándole como un suplicante adorando a su dios—. Me gusta todo de ti.

—Bueno, no estuve muy fino cuando te dejé plantada.

—Estás perdonado. Solo estuvimos juntos una noche en una fiesta, no tenías ninguna obligación conmigo. Fui yo la que dejó de hablarte. Me alegro tanto de que nos pasáramos con los julepes de menta.

A él se le escapó una risa y se tumbó en los cojines.

—No te olvides de los chupitos, mon amie. También ayudaron bastante.

—Ha sido un milagro.

—Yo diría que fue más bien cosa de la fermentación —dijo riéndose de nuevo. Su voz era suave y seductora.

—Tal vez… Pero me alegro tanto de que pasara —contestó Kelly—. Ahora te necesito, Asam. Por favor.

No había nada más que decir. Después de haber conectado de nuevo, lo único que necesitaban era unirse de la manera más íntima posible. Él se deslizó dentro de ella, su miembro grueso entró con facilidad en su interior. Ella emitió un suave suspiro de placer al sentirle y notar su calor.

—Me encanta —le dijo, cerrando los ojos y rindiéndose ante la oleada de sensaciones.

El sonido de las olas resonaba en la noche, la brisa fresca le acariciaba la piel y hacía que sus pezones se irguieran aún más desafiantes. Sentía su peso sobre ella y podía percibir el aroma a almizcle mezclado con azafrán, dulce y acre a la vez, acariciando su nariz. Asam comenzó a mover las caderas rítmicamente, empujando hacia lo más profundo de su ser. Ella le rodeó la cintura con las piernas de manera instintiva y levantó las caderas para ayudarle a llegar hasta el fondo.

El calor crecía entre ellos, era como verter gasolina sobre una fogata ardiente. Con cada embestida, rozaba con más intensidad su punto G. Su visión se volvió borrosa y respiró de forma entrecortada, sintiendo cómo sus huesos se volvían más flexibles y sus músculos se aflojaban. Bajo sus ojos volvieron a formarse chispas incandescentes y sintió que su cuerpo se consumía bajo el fuego que ardía entre ellos.

Asam se corrió primero. Echando la cabeza hacia atrás, gritó su nombre y una breve letanía en árabe y el torrente se derramó en lo más profundo de su vientre. Ella le siguió poco después, alcanzando éxtasis mientras las llamas de la pasión les consumían a los dos.

Él salió de ella y la acunó sobre su pecho, cubriéndola con una manta. Ya tendrían tiempo de volver al apartamento. Kelly se sentía como si acabara de correr una maratón. No podía hacer nada más que descansar y respirar tomando bocanadas de aire.

—Ha sido…

—…sí —terminó ella, satisfecha de que no fuese la única que lo había sentido. Le cogió la mano y sonrió al ver los anillos de uno cubriendo los del otro. Se pertenecían el uno al otro.

No, es diferente. No es que le pertenezca, es que somos el uno para el otro.

—Te quiero —le dijo, y se sorprendió a si misma por su franqueza—. He luchado contra mis sentimientos y le he dado muchas vueltas, pero me has demostrado tantas cosas… Además, crees en mí.

—¿Significa eso que vas a venir conmigo a Al-Marasae, jequesa mía?

—Por supuesto —le contestó, y se acurrucó con él—. Seré tuya hasta que tú quieras.

***