Capítulo cinco

Kelly pestañeó al abrir los ojos y sintió como si tuviera un animal salvaje en la cabeza y estuviera clavándole las garras para intentar salir. Tenía la boca seca y con el sabor de la moqueta de un taxi. Notaba los ojos pegajosos; la luz que entraba por la ventana solo empeoraba el dolor de cabeza. Rodó a un lado de la cama, cogió la almohada y pensó en asfixiarse con ella. Seguro que sería más rápido que un paracetamol.

—Puf, creo que anoche bebí demasiado —gruñó confusa al notar que su voz resonaba en la habitación.

Qué raro.

Su apartamento era cómodo. De hecho, le encantaba. Pero, que ella recordase, no era tan grande como para crear eco. Desde luego, cavernoso no era. Confusa, se sentó en la cama rápidamente y volvió a gruñir cuando sintió un latigazo que intensificaba aún más su agudo dolor de cabeza. La habitación que tenía ante sí era grande y lujosa y estaba decorada con mármoles elegantes y otras ornamentaciones. Un momento. ¿Estaba en el Bellagio?

Pasó la vista por toda la habitación y se topó con la mesa de la cocina. Sobre ella había frutas, fiambres, e incluso tortillas y hojaldres colocados con esmero. Se trataba de un festín digno de un rey… o de un jeque.

Joder, joder, creía que lo había soñado. ¿Anoche me emborraché con Asam de verdad?

Bajó la mirada y se dio cuenta de que estaba completamente desnuda debajo de las sábanas. De repente empezaron a venirle recuerdos en flashes: las copas en la Señorita Carol, el baile en la silla, la increíble sensación de su lengua recorriendo sus rincones más escondidos. Recordaba algunas cosas más. No estaba segura, pero le daba la impresión de que después se había vestido y habían bajado con la intención de pasarlo bien, pero esa parte era más borrosa.

Suspiró, se levantó y se puso a buscar su ropa. Lo primero que le sorprendió fue toparse con un vestido dorado de lentejuelas tirado en el suelo. Por un momento temió que hubiese tenido una noche demasiado salvaje, pero desechó esos pensamientos tan disparatados cuando miró la etiqueta y comprobó que era de su talla.

¿Pero qué coño ha pasado? ¿En qué momento me vestí así y para qué?

De repente, se miró la mano izquierda y se quedó helada. No podía ser. Llevaba puesta una espectacular alianza de bodas de oro y, al lado, un anillo de compromiso con un diamante (chúpate esa, J. Lo.) aún más grande e impresionante.

—¿Qué coño he hecho?

—Creo que anoche pasamos la noche de nuestras vidas —dijo Asam, entrando en la habitación —. Lo siento, te he dejado el desayuno preparado, pero he tenido que salir a hacer un recado.

—¿De qué tipo? ¿Se puede saber qué está pasando? —exigió ella, acercándose a él e intentado ignorar el destello herido que cruzó su mirada color avellana —¿Qué me has hecho?

Asam se ruborizó y le enseñó la mano izquierda, en la que resplandecía una alianza de bodas de hombre.

—Querrás decir qué nos hemos hecho. Creo que los cócteles de la señorita Shirley y los chupitos de tequila que nos tomamos esta mañana en el Casino Terciopelo Azul ayudaron bastante.

—¿A qué?

Él se encogió de hombros y le pasó un fajo de documentos.

—Nos hemos casado esta noche. Enhorabuena, jequesa Hassem.

Ella le dio una bofetada, y él retrocedió unos pasos a causa del movimiento. Había cometido un terrible error. Antes de ella pudiera moverse de nuevo, él se lanzó hacia ella y la agarró por las muñecas con firmeza.

Asam la miró con furia y resopló por la nariz.

—Yo de ti no volvería a intentarlo, mon amie. Hay acciones que son estúpidas incluso para la recién estrenada realeza.

El corazón de Kelly latía con fuerza, haciendo un ruido sordo bajo la intensa mirada de Asam. En gran parte confiaba en él. Vale que fuese un capullo engreído y un mujeriego, pero no tenía el carácter resentido y peligroso de su padre. A pesar de las antiguas costumbres de Al-Marasae, no tenía razones para pensar que fuese a golpearla. Los hermanos Hassem habían trabajado duro para modernizarse y, aún así, él estaba sujetándola con fuerza, y ella no estaba segura de él fuese capaz de contener sus emociones lo suficiente para no ir más allá. Era raro. A pesar del pánico que sentía, la sensación era excitante. Era como tener a un tigre cogido por la cola. Un ser bello y poderoso que era todo para ella… si ella quería.

De repente se acordó que él se había emborrachado y se había casado con ella.

La rabia volvió a apoderarse de ella.

A pesar de que el hormigueo que sentía entre las piernas y el calor que emanaba de su interior le dijeran otra cosa.

—¿Lo has hecho a propósito?

—No más que tú. Imagino que no tengo tanto aguante como creía. Voy a pedir las grabaciones de las cámaras de seguridad porque no recuerdo nada. De todas formas, podemos anularlo.

—Estupendo, vamos al tribunal que haya que ir y hagámoslo. Podemos hacer como Britney Spears y divorciarnos en menos de doce horas.

Asam liberó sus muñecas y ella intentó no echar de menos el contacto con su piel. Madre mía, pero qué enfadada estaba.

Vamos, Kelly, céntrate. ¡No permitas que te mire con ojos de cachorrito abandonado!

Aunque le doliese ver lo ofendido que se sentía Asam, esa no era razón suficiente para seguir casados. Vale, había conseguido darle un orgasmo que le había volado la cabeza, pero eso no compensaba su naturaleza poco fiable y el daño que le había hecho un par de años antes. Además, tenía que salvar su puesto de trabajo en el Paradiso. No tenía tiempo para disfrutar al máximo de una boda a lo loco en Las Vegas. Todo era un sinsentido.

—No tenemos por qué hacerlo.

—Sí que tenemos que hacerlo. Ninguno de los dos queremos esto. Además, ¿no deberías estar saliendo con alguna supermodelo o alguna bailarina tragallamas?

Él volvió a resoplar por la nariz y meneó la cabeza.

—Siento mucho lo que pasó en la fiesta de compromiso de Dharr; quizás esto sea otra oportunidad. Anoche lo pasamos bien, de eso sí que me acuerdo. No puedes negarlo.

Ella se estremeció y exhaló un profundo suspiro. Cada vez le costaba más pensar o hablar con claridad. En parte, llevaba dos años deseándolo y obsesionada con él. Cada vez que había ido a Al-Marasae a visitar a Alana había sentido una punzada de dolor. No eran solo los celos tontos que sentía al ver la felicidad de su mejor amiga, sino el hecho de tener que estar al lado, ya no solo de Asam, sino de toda su familia. Cada vez que se había encontrado con él en alguna sala de palacio, cada vez que habían discutido las pocas vacaciones que ella había pasado allí; todas y cada una de esas veces le habían hecho sufrir y habían avivado aun más la llama de su deseo.

—Hay algo —admitió, apenas con un susurro—. No puedo negarlo. Es algo que siento de verdad, pero tengo que irme a Nueva York, y ya me hiciste daño una vez y… —dejó escapar un profundo suspiro cuando él le acarició la mejilla —. ¿Por qué lo has hecho?

—Yo tampoco quería que pasara esto —dijo él, y señaló los anillos como si ella no supiera a lo que se refería.

—Pero ha pasado, y tenemos que ser responsables, acabar con esto y seguir adelante con nuestras vidas.

—¿Por qué?

Ella frunció el ceño y dio un paso atrás.

—¿Hablas en serio? Esta noche tengo que coger un avión a Nueva York para hablar con los mejores chefs de la ciudad y solo dispongo de dos semanas para ofrecerle algo a mi jefa que la convenza. No puedo perder mi puesto de trabajo, y si tengo que convertirme en una experta en cocina vegana, lo haré con los ojos cerrados. No tengo tiempo de estar casada y estoy segura de que tú también necesitas centrarte en sacar adelante el Oasis. Sé por Alana que se trata de un proyecto muy importante.

—A ver: tú no quieres dedicarte a la cocina vegana, y yo estuve revisando el proyecto con Dharr hace un par de días. Vamos bien de tiempo. Lo que realmente te gustaría sería cocinar para ti. Me lo dijiste antes. He probado los platos que has cocinado para la familia y, aparte, Alana no se cansa de decir que eres buenísima. Detestarías convertirte en una cocinera sin personalidad y lo sabes.

—Pero mi sueldo depende del Paradiso, así que tengo que hacer lo que Monique Dawson me pida. Después de todo, no tengo garantías de nada. Si la dejo, no tengo nada seguro. Si quiere, puede ponerme en una lista negra en un arrebato. Sé que lo ha hecho con otros compañeros, incluso con los actores y bailarines del hotel. Necesito este trabajo.

—Abre tu propio restaurante, mon amie —dijo él, sonriéndole. Parte de la frustración había desaparecido de la profundidad de su mirada.

—Claro que sí. Abriré un restaurante en Nueva York sin tener ni un duro. ¿Por qué no se me habrá ocurrido antes?

—Yo tengo dinero.

Ella frunció el ceño.

—Si crees que puedes comprarme como si fuese una p…

—No —dijo con calma levantando las manos —. Es solo un experimento. Prueba a estar casada conmigo durante una semana. Pasaremos unas vacaciones increíbles y te mostraré las ventajas de ser una jequesa. Si pasada una semana sigues odiando ese tipo de vida, perfecto: te marchas, y yo te doy diez millones por las molestias.

Ella abrió los ojos de par en par. No tenía sentido. ¿En qué idioma estaba hablando? ¿Se había desmayado? ¿Era todo un sueño, resultado de haberse pasado la noche anterior bebiendo y criticando a su desagradable jefa? A lo mejor ni siquiera estaba en el hotel. Era imposible que nadie pensara que ella valía diez millones por una semana. ¿Por qué quería impresionarla? Ya la había abandonado una vez.

¿Cómo iba a pensar nadie que ella valía tanto?

 Nunca se había sentido así. Aunque había salido con varios chicos y había tenido un par de novios formales, siempre había estado tan centrada en su trabajo que era lo único a lo que se aferraba. Además, a pesar del coqueteo y de la diversión, ella no era el tipo de mujer con el que se quedaba un hombre. Tenía demasiadas curvas y no era tan llamativa como Alana, a quien todo el mundo adoraba, con esos ojos de color casi turquesa y ese cabello ondulado de color castaño. Era imposible que él sintiera nada por ella.

Aunque, ¿no le había dicho ella misma a Alana que disfrutase el momento y le diese a Dharr una oportunidad? Y mira lo feliz que era ahora su amiga. Tal vez debería aplicarse el cuento. Al menos, durante una semana podría enterrar el resentimiento en su corazón y pasarlo bien con un hombre que, para colmo, era guapísimo.

—Entonces, si solo paso una semana contigo, ¿me das diez millones para montar mi propio restaurante sin ninguna condición?

—No es así del todo.

—Ah.

—No —continuó él, y comenzó a dar unos pasos —. Si no quieres quedarte, te llevas el dinero, por supuesto. Al menos te hará feliz y lo anularemos todo. Me pondré en contacto con nuestro mejor abogado. Pero tienes que ser sincera. Si de verdad sientes que quieres quedarte, no huyas. No seas tan estúpida como lo fui yo.

—Yo…

—Date una semana, busca dentro de tu corazón, y ya veremos qué pasa. ¿Te parece? ¿No crees que pasar una semana en un lugar exótico, intentando ser una jequesa, será mejor que un viaje a Nueva York? Incluso aunque te vayas y quieras acabar con todo, tendrás una semana para seguir adelante con tu plan de ir a Nueva York. ¿Qué me dices, mon amie? ¿No crees que merecerá la pena?

Pero puede que acabes haciéndome aun más daño. No es que nos haya ido muy bien hasta ahora.

Eso no lo dijo en voz alta. No sabía cómo hacerlo. Le daba la impresión de que, si lo hacía, caería desplomada en el suelo hecha pedazos, como si fuese de porcelana. Lo mejor que podía hacer era no reconocer nunca sus debilidades en voz alta, y una de sus mayores debilidades era el jeque Asam Hassem.

—Yo… De acuerdo, ¿y ahora qué?

***

—¿Cómo? —dijo ella, mientras él le servía un vaso de Perrier y le pasaba otra aspirina. No pensaba volver a beber en mucho tiempo. Cuando estaba en la escuela de cocina había aprendido los beneficios curativos potenciales de seguir bebiendo para aplacar la resaca, pero se sentía demasiado débil y descentrada para tomar otra cosa que no fuese un vaso de agua. Necesitaba estar despejada. Asam ya la había descolocado bastante.

—Todavía no me he espabilado. ¿A dónde dices que íbamos?

—A Abu Dabi, la capital de los Emiratos Árabes Unidos y una de las joyas de Oriente Medio. Ya conoces el palacio y Marasimaq, así que he pensado que sería mejor ir a un sitio completamente nuevo. —Asam se acarició la barba y abrió otra botella para él.

—Así que has pensado que, si me impresionas, decidiré quedarme, ¿no es así, maridito? —dijo ella, alargando la palabra alegremente.

Él negó con la cabeza y apoyó la botella en el suelo.

—No, creo que eres una mujer increíble que merece que la traten como la reina que es. Metí la pata hasta el fondo y esta es mi oportunidad de compensarte; algo que estoy impaciente por hacer.

Agradecía oía esas palabras, aunque quizás las había dicho un poco tarde. Aún así, Kelly no estaba segura de que hubiese algo mejor para compensar el dolor que le había causado. Aunque, siendo justos, ella también había añadido sal a las heridas de ambos por culpa del resentimiento, pero esto era demasiado.

—No soy Cenicienta —dijo ella, decidiendo mantener el tono juguetón.

Lo único que tenía que hacer era comportarse como si fuese una cita más. Como el humor era su mecanismo de defensa, el comentario le salió solo. De manera instintiva.

Él le acarició un mechón de pelo.

—Yo te veo más como Rapunzel —admitió él—. De todas formas, no quiero que seas ninguna princesa Disney.

—Ah, ¿no? ¿Tienes otra cosa en mente? —le preguntó, levantando la barbilla.

Había algo tan pícaro en la sonrisa de Asam, que no podía dejar de mirarle. Él se pasó la lengua por los labios, como queriendo dejar claras sus intenciones, y aquello le hizo pensar en lo que había hecho con ella la noche anterior. Recordó la sensación de su lengua hábil en su interior y el dulce cosquilleo de su barba recortada con esmero. Era un hombre impresionante. Tenía el cuerpo de un corredor o de un futbolista, pero al mismo tiempo era alto y fuerte. Sin embargo, lo que hacía que quisiera hacer todo lo que él le propusiera era el destello dorado de sus ojos, la pícara promesa del placer y de todo lo que podía ofrecerle.

En el peor de los casos, acabaría con diez millones de dólares y una historia para recordar el resto de su vida.

Si acababa con el corazón roto, al menos tendría suficiente dinero para recomponerlo.

—Verás —dijo él, levantándose y quitándose la americana—. Estaba pensando que podíamos empezar divirtiéndonos un poco e invitarte al selecto club de los que han tenido sexo en las alturas. ¿O ya tenías el placer de conocerlo?

Ella se sonrojó y se mordió el labio inferior, sacando a relucir la seductora que llevaba dentro.

—Todo el mundo ha escuchado hablar de ese famoso club, pero nunca me habían invitado. Además, dudo que haya algo peor que intentar hacerlo en una de esos baños diminutos y cutres de American Airlines.

—Entonces tienes suerte de que dispongamos de un jet privado. Los pilotos tienen la cabina insonorizada.

—Algo esencial para un jeque, supongo.

—O para cualquier playboy millonario, te lo aseguro —le dijo Asam, desabrochándose la camisa poco a poco.

Ella sonrió y se puso de pie, decidiendo que, si había prometido aprovechar al máximo la semana y ser tan abierta de mente como fuese posible, tenía que empezar a hacerlo ya. Extendiendo la mano, se quitó la camisa y comenzó a desabrocharse los vaqueros con torpeza.

—No sé si seré capaz. Son… Son demasiadas emociones en veinticuatro horas —dijo Kelly, arrastrando las palabras y sonrojándose—. Tenemos una semana por delante. ¿Qué tenías tú en mente?

—Quiero sentirte otra vez, pero haré lo que tú quieras, mon amie.

Ella le devolvió una sonrisa y terminó de quitarse toda la ropa, quedándose completamente desnuda delante de él. A veces era consciente del poco atractivo que tenía para los hombres. Le daba la impresión de que sus muslos eran demasiado grandes y sus caderas demasiado anchas. Tenía algo de barriga y, aunque solo tenía una cuarenta y dos (bueno, vale, no siempre: a veces tenía la cuarenta), Kelly pocas veces se sentía atractiva.

Sin embargo, Asam, que ya se había quitado la camisa, la estaba mirando de una manera que hizo que se sintiera la mujer más deseada del mundo. La intensidad de su mirada volvía a recordarle a la de un tigre salvaje dispuesto a abalanzarse sobre su presa. Como si ella fuese un jugoso filete de costilla y él estuviese preparándose para saltar sobre ella y devorarla.

Una oleada de calor le recorrió el cuerpo y comenzó a notar una cálida humedad formándose entre sus piernas. ¿Por qué tenía Asam ese efecto sobre ella? ¿Por qué le resultaba tan excitante, hasta el punto de que fuese el único hombre al que devoraría nada más verlo? No era porque fuese un jeque. No sentía esa necesidad apremiante de estar cerca de Dharr ni de Faaid, estuviesen o no casados. Sin embargo, con Asam se sentía como un satélite al que la gravedad atraía cada vez más cerca.

—Soy tuya, jeque mío, puedes hacer conmigo lo que quieras —dijo, recorriendo el dedo índice por su pecho y jugueteando con el pezón hasta que la punta se volvió firme y endurecida. Se pasó la lengua por los labios y volvió a morderse el labio inferior, mirando a Asam a través de los ojos entrecerrados—. ¿Qué vas a hacerme?

—De todo —dijo con un jadeo acercándose con el paso lento de un felino salvaje dispuesto a lanzarse sobre su presa.

Se movía con una elegancia natural, dando unos pasos gráciles y suaves. Su cuerpo también era digo de admiración; sus músculos firmes daban paso a unos abdominales marcados por los que mataría cualquier actor de Hollywood. Una delgada hilera de vello descendía desde su ombligo y se perdía bajo el botón de sus pantalones, como una promesa de todo lo que estaba por venir. Era la perfección hecha hombre y, al menos durante esta semana, podría hacer con él todo lo que quisiera.

Asam acunó su pecho con la mano izquierda y deslizó la otra lentamente por su estómago, recorrió su abdomen con los dedos y rozó su ombligo de manera juguetona al pasar por encima de él. Sus dedos no tardaron en abrirse paso a través de su vello púbico al tiempo que su boca encontraba la suave punta de su pezón derecho. Rozándolo con vehemencia con la lengua, comenzó a devorarla, propagando chispas a través de su cuerpo.

Kelly gimió y separó un poco las piernas, facilitándole el acceso. Sus dedos encontraron el camino a través de sus labios escondidos. Asam se detuvo y dejó que sus dedos corazón y pulgar acariciaran la carne sensible de la zona. Ella se pasó la lengua por los labios y arqueó el cuello, dejando escapar unos gemidos cada vez más intensos. Le necesitaba, siempre le había necesitado, y ahora podía disfrutar sin restricciones de él.

Tenía una semana para disfrutar de su marido, da igual como hubiesen llegado a esa situación.

—¡Por favor, Asam, no pares!

El rodeó con sus labios la punta rosada de su pezón y comenzó a chuparlo. De repente los sentidos de Kelly se agudizaron y lo percibió todo: los latidos de su corazón retumbando con fuerza en su pecho, la barba de Asam acariciando su piel, incluso las ligeras sacudidas del avión. A diferencia del sexo en tierra firme, aquello conllevaba cierta inestabilidad y riesgo. No es que los pilotos fuesen malos o erráticos, pero había corrientes de aire, y el avión se balanceaba ligeramente con cada cambio de dirección del viento. Hacía falta equilibro y algo de esfuerzo para mantenerse en pie. Aún así, sabía que Asam la sujetaría. No había ninguna duda. Emocionalmente, era difícil y arriesgado confiar en él, aunque solo fuese por esta semana. Pero nunca pondría en duda su caballerosidad ni si fuerza física, y sabía que nunca la dejaría caer.

Sus dedos avanzaron en su búsqueda, ya no se conformaba solamente con acariciarla. Le introdujo dos dedos, que penetraron profundamente en su interior mientras presionaba su pulgar con suavidad y firmeza contra el punto más sensible de ella. Asam comenzó masajearlo en círculos. Ella tuvo que controlar el instinto de rodearle con los muslos y casi fracasa en el intento cuando él comenzó rozar la lengua rápidamente por la punta erguida de su pezón.

 Bajo sus párpados explosionaron cientos de chispas incandescentes y tuvo que obligarse a cerrar la boca para evitar gritar su nombre.

Puede que la cabina de mando estuviese insonorizada, pero Kelly no quería comprobarlo. Se moriría de vergüenza si el piloto y el asistente de vuelo supieran lo que estaba haciendo. Era una buena chica. Nunca había sido tan atrevida, eso estaba claro.

Bueno, tal vez esa fuese la antigua Kelly. Esta Kelly, la mujer que por una semana sería la jequesa Hassem, podía hacer todo lo que deseara.

Asam consiguió que retomase el ritmo, y sintió que las piernas le temblaban y las rodillas se volvían de gelatina bajo sus caricias. Sus dedos llenaban su interior de un calor que jamás habría imaginado, mientras que con su lengua trazaba formas sobre su delicada piel. El calor que emanaba de su interior se transformó en una oleada que inundó todo su cuerpo y, con los ojos cerrados, Kelly vio un universo de colores y formas bajo sus párpados.

Fue una sensación inexplicable, pero nada comparada con lo que sintió cuando se corrió.

Una descarga de energía recorrió su interior, y sintió que las rodillas le fallaban. De repente, notó que los brazos fuertes de Asam la levantaban sosteniéndola. Él se inclinó y le besó las mejillas y los labios. Su lengua sabía a las avellanas del viaje y él, a la promesa de los interminables placeres que le ofrecía. El almizcle de su perfume y el lejano aroma de azafrán acariciaron su nariz.

Saciada y sintiéndose ligera como una pluma, le miró con una sonrisa.

—Ha sido el mejor vuelo que he tenido en mi vida.

—Me alegro. Podemos hacer lo que quieras, pero te informo de que también tenemos una ducha (por desgracia, de una plaza) y una cama al fondo. Si necesitas darte un baño y descansar antes de que lleguemos a los Emiratos Árabes Unidos, puedes hacerlo.

—Sí, lo necesito urgentemente —dijo ella, desesperada por darse una ducha—. ¿Y después de este vuelo tan agotador vas a enseñarme Abu Dabi, la famosa joya de Oriente Medio?

Mon amie, es la promesa más importante que he hecho en mi vida y nada me impedirá cumplirla.

***