Capítulo XIV

Fatty cuenta una larga historia

A las tres de aquella tarde, Larry, Daisy, Pip y Bets acudieron al cobertizo de Fatty. Éste estaba ya aguardándoles, ocupado en leer dos o tres hojas de notas dispuestas sobre una banqueta.

—¡Adelante! —gritó a sus amigos.

Y entraron los cuatro, muy excitados. Fatty habíales telefoneado ya para decirles que acababa de surgir «un nuevo» misterio, y naturalmente ardían en deseos de informarse.

—Corren toda clase de rumores, Fatty —manifestó Larry—. ¿Es verdad que alguien se llevó todos los muebles de la Villa de los Acebos, a altas horas de la noche, y que el viejo fue encontrado tendido en el suelo porqué los ladrones lleváronse incluso su cama?

Fatty se echó a reír.

—¿Cómo se las arregla la gente para inventar estas cosas? Es cierto que los muebles desaparecieron, pero el viejo dormía tranquilamente en su cama mientras. Actuaron con tanto sigilo, que el hombre no oyó nada y siguió roncando como si tal cosa.

—¿Cómo lo sabes? —profirió Pip, con un deje de ironía—. ¡Tú no estabas presente!

—Pues verás, da la casualidad que sí lo estaba —declaró Fatty, dejando boquiabiertos a sus compañeros.

—¿Que tú estabas «allí», anoche, cuando se llevaron los muebles? —acertó a balbucir Larry, tras un prolongado silencio—. Entonces, ¿por qué no les detuviste?

—Porque no tenía idea de que robaban —respondió Fatty—. Estaba muy oscuro y actuaron con mucho sigilo. Pero dejad que os cuente todo por orden, tal y como sucedió. De hecho, tendremos que ocuparnos del caso y averiguar lo que hay detrás de todo esto.

—Sí, pero permíteme que te interrumpa un momento —instó Larry—. ¿Encontraste mi gamuza? Mamá ha vuelto a reclamarla esta mañana.

—No, no pude dar con ella —repuso Fatty—. Lo siento, pero no apareció por ningún lado. ¡Quisiera Dios que no la haya encontrado Goon!

—Y si así fuera —intervino Daisy—, no te preocupes. Pensará que pertenece a la asistenta que limpia la Villa de los Acebos. Tendremos que comprar otra a mamá, Larry.

—¡Uf, qué lata! —gruñó Larry—. Conste, Fatty, que me fastidiaste con tu peregrina idea de mandarme a limpiar aquellos cristales.

—Sí —convino Fatty—, pero recuerda que, gracias a esto, contamos con un nuevo misterio. En realidad, todo empezó cuando sorprendiste al viejo hurgando los muebles. Después, ya sabes, al ir en busca de tu gamuza, le oímos llamar a grandes voces a la policía.

—Tienes razón —suspiró Larry—. En fin, ¡qué le vamos a hacer! Reconozco que fue una tontería con buen resultado. Pero eso es todo.

Fatty cambió de tema. Tomando sus notas, dijo:

—Ahora, escuchad. He escrito un breve resumen de lo sucedido hasta ahora para ordenar nuestras ideas. Voy a leerlo. Después discutiremos sobre las pistas y todos los sospechosos. ¿Preparados?

—¡Sí, nos parece muy bien! —exclamó Pip, instalándose cómodamente sobre una caja.

—Bien, preparaos a utilizar la materia gris —masculló Fatty—. Tú, «Buster», estate quieto y escucha también. Me molesta oírte husmear ratones en ese rincón. Siéntate, «Buster».

«Buster» obedeció, enderezando las orejas como si estuviera dispuesto a escuchar. Fatty apresuróse a consultar sus notas.

—El misterio se inicia cuando Larry va a la Villa de los Acebos a limpiar los cristales de las ventanas, y ve al viejo hurgando los muebles de la sala. Ahora sabemos que el hombre intentaba cerciorarse de que sus ahorros seguían seguros en donde los había escondido, ya fuera la totalidad de las doscientas libras en determinada silla o sofá, ya repartidos en varios escondrijos. Probablemente, teníalos en algún hueco debajo de una silla o sillas.

—¡Eso me recuerda algo! —exclamó Daisy, bruscamente—. Perdona que te interrumpa, Fatty, pero nuestra asistenta me dijo que conoce al viejo hace años y que en su juventud era tapicero. Según eso, debe de ser muy ducho en improvisar escondrijos en los muebles, ¿no te parece?

—¿Qué es un tapicero? —inquirió Bets.

—¡Qué chiquilla eres, Bets! —exclamó Pip al punto—. El tapicero es el que hace las cortinas y las fundas de las sillas, y el que rellena los asientos de los sillones y canapés, ¿no es eso, Fatty?

—Efectivamente —afirmó el aludido—. Tu información es muy interesante, Daisy. Interesantísima. A buen seguro, el viejo tenía una serie de escondrijos diseminados en la tapicería de sus sillas y sofás. Añadiré una nota respecto a esto.

—Es una especie de pista, ¿verdad? —comentó Daisy, satisfecha—. Aunque muy pequeña.

—Todo contribuye a aclarar el misterio —declaró Fatty—. Nuestros misterios se me antojan rompecabezas. Disponemos de muchas piezas, pero no vemos la figura que representan hasta que las unimos debidamente. Ahora voy a proseguir.

—Te escuchamos —dijo Bets, alborozada.

—Bien, después fuimos todos con Larry a buscar la gamuza olvidada por éste en el jardín, y oímos gritar al viejo, llamando a la policía. El hombre manifestó que su dinero estaba en su sitio habitual a medianoche de la noche anterior. Por la mañana, había desaparecido, pero su dueño no descubrió el hecho hasta después de recibir la visita de seis personas, por lo menos, en la Villa de los Acebos, con un motivo u otro.

—De lo que se deduce que las seis son sospechosas, hasta que demostremos lo contrario —coligió Larry—. ¡Magnífico! ¿Quiénes son esas personas?

—Todo llegará —gruñó Fatty—. No me interrumpáis tanto. ¡Siéntate, «Buster»! ¡No hay NINGÚN ratón en ese rincón!

El perrito obedeció con aire de estar más enterado que su amo de los asuntos ratoniles.

—Al llegar a ese punto —continuó Fatty—, decidimos que se trataba de un simple robo y que Goon se bastaría para aclararlo. Pero anoche, fui a buscar la gamuza de Larry y, como os decía, llegué casi en el preciso momento en que aparcaba el coche, camión o camioneta que iba a por los muebles de la sala.

—¡Cáspita! —exclamó Larry, incapaz de reprimirse—. ¡Qué casualidad!

Fatty pasó a describir lo que había oído.

—En realidad, no vi «nada». Es más, hasta esta mañana no me he enterado de que los visitantes nocturnos se llevaron todos los muebles. No sospeché que iban en una camioneta o camión. Creí que era un coche. Me dije que tal vez se proponían secuestrar al viejo, pero éste dormía profundamente en su casa de la habitación posterior, roncando a más y mejor. Lo vi con mis propios ojos.

—¿Qué te «figuraste» que ocurriría? —preguntó intrigado Pip.

—¡No tenía ni idea! —confesó Fatty—. Todo cuanto oí fueron unos golpes y jadeos, también un cuchicheo. En realidad, fue todo muy rápido. Esta mañana, he juzgado oportuno llegarme a los «Acebos» por si podía averiguar algo y, al llegar allí, he tenido un sobresalto.

—¿Por qué? —inquirió Bets, abrazándose las rodillas—. ¡Qué emocionante es todo esto, Fatty!

—Porque allí reunidos encontré a Goon, al viejo y al señor Henri, el francés a quien tomasteis por mí el día de mi llegada. Como sabéis, ése está pasando una temporada con su hermana en la casa vecina y, por lo visto, oyó gritar al viejo pidiendo auxilio a primera hora de esta mañana. Entonces, fue a ver qué ocurría y, avisó a la policía.

—¡Qué lástima que Goon apareciera tan pronto en escena! —exclamó Larry, desilusionado.

—Sí, pero yo no tardé mucho en llegar —tranquilizóle Fatty—. ¡Menuda sorpresa me llevé al ver que había desaparecido el mobiliario de la sala! Naturalmente, comprendí al punto lo sucedido, relacionándolo con los hombres que oí anoche jadeando en el jardín, aunque, claro está, me he guardado mucho de decírselo a Goon.

—¿Qué sucedió después? —apremió Bets.

—Poca cosa más. Goon se marchó, dejándonos al señor Henri y a mí con el viejo. Entonces la hermana del señor Henri ofrecióse a ceder al anciano una habitación hasta que se hiciera cargo de él algún pariente. De modo que ahora el hombre está allí. Exploré los alrededores de la Villa de los Acebos, pero no descubrí nada revelador. Luego, pasé a ver al señor Henri y obtuve de él una lista de las personas que entraron en la villa ayer por la mañana. Todas son sospechosos, por supuesto.

—Veamos esa lista —sugirió Larry.

Pero Fatty no había terminado aún su relato.

—Sólo tengo una pista —dijo—; sin embargo, es posible que sea importante.

Contóles entonces su descubrimiento de las magníficas marcas de neumáticos grabados en el barro de la calle del Acebo, ante la villa en cuestión. Acto seguido, les mostró el diseño dibujado en su agenda.

—«Creo» que debía de ser una pequeña conductora —concluyó—, porque la distancia entre las ruedas delanteras y traseras era mayor que la de un coche grande corriente. En un farol cercano había una marca parda recién hecha, como si los guardabarros del coche lo hubiesen rozado.

—Bien, parece ser que tendremos que emprenderlas con los sospechosos y buscar una camioneta de color de chocolate con neumáticos nuevos de determinado tipo —comentó Larry—. Será mejor que copiemos todos ese dibujo, Fatty. ¡Sería espantoso ver una conductora pintada de color de chocolate con neumáticos nuevos y no poder confrontar el diseño!

—De acuerdo —accedió Fatty—. ¿Quieres hacer cuatro copias del diagrama de mi agenda? Yo leeré la lista de sospechosos. Mientras escuchas, puedes calcar el dibujo.

Entonces, Fatty, tomando la lista de seis sospechosos, leyó en voz alta:

—Primero: Señora con periódicos o revistas vestida con un abrigo encarnado y un sombrero negro adornado con rosas. Segundo: Limpiador de cristales. Tercero: Chico repartidor del Colmado Welburn; era pelirrojo y estuvo un buen rato dentro de la villa. Cuarto: hombre con maleta; fue en un coche con matrícula ERT 100. Quinto: joven bien vestido, que sólo estuvo un momento. Y sexto: muchacha, que estuvo mucho rato en la casa.

—Qué lista más larga —profirió Larry—. ¿Y, además un limpiacristales? ¡A lo mejor se fijó en lo limpios que estaban los cristales!

—Eso mismo «he pensado» yo —sonrió Fatty—. Voy a interpelar al viejo sobre esos sospechosos; es posible que pueda darme más detalles de ellos.

—Eso es lo que menos me gusta —confesó Bets—. No sirvo para sonsacar.

—Sí, sirves —alentóla Fatty—. Además, ¿no es tu madre parroquiana del Colmado Welburn? Podrías interpelar al chico cuando os traiga algún encargo. Tú y Pip podríais encargaros de ello.

—¡De acuerdo! —accedió Bets, satisfecha de contar con la ayuda de Pip—. ¿Y la señora de las revistas? ¿No sería la hermana del vicario? Por las señas, parece una dama encargada de repartir la Revista Parroquial.

—Sí, eso no es difícil de averiguar —murmuró Fatty—. Mamá la conoce. Me enteraré si fue a entregar algo a la Villa de los Acebos aquella mañana. En tal caso, no podremos considerarla sospechosa. De todos modos, no podemos descartar a nadie hasta que comprobemos su inocencia.

—Debemos buscar también el coche ERT 100 —recordó Pip—. Me pregunto quién debía de ser el joven… y la muchacha que estuvo en la villa tanto rato.

—Probablemente, la muchacha era la nieta del viejo —supuso Fatty, cerrando su agenda—. Va a limpiar la casa con frecuencia. Tú, Pip, encárgate, juntamente con Bets, del sospechoso del colmado. Tú, Larry, acaba de calcar esas copias y danos una a cada uno. Yo iré a ver si puedo averiguar algo más acerca de esas seis personas. En cuanto a ti, Daisy, ve a pasear con «Buster» y procura fijarte en los coches por si ves pasar al ERT 100.

Todos asintieron, dispuestos a emprender sus respectivas tareas. ¡Qué emocionante era aquello! ¡Por fin se las habían con un nuevo misterio! De entre aquellos seis sospechosos, ¿quién sería el ladrón?