Capítulo IV

Unos pocos planes

Aquella tarde los muchachos discutieron muchos planes extravagantes mientras saboreaban una magnífica merienda. La cocinera había cumplido su palabra, ofreciéndoles abundantes tortas calientes, mermelada de frambuesa, gruesas galletas de jengibre recién hechas con pasas en su interior, y un gran pastel redondo de chocolate con un relleno especial preparado por ella misma.

«Buster» tomó galletas perrunas aderezadas con carne en conserva, dando muestras de gozosa aprobación.

—Para él esto era un triple festín —explicó Fatty—. Primero olfatea con deleite las galletas con carne. Luego, las lame y, por último, les pega un gran bocado. Total: que disfruta, por así decirlo, de tres comidas en una.

—¡Guau! —aprobó «Buster», meneando fuertemente la cola.

—Y lo que es más —agregó Fatty, cortándose un enorme pedazo de pastel de chocolate—. Por añadidura, podremos reservarnos todo este pastel para nosotros. Las galletas con carne en conserva acaparan «toda» la atención de «Buster» y, por ahora, le impiden «darse cuenta» de la existencia de este pastel.

—Y cuando se la dé, ya no quedará ni rastro de él —profetizó Pip—. Al menos, si yo puedo evitarlo.

Una vez más, se entregaron los cinco a urdir proyectos. Fatty estaba muy bullanguero, y los hizo atragantar a todos de risa.

—¿Qué te parece, Larry, si tomásemos una percha y nos fuésemos a la calle Mayor fingiendo ser peones camineros de ésos que pican las calzadas? —sugirió Fatty—. Sólo tú y yo, Larry. Pip no es aún lo bastante alto para pasar por un hombre hecho y derecho. Podríamos poner la percha a nuestro lado con un banderín rojo en lo alto, como hacen los peones, y picar la calzada.

—No seas bobo, Fatty —replicó Larry—. Armaríamos un zipizape.

—Apuesto a que el viejo Goon nos permitiría estar allí toda la mañana picando la calle —masculló Fatty—. No se le ocurriría preguntarnos qué estábamos haciendo.

—Oye, Fatty —intervino Daisy con un cloqueo—. Voy a proponerte una cosa. ¿Te atreverías a hacerlo? Verás, se trata de lo siguiente. Estoy intentando vender estos boletos para la Subasta Parroquial. Te desafío a que vendas uno al viejo Goon.

—¡Eso es fácil, facilísimo! —exclamó Fatty—. Dame uno. Mañana se lo venderé. Yo me encargaré de ello.

—¿Y yo, «qué» haré? —inquirió Larry.

—A ver, déjame pensar —murmuró Fatty—. Ya está. ¿Qué tal si te pusieras un mono y fueses a limpiar los cristales de alguien provisto de un cubo y una gamuza?

—¡Ni hablar! —declinó Larry, alarmado—. ¡Nada de eso!

—¡Sí, sí! —suplicaron Daisy y Bets—. ¡Hazlo, hazlo!

—Te bastaría escoger una casa de una sola planta —propuso Pip—. Así no necesitarías escalera y no tendrías que limpiar tantos cristales. ¡Qué gracia! ¡Larry en plan de limpiacristales!

—¿Tendré que «preguntar» antes si puedo limpiar los cristales? —farfulló Larry con expresión desesperada—. En realidad, no puedo ir a una casa y empezar a limpiarlos sin pedir permiso. A lo mejor los dueños ya tienen algún limpiador de cristales fijo.

—Sí, es verdad —admitió Fatty solemnemente—. Primero debes preguntarlo. Y si te pagan algo por la faena, podrás comprarle a Daisy un boleto para la Subasta.

—¡Caramba! —gruñó Larry, convencido de que aquellos planes improvisados eran un poco disparatados—. Todo esto se me antoja algo complicado.

—¿Y yo, «qué» haré? —interrogó Pip, cloqueando.

Todos le miraron.

—Podrías seguir a Goon un rato —propuso Fatty firmemente—. Seguirle sin que él se diera cuenta de que lo hacías.

—De acuerdo —accedió Pip—. Creo que podré intentarlo. ¿Y las muchachas?

—Ya pensaremos algo para ellas en cuanto llevemos a cabo nuestras respectivas tareas —decidió Fatty—. Y, ahora, vamos a ver: ¿quiere alguien esta última galleta de jengibre o la parto en cinco pedacitos?

Todos optaron por esta segunda solución y la galleta fue debidamente repartida.

—¿Alguno de vosotros ha visto al superintendente Jenks durante estas vacaciones? —preguntó Fatty, tendiendo a sus amigos sus respectivos pedazos de galleta—. ¡Qué suerte que lo hayan ascendido otra vez! ¿No os parece?

—¡Ya lo creo! —exclamó Bets entusiasmada.

—Pues no —respondió Pip, contestando a la primera pregunta de Fatty—. Ninguno de nosotros le ha visto, ni creo que tengamos ocasión de hacerlo, a menos que se nos presente algún caso misterioso que desentrañar.

—Ojalá nos confiara alguno de sus casos —suspiró Fatty, apilando los platos—. Estoy seguro de que podríamos ayudarle. Ahora ya tenemos bastante experiencia en estas lides.

—El único inconveniente es que Goon está siempre enterado de todo y se interpone en nuestro camino cuando él y nosotros investigamos el mismo misterio —lamentóse Daisy—. De todos modos, me gustaría poder trabajar en otro caso, con pistas, sospechosos y demás. ¡Es «tan» divertido!

A poco, los muchachos sacaron unos naipes y procedieron a jugar una partida de cartas. Era maravilloso estar todos reunidos de nuevo. Cuando Fatty estaba ausente, parecíales que faltaba algo. Era un muchacho tan ingenioso y ocurrente que nadie podía prever su próxima hazaña.

Al cabo de un rato, Pip consultó su reloj y dijo, suspirando:

—Tenemos que marcharnos, Bets. Si llegamos tarde a casa, nos armaran un escándalo. ¿Por qué pasa el tiempo tan aprisa cuando menos falta hace?

—No olvidéis, Pip y Larry —recordó Fatty, metiendo de nuevo los naipes en su estuche— que mañana tenéis sendas tareas que cumplir. Mañana deberéis presentar vuestro informe aquí después de merendar. Por mi parte, Daisy, tendré a tu disposición el dinero del boleto de Goon.

—¡Será más difícil de lo que crees! —exclamó Daisy, riendo—. ¡Vamos, Larry!

Mientras Fatty procedía a poner en orden el cobertizo tras la marcha de sus amigos, preguntóse cómo podría agenciárselas para conseguir que el señor Goon le comprase el boleto. Instintivamente, echó una ojeada a las ropas colgadas en un rincón del cuarto. De hecho, no tendría más remedio que disfrazarse, porque de presentarse tal cual, resultaríale imposible vender el boleto a Goon.

—Me disfrazaré de vieja e intentaré leer las rayas de la mano —pensó Fatty—. ¡Goon es de los que creen en estas supercherías! ¡Cómo voy a divertirme!

Por su parte, Pip planeaba también su labor. ¿Cuándo seguiría al señor Goon? Naturalmente, lo más fácil hubiera sido hacerlo de noche; pero ignoraba a qué hora salía Goon al anochecer y, por otro lado, no podía ausentarse de su casa muchas horas para acecharle. No, lo mejor sería seguirle por la mañana, cuando el policía salía con su bicicleta. Pip llevaría la suya y, haciéndose a la idea de que el agente era un sospechoso o un ladrón, le seguiría adonde quiera que fuese.

Así, pues, a la mañana siguiente, Pip tomó su bicicleta y fue a la calle donde vivía el policía. Allí estaba su casa, con la palabra POLICÍA escrita en letras grandes. Pip apeóse de su bicicleta y, apoyándola en un grueso árbol, deshinchó quedamente un neumático.

De esta suerte, podría manipular la rueda con la excusa de hinchar el neumático, y a nadie le sorprendería su presencia allí, aun cuando tuviese que aguardar más de media hora.

La espera se prolongó mucho rato, y el muchacho se canso bastante de hinchar y deshinchar el neumático una y otra vez. Pero, al cabo, apareció el señor Goon con su bicicleta y los pantalones primorosamente sujetos a los tobillos.

Pip quedóse sorprendido al ver que un chico delgaducho de unos once años seguía a Goon hasta la puerta. El policía le gritó unas palabras, y montando pesadamente en su bicicleta, alejóse calle arriba. Entonces Pip, deslizándose sobre la suya, le siguió.

Goon no parecía tener la menor idea de que le seguían. Avanzaba en su bicicleta, agitando la mano a sus conocidos con aire muy condescendiente. Por fin, se detuvo ante el portillo de una casa, apoyó la bicicleta en la valla y encaminándose a la puerta anterior. Pip aguardó junto a un seto a que volviera.

Al salir de la casa, Goon pedaleó calle abajo hasta la calle Mayor. Una vez en ella, apeóse frente a la estafeta de correos y entró en el edificio. Cansado de aguardarle, Pip sintió verdaderos deseos de tomarse un helado y, aprovechando que allí cerca había un heladería, entró a comparar uno.

Pero mientras lo hacía, el señor Goon salió de correos y alejóse de nuevo en su bicicleta. Pip tuvo el tiempo «justo» de verle, engullirse el helado y precipitarse, más aterido que un carámbano tras el señor Goon.

Por el camino, se cruzó con la señora Trotteville, la madre de Fatty, acompañada de «Buster». Y en cuanto éste vio a Pip y oyó su voz diciendo «buenos días», dejó a la señora Trotteville para correr tras Pip.

—¡No, «Buster»! —gritóle Pip—. Esta mañana, no. ¡Vamos, pórtate bien y vuelve con tu dueña!

Pero «Buster» continuaba siguiéndole, jadeante. En vista de que Fatty había salido sin él, el perrito se hizo el propósito de ir con Pip. Sin embargo, no tardó en quedarse atrás ante la imposibilidad de correr a la misma velocidad que la bicicleta del muchacho, y hubo de contentarse con seguirle o distancia, sin cesar de jadear.

Entretanto, el señor Goon habíase metido por una callejuela que desembocaba en una alquería. Pip viole desaparecer por la esquina. Suponía el motivo de su visita a la granja. El granjero habíase quejado de que sus ovejas habían sido inquietadas por unos perros. Sin duda, Goon iba a obtener detalles de éstos. Pip decidió sentarse junto a un seto en espera de que Goon reapareciese. En realidad, resultaba bastante aburrido seguirle. ¿Cómo le iría a Larry lo de la limpieza de cristales?

Pip apeóse de su bicicleta, la escondió en una zanja y, deslizándose por una claro del seto, metióse en el campo. Allí había varias ovejas con unos gruesos y lanudos borreguillos de unos tres meses, entretenidos en saltar y retozar.

Pip sentóse a mirarlos, recostando la espalda en el tronco de un espino. De pronto, percibió un rumor de pisadas y fuerte jadeo, y en menos que canta un gallo, vio aparecer a «Buster» por el claro del seto. El «scottie» abalanzóse sobre él, gruñendo de alegría, y al punto se puso a lamerle la cara.

—¡Ya te he encontrado! —parecía decirle—. ¡Ya te he descubierto!

—¡Por favor, «Buster»! —instó Pip, rechazándolo—. ¡Cesa ya de lamerme!

Entonces el perro empezó a correr por el campo, ladrando y describiendo un amplio círculo. Algunos borregos echaron a correr, alarmados, en dirección a su madre.

De improviso, una recia voz familiar llegó a través del seto.

—¡Ah! ¿Conque es el perro de aquel chico gordinflón el que se dedica a perseguir a las ovejas del granjero Meadows, eh? Debí suponerlo. Atraparé a ese perro y le pegaré un tiro. ¡Acabo de ir a la granja a solicitar detalles de los perros que inquietan a las ovejas y, apenas salgo sorprendo a uno de ellos en plena acción!

Al ver aparecer al señor Goon por el seto, Pip se levantó de un brinco.

—¡«Buster» no persigue a las ovejas! —protestó, indignado—. Ha venido en «mi» busca. Acabo de llegar ahora mismo.

—Cogeré a ese perro y lo llevaré conmigo —declaró el señor Goon, satisfecho a la idea de haber hallado tan buen pretexto para apoderarse de «Buster».

Pero no resultaba tan fácil atrapar al «scottie». A decir verdad, el atrapado fue el perseguidor, según no tardó en advertir el señor Goon al ver que «Buster» corría hacia él y retrocedía al llegar a su altura. Por último, el policía tuvo que gritar a Pip que llamara al perrito. Pip obedeció y Goon tuvo el tiempo justo de montar en su bicicleta y alejarse a toda velocidad.

—¿Por dónde andará Fatty? —gimió Pip—. Debo encontrarlo en seguida para contarle lo sucedido. ¡Ya has metido la pata «Buster»! ¿Quién te mandaba seguirme? ¡AHORA pagarás las consecuencias!