Capítulo XII
Extraños sucesos
Fatty bajó cautelosamente la escalera con «Buster». Éste, que por un instinto especial comprendía siempre cuándo debía obrar con sigilo, descendió detrás de Fatty casi conteniendo el aliento.
—Por la puerta del jardín, «Buster» —cuchicheó Fatty.
Y el perrito abrió la marcha por el pasillo lateral. Fatty descorrió el cerrojo de la puerta sin hacer ruido y, tras dar vuelta a la llave, volvió a echarla, una vez en el jardín.
Entonces, acompañado de «Buster», dirigióse al portillo posterior para salir a la calle.
«Buster» estaba en su elemento. Excitábale merodear solo con Fatty a altas horas de la noche. Los olores parecían mucho más intensos que durante el día, y las sombras más misteriosas. Pegando un brinco, «Buster» lamió afectuosamente la mano de su amo.
—Nos dirigimos a aquella casa llamada «Acebos» —susurróle el muchacho—. Vamos a coger la gamuza de Larry. Si no doy con ella, «tendrás» que ayudarme a encontrarla, «Buster».
—¡Guau! —ladró el pequeño «scottie», satisfecho.
Y siguió adelante, ora remontando un cuesta, ora bajándola, ora doblando una esquina o pasando junto a un farol. Las luces de la calle solían apagarse a las doce, y, como faltaba poco para la medianoche, pronto reinaría profunda oscuridad por doquier.
La noche estaba muy cerrada, con densas nubes bajas. Fatty notó una gota de lluvia en la cara. En un momento dado, metióse la mano en el bolsillo para comprobar si llevaba la linterna, ya que entre farol y farol el camino estaba muy oscuro. Afortunadamente aquella noche iba bien equipado.
—Necesitaré luz cuando me meta en el jardín de la villa —pensó el muchacho—. Sin linterna me resultaría imposible encontrar la gamuza de Larry.
Por fin llegó al recodo formado por la calle del Acebo. En aquel preciso momento apagáronse las luces. ¡Eran las doce en punto! Fatty sacó la linterna. Sin ella no veía absolutamente nada en aquella noche oscura como boca de lobo.
A poco llegó ante el portillo anterior de la casita. Fatty se detuvo a escuchar en la oscuridad. El silencio era absoluto. Gracias a ello podría proceder a la búsqueda con tranquilidad.
Tras abrir el portillo anterior, volviólo a cerrar quedamente y, remontando el sendero con «Buster», fue a esconderse entre un pequeño grupo de arbustos. Una vez guarecido, encendió la linterna para buscar la gamuza.
Pese a sus esfuerzos, no la vio por ninguna parte. ¿Dónde la habría dejado Larry? Al llegar junto a la valla que separaba el jardín del de la hermana del señor Henri, el muchacho se detuvo a reflexionar.
—¿No podría ser que el viento hubiese arrastrado la gamuza al otro lado de la valla? —preguntóse—. No, no lo creo. Las gamuzas pesan mucho cuando están mojadas como la de Larry. Por otra parte, cabe la posibilidad de que el viento la secase, en cuyo caso «a lo mejor» se la llevó. Ha soplado con bastante fuerza estos días.
Fatty encaramóse a la valla con la linterna en la mano y, saltando al otro lado, exploró todo el jardín. Estaba mucho más limpio que el de los «Acebos». El chico empezó a ponerse nervioso. ¿Dónde estaría aquella dichosa gamuza? ¿Habríala encontrado Goon?
Un ruido inesperado le indujo a apagar la linterna. Era el rumor de un automóvil que ascendía por la calle. Fatty decidió aguardar a que pasara el coche para echar una nueva ojeada.
Pero, en vez de pasar de largo, el coche se detuvo en las inmediaciones. Fatty frunció el ceño. ¿Porqué aquel auto no se metía por algún portillo para recogerse en su garaje a aquellas horas de la noche?
De pronto recordó que allí enfrente vivía un médico. Probablemente el doctor había ido a buscar algo a su casa y no tardaría en salir de nuevo para volver al lado de su paciente.
Así, pues, Fatty agazapóse debajo de un arbusto con «Buster» a su lado. El motor del coche habíase parado. El muchacho no oyó rumor de pasos, pero de pronto parecióle percibir unos golpes, seguidos de una especie de jadeo.
Fatty escuchó, desconcertado. Todos aquellos ruidos procedían de un lugar más cercano que la casa del doctor. ¿Estaría el coche ante la casa de los «Acebos»? En tal caso, ¿qué sucedía?
Fatty retrocedió a la valla que separaba los dos jardines y pasó de nuevo al jardín vecino, cuidando de llevar consigo a «Buster».
—¡Silencio, «Buster»! —cuchicheó—. ¡Ahora, quieto!
El perrito se inmovilizó, lanzando un quedo gruñido como diciendo: «¡Parece que oigo unas idas y venidas!». Luego enmudeció. Fatty deslizóse entre los arbustos. De pronto se detuvo en seco.
Acababa de ver la luz de una linterna avanzando a cosa de medio metro del suelo del sendero anterior. Alguien la empuñaba, jadeando fatigosamente, alguien llevaba unos zapatos con suela de goma, a juzgar por sus imperceptibles pasos.
Súbitamente, Fatty oyó un cuchicheo. ¿Serían «dos» personas? ¿Qué diablos estarían haciendo? ¿Secuestrando al anciano?
Fatty frunció el entrecejo. Debía averiguar si le ocurría algo al pobre viejo. Este dormía en la habitación posterior de la villa. Allí había visto Larry su cama bien dispuesta.
—Si voy hacia allá y enciendo la linterna para iluminar la ventana, tal vez comprobaré si el viejo está en el dormitorio o no —se dijo el muchacho.
Así que, una vez más, deslizóse entre los arbustos en dirección a la parte trasera de la casita.
La ventana estaba abierta. En el momento en que se disponía a encender la linterna, Fatty oyó un ruido.
¡Alguien estaba roncando! ¡Roncando con toda su alma! Lo cual significaba que el viejo seguía sin novedad. Fatty se detuvo un rato a escuchar y luego retrocedió entre los arbustos. ¡«Debía» averiguar a toda costa qué ocurría!
A sus oídos llegó el rumor de la puerta principal cerrándose muy quedamente, seguido de una tosecita. Pero el chico no oyó pasos en dirección al portillo. Guardando absoluta inmovilidad, aguzó los oídos, atento al menor son.
Percibió entonces el chasquido de otra puerta, acaso era de la portezuela del coche. Sí, eso era. Buena prueba de ello fue que, bruscamente, empezó a vibrar el motor del coche. Casi sin transición el auto arrancó calle abajo. Fatty precipitóse a la valla anterior para enfocarlo con su linterna, pero todo cuanto pudo ver fue una rauda sombra negra de matrícula indistinguible.
—¡Qué cosas más raras! —pensó el chico—. ¿Qué habrán venido a buscar esos individuos? ¿No será que han traído algo? Voy a atisbar por las ventanas de la fachada.
Pero unas tupidas cortinas de color verde cubrían las ventanas anteriores, sin ofrecer ningún resquicio para aplicar la linterna y vislumbrar el interior. Fatty encaminóse a la puerta principal con objeto de probar fortuna.
No tardó en comprobar que, a la sazón, la puerta estaba cerrada con llave. Todo aquello era muy misterioso. ¿Qué habrían ido a hacer a la casa aquellos visitantes nocturnos?
Fatty fue a echar otra ojeada a la ventana posterior. Esta vez enfocó al viejo con su linterna. Sí, allí estaba el anciano acostado, profundamente dormido, con el gorro torcido. Junto a la cama había una pequeña silla y una mesita, lo cual era todo el mobiliario de la habitación.
Tras apagar la linterna, Fatty volvió al jardín anterior sin saber qué partido tomar. No le seducía la idea de despertar al viejo; probablemente le daría un susto morrocotudo si lo hacía y, además, ¿cómo explicarle lo de los visitantes nocturnos? ¡El viejo se asustaría tanto que no querría acostarse de nuevo!
—Lo mejor será aguardar a mañana —se dijo Fatty—. No pienso telefonear a Goon ahora. En primer lugar, no me creería; en segundo, es posible que lo sucedido tenga una explicación; y en tercero, opino que la cosa puede esperar hasta mañana.
Total que se alejó de «Buster», desconcertado y algo inquieto a la idea de dejar al viejo sólo, a merced de los misteriosos visitantes nocturnos.
Entró con «Buster» por la puerta del jardín y ambos subieron la escalera muy quedamente, para no despertar a nadie. La suerte les acompañó. «Buster» acomodóse al punto en su cesta y, a poco se quedó dormido.
Fatty permaneció despierto unos instantes reflexionando sobre todo, y luego durmióse tan profundamente como «Buster» y ya no se despertó hasta muy entrada la mañana. El gong del desayuno sonaba por toda la casa.
—¡Caracoles! —exclamó el muchacho, saltando de la cama—. ¡Menudo sueño tenía! ¡Vamos, «Buster»! —agregó sacudiendo al perrito con un pie descalzo—. ¡Despierta, dormilón! ¡Te pareces a tu amo!
De momento, ocupado en vestirse con la máxima rapidez, no se acordó de su aventura nocturna. Bruscamente, mientras se anudaba la corbata, asaltóle aquel recuerdo, dejándole paralizado.
—¡Sopla! ¿Fue sueño o realidad? Oye, «Buster», ¿tú también recuerdas nuestro paseo nocturno? Si así es, habrá que darlo por real.
«Buster» se acordaba. En señal de ello, dio un pequeño ladrido, al tiempo que saltaba a la cálida y tentadora cama de Fatty.
—Vamos, baja —ordenó Fatty—. Me alegro de que tú también recuerdes lo de anoche. ¿Qué aventura más rara, verdad, «Buster»? ¿Qué te parece si, después de desayunar, fuésemos a darnos una vuelta por la villa para ver qué ha sucedido?
Así qué, tras el desayuno, Fatty tomó su bicicleta y, lentamente, se puso en marcha, en tanto «Buster» corría jadeante a su lado.
—Este ejercicio te sentará a maravilla, gordinflón —murmuró Fatty, severamente—. ¿Cómo es que te pones siempre tan gordo cuando estoy en el colegio? ¿Es que no puedes ir a dar paseos solo?
«Buster» estaba tan falto de aliento que ni siquiera acertó a contestar a su amo con un ladrido. Fatty internóse en la calle del Acebo, en dirección a la villa. La puerta seguía cerrada, pero, al presente, las cortinas verdes de las ventanas estaban descorridas. Fatty atisbo el interior de la estancia. ¡Menudo sobresalto se llevó!
El señor Goon hallábase allí dentro haciendo gala de un aire importante y superior, acompañado del señor Henri, el francés de la casa vecina. En cambio, el viejo no se veía por ninguna parte.
Pero lo que sorprendió más a Fatty fue no ver ni un solo mueble en la sala anterior. Ésta aparecía completamente vacía, sin siquiera una alfombra en el suelo.
Mientras miraba embobado a través de los cristales, le vio el señor Goon. Éste dirigióse al punto a la ventana y, abriéndola de par en, par, exclamó, enfurruñado:
—¿Otra vez tú aquí? ¿A qué has venido? ¡Nadie sabe nada de esto todavía!
—¿Qué ha sucedido? —inquirió Fatty.
—«A ezo de laz ziete de la mañana…» —empezó el señor Henri.
Pero el señor Goon apresuróse a interrumpirle, dispuesto a evitar que aquel condenado entrometido se enterase de más cosas de las debidas.
Sin embargo, Fatty no se dio por vencido. Debía saber lo ocurrido. Y a este objeto dirigióse al señor Henri en francés, rogándole que le contestase en francés y le contara todo lo que hacía al caso.
Así, pues, con gran acompañamiento de bufidos y resoplidos del señor Goon, el señor Henri procedió a explicarlo todo en francés. Aquella mañana habíase despertado a las siete y, al punto oyó gritar a alguien. Su habitación daba a la villa vecina. Al principio, no dio importancia al hecho y durmióse de nuevo.
—Entonces —prosiguió el señor Henri, en su rápido francés—, al despertarme más tarde, volví a oír las voces, en vista de ello me vestí y me vine a ver qué ocurría.
—Prosiga usted, por favor —instó Fatty.
—El que gritaba era el anciano —declaró su interlocutor, siempre en francés—. Como la puerta estaba cerrada con llave, le rogué que la abriera y, al entrar, vi que esta habitación se hallaba absolutamente vacía, aparte de las cortinas, corridas sobre las ventanas para que nadie pudiera ver la estancia vacía desde el exterior. Al despertarse esta mañana, el viejo vino a esta habitación, y cuando descubrió que había desaparecido todo el mobiliario, se puso a chillar a grito pelado.
—¡Caramba, qué misterio! —exclamó Fatty, maravillado.
Y al ver que Goon volvíase a mirarle con un brusco ademán, agregó:
—Parece ser, señor Goon, que nos las habernos con otro misterio. ¿Tiene usted alguna pista?