Argonautas

La correspondencia entre Erich Auerbach y Walter Benjamin
por Raúl Rodríguez Freire

Tu proverai sì come sa di sale

lo pane altrui, e come è duro calle

lo scendere e ’l salir per l’altrui scale.

E quel che più ti graverà le spalle,

sarà la compagnia malvagia e scempia

con la qual tu cadrai in questa valle;

che tutta ingrata, tutta matta ed empia

si farà contr’a te; ma, poco appresso,

ella, non tu, n’avrà rossa la tempia.

Dante, Paradiso, XVII.

I

En Núremberg, llegaba a su fin el 15 de septiembre de 1935 el séptimo congreso anual del Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP). Sobre la base de diferencias raciales, las funestas leyes allí promulgadas legitimaron la exclusión de los judíos de cualquier posición e injerencia sobre la educación y la cultura alemana. Ese mismo día, Erich Auerbach se encontraba en Siena de camino a Roma, aunque con el tiempo suficiente para enviarle una carta a su colega y amigo Karl Vossler, contándole sobre la posibilidad de emigrar a Estambul. Sin embargo, la propuesta que ha recibido no lo convence del todo: la capital de Turquía, le han comentado, es un buen lugar para estar de paso, pero no una larga temporada. Antes de tomar cualquier determinación quisiera agotar todas las posibilidades, por lo que pide a Vossler no solo sugerencias, sino también que le ayude a conseguir algún puesto en el círculo ibérico[1]. Con la misma intención le había escrito tres días antes a Fritz Saxl, director del Warburg Institute (trasladado a Londres en 1933), preguntándole si necesitaba un bibliotecario —trabajo que él conocía muy bien, pues lo había realizado por seis años (de 1923 a 1929) en la antigua biblioteca prusiana del Estado de Berlín. Auerbach sabe que le resta poco tiempo en Alemania. Necesita encontrar con prontitud «algo adecuado en el extranjero», por lo que ha decidido contactar a todos sus «amigos, colegas, y también a aquellos con quienes ha compartido relaciones intelectuales»[2]. Cercano a la desesperación, incluso escribe al Consejo de Asistencia Académica de Londres, para saber si aún puede aceptar el cargo que ha rechazado hace menos de un año.

Hacia el final del verano de 1935, Auerbach había viajado a Italia, posiblemente para «testear las aguas del exilio»[3]. En Bologna se reunió con Leo Spitzer, pues fue él mismo quien le informó sobre la posibilidad de ocupar una vez más su cargo, como ocurrió cuando el autor de Estilo y estructura en la literatura española dejó Marburgo para trasladarse a Colonia[4], pero ahora no se trataba del centro de Europa, sino de su límite. Spitzer había llegado a Estambul en 1933 con el fin de establecer un Departamento de Literaturas Occidentales. Dos años más tarde recibió un ofrecimiento para incorporarse a la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos, que aceptó inmediatamente. Pero Auerbach quería «hacer lo correcto» y le pidió tiempo a su colega, quien le dio plazo hasta noviembre para decidir.

Mientras, sus vacaciones continuarían en Italia hasta inicios de octubre, aunque más que vacaciones, este viaje consistía en la búsqueda de un lugar fuera de Alemania que le permitiera pensar en la vida por venir fuera de la tierra paterna. Y fue precisamente en la capital italiana, un 21 de septiembre, donde su esposa Marie encontró un pequeño texto que les hizo pensar con nostalgia en la ciudad en la que crecieron hacia el mil novecientos, pero que el nazismo había comenzado a borrar, quizá para siempre[5]. El texto no solo les hablaba de una infancia berlinesa ya desaparecida, sino que además estaba firmado por un intelectual de similar origen, y cuya situación era tan angustiante como la propia. Su nombre era Walter Benjamin, viejo amigo al que posiblemente no veían desde el ascenso de Hitler. Auerbach le escribió inmediatamente, indicándole que aproximadamente un año atrás lo había recomendado para un cargo en la naciente Universidad de São Paulo, pero que el mensaje que le había enviado a Dinamarca, donde se encontraba Benjamin aquel verano de 1934, no llegó a sus manos.

II

Auerbach y Benjamin nacieron el mismo año (1892) y en el mismo barrio (Charlottenburg), habitado por familias burguesas judías asimiladas. Sin embargo, su encuentro parece haber ocurrido recién a comienzos de los años veinte[6], cuando ambos publicaron en la revista Die Argonauten (Los Argonautas). Auerbach participó con la traducción de un soneto de Dante y tres sonetos de Petrarca, mientras que Benjamin publicó «Destino y carácter» y «“El idiota” de Dostoievski»[7]. En esta revista colaboraban también varios amigos en común, entre los que se cuentan Ernst Bloch y Friedrich Burschell, ambos mencionados en la correspondencia. Pero tengo la impresión de que el contacto personal, el que dio lugar a la amistad, se produjo un poco más tarde, cuando Auerbach era bibliotecario de la antigua biblioteca prusiana y Benjamin un asiduo visitante, cuando uno trabajaba sobre Dante y el otro sobre el barroco. Karlheinz Barck, quien encontró y publicó las cinco cartas de Auerbach a Benjamin, cita una misiva de 1924 donde el autor de El drama barroco le cuenta a su amigo Gershom Scholem que va con frecuencia a la biblioteca berlinesa, donde ha conocido a un nuevo y muy inteligente bibliotecario[8]. Para Barck, ese bibliotecario no es otro que Auerbach. Y con mayor seguridad podemos afirmar que la amistad develada en las cartas implicó un conocimiento relativamente profundo de sus respectivos trabajos, cuyos temas, por lo demás, se cruzaron en más de una ocasión. Auerbach, por ejemplo, estaba al tanto del Libro de los pasajes, del que no solo conoce el título, sino también su origen, cuestión que lo convierte en uno de los pocos confidentes intelectuales del proyecto más relevante de Benjamin.

Igualmente, un pequeño ensayo de Auerbach sobre Dante consigna el epígrafe heracliteano Ηθος ἀνθρώπῳ δαίμων —«Carácter es destino (daimon)»—, invirtiendo la reflexión benjaminiana y haciendo de Dante el mayor ejemplo de su vínculo. Ocho años más tarde ese pequeño texto, que no supera las dos páginas, dio lugar a Dante, poeta del mundo terrenal, la tesis de habilitación de Auerbach. Publicada en 1929, Benjamin la citará elogiosamente en su ensayo sobre el surrealismo, editado el mismo año[9]. Por otra parte, ambos tuvieron a Proust como centro de sus lecturas francesas y escribieron sobre los mismos temas en À la recherche du temps perdu: memoria y experiencia[10]. No obstante, Benjamin señala a Scholem que Auerbach conocía muy poco de literatura francesa, lo que permite suponer que el nombre de Proust le fue recomendado por su amigo.

III

Probablemente Auerbach aún no estaba al tanto de las Leyes de Núremberg cuando le pidió tiempo a Spitzer para decidir su emigración a Turquía. Mientras que las escasas posibilidades de trabajo obligaron a Benjamin a mudarse a París en marzo de 1933[11], Auerbach pudo permanecer en Marburgo gracias a excepciones concedidas a quienes, como él, fueron condecorados con la Cruz de Hierro por los méritos demostrados en la Primera Guerra Mundial, guerra a la que además fue voluntariamente, y de la que regresó con una gran herida en su pie izquierdo, cuya cicatriz, por cierto, resuena biográficamente en las primeras páginas de su gran obra Mimesis[12]. En cierta medida, Auerbach todavía tenía esperanzas cuando partió de vacaciones. Creía, como ilusamente diría en cierta ocasión Adorno, que «el espíritu y la inteligencia pueden hacer algo contra una violencia que ni siquiera reconoce ya al espíritu como algo autónomo, sino tan solo como un medio para sus fines»[13]. Pero como le señaló a Benjamin en la segunda carta con la que contamos, el viaje a Italia «me ha liberado de ese error». Poco a poco, Auerbach comienza a darse cuenta de que su daimon está en Turquía, un país por lo demás dispuesto a contratar a profesores judíos expulsados de Alemania, pues Mustafa Kemal Atatürk los necesitaba para el gran proceso de modernización que estaba llevando a cabo desde que decidió secularizar al país en 1922 y fundar la República de Turquía. Para este proyecto era imprescindible una reforma de la lengua y, sobre todo, del alfabeto, pero también la jubilación obligatoria de todos aquellos profesores que no contribuyeran al desarrollo de la nueva universidad y del nuevo Estado. Así, Spitzer, Auerbach y muchos otros emigrados encontraron en ese país un espacio de trabajo relativamente cómodo. La percepción de Auerbach de estas transformaciones es detalladamente informada a Benjamin luego de establecerse en Estambul, no sin antes haber observado cómo su mundo se destruía completamente. Al regreso de sus vacaciones, le resultó evidente que su permanencia en Marburgo llegaba a su fin. Para despejar toda duda, el 14 de noviembre de 1935 se cancelaron los derechos cívicos de todos los judíos. El 21 de diciembre, un decreto determinó el despido de «académicos, profesores, médicos, físicos, abogados y notarios judíos que todavía eran empleados públicos debido a exenciones concedidas»[14]. El 31 de diciembre Auerbach dejó su cargo y empezó a planificar un viaje hacia el Este, que, en vista del tiempo transcurrido y de la necesidad de otros intelectuales judíos que también buscaban «algo», se comenzó a dificultar. La cátedra de Spitzer no solo estaba siendo vigilada desde Alemania, donde preocupaba quién enseñaría literatura europea en su reemplazo, sino que además la postulación se había complejizado. Auerbach tenía competencia, y no solo judía. Ahora también disputaban el cargo Victor Klemperer, Hans Rheinfelder y Ernst Robert Curtius, quien desistió en el camino. Finalmente, gracias al apoyo del mismo Spitzer, Benedetto Croce y Karl Vossler, Auerbach se adjudica el cargo, no sin cierta ironía del destino, pues el hecho de ser judío fue lo que jugó finalmente a su favor, ya que eso era garantía de que priorizaría su trabajo por sobre los intereses de su país de origen.

IV

En 1936, Benjamin publicó Alemanes, una compilación de cartas que daban cuenta de una cultura humanista considerada agotada a fines del siglo XIX. Este libro, que Auerbach recibió en enero de 1937, atravesó su nueva cotidianeidad como si de un relámpago se tratara. «Me ha apartado de todo e introducido el desorden» en el trabajo, le escribe a Benjamin. El volumen volvió a mostrarle no solo una infancia, sino una sociedad cuya sobrevivencia solo sería posible en la memoria que habita sus libros, por lo que Auerbach quiso de inmediato saber «si se puede conseguir el libro en Alemania o al menos si se lo puede enviar a Alemania; pues me gustaría que algunas personas lo recibieran». Pero Alemanes es mucho más que una biblioteca espectral: es una crítica radical al declive del humanismo alemán en tiempos del nazismo. Lo mismo puede decirse de Mimesis, escrito para aquellos «que han conservado límpidamente el amor hacia nuestra historia occidental». No obstante, no se trata, como ha dicho Adorno, de una política que pretendía emular a quienes habían escrito antes. Más bien, Alemanes «enseña la distancia de ellos. Su irrecuperabilidad se convierte en crítica de la marcha del mundo que, al eliminar lo limitativo de la humanidad sin hacerla realidad, se volvió contra la humanidad»[15].

Benjamin y Auerbach fueron grandes misivistas, bella palabra que para la RAE todavía no existe. Sus cartas son el testimonio no solo de una amistad en tiempos de horror, sino de sus respectivas supervivencias. Ellas testimonian tanto una amistad prácticamente desconocida para gran parte de la intelectualidad contemporánea, como la muerte de una época en que la redacción de cartas tenía un lugar central. En otras palabras, el libro de Benjamin y su intercambio epistolar con Auerbach operan con la potencia de un anacronismo que se levanta contra el fin de la experiencia de escribir cartas. El estilo que emplean tiene su origen indefectiblemente en la cultura burguesa alemana asentada en el siglo XIX, la misma que arranca en la época de Goethe, a quien, por cierto, pertenece el epígrafe de Alemanes. Por otra parte, el «Querido señor Benjamin» que inicia esta correspondencia da cuenta de una relación cordial, pero no íntima (como sí lo fue, por ejemplo, la de Benjamin y Scholem). No obstante, ello no impide reconocer en estas cartas la profundidad personal y reflexiva que entraña su intercambio, reflejo de un pensamiento férreamente comprometido contra el fascismo y preocupado por comprender los acontecimientos que le ha tocado vivir.

Las cartas que se han publicado a la fecha son seis: cinco escritas por Auerbach y una por Benjamin. Si bien ya se ha encontrado gran parte de sus respectivos archivos desperdigados por el mundo, no es imposible que aparezcan más documentos. La primera carta data del 23 de septiembre de 1935; la última, del 28 de enero de 1937. Las dos primeras son seguidas, lo mismo que las cuatro restantes. Si bien de ellas se desprende que faltan cartas en este intercambio, sobre todo de Benjamin a Auerbach, en conjunto esbozan la historia de una amistad más o menos duradera y comprometida. Sabemos que las cartas de Auerbach —como gran parte de la correspondencia y los escritos del archivo de Benjamin— testimonian una ironía de la historia, dado que sobrevivieron gracias a ineptitudes de la policía secreta. En la presentación a su correspondencia con Benjamin, Scholem entrega un detallado resumen de lo que aconteció con las cartas que él le escribió, acontecer compartido con las cartas de Auerbach, pero también con casi todas aquellas que le fueron enviadas a Benjamin, cuyas respuestas hoy alcanzan seis tomos[16]. Su estudio parisino fue embargado en junio de 1940, y por un error de la Gestapo los documentos fueron incluidos en el archivo del Pariser Zeitung, un diario alemán publicado en París bajo la Ocupación. Hacia el término de la guerra, un acto de sabotaje del editor permitió que se salvaran de la destrucción de actas y documentos que la misma Gestapo había producido y embargado. No obstante, los documentos de Benjamin fueron enviados a Rusia como parte de este archivo y, solo tras quince años, fueron regresados junto a otros documentos a la República Democrática Alemana, gracias a un acuerdo político que también incluía museos y bibliotecas. La residencia inicial de los archivos de Benjamin fue entonces el Archivo Central de Postdam, para luego ser trasladados al Archivo de Literatura de las Artes de la RDA, con sede en Berlín Oriental. Scholem recibió noticias de sus cartas un poco antes de este segundo traslado, y tuvo la fortuna de que, por ostentar cierta notoriedad, como las cartas de la exesposa de Benjamin (Dora) y las de su hijo Stefan, las suyas ya habían sido separadas. En este mismo lugar fue donde Karlheinz Barck, interesado en una posible relación entre Benjamin y Werner Krauss, encontró las cartas de Auerbach. Las hizo transcribir y luego publicar en 1988[17]. En cuanto a la ubicación de la carta de Benjamin a Auerbach, esta es desconocida, pues fue publicada sin notas en el quinto volumen de su correspondencia[18].

V

Los escasos ensayos que se han escrito sobre la amistad de Benjamin y Auerbach intentan mostrar que eran grandes amigos, y de acuerdo a los documentos hasta hoy encontrados, no hay duda de ello. Pero la presentación de este «acontecimiento» intelectual, pareciera estar probando no algo que se desconoce, sino algo de lo que se duda, y ello, claramente, debido a la «fama» que hoy tiene Benjamin[19]. Por mi parte, me bastó saber que estos dos grandes eruditos habían cruzado un par de cartas para darme cuenta de la constelación a la que un intercambio tal podía dar lugar. Imaginé una conversación sobre la figura y la alegoría, imaginé a Benjamin enseñando en São Paulo, imaginé un diálogo con Lévi-Strauss, otro con los modernistas, con Oswald en particular. Imaginé encuentros que no acontecieron, pero que podrían haber tenido lugar, pues de la lectura de uno y otro hemos aprendido que lo trunco puede reaparecer, pero eso depende de nosotros. «La herencia», señaló Derrida, «no es nunca algo dado, es siempre una tarea».

Hace poco se encontró una tarjeta postal que Benjamin envió a Auerbach a Marburgo, el 30 de noviembre de 1935. Una representación a colores en el anverso, y solo unas cuantas palabras, junto a la dirección y la firma, en el envés. Las palabras menguan en importancia ante la imagen, tanto así que la imagen-pensamiento benjaminiana (Denkbild) parece haber sido inscrita aquí guardando toda su potencia. El anverso de la postal reproduce una de las imágenes que ilustraron una versión del Roman de la Rose, obra iniciada por Guillaume de Lorris y continuada por Jean de Meun. Se trata de una edición publicada en Inglaterra a fines del siglo XV, aproximadamente entre 1490 y 1500. Desde que Geoffrey Chaucer tradujera por primera vez al inglés una parte de esta novela, su éxito fue asegurado. Las ilustraciones realizadas para esta obra no hicieron sino aumentar su valor. La imagen de nuestra postal es la número 86, titulada «Jasón y el vellocino de oro», y la acompaña la siguiente leyenda: «Jason qui premier la passa / Quant les navires compassa / Pour la toyson d’or aller querre» («Jasón que primero pasó allí / Cuando construyó sus naves / Para ir tras el vellocino de oro»). Las palabras de Benjamin fueron las siguientes:

Querido Erich Auerbach:

Que estas pequeñas naves sean cargadas con mis pensamientos más afectuosos hacia usted.

Suyo W. B.

En un reciente ensayo sobre Auerbach y Benjamin, titulado «Une amitié au bord du gouffre» («Una amistad al borde del abismo»), Robert Kahn reproduce la postal por ambos lados[20], lo que nos ha servido de guía en este último punto de nuestra presentación. Según Erdmut Wizisla, Benjamin elegía las tarjetas postales con ingenio y delicadeza, lo mismo que el estilo y el tipo de caligrafía con el que escribiría a sus corresponsales, de manera que esta postal está llena de indicios. El nombre de Jasón, por ejemplo, es una referencia indudable a Die Argonauten (Los argonautas), la revista en la que ambos publicaron en 1921, pero recordar el nombre de este viajero en 1935 no se hace sin pensar en sus proezas. Jasón fue enviado al Ponto esperando que en él encontrara la muerte. Sin embargo, sobrevive y logra su cometido, epopeya que cualquier exiliado quisiera repetir en su propio viaje. Por otra parte, que la postal corresponda a una ilustración del Roman de la Rose nos dice que Benjamin conocía muy bien el interés de Auerbach por Dante. Hoy sabemos que la obra de Guillaume de Lorris, catalizadora del amor cortesano en la literatura medieval, constituyó una de las principales fuentes de inspiración del poeta florentino. Pero la postal de los argonautas, especula Kahn, es también un consejo: dejar Alemania y emprender el exilio a favor de la vida, antes de que la guerra le impida partir.

Cuando Auerbach falleció en 1957, se inventarió su biblioteca. En ella se hallaron todas las obras de Benjamin publicadas a la fecha, incluyendo la primera edición de Alemanes, mencionada en estas cartas. A pesar de la muerte, Auerbach nunca interrumpió su diálogo con Benjamin, con quien ahora navega las aguas de la posteridad, seguramente en el Argo, junto a Jasón y sus navegantes. Este pequeño trabajo de traducción y presentación, por azar, se ha convertido en un pequeño homenaje a Figura, publicado por Auerbach en 1944.