CAPÍTULO 4:

 

Él sí la dejaría diseñar. Erik. No, no era eso exactamente. Con él no tendría que elegir, ni esperar su aprobación, o su permiso. No perdería su libertad, ni su identidad en manos de otra persona. Lo sabía porque con él nunca se sentía de esa manera. ¿Raymond? La respuesta era tan evidente que le daba vergüenza contestar.

Se apartó de sus brazos y se sentó en una butaca frente al tocador, de espaldas al espejo.

-¿Y ahora qué? -preguntó en un susurro.

-¿Qué quieres que diga, Kayla? ¿Contestarás a mi pregunta?

¿Casarse con él? No estaba preparada…

Erik se acercó y, para su sorpresa, se arrodilló a sus pies.

-¿Quieres que te la repita?

-No has respondido al por qué ahora…

Él se levantó, de nuevo frustrado.

-¿Qué quieres que diga? -se pasó la mano por el pelo de una forma inconsciente y tan propia de él que a ella le llegó al corazón, y a un punto más sensible de su cuerpo. - Simplemente creí que esperarías…

-¿A qué? ¿A ti? ¿Ibas a pedírmelo?

-¿No acabo de hacerlo? ¿Quieres que te lo ruegue? He venido en cuanto lo he sabido, ¿no es eso suficiente para ti? ¿No es suficiente, Kayleigh?

¿Lo era? Ella todavía no estaba segura.

-No lo sé Erik, yo… no lo sé.

-Entonces te lo demostraré.

No pensaba dejarla pensar. No iba a dar ni un ápice de poder a las palabras. Erik no quería pararse a dilucidar para sentirse culpable, o para dudar, ni pensaba dejar que lo hiciera.

Se acercó a ella despacio, muy consciente de todo lo que se escondía debajo de aquel horrible batín que ella se había puesto, y que de todas formas tampoco ocultaba su cuerpo bajo el horrible camisón.

Horrible, seductor y transparente. La recorrió con la mirada desde los pies, metidos en unas zapatillas adornadas con pompones, pasando por sus piernas tapadas, su cadera y sus pechos. Cuando llegó a su cuello, notó la respiración acelerada de ella, y tuvo que ascender con sus ojos para cruzarlos con los de ella.

Y lo que vio allí le dio el empuje que necesitaba para continuar. Ella le deseaba, Kayleigh, tan recatada e inocente, y a la vez tan vibrante, tan viva como siempre.

Se arrodilló para coger uno de sus pies con su mano sin dejar de mirarla a los ojos. Ella pareció algo asustada y él se enfadó. No pensaba volver a repetir su oferta de matrimonio, no de momento.

-Empezaré por aquí… -le dijo, notando la voz ronca.

-Erik…

Kayleigh intentó hablar, pero el tacto de su mano sobre su pie la hizo olvidar lo que iba a decir. Él masajeó su pie de forma brusca, sin suavidad, y después subió su mano por su pantorrilla con la misma dureza. No era brusco ni le hacía daño, era más bien como si quisiera despertarla, mostrarle algo, y lo estaba consiguiendo.

Con cada roce de sus dedos ascendiendo por su pierna, una ráfaga de placer la recorría. Porque aquel cosquilleo que arrasaba con su voluntad desde todos los puntos de sus dedos debía ser deseo…

Erik hizo lo mismo con su otra mano en el otro pie, siguiendo otro ritmo, y ella sintió redoblarse sus emociones. Cuando una de sus manos alcanzó la unión entre sus piernas y la acarició, no pudo evitar gemir. Entonces Erik sacó las manos de debajo de la falda y la agarró de la cadera.

-Leigh. -le oyó murmurar. Y ella abrió los ojos que no recordaba haber cerrado. ¿Debería sentir vergüenza? ¿O miedo? Estaba segura que no. Ese momento era crucial en su vida, y no pensaba pararse a pensar ni un segundo más. Ahora sólo sentiría.

Erik debió leer esos pensamientos en su cara porque le sonrió alzando una ceja, con ese gesto que ella le conocía bien de “te lo dije”. No pudo evitar sonreírle en respuesta.

Entonces él la hizo ponerse a su lado, de rodillas, y ella sintió su cuerpo cálido muy cerca.

-Quiero besarte.

¿Le estaba preguntando?

-Sí… -le dijo sin más. No había artifugios entre ellos. Eran amigos.

Él le besó la clavícula, le recorrió el hueco del cuello con la lengua y se deshizo de un tirón de su bata y de un hombro del camisón. Luego mordió con suavidad la piel que había dejado al descubierto.

-¿Y tú, quieres besarme Kayla? -le oyó preguntar, aún notando su lengua ya muy próxima a un punto muy sensible de sus pechos.

-Sí… -volvió a contestar ella. Quería un beso, quería… Todo.

Y él se lo dio.

Esta vez no fue un beso de caridad, ni de amistad, ni una forma de despertarla. Fue un beso que hablaba de pasión, de deseo, de promesas de más. Sus lenguas trataban de igualarse en velocidad, mientras sus alientos se cruzaban, y sus sabores se entremezclaban.

-Te quiero desnuda, A Ghrá, ahora.

Le anunció él esta vez en lugar de pedírselo, y le pasó con velocidad pasmosa el camisón por la cabeza antes de acercarla a su cuerpo para lamerle un pezón.

-Oh. -no pudo evitar ella decir.

-Kayleigh. -dijo Erik tras un rato de atormentarla con su lengua, con sus manos sobre su trasero, paseándose hacia el vértice de sus piernas. La cogió de la cara con una mano mientras con la otra atraía su cuerpo desnudo sólo de cintura para arriba al de él con su otra mano. Más cerca. Y ella pudo sentir el olor masculino que sólo le recordaba a él, y su miembro duro contra su ropa interior. Le sentía por todas partes y todavía quería más.

-No puedo ir lento, no puedo…

No le dejó terminar. Ella tampoco quería adoración, no era una obra de arte, era de carne y hueso, y quería que él siguiera siendo él. Erik. Le cogió del trasero con la determinación de demostrarle que no era frágil, que ella también decidía actuar, y le acercó a sus caderas.

-No quiero hacerte daño, no quiero que me odies, no puedo parar…

Iba diciendo esas palabras mientras le bajaba la ropa interior, mientras él se bajaba los calzones, y tuvo que callarle dándole un beso.

Y entonces él la penetró, así, ambos de rodillas, él todavía con la camisa y la chaqueta puestas, sus pantalones apenas bajados, y ella desnuda y muy entregada a él. Sí, le dolía, pero había algo mágico en sentirlo dentro de ella, sujetándola de la cadera con una mano, del cuello con la otra, y besándola.

-Kayleigh, Kayleigh, oh amor…

Él volvió a introducirse de una embestida en su interior, la arqueó de una forma exquisita con su mano y la miró a los ojos.

Y ella comprendió lo que era el placer más allá de la física, cuando entraban en juego los sentimientos. Llegó al orgasmo sólo un instante antes que él, y luego no recordó cómo habían rodado por el suelo de forma que ella se quedó abrazada a su cuerpo encima suyo. Sólo supo que estaban juntos y estaban bien. Y era suficiente. De momento.