CAPÍTULO 1:

 

¡No!

No supo si lo había gritado o susurrado, pero logró que Erik se apartase. Le oyó suspirar.

-Kayleigh…

Cuando la llamaba así era para reprenderla, como si ella fuese una niña mala, una niña equivocada.

¡Había entrado en su habitación!

-Kayla por favor, déjame que te lo explique…

-No. -esta vez sí estaba segura de haber hablado.

-¿Que no te lo explique?

-Que no nos vamos a casar. ¿Realmente me has pedido matrimonio? ¿No será una broma?

Erik se sintió ofendido y dolido, pero no iba a dejar de luchar ante el primer obstáculo.

-No, no era una broma Leigh…

-¿Te has vuelto loco? -chilló ella.

Estaba preciosa así enfadada, con todo el pelo alborotado y su fino camisón transparentando… Erik tragó saliva para centrarse.

-Shhh, ¿quieres que me vean aquí?

Ella no parecía haberse dado cuenta de lo comprometido de la situación. Al menos de momento. Punto para él.

-No, por favor. -Kayleigh miró al puerta pero no apareció nadie.

Ya se había encargado él…

-¿Qué estás haciendo aquí Erik?

Kayla le miró suspicaz. Su mente empezaba a despertar.

-¿Te vas a casar con Raymond? -decidió atacar él.

-¿Se puede saber qué te ha dado con esa manía de las bodas?

Si ella supiera…

-Contéstame Leigh… -tenía que ir de farol. Ella ya no tenía la posibilidad de casarse con Raymond Butler, pero la iba a dejar decidir de todas formas.

Kayleigh le miró algo confundida. ¿Qué hacía él allí? ¿Por qué le había propuesto matrimonio de esa forma? ¿La amaba? Y la había besado… ¿De verdad la amaba? ¿Y por qué creía que ella le amaba a él?

-Vete.

Él no podía quedarse, ella tenía que pensar…

-No.

Alzó la mirada para ver a ese highlander testarudo de pie, al lado de su cama y con aquel gesto ceñudo que tan bien conocía.

Era guapo, Kayleigh nunca lo habría dicho, pero aquella altura, su cuerpo bien proporcionado y su pelo del color del atardecer… Y luego estaban sus ojos oscuros, que siempre la analizaban, como en ese momento, y su boca… que besaba tan bien…

-¿No?

-No me voy hasta que me permitas demostrártelo.

Bien, la cosa se ponía interesante.

-¿Demostrarme qué?

Erik alzó una ceja.

-¿Me harás repetírtelo?

De repente se sintió triste. ¿Había perdido a su amigo Erik?

-¿Me amas?

No le creía, lo decía su tono de voz, y Erik notó la daga de dolor en el estómago. Se acercó de nuevo a ella.

-¿Me dejarás hablar o te lo demuestro con mi cuerpo?

Kayleigh se ruborizó. Y se dio cuenta de que le deseaba.

¿Pero en qué estaba pensando? Era virgen y tendría que serlo hasta su noche de bodas. Con Raymond. Tal vez.

Reunió el valor de mirarle a los ojos, que parecían todavía más oscuros.

-Habla.

Le notó relajar la postura. ¿Acaso tenía miedo? ¿De ella? Imposible. Había luchado contra Napoleón.

-Bien, pero tápate o no podré hablar demasiado…

Ella vio que sus pechos habían quedado al descubierto al girarse en la cama, y aún bajo el camisón se vislumbraban perfectamente, así que se tapó de forma rápida.

Erik cogió una silla y se sentó a su lado. Disponía de poco más de una hora, menos tal vez.

La miró para verla alzar la barbilla, orgullosa.

-¿Y bien? -le retó Kayleigh.

Erik suspiró. A veces había que usar toda la artillería de la que se disponía con un único fin. Vencer.

-Creo que te amo desde el día que te conocí…

Hubo un silencio durante el que se miraron a los ojos.

-¿Lo recuerdas, Kayleigh?

Sí, ella lo recordaba…

 

Meses antes…

 

Kayleigh ya había estado en los salones de Londres, el año anterior cuando Connor, el Vizconde de Ayr, la había hecho ir hasta allí para darle una sorpresa a su ahora esposa, y su querida hermana Gale.

Entonces había disfrutado de su estancia en casa de los Duques de Allerdale, y luego había pasado el resto del año esperando su vuelta a la ciudad.

Sabía que todas la jóvenes del país ansiaban ese momento de sus vidas, su presentación en sociedad durante la temporada de Londres, pero ella no lo hacía con el objetivo que la mayoría de ellas en mente.

Kayleigh no quería contraer matrimonio. Se consideraba una persona práctica, y aunque era lo que los hombres consideraban una chica guapa, no pretendía sacar partida de ese hecho. Sabía por el primer matrimonio de su hermana mayor, que un hombre no garantizaba la felicidad, y ella pensaba labrarse la suya propia. Si al final aparecía uno que la amase por quien era, tal como le había ocurrido a Gale… sería algo extraordinario.

Además, el segundo matrimonio de su hermana le había dado alas para tratar de conseguir su sueño.

Quería diseñar los mejores modelos de vestidos de todos los tiempos, aunque se conformaría con diseñar algunos en la gran ciudad de Londres, con conseguir que las modistas conocidas los cosieran, y los mostrasen en sus escaparates. Con vender algunos…

Y ahora tenía dinero para permitírselo, y estaba en Londres.

Esa noche se había puesto un vestido en tonos rosas que ella misma había cosido, añadiendo mejoras y comodidades en el corsé, las mangas y el vuelo de la falda. A simple vista los cambios no eran visibles, pero el conjunto mejoraba mucho el vestido.

Estaba en el sitio idóneo, y pensaba disfrutar captando todos los diseños que fuese capaz de recordar para luego rediseñarlos en una de sus libretas. Desde el momento en que entraba al salón del brazo de su cuñado, que llevaba a Gale del otro brazo.

-¡Oh Gale! ¡No creo que pueda recordarlos todos!

Su hermana le sonrió, su nueva sonrisa tras el matrimonio.

-Por supuesto que sí, Leigh. Ya lo hiciste el año pasado. Pero prométeme que también disfrutarás…

-¡Pues claro que disfrutaré! -¿Acaso su hermana lo dudaba?

Y lo hizo. Fue presentada por igual a damas y caballeros de todas las edades, y bailó. Luego, sin saber cómo, terminó tomando la cena entre un grupo de jóvenes de su edad, bajo la atenta mirada de su hermana y su esposo.

-Dicen que es rico…

-Y es muy guapo…

-Y es escocés.- terció uno de los jóvenes burlándose de las chicas, e insultando a su vez a la persona de la que estuviesen hablando, seguramente para conseguir la atención de las muchachas en detrimento del escocés.

-¿Qué opináis vos, Señorita Laurens?

Ella provenía de una familia pobre, su hermana había trabajado para la alta sociedad durante años, y sabía que todos murmuraban sobre ellas como lo hacían sobre ese hombre. O tal vez peor. No pensaba unirse a las burlas.

-No sé de quién habláis. -dijo, y sin más se apartó de aquel grupo. Incluso si había ofendido a la hija de un Duque no le importaba. ¿Qué clase de amiga sería una que la juzgase tan sólo por su apariencia, su dinero o su procedencia?

Trató de llegar hasta donde su hermana se encontraba charlando con Lady Avery, pero alguien la detuvo colocándose en su campo de visión.

Un hombre que le hizo una reverencia.

-Creo que hablaban de mí. -dijo con un acento escocés muy característico.

Por un momento Kayleigh se quedó sin palabras. Ese hombre era magnífico, no demasiado alto pero sí grande, de aspecto bien proporcionado llenaba un traje muy bien confeccionado, su pelo del color de las brasas enmarcaba un rostro perfecto, de cejas espesas, mandíbula cuadrada, boca grande y nariz recta, en donde sólo desentonaban unos ojos negros como el carbón que parecían acechar, y que convertían su rostro un poco infantil en el de un hombre peligroso, o más bien misterioso. Unos ojos que esperaban su respuesta. ¿Qué le había dicho?

-Me temo que se equivoca.

-Es cierto. Usted no ha querido criticarme antes sus amigos.

-No son mis amigos. Les he conocido hoy.

¿Les había oído? ¿Por qué había querido que él supiera que no eran sus amigos?

-Entonces tal vez usted y yo sí deberíamos serlo.

Él le estaba sonriendo de forma cálida, y ella sintió esa calidez en lo más profundo de su corazón.

Le sonrió en respuesta.

-Ni siquiera sé su nombre, milord.

Él volvió a sonreír.

-¡Oh no! No soy un Lord, al menos no todavía, y sería más bien Laird, pues soy escocés, como decía ese hombre… Pero hablo demasiado. Teniente Longmoore a su servicio, señorita… -Le dijo besándole la mano de forma galante.

-Laurens. Yo tampoco soy una Lady, teniente.

-Bien, Señorita Laurens, ahora que somos amigos, ¿me hará el honor de bailar conmigo?

Y ella había aceptado.

Así fue como se conocieron, sabiendo que no eran demasiado bienvenidos en la temporada, pero juntos, siendo amigos desde el principio.