CAPÍTULO 9:
Lo primero que pensó Dallas al despertar fue que era de noche y tendría que inventar una excusa sobre su tardanza. Luego recordó todo lo demás, y sorprendida se giró entre las sábanas buscando a Marcus.
Le encontró junto a la ventana, vestido con unos pantalones y una camisa abierta que mostraba todo su cuerpo. Un cuerpo que la había avasallado de placer.
Le recorrió con la mirada bajo la luz de las velas, rememorando el tacto de sus manos sobre su cuerpo, el roce de su piel cálida, su olor y su sabor. Y entonces vio lo que él tenía en las manos. Eran sus dibujos.
Dallas tomó aire. Sus dibujos eran como su corazón, y temía que él pudiera rompérselo.
-Creo que son muy buenos. -dijo entonces él. ¿Sabía que estaba despierta?
No le contestó. No quería romper la magia de aquel momento de intimidad. De felicidad.
Entonces él levantó la vista y se la quedó mirando.
Verla allí, desnuda para él, después de hacerle el amor, era más de lo que merecía. Marcus no podía creer su suerte. Su gatita tenía un aspecto salvaje de recién satisfecha, a la vez que temerosos, y sabía que debía actuar con mucho tacto. Decidió no usar la formalidad, no quería eso entre ellos. No con su mujer.
-Aunque hay algunos fallos… -dijo, señalando uno de los diseños.
-¿Fallos? ¡Nunca cometo fallos!
Marcus dio gracias entonces a la diosa de la Arquitectura o lo que fuese, porque Dallas se dirigió hacia él completamente desnuda, toda piel cremosa, pelo rizado, ojos azules y labios sensuales. Para cuando se puso a su lado y olió su suave perfume, su tensión era palpable. Sobre todo en su verga.
-¿Dónde? -dijo ella sin percibir todo el deseo de él, y para colmo se colocó su pelo detrás de la oreja, dejándole ver su pecho perfecto.
Marcus se inventó cualquier cosa.
-Aquí. -dijo girándose para que ella se acercase más.
-¿No te gusta la disposición de la escalera?
¡Dios! Le iba a matar con aquella voz tan sensual…
Se encogió de hombros para eliminar algo de intensidad. Ella estaría dolorida, por favor…
Y tenía que marcharse o ella le odiaría si se casaban por honor. La amaba demasiado para hacerle eso… La amaba.
-Ashford, no creo que estén mal… -ella seguía revisando sus dibujos mientras él se moría por demostrarle que se pertenecían el uno al otro.
-Dallas… -dijo en un murmullo.
Y ella al fin se giró a mirarle.
Su esposa. Tan joven, tan mujer, tan apasionada en todo, con la arquitectura, en la vida, y en la cama con él.
Y no pudo evitarlo.
Para cuando Dallas vio el cambio en la mirada de él era demasiado tarde. Cuando sus ojos se cruzaron con los de él, todo lo demás ardió, quemándolos a ellos a su paso.
Marcus la abrazó, y nada más entrar sus pieles en contacto, desearon estar más cerca. Desearon más.
Empezaron a besarse como si quisieran beber uno del otro, si antes todo había sido lento y emocionante, ahora era todo velocidad y pasión pura. Marcus la alzó del trasero, haciendo que las piernas de ella le rodearan, y ella notó su erección en su punto más sensible.
Gimieron a la vez.
-Dallas, yo…
Empezaron a moverse en sentido circular, y los dos desearon a la vez que la tela de los pantalones de él no estuviese allí.
-Ashford…
-Dímelo Dallas, dime lo que quieres.
-A ti…
Él la apoyó entonces contra la pared más cercana, no se creía capaz de llegar hasta la cama, y sin apartar su lengua de su cálida boca, se desabrochó el pantalón con una mano, mientras que con la otra la mantenía justo donde la necesitaba.
Su esposa. Esa palabra le atravesaba y le daba un sentido nuevo a todo.
Cuando la penetró de un empellón ella mantuvo la mirada en sus ojos.
-Ashford… -murmuró en su siguiente movimiento.
Y él le sonrió con aquellos ojos grises que la tenían completamente perdida.
-¿No me vas a llamar por mi nombre, Dallas? ¿Ni siquiera ahora? -dijo, dándoles otro empujoncito que la llevó al límite.
-Es. Marcus. Allan. Kleint. -repartió cada palabra en un embate profundo. Pero no la dejaba llegar al orgasmo.
Dallas le sonrió, pese a que el puro placer la envolvía. Luego le cogió del pelo y se lo llevó con ella, su boca contra la suya. Se besaron rozando sus lenguas, y luego ella se apartó para susurrarle al oído.
-Marcus…
Y él se volvió loco. Colocó una de sus manos en su cadera mientras con otra los sostenía a ambos apoyándose en la pared. Luego le demostró cuánto la amaba en cada penetración, en cada aspiración de aire que entraba en sus bocas, en cada suspiro de sus alientos entrecruzados. Y cuando ella llegó al orgasmo le arrastró también a él.
No le había dicho que la amaba, pero Dallas tenía que reconocer que tampoco ella a él.
La había llevado a su casa, y le había pedido una cita para el día siguiente. Le había dado un beso que les encendió de nuevo a ambos, y se habían separado con una sonrisa.
Iba a pedirle que se casara con él. Y Dallas debería sentirse la mujer más feliz del mundo. Le amaba, pero…
Ahí estaba. Otra vez. Elegir. La Arquitectura o un hombre que la deseaba, y que tal vez también la amaba…
Eran las seis de la mañana y no podía dormir, así que se levantó, llamó a Ana, su doncella, y se vistió.
A esas alturas ya nadie se sorprendía de sus horarios. La excéntrica de Dallas visitando lugares extraños a horas diversas del día o de la noche. Desde el comienzo de su relación con Marcus nadie había controlado demasiado sus salidas.
Y esa mañana no era distinto.
En cuanto el fresco de la mañana le dio en la cara, recordó que estaban en pleno otoño, y ya hacía frío suficiente. Se arrebujó en su manta y siguió caminando sin rumbo fijo.
Marcus. ¿Qué amaba más, a él o la arquitectura?
Sin darse apenas cuenta se encontraba delante de la catedral de San Pablo. En su casa no eran creyentes, al fin y al cabo su padre había vivido muchos años entre americanos, pero fue allí, a la edad de cuatro años, cuando ella lo supo.
Diseñaría edificios como aquel, y alguna vez los construirían. Lo había tenido muy claro. Siempre. Hasta ese momento.
-Creo que no dejan pasar gatitas a la Iglesia…
Un escalofrío la recorrió, y se giró para verle. Al Marqués de Ashford, a Marcus. Estaba apoyado a unos metros de ella, en una farola iluminada a gas de las que empezaban a inundar la ciudad. Y por primera vez tuvo miedo de su deseo de correr hacia él y abrazarle.
Él, al ver su gesto, descruzó los brazos.
-¿Acaso deseas casarte esta misma mañana? -estaba más enfadado que nunca.
Pese a todo lo que habían compartido, ella huía de él. Una vez más. Le tenía miedo. Sabía que no a él, sino al matrimonio. Y eso le daba demasiado miedo a él. No quería perderla. No lo permitiría.
La vio poner los hombros rectos, ya recuperada de su melancolía.
-No bromees con eso. No hoy, no aquí.
Marcus se acercó caminando rápido y se detuvo a un paso de ella. Quería abrazarla, y sacudirla para hacerla entrar en razón, pero sobre todo necesitaba que comprendiera.
-No estoy bromeando. Te lo dije anoche. Te lo dije al principio…
La vio mirar al suelo y encogerse de hombros.
-Dallas, vas a casarte conmigo, y trabajarás en mi nueva empresa de construcción, en América.
No quería decírselo todavía, pero ella se le escapaba entre los dedos como la bruma, sin que pudiese evitarlo.
Dallas no se lo podía creer. Igual que Hale, Marcus le ofrecía su apellido, en todo. ¿Acaso era un consuelo que le permitiera trabajar? Ella no habría podido elegirlo por sí misma. ¿Y qué ocurriría cuando tuviesen hijos? Se llevó una mano al vientre de forma inconsciente.
Se sentía desolada por la emoción.
Y entonces él la abrazó.
-No llores Dallas, no llores…
Ella no sabía que estaba llorando, pero entonces dio un suspiro hondo y se dejó arrastrar por la pena.
Marcus la abrazó más fuerte, sintiéndose impotente, como si así pudiese contener el dolor de ambos. Se mantuvieron así un rato, él le tocaba el pelo, la espalda, y no había solución.
Pero entonces empezó a amanecer, y con la luz del nuevo día, Marcus encontró las palabras.
-Dallas. -la apartó de sí con los brazos, pero no la soltó.
Era preciosa. Tan lista. Tan pasional. Tan firme y leal con sus convicciones.
-Dallas. -repitió, y ella enfocó su mirada en él.
-Perdóname, no soy muy bueno con las palabras…
Y Dallas se quedó asombrada cuando él hincó una rodilla en el suelo.
-He debido decírtelo desde el principio.
Le sonrió, y hasta él supo que debía parecer un loco. Porque lo era. Un loco enamorado.
-Lo siento Dallas, pero te amo…
Dallas no lo podía creer, miró las manos de él sobre la suya, y le vio a él, tan rubio, tan guapo, tan real. Y suyo. Todo suyo. En alma, cuerpo y corazón.
Iba a contestarle, pero él continuó hablando.
-La empresa es tuya, con tu nombre, decidas lo que decidas, pero yo… Quisiera que te casaras conmigo. Dallas, te quiero, te necesito.
No le dejó continuar. Él la amaba, y ella le amaba a él. Y comprendió que todo lo demás se podría conseguir mientras ambos se amasen.
-Sí. -dijo mirándole a los ojos.
Él la miró, todavía dudando entre la alegría y el miedo a perderla.
-¿Sí a qué?
Dallas rió sin poder evitarlo. Se sentía demasiado feliz.
-A todo, a ti, al matrimonio. No me importa tu maldita empresa… Te amo a ti.
Marcus al fin se levantó.
-Pensé que nunca lo dirías…
Y sin darse apenas cuenta estaba entre sus brazos, sellando sus palabras con todo un beso, con todo su corazón.