Capítulo 2

La había visto subir al tren, pero ella no lo había notado. Le costó contener el deseo de contemplarla. Veía su mirada más que el color de sus ojos. Apreciaba sus maneras. Le eran familiares.

Estaba solo. Se había dejado llevar hasta el sur casi por casualidad. Volvía a la capital lo más rápidamente posible. Tenía aquella cita a medianoche, delante de la estación. No debía llegar tarde.

Miró por la ventana.

Algunos rayos violetas se dejaban ver todavía en el cielo. El tren avanzaba por los raíles, entre los cursos de agua, pasaba volando, seguía el camino trazado.

Estaba de viaje desde hacía tanto tiempo, al parecer desde siempre. Constantemente estaba a punto de partir. Apreciaba aquellos momentos de descanso en que la tierra parece tranquila vista desde el tren. El movimiento de la vida se dejaba acariciar. La vida que nos arrastra, muy a su pesar, a merced de los acontecimientos y que a veces sabe ser dulce, durante un trayecto, cuando nos dejamos acunar sin hacer nada.

Tenía que volver a verla. Acercarse de nuevo. No debía de estar lejos.

Sin mayor tardanza, se levantó y se dirigió hacia el siguiente vagón.

Cuando llegó al compartimento, ella estaba enfrente. Su cabello claro estaba recogido en un moño. Tenía los párpados inclinados, como si durmiera. Sus facciones eran suaves. Su vestido blanco, inmaculado, destacaba entre la masa gris y negra de los trajes. Estaba sentada, con actitud estable. Su busto, ligeramente inclinado, dejaba ver el nacimiento de sus senos. Tuvo ganas de tocarla, de posar sus manos sobre ella, sobre sus hombros, sobre su cuerpo, de tener un contacto con ella.

Vio el asiento vacío al lado de la entrada del vagón.

Había más plazas en primera que en segunda, donde los viajeros se sujetaban, apretujados los unos contra los otros, cada uno en su pequeño espacio, mientras veían pasar el paisaje.

Allí, la mayoría de los pasajeros eran hombres que trabajaban con documentos. Algunos, con el móvil al oído, tenían largas discusiones a propósito de balances económicos, reuniones, crisis financieras, mercados y Bolsa. Hablaban alto. Se podía oír claramente lo que decían.

La miraba de soslayo. Tenía que observarla, aprender de ella el máximo posible, a través de sus gestos, expresiones, los rasgos de su cara. Estaba al acecho de una señal, de un defecto, de un indicio que le permitiera hablarle. En medio de esa algarabía, leía. Sus ojos recorrían el texto pero sin pasar a la página siguiente. No parecía ser una distracción para ella. No leía como los que penetran en la lectura de un relato. Miraba el texto para impregnarse de él, para aprenderlo de memoria. Se forzaba en leer. Adivinaba en ella una expresión de aburrimiento, de gran melancolía.

Ella levantó la cabeza. Sus ojos oscuros le devoraban la cara. Tenía algo peculiar. Un velo le impedía abismarse en ella. Era inalcanzable.

El tren se cruzó con otro. En un suspiro se hizo algo más oscuro. Se le reflejó la cara en la ventana. No bajó los ojos, y sus miradas se cruzaron rápidamente en el cristal de la ventana para después separarse.

Y continuó leyendo.

Él sonrió. Por fin ella lo había visto.

Frente a él, una madre y su hijo estaban sentados. Éste hablaba muy alto y era respondón. La madre debía de tener unos cuarenta años, media melena de color castaño bien peinada y una cara abotagada. Vestía con un estilo sobrio y elegante, de negro, cosa que permitía esconder sus formas.

Estaba agotada a causa de la energía de su hijo. El niño estaba también demasiado gordo, demasiado bien alimentado. Se distraía haciendo mucho ruido. Hacía indagaciones sobre los regalos que iba a recibir, sobre su paga semanal. Un niño que expresaba lo que los adultos saben ocultar gracias a la sociabilidad, la cortesía y un barniz de cultura: la búsqueda de los objetos y el dinero. Hacía todo lo que su madre le decía que no hiciera para llamar su atención, porque estaba solo. Se tiraba por el suelo para marcar su territorio, como si fuera un rey, un conquistador. ¿Qué iba a hacer cuando fuera mayor? ¿Qué haría de su vida?

Cuando apartó los ojos del niño, vio que ella lo estaba mirando.

El corazón le dio un vuelco en el pecho. Creyó que ella le sonreía. Pero era otra cosa lo que se dibujaba en su cara. Una tristeza de nunca acabar.