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Febrero de 1975. Décimo tercer día.

Berlín Oriental.

Cuando volvieron a la capital del Estado, Müller pensó que los llevarían inmediatamente a la central de la Stasi, o a la de la Policía del Pueblo; pero lo que hicieron fue separarlos, y a ella la escoltaron hasta su apartamento, donde le dijeron que pasara la noche y no intentara ponerse en contacto con nadie. Por la cuenta que le tenía, se guardó mucho de desobedecer esa orden, sobre todo después de que hicieran oídos sordos a su deseo de hablar con Jäger. Cuando pidió ver a Gottfried, recibió idéntica respuesta.

Y ahora estaba con Tilsner, cada uno en una silla, delante de una mesa en una sala grande de la central de Keibelstrasse. No le cabía ninguna duda de que a Schmidt lo habían dejado volver a su laboratorio forense; sabedores de que, si hubiera hecho algo malo, sería siguiendo las órdenes que ella le había dado. Al otro lado de la mesa, sentados en perfecta alineación, había cinco oficiales varones que, a deducir por los distintos tonos de verde gris y verde oliva, pertenecían unos a la Stasi y otros a la Policía del Pueblo. Se presentaron, pero a Müller le costaba concentrarse. Solo retuvo el nombre del que ya conocía, su superior en la policía, Oberst Reiniger, quien se mostraba más serio de lo habitual y le esquivaba la mirada.

Después de las presentaciones, habló primero el oficial que estaba en medio de los otros cinco, un hombre de pelo gris que tendría algo más de cincuenta años y llevaba gafas de montura negra:

—Los hemos convocado hoy aquí para dejar claro que han quedado los dos apartados de la investigación, en calidad de persona desaparecida, de la chica hallada muerta en el cementerio de St. Elisabeth. Oberst Reiniger —y en este punto el oficial habló señalando a su izquierda, al extremo de la mesa— aprueba esta decisión. —Reiniger asintió levemente con la cabeza y el oficial de mayor rango siguió diciendo—: Lo cual quiere decir que no harán ustedes ni una sola averiguación más en lo tocante a esa chica. De cualquier manera, ya se han excedido bastante en las funciones que les fueron encomendadas, poniendo en una situación delicada tanto a la Policía del Pueblo como al Ministerio para la Seguridad del Estado. Se trata de un asunto muy grave que será investigado, y el resultado de dicha investigación les será comunicado a ustedes a su debido tiempo. Mientras tanto, Unterleutnant Tilsner, dado que actuaba usted bajo las órdenes de Oberleutnant Müller aquí presente, puede volver a su puesto hasta nueva orden. Oberleutnant, por el momento, usted se quedará sentada donde está.

Müller miró a su ayudante, quien no había hecho intención de levantarse; al contrario, se aclaraba la garganta y tenía toda la pinta de estar a punto de pronunciar un discurso de alegación. Pero Reiniger lo cortó en seco:

—Se refiere a que vuelva usted a su puesto ahora mismo, camarada Tilsner.

—Pero, camarada Oberst, la autorización para hacer lo que hicimos nos la dio…

—Ahora mismo —gritó Reiniger, y se puso rojo como un tomate.

Tilsner arrastró la silla para levantarse, se encogió de hombros en señal de impotencia mirando a Müller, salió con paso firme de la sala y cerró la puerta de un portazo.

Reiniger miró a su subordinada con toda la intención, pero Müller pasó por alto esa advertencia y empezó a decir:

—Lo que Unterleutnant Tilsner iba a decir era que fue Oberstleutnant Klaus Jäger, del Ministerio para la Seguridad del Estado, quien nos dio autorización para preguntar lo que preguntamos y llegar hasta donde hemos llegado.

—No nos consta tal extremo —dijo el oficial que estaba en el centro de la mesa—. Y Oberstleutnant Jäger también ha sido apartado del caso —Müller hizo todo lo posible por que no se le notara el impacto que le provocaba oír aquello—. En lo que a usted respecta, Oberleutnant, la situación es más complicada. Porque además de haberse excedido en sus funciones, tengo entendido que ya está usted al tanto de las acusaciones contra su marido por atentar contra el Estado…

—No me han dejado ver a mi marido.

—Se hará lo posible por cambiar ese estado de cosas.

El oficial que presidía aquella reunión de inquisidores lanzó una mirada interrogante a su derecha, al lado opuesto de Reiniger, y un oficial con el uniforme verde oliva de la Stasi asintió levemente con la cabeza.

—Se le permitirá ver a su marido en calidad de visita acompañada, pero tiene que entender que sus actividades, si llegan a probarse, son incompatibles con las del cónyuge de una oficial de la Policía del Pueblo. Es decir, que si se le permitiese a usted continuar su carrera en la policía una vez concluidas las labores de esta comisión de investigación, será solo previa obtención del divorcio. Mientras tanto, puede también usted volver a su puesto y esperar allí hasta nueva orden por parte de Oberst Reiniger.

—¿O sea que me apartan de la Brigada de Investigación Criminal del Distrito Centro?

—No, o al menos, no por el momento. Solo se la aparta, como ya he dicho, del caso concerniente a la desaparición de la chica cuyo cuerpo fue hallado en el cementerio de St. Elisabeth. No deberá usted hacer nada más y, lo repito, absolutamente nada más, en relación con el caso. ¿Ha quedado suficientemente claro, camarada Oberleutnant?

Müller dijo que sí con la cabeza. Se sentía incapaz de reaccionar, y se preguntaba si era aquello el principio del fin de su carrera en la policía. Puede que Tilsner tuviera razón aquel día en el cementerio, cuando todo empezó: habría sido mejor no verse involucrado en un caso así. Pero la verdad era que Jäger tampoco les había dado otra opción.

—Puede volver a las oficinas, Oberleutnant —dijo Reiniger—. Ya hablaré con usted luego acerca de sus nuevas funciones y de los preparativos para que visite a su marido.

Müller se puso en pie y saludó, luego giró sobre los talones. No pensaba más que en la pobre chica del cementerio, en las cuencas vacías de sus ojos y en aquel intento tan patético de pintarse las uñas con un rotulador negro. Cerró la puerta, atrás quedaron los cinco oficiales, como atrás habían quedado Jäger y ella en aquel caso, y llegó a preguntarse si habría alguien ahora que se preocupara… No, si habría alguien que se atreviera a dudar de la versión oficial sobre la muerte de la chica.