*1*

Líder Cinco, al igual que Líder Cuatro, no se molestó en bajar al sótano a por ropas terrestres y envió un robot.

La respuesta de Vierran consistió en mandar al robot de vuelta con un hábito monacal. Sólo Vierran y su sentido del humor sabían si se trataba de una alusión a la calva redonda como una tonsura que Cinco tenía en mitad de la cabeza y mantenía cuidadosamente tapada con injertos de cabello pelirrojo, o si era una referencia a cualquier otro aspecto de Líder Cinco.

Líder Cinco no tenía ni idea de que se tratase de una broma, lo que le preocupaba eran los últimos informes de la Tierra y otros lugares. La Organización parecía haberse ido al garete en la Tierra y no llegaba sílex. Lo que sí llegaba eran protestas y solicitudes urgentes de toda la galaxia. Miró distraídamente el hábito cuando el robot se lo presentó, comprobó que era idóneo para ocultar el gran número de aparatos especiales que planeaba llevar, y se lo puso con satisfacción. Cinco no tenía intención de permitir que nada en la Tierra le detuviese, incluidos el Bannus y el Siervo. Llevaba suficiente material bajo la ropa como para arrasar Londres.

Su viaje fue más rápido que el de Líder Dos y el Siervo, y muchísimo más rápido que el de Líder Cuatro. Se mostró brusco con todos los Gobernadores y con todos los Controladores, limitándose a exigir que abriesen el siguiente portal y cruzarlo, atravesando la galaxia a un paso rápido y tenso en el menor tiempo posible. Su visita a Albión fue más breve aún: echó una ojeada a la oficina, vio con desprecio que la decoración estilo ternera a la mostaza era aún peor de lo que parecía en el cubo monitor, y le dedicó la misma mirada de desprecio al Controlador Adjunto Giraldus. Recordó que la ejecución de aquel hombre ya estaba programada, y le sorprendió que Líder Cuatro no lo hubiera hecho. Tenía la mano alzada y estaba listo para ejecutarle él mismo cuando recordó que aquel hombre al menos era eficiente, e iba a necesitar a alguien de confianza para que le abriese un portal a la vuelta; estaba claro que no se podía confiar en los de la Tierra, que se las habían arreglado para contratar a un delincuente como bibliotecario y ahora se habían sumido en el caos y habían permitido que cargamentos vitales de sílex se fuesen acumulando sólo porque el Director de Área y un equipo de Seguridad habían desaparecido. No sería raro que esa gente le abriese un portal al vacío estelar.

Así pues, Cinco bajó la mano, asintió con frialdad a Giraldus (que hizo una reverencia) y le dijo:

—No me quedaré mucho tiempo. Mantén el portal activo.

Y a continuación hizo que le depositara en la calle, en el exterior de Granja Hexwood.

Era primera hora de la tarde, y no parecía haber nadie cerca. De hecho, a juzgar por las viviendas de la calle, se diría que los lugareños tenían por costumbre atrincherarse en sus casas de una forma que dejaba poco margen de confianza. Había tablones de madera clavados en puertas y ventanas, y se veían clavos con la punta hacia arriba esparcidos por toda la calzada. Líder Cinco tenía un interés ínfimo por las curiosas costumbres de los terráqueos, así que se aproximó al portalón de la granja.

Para su sorpresa e indignación la puerta se abrió nada más tocarla. ¿En qué estarían pensando Cuatro y los de Seguridad para dejar esa puerta sin cerrar? Cinco rodeó con extremo cuidado el primitivo vehículo terrestre que se encontraba en el exterior de la casa, aunque los instrumentos que llevaba bajo el hábito le habían asegurado (y seguían asegurándole) que el lugar estaba completamente desierto. Al llegar al principio de las escaleras alfombradas, dentro de la casa, ya tenía la seguridad de que los instrumentos estaban en lo cierto: por allí no había pasado nadie en mucho tiempo. Pero el Bannus tenía que estar allí, en alguna parte. Descendió sin prestar demasiada atención al mísero cuartucho que había al final de las escaleras, que era justo como esperaba. En el área de operaciones que había más allá parpadeaba una luz roja o algo parecido, pero Líder Cinco tampoco le hizo mucho caso. Sus aparatos le señalaban una de las salas de software que había al otro lado, y se dirigió veloz en esa dirección.

El Bannus estaba en una especie de sección de almacenamiento que había al final, bajo una maraña chapucera de cables provistos de bastas bombillas de vidrio. El óculus estaba encendido, lo que indicaba que la cosa estaba efectivamente activa. Líder Cinco reguló con el codo al máximo el aparato que llevaba a la cintura y que le protegía del campo de aquella cosa. Se detuvo cauteloso frente a la cosa, preparado para manipularla con gran cuidado. Era más alta de lo que recordaba, tenía casi dos metros y medio de altura, y era cuadrada y negra. Los sellos de los Líderes estaban rotos y colgaban de las dos esquinas superiores de la cosa como unas absurdas orejas gachas.

—¿Puedo ayudarle en algo? —preguntó la cosa educadamente.

En cuanto habló, todos los rastreadores que llevaba Cinco le indicaron que se trataba sólo de una réplica, y que el Bannus real estaba a poca distancia. La cosa estaba intentando poner en práctica uno de sus trucos.

—Sí —dijo Cinco— puedes mostrarme dónde está el auténtico Bannus.

—Tenga la amabilidad de girar a su derecha y seguir caminando —le dijo con educación la imagen del Bannus.

Líder Cinco giró a la derecha y retomó su camino, adentrándose en el espacio de almacenamiento. Como se iba haciendo cada vez más oscuro, ajustó su visión y prosiguió. Al poco, el suelo dio paso a unas tablas de madera irregulares que creaban ecos al pisarlas. Dado que tenía toda su atención concentrada en otros posibles trucos del Bannus, Cinco no se dio cuenta de que se encontraba en un puente sobre un brazo de agua hasta que un trozo de madera ardiente apareció frente a él, medio cegándole. Reajustó su visión con celeridad y descubrió que el madero llameante lo llevaba en la mano un hombre ataviado con una túnica corta bordada que estaba de pie frente a él, en el puente. Las llamas creaban reflejos anaranjados en el agua. Tras el hombre, en la distancia, se veía un sólido edificio fortificado que parecía estar tenuemente iluminado por dentro.

—¡Aparta eso! —dijo Cinco—. Si no tienes cuidado vas a quemar esta cosa de madera.

El hombre alzó su palo ardiente para iluminar mejor, miró a Cinco y pareció quedar profundamente aliviado.

—¡Gracias al Bannus que habéis venido! —dijo el hombre—. ¡Por fin podremos comer!

—¿Cómo? —dijo Cinco—. ¿Un festín de caníbales? ¡A ver si se atreve el Bannus!

—Oh, no, mi señor —dijo el hombre—. Nada parecido, Reverencia. Es sólo que nuestro Rey ha decretado que antes de comenzar el banquete debemos esperar a que se produzca algún prodigio o aventura. Es una idea muy noble, mi señor, pero llevamos aguardando desde el ocaso y la mayoría tenemos ya bastante hambre. Si tuvierais la amabilidad de venir por aquí cuanto antes, Reverencia…

Un clamor se elevó de las largas mesas cuando Cinco fue introducido en el salón del castillo. Sir Cualahad, que estaba junto a la mesa de honor situada en el estrado esperando con tanta impaciencia como el resto, le miró aliviado. El prodigio consistía sólo en un monje delgaducho y mísero, pero tendría que valer. No se le ocurría qué podía haber impulsado a Ambitas a decretar tal cosa de repente. A esas alturas el aroma del banquete que había conseguido con su propio esfuerzo, y que se iba recociendo en las cocinas, estaba a punto de volverle loco.

—Y también está volviendo locos a los cocineros —susurró irritado Sir Harrisoun, que estaba a su lado.

A medida que el monje seguía con paso enérgico al heraldo hasta la mesa de honor, todos se fueron girando ansiosos hacia donde se sentaba Ambitas, que estaba elevado por los cojines de su silla. No cabía duda de que incluso el rey estaba tan hambriento en ese momento como para aceptar que la llegada de aquel monje era una señal. Para disgusto de Sir Cualahad, Ambitas frunció el ceño al ver al monje, como si le inquietase algo en aquel sujeto. Sir Cualahad volvió a mirar al monje y descubrió que sentía una inquietud similar. El tipo le resultaba familiar. ¿Dónde había visto antes esa frente cubierta por mechones de cabello pelirrojo? ¿Por qué creía conocer aquel rostro frío y delgado?

Ambitas, con una cortesía majestuosa, despejó sus dudas:

—Sed bienvenido a nuestro castillo, Sir Monje, en este banquete de la Pascua del Bannus —declaró Ambitas—. Esperamos que tengáis algún prodigio o aventura que relatar.

«¡Así que aquí están Dos y Cuatro! Como se podía esperar…», pensó Cinco. «¡Menudos idiotas, los dos vendidos al Bannus! Ahora entiendo qué quiere decir eso de que hay que abrirse camino a través del Bannus. Ninguno de los dos va a hacer caso de nada de lo que diga a menos que lo exprese en los términos de esta absurda pantomima».

—Narraré una aventura y un prodigio, Majestad —dijo Cinco—. El prodigio es que he venido de… de un país que está más allá del Sol, y que traigo un mensaje de los magnos Líderes, que son vuestros soberanos y los soberanos de todo lo que aquí hay.

—A fe que se trata de un prodigio —dijo Ambitas con frialdad—. Mas nos somos Rey aquí, y nadie es nuestro soberano.

—Son Altos Señores cuyo señorío compartís, Majestad —corrigió Cinco irritado. «Viejo chocho»— mas son vuestros soberanos —añadió señalando a Sir Cualahad. «¡Que me aspen si vuelvo a considerarte mi igual, Cuatro!». Examinó a los nobles que acompañaban al Rey a su mesa. Todas las damas y la mitad de los hombres eran ficticios, invenciones del Bannus «¿Pero es que estos idiotas no se dan cuenta?». Su vista se posó en Sir Harrisoun—. Y también los vuestros —prosiguió— y los soberanos de ambos —añadió señalando a Sir Bedefer y Sir Bors. Todos ellos se irguieron y miraron intensamente a Cinco—. Ciertamente lo son, y es vuestro sagrado deber obedecer las órdenes que os formulan, las cuales están relacionadas con la aventura que he de relatar. ¿Alguno de los presentes conoce a un hombre llamado Mordion?

El rey Ambitas y Sir Cualahad torcieron el gesto… el nombre les sonaba, aunque no demasiado, y descartaron la idea como todos los demás.

Cinco esperaba algo así. Un amplio porcentaje de sus dispositivos tenían por objetivo avisarle si el Siervo se encontraba en algún punto a un kilómetro de él, y todos indicaban que no era así. Resultaba evidente que el Bannus mantenía al Siervo astutamente alejado de sus legítimos amos y que aprovechaba la situación para alterar el cerebro del Siervo. Bien, dos podían jugar a ese juego.

—Ese tal Mordion es el Siervo de los Señores de más allá del Sol, que gobiernan sobre todos los presentes —dijo Cinco—. Mordion es culpable de alta traición al haber planeado matar alevosamente a sus amos, por lo que también ha traicionado a todos los que estáis en esta sala. Buscad a Mordion y dadle muerte, o él os matará a vosotros. —«¡Ya está!», pensó Cinco. «Así lo comprenderán».

—Gracias, monje —dijo Ambitas—. ¿No os referiréis por medio del apelativo de Siervo al caballero proscrito y renegado Artegal?

—Su nombre es Mordion —reiteró Cinco, que estuvo confuso por un instante hasta que se percató de que Agenos y Artegal eran nombres bastante similares. No le cabía duda de que así se hacía llamar Mordion ahora. Abrió la boca para declarar que ambos nombres se aplicaban al mismo hombre, pero vio que era demasiado tarde: Ambitas ya le estaba despidiendo.

—Uno de nuestros caballeros se encargará de esta aventura a su debido tiempo —dijo el rey—. Heraldo, sentad al monje a la mesa junto a nuestros hombres de armas, y luego dad comienzo al banquete.

Cualquier otra cosa que hubiera querido añadir Líder Cinco habría sido ahogada por los vítores y el clamor de las trompetas. Cinco se encogió de hombros y dejó que el heraldo le condujese hasta la mesa del fondo de la sala. Sospechaba que se trataba de una mesa humilde y que Dos había sido deliberadamente grosero con su visitante de más allá del Sol, pero no le importó. Si hubiera tenido que sentarse cerca de Dos o Cuatro era probable que hubiera terminado golpeándoles. Se les veía tan pagados de sí mismos y de sus estúpidas paparruchas… sobre todo a Dos. ¿Qué problema se suponía que padecía para verse obligado a sentarse sobre cojines? Se lo preguntó a los hombres con que compartía mesa.

—¿No lo sabéis, Sir Monje? El Rey sufre una herida que no sanará hasta que alguien venga y le pida lo correcto al Bannus —le contó uno de ellos. Era una persona real, al igual que todos los que se sentaban a esa mesa, para sorpresa de Líder Cinco. Algunos de ellos debían ser empleados de Mantenimiento, pero no era capaz de dar razón del resto salvo que fuesen los hombres de Seguridad de Runcorn. No iba a valer de mucho preguntarles. Le miraban como si estuviera loco, y en seguida cambiaron de tema. Uno de ellos le dijo que el Bannus se les aparecería en algún momento del banquete.

—Siempre lo hace en la Pascua del Bannus —dijo aquel hombre.

A Líder Cinco le complació oírlo. ¡Iba a enterarse el Bannus! Esa noticia le hizo más fácil soportar aquel ridículo banquete. Cinco siempre se impacientaba con las comidas, ya que interrumpían su vida, y allí pasaba un plato de viandas tras otro: asados y pasteles, budines y frutas con nata, tartas y aves asadas, montañas de verdura y pirámides de frutas desconocidas. Era monumental. Y la mayor parte de la comida era real, incluso aquel fruto amarillo curvado que cogió esperando por su ridícula forma que se tratase de una invención del Bannus resultó ser una fruta de verdad. Y el buey asado era un auténtico buey asado.

Hizo averiguaciones cautelosas entre los soldados que tenía a su alrededor, los cuales le relataron con gran regocijo que los alimentos les habían sido cobrados como tributo a los campesinos. Había estado tan chupado que esperaban que Sir Cualahad preparase otra expedición pronto.

—Tomad vino, monje. También es un tributo.

—Mi religión no me permite tomar vino —dijo Cinco con austeridad. Quería tener la cabeza despejada. Se sentía confuso. Había algo en aquella comida real y en la incursión por los tributos que le hacía creer que algunos de los hechos en que basaba sus planes no eran del todo correctos, pero no era capaz discernir cuáles podían ser.

Y mientras cavilaba sobre ello, el Bannus apareció en la sala.

Cinco se percató primero del silencio, y luego de un dulce aroma de aire fresco que parecía llevarse los fuertes olores del banquete y llenar la sala con una insinuación de jacintos, retoños de robles y sauces, líquenes de los páramos y tojos en flor, como si todas esas cosas estuviesen a punto de aparecer a la vuelta de la esquina. También se oían cánticos tenues, puros y lejanos. «¡Muy lindo!», pensó Cinco. «¡Es un efecto bonito de verdad!». Se giró en su silla para ver de dónde venía todo aquello.

Un gran cáliz flotaba en el espacio central entre las mesas, derramando una luz sobrenatural sobre los rostros próximos. Era una enorme copa plana que parecía estar hecha de oro puro, labrada con diseños extremadamente intrincados y cubierta por una tela tan blanca y delicada que apenas apantallaba la luz que emitía el cáliz. La música pasó a un acorde más solemne. En el estrado, el caballero que lucía la Llave de Controlador de Sector se alzó para recibir al cáliz, con el rostro resplandeciente de veneración.

El Bannus pasó flotando con donosura junto a Líder Cinco. «¡Ya te tengo!», pensó. Pulsó un botón oculto en la manga y disparó un minidesintegrador molecular directo al corazón del cáliz.

Por un instante el cáliz se vio envuelto en grandes llamas con forma de alas, y se produjo una explosión. Durante una millonésima de segundo Cinco logró mantener la suficiente coherencia como para darse cuenta de que el cáliz era sólo otra imagen y no el Bannus. De alguna forma le había engañado.

Y luego todo despareció y se encontró tendido bajo la luz del alba en un brezal. Su hábito estaba rígido por la escarcha, que había convertido el brezo en encaje gris. Ya no estaba demasiado seguro de nada, pero se levantó y echó a andar tambaleándose. «¡No les va a ser tan fácil atraparme!», pensó. «¡No a mí!».

Al cabo de unas horas encontró un bosque, y como le era más fácil ir cuesta abajo atravesó el bosque cuesta abajo. Poco después dio con un camino de tierra, lo siguió y llegó a una cabaña que estaba bajo unas rocas junto a un río que corría por una garganta. La cabaña era vieja pero estaba bien construida, y se encontraba abandonada. Dentro había tarros de arcilla y bolsas de cuero que contenían comida conservada de forma rudimentaria: alimentos secos e insípidos, pero que mantendrían viva a una persona.

«¿Por qué no?», pensó Cinco. «Es un sitio tan bueno como cualquier otro».

*2*

—Creo que Cinco también la ha pifiado —dijo Líder Tres, en pie y con las manos apoyadas sobre la mesa cristalina—. Aunque es difícil de decir. Se perdió la conexión con todos sus instrumentos en el momento en que atravesó el portal de Albión.

—Y son los instrumentos más potentes que hay, te lo garantizo —comentó Líder Uno—. Es un hecho que Cinco guarda para sí cosas que nunca nos deja ver al resto. Pobre de mí, o he olvidado lo potente que era el campo del Bannus o es que ha encontrado alguna forma de autopotenciarse. Me gustaría saber cómo…

—Ya, el caso es que a Cinco se le han acabado sus dos días —dijo Líder Tres impaciente— y no se ha puesto en contacto con nosotros. ¿Qué vamos a hacer?

Líder Uno apoyó las manos en los brazos de la silla y se levantó con calma.

—No hay más remedio, querida. Tenemos que ir en persona.

Líder tres abrió sus grandes y hermosos ojos al verle levantarse.

—Lo dices en serio, ¿verdad? El peligro tiene que ser grande si te tomas la molestia de moverte…

—Sí que lo es —dijo Líder Uno, respirando con cierta dificultad por el esfuerzo de ponerse en pie—. Hace tiempo que sospecho que el Bannus me está retando… en persona. Está claro que son sus absurdos estándares los que le impulsan a hacerlo. Llevo siglos pensando en poner fin a sus estúpidos juegos. ¡Maldito cacharro! Van a tener que darme un masaje y un poco más de suero antiedad antes de que podamos ponernos en marcha.

—¿Pero cuál es el peligro? —preguntó Líder Tres.

—Sobre todo la confianza de esa cosa —dijo entrecortadamente Líder Uno—. No es ninguna clase de máquina idiota, como bien sabes. En la fabricación del Bannus se empleó tecnología de semivida que daría un brazo por comprender, y créeme cuando te digo que es verdaderamente inteligente. Si estima que puede retarme y ganar, más nos vale ir allí antes de que extienda más su campo. Dos mencionó el otro peligro real, y ni siquiera me atrevo a pensar en eso todavía. Ve y consigue ropas adecuadas y un curso de idioma terrestre, yo estaré listo por la tarde.

—¿Qué ocurrirá en Mundonatal si nos vamos los dos? —preguntó Líder Tres con las otras grandes Casas mercantiles en mente. En todas ellas había una pizca de sangre de los Líderes, y se sabía que algunas estaban preparadas para maniobrar contra la Casa del Equilibrio al más mínimo signo de debilidad—. ¿No sería mejor que me quedase? No tiene sentido destruir el Bannus y que al volver a casa descubramos que nos han arrebatado el poder.

Líder Uno rió:

—Buen intento, querida, pero no te queda otra. Vas a tener que bajar a la Tierra, te necesito allí. Me aseguraré de que las Casas hostiles no nos den problemas mientras estemos ausentes, no temas. Y ahora ve.

«Y así es como Líder Uno suele dar la información, con cuentagotas», pensó enfadada Líder Tres mientras entraba en la nacarada bruma azul del pozo gravitatorio.

—Al sótano —ordenó Tres—. Ropa de los mundos sometidos. —El astuto Orm Pender, Líder Uno, había conservado el poder durante siglos gracias a no decirle demasiado a nadie. Estaba claro que sabía mucho más sobre el Bannus de lo que jamás le había dicho a nadie, y si hubiera informado un poco mejor a Dos, Cuatro o Cinco, probablemente la crisis ya estaría resuelta. Líder Tres sospechaba casi con plena certeza que no les había informado aposta, y que era bastante probable que hubiese aprovechado la oportunidad para librarse de los tres. Viejo secretista… no ibas a librarte de Líder Tres tan fácilmente. De hecho, ella misma habría planeado deshacerse de Orm Pender hace mucho tiempo si no hubiese estado tan segura de que ella y los otros tres habrían dejado de ser Líderes en el mismo instante en que le pasase algo a Líder Uno. Él lo había dispuesto así a propósito. Líder Tres, que antaño había amado a Líder Uno, llevaba harta de él el tiempo que duran varias vidas humanas.

El pozo gravitatorio la llevó suavemente hasta el sótano y entró en las lóbregas cavernas de hormigón de los cimientos. «¡Qué deprimente!», pensó Tres.

Vierran levantó la vista del apasionante librocubo sobre las costumbres matrimoniales de Iony que estaba leyendo y se sorprendió al ver a aquella alta dama morena que estaba eligiendo prendas entre las hileras de percheros. ¡Nada más y nada menos que Líder Tres! Vierran se puso en pie de un salto.

—¿En qué puedo ayudarle, señora?

—¿Y tú quién eres? —preguntó Líder Tres. La crisis del Bannus había vuelto todo tan frenético en la Casa del Equilibrio que había olvidado por completo que el almacén de ropa estaba regentado por una humana.

—Vierran, señora, de la Casa de la Garantía —respondió Vierran pausadamente. Nadie quería que Líder Tres le cogiese ojeriza, especialmente las mujeres.

«Claro que sí», recordó Líder Tres en ese momento. «Ésa que tenía un sentido del humor poco sensato y a la que Cuatro calificaba de mala pécora». La chica parecía demasiado lista… y es que venía de una Casa de gente inteligente. Era una pena que no hubiera heredado la hermosura habitual en los de Garantía. Esas mejillas prominentes y ese pelo enmarañado le hacían parecer un auténtico bicho raro. Vierran no era esbelta, y apenas le llegaba al hombro a Tres. «Debe de salir a la familia de su madre», supuso Tres. «Desde luego que no es una belleza».

—Quiero ropa terrestre, Vierran.

Vierran logró evitar con un esfuerzo considerable que la sorpresa se reflejase en su rostro. ¡Ahora era Líder Tres quien iba a la Tierra! ¿Qué estaría pasando en aquel rincón del universo para requerir la atención personal de todos los Líderes? Fuese lo que fuese, Vierran empezaba a sospechar que había acabado con el Siervo, si no ya estaría de vuelta para devolver el abrigo beige y charlar con ella otra vez. Vierran apretó los labios, se volvió hacia el panel de control y lo configuró para sacar del thetaespacio la sección de la Tierra. Una vez más. La cuarta en diez días.

—Por aquí, señora —la guió a la cámara correcta, preguntándose cuáles de las prendas almacenadas se pondría alguien con tanto estilo como Líder Tres… si es que llegaba a ponerse alguna.

Líder Tres avanzaba contoneándose con elegancia tras Vierran, estudiándola. «¿Es que nunca deja que su robot la peine?», pensó. Aunque… Líder Tres recordó que se comentaba que aquella chica era la única persona de la Casa del Equilibrio con la que hablaba el Siervo, algo difícil de creer. La propia Tres se mantenía alejada del Siervo, como todo el mundo, a menos que tuviera que darle órdenes. Su rostro esquelético la aterraba. Podía merecer la pena descubrir qué podía contarle Vierran sobre él.

—Debes ver bastante a menudo al Siervo —le dijo Tres a la nuca de Vierran.

—A Mordion Agenos —replicó Vierran.

—¿Quién dices? —preguntó Líder Tres.

—Mordion Agenos —repitió Vierran— es el nombre del Siervo. Y sí, pasa a recoger ropa por aquí abajo cuando le envían a un mundo sometido, señora. —Entró en la cámara y sacó el primer perchero de ropa de señora. «No, no es ropa de señora… ropa femenina, ropa de mujer, ropa para esposas, ropa para chicas trabajadoras quizá, pero no para una gran señora como Líder Tres», pensó mientras pasaba las perchas con cierta desesperación La verdad es que le habría encantado darle a Líder Tres el vestido sin mangas de rayón estampado con manzanas de color rojo y verde chillón o los leotardos azul eléctrico y asegurarle con total seriedad que era la última moda en la Tierra.

Por desgracia, uno no le gastaba bromas a Líder Tres a menos que quisiera que le ejecutasen Se decía que no tenía ni pizca de sentido del humor, y también tenía fama de odiar a las mujeres. Vierran sabía de buena tinta (por la red de espías de su padre, de hecho) que Líder Tres era la responsable de que la Organización de los Líderes no contratase a una sola mujer en ninguna de sus oficinas, ni siquiera en los mundos interiores. Una mujer auténticamente impresionante, Líder Tres.

—Hmmm… —masculló Líder Tres mientas inspeccionaba el vestido sin mangas, los leotardos y el resto de las prendas del perchero—. Así que el Siervo habla contigo cuando viene a por ropa, ¿no?

Vierran se percató de la forma en que Líder Tres miraba los leotardos y se apresuró a sacar otro perchero.

—Sólo cuando le hablo yo a él, señora. Nunca he visto a Mordion Agenos iniciar una conversación, señora. La ropa de este perchero es de una calidad algo mejor, señora.

Líder Tres inspeccionó unos tweeds y unas pieles comidas por la polilla con una expresión glacial en su hermoso rostro.

—¿Cómo se obtienen estas ropas, Vierran?

—La Casa del Equilibrio tiene un acuerdo con varias organizaciones benéficas de la Tierra, señora —explicó Vierran—. Nos envían todas las prendas donadas que no pueden colocar. Intermón Oxfam, el Ejército de Salvación, Save The Children…

—Ya veo —dijo Líder Tres—. ¿Y por qué nunca inicia una conversación?

—Al principio creía, señora —respondió Vierran— que su entrenamiento se lo prohibía, pero ahora pienso que es así porque está convencido de que todo el mundo le odia.

—Esta ropa es espantosa —dijo Líder Tres— tienes que buscar otra forma de conseguirla. Todo el mundo odia al Siervo, Vierran. ¿Tienes idea de en qué consiste su trabajo?

—Me han dicho —dijo Vierran con una expresión tan fría como la de Líder Tres— que mata gente por orden de los Líderes, señora.

—Exactamente —Líder Tres descartó las espantosas prendas del perchero—. Es una especie de robot humano diseñado para obedecer nuestras órdenes, y me sorprende que tenga algo que decir. Era de esperar que sus años de entrenamiento no le dejasen ni un atisbo de personalidad. Aunque imagino que una niña como tú no tiene ni idea de lo que implica entrenar a un Siervo.

El inexpresivo rostro de Vierran se vio asaltado por una leve tonalidad rosácea.

—Tengo veintiún años, señora, y algo sí que he oído sobre el entrenamiento, señora. Dicen que se entrenó a seis niños, y que Mordion Agenos fue el único que sobrevivió.

Aquello era nuevo para Líder Tres. ¡Otra vez Líder Uno y sus secretos! Corrió los tweeds con violencia al otro lado del perchero.

—Eso tengo entendido. ¿No tienes un sólido o un cubo sobre moda terrestre al que le pueda echar un vistazo? Nada de esto me sirve.

—Bueno… —dijo Vierran vacilante— la cubovisión aún no ha llegado a la Tierra, señora. Por ahora sólo tenemos material en 2D almacenado en cintas y películas.

—¿Estás segura? —«¡Qué sitio más atrasado!», pensó Líder Tres.

—Sí, señora. Siempre realizo un estudio en profundidad de cualquier mundo para el que tenga ropa —«Igual que el Siervo», pensó Vierran. De eso era de lo que más hablaban. Las costumbres de otros mundos eran tan extrañas… La última vez que el Siervo había entrado allí, con su paso confiado y casual pero que en realidad era vacilante si te fijabas bien, habían hablado de París, Nueva York, África, los apretones de manos, los combustibles fósiles, el sílex… y, por supuesto, de los camellos. Vierran hizo un esfuerzo para que no se reflejase en su cara la alegría que sentía dentro al recordarlo. Mordion Agenos estaba de pie, dando un toque de color escarlata a las sombras de la cámara con su uniforme de color rojo sangre, con una pila de ropa interior sobre el brazo e inspeccionando una hilera de abrigos.

—¿Qué es un camello? —le había preguntado Mordion.

—Es un caballo diseñado por un comité —le respondió Vierran.

Mordion había reflexionado un rato y a continuación había preguntado:

—¿Entonces piensas que yo soy una especie de camello?

Vierran se había sentido avergonzada y confusa. Mordion era muy mordaz: si te parabas a pensarlo, había sido diseñado por un comité de Líderes, y en cierto modo Vierran le había equiparado a un caballo. Vierran se lo tomó a broma… o esa esperaba que fuese su intención.

—Entonces escoge el abrigo de pelo de camello —le picó.

Y eso hizo Mordion.

—¿Tienes imágenes de la Tierra en algún formato? —le pidió Líder Tres.

—Euh… sólo esto, señora —Vierran rebuscó en un apartado y encontró unas revistas algo ajadas. «No, Ragazza no nos vale… Cosmopolitan tampoco… ¡Ajá! ¡Ya lo tengo!»—. Vogue.

Líder Tres se quitó las uñas postizas de jade de los dedos índice y pulgar y fue pasando páginas con rapidez.

—Esto ya está un poco mejor. Alguno de estos extraños atuendos es casi hasta elegante. Pero volvamos al Siervo… Puede que tú tampoco quisieras hablar con él si supieses cuántas personas ha matado.

—En absoluto, señora —respondió Vierran. No es que su voz cambiase exactamente, pero en ella se percibía una nota de emoción (que intentó eliminar, aunque por desgracia no pudo) cuando dijo—: He confeccionado una lista completa de todas sus ejecuciones.

—¡Vaya, vaya! —exclamó Líder Tres, que había detectado esa emoción—. Si es que para gustos hay colores… Siempre pensé que todas esas ejecuciones eran la causa de esa sonrisa tan peculiar y espantosa que tiene el Siervo, ¿no crees?

—Podría ser —respondió Vierran. Líder Tres centró su atención en el Vogue, y Vierran intentó no apretar los puños. El momento álgido de todas sus conversaciones con Mordion llegaba cuando ella le insistía en que le enseñase esa sonrisa suya. Por lo general le salía de forma bastante natural, pero la última vez Mordion estaba serio, le preocupaba algo sobre esa misión en concreto. Tal vez fuese una precognición. Todo el mundo decía que el Siervo tenía unos poderes que eran casi como los de los Líderes, y ver el futuro era uno de ellos. Al final, Vierran se limitó a decirle «¡Sonríe!», así, de repente. Mordion se quedó mirándola, desconcertado, y sólo esbozó el más ínfimo vestigio de su sonrisa habitual. Vierran era consciente de que él creía que la había molestado o entristecido al llamarse camello a sí mismo.

—¡No, no! —le había dicho Vierran—. ¡Nada que ver con los camellos! ¡Sonríe como tiene que ser!

Nada más decir eso Mordion alzó su ceja, y esa vez sí que sonrió, y sorprendentemente con gesto divertido. Vierran había quedado encantada con esa sonrisa… como siempre.

—Bien —dijo Líder Tres devolviéndole el Vogue—. Ahora voy a repasar personalmente todos estos percheros. Sácalos todos.

Vierran obedeció callada y eficientemente, un poco como un robot. Líder Tres, con la misma eficiencia, comenzó una rápida recogida de prendas, lanzándolas a los brazos de Vierran según las iba eligiendo. «Es algo que hay que reconocerle a Líder Tres», pensó Vierran al mirar la pila creciente de ropa. «Sabe vestir». Todas y cada una de las prendas que había elegido eran adecuadas.

Líder Tres también sabía encontrar lo que quería en otros ámbitos. Mientras se movía entre los percheros reflexionó sobre lo que Vierran le había dicho y, lo que era más importante, sobre la forma en que se lo había dicho. Sabía que necesitaban desesperadamente una nueva arma inesperada contra el Siervo… algo que por lo menos les permitiese atajar el peligro que él suponía y les diese margen de maniobra contra el Bannus. El Siervo era un peligro, y probablemente uno grave. Líder Uno nunca hablaría en esos términos si no lo creyese así de verdad. Vierran podía ser justo lo que necesitaban para mantener dócil al Siervo el tiempo suficiente como para meterlo en estat. Volvió a dirigirse a Vierran:

—Enviaré un robot a recoger esta ropa y ordenaré que hagan copias en tejidos más cómodos —dijo Tres—. ¿Qué utilizan los terrícolas para transportar la ropa? ¿Tienen carritos gravitatorios?

—Usan maletas, señora —le aclaró Vierran—. En la Tierra aún no se ha descubierto la antigravedad.

Líder Tres alzó la vista al techo:

—¡Bendito Equilibrio, menudo agujero infecto! Enséñame unas maletas.

Vierran puso el montón de ropa sobre una superficie de trabajo y sacó unas maletas. Líder Tres las fue descartando una a una por resultar poco elegantes, incómodas o demasiado pequeñas. Finalmente eligió la más grande con un suspiro.

—Mandaré que la copien en un color que pueda tolerar. Dáselo todo a mi robot, y luego búscate ropas de la Tierra para ti. Necesito que vengas conmigo en calidad de criada.

Vierran estaba atónita… y aterrada.

—Pero… pero… ¿y qué hay de mi trabajo aquí, señora?

—Le diré al administrador que ponga un robot en tu puesto temporalmente —dijo Tres—. Relájate, niña. Tendrás tiempo para recibir un curso de idiomas mientras me fabrican la ropa, pero sólo si no te quedas ahí parada con la boca abierta. Reúnete conmigo en el portal esta tarde en cuanto te llame. Y no te entretengas, ni a Líder Uno ni a mí nos gusta que nos hagan esperar.

«¡Líder Uno también va!». En cuanto Tres subió por el pozo gravitatorio, Vierran se derrumbó sobre una pila de ropa sin clasificar, intentando ajustarse a aquel cambio repentino. «De sirviente a peón en un vertiginoso paso», se dijo a sí misma. No le cabía duda de que estaba pasando algo muy gordo. Vierran no se tragó aquello de que Líder Tres iba a llevársela a la Tierra sólo por el color de sus ojos. No, iba a ser el peón de algún juego, pero sólo el Equilibrio sabía de cuál. Vierran descubrió que estaba más asustada y preocupada que nunca, por sí misma pero también por el Siervo.

Nada más marcharse el robot de Tres, Vierran corrió al comunicador del sótano y solicitó línea con el exterior. Cuando la obtuvo pulsó los símbolos de su prima Siri con rapidez y energía. Siri debía de estar en el trabajo (o eso esperaba Vierran), pero aún así mantuvo pulsado el botón de «Rastreo» por si acaso.

Para su alivio, una cansada Siri levantó la vista de una pila de sólidos y sonrió al ver que era Vierran quien llamaba.

—Ya temía que fuese tu padre que llamaba para machacarme —dijo Siri—. Tenemos un buen lío entre manos. No ha llegado ninguno de los envíos de sílex terrestre, y casi todas las Casas están pidiendo a gritos un préstamo puente. Nuestros recursos apenas alcanzan para cubrir nuestras necesidades, y al menos intento dar cobertura a las más urgentes.

Vierran podía haber estado sentada en esa misma mesa, capeando ese mismo temporal, si no le hubiesen ordenado acudir a la Casa del Equilibrio para realizar tareas serviles en la mayor de las empresas. No le guardaba rencor a Siri: trabajar para Padre no era un camino de rosas, y había sido igualmente probable que fuese Siri quien hubiese tenido que ir a trabajar a la Casa del Equilibrio. Ninguna tenía hermanos ni hermanas, y sabían desde pequeñas que una de las dos tendría que servir a los Líderes.

—No te preocupes —le había dicho a Vierran su padre cuando los Líderes la reclamaron a ella y no a Siri— a la Casa de la Garantía le viene bien una fuente de información interna. Piensa que estarás aportando tu granito de arena contra los Líderes. Te sacaré de allí en cuanto me sea posible.

A Vierran le agradaba aportar su granito de arena, como lo había expresado Padre. Sabía desde hacía mucho tiempo (aunque nunca se le había dicho explícitamente) que su padre era uno de los cabecillas de quienes trabajaban en secreto para derrocar a la Casa del Equilibrio. Y, a juicio de Vierran, cuanto antes lo hicieran mejor. Se había sentido bastante honrada, y hasta emocionada, por el hecho de que se le concediese tanta confianza… especialmente cuando su padre insistió en establecer determinados planes en caso de emergencia. Pero como la única forma que tenía de abandonar la Casa del Equilibrio dentro de la legalidad implicaba contraer matrimonio con alguien ajeno a la Organización de los Líderes, no se podía imaginar cómo iba a sacarla rápidamente de allí su padre. Se había resignado a pasar unos años grises en el sótano, pero ahora todo había cambiado de repente y era el momento de iniciar el procedimiento de emergencia. Intentó evitar que le temblase la voz y le dijo a Siri:

—¡No te lo vas a creer, me han ordenado ir a la Tierra! —Vio cómo la cara de Siri cobraba vida al relacionar esa noticia con la crisis del sílex—. Tres y Uno van para allí ahora mismo, y yo iré de criada de Tres.

Una expresión de incredulidad y esperanza apareció en el rostro de Siri. Vierran se dio cuenta de que su prima estaba pensando en la ausencia inexplicada de los Líderes Dos, Cuatro y Cinco, los accidentes de los portales, las guerras en la Tierra, los nativos violentos y el Universo librándose de los cinco Líderes de un plumazo. Vierran frunció el ceño como advertencia, para recordarle a Siri que con toda seguridad la línea estaría pinchada. Siri intentó recuperar su sonrisa habitual.

—Qué bien —dijo Siri— los pobres no se han tomado unas vacaciones desde que tengo uso de razón. ¡Es todo un honor para ti! Se lo diré al Tío. ¿Cuándo te marchas?

—Hoy por la tarde —respondió Vierran—. ¿Puedes pedirle que me dé el regalo que me prometió para el día en que me concediesen un honor como éste? Saldré al parque a dar un último paseo a caballo dentro de una hora.

Siri miró su reloj. El padre de Vierran vivía y trabajaba en las dependencias principales de la Casa de la Garantía, a medio mundo de distancia.

—Se lo diré ahora mismo —confirmó Siri—. Creo que aún está a tiempo de enviarte un paquete urgente. Saldré a cabalgar y me reuniré contigo; si ha llegado te lo daré allí, y así aprovechamos además para despedirnos. Ah, por cierto —añadió Siri, queriendo decir lo contrario— no sabes cómo te envidio.

—Gracias. Nos vemos. Ahora voy a que me den un buen un dolor de cabeza a base de cursos de idiomas a doble velocidad —dijo Vierran. Se sonrieron la una a la otra de forma bastante tensa, y desconectaron.

El curso de idiomas le dio dolor de cabeza, pero más leve de lo que Vierran esperaba, y se le fue despejando en su mayor parte mientras ensillaba a su querido caballo, Líder Seis. El nombre era otra de las bromas de Vierran. Por lo que sabía, los Líderes lo tomaban como un cumplido… eso si es que habían llegado a enterarse, claro. El dolor de cabeza desapareció por completo en cuanto Vierran pasó bajo el oscuro vano de hormigón de la puerta del establo y salió al trote a la amplia pradera del gran parque que rodeaba la Casa del Equilibrio. Líder Seis estaba perezoso, y Vierran se divirtió diciéndole palabrotas en el pintoresco idioma de la Tierra mientras intentaba hacerle marchar a medio galope, pero por dentro estaba preocupada. No dejaba de mirar atrás, a las grandes y luminosas espiras de la Casa del Equilibrio, una obra maestra construida con sílex terrestre. A Vierran le recordaba una maqueta de la estructura interna del oído humano, lo cual era muy apropiado ya que los Líderes lo oían todo. No sería raro que hubiesen escuchado su conversación con Siri, pero sólo lo sabría si Siri no aparecía.

Se consoló pensando en que por lo menos Siri se lo había contado a Padre. Él estaría preocupadísimo, y también ella estaba muy preocupada. La Casa del Equilibrio era ya sólo un brillo en el horizonte, y estaba segura de que Siri no vendría.

Pero a poco menos de un kilómetro más allá, las siluetas de Siri y su caballo Fax aparecieron en el horizonte. Siri era alta y esbelta, y su cabello rubio ondeaba al viento como la crin de Fax. Vierran sonrió con afecto. ¡Bendita Siri! A su modo, Siri era tan hermosa como Líder Tres. Había heredado la belleza de la Casa de la Garantía. Vierran, en cambio, no había sido agraciada con ella, ni tampoco con la de Madre. Madre decía que era una regresión atávica.

—¿Pero una regresión a qué? —Siempre quiso saber Vierran—. ¿A los gnomos?

Madre siempre reía y decía:

—No, una regresión a los primeros habitantes de Mundonatal.

—En ese caso —respondía Vierran— hicieron bien en extinguirse.

Pero la hermosura de Siri tenía sus desventajas. A Líder Cuatro le gustaba Siri, y por eso ella tenía permiso para cabalgar por el parque. Siri utilizaba ese permiso con libertad, pero sólo cuando Vierran le decía que Líder Cuatro estaba ausente. Cuando pensaba en Líder Cuatro, Vierran tenía que admitir que parecerse a un gnomo tenía sus ventajas. Saludó con alegría a Siri:

—¡Lo conseguiste!

—¿Que? —gritó Siri.

Vierran se percató de que había utilizado sin darse cuenta la lengua de la Tierra. A pesar de la seriedad inherente a ese encuentro, Vierran apenas podía hablar con propiedad a causa de la risa. En cambio Siri estaba demasiado preocupada para divertirse, como pudo comprobar Vierran en cuanto su prima se acercó lo suficiente como para mantener una conversación.

—¿Cómo puedes reírte? —le reprendió Siri—. ¡Estás loca! Tu regalo ha llegado. El Tío tiene que haberse vuelto loco también, esto debe haber costado una pequeña fortuna. Aquí tienes. —Y le entregó a Vierran un ancho brazalete enjoyado, uno de esos que estaban de moda llevar en la parte superior del brazo. Cualquier cámara espía que pasase por el parque lo habría registrado como un simple brazalete (a menos que estuviese advertida sobre él, claro está) y lo habría dejado pasar.

Vierran vio que tenía una microarma oculta en el elaborado diseño de orfebrería, unos dardos de repuesto encajados en los motivos del borde y, bendito fuera Padre, una pequeña cinta para mensajes que imitaba una pieza del cierre. Al ponerse el brazalete se dijo a sí misma que se sentía mejor.

—Haré que te envíen a Líder Seis —dijo Vierran—. Cuídamelo —quiso añadir «Hasta que vuelva», pero no le salieron las palabras. Como ella y su padre sabían, era muy probable que un regalo como ese brazalete fuese el último que le haría jamás.

*3*

A primera hora de la tarde toda la Casa del Equilibrio sabía que Líder Uno había ordenado arrestar a los jefes de las Casas menos leales. El padre de Vierran estaba entre los primeros de la lista, y por lo que pudo averiguar Vierran también el Tío Dev, e incluso Siri y Madre, habían sido arrestados junto a él. «Qué estupidez», pensó. El asunto del brazalete era demasiado obvio. Sintió el impulso irracional de deshacerse del brazalete, o de ir a la suite de Líder Uno y disparar contra todo lo que se le pusiese a tiro, o de simplemente ponerse a gritar como una loca, pero se limitó a hacer las maletas y atravesar el laberinto nacarado hacia el portal cuando Líder Tres se lo notificó.

Líder Tres llevaba un vestido blanco ajustado, una piel blanca sobre los hombros y una pamela que resaltaba maravillosamente su hermoso rostro y su brillante cabello moreno. Le seguía un robot que llevaba una sofisticada maleta gris, la cual, para consternación de Vierran, era casi el doble de grande que la que había servido de modelo. Mientras Vierran miraba con aprensión aquel enorme bulto, Líder Tres observó con enorme desaprobación a su nueva criada. Vierran llevaba unos pantalones y un top oscuro, holgado y de manga larga para ocultar el brazalete.

—Pareces una nativa de Nueva Xai —dijo Líder Tres—. ¿No llamarás la atención en la Tierra?

—Los jóvenes visten así, señora —contestó Vierran.

Líder Tres le respondió con un instante de expresivo silencio.

—Coge la maleta —dijo Tres, indicándole al robot que se la entregase—. Supongo que tendremos que esperar más o menos una hora hasta que Uno termine de arrestar gente.

Pero Uno ya se estaba acercando, y le seguía otro robot con una pequeña bolsa de viaje. Debía tener su propio almacén privado de ropa. Sin necesidad de acercase al sótano, de alguna forma se había hecho con un traje oscuro de raya diplomática elegantemente ajustado a su corpulencia. Del brazo le colgaba una gabardina blanca, y con los dedos sostenía un suave sombrero de fieltro. Jugueteó divertido con su bigote al ver el contraste entre Líder Tres y su criada, pero al darse cuenta de que la criada era Vierran bajó la mano hasta la recién recortada barba canosa y se la mesó.

—Querida —preguntó Uno con una sonrisa— ¿por qué has apartado a la hija del jefe de la Casa de la Garantía de sus deberes en el sótano?

—Porque sé de sobra que un robot iba a causar una conmoción en la Tierra —dijo Tres—. No esperarás que me las apañe sin una criada, ¿verdad? —Tres observó con recelo la mano de Uno sobre la barba… cuando Líder Uno se mesaba las barbas era porque no estaba contento.

Y no estaba contento. Sopesó la cuestión sin alterar su anodina sonrisa, y decidió que le explicaría más tarde a Tres por qué no estaba contento. Respecto a Vierran, consideró que, después de todo, hasta podría suponer una ventaja tenerla en la Tierra. Había planeado utilizar a su prima la rubia, pero así completaría la caída de la Casa de la Garantía de una forma mucho más entretenida. Lo sabía todo sobre Vierran: sabía que jugaba a ser revolucionaria y que creía que nadie sospecharía de una chica en un puesto como el suyo; conocía a Líder Seis, y también la mayoría de las cosas por las cuales se interesaba ella. Cuando hace poco la chica se había afanado tanto en averiguar todo lo que pudiese sobre el Siervo, Líder Uno había sonreído y había puesto la información en su camino. Esas cosas le divertían, al igual que el sentido del humor de ella, porque sabía que muy pronto ya no tendría motivos para reír. Pensó que igual le podría contar por qué durante el viaje.

Dejó de juguetear con la barba y ordenó con un gesto que abriesen el portal. Líder Tres se relajó y le siguió a través del arco nacarado. Vierran, que no estaba en absoluto relajada, avanzó con esfuerzo peleándose con las tres maletas.

Viajaron por la galaxia aparentemente con calma, pero Vierran tenía buenas razones para fijarse en que, a la hora de la verdad, Líder Uno no se detenía ni un instante. Uno avanzaba despacio, sin prisa pero sin pausa, sonriendo con cordialidad a los Gobernadores de Sector y a sus apurados subordinados, y no permitía que ninguno de ellos le demorase ni un segundo. Por suerte para Vierran, los apurados subordinados corrían a llevarle las maletas hasta el siguiente portal, por lo que sólo tenía que cargar con aquel muerto a lo largo de los nacarados corredores… que ya era bastante. Le salieron ampollas en las manos, y los brazos ya le pesaban mucho antes de llegar a Iony. «¡Menudo desperdicio!», pensó Vierran. «¡Un gran viaje como éste y apenas puedo fijarme en nada que no sea lo pesadas que son estas malditas cosas!». Cuando aparecieron en Yurov le dolía la espalda y le temblaban las piernas.

Líder Uno hizo una parada por sorpresa en Yurov.

—Tengo entendido —le dijo a aquel Controlador en concreto, el gordo que le adulaba ansiosamente entre sus suntuosos biombos dorados— que se produce un sangro de excepcional calidad en sus fincas del sector.

—¡Cómo se te iba a olvidar! —dijo cortante Líder Tres, que llevaba unos zapatos blancos de tacón alto que le estaban matando—. Controlador, ¿hay un servicio de señoras en esta oficina?

—Por supuesto, por supuesto —dijo el Controlador de Yurov—. La respuesta es sí a ambas preguntas, Excelencias.

Vierran suspiró. Estaba claro que Líder Tres querría tener a su criada a mano en el servicio de señoras, y lo único que deseaba Vierran era tumbarse en uno de aquellos sofás rojos y darle un descanso a su dolorida espalda. Los dos Líderes se intercambiaron miradas, y Líder Tres se dirigió al servicio de señoras como un gran trasatlántico blanco escoltado por una escuadra de funcionarios, mientras que Vierran se encontró sentada muy derecha en el extremo de uno de los sofás rojos, con Líder Uno cómodamente apoltronado al otro extremo.

De pronto sintió miedo de verdad. Tenía tanto miedo que el que había sentido en la Casa del Equilibrio apenas le parecía real. Este miedo sí que era real, le encogía el corazón y la paralizaba de frío, era casi como estar en estat. Cuando el Controlador le entregó con una reverencia una copa de oro llena de vino, Vierran notó que los dedos de la mano con la cual la cogió estaban helados, rígidos, blancos y llenos de ampollas.

Líder Uno tomó un sorbo, paladeó el sangro y sonrió:

—¡Ahhh…! ¡Es fantástico! Mi Siervo tiene un paladar excelente. ¡Resulta irónico que no sea una de las cosas que tuve en cuenta al entrenarle! ¿No te parece admirable el color de este vino, Vierran? ¿Verdad que es casi del color del uniforme de mi Siervo?

—No exactamente, señor. El vino es de un color más parecido al de la sangre —respondió Vierran.

—Pero hago que mi Siervo vista de escarlata para que la gente piense en sangre al verle —objetó alegremente Líder Uno—. ¿Crees que debería llevar un rojo más oscuro? Tengo entendido que estás interesada en mi Siervo, ¿no es así, Vierran?

—He hablado con él, señor —respondió Vierran.

—Bien, bien… —dijo Líder Uno sonriendo.

«Siempre sonríe», pensó Vierran, «¿pero por qué sonríe? Debería dispararle con la microarma». Se sorprendió al comprobar que el terror daba paso al odio. Era una aversión tan intensa, tan física, tan rabiosa, que si Líder Uno se le hubiera acercado tan sólo un centímetro más le habría atacado con sus propias manos.

Y él lo sabía. Sonrió y no se movió ni un ápice. Podía leer en ella con tanta facilidad… rebeldía, disgusto, odio asesino, pánico, terror… ella albergaba todos estos sentimientos. Se deleitó manteniéndola acorralada en esa situación, de forma que lo único que ella podía hacer era sorber mecánicamente el vino. Uno dudaba de que siquiera lo estuviese degustando. ¡Qué forma de desperdiciar un magnífico vino!

—Hace mucho tiempo que quería hablar contigo, querida —dijo Uno— y éste es un momento tan bueno como otro cualquiera. Incluso puede que ya sepas qué te quiero decir. Tú eres una de las jóvenes que he elegido para la reproducción de mi Siervo. De hecho, os he elegido a ti y a tu prima Siri, pero ya que estás aquí serás la primera. Vas a ser la madre de mis futuros Siervos. Puedes darme las gracias, querida, es un gran privilegio.

—Gracias, señor —susurró Vierran. «¡No!», pensó, «¡No, no, no, no!». Pero no fue capaz de decirlo.

Líder Uno incrementó la presión sobre ella, la multiplicó empleando sus instrumentos, y prosiguió:

—Como bien sabes, el Siervo está en la Tierra, donde al parecer se encuentra inadvertidamente atrapado en el campo de una máquina anticuada. Cuando lleguemos a la Tierra te enviaré dentro de ese campo para que vayas en su busca. Se te ordena encontrarle y procrear con él.

—Sí, señor —susurró Vierran.

—Te lo advierto —prosiguió Líder Uno— desobedecer esta orden acarreará desagradables consecuencias para el resto de tu familia. Entrarás en el campo y engendrarás un hijo del Siervo. ¿Está claro, Vierran?

Vierran luchó contra la fuerza que notaba que él estaba ejerciendo sobre ella, pero no fue capaz. Lo único que pudo decir, casi como si lo sintiera, fue:

—Será divertido, señor.

«Se resiste». Líder Uno apretó los labios. En ese momento Líder Tres apareció entre los biombos dorados, y el Controlador alzó la cabeza por encima de uno de los biombos para anunciar que el portal estaba en fase y listo. Líder Uno dejó pasar aquella débil resistencia, apuró su copa y se puso en pie.

—Bien, bien… —dijo Uno—. Vamos, Vierran.

«¡Esto arroja una nueva luz sobre el arresto de Padre!», pensó Vierran mientras dejaba su copa casi llena y discurría entre biombos y funcionarios en dirección al portal. Se preguntó qué haría aquel Controlador si le cogiese sus rechonchas manos y le suplicase ayuda. Sabía que no haría nada. Había perdido el miedo, y en su lugar había un enorme vacío en el que se oían tenues voces agonizantes en la distancia, en las cuales resonaba todo lo que le habían contado sobre las madres de los Siervos. Las medicaban para que tuvieran tantos niños como fuese posible, luego se los extirpaban quirúrgicamente y después no se volvía a saber nada de ellas.

El portal se abría ante ella. Cogió las maletas y lo atravesó en pos de los dos Líderes.

*4*

En Albión, el Controlador Adjunto Giraldus estaba preparado para recibir al grupo con más eficiencia que nunca. Sabía que Aquellos eran los dos Líderes que importaban de verdad.

—¡Excelencias! —Él y sus ayudantes se inclinaron como briznas de hierba agitadas por el viento—. Entiendo, Excelencias, que deseáis que os abra el portal local a la Tierra. ¿Tal vez al complejo bibliotecario de Granja Hexwood, Excelencias?

Líder Uno sonrió con afabilidad, preguntándose por qué Cinco había dejado vivir a aquel tipo. Después de todo, siempre se podía recurrir a Runcorn para regresar a casa. Contempló la posibilidad de decirle a Giraldus que en realidad iban a Runcorn para resolver la crisis del sílex… que era algo que también tendrían que hacer, pero más tarde. El Bannus tenía prioridad, y a diferencia de los demás Líder Uno tenía la intención de abordarlo con extrema precaución.

—Lo cierto es que no —dijo Uno—. Queremos ir a lo que creo que llaman «estación de ferrocarril». La más cercana a Hexwood, por favor.

Giraldus no dudó ni por un momento:

—Por supuesto, Excelencia. Dadnos sólo un instante para recalibrar el portal —dijo Giraldus, y se dirigió con agilidad y suficiencia hacia los controles. Líder Uno comprobó cuánto le llevaba reajustarlos: apenas unos segundos. Aquel hombre era demasiado eficiente, y además había que darle una lección a Vierran por haberse resistido. Líder Uno esperó a que se abriese el portal y a que Giraldus hubiese dejado el panel de control para dirigirse a ellos con su petulancia habitual, y ejecutó a Giraldus ipso facto. Uno no vio cómo la sonrisa petulante de Giraldus se convertía en un geto de sorpresa, dolor y horror al percatarse de que había dejado de respirar. En cambio, se fijó en la forma en que Vierran clavó la vista en el rostro del hombre a medida que éste se iba volviendo azul. Uno no dijo «Querida, esto es lo que le ocurrirá a tu padre si me desobedeces». No le hacía falta. La condujo hasta el portal, tras Líder Tres.

—Después de ti, Vierran.

Vierran lo atravesó mientras miraba por encima del hombro cómo Giraldus caía de hinojos, asfixiándose. Entró en la Tierra como quien entra al abismo.

Líder Uno sonrió y le hizo señas con el sombrero a un taxi que estaba parado frente a la estación de Hexwood.

*5*

Fueron en coche hasta el motel que había a las afueras de la urbanización Granja Hexwood.

—¿Qué diablos es esto? —preguntó Líder Tres al ver el conjunto de edificios bajos de ladrillo.

—Una especie de posada. De hecho, somos los dueños —le dijo Líder Uno.

—Entonces somos los dueños de algo asombrosamente parecido a una pocilga —dijo Tres. Estaba muy descontenta. A Vierran le llevó casi dos horas y mucha paciencia acomodar la habitación de Líder Tres a su gusto, y luego le llevó otra hora vestirla con las vaporosas ropas de color verde mar que estimó oportuno ponerse para la cena. «Es mejor así», pensó Vierran sombría. «Me volvería loca si no fuera porque ella se encarga de mantenerme ocupada».

—¿Vas a ir a cenar con esos harapos? —le preguntó Líder Tres.

—No, gracias. No tengo hambre, señora. Creo que iré a mi cuarto a descansar —dijo Vierran.

«¡No sé qué le habrá dicho Uno, pero está claro que le ha pinchado la burbuja en que vivía!», pensó Líder Tres. «¡Ya iba siendo hora de que alguien lo hiciera! ¡Está casi tan a punto para la ejecución como aquel tipo de Albión!». Líder Tres se tomó la molestia de asegurarse de que Vierran estuviese tumbada en cama, viendo algo llamado Vecinos en la pantalla plana y parpadeante de la caja de entretenimiento, y luego se dirigió al encuentro de Líder Uno en un lugar llamado The Steak Bar, donde les sirvieron una comida especialmente repulsiva a juicio de Líder Tres.

—Esto es un tugurio —le dijo ella a Líder Uno en su propio idioma—. ¡Te lo advierto, no estoy nada satisfecha!

—Yo tampoco lo estoy —Líder Uno apartó su cóctel de gambas para poder inspeccionar asombrado el dibujo de una diligencia que había en el posavasos—. Querida, no deberías haber traído a Vierran. Al principio estaba bastante enfadado, dado que acababa de despachar a toda su familia hasta aquí junto con los jefes de otras Casas desafectas. Mi objetivo era aislar a Vierran en Mundonatal para cruzarla con el Siervo cuando lo trajésemos de vuelta.

—¡Habérmelo dicho entonces! —dijo Líder Tres—. ¿Para qué diablos enviaste a los jefes de las Casas hasta aquí?

—Para no quitarles el ojo de encima, para demostrarles quién es el Líder y para bajarles un poco los humos —dijo Líder Uno—. Los envié por las rutas comerciales en un transporte de sílex vacío. Deberían estar llegando ahora mismo a la fábrica que tenemos justo al norte de este lugar. No les darán siquiera una cena paupérrima como ésta.

—¡Bien! —a pesar de su descontento, Líder Tres sonrió. Esa gente (o más bien sus antepasados lejanos) le habían mirado con desprecio en su día, cuando ella era sólo una cantante y la amante de Orm Pender.

—Ya, pero bajo ningún concepto debes decirle a Vierran que estas personas están cerca —dijo Líder Uno.

Hicieron una pausa mientras un camarero les importunaba para llevarse sus cócteles de gambas y traerles filetes, patatas fritas y ensalada de repollo.

—Mis disculpas por lo de Vierran —dijo Líder Tres—. ¿Qué es esta cosa blanca que parece vómito de gato y sabe a cartón?

—Una aberración —dijo Líder Uno— hecha con un vegetal que vino a la Tierra desde Yurov junto a los primeros reclusos. Acepto tus disculpas, querida. Tras pensarlo un poco, vi que esto resolvía al menos uno de nuestros problemas, así que en Yurov le ordené a Vierran que entrase en el campo del Bannus y procrease con el Siervo.

Líder Tres rió con ganas:

—¡Así que era eso lo que le pasaba!

—Sí. Y una vez lo haya hecho será tu deber matar al Siervo en cuanto puedas. Seguro que disfrutarás con ello —dijo Líder Uno con afabilidad—. La elegida iba a ser su prima, pero creo que Vierran tiene mejores genes. Asegúrate de que está preñada y luego sácala del campo sana y salva para administrarle la medicación apropiada, por favor.

Líder Tres bajó la vista de Líder Uno a su propio filete con gesto de sospecha.

—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? Creía que querías meter al Siervo en sueño estat para poder clonarlo.

—Los clones no son divertidos —respondió Líder Uno—. La diversión está en domar un nuevo grupo de niños cada vez. No, querida, tú y yo tenemos que cortar por lo sano y hacernos a la idea de vivir sin Siervo hasta que la estirpe de Vierran esté entrenada. El Siervo lleva demasiado tiempo dentro del campo del Bannus, y necesitamos acabar con él rápido, antes de que surja el peligro real.

—¡Pero a qué viene tanto misterio! ¿Qué peligro real? —preguntó Líder Tres, al tiempo que pensaba: «¡Ha dicho “tú y yo”! Ya da por perdidos a los otros tres. Pues qué bien».

—Ya verás —Líder Uno puso un cubo en miniatura en la mesa, entre los dos posavasos de cartón sobre los que estaban las copas de vino—. ¿Has terminado ya de comer?

Líder Tres apartó el filete que ni siquiera había tocado.

—Sí.

Líder Uno continuó comiendo tranquilamente.

—Esto es un mapa de la zona —dijo Uno activando el cubo con un movimiento del tenedor. La imagen se expandió hasta adquirir el tamaño del posavasos de la diligencia y los caballos. Tres se acercó y vio que el mapa mostraba una isla de formas irregulares. «Se parece a una bruja montada en un cerdo», pensó Tres. Había puntos de colores por toda la isla—. El significado de estos puntos —prosiguió Líder Uno— es algo que suelo guardarme en la cabeza, aunque si le dedicases el trabajo suficiente creo que podrías averiguarlo a partir de la información clasificada que hay aquí y en Albión. Los puntos azules son instalaciones de los Líderes, entre ellas algunas muy secretas; los amarillos son portales permanentes; y los puntos verdes, naranjas y rojos son otros lugares secretos de un gran peligro potencial.

—¿Dónde estamos? —preguntó Tres. Líder Uno se lo señaló con la punta del cuchillo. Ella ladeó la cabeza y miró con gesto socarrón el abigarrado y colorido grupo de puntos—. Creo que lo único que no consigo ver por aquí es un portal.

—Correcto. Eso sería buscarse problemas —dijo Líder Uno—. Espera, voy a ampliar la imagen. —Movió la punta del cuchillo y expandió la imagen sin incrementar el tamaño del mapa. El contorno de bruja de la isla se esfumó vertiginosamente por los bordes del encuadre. Era como lanzarse en picado con una estratonave, con el vértigo adicional que aportaban las curvas serpenteantes, las letras de kilómetros de largo y los sistemas viarios que se ramificaban caóticamente. Tres miró hacia otro lado hasta que la imagen se detuvo.

Cuando volvió a mirar, vio que las carreteras formaban una especie de pulpo que se iba difuminando en bloques cuadrados por los bordes y sobre el cual se extendía la leyenda URBANIZACIÓN GRANJA HEXWOOD. En la mitad inferior, junto a un cuadrado azul, había un pequeño punto verde al que parecía que se le había corrido la tinta, haciendo que se extendiese una mancha verde difuminada por la maraña de carreteras que lo rodeaban.

Líder uno señaló esa mancha con el cuchillo.

—El Bannus. La mancha de color verde pálido es su campo, tal y como muestran en este momento mis monitores. Se ha incrementado un poco desde que Cinco entró en él, pero no mucho. Nuestro motel está aquí —movió el cuchillo hasta un cuadradito negro próximo a la esquina superior derecha—. Como ves, estamos fuera de su alcance. —Luego dirigió el cuchillo hacia un cuadrado azul más grande que estaba casi en el límite superior del mapa—. Ésta es la fábrica de la Organización que mencioné antes.

Líder tres miró un punto de color rojo brillante que estaba justo al lado de aquel cuadrado azul, y otros dos puntos más, ambos anaranjados, que estaban situados más allá.

—¿Y eso? —preguntó ella.

Líder Uno asestó una leve puñalada al punto rojo que estaba junto a la fábrica.

—Es una tumba estat —le informó Uno. Dudó un momento, y aunque odiaba tener que revelar el secreto pronunció un nombre que hizo que Tres se envarase en su asiento, presa del odio y de la impresión—. La de Martellian, quien en su día fuera Líder Uno… podría decirse que mi predecesor.

El instinto asesino se reflejó en el rostro de Líder Tres al pensar que su antiguo enemigo aún estaba allí y que, en cierto modo, estaba vivo. Martellian había sido el más difícil de expulsar cuando Orm Pender se abrió camino entre los Líderes. Incluso tras la incorporación de Dos y Cinco, Martellian seguía allí, al otro lado de Mundonatal. Hicieron falta los cinco Líderes y utilizar el Bannus de la forma que Orm les había enseñado para defenestrar a Martellian y obligarle a exiliarse a la Tierra. E incluso allí siguió dando guerra.

—Me ha proporcionado un enorme placer —reflexionó Líder Uno— utilizar a sus propios descendientes para meterle en sueño estat. ¿Te acuerdas de aquellas dos Siervas…?

Líder Tres señaló con una serie de golpecitos impacientes los dos puntos anaranjados.

—¿Y éstos?

—También son tumbas estat —Líder Uno apagó con calma la imagen, llamó al camarero y pidió café y un puro. Líder Tres esperó, apretando tanto el puño que se clavó sus uñas de nácar rojo. Con mucho gusto habría asesinado a Uno de haber sido capaz… sobre todo cuando encendió el puro.

—¿Tienes que hacer eso? —dijo mientras apartaba el humo con la otra mano.

—Uno de los mejores inventos de la Tierra, los puros —dijo Uno, y la miró con una apacible expectación.

Tres se dio cuenta de que Uno esperaba que ella lo dedujese por sí misma, y se sintió aún más molesta.

—¿Cómo voy a saberlo? ¡No me has contado todos los hechos!

—Estoy seguro de que te acuerdas —dijo Uno—. Esos dos puntos naranjas son los hijos más problemáticos de Martellian. He olvidado sus nombres. Uno pertenece a la estirpe de cuando se hacía llamar Wulf, es el que hirió de gravedad a Cuatro cuando trajimos los dragones de Lind, y el otro es de la segunda camada, de cuando se hacía llamar Merlín.

—¡Nos mentiste! —le espetó Tres—. ¡Nos dijiste que sus hijos habían muerto!

—Éstos son sus nietos —dijo Líder Uno, exhalando humo calmosamente— o puede que sus sobrinos. Martellian favoreció bastante la endogamia, igual que hago yo con los Siervos, para poder recuperar los auténticos rasgos de los Líderes. Con estos dos tuvo éxito, prácticamente son Líderes, y tuve que meterlos en estat yo mismo.

Tres se quedó con la boca abierta, y la tapó con la mano.

—Veo que me vas siguiendo —observó Líder Uno.

—¡Y con el Siervo ya son cuatro! —dijo Tres, ronca por el miedo—. Orm, ¡eso es casi una auténtica Mano de Líderes!

—Y podrían ser una Mano completa si admitiesen a un terrícola del linaje adecuado —concedió Líder Uno—. Como ese tal John Bedford. Me parece que tiene más que una pizca de sangre de los Líderes, no me gustaba nada cómo pintaba. Pero no hay motivo para que estés tan asustada, querida. El campo theta del Bannus ni siquiera se ha acercado a ellos, hemos llegado a tiempo.

Líder Tres agarró a tientas una servilleta de papel roja y la hizo trizas a causa de la tensión.

—Orm —dijo Tres— ¿qué demonios te llevó a plantar el Bannus tan cerca de ellos?

—Veo que no has entendido nada —dijo Uno, dejando caer cuidadosamente la ceniza de su puro en un plato—. Espero que no estés empezando a perder facultades después de todo este tiempo, querida. Como bien sabes, el Bannus fue originariamente diseñado para elegir a los Líderes, para seleccionar una Mano adecuada y nombrarlos. Esto ocurría antaño, en los malos tiempos en que había un Líder de cada una de las cinco Casas y se les obligaba por ley a presentarse a la reelección cada diez años. Los programas de repetición que ejecuta estaban destinados a poner a prueba su capacidad para controlarlo, y sólo secundariamente para ayudarles en la toma de decisiones tras haber sido elegidos. Un Líder electo controlaba el Bannus. ¿Me sigues? Pero el Bannus también tenía que ser lo suficientemente potente como para controlar a los Líderes que no resultaban elegidos. De hecho, el Bannus es lo único que puede controlar a un Líder.

—Todo eso ya lo sé —dijo Tres, que seguía desmenuzando los pedacitos de la servilleta de papel—. ¿Por qué lo hiciste, entonces?

Líder Uno le sonrió.

—Para matar dos pájaros de un tiro. Teníamos que librarnos del Bannus, que incluso sellado emite siempre un campo pequeño y atenuado, no de thetaespacio sino de influencia. Emplazamos todas estas tumbas estat justo al límite de ese campo de influencia y lo utilizamos para mantener a los durmientes bajo él. Le pusimos un sello doble para que nunca pudiese reunir energía a plena potencia y lo dejamos aquí en la Tierra, todo lo lejos de Mundonatal que pudimos, para que no pudiese obligamos a ser reelegidos cada diez años. Debes tu largo gobierno a mi previsión, querida.

Tres, que estaba temblando, puso un puñado de jirones rojos sobre la mesa.

—Puede ser —concluyó Tres—. Le echaré una ojeada a esas tumbas mañana a primera hora.

—Un plan excelente —dijo Uno con cordialidad—. Es justo lo que yo iba a sugerir.